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Introducción a la

Pedagogía Waldorf
Nociones de la
Filosofía Antroposófica
LA MUERTE Y LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

Durante el sueño, el yo y el cuerpo astral 'abandonan' el cuerpo físico, dejando dentro de éste
sólo el cuerpo etérico; en consecuencia, de ello, el cuerpo físico permanece vivo. En el
momento de la muerte, el yo, el cuerpo astral y el cuerpo etérico se separan del envoltorio
físico. Este se vuelve 'cadáver', materia sin vida, y pasa a seguir las leyes físico-químicas del
mundo mineral. Estas fuerzas destruyen la forma del cuerpo, que rápidamente se
descompone.

En la vida, la simple presencia del cuerpo físico con los instrumentos físicos del cerebro y de
los sentidos, impide la percepción del conjunto de las impresiones y experiencias conservadas
en el cuerpo etérico como 'memoria'. Al dejar el cuerpo físico, desaparece esa barrera y el yo
se encuentra súbitamente en presencia de la totalidad de esa memoria. En grandiosos
panoramas le aparece toda la vida pasada, sin la dimensión del tiempo: el cuerpo etérico,
poseedor de esas imágenes, es quien, en este momento, las presenta al yo.

Separaciones parciales y momentáneas del yo y del cuerpo etérico se pueden observar


también durante la vida: en casos de choques, accidentes, o en estados extremos de debilidad
vital. En estos casos la separación no es suficiente para provocar la muerte, pero basta para
proporcionar al individuo una experiencia similar a la que todos nosotros tenemos después de
la muerte. Muchas personas salvadas de ahogarse, o de una caída en la montaña, cuentan que
en una fracción de segundo les apareció la vida entera, con todos sus detalles, como en una
película.

Un desprendimiento gradual de los lazos que unen el yo con el cuerpo etérico se verifica
también en casos de enfermedad , en personas ancianas. Les aparecen pequeñas partes de la
gran vista panorámica arriba descrita , de una manera nebulosa y poco consciente. Esas
personas recuerdan detalles de su vida anterior - en particular, de su infancia - que durante
muchos décadas habían permanecido en el más completo olvido. Mientras que los ancianos,
en general, son incapaces de memorizar hechos nuevos, la memoria de acontecimientos
remotos se vuelve cada vez más clara.
Aproximadamente tres días después de la muerte, el cuerpo etérico también se deja atrás y se
descompone, poco a poco, en el plano etérico general. Sin embargo, una especie de extracto
es conservado de una forma más o menos individualizada. Queda, entonces, el yo y el cuerpo
astral, que continúan juntos en una existencia caracterizada por una serie de vivencias
sumamente importantes.

En efecto, durante la vida pasada el cuerpo astral estableció muchos lazos con el mundo físico,
desarrollando deseos, inclinaciones y pasiones que ya no pueden ser satisfechas, pues ya no
existen más los cuerpos físico y etérico. En la medida en que superan los impulsos naturales
relacionados con las funciones de una vida normal, tales los deseos pueden perjudicar el
cuerpo astral. En este caso, el cuerpo astral sufre atrozmente por estos deseos insaciables y se
experimenta una llama ardiente. De ahí la imagen del Purgatorio, en la religión cristiana, como
un lugar donde se purifican en un fuego incandescente los malos instintos y deseos.

Encontramos otra imagen en el mito de Tántalo, el héroe griego, que tras su muerte sufría de
una sed insaciable. Aunque se encontraba en el agua, en el momento en que él deseaba tomar
el líquido el agua huía; de la misma forma, su hambre no podía ser satisfecha: a cada vez que
él deseaba asir una manzana colgando delante de él, la rama retrocedía y la imagen del fruto
se alejaba. Como se ve, estas viejas creencias e imágenes tienen un fondo de verdad, que nos
lleva a considerarlas con profundo respeto.

Además de esos sufrimientos, el yo posee también el recuerdo de todos los actos realizados,
de todos los instintos y pasiones desarrolladas en desobediencia a las eternas leyes
espirituales, como consecuencia de impulsos bajos y malos. Actos y sentimientos de violencia,
de odio, de cinismo, son vividos nuevamente, pero de forma mucho más intensa. El hombre
que tuvo tales sentimientos o cometió tales actos sufre ahora como si fuera él la víctima.
Autor de condenables acciones, descubre que el mal cometido perjudicó no sólo a la víctima
directa, sino también a sí mismo.
Esta "rendición de cuentas" trae otro gran sufrimiento en período posterior a la muerte, cuya
duración es aproximadamente de un tercio vida pasada (correspondiendo más exactamente a
la suma del tiempo pasado en sueño: de hecho, cada 24 horas el hombre duerme más o menos
ocho horas, es decir, un tercio). Un hecho curioso es que la experiencia de la vida pasada se
realiza de manera retrógrada, comenzando por la muerte y prosiguiendo hasta el nacimiento.
El ocultismo hindú dio a ese 'purgatorio' la denominación “kamaIoka”. Los deseos espurios y
las aberraciones son, por así decir, "quemados" o purificados durante esta evolución. Pero el
hombre conserva una inmensa voluntad de reparar y sanar el mal cometido, aspirando a una
oportunidad de repararlo. Sólo después de ese período el yo queda libre de las impurezas
anímicas que le aparecen personificadas como seres fuera de él mismo (imágenes de dragones
y animales horribles en muchos cuentos de hadas). Él deja tras de sí el cuerpo astral, que se
desintegra en el mundo astral, quedando sólo como una especie de extracto que lo acompaña
en su peregrinación futura.

