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§ I.

EL MÉTODO

¡Henos en el corazón mismo de Alemania! Vamos a hablar de metafísica, al tiempo que


discurrimos sobre economía política. También en este caso no hacemos sino seguir las
“contradicciones” del señor Proudhon. Hasta hace un momento nos obligaba a hablar en
inglés, a convertirnos hasta cierto punto en un inglés. Ahora la escena cambia. El señor
Proudhon nos traslada a nuestra querida patria y nos hace recobrar por fuerza nuestra
calidad de alemán.

Si el inglés transforma los hombres en sombreros, el alemán transforma los sombreros en


ideas. El inglés es Ricardo, acaudalado banquero y distinguido economista; el alemán es
Hegel, simple profesor de filosofía en la Universidad de Berlín.

Luis XV, Ultimo rey absoluto y representante de la decadencia de la monarquía francesa,


tenía a su servicio un médico que era a la vez el primer economista de Francia. Este
médico, este economista, personificaba el triunfo inminente y seguro de la burguesía
francesa. El doctor Quesnay hizo de la economía política una ciencia; la resumió en su
famoso “Cuadro económico” Además de los mil y un comentarios que han sido escritos
sobre este cuadro, poseemos uno debido al propio doctor. Es el “análisis del cuadro
económico”, seguido de “siete observaciones importantes”.

El señor Proudhon es un segundo doctor Quesnay. Es el Quesnay de la metafísica de la


economía política.

Ahora bien, la metafísica, como en general toda la filosofía, se resume, según Hegel, en el
método. Tendremos, pues, que tratar de esclarecer el método del señor Proudhon, que es
por lo menos tan oscuro como el Cuadro económico. Con este fin haremos siete
observaciones más o menos importantes. Si el doctor Proudhon no esta conforme con
nuestras observaciones, eso nada importa: puede hacer de abate Baudeau y dar él mismo la
“explicación del método económico-metafísico”5.

PRIMERA OBSERVACIÓN

“No exponemos aquí una historia según el orden cronológico, sino según la sucesión de las
ideas. Las fases o categorías económicas unas veces son simultáneas en sus
manifestaciones y otras veces aparecen invertidas en el tiempo... Sin embargo, las teorías
económicas tienen su sucesión lógica y su serie en el entendimiento: ese orden es el que
nosotros nos ufanamos de haber descubierto”. (Proudhon, t. I, pág. 146.)

En verdad, el señor Proudhon ha querido asustar a los franceses, lanzándoles frases casi
hegelianas. Tenemos, pues, que vérnoslas con dos hombres: primero con el señor Proudhon
y luego con Hegel. ¿En que se distingue el señor Proudhon de los demos economistas? que
papel desempeña Hegel en la economía política del señor Proudhon?

Los economistas presentan las relaciones de la producción burguesa —la división del
trabajo, el crédito, el dinero, etc.— como categorías fijas, inmutables, eternas. El señor
Proudhon, que tiene ante si estas categorías perfectamente formadas, quiere explicarnos el
acto de la formación, el origen de estas categorías, principios, leyes, ideas y pensamientos.

Los economistas nos explican cómo se lleva a cabo la producción en dichas relaciones,
pero lo que no nos explican es cómo se producen esas relaciones, es decir, el movimiento
histórico que las engendra. El señor Proudhon, que toma esas relaciones como principios,
categorías y pensamientos abstractos, no tiene más que poner orden en esos pensamientos,
que se encuentran ya dispuestos en orden alfabético al final de cualquier tratado de
economía política. El material de los economistas es la vida activa y dinámica de los
hombres; los materiales del señor Proudhon son los dogmas de los economistas. Pero desde
el momento en que no se sigue el desarrollo histórico de las relaciones de .producción, de
las que las categorías no son sino la expresión teórica, desde el momento en que no se
quiere ver en estas categorías más que ideas y pensamientos espontáneos, independientes
de las relaciones reales, quiérase o no se tiene que buscar el origen de estos pensamientos
en el movimiento de la razón pura. ¿Cómo da vida a estos pensamientos la razón pura,
eterna, impersonal? ¿Cómo procede para crearlos?

Si poseyésemos la intrepidez del señor Proudhon en materia de hegelianismo, diríamos que


la razón pura se distingue en sí misma de sí misma. ¿Qué significa esto? Como la razón
impersonal no tiene fuera de ella ni terreno sobre el que pueda asentarse, ni objeto al cual
pueda oponerse, ni sujeto con el que pueda combinarse, se ve forzada a dar volteretas
situándose en sí misma, oponiéndose a sí misma y combinándose consigo misma: posición,
oposición, combinación. Hablando en griego, tenemos la tesis, la antitesis, la síntesis. En
cuanto a los que desconocen el lenguaje hegeliano, les diremos la fórmula sacramental:
afirmación, negación, negación de la negación. He aquí lo que significa manejar las
palabras. Esto, naturalmente, no es la cabala, dicho sea sin ofensa para el señor Proudhon;
pero es el lenguaje de esa razón tan pura, separada del individuo. En lugar del individuo
ordinario, con su manera ordinaria de hablar y de pensar, no tenemos otra cosa que esta
manera ordinaria completamente pura, sin el individuo.

