Vous êtes sur la page 1sur 22

La bioética en el cuidado de la Madre Tierra

OBJETIVOS DE LA UNIDAD TEMÁTICA


 Estudiar la postura de los jóvenes respecto al cambio climático.
 Rememorar la postura indígena sobre la relación con la naturaleza y el
avasallamiento del hombre blanco.
 Abordar la postura cristiana sobre los problemas generados por el hombre
sobre el medio ambiente.

Introducción

La cuestión medio ambiental en el plano de la ética no es únicamente una


variable económica. Es decir, suponer que nuestra relación con la naturaleza es
una cuestión reducida a la transformación de materias primas comporta una
disminución demasiado simplona de un asunto que es mucho más complejo y
deriva en la enajenación de nuestra propia subsistencia. Literalmente nos
estamos devorando a nosotros mismos con el único propósito de acumular más
riqueza.

Podríamos pensar que la crisis medio ambiental es una consecuencia atada a la


irresponsabilidad de los dueños del capital, sin embargo, nos enfrentamos a la
proporcional ambición económica de los humanos. Ser pobre o rico no es una
variable que defina a los sujetos como más o menos responsables o éticos
respecto al problema ambiental. Si bien el modelo económico ha auspiciado una
explotación irracional del sistema, este comportamiento no se limita apenas a
quienes producen bienes de consumo, también atañe a los consumidores,
quienes mientras menos educación tengan, menos capaces son de entender el
daño que le provoca cada uno individualmente al medio ambiente.

La gran mayoría de los científicos está de acuerdo que en menos de 30 años


llegaremos a un estado de las circunstancias que será irreparable. En otras

1
palabras, la vida será inviable dado que el clima se ocupará de nuestra propia
destrucción. El planeta es la suma de pequeños equilibrios que han hecho
posible la vida tal y como la conocemos. Nosotros mismos somos el resultado
de esos accidentes evolutivos que nos han convertido en seres racionales, pero
a la vez hemos terminado siendo los forjadores de nuestra propia extinción, a
raíz de nuestra incapacidad de entender el frágil equilibrio que sostiene la vida.
Hemos cambiado nuestra esperanza de futuro por papel moneda y de este modo
nos hemos entregado a la cancelación del mañana.

Los líderes políticos son incapaces de entender la dimensión de su


responsabilidad y apenas se esfuerzan por conservar el poder. Es así como han
ido surgiendo voces periféricas que pronuncian una denuncia sentida contra el
actual orden de las cosas. Una de esas voces es la de Greta Thunberg, una
joven europea que representa a toda una generación atormentada con el fin del
futuro. Su voz ha llegado a las palestras más importantes y se ha posicionado
como una denuncia contundente a la clase política y al modelo económico
imperante. A continuación, leeremos uno de sus discursos, el cual demuestra no
sólo lamento sino nos urge a despertar y ser concientes de lo que estamos
haciendo.

La postura de los jóvenes

“Me llamo Greta Thunberg, tengo 16 años, soy sueca y he venido a hablaros en
nombre de las generaciones futuras.

Sé que muchos de vosotros no queréis escucharnos. Decís que sólo somos


niños. Pero nosotros sólo repetimos el mensaje de la ciencia sobre el clima.

Muchos de vosotros parecéis estar preocupados por ver cómo perdemos un


tiempo de clase muy valioso, pero os aseguro que volveremos al instituto en
cuanto empecéis a escuchar a la ciencia y nos deis un futuro ¿Os parece mucho
pedir?

En el año 2030 yo tendré 26 años. Mi hermana pequeña, Beata, tendrá 23. Igual
que muchos de vuestros hijos o nietos. Nos han dicho que es una edad genial

2
en la que tienes toda la vida por delante. Pero no estoy segura de que vaya a
ser tan genial para nosotras.

He tenido la suerte de nacer en una época y en un lugar donde todos nos dicen
que soñemos en grande, que podría convertirme en lo que quisiera, que podría
vivir en cualquier sitio que quisiera. La gente como yo lo ha tenido todo y más.
Cosas con las que nuestros abuelos ni siquiera se atrevían a soñar. Hemos
tenido todo lo que podíamos desear y, sin embargo, ahora podríamos acabar sin
nada. Probablemente ya ni siquiera tenemos futuro.