Se inicia entonces una vida del yo en una región puramente espiritual. Debemos considerar el
"espíritu" no como un simple concepto o como una facultad humana ('un hombre de mucho
espíritu'), sino como una sustancialidad “sui géneris”. Así, una obra de arte, por ejemplo, tiene
un contenido espiritual real, independientemente de su apariencia física en forma de cuadro,
escultura o pieza de música. Incluso cada pensamiento humano es una realidad espiritual que
permanece, y no sólo un acto íntimo sin consecuencias y sin realidad intrínseca.

Si decimos que en ese momento el yo penetra en una región puramente espiritual, no


aludimos a ningún lugar en el Cosmos, a cualquier “cielo”. Estamos lejos del espacio y del
tiempo. Sin embargo, el yo vive en un ambiente repleto de otros seres espirituales, jerarquías
superiores, otros yoes de hombres muertos o vivos. Todo lo que posea realidad en la Tierra
aparece en esa región en forma arquetípica. Los "modelos" o "ideas" de las formas terrestres,
los impulsos espirituales que se manifiestan en la Tierra, por ejemplo, en forma de guerras,
creaciones artísticas o simplemente pensamientos - constituyen el ambiente de esa región
espiritual, que no puede ser adecuadamente descrita por medio de palabras humanas.
El yo convive entre esas formas y esos entes, aprendiendo, permeando y siendo permeado,
irradiando y recibiendo influencias, en un intercambio íntimo y perenne con su ambiente. Su
conciencia es completamente diferente de lo que es en la Tierra y será más intensa en esa
región espiritual. Allí el yo revive su vida pasada; se juzga a sí mismo ante el fondo de la
realidad espiritual. Se siente como formando parte de ese maravilloso universo, pero siente
también que sólo en una vida terrena le será posible progresar y perfeccionarse moralmente.
La estancia post-muerte en los mundos espirituales es sólo una fase de evaluación, de
meditación cósmica y de preparación para una existencia futura.

En efecto, después de cierto tiempo el yo siente una voluntad irresistible de volver a la Tierra
a fin de reparar, por medio de actos, los efectos perjudiciales de la vida pasada, para aprender
más, para evolucionar ética y mentalmente, para volver a encontrar a los seres humanos y
situaciones que enfrentó en el pasado, estableciendo nuevas relaciones y resolviendo, de los
problemas que quedaron sin solución. Cualquier situación no resuelta clama por una solución,
y sólo por un acto terreno el yo puede buscar restablecer la armonía violada. En el ínterin, la
Tierra y los hombres en la Tierra, por su parte, evolucionaron por su lado. Desde lo alto de su
existencia espiritual el yo acompaña esa evolución, participando de ella e influenciándola
dentro de ciertos límites.

En la vida espiritual, el yo humano está en el nivel inferior de las jerarquías, pero los entes
superiores lo ayudan, lo influencian y participan en la elaboración de un programa que le debe
permitir al yo progresar en una vida futura, compensar los males causados a otros y enfrentar
nuevas situaciones.

El "muerto" desea, pues, nuevas experiencias físicas. Él prepara una nueva vida terrena,
aprovechando la lección y lo extraído de las vidas anteriores. Entonces comienza el camino de
regreso a la Tierra. El yo baja poco a poco, recorriendo en sentido inverso las regiones
recorridas después de la muerte. De la sustancia astral universal él individualiza una parte, que
formará su cuerpo astral adecuado. De la misma forma, vestirá un cuerpo etérico extraído de
la sustancialidad etérica general y, finalmente, se unirá a un germen de cuerpo físico en el
momento de la fecundación.
Una nueva vida comienza. El yo se reencarnó e inicia una nueva serie de experiencias,
preparadas durante la estancia en los mundos superiores en colaboración con las jerarquías
superiores y constituyentes un nuevo capítulo en la cadena de sus encarnaciones
precedentes.

Cada vida aparece, pues, íntimamente ligada a las vidas anteriores y futuras por un principio
de causalidad espiritual que los hindúes llamaron 'ley del karma' (destino). Desde ya podemos
entender que no hay casualidad en el hecho de que un individuo nazca en determinado
momento, en determinada de familia, tener una educación de un cierto tipo, encontrar ciertas
personas, etc. En todo esto hay un sentido profundo.

Somos nosotros los artífices de nuestro karma, teniendo en vista no una 'felicidad' gratuita y
efímera, sino el verdadero evolución de nuestro yo. La existencia humana aparece, pues, como
una serie de vidas ininterrumpidas por épocas de excarnación. Son dos estados alternados y
rítmicamente opuestos, como el sueño y la vigilia. En los capítulos siguientes, veremos cuál es
el sentido de esa evolución, su comienzo y su fin.
LA EVOLUCIÓN DEL HOMBRE –Estados Preterrestres-

Ahora conocemos al hombre como un ser formado por cuatro elementos constitutivos,
tomando conciencia de sí en un universo perceptible, formado por los tres reinos inferiores y
alcanzando planos más elevados habitados por seres que le son inmensamente superiores.
Habiéndose ya mencionado el principio evolutivo vigente en todo ser, nos cabe en este
momento estudiar el camino recorrido por el hombre hasta alcanzar su estado presente. Una
observación superficial nos muestra que, de las cuatro partes de la entidad humana, el yo es el
más imperfecto, ya que el hombre sólo despierta de vez en cuando para la verdadera
autoconciencia y sólo en casos excepcionales actúa con verdadera reflexión y libre albedrío.
Pero también el cuerpo astral, con sus deseos y pasiones desenfrenadas, sus codicias y sus ins-
tintos viciados, está lejos de la perfección. Ya las funciones vitales y, más aún los procesos
puramente físicos, se están desarrollando en relativa armonía, a menos que sufran los reflejos
de una vida anímica y espiritual defectuosa. De ahí podemos inferir, con una cierta
probabilidad de razón, que el yo es el elemento más joven, mientras que el cuerpo físico es el
de más edad.

