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Walter Sosa Escudero. "Jugar contra los


algoritmos es ir a perder"

ciado en Economía, docente e investigador, acaba de lanzar su libro Big data; asegura que los datos son
evo petróleo", pero solo si sabemos utilizarlos
e: LA NACION

Martín De Ambrosio

18 de mayo de 2019  

L a gran tentación de quienes defienden una nueva tecnología es anunciarla como


tan disruptiva que es el fin de todo lo anterior. Del big data se ha dicho que generará
tanto conocimiento que será el fin de la ciencia tal como la conocemos. Adiós a
hipótesis, a corroboraciones, adiós a laboratorios y a burocracias innecesarias. Pero
también se puede ser parte de un movimiento así y reconocer que es un nuevo
parripollo, algo que necesariamente va a pasar de moda. Es el caso de Walter Sosa
Escudero y la revolución de los datos generados espontánea (e involuntariamente) vía
teléfonos celulares. "Si se hila fino, la revolución no está en los datos sino en los datos
junto con los análisis", dice el licenciado en Economía de la UBA y doctorado en la
Universidad de Illinois (Estados Unidos). "Es verdad que es explosiva la cantidad de
información, pero siempre va a ser importante qué se hace con ella. Los datos son el
nuevo petróleo, pero de un tipo que no se van a acabar, como tener petróleo para
siempre. Es una nueva fuente de riqueza, pero el problema es que no es un recurso
escaso, sino que es un diluvio, viene mucha agua, demasiada. El desafío es qué hacer
con tanta agua", agrega el investigador del Conicet y también profesor de las
universidades de San Andrés y de La Plata. Sosa Escudero acaba de lanzar su libro Big
data (segundo en la colección Ciencia que Ladra, de Siglo XXI, tras Qué es -y qué no es-
la estadística), pero -lo dicho- no es un defensor acrítico de la nueva herramienta.

­En el libro, no das una definición explícita de big data. ¿Se puede decir que
es el minuto a minuto de la civilización?

-Sí. Big data es el fenómeno de datos masivos provocados por la interacción de


dispositivos interconectados. Es un mecanismo de generación
} pasivo. Yo estoy con este
celular, sabe que estoy por acá, pongo la tarjeta para pagar, pero no es que nos juntamos
en Colegiales para generar datos. Vinimos a charlar y generamos estos datos porque
convivimos con estos aparatos. Y con las redes. Así es que baja a cero el costo de generar
datos. No necesito responder una encuesta sobre si me gusta o no el lugar. Como hace
poco estuve en otro bar de esta misma cadena, el algoritmo saca conjeturas. Entonces sí
funciona como un minuto a minuto. Lo cual no es necesariamente una buena noticia.

­¿Por qué?

- Es que hay otros fenómenos que son paquidérmicos, que se mueven muy lentos, que
en el minuto a minuto no funcionan, se mueven lento por su naturaleza. A la presión
arterial hay que medirla, pero no muy frecuentemente, no cada quince minutos, sino
todos los días. También pasa con fenómenos sociales: algo que midiera pobreza igual
que la cotización del dólar no tendría sentido: "A la 1.30 p.m. la pobreza es 35,25%"; no,
así no. El conocimiento es un evento lento; lento por cautela, no por tonto. ¿Cuánto
tiempo se tomó Darwin para redondear su teoría? Más de veinte años.

­Entonces, ¿es una revolución que tiene límites?

-Hay datos que nunca van a venir. Cuando es por dispositivos, son los datos que
provienen de esa interacción. O por redes sociales, donde hay un montón de
información sobre el ánimo social de la gente, de un candidato presidencial, o sobre el
terraplanismo. Pero de los que no tienen Twitter, y no quieren tener, no tenés datos. O
con LinkedIn: podés saber cómo funciona el mercado laboral, si pide más ingenieros o
médicos. Pero en un país con 40% de informalidad laboral y con un sector público tan
grande, no llegás a saber todo. Con big data vas a ver lo que la luz enfoca, pero no es una
lluvia honesta de datos. Es buena noticia porque más datos no puede ser mala noticia.
Pero hay que tener cuidado porque se puede caer en vicios clásicos como la falacia de
correlación.
­También está el miedo que provoca darles todo el poder a los algoritmos.