Porque nuestro futuro se ha vendido para que un puñado de personas puedan


ganar cantidades inimaginables de dinero. Nos han robado el futuro a la vez que
nos decían que no había límite y que sólo se vive una vez.

Nos habéis mentido. Nos habéis dado falsas esperanzas. Nos habéis dicho que
el futuro era algo que anhelar. Y lo más triste es que la mayoría de los niños ni
siquiera sabe el destino que nos espera. No lo comprenderemos hasta que sea
demasiado tarde. Y, sin embargo, somos los más afortunados. Los que se verán
más afectados ya están sufriendo las consecuencias. Pero sus voces no son
escuchadas.

¿Está encendido el micrófono? ¿Podéis oírme?

Alrededor del año 2030, dentro de 10 años, 252 días y 10 horas, habremos
desatado una reacción en cadena irreversible que escapará todo control humano
y que seguramente pondrá fin a nuestra civilización tal como la conocemos. Eso
es lo que sucederá a menos que en el tiempo que nos queda se tomen medidas
sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad, incluida una reducción de
al menos el 50% en las emisiones de dióxido de carbono.

Y tened en cuenta que estos cálculos dependen de inventos que todavía no se


han inventado a esa escala, inventos que se supone que limpiarán la atmósfera
de cantidades astronómicas de dióxido de carbono.

Además, estos cálculos no incluyen puntos de inflexión imprevistos y bucles de


retroalimentación como el poderoso gas metano que se está escapando
rápidamente con el deshielo de la capa de hielo ártico.

3
Y estos cálculos científicos tampoco contemplan el calentamiento atrapado en la
contaminación tóxica del aire. Ni el aspecto de equidad o justicia climática que
se estableció claramente en el Acuerdo de París y que es absolutamente
necesario para que los cambios funcionen a escala global.

También debemos tener en cuenta que estos son sólo cálculos. Estimaciones.
Eso significa que los "puntos de no retorno" pueden ocurrir un poco antes o un
poco después de 2030. Nadie puede saberlo con exactitud. Sin embargo, sí
podemos estar seguros de que ocurrirán en esos períodos de tiempo, porque
estos cálculos no son opiniones ni suposiciones hechas a lo loco.

Estas proyecciones están respaldadas por datos científicos, conclusiones a las


que han llegado todos los países a través del Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático o IPCC. Casi todos los más importantes
paneles científicos nacionales en todo el mundo apoyan sin condiciones el
trabajo y las conclusiones del IPCC.

¿Me habéis oído? ¿Entendéis mi inglés? ¿Está encendido el micrófono? Porque


estoy empezando a dudar.

En los últimos seis meses he viajado por toda Europa. He pasado cientos de
horas en trenes, coches eléctricos y autobuses para repetir una y otra vez estas
palabras que pueden cambiarnos la vida. Pero nadie habla de eso y nada parece
haber cambiado. De hecho, las emisiones siguen aumentando.

Cuando viajo para dar discursos en diferentes países, siempre me ofrecen ayuda
para escribir sobre políticas climáticas específicas en países específicos. Pero
eso no es necesario. Porque el problema esencial es el mismo en todos lados.
Y el problema esencial es que no se está haciendo nada para poner freno, o
siquiera reducir, el colapso climático y ecológico, a pesar de todas las palabras
bonitas y las promesas.

Sin embargo, el Reino Unido es un caso especial. No sólo por la extraordinaria


deuda histórica de carbono, sino también por su recuento actual –y por cierto
muy creativo– de sus emisiones de carbono.

4
Desde 1990 el Reino Unido ha logrado una reducción del 37% de sus emisiones
territoriales de dióxido de carbono, según el Proyecto Global del Carbono. Y eso
suena sorprendente. Pero estas cifras no incluyen las emisiones de la aviación,
los barcos y aquellas asociadas con importaciones y exportaciones. Si se
incluyeran estas emisiones, la reducción desde 1990 sería de alrededor del 10%,
o un promedio de 0,4% al año, según el Centro Tyndall Manchester.