¿Es de extrañar que, en último grado de abstracción —porque aquí hay abstracción y no
análisis—, toda cosa se presente en forma de categoría lógica? ¿Es de extrañar que,
eliminando poco a poco todo lo que constituye la individualidad de una casa y haciendo
abstracción de los materiales de que se compone y de la forma que la distingue, lleguemos
a obtener sólo un cuerpo en general; que, haciendo abstracción de los límites de ese cuerpo,
no tengamos como resultado más que un espacio; que haciendo, por ultimo, abstracción de
las dimensiones de este espacio, terminemos teniendo únicamente la cantidad pura, la
categoría lógica? A fuerza de abstraer así de todo sujeto todos los llamados accidentes,
animados o inanimados, hombres o cosas, tenemos motivo para decir que, en último grado
de abstracción, se llega a obtener como sustancia las categorías lógicas. Así, los
metafísicos, que, haciendo estas abstracciones, creen hacer análisis, y que, apartándose más
y más de los objetos, creen aproximarse a ellos y penetrar en su entraña, esos metafísicos
tienen, a su modo de ver, todas las razones para decir que las cosas de nuestro mundo son
bordados cuyo cañamazo esta formado por las categorías lógicas. Esto es lo que distingue
al filósofo del cristiano. El cristiano no conoce más que una sola encarnación del Logos, a
despecho de la lógica; el filósofo conoce un sinfín de encarnaciones. ¿Qué de extraño es,
después de esto, que todo lo existente, cuanto vive sobre la tierra y bajo el agua, pueda, a
fuerza de abstracción, ser reducido a una categoría lógica, y que, por tanto, todo el mundo
real pueda hundirse en el mundo de las abstracciones, en el mundo de las categorías
lógicas?

Todo lo que existe, todo lo que vive sobre la tierra y bajo el agua, no existe y no vive sino
en virtud de un movimiento cualquiera. Así, el movimiento de la historia crea las relaciones
sociales, el movimiento de la industria nos proporciona los productos industriales, etc.

Así como por medio de la abstracción transformamos toda cosa en categoría lógica, de
igual modo Basta hacer abstracción de todo rasgo distintivo de los diferentes movimientos
para llegar al movimiento en estado abstracto, al movimiento puramente formal, a la
fórmula puramente lógica del movimiento. Y si en las categorías lógicas se encuentra la
sustancia de todas las cosas, en la fórmula lógica del movimiento se cree haber encontrado
el método absoluto, que no sólo explica cada cosa, sino que implica además el movimiento
de las cosas.

De este método absoluto habla Hegel en los términos siguientes:

“El método es la fuerza absoluta, única, suprema, infinita, a la que ningún objeto puede
oponer resistencia; es la tendencia de la razón a encontrarse y reconocerse a sí misma en
cada cosa”. (Lógica, t. III.)

Si cada cosa se reduce a una categoría lógica, y cada movimiento, cada acto de producción
al método, de aquí se infiere naturalmente que cada conjunto de productos y de producción,
de objetos y de movimiento, se reduce a una metafísica aplicada. Lo que Hegel ha hecho
para la religión, el derecho, etc., el señor Proudhon pretende hacerlo para la economía
política.

¿Qué es, pues, este método absoluto? La abstracción del movimiento. ¿Qué es la
abstracción del movimiento? El movimiento en estado abstracto. ¿Qué es el movimiento en
estado abstracto? La fórmula puramente lógica del movimiento o el movimiento de la razón
pura. En que consiste el movimiento de la razón pura? En situarse en sí misma, oponerse a
sí misma y combinarse consigo misma, en formularse como tesis, antitesis y síntesis, o bien
en afirmarse, negarse y negar su negación.

¿Cómo hace la razón para afirmarse, para presentarse en forma de una categoría
determinada? Esto ya es cosa de la razón misma y de sus apologistas.

Pero una vez que la razón ha conseguido situarse en sí misma como tesis, este pensamiento,
opuesto a sí mismo, se desdobla en dos pensamientos contradictorios, el positivo y el
negativo, el sí y el no. La lucha de estos dos elementos antagónicos, comprendidos en la
antitesis, constituye el movimiento dialéctico. El sí se convierte en no, el no se convierte en
sí, el sí pasa a ser a la vez sí y no, el no es a la vez no y sí, los contrarios se equilibran, se
neutralizan, se paralizan recíprocamente. La fusión de estos dos pensamientos
contradictorios constituye un pensamiento nuevo, que es su síntesis. Este pensamiento
nuevo vuelve a desdoblarse en dos pensamientos contradictorios, que se funden a su vez en
una nueva síntesis. De este proceso de gestación nace un grupo de pensamientos. Este
grupo de pensamientos sigue el mismo movimiento dialéctico que una categoría simple y
tiene por antitesis un grupo contradictorio. De estos dos grupos de pensamientos nace un
nuevo grupo de pensamientos, que es su síntesis.

Así como del movimiento dialéctico de las categorías simples nace el grupo, Así también
del movimiento dialéctico de los grupos nace la serie, y del movimiento dialéctico de las
series nace todo el sistema.

Aplicad este método a las categorías de la economía política y tendréis la lógica y la


metafísica de la economía política, o, en otros términos, tendréis las categorías económicas
conocidas por todos y traducidas a un lenguaje poco conocido, por lo cual dan la impresión
de que acaban de nacer en una cabeza llena de razón pura: hasta tal punto estas categorías
parecen engendrarse unas a otras, encadenarse y entrelazarse las unas en las otras por la
acción exclusiva del movimiento dialéctico. Que el lector no se asuste de esta metafísica
con toda su armazón de categorías, de grupos, de series y de sistemas. El señor Proudhon,
pese a todo su celo por escalar la cima del sistema de las contradicciones, no ha podido
jamás pasar de los dos primeros escalones: de la tesis y de la antitesis simples, y además no
ha llegado a ellos más que dos veces, y, de estas dos veces, una ha caído boca arriba. Hasta
aquí no hemos expuesto sino la dialéctica de Hegel. Más adelante veremos cómo el señor
Proudhon ha logrado reducirla a las proporciones más mezquinas. Así, según Hegel, todo lo
que ha acaecido y todo lo que sigue acaeciendo corresponde exactamente a lo que acaece
en su propio pensamiento. Por tanto, la filosofía de la historia no es más que la historia de
la filosofía, de su propia filosofía. No existe ya la “historia según el orden cronológico”: lo
único que existe es la “sucesión de las ideas en el entendimiento”. Se imagina que
construye el mundo por mediación del movimiento del pensamiento, pero en realidad no
hace más que reconstruir sistemáticamente y disponer con arreglo a su método absoluto los
pensamientos que anidan en la cabeza de todos los hombres.

