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H JOAQuíN IRIARTE, S. I.
EUGENIO D'ORS o LA CLARIDAD MI.!l)J'J')!IOtJ\NHJ\
Ill'Vlll' 1.\ gracia de' su fraseología genial. Gustó de tentar al trídtmensíonal en éste y otros puntos, es pregunta que 11 lo~ 1'11
público COn sus piruetas mentales, y una vez muerto, continúa mienzos de este artículo se ha formulado.
:11 su torea bordando graciosa fórmula Trinitaria con los capí-
Le hemos estudiado como filósofo en la línea estética: Sil un-
tulos de su culta existencia. Humorada que hubo de excitar la
tafísíca de la ironía y su filosofía del pensamiento flgul'otlvo,
hílartdad de los ángeles del cielo. Esos ángeles que en la litera-
queden para otras plumas. Todavía estamos en las prímerus 14('
tura dorsiana, aun siendo ángeles de verdad, tienen un buen por manas de la revisión dorsiana. Según avance el año, la valorn
qué de fondo humorístico. ción cualitativa del pensador irá progresando y habrán quedado
estudiados los puntos propuestos.
Después de todo, el Angel ése tan discutido de d'Ors, ¿qué Por mi parte, he dado un Eugenio d'Ors según yo le veo, C'1l
era? ¿Fué sólo recurso literario o también entidad filosófica? Sen- sus rasgos fundamentales y característicos.
tido catártico desde luego lo -tuvo, ya que en las faenas de ten-
sión mental hace bien uno en tener junto a sí un juguete con que JOAQUÍN lRIARTE, S. 1.
entretenerse y entretener, como esos hombres públicos que han
solido recibir a sus visitantes disparando un resorte que provo-
que una escena graciosa y deshaga la impresión de respetabílí-
dad excesiva que les rodea. En este punto d'Ors está categórico
cuando escribe: "Fundiré trabajo con juego", y en 1914 publí-
caba un libro con el rótulo de "La Filosofía del hombre que
trabaja y juega". Notemos de paso que el gran Leíbníz decía
ya en su tiempo que el filósofo no está obligado a escribir siem-
pre en serio; puede y debe divertirse echando la imaginación al
aire.
Pero el Angel de d'Ors tenía también sentido filosófico. Que-
ría hacer ver que la captación de la verdad tiene sus topes y
hasta sus atolladeros, y en ocasiones ha de recurrirse a poderes
invisibles, demiúrgicos, tras los que se esconde algo luminosa-
mente misterioso que nos evite los amargos dejos de la escepsís.
Así, para los complementos últimos de la noción de la persona,
de la teología, habremos de recurrir a ciertas ídeacíones que,
corno tales, nos compensen de los rigores del pensar y símboli-
cen verdades que presentimos mejor que definimos. El Angel de
d'Ors en tal sentido es lo que en los grandes cuadros de Durero,
Rafael, El Greco, ese segundo término superior, algo lejano' y
secundario, que no estorba y completa dando visión de eterni-
dad la composición total. Ya, en la filosofía de Sócrates, de
Platón y Platino surgen algunos de estos recursos mágicos. los
renueva Spinoza con sus "misticísmos" de "sub specíe dívinitatis", -,
y en la filosofía contemporánea reaparecen con la adivinación
poética de Heidegger, la sublimación transcendentalísta de jas-
pers, la libertad "empeñadora" de Sartre.
Hay que reconocer según esto que el helenismo de d'Ors es
amplio, llega hasta los confines últimos de su estilo. Que llegara
hasta las profundidades de la filosofía y la filología, es otra cues-
tíón, Si el d'Ors trillnqüe de que habla su epitafio fué a la vez