Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Alguien podría impugnar esto diciendo que él no siente que su iglesia local —que
incluso esta iglesia local— sea un cuerpo. Puesto que siente que ésta está mal en
muchas cosas y que la mayoría de sus miembros no actúan en función del interés
o bien común, sino del interés o beneficio particular; que esta fraternidad de la que
yo estoy hablando no es más que una charlatanería, la cual yo mismo sé que no
es verdad.
A estas personas que así razonan yo quisiera preguntarles, ¿todo en sus cuerpos
está perfecto? ¿Sus cuerpos funcionan perfectamente, son plenamente saludables
y no tiene enfermedades? ¿Todos los miembros de su cuerpo trabajan en pro o
beneficio de los demás? Acaso, sólo por poner un ejemplo, ¿sus paladares y
estómagos no actúan muchas veces en perjuicio o detrimento de la salud de los
demás miembros, comiendo de más o cosas poco saludables que a la larga
producen sobrepeso y conducen a problemas articulares, lumbares o fallas en los
órganos internos, como el corazón? ¿No has notado, por ejemplo, que los pies y
otros miembros son perezosos para realizar la actividad física que tanto beneficio
reporta a las articulaciones y órganos internos? ¿Qué te hace pensar que en el
cuerpo del Señor las cosas funcionan distintas? ¿Acaso el cuerpo de Cristo no
está compuesto por miembros humanos que, aunque nacidos de nuevo, están
llenos de todo tipo de imperfecciones, debilidades y corrupciones? Así como tu
cuerpo aún está afectado por el pecado y por eso se comporta de manera egoísta
y destructiva hacía sí mismo, el Cuerpo del Señor también lo está y se comporta
de la misma forma. Y tal cómo es necesario disciplinar a los miembros de nuestro
cuerpo para el bienestar y la buena salud orgánicos, de la misma manera es
necesario concienciar y amonestar a aquellos miembros que sólo piensan y viven
para sí mismos; que no trabaja en pro del crecimiento y el bienestar de todo el
Cuerpo del Señor, que no participan activamente en su edificación.
Ahora, si nosotros no nos sentimos como parte del Cuerpo de Cristo, del cual
nuestra iglesia local es parte, es porque con toda seguridad sencillamente no
pertenecemos a él (somos un elemento extraño en el organismo del Señor), o
somos un miembro dislocado porque los demás miembros han herido nuestro
orgullo y sentimos rencor, resentimiento, aborrecimiento hacia ellos, que nos han
llevado a sentir aversión hacia los demás y a aislarnos.
¿O es que sólo estamos buscando excusas en los pecados ajenos para justificar
los nuestros? Uno de los tantos engaños del corazón es creer que como muchos
miembros de nuestra iglesia están mal, al comportarse de manera egoísta y
desinteresada en el bien común, lo que nosotros estamos haciendo, que es
justamente lo mismo, no está mal: que el problema son ellos y no yo. Nuestro
corazón es tan perverso que puede tomar el pecado de otro para justificar los
nuestros.
Pero cuando el Espíritu del Señor nos confronta con su Palabra, ¡y quiera estar
haciendo en ahora!, nos damos cuenta del engaño y la gravedad de nuestro
pecado, y dejamos de excusar nuestro egoísmo hacia los demás, de legitimar
nuestro deseo de vivir en solitario nuestra vida cristiana, y de justificar nuestra
pereza y negligencia espirituales en participar activamente en la edificación del
Cuerpo de Cristo. En lugar de estar diciendo que todo está mal en la iglesia y
provocando la ira de Dios agrando, agravando y divulgando los defectos de los
hermanos, debemos fijarnos en qué puedo yo como miembro serle útil a los
demás miembros del Cuerpo a fin de perfeccionarnos y fortalecernos
espiritualmente, en cómo yo puedo animar y alentar a los miembros hacía el amor
y el servicio mutuos.
Este servicio hacia los santos hace parte del fruto del Espíritu Santo. Porque llevar
las cargas de otros es una cualidad divina que el Espíritu reproduce en nosotros
(cf. Sal. 55:22; I Pedro 5:7). Obedecer este precepto de ayudarnos mutuamente a
llevar nuestras cargas es, por tanto, asemejarnos a Dios. Por eso dice el v.:
“cumplid así la ley de Cristo”, o “de esa manera cumplirán la ley de Cristo”;
porque, en concreto, el concepto “ley de Cristo” significa para Pablo la enseñanza
ética de Jesús en su conjunto, confirmada por su carácter y conducta (su ejemplo)
y reproducida por su pueblo mediante el poder del Espíritu.
Fíjense que tanto en la iglesia primitiva, como lo debe ser en el caso de la iglesia
contemporánea, la tradición oral apostólica de la enseñanza ética de Jesús, ahora
recogida en el Nuevo Testamento, proveyó de un criterio mediante el cual debían
evaluarse las pretensiones de estar siendo guiado por el Espíritu (Jn. 15:10; 13:15;
1 Jn. 2:6). Lo que ellos pensaban era que el Espíritu de Cristo debía estar en
consonancia con la Ley de Cristo (es decir, si un persona vivía según el Espíritu,
su estilo de vida debía concordar con la enseñanza y el ejemplo de Jesús). A lo
que voy es que si un miembro de una iglesia local no se preocupa por las cargas
de sus hermanos miembros, si le son indiferentes, si no ora por ellas siquiera, tal
persona no anda en el Espíritu, aún vive según la carne.
El “día de Cristo”, por ejemplo, no se preguntará a Pablo cómo fueron sus logros
en comparación con los de Pedro. A Pablo se le pedirá cuentas de la calidad
espiritual de los creyentes que fueron ganados para Cristo mediante su ministerio.
Y así como él: “cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Ro. 14:12).