La investigación esotérica confirma plenamente esta suposición, pero para comprender bien la
situación actual es necesario conocer es algo de la evolución que conduce a ella. Antes, sin
embargo, de exponerla en sus líneas generales, hay que hacer algunas observaciones. En
primer lugar, conviene subrayar desde ahora que el hombre actual es el producto de un
trabajo efectuado por las jerarquías superiores. Fueron ellas las que formaron y plasmaron a
todos los miembros de su entidad. Las fuerzas que así actuaron sobre él no siempre emanaron
de entes favorables que quisieran influenciarlo de modo armonioso. Había fuerzas contrarias -
opuestas a los seres favorables - cuyas las influencias se revelaron perturbadoras. El hombre es
el producto del combate entre esas fuerzas antagónicas.
LA EVOLUCIÓN DEL HOMBRE –Estados Preterrestres-

Ahora conocemos al hombre como un ser formado por cuatro elementos constitutivos,
tomando conciencia de sí en un universo perceptible, formado por los tres reinos inferiores y
alcanzando planos más elevados habitados por seres que le son inmensamente superiores.
Habiéndose ya mencionado el principio evolutivo vigente en todo ser, nos cabe en este
momento estudiar el camino recorrido por el hombre hasta alcanzar su estado presente. Una
observación superficial nos muestra que, de las cuatro partes de la entidad humana, el yo es el
más imperfecto, ya que el hombre sólo despierta de vez en cuando para la verdadera
autoconciencia y sólo en casos excepcionales actúa con verdadera reflexión y libre albedrío.
Pero también el cuerpo astral, con sus deseos y pasiones desenfrenadas, sus codicias y sus ins-
tintos viciados, está lejos de la perfección. Ya las funciones vitales y, más aún los procesos
puramente físicos, se están desarrollando en relativa armonía, a menos que sufran los reflejos
de una vida anímica y espiritual defectuosa. De ahí podemos inferir, con una cierta
probabilidad de razón, que el yo es el elemento más joven, mientras que el cuerpo físico es el
de más edad.

La investigación esotérica confirma plenamente esta suposición, pero para comprender bien la
situación actual es necesario conocer es algo de la evolución que conduce a ella. Antes, sin
embargo, de exponerla en sus líneas generales, hay que hacer algunas observaciones. En
primer lugar, conviene subrayar desde ahora que el hombre actual es el producto de un
trabajo efectuado por las jerarquías superiores. Fueron ellas las que formaron y plasmaron a
todos los miembros de su entidad. Las fuerzas que así actuaron sobre él no siempre emanaron
de entes favorables que quisieran influenciarlo de modo armonioso. Había fuerzas contrarias -
opuestas a los seres favorables - cuyas las influencias se revelaron perturbadoras. El hombre es
el producto del combate entre esas fuerzas antagónicas.
ANTIGUO SATURNO

Sería absurdo querer remontarse al principio de los principios. La antroposofía tiene por
objeto al hombre, y así procuraremos descubrir el momento del pasado donde aparece el
primer vestigio del hombre. Esto nos hace retroceder a un tiempo donde nada, absolutamente
nada de nuestro mundo actual existía. Lo que había eran las entidades de las jerarquías
superiores, que tampoco habían alcanzado su actual grado de evolución. Entonces, por un acto
que sólo se puede comparar a un auto-sacrificio, se creó el primer germen del cuerpo físico hu-
mano, gracias a una emanación de la propia sustancia producida por los Tronos o los Espíritus
de la Voluntad. Ese cuerpo era como una masa aún no individualizada de materia, siendo esa
materia tan sutil que podría recordar sólo a lo que hoy llamamos calor. Por otra parte, el
estado gaseoso, y mucho más los estados líquido y sólido, eran inconcebibles en ese cosmos
de extrema sutileza.

"Voluntad bajo forma de calor" es el primer estado de nuestro 'Mundo'. Otras jerarquías
empezaron a actuar en ese mundo bajo su influencia , la masa amorfa comenzó a diferenciarse
en una infinidad de pequeñas partículas. Para caracterizar ese estado Rudolf Steiner emplea la
imagen de una gigantesca mora, donde cada pequeña esfera sería el precursor de un cuerpo
físico humano actual. Por lo tanto, el precursor de todos nosotros no tenía aún vida propia; su
grado de conciencia (si es que podemos hablar de algo similar a la conciencia) era equivalente
al de los actuales minerales.

En un momento dado, comenzó a existir en ese cuerpo cósmico una especie de vida, reflejo de
la actividad ejercida “de afuera” por ciertas jerarquías; pero aún no se trataba de vida propia.
Después de un prolongado lapso de tiempo (debemos imaginar que esa evolución haya
ocurrido en períodos muy largos de tiempo), esta esfera de calor comenzó a brillar. Para un
espectador de afuera, ella se habría presentado como una gran esfera calórica
resplandeciente, recorrida por corrientes de calor y divididas en innumerables pequeñas
esferas, siendo las precursoras de nuestros cuerpos físicos.