SEGUNDA OBSERVACIÓN

Las categorías económicas no son más que expresiones teóricas, abstracciones de las
relaciones sociales de producción. Como autentico filósofo, el señor Proudhon comprende
las cosas al revés, no ve en las relaciones reales más que la encarnación de esos principios,
de esas categorías que han estado dormitando, como nos dice también el señor Proudhon
filósofo, en el seno “de la razón impersonal de la humanidad”.

El señor Proudhon economista ha sabido ver muy bien que los hombres hacen el paño, el
lienzo, la seda, en el marco de relaciones de producción determinadas. Pero lo que no ha
sabido ver es que estas relaciones sociales determinadas son producidas por los hombres lo
mismo que el lienzo, el lino, etc. Las relaciones sociales están intimamente vinculadas a las
fuerzas productivas. Al adquirir nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian de modo
de producción, y al cambiar el modo de producción, la manera de ganarse la vida, cambian
todas sus relaciones sociales. El molino movido a brazo nos da la sociedad de los señores
feudales; el molino de vapor, la sociedad de los capitalistas industriales.

Los hombres, al establecer las relaciones sociales con arreglo al desarrollo de su producción
material, crean también los principios, las ideas y las categorías conforme a sus relaciones
sociales.

Por tanto, estas ideas, estas categorías, son tan poco eternas como las relaciones a las que
sirven de expresión. Son productos históricos y transitorios.

Existe un movimiento continuo de crecimiento de las fuerzas productivas, de destrucción


de las relaciones sociales, de formación de las ideas; lo único inmutable es la abstracción
del movimiento: mors immortalis.

TERCERA OBSERVACIÓN

En cada sociedad las relaciones de producción forman un todo. El señor Proudhon concibe
las relaciones económicas como otras tantas fases sociales, que se engendran una a otra, se
derivan una de otra, lo mismo que la antitesis de la tesis, y realizan en su sucesión lógica la
razón impersonal de la humanidad.

El único inconveniente de este método es que, al abordar el examen de una sola de esas
fases, el señor Proudhon no puede explicarla sin recurrir a todas las demás relaciones
sociales, relaciones que, sin embargo, no ha podido todavía engendrar por medio de su
movimiento dialéctico. Y cuando el señor Proudhon pasa después, con la ayuda de la razón
pura, a engendrar las otras fases, hace como si acabasen de nacer, olvidando que son tan
viejas como la primera.

Así, para llegar a la constitución del valor, que, a juicio suyo, es la base de todas las
evoluciones económicas, no podía prescindir de la división del trabajo, de la competencia,
etc. Sin embargo, estas relaciones todavía no existían en la serie, en el entendimiento del
señor Proudhon, en la sucesión lógica.

Construyendo con las categorías de la economía política el edificio de un sistema


ideológico, se dislocan los miembros del sistema social. Se transforman los diferentes
miembros de la sociedad en otras tantas sociedades, que se suceden una tras otra. En efecto,
¿cómo la fórmula lógica del movimiento, de la sucesión, del tiempo, podría explicarnos por
sí sola el organismo social, en el que todas las relaciones existen simultáneamente y se
sostienen las unas en las otras?
CUARTA OBSERVACIÓN

Veamos ahora que modificaciones hace sufrir el señor Proudhon a la dialéctica de Hegel
aplicándola a la economía política.

Para él, para el señor Proudhon, cada categoría económica tiene dos lados, uno bueno y otro
malo. Considera las categorías como el pequeño burgués considera a las grandes figuras
históricas: Napoleón es un gran hombre; ha hecho mucho bien, pero también ha hecho
mucho mal.

El lado bueno y el lado malo, la ventaja y el inconveniente, tomados en conjunto, forman


según Proudhon la contradicción inherente a cada categoría económica.

Problema a resolver: Conservar el lado bueno, eliminando el malo.

La esclavitud es una categoría económica como otra cualquiera. Por consiguiente, también
tiene sus dos lados. Dejemos el lado malo de la esclavitud y hablemos de su lado bueno: de
suyo se comprende que sólo se trata de la esclavitud directa, de la esclavitud de los negros
en el Surinam, en el Brasil, en los Estados meridionales de América del Norte.

Lo mismo que las máquinas, el crédito, etc., la esclavitud directa es la base de la industria
burguesa. Sin esclavitud no habría algodón; sin algodón no habría industria moderna. La
esclavitud ha dado su valor a las colonias, las colonias han creado el comercio universal, el
comercio universal es la condición necesaria de la gran industria. Por tanto, la esclavitud es
una categoría económica de la más alta importancia.

Sin esclavitud, América del Norte, el país de más rápido progreso, se transformaría en un
país patriarcal. Borrad Norteamérica del mapa del mundo y tendréis la anarquía, la
decadencia completa del comercio y de la civilización moderna. Suprimid la esclavitud y
habréis borrado Norteamérica del mapa de los pueblos[1].

Como la esclavitud es una categoría económica, siempre ha figurado entre las instituciones
de los pueblos. Los pueblos modernos no han hecho más que encubrir la esclavitud en sus
propios países y la han impuesto sin tapujos en el Nuevo Mundo.

