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Kafka Padre E Hijo

Jacques-Alain Miller

Hace casi medio siglo, la Carta al Padre, traducida por primera vez en el número de abril
de 1953 de la NRF, es el puente de los ignorantes de la higiene de las familias. ¿Ir a la
derecha? ¿Ir a la izquierda? Padres, manténganse sobretodo arriba y abajo. No se suban a los
cielos, no intenten confundirse con Dios el Padre. Miren bien donde ponen los
pies. ¡Cuidado con el hijo que pasa! No vayan a pisarlo por detrás como un gusano: harían
un Franz Kafka.
Ni la novela, ni la autobiografía, en cualquier idioma, han dado algo que se aproxime a la
familia Kafka. ¿Ubu rey? Es solo un niño pequeño comparado con el padre Kafka. ¿Pelo de
zanahoria? Miren su buena salud. ¿Cenicienta? Ella tiene el tono de la Justine de Sade. ¿La
familia Nudo-de-viboras en La Mauriac? Es un jardín de delicias. Chateaubriand y Stendhal
odiaban a su padre, mejoraron mucho. ¿La Pierrette de Balzac, la Cosette de Hugo , la
pequeña cosa? Pero no, morir, sería demasiado sencillo. Nada que ver con el nudo infernal
que une a Franz el hijo con su progenitor.
Existe la autoridad que protege y educa, que civiliza y se transmite, hay la que somete y la
que indigna, hay la que mata. Esto no es nada de eso. Esta no es la historia de la autoridad
abusiva de un padre, un Tatid yiddish , “padre castrador que prohíbe el sexo”, y de su descendencia
temerosa, disminuida, reivindicativa, que lo ama y lo odia al mismo tiempo.
Este cuento de rosas, probablemente se podría componer con extractos seleccionados
del texto: “Todo lo que me gritabas era un comando del cielo”, “no respetabas las órdenes
que me imponías”, “desde muy temprano, me prohibiste tomar la palabra”, “Perdí toda la
confianza en mí mismo”, y también: “Bien en el fondo eres un hombre bueno y tierno”. ¿he
negado que tú me ames?”, Etc. Pero no es de eso de lo que se trata. El infinito está aquí en
juego. No el límite, sino la ausencia de todo límite. No el orden impuesto, sino “algo entre
nosotros que no está en orden, nicht in Ordnung”, inubicable, primario, ya está allí.
Nada que ver con el Padre Freudiano, ni con su versión moderna, el Nombre del Padre
de Lacan. Este Padre, no importa si lo tenemos para bien o para mal, que sea tierno o
tiránico: él pone orden, el da la paz, garantiza la seguridad, con él sabemos dónde estamos y
hacia dónde vamos. ¿La Castración? Quiere decir que tenemos que esperar su momento, le
da una fianza al hijo. Como dice el encantador niño, “Cuando sea grande, tu estarás
muerto”. Debido a que Franz habla de deuda y culpa, creemos que es neurótico. Pero para
él la muerte no es un final, el sentimiento de culpabilidad es “infinito”. “En recuerdo de este
infinito”, dice en la Carta, un día escribí sobre alguien con razón: “Teme que la vergüenza lo
sobreviva”.
Usted reconoce esa frase, ¿verdad? El editor las ha hecho las últimas palabras del Proceso. El
cuchillo metido en el corazón, K. ve a los dos caballeros inclinados muy cerca de su cara que
observaban el desenlace mejilla con mejilla. “Como un perro”, dice, era como si la vergüenza
tuviera que sobrevivir a él.
Ah! Esta vergüenza más allá de la tumba, no es la buena y pequeña vergüenza de las
familias, el comienzo de los buenos modales.
Es el afecto de un sujeto impensable, vacilante en el borde entre dos muertos. No, K. no es
Cristo jadeando en la cruz entre los dos ladrones, abandonado por el Padre. El doble verdugo
no lo ha abandonado, sus ojos están allí, cerca de él, muy cerca de él, escudriñando como
miope en su rostro “el siempre prolongado momento de la tortura”, como dice el Diario, el
momento eterno. Donde se realiza la muda de la malaria. “¡Como en sí mismo la eternidad
lo cambia!” El autor de La metamorfosis sabía que este “en sí mismo”, el núcleo de su ser, no
encontraría paz incluso en la tumba, que no se sostenía en un nombre aunque fuera inmortal,
que él era una forma de vida a-humana (desprovisto de toda característica humana). También
sabía que el padre solo tenía en común con él la misma angustia.
¡Ah! No lean la Carta al Padre si es para creer que fue escrita por su prójimo. Fue escrito por