Ese antiguo estado, especie de primera encarnación cósmica de nuestro sistema solar, tiene en
el ocultismo el nombre de Antiguo Saturno. Después de cierto tiempo, ese cosmos se
desintegró, volviendo todo a un estado puramente espiritual. Esta "noche cósmica",
comparable a una sístole universal, es designada por el nombre hindú de “Pralaya”.
ANTIGUO SOL

Después de un cierto lapso de tiempo, nació un nuevo Universo. Primero se produjo una
especie de recapitulación de la época anterior. Se formó nuevamente un cuerpo de calor. Pero
en un momento dado, y de nuevo como resultado de la actuación de las jerarquías superiores,
los precursores de nuestro cuerpo físico recibieron un cuerpo etérico y comenzaron la
aparición de formas rudimentarias de vida propia. El cuerpo el físico pasó al estado
gaseiforme, aunque contuvo también el elemento de calor o fuego. En ese estado 'nosotros'
estábamos, por lo tanto, en el grado evolutivo de una planta (cuerpo físico y cuerpo etérico),
poseedor- de la sustancialidad de un gas. "Nuestro" grado de conciencia en aquella segunda
encarnación de la Tierra también era el de una planta, es decir, el de sueño profundo.

En el Antiguo Saturno hubo entes que no alcanzaron el punto final previsto para la evolución
saturnina. Estos seres no pudieron acompañar en la segunda encarnación, la evolución de los
demás , teniendo, al contrario, que recapitular el estado que sus hermanos más avanzados ya
habían terminado en el Antiguo Saturno. Había pues, en el Antiguo Sol (pues es el nombre que
se da a la segunda encarnación de ese Universo), dos reinos: uno, evolucionado, teniendo el
grado de desarrollo de una planta y poseyendo un cuerpo físico y un cuerpo etérico; y otro,
atrasado, que aún recorría - por segunda vez - la existencia equivalente a la de un mineral, sin
cuerpo etérico.

En cierta época de esta evolución, ciertos espíritus de jerarquías superiores, que no pudieron
soportar la densificación progresiva del medio ambiente, se retiraron del cuerpo del Antiguo
Sol y constituyeron un cuerpo celeste aparte, repetición del Antiguo Saturno.

Había- por lo tanto, dos cuerpos que poseían configuración y características diferentes que se
influían mutuamente. Debemos imaginar esos cuerpos impregnados y atravesados por las
jerarquías y sus influencias, bajo cuya acción el precursor del hombre evolucionó, hasta que
todo volvió de nuevo a un Pralaya o una noche cósmica. Antes de eso los dos los cuerpos se
habían reunido de nuevo.

Conviene aclarar que estos dos los estados planetarios no tienen ninguna similitud con el
Saturno y el Sol actuales.
ANTIGUA LUNA

Emergiendo del estado puramente espiritual del Pralaya, nuestro Universo inició su tercera
fase: la Antigua Luna. Después de una nueva recapitulación de los estados anteriores, la
condensación progresó hasta la inclusión del elemento líquido, dando a la materia más densa
la forma de una neblina o de un gel. Nuevamente las jerarquías más sutiles, no pudiendo
acompañar esta densificación, formaron un nuevo cuerpo equivalente al Sol. Originándose de
allí ciertos movimientos rotativos y estados alternos de irradiación.

Bajo la influencia de determinada jerarquía, el 'hombre' pasó a adquirir un precursor de


nuestro cuerpo astral, alcanzando un estado semejante al de nuestros animales, con la
conciencia de sueño. Debajo de él había dos reinos: aquellos que en el Antiguo Sol habían
recapitulado con el éxito la evolución proto-saturnina, teniendo en ese momento, el nivel
vegetal, y los que también en el Antiguo Sol no lograron progresar, teniendo que recorrer
ahora, una vez más, un estado mineral.

También entre los seres de las jerarquías superiores había evoluciones anormales. En un
momento dado, varios de ellos se "rebelaron" contra la evolución general, buscando un
desarrollo diferente. La interacción de todas estas influencias ha hecho que el mundo se
diversificase aún más: hubo también la formación de otros 'planetas', centros de actuación
espiritual de los diversos grupos de jerarquías.
En medio de ese mundo vivía el 'hombre'. El cuerpo astral ya le proporcionaba sensaciones,
instintos, antipatía y simpatía, pero sin la facultad del libre albedrío y sin el raciocinio, atributos
de la plena conciencia que nacieron apenas con el yo. Por otra parte, la "forma" exterior del
hombre - como, por cierto, el aspecto de todo el mundo al alrededor de él - no podían
compararse con nada de lo que actualmente existe. En el momento de su mayor
concentración, la Antigua Luna, con los gérmenes de los hombres, no pasaba de una masa
húmeda y viscosa con inclusiones gaseosas.

En este mundo, además de los seres de las jerarquías, vivían los hombres - cuyo miembro más
elevado era el cuerpo astral - y, por debajo de ellos, los que habían quedado atrás,
constituyendo dos reinos equivalentes a nuestras plantas y minerales. Procesos similares a la
respiración ya la circulación ya existían, y los estados de conciencia más o menos clara
alternaban, de acuerdo con las circunvolución de los “cuerpos celestes”, sedes de las
jerarquías en sus diversas agrupaciones.