¿Cómo se las arreglará el señor Proudhon para salvar la esclavitud? Planteará este
problema: Conservar el lado bueno de esta categoría económica y eliminar el malo.

Hegel no necesita plantear problemas. No tiene más que la dialéctica. El señor Proudhon no
tiene de la dialéctica de Hegel más que el lenguaje. A su juicio, el movimiento dialéctico es
la distinción dogmática de lo bueno y de lo malo.

Tomemos por un instante al propio señor Proudhon como categoría. Examinemos su lado
bueno y su lado malo, sus virtudes y sus defectos.
Si en comparación con Hegel tiene la virtud de plantear problemas, reservándose el derecho
de solucionarlos para el mayor bien de la humanidad, en cambio tiene el defecto de
adolecer de esterilidad cuando se trata de engendrar por la acción de la dialéctica una nueva
categoría. La coexistencia de dos lados contradictorios, su lucha y su fusión en una nueva
categoría constituyen el movimiento dialéctico. El que se plantea el problema de eliminar el
lado malo, con ello mismo pone fin de golpe al movimiento dialéctico. Ya no es la
categoría la que se sitúa en sí misma y se opone a sí misma en virtud de su naturaleza
contradictoria, sino que es el señor Proudhon el que se mueve, forcejea y se agita entre los
dos lados de la categoría.

Puesto así en un atolladero, del que es difícil salir por los medios legales, el señor Proudhon
hace un esfuerzo desesperado y de un salto se ve trasladado a una nueva categoría.
Entonces aparece ante sus ojos asombrados la serie en el entendimiento.

Toma la primera categoría que se le viene a mano y le atribuye arbitrariamente la propiedad


de suprimir los inconvenientes de la categoría que se trata de depurar. Así, los impuestos,
de creer al señor Proudhon, suprimen los inconvenientes del monopolio; el balance
comercial, los inconvenientes de los impuestos; la propiedad territorial, los inconvenientes
del crédito.

Tomando así sucesivamente las categorías económicas una por una y concibiendo una de
las categorías como antídoto de la otra, el señor Proudhon llega a componer, con esta
mezcla de contradicciones, dos volúmenes de contradicciones, que denomina con justa
razón Sistema de las contradicciones económicas.

QUINTA OBSERVACIÓN

“En la razón absoluta todas estas ideas... son igualmente simples y generales... De hecho no
llegamos a la ciencia sino levantando con nuestras ideas una especie de andamiaje. Pero la
verdad en sí no depende de estas figuras dialécticas y está libre de las combinaciones de
nuestro espíritu”. (Proudhon, t. II, pág. 97.)

Por tanto, de golpe, mediante un brusco viraje cuyo secreto conocemos ahora, ¡la metafísica
de la economía política se ha convertido en una ilusión! Jamás el señor Proudhon había
dicho nada más justo. Naturalmente, desde el momento en que el proceso del movimiento
dialéctico se reduce al simple procedimiento de oponer el bien al mal, de plantear
problemas cuya finalidad consiste en eliminar el mal y de emplear una categoría como
antídoto de otra, las categorías pierden su espontaneidad; la idea “deja de funcionar”; en
ella ya no hay vida. La idea ya no puede ni situarse en sí misma en forma de categorías ni
descomponerse en ellas. La sucesión de categorías se convierte en una especie de
andamiaje. La dialéctica no es ya el movimiento de la razón absoluta. De la dialéctica no
queda nada, y en su lugar vemos todo lo más la moral pura.

Al hablar el señor Proudhon de la serie en el entendimiento, de la sucesión lógica de las


categorías, declaraba positivamente que no quería exponer la historia en el orden
cronológico, es decir, según el señor Proudhon, la sucesión histórica en la que las
categorías se han manifestado. Todo ocurría entonces para él en el éter puro de la razón.
Todo debía desprenderse de este éter por medio de la dialéctica. Ahora que se trata de
poner en practica esta dialéctica, la razón le traiciona. La dialéctica del señor Proudhon
abjura de la dialéctica de Hegel, y el señor Proudhon se ve precisado a reconocer que el
orden en que expone las categorías económicas no es el orden en que se engendran unas a
otras. Las evoluciones económicas no son ya las evoluciones de la razón misma.

¿Qué es, pues, lo que nos presenta el señor Proudhon? ¿La historia real, es decir, según lo
entiende el señor Proudhon, la sucesión en la que las categorías se han manifestado
siguiendo el orden cronológico? No. ¿La historia, tal como se desarrolla en la idea misma?
Aún menos. Por tanto, ¡no nos presenta ni la historia profana de las categorías ni su historia
sagrada! ¿Qué historia nos ofrece, en fin de cuentas? La historia de sus propias
contradicciones. Veamos como se mueven estas contradicciones y cómo arrastran en su
marcha al señor Proudhon.

Antes de emprender este examen, que dará lugar a la sexta observación importante,
debemos hacer otra observación menos importante.

Supongamos con el señor Proudhon que la historia real, la historia según el orden
cronológico, es la sucesión histórica en la que se han manifestado las ideas, las categorías,
los principios.

Cada principio ha tenido su siglo para manifestarse: el principio de autoridad, por ejemplo,
corresponde al siglo XI; el principio del individualismo, al siglo XVIII. Yendo de
consecuencia en consecuencia, tendríamos que decir que el siglo pertenece al principio, y
no el principio al siglo. En otros términos, sería el principio el que ha creado la historia, y
no la historia la que ha creado el principio. Pero si, para salvar los principios y la historia,
se pregunta por qué tal principio se ha manifestado en el siglo XI o en el XVIII, y no en
otro cualquiera, se deberá por fuerza examinar minuciosamente cuáles eran los hombres del
siglo XI, cuales los del XVIII, cuales eran sus respectivas necesidades, sus fuerzas
productivas, su modo de producción, las materias primas empleadas en su producción, y
por último, las relaciones entre los hombres, derivadas de todas estas condiciones de
existencia. ¿Es que estudiar todas estas cuestiones no significa exponer la historia real, la
historia profana de los hombres de cada siglo, presentar a estos hombres a la vez como los
autores y los actores de su propio drama? Pero, desde el momento en que presentáis a los
hombres como los actores y los autores de su propia historia, llegáis, dando un rodeo, al
verdadero punto de arranque, porque abandonáis los principios eternos de los que habíais
partido al comienzo.