alguien que no se parecía a nadie y que fue el primero en representarse bajo la forma de una
cucaracha, era exactamente un escarabajo pelotero, corrige Nabokov, quien veía en esta
historia una de las obras maestras del siglo XX junto con el Ulises de Joyce. El temor de Franz
con lo que comienza la carta : “Me preguntaste recientemente por qué pretendo tenerte
miedo”, no es el sentimiento saludable que el policía inspiraría, y que las astutas políticas de
seguridad ponen en primer plano. Es el terror, “Schreck”, un temblor permanentemente en lo
más profundo del ser. El padre Kafka pronunció ante su pequeño: “te destrozaré como a un
pez”. La Escuela de Padres enseña seguramente a no decir eso. Pero el terror en cuestión no
es el efecto de la declaración, es anterior. Ella es incluso antes de la vida y después también.
Igual que la vergüenza o la culpabilidad cuando son kafkianas. “De alguna manera ya
estábamos castigados”, dijo Franz, “antes de saber que habíamos hecho algo malo.”
No es que el padre sea grande, es “gigantesco”. Lo que no significa “más grande que
grande”, sino “fuera de toda medida” porque “medida de todas las cosas”, infecta el
universo. “A mí me pasa”, dice Franz, “de imaginar el mapa de la tierra desplegada y verte
en posición transversal en toda su superficie”. Correlativamente, “un sentimiento de
nulidad” ya no abandonará al hijo. Inclusive su pensamiento es tocado: imposible de seguir
una idea hasta el final cuando el padre la desaprueba, o cuando se puede suponer que la
desaprueba, y eso es casi todo, esto va hasta la idea del cuerpo propio. “También comencé a
dudar de lo que estaba más cerca de mí, mi propio cuerpo”. Aquí está, la verdadera duda
hiperbólica. No es la duda metódica de Descartes, ni tampoco la del neurótico obsesivo,
quien se ve obligado a verificar. Es la duda sin fondo que se siente no solo como el parásito
de su padre, sino también como un defecto en la pureza del no-ser. Franz testifica en
su Carta “esperar en cada momento una nueva confirmación de [su] existencia”. Intenta en
su Diario definir una sensación indefinida, como tocar en su cerebro “una lepra interna”,
como ser el objeto de una “disección casi indolora practicada en el cuerpo vivo”.
Deleuze y Guattari fueron los primeros en publicar que el destino de Kafka no se inscribía
en el mito de Edipo; Era que ellos habían leído a Lacan, inteligentemente. Hizo falta esperar
quince años más para saber que Franz, quien ponía a la educación sentimental por encima de todo
lo demás, era asiduo al burdel (vea los pasajes eliminados del Journal, publicado en francés por
Philippe Sollers, ¿quién más?) El uso del sexo no le fué prohibido de ninguna manera, es el
símbolo del matrimonio lo que le quedó inaccesible, el vínculo legítimo. ¿Casarse o no? La
pregunta de Panurge no era suya. ¿Casarse? Sí, claro. El matrimonio era necesario para
él. ¿Por qué entonces le era imposible? ¿Por qué Franz estaba casado con la literatura? Lo
creímos así. A veces parece decirlo. Fue hecho el santo patrón de los escritores. Es para
retorcerse. La Carta dice más verdad: “Si tuviera una familia, escribe a su padre, Sería tu
igual. Pero cada vez que me acerco al matrimonio, un cordón de tropas se interpone. Se
suma una gran deuda impagable. ¡Ve entonces a casarte sin volverte loco!”.
De ahí el morboso embrollo en el que entrenaba a las jóvenes. Veíamos anteriormente
hermosas historias de amor (vea el ensayo más lúcido de Daniel Desmarquest ). Su relación
con la literatura no era menos torturante, ni menos ilegítima. “No soy más, decía, que el
invitado de la lengua alemana.”
La Carta al Padre no fue entregada a su destinatario ¿Cómo habría podido? esta carta
forma parte del limbo de esos escritos que él prometió quemar. Franz Kafka no escribía
para ser leído sino para “cazar en otra dirección el olor del cadáver”, y porque “mejor que
los agentes de policía, el sufrimiento de este hombre [aquél, en su mesa, escribiendo]
garantiza el orden” (Diario). En definitiva, la literatura como Nombre del Padre.

Escrito en octubre de 2002.

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