Al final de esta evolución, los diversos cuerpos celestes se reunieron de nuevo. Un tercer
período de involución Pralaya hizo volver todo la diversificación a un estado puramente
espiritual del que surgió, como cuarta fase, la Tierra actual junto con el sistema solar, del que
ella forma parte.
Toda la evolución anterior es, pues, caracterizada:
1) Por la actuación de las jerarquías superiores que nos crearon y nos hicieron evolucionar;
2) Por la densificación progresiva;
3) Por el paulatino despertar de la conciencia;
4) Por el aumento de nuevos 'cuerpos' y su perfeccionamiento bajo la influencia de seres
superiores;
5) Por el desarrollo que llevó a quedar atrás los seres que no se desarrollaron de acuerdo con
el programa cósmico. No fue por culpa o mérito propio que ocurrió esa desclasificación, pues
en aquel momento el 'hombre' aún no era responsable por sus actos;
6) Por la más absoluta diferencia de las condiciones externas de las "encarnaciones" anteriores
de la Tierra entre sí y en confrontación con nuestro mundo actual.
EL INICIO DE LA EXISTENCIA TERRESTRE

Al emerger de la tercera Pralaya, nuestro sistema solar era una formación anímico-espiritual
homogénea. Recorridos algunos estados no físicos, la materia surgió primero en forma de
calor, al cual más tarde se unieron el elemento gaseoso y el elemento líquido. Antes de la
formación de este último se verificó un hecho de suma importancia: no pudiendo participar en
esta densificación progresiva, seres muy elevados de la jerarquía de los Espíritus de la Forma o
Exusiais, se alejaron del resto de la masa gaseiforme y dieron origen a un cuerpo separado:
nuestro Sol actual. Este era, pues, originalmente la sede espiritual de los Exusiais, y su 'materia'
fue aumentando más tarde, sin alcanzar nunca la densidad de nuestra Tierra.

Los Exusiais, que antes de esa separación habían actuado del interior de la Tierra, pasaron a
actuar sólo desde afuera. De ahí resultaron estados alternos de influencia mayor o menor, los
cuales provocaron movimientos rotatorios, origen de fenómenos comparables al día y por la
noche y de estados de conciencia más o menos clara (vigilia y sueño). Después de la separación
del Sol, el elemento líquido y, más tarde el sólido, se manifestaron por primera vez, pero aún
en una forma extremadamente delicada.

Cuando hablamos después de 'endurecimiento progresivo, debemos recordar que la «dureza»


de los objetos más densos ni de lejos alcanzaba la dureza de un cristal de hoy. Este
endurecimiento, fruto de la actuación de otros seres espirituales, iba aumentando hasta
alcanzar el peligro muy concreto de que toda la vida se hizo imposible a los seres humanos y a
los demás, que habían que llegado de la Antigua Luna y que existían en la nueva Tierra desde
su inicio. Ante ese peligro, esos entes se retiraron de la Tierra, formando, bajo la tutela de
espíritus más elevados, nuevos cuerpos celestes: los planetas Marte, Júpiter y Saturno. Al
mismo tiempo, los planetas interiores fueron tomados por seres solares que no pudieron
acompañar la evolución de sus compañeros en el Sol, separándose de éste.
Todo nuestro sistema planetario tuvo, pues, un origen espiritual.
Cuando el peligro de petrificación de la Tierra alcanzó el máximo, amenazando para siempre su
futura evolución, los entes divinos que vigilaban todo el desarrollo descrito frustraron ese
peligro, arrojando a los seres petrificadores fuera del propio cuerpo terrestre, en donde ellos
formaron un nuevo cuerpo aparte: nuestra Luna, a partir de la cual pasaron a ejercer su
influencia endurecedora de manera más amena.

Los entes (precursores de los hombres, etc.) que, ante la imposibilidad de permanecer en la
Tierra, habían emigrado para otros planetas , empezaron a regresar poco a poco, a medida que
la Tierra se fue volviendo nuevamente más "blanda" después de la salida de los seres lunares.
En esa vuelta progresiva llegaron primero los que, siendo poco evolucionados podían
contentarse con cuerpos físicos relativamente duros, y que, con el tiempo, se convirtieron en
las plantas inferiores y superiores, seguidas, más tarde por los animales, siempre en el orden
de su grado de desarrollo.

Los 'hombres', a los que el mundo todavía no ofrecía condiciones adecuadas, permanecieron
en los planetas e hicieron su aparición en la Tierra en último lugar. En el ínterin, el elemento
sólido se había implantado progresivamente, estamos llegando a las épocas de las cuales nos
habla la paleontología. Conviene subrayar que la evolución, tal como la describe la
Antroposofía, corresponde enteramente a los hallazgos paleontológicos, camadas puramente
minerales, sin vida, en las formaciones más antiiguas; los rasgos de vida vegetal y animal en las
capas más recientes y, finalmente, después de muchas formas transitorias, el hombre. Fue él,
porque el ser que supo esperar más tiempo. Aquellos que volvieron no alcanzaron el estado
humano, pues no pudieron encarnarse en un cuerpo individualizado. De ellos, los más
evolucionados eran los 'yoes grupales ', que prestaron cada cual su individualidad a toda una
especie de animales sobre la que actuaban desde fuera (los leones, los elefantes, etc.).

Vemos, pues, la interpretación de los hechos según la Antroposofía reposar, como la teoría de
Darwin, sobre la aparición gradual de formas cada vez más perfectas. Pero mientras el
darwinismo postula que el ser más complicado 'desciende' de un ser terrestre más simple, la
Antroposofía muestra que, al contrario, los seres más avanzados- que existían desde el
principio, aunque en una forma sólo espiritual - y que los seres más simples se 'encarnaron',
apareciendo en la Tierra antes de los más evolucionados, porque ésta no ofrecía todavía, a
estos las condiciones físicas adecuadas. La verdadera corriente evolucionista es la del hombre.
Todos los demás seres quedaron atrás.
Paralelamente al descenso del hombre, asistimos a un progreso en su conciencia. Mientras el
cuerpo astral era la parte más alta de la entidad humana, vemos ahora los primeros gérmenes
del yo implantados en ella, en un proceso extremadamente lento. La "sustancia" espiritual de
esos yoes era como una emanación de los Exusiais, los espíritus solares que, por lo tanto,
pueden considerarse «creadores» del hombre en la Tierra.