En cuanto al señor Proudhon, ni siquiera con esos rodeos que da el ideólogo ha avanzado lo
suficiente para salir al anchuroso camino de la historia.

SEXTA OBSERVACIÓN
Sigamos con el señor Proudhon esos rodeos.

Admitamos que las relaciones económicas, concebidas como leyes inmutables, como
principios eternos, como categorías ideales, hayan precedido a la vida activa y dinámica de
los hombres; admitamos, además, que estas leyes, estos principios, estas categorías hayan
estado dormitando, desde los tiempos más remotos, “en la razón impersonal de la
humanidad”. Ya hemos visto que todas estas eternidades inmutables e inmóviles no dejan
margen para la historia; todo lo más que queda es la historia en la idea, es decir, la historia
que se refleja en el movimiento dialéctico de la razón pura. Diciendo que en el movimiento
dialéctico las ideas ya no se “diferencian”, el señor Proudhon anula toda sombra de
movimiento y todo movimiento de las sombras con las que habría podido al menos crear un
simulacro de historia. En lugar de esto atribuye a la historia su propia impotencia y tiene
quejas para todo, hasta para la lengua francesa.

“No es exacto afirmar —dice el señor Proudhon filósofo— que una cosa adviene, que una
cosa se produce: en la civilización, igual que en el universo, todo existe, todo actúa desde el
comienzo de los siglos. Lo mismo acontece con toda la economía social” (t. II, pág. 102).

La fuerza activa de las contradicciones que funcionan en el sistema del señor Proudhon y
que hacen funcionar al señor Proudhon es tan grande, que, queriendo explicar la historia, se
ve obligado a negarla; queriendo explicar la aparición consecutiva de las relaciones
sociales, niega que una cosa cualquiera pueda advenir; queriendo explicar la producción y
todas sus fases, niega que una cosa cualquiera pueda producirse.

Por tanto, para el señor Proudhon no hay ni historia ni sucesión de ideas, y sin embargo
continua existiendo su libro; y ese libro es precisamente, de acuerdo con su propia
expresión, la “historia según, la sucesión de las ideas”. ¿Cómo encontrar una fórmula —
pues el señor Proudhon es el hombre de las fórmulas— con la que poder saltar de un brinco
por encima de todas estas contradicciones?

Para esto ha inventado una razón nueva, que no es ni la razón absoluta, pura y virgen, ni la
razón común de los hombres activos y dinámicos en las diferentes épocas históricas, sino
una razón de un genero completamente particular, la razón de la sociedad-persona, del
sujeto-humanidad, razón que la pluma del señor Proudhon presenta también a veces como
“genio social”, como “razón universal” o, por último, como “razón humana”. Sin embargo,
a esta razón, rebozada con tantos nombres, se la reconoce a cada instante como la razón
individual del señor Proudhon con su lado bueno y su lado malo, sus antídotos y sus
problemas.

“La razón humana no crea la verdad”, oculta en las profundidades de la razón absoluta,
eterna. Sólo puede descubrirla. Pero las verdades que ha descubierto hasta el presente son
incompletas, insuficientes y, por lo mismo, contradictorias. En consecuencia, las categorías
económicas, siendo a su vez verdades descubiertas y reveladas por la razón humana, por el
genio social, son también incompletas y contienen el germen de la contradicción. Antes del
señor Proudhon, el genio social había vista tan sólo los elementos antagónicos, y no la
fórmula sintética, aunque tanto los elementos como la fórmula estuviesen ocultos
simultáneamente en la razón absoluta. Por eso, las relaciones económicas, no siendo sino la
realización terrenal de estas verdades insuficientes, de estas categorías incompletas, de
estas nociones contradictorias, contienen en sí mismas la contradicción y presentan los dos
lados, uno bueno y otro mato.

Encontrar la verdad completa, la noción en toda su plenitud, la fórmula sintética que


destruye la antinomia: he aquí el problema que debe resolver el genio social. Y he aquí
también por que, en la imaginación del señor Proudhon, ese mismo genio social ha tenido
que pasar de una categoría a otra, sin haber conseguido aún, pese a toda la batería de sus
categorías, arrancar a Dios, a la razón absoluta, una fórmula sintética.

“La sociedad (el genio social) comienza por suponer un primer hecho, por sentar una
hipótesis..., verdadera antinomia cuyos resultados antagónicos se desarrollan en la
economía social en el mismo orden en que habrían podido ser deducidos en la mente como
consecuencias; de suerte que el movimiento industrial, siguiendo en todo la deducción de
las ideas, se divide en dos corrientes: la una de efectos útiles y la otra de resultados
nefastos... Para constituir armónicamente este principio doble y resolver esta antinomia, la
sociedad hace surgir una segunda antinomia, a la que no tardará en seguir una tercera, y tal
será la marcha del genio social hasta que, agotadas todas sus contradicciones —yo
supongo, aunque ello no esta demostrado, que las contradicciones en la humanidad tienen
un término—, retorne de un salto a todas sus posiciones anteriores y resuelva en una sola
fórmula todos sus problemas” (t. I, pág. 133).