-Los algoritmos saben mucho de nosotros: eso mete miedo. Somos muy predecibles al
actuar, casi como un ratón de laboratorio. Pero también increíblemente complejos, no
lineales, el cerebro trabaja muy bien la información. Big data funciona bien en la parte
predecible del comportamiento. El autocompletar del Gmail escribe por mí y muchas
veces lo hace mejor (ríe). Somos muy predecibles, pero también un misterio absoluto.
¿Por qué me dediqué a la estadística? Qué sé yo. ¿Y tu hijo a qué se va a dedicar? Ni
idea. Hay muchos eventos que no se pueden predecir, como las elecciones, un partido de
fútbol.

­¿Se podría dar que la gente cambie el lenguaje, o ciertos giros, para evitar
que el algoritmo detecte gustos y preferencias?

-Pero aprenden rápido. Salvo por los captchas, algo que por ahora los complica, en
general jugar contra los algoritmos es ir a perder, porque aprenden muy rápido. Un
ejemplo: hay una sola cuenta de Netflix en mi casa, que se alimenta de mis consumos y
los de mi hijo adolescente. Al principio se volvía loco para recomendar. Al primer mes
era gracioso pero ahora aprendió: sabe que hay alguien que mira series oscuras y otro
que mira series adolescentes.

­Hace unos años hubo una polémica respecto de si la economía es una
ciencia o no...

-Si la comparás con la física, no es una ciencia. Pero si la mirás desde esta otra
perspectiva, veamos. ¿Existen problemas sociales? Sí. ¿Es relevante actuar sobre esos
problemas? Sí. ¿Existe forma relevante de entender esas causas y efectos? Sí. Si no se
puede saber, si no es una ciencia, no se podría hacer nada: si no explicás, no actuás. No
me molesta la comparación con la física, pero detrás de esa negación se esconde el
argumento de que no hay explicación y de que no se puede hacer nada. Me molesta
como ciudadano que parezca que con la pobreza no se puede hacer nada. La naturaleza
científica de la política y la economía es distinta de la física, pero la relevancia de los
problemas y la urgencia es buscar causas y efectos para intervenir y mejorar la salud de
un país.

­Además de a la economía y a la estadística, te dedicás a la música. ¿Ves
relaciones entre ellas?

-Misteriosamente, el arte tiene una sistematización, que no es la de la ciencia. En


fotografía, el grueso de las acciones obedece a reglas elementales; la música, desde lo
armónico es predecible, después de mi séptima tiene que venir un la. Eso es
conocimiento, oído. Me llama la atención que la ciencia y la fotografía y la música tienen
cosas predecibles, patrones estéticos. El arte y su verdadera creatividad están fuera de
esas reglas, pero las reglas existen. Hay un terreno difuso en la ciencia que no se explica
a sí misma, y a la vez el arte parece explicable. Me pone nervioso que la ciencia no se
explique a sí misma, y que el arte sí se pueda explicar. La gente me dice que yo me relajo
con la guitarra: no, me saca de quicio. Me gustaría como científico que todo se pudiera
explicar, pero como artista preferiría que nada se pudiera explicar.

­¿Te arrepentís de haber vuelto de los Estados Unidos?

-No, para nada. En Estados Unidos, la percepción es que el sistema funciona y no lo


podés cambiar, aunque desde ya no es perfecto y por ejemplo se ven bolsones de
pobreza rural en los Apalaches. Pero en países como la Argentina percibía que se podían
modificar las cosas. Mejorar el sistema desde adentro. Argentina tiene espacio para
emprender. Gino Germani, Bernardo Houssay eran una mezcla de emprendedores que
crearon instituciones como el Conicet o el Instituto de Ciencias Sociales. Eran de la
gente que construye instituciones. En Estados Unidos eso es más difícil, sos un átomo
del sistema, das clases, investigás, pero no creás cátedras, universidades. Esa cosa de
inmigrante que va y planta banderas.

Por: Martín De Ambrosio

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