El grado de conciencia de estos yoes era muy bajo. Ni ellos tenían conciencia de sí mismos. Y
vivían, por así decirlo, en un estado de sueño donde aún se sentían 'uno' con sus creadores y
con los mundos espirituales, que ellos percibían mediante una vivencia suprasensible
generalizada. Era un estado de perfecta armonía, una existencia en la presencia de Dios. Era el
Paraíso de la Biblia.

En las ciencias ocultas se atribuye a esa época el nombre de “época lemúrica", pues la
humanidad vivía principalmente en una región de la Tierra (que aún no poseía su configuración
actual) situada al este de África y actualmente cubierta por el Océano Índico: el legendario
continente de la Lemuria (o Gondwanaland). Este período lemúrico (precedido por otros dos
períodos desde la formación física de la Tierra) fue muy largo: incluyó la separación de la Luna,
la vuelta progresiva de los seres emigrados y los acontecimientos que pasaremos a exponer.
Repitiendo su hazaña de la Antigua Luna, un gran grupo de seres espirituales de todas las
jerarquías se rebelaron contra la evolución trazada por la Providencia (si se nos permite llamar
así el plan cósmico inspirado por las más altas jerarquías), buscando un desarrollo
independiente caracterizado por una autonomía más amplia. Esta revolución es conocida en
varias mitologías y las religiones como la "caída de los ángeles". Llamaremos a estos seres
“luciféricos”, de acuerdo con el nombre tradicional de su inspirador y líder. Irradiando su
influencia y su sed de autonomía, esos seres luciféricos alcanzaron también al hombre, cuyo yo
todavía poco desarrollado fue arrebatado del ambiente protegido de las jerarquías normales.
El ser humano cayó, entonces, bajo la influencia de su cuerpo astral repleto de pasiones e
instintos poco dominados.

En consecuencia, de ello, se inició una alienación progresiva del hombre en relación a su


entorno. Hasta entonces había vivido en la presencia de Dios,ésto es, en un estado onírico de
comunión con los mundos superiores. Bajo la influencia luciférica nació en él una conciencia
más clara, y se le abrieron los sentidos físicos en la misma medida en que la videncia superior
cesaba. Mientras que hasta ese momento su ser estaba permeado, por las fuerzas armoniosas
de los seres 'buenos', la separación provocó defectos cada vez más graves en toda su
organización: el yo y el cuerpo astral se convirtieron en fuentes de codicia y malos instintos, el
cuerpo etérico pasó a presentar enfermedades y debilidades y la muerte hizo su entrada en la
Tierra, como necesidad de un descanso regenerador.

Desde el punto de vista espiritual, el hombre adquirió la capacidad de actuar en desacuerdo


con las leyes divinas, es decir, de pecar. En verdad, él pasó al mismo tiempo a ser un ente
responsable y moral, porque sólo quien tiene la posibilidad de pecar tiene el mérito de no
pecar. En el Paraíso, el hombre era perfecto; pero era un ser sin autonomía, un autómata sin
ningún mérito por la perfección.

Ahora, apartado de su origen divino, se ha vuelto expuesto a todas las debilidades, a los
defectos y el pecado; pero en compensación se liberó de los viejos lazos, volviéndose dueño de
sus decisiones y adquiriendo el libre albedrío y la plena conciencia de sí - y, con ello, la
verdadera dignidad humana, o por lo menos la esperanza de poseerla algún día. La evolución
hasta ahora esbozada se extendió, naturalmente, por muchos milenios. Estamos aún en medio
de este proceso, que es el drama central de la humanidad.
La imagen de la caída del hombre, de su pecado original y de la expulsión del Paraíso encontró
su expresión más condigna en las frases del Antiguo Testamento donde cada palabra tiene su
significado cósmico:

Génesis 2, 16 y ss.: “Dios mandó al hombre: De todo árbol del jardín, puedes comer
libremente, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal, de ella no comerás; porque el
día en que de él comieras ciertamente morirás”.

Sobre el 'Diablo', la Serpiente, es decir, el Ángel Caído:

Génesis 3, 4 y ss.: “Entonces la serpiente dijo a la mujer: Ciertamente no moriras, porque Dios
sabe que el día en que comáis del fruto, vuestros ojos serán abiertos, y seréis como Dios,
conociendo el bien y el mal”.

Y los hombres sucumbieron a esa influencia, con el resultado siguiente:

Génesis 3, 7: “Se abrieron los ojos de ambos, y conociendo que estaban desnudos, tomaron
hojas de higuera…”

¿Qué imagen grandiosa para decir que los sentidos físicos iban despertando y que los hombres
se volvían conscientes de sí mismos, experimentando la sensación de pudor. Y ellos fueron
expulsados del Paraíso. Las imágenes del Paraíso, de la tentación, del pecado y de la expulsión,
las encontramos en muchísimos mitos y religiones, prueba inconfundible de que se trata de
una tradición arquetípica de toda la humanidad.

La tentación luciférica abrió el camino a otro grupo de personas. seres negativos, los llamados
'espíritus arhimánicos'. Su influencia nefasta se hizo sentir en épocas posteriores con el fin de
velar al hombre el conocimiento de su verdadera naturaleza espiritual. Los seres arhimánicos
trajeron el error, la mentira, la muerte y el aislamiento cada vez mayor del hombre en relación
con sus orígenes divinos.