Así como antes la antitesis se transformó en antídoto, ahora la tesis pasa a ser hipótesis.
Pero este cambio de términos del señor Proudhon no puede ya causarnos sorpresa. La razón
humana, que no tiene nada de pura, por no poseer más que opiniones incompletas, tropieza
a cada paso con nuevos problemas a resolver. Cada nueva tesis descubierta por ella en la
razón absoluta y que representa la negación de la primera tesis, se convierte para ella en
una síntesis, que acepta con bastante ingenuidad como la solución del problema en
cuestión. Así es como esta razón se agita en contradicciones siempre nuevas, hasta que, al
llegar punto final de las contradicciones, advierte que todas sus tesis y síntesis no son otra
cosa, que hipótesis contradictorias. En su perplejidad, “la razón humana, el genio social,
retorna de un salto a todas sus posiciones anteriores y resuelve en una sola fórmula todos
sus problemas”. Digamos de paso que esta fórmula única constituye el verdadero
descubrimiento del señor Proudhon. Es el valor constituido.

Las hipótesis no se sientan sino con un fin determinado. El fin que se propone en primer
Lugar el genio social que habla por boca del señor Proudhon, es eliminar lo que haya de
malo en cada categoría económica, para que no quede más que lo bueno. El bien, el bien
supremo, el verdadero fin practico, es para él la igualdad por que el genio social prefiere la
igualdad a la desigualdad, a la fraternidad, al catolicismo o a cualquier otro principio?
Porque “la humanidad ha realizado sucesivamente tantas hipótesis particulares teniendo en
cuenta una hipótesis superior”, que es cabalmente la igualdad. En otras palabras: porque la
igualdad es el ideal del señor Proudhon. Él se imagina que la división del trabajo, el crédito,
la fabrica, en suma, todas las relaciones económicas han sido inventadas únicamente en
beneficio de la igualdad, y sin embargo han terminado siempre por volverse contra ella. Del
hecho de que la historia y la ficción del señor Proudhon se contradigan a cada paso, el
deduce que en esto hay una contradicción. Si hay contradicción, sóla existe centre su idea
fija y el movimiento real.

En adelante el lado bueno de cada relación económica es el que afirma la igualdad, y el


lado malo, el que la niega y afirma la desigualdad. Toda nueva categoría es una hipótesis
del genio social para eliminar la desigualdad engendrada por la hipótesis precedente. En
resumen, la igualdad es la intención primitiva, la tendencia mística, el fin providencial que
el genio social no pierde nunca de vista, girando en el círculo de las contradicciones
económicas. Por eso, la Providencia es la locomotora que hace marchar todo el bagaje
económico del señor Proudhon mucho mejor que su razón pura y etérea. Nuestro autor ha
consagrado a la Providencia todo un capitulo, que sigue al de los impuestos.

Providencia, fin providencial: he aquí la palabra altisonante que hoy se emplea para
explicar la marcha de la historia. En realidad, esta palabra no explica nada. Es todo lo más
una forma retórica, una manera como otra cualquiera de parafrasear los hechos.

Sabido es que en Escocia aumentó el valor de la propiedad de la tierra gracias al desarrollo


de la industria inglesa. Esta industria abrió a la lana nuevos mercados de venta. Para
producir la lana en vasta escala, era preciso transformar los campos de labor en pastizales.
Para efectuar esta transformación, era preciso concentrar la propiedad. Para concentrar la
propiedad, era precise acabar con las pequeñas haciendas de los arrendatarios, expulsar a
miles de ellos de su país natal y colocar en su lugar a unos cuantos pastores encargados de
cuidar millones de ovejas. Así, pues, la propiedad territorial condujo en Escocia, mediante
transformaciones sucesivas, a que los hombres se viesen desplazados por las ovejas. Decid
ahora que el fin providencial de la institución de la propiedad territorial en Escocia era
hacer que los hombres fuesen desplazados por las ovejas, y tendréis la historia providencial.

Naturalmente, la tendencia a la igualdad es propia de nuestro siglo. Pero afirmar que todos
los siglos anteriores —con sus necesidades, medios de producción, etc., completamente
distintos— se esforzaron providencialmente por realizar la igualdad, es, ante todo,
confundir los medios y los hombres de nuestro siglo con los hombres y los medios de siglos
anteriores y desconocer el movimiento histórico por el que las generaciones sucesivas han
ido transformando los resultados adquiridos por las generaciones precedentes. Los
economistas saben muy bien que la misma cosa que para uno era un producto elaborado, no
era para otro más que la materia prima destinada a una nueva producción.

Suponed, como lo hace el señor Proudhon, que el genio social produjo o, mejor dicho,
improvisó a los señores feudales con el fin providencial de transformar a los colonos en
trabajadores responsables e iguales entre sí, y habréis hecho una sustitución de fines y de
personas, muy digna de esa Providencia que en Escocia instituía la propiedad territorial
para permitirse el maligno placer de ver a los hombres desplazados por las ovejas.

Pero puesto que el señor Proudhon demuestra un interés tan tierno por la Providencia, le
remitimos a la Historia de la Economía política del señor De Villeneuve-Bargemont, que
también persigue un fin providencial. Este fin no es ya la igualdad, sino el catolicismo.
SÉPTIMA Y ÚLTIMA OBSERVACIÓN

Los economistas razonan de singular manera. Para ellos no hay más que dos clases de
instituciones: las unas, artificiales, y las otras, naturales. Las instituciones del feudalismo
son artificiales, y las de la burguesía son naturales. En esto los economistas se parecen a los
teólogos, que a su vez establecen dos clases de religiones. Toda religión extraña es pura
invención humana, mientras que su propia religión es una emanación de Dios. Al decir que
las actuales relaciones —las de la producción burguesa— son naturales, los economistas
dan a entender que se trata precisamente de unas relaciones bajo las cuales se crea la
riqueza y se desarrollan las fuerzas productivas de acuerdo con las leyes de la naturaleza.
Por consiguiente, estas relaciones son en si leyes naturales, independientes de la influencia
del tiempo. Son leyes eternas que deben regir siempre la sociedad. De modo que hasta
ahora ha habido historia, pero ahora ya no la hay. Ha habido historia porque ha habido
instituciones feudales y porque en estas instituciones feudales nos encontramos con unas
relaciones de producción completamente diferentes de las relaciones de producción de la
sociedad burguesa, que los economistas quieren hacer pasar por naturales y, por tanto,
eternas.

