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Los Tres lenguajes

Hermanos Grimm

Érase una vez un conde que tenía un hijo, tonto e incapaz de aprender. Un día su padre le
dijo:

- Escúchame. Por más que lo intento yo no puedo enseñarte nada. Tienes que
marcharte, te mandaré con un maestro que te dedicará todo su tiempo.

El hijo estudió un año y cuando regresó, su padre se enfadó al comprobar que solo había
aprendido a entender lo que los perros dicen cuando hablan.

- Tendré que enviarte un año más con otro profesor y a otra ciudad.

A su regreso el joven le contó que había aprendido el lenguaje de los pájaros. El padre
furioso le dijo en tono amenazante:

- Te mandaré con un tercer maestro, pero si no aprendes nada, dejaré de ser tu padre.

Al finalizar el año, el hijo le contó que había aprendido el lenguaje de las ranas. Arrastrado
por el cólera, el padre expulsó a su hijo y ordenó que lo llevaran al bosque y lo mataran.
Pero el hombre encargado de la tarea se compadeció y se limitó a abandonarlo allí.

Después le sacó los ojos y la lengua a un venado para mostrar las pruebas al Conde.

El joven tras mucho caminar, llega a un país que sufre un grave problema, los ladridos
furiosos de los perros salvajes no dejan descansar a nadie; y, lo que es peor, a ciertas
horas tienen que entregarles un hombre para que lo devoren.

El joven no tenía miedo pues entendía el lenguaje de los perros, cuando se acercó a ellos,
los perros lo rodearon meneando la cola, se comieron la carne que llevaba y al final, le
explicaron al joven por qué son tan feroces. La razón era que estaban custodiando un
tesoro que estaba oculto debajo de la torre. Cuando el joven les entregó el arca llena de
oro, los perros desaparecieron del país quedando libre de amenaza.

Pasados algunos años, el héroe decide viajar hasta Roma. De camino, pasó por un
estanque, ahí las ranas croaban revelando su futuro y esto le daba mucho por pensar. Al
llegar a Roma se entera de que el Papa acababa de morir y los cardenales no sabían
todavía a quién debían elegir como sucesor. Finalmente creen que habrá alguna señal
milagrosa que les indicaría quién debe ser el nuevo Papa y, en ese preciso instante, dos
palomas blancas se posan en los hombros del joven. Cuando le preguntan si quiere ser
Papa, él no está seguro de merecer tal honor, pero las palomas lo aconsejan. Así es
consagrado tal como lo habían profetizado las ranas. Cuando llega el momento de cantar
misa y no sabe la letra, las palomas, están constantemente sobre sus hombros y se la
susurran al oído.

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