Sería ingenuo llamar a las fuerzas luciféricas y arhimánicas de 'malas' y a las otras de 'buenas',
simplificando por demás su clasificación. En realidad, sin la tentación y sin el pecado original el
hombre no habría alcanzado su pleno desarrollo. Es verdad que los seres negativos lo alejaron
del camino original y lo atrajeron egoístamente para sus esferas; pero con ello hicieron nacer
en él su autoconciencia, el intelecto, el amor por la Tierra y el libre albedrío - cualidades sin las
cuales no podemos hablar de hombre ni de dignidad humana.
Como consecuencia de su caída, el hombre pudo utilizar ciertas fuerzas - que él dominaba
gracias a su antiguo entramado en los mundos espirituales (podemos llamar a esas fuerzas
”mágicas”) - en completo desacuerdo con esos mundos. Tales abusos, dictados por el triunfo
de su astralidad aún caótica y mal intencionada provocaron el fin de Lemuria. El continente
desapareció en medio de grandes catástrofes de fuego, resultado directo de los excesos
mágicos de los hombres lemurianos.

Un nuevo centro de vida humana se formó entonces en la Atlántida, viejo continente al oeste
de Europa, del que nos hablaron Platón y otros autores antiguos. A pesar de la expulsión del
Paraíso, los hombres atlánticos aún poseían, mucho más que nosotros, contactos íntimos con
los mundos superiores. Sintiendo en particular una cierta conexión con los planetas de los que
originalmente provenían, formaron centros de inspiración donde restablecieron el contacto
con los entes inspiradores de estos planetas. Esos lugares, los llamados oráculos, eran
verdaderos centros iniciáticos donde los más avanzados de entre los hombres recibían sus
inspiraciones. Esos guías transmitían las instrucciones de los dioses a los otros hombres, siendo
los líderes de los varios grupos sociales.

En la Atlántida se formaron paulatinamente las razas primitivas y las lenguas, éstas a partir de
una sola protolengua única. Por lo tanto, narran a los hombres atlánticos como todavía muy
diferentes de nosotros, solo al final de la época atlántica su aspecto exterior se volvió igual al
nuestro. Los hombres tenían todavía muchos poderes, que hoy serían considerados
sobrenaturales. Ellos podían, por ejemplo, modificar su forma y tamaño de acuerdo con los
sentimientos que los animaban.
En comparación con el hombre de hoy, su conciencia era mucho más nebulosa; su inteligencia,
en el sentido actual de la palabra, era rudimentaria. Pero la evolución se hacía en el sentido de
un despertar cada vez más grande del intelecto, y en muchas imágenes de epopeyas clásicas
vemos la victoria del hombre físicamente frágil, pero más inteligente, sobre un adversario que
representaba las fuerzas mágicas nebulosas e indisciplinadas del pasado: David y Goliat, Ulises
y Polifemo. Los gigantes y los dragones de los antiguos mitos y fábulas todavía nos recuerdan
aspectos de seres de esa especie, transformados en imágenes simbólicas.

Como en la Antigua Lemuria, ocurrieron en la Atlántida abusos de fuerzas mágicas,


inicialmente reservadas a los iniciados de los oráculos. Esos abusos produjeron una serie de
catástrofes acuáticas, que pusieron fin a la Atlántida; se hundió, dejando en su lugar el océano
que trae su nombre. Antes y después de esa catástrofe, hubo grandes migraciones de grupos
humanos, que se fijaron en los distintos puntos de la Tierra, formando las razas históricas.
Hubo tales migraciones con destino a América,a África, a Asia oriental. Los hombres más
evolucionados, emigraron en último lugar para Asia Central, bajo la conducción de un gran
iniciado llamado Manú. Este nombre está relacionado con el de Noé (Noah) de la Biblia, y, de
hecho, ambos son la misma individualidad. Encontramos la misma raíz fonética en Manitú
(gran espíritu de los indios norteamericanos), en el maná de los hindúes y en el maná
(alimento de los israelitas después de la fuga de Egipto) y también en Menes y Minos,
legendarios fundadores de las civilizaciones de Egipto y de Creta, respectivamente.

También la historia del Diluvio (pues el fin de la Atlántida corresponde al diluvio) forma parte
de muchas religiones, éste coincide con las últimas épocas glaciales, llevándonos casi al umbral
de los tiempos históricos en que se desarrollan en el llamado período post-atlántico.
ÉPOCA POST-ATLÁNTICA

Asia Central, hacia donde se había dirigido el grupo conducido por Manú, constituyó por
mucho tiempo un centro de irradiación de impulsos espirituales. Desde esa época, la evolución
transcurrió en ritmo más acelerado. Asistimos a ciclos culturales menores, y la Ciencia
Espiritual nos enseña que cada uno de estos ciclos es naturalmente un fenómeno de la
humanidad entera, aunque encuentre sus principales protagonistas siempre en determinados
pueblos, que les dieron sus nombres. Es como si un grupo saliera de la penumbra para hacer
una contribución valiosa para toda la humanidad, siendo sustituido por otro una vez terminada
su misión.

En ese sentido, dividimos la época post-atlántica en varios períodos:

Un primer período post-atlántico tuvo por escenario principal la India; de ahí su nombre
'período proto-hindú'. Este "proto" significa que estamos aún en épocas anteriores a las de las
civilizaciones históricas; así, las grandes culturas históricas de la India, con sus bellas creaciones
en el campo de la literatura, de la religión y de la filosofía, se sitúan en épocas mucho más
recientes. Aunque estén impregnadas por el espíritu de la época proto-hindú, que duró
aproximadamente de 7200 a 5000 aC.