El feudalismo también tenía su proletariado: los siervos, estamento que encerraba todos los
gérmenes de la burguesía. La producción feudal también tenia dos elementos antagónicos,
que se designan igualmente con el nombre de lado bueno y lado malo del feudalismo, sin
tener en cuenta que, en definitiva, el lado malo prevalece siempre sobre el lado bueno. Es
cabalmente el lado malo el que, dando origen a la lucha, produce el movimiento que crea la
historia. Si, en la época de la dominación del feudalismo, los economistas, entusiasmados
por las virtudes caballerescas, por la buena armonía entre los derechos y los deberes, por la
vida patriarcal de las ciudades, por el estado de prosperidad de la industria doméstica en el
campo, por el desarrollo de la industria organizada en corporaciones, cofradías y gremios,
en una palabra, por todo lo que constituye el lado bueno del feudalismo, se hubiesen
propuesto la tarea de eliminar todo lo que ensombrecía este cuadro —la servidumbre, los
privilegios y la anarquía—, ¿cuál habría sido el resultado? Se habrían destruido todos los
elementos que desencadenan la lucha y matado en germen el desarrollo de la burguesía.
Los economistas se habrían propuesto la empresa absurda de borrar la historia.

Cuando la burguesía se impuso, la cuestión ya no residía en el lado bueno ni en el lado


malo del feudalismo. La burguesía entró en posesión de las fuerzas productivas que habían
sido desarrolladas por ella bajo el feudalismo. Fueron destruidas todas las viejas formas
económicas, las relaciones civiles con ellas congruentes y el régimen político que era la
expresión oficial de la antigua sociedad civil.

Así, pues, para formarse un juicio exacto de la producción feudal, es menester enfocarla
como un modo de producción basado en el antagonismo. Es menester investigar como se
producía la riqueza en el seno de este antagonismo, como se iban desarrollando las fuerzas
productivas al mismo tiempo que el antagonismo de clases, como una de estas clases, el
lado malo y negativo de la sociedad, fue creciendo incesantemente hasta que llegaron a su
madurez las condiciones materiales para la emancipación. ¿Acaso no significa esto que el
modo de producción, las relaciones en las que las fuerzas productivas se desarrollan, no son
en modo alguno leyes eternas, sino que corresponden a un nivel determinado de desarrollo
de los hombres y de sus fuerzas productivas, y que todo cambio operado en las fuerzas
productivas de los hombres lleva necesariamente consigo un cambio en sus relaciones de
producción? Como lo que importa ante todo es no verse privado de los frutos de la
civilización, de las fuerzas productivas adquiridas, hace falta romper las formas
tradicionales en las que dichas fuerzas se han producido. Desde ese instante, la clase antes
revolucionaria se hace conservadora.

La burguesía comienza su desarrollo histórico con un proletariado que es, a su vez, un resto
del proletariado[2] de las tiempos feudales. En el curso de su desenvolvimiento histórico, la
burguesía desarrolla necesariamente su carácter antagónico, que al principio se encuentra
más o menos encubierto, que no existe sino en estado latente. A medida que se desarrolla la
burguesía, va desarrollándose en su seno un nuevo proletariado, un proletariado moderno se
desarrolla una lucha entre la clase proletaria y la clase burguesa, lucha que, antes de que
ambas partes la sientan, la perciban, la aprecien, la comprendan, la reconozcan y la
proclamen en alto, no se manifiesta en los primeros momentos sino en conflictos parciales
y fugaces, en hechos sueltos de carácter subversivo. Por otra parte, si todos los miembros
de la burguesía moderna tienen un mismo interés por cuanto forman una sola clase frente a
otra clase, tienen intereses opuestos y antagónicos por cuanto se contraponen los unos a los
otros. Esta oposición de intereses dimana de las condiciones económicas de su vida
burguesa. Por tanto, cada día es más evidente que las relaciones de producción en que la
burguesía se desenvuelve no tienen un carácter uniforme y simple, sino un doble carácter;
que dentro de las mismas relaciones en que se produce la riqueza, se produce también la
miseria; que dentro de las mismas relaciones en que se opera el desarrollo de las fuerzas
productivas, existe asimismo una fuerza que da origen a la opresión; que estas relaciones no
crean la riqueza burguesa, es decir, la riqueza de la clase burguesa, sino destruyendo
continuamente la riqueza de los miembros integrantes de esta clase y formando un
proletariado que crece sin cesar.

Cuanto más se pone de manifiesto este carácter antagónico tanto más entran en desacuerdo
con su propia teoría los economistas, los representantes científicos de la producción
burguesa, y se forman diferentes escuelas.

Existen los economistas fatalistas, que en su teoría son tan indiferentes a lo que ellos
denominan inconvenientes de la producción burguesa como los burgueses mismos lo son
en la práctica ante los sufrimientos de los proletarios que les ayudan adquirir riquezas. Esta
escuela fatalista tiene sus clásicos y sus románticos. Los clásicos, como Adam Smith y
Ricardo, son representantes de una burguesía que, luchando todavía contra los restos de la
sociedad feudal, sólo pretende depurar de manchas feudales las relaciones económicas,
aumentar las fuerzas productivas y dar un nuevo impulso a la industria y al comercio. A su
juicio, los sufrimientos del proletariado que participa en esa lucha, absorbido por esa
actividad febril, sólo son pasajeros, accidentales, y el proletariado mismo los considera
come tales. Los economistas como Adam Smith y Ricardo, que son los historiadores de
esta época, no tienen otra misión que mostrar cómo se adquiere la riqueza en el marco de
las relaciones de la producción burguesa, formular estas relaciones en categorías y leyes y
demostrar que estas leyes y categorías son, para la producción de riquezas, superiores a las
leyes y a las categorías de la sociedad feudal. A sus ojos la miseria no es más que el dolor
que acompaña a todo alumbramiento, mismo en la naturaleza que en la industria.
Los románticos pertenecen a nuestra época, en la que la burguesía está en oposición directa
con el proletariado, en la que la miseria se engendra en tan gran abundancia como la
riqueza. Los economistas adoptan entonces la pose de fatalistas saciados que, desde lo alto
de su posición, lanzan una mirada soberbia de desprecio sobre los hombres-máquinas que
crean la riqueza. Copian todos los razonamientos de sus predecesores, pero la indiferencia,
que en estos últimos era ingenuidad, en ellos es coquetería.

Luego sigue la escuela humanitaria, que toma a pecho el lado malo de las relaciones de
producción actuales. Para tranquilidad de conciencia se esfuerza en paliar todo lo posible
los contrastes reales; deplora sinceramente las penalidades del proletariado y la
desenfrenada competencia entre los burgueses; aconseja a los obreros que sean sobrios,
trabajen bien y tengan pocos hijos; recomienda a los burgueses que moderen su ardor en la
esfera de la producción. Toda la teoría de esta escuela se basa en distinciones interminables
entre la teoría y la práctica, entre los principios y sus resultados, entre la idea y su
aplicación, entre el contenido y la forma, entre la esencia y la realidad, entre el derecho y el
hecho, entre el lado bueno y el malo.

La escuela filantrópica es la escuela humanitaria perfeccionada. Niega la necesidad del


antagonismo; quiere convertir a todos los hombres en burgueses; quiere realizar la teoría en
tanto que se distinga de la práctica y no contenga antagonismo. Dicho se está que en la
teoría es fácil hacer abstracción de las contradicciones que se encuentran a cada paso en la
realidad. Esta teoría equivaldrá entonces a la realidad idealizada. Por consiguiente, los
filántropos quieren conservar las categorías que expresan las relaciones burguesas, pero sin
el antagonismo que constituye la esencia de estas categorías y que es inseparable de ellas.
Los filántropos creen que combaten en serio la práctica burguesa, pero son más burgueses
que nadie.

Así como los economistas son los representantes científicos de la clase burguesa, los
socialistas y los comunistas son los teóricos de la clase proletaria. Mientras el proletariado
no está aún lo suficientemente desarrollado para constituirse como clase; mientras, por
consiguiente, la lucha misma del proletariado contra la burguesía no reviste todavía carácter
político, y mientras las fuerzas productivas no se han .desarrollado en el seno de la propia
burguesía hasta el grado de dejar entrever las condiciones materiales necesarias para la
emancipación del proletariado y para la edificación de una sociedad nueva, estos teóricos
son sólo utopistas que, para mitigar las penurias de las clases oprimidas, improvisan
sistemas y andan entregados a la búsqueda de una ciencia regeneradora. Pero a medida que
la historia avanza, y con ella empieza a destacarse, con trazos cada vez más claros, la lucha
del proletariado, aquellos no tienen ya necesidad de buscar la ciencia en sus cabezas: les
basta con darse cuenta de lo que se desarrolla ante sus ojos y convertirse en portavoces de
esa realidad. Mientras se limitan a buscar la ciencia y a construir sistemas, mientras se
encuentran en los umbrales de la lucha, no ven en la miseria más que la miseria, sin advertir
su aspecto revolucionario, destructor, que terminara por derrocar a la vieja sociedad. Una
vez advertido este aspecto, la ciencia, producto del movimiento histórico, en el que
participa ya con pleno conocimiento de causa, deja de ser doctrinaria para convertirse en
revolucionaria.

Volvamos al señor Proudhon.


Toda relación económica tiene su lado bueno y su lado malo: este es el único punto en que
el señor Proudhon no se desmiente. En su opinión, el lado bueno lo exponen los
economistas, y lado malo lo denuncian los socialistas. De los economistas toma la
necesidad de unas relaciones eternas, y de los socialistas esa ilusión que no les permite ver
en la miseria nada más que la miseria. Proudhon esta de acuerdo con unos y otros, tratando
de apoyarse en la autoridad de la ciencia. En él la ciencia se reduce a las magras
proporciones de una fórmula científica; es un hombre a la caza de fórmulas. De este modo,
el señor Proudhon se jacta de ofrecernos a la vez una crítica de la economía política y del
comunismo, cuando en realidad se queda muy por debajo de una y de otro. De los
economistas, porque considerándose, como filósofo, en posesión de una fórmula mágica, se
cree relevado de la obligación de entrar en detalles puramente económicos; de los
socialistas, porque carece de la perspicacia y del valor necesarios para alzarse, aunque sólo
sea en el terreno de la especulación, sobre los horizontes de la burguesía.

Pretende ser la síntesis y no es más que un error compuesto.

Pretende flotar sobre burgueses y proletarios como hombre de ciencia, y no es más que un
pequeño burgués, que oscila constantemente entre el capital y el trabajo, entre la economía
política y el comunismo

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