Los hombres de esa época tenían todavía una mentalidad bien diferente de la actual, viviendo
en el recuerdo del origen espiritual de la humanidad. Como aún tenían una cierta clarividencia,
los mundos espirituales se les presentaba como la verdadera realidad. La existencia de este
mundo físico era, para ellos, como una expulsión pasajera de su verdadera patria espiritual.
Ellos no se sentían a gusto en la Tierra, ni se interesaban por la existencia terrena, anhelando
por el contrario, cortar cuanto antes los lazos que los unían a ella. El mundo físico era, para
ellos, la ilusión o Maya. Encontramos la influencia de esa actitud de fuga del mundo visible en
toda la civilización hindú posterior, incluso en el Brahmanismo y en el Budismo. Data de la
época proto-hindú el sistema de las castas, que era inicialmente una división de los hombres
de acuerdo con el grado de su pureza y evolución espiritual.

Ya en la segunda época post-atlántica vemos aparecer un tipo de hombre diferente. Esta


época, la proto-persa, duró de 5000 a 2900 aC Su guía espiritual era un gran iniciado,
Zaratustra (persona diferente del Zaratustra histórico, contemporáneo de Buda). Él es descrito
en las leyendas como el inventor de la domesticación de los animales y del cultivo de las
plantas, sobre todo de los cereales.
Vemos, por esta leyenda, que los hombres de esa época se volvieron decididamente hacia la
Tierra, viendo en ella el blanco de sus tareas. Había, por supuesto, una conciencia de que
existían mundos espirituales, y que el hombre era un ser espiritual. No obstante, el amor por
la Tierra y la voluntad de dominarla constituían el fondo de la mentalidad de los viejos persas.
Zaratustra sabía que el Antiguo Sol, sede de los Exusiais, era el centro espiritual de nuestro
mundo. Él vislumbraba en el gran Espíritu Solar (Ahura Mazdao o Ormuzd - Grande Aura Solar)
el ser divino que representaba, por así decir, todas las fuerzas del Bien; más conocía también la
existencia de las fuerzas adversas bajo la guía de Ahriman, Dios de las tinieblas. El Universo se
le parecía como campo de batalla entre esas dos fuerzas adversas, ambas de igual realidad.
Tenemos allí el origen de todas las religiones y corrientes 'dualistas', en particular del
maniqueísmo y también de los cultos caracterizados por la adoración del Fuego o del Sol. El
centro de esa época era la región iraní.
ALMA SENSIBLE

Con la tercera época post-atlántica, entramos en la historia propiamente dicha. Conocemos la


civilización de esa época. La egipto- babilonio-caldaica (2900-750 aC), por las ciencias históricas
comunes, y sabemos que en ellas el hombre adquirió definitivamente el sentimiento de que la
Tierra era su campo de acción. Había todavía algunas clarividencias, pero el interés de los
hombres se concentraba en la Tierra. Las grandes teocracias eran sistemas terrenos, aunque el
rey sacerdote todavía era considerado como de origen divino y recibiendo sus inspiraciones de
arriba. Pero, de un modo general, el hombre se complacía en la Tierra y hacía todo para vivir
feliz en esta vida, organizándola de manera práctica. Asistimos allí al surgimiento de la
geometría y de otras ciencias, aunque todavía no en forma abstracta.

Invenciones técnicas, como la de la rueda y los aparatos más simples, la elaboración de


principios de derecho y administración caracterizaban esa época. Por otro lado, cuando
querían conocer las fuerzas motrices de nuestro planeta, los hombres se volvían hacia los
espíritus localizados en los astros. En estados excepcionales de clarividencia, sentían la
influencia de estos espíritus, de acuerdo con la posición y la acción combinada de las estrellas.
De esta astrología nació la primera astronomía, el conocimiento de las trayectorias aparentes
de los astros, de los eclipses y de los otros fenómenos celestes. Todavía no se trataba de una
ciencia matemática y mecánica, en la que los movimientos eran determinados por ley de la
gravitación, sino de una sabiduría captada directamente por el conocimiento de las fuerzas
espirituales de los astros.

A pesar de su alejamiento progresivo de los seres superiores, los hombres de esa época sabían
muy bien cuáles eran las jerarquías superiores más directamente ligadas al destino del
hombre. El Supremo Dios Solar reaparece como Osiris y Tamuz, mientras que el conjunto de
las fuerzas lunares era sentido como personificado en Isis o Ishtar. Las fuerzas adversas
estaban representadas por demonios o dioses como Seth.
Sin embargo, muchos hombres no podían elevarse a la sabiduría suprema; inspirados por
divinidades inferiores o anormales (seres luciféricos y ahrimánicos), se dedicaban a una
sabiduría degenerada, el origen de supersticiones y cultos salvajes. Debemos señalar un hecho
importante. En la evolución anterior el Yo había 'ocupado' los tres cuerpos inferiores, y de ese
lento enlazamiento habían nacido las diversas formas de conciencia, que se manifestarían
exteriormente por los progresos del hombre a través de las diversas civilizaciones. Su actitud
ante el mundo marca la aparición de un nuevo elemento en esa tercera época post-atlántica.
Por primera vez el hombre se integró totalmente en el mundo físico por medio del conjunto de
sus sentidos.

Éstos le transmitieron, de de manera directa, el conocimiento del ambiente. Es cierto que el


pensamiento del hombre todavía no era conceptual y abstracto, pero a pesar de ello su Yo, en
conjunto con sus sentidos, le permitió situarse conscientemente en el mundo. Para ello era
imprescindible un nuevo "órgano", un nuevo elemento de su personalidad, y de hecho vemos
se desarrolla en esa época el 'alma de la sensación' o 'alma sensible'. Esta ya existía antes - de
lo contrario el hombre no podría haber tenido sentimientos como consecuencia de las
impresiones sensoriales -, pero sólo en ese momento fue 'ocupada' y dominada por el Yo,
habiendo participado también de manera importante de su vida consciente.

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