Y la causa principal de esta reducción no son las políticas climáticas, sino una
directiva de la Unión Europea de 2001 sobre la calidad del aire que básicamente
obligó al Reino Unido a cerrar viejas plantas de carbón que eran
extremadamente contaminantes y reemplazarlas por estaciones energéticas de
gas que son menos sucias. Y por supuesto, al pasar de una fuente de energía
desastrosa a una menos desastrosa, las emisiones se reducen.

Pero quizá la idea más equivocada sobre la crisis climática es que tenemos que
"reducir" las emisiones. Porque eso está lejos de ser suficiente. Si queremos que
el calentamiento baje a menos de 1,5 o 2 grados, tenemos que poner freno a las
emisiones. Por supuesto que es necesario "reducir" las emisiones, pero eso es
sólo el comienzo de un proceso rápido que debe llevar al fin de las emisiones en
un par de décadas o menos. Y cuando digo "fin" quiero decir cero y luego pasar
rápidamente a cifras negativas. Eso descarta automáticamente la mayoría de las
políticas actuales.

El hecho de que estemos hablando de "reducir" en lugar de "poner fin" a las


emisiones es quizá la mayor prueba de que las cosas siguen igual que siempre.
Por ejemplo, actualmente el Reino Unido está apoyando activamente la nueva
explotación de combustibles fósiles con la industria del fracking de gas shale, la
expansión de sus campos de petróleo y gas en el Mar del Norte, la expansión de
los aeropuertos y el plan de permitir una nueva mina de carbón. Es más que
absurdo.

Sin duda, este comportamiento irresponsable será recordado en el futuro como


uno de los grandes fracasos de la humanidad.

La gente siempre nos dice a mí y a los millones de jóvenes que nos


manifestamos que deberíamos estar orgullosos de lo que hemos logrado. Pero

5
lo único que tenemos que hacer es mirar la curva de emisiones. Y, lo siento, pero
sigue siendo ascendente. Esa curva es lo único que deberíamos mirar.

Cada vez que tomamos una decisión, debemos preguntarnos: ¿Cómo afectará
esta decisión a la curva? No deberíamos seguir midiendo nuestra riqueza y
nuestro éxito según el gráfico que muestra el crecimiento económico, sino según
la curva que muestra las emisiones de gases de efecto invernadero. Ya no
deberíamos sólo preguntarnos: "¿Tenemos suficiente dinero para poder
hacerlo?", sino también: "¿Podemos lograrlo cumpliendo ampliamente con los
objetivos de las emisiones de carbono?" Ese debería el foco de nuestra nueva
forma de autoevaluación.

Muchas personas dicen que no tenemos ninguna solución para la crisis climática.
Y llevan razón. ¿Cómo íbamos a tener una solución? ¿Cómo se "soluciona" la
mayor crisis a la que se ha enfrentado la humanidad? ¿Cómo se "soluciona" una
guerra? ¿Cómo se "soluciona" llegar por primera vez a la luna? ¿Cómo se
"soluciona" inventar cosas nuevas?

La crisis climática es a la vez el conflicto más fácil y el más difícil al que nos
hemos enfrentado. El más fácil porque sabemos lo que tenemos que hacer.
Tenemos que poner fin a las emisiones de gases de efecto invernadero. Y el más
difícil porque nuestra economía actual depende casi totalmente de los
combustibles fósiles y de la destrucción de los ecosistemas para poder generar
un crecimiento económico perpetuo.

"¿Y exactamente cómo resolveremos esto?" nos preguntáis a nosotros, los


jóvenes que nos manifestamos contra el cambio climático. Y nosotros
respondemos: "Nadie lo sabe con certeza. Pero debemos dejar de quemar
combustibles fósiles y recuperar la naturaleza y muchas otras cosas que aún no
sabemos bien cómo hacer".

Entonces nos decís: "¡Esa no es una respuesta!". Y nosotros os decimos:


"Tenemos que comenzar a tratar la crisis como una crisis y comenzar a actuar
incluso si no sabemos cuál es la solución". "Sigue sin ser una respuesta", decís
vosotros. Entonces comenzamos a hablar de economía circular y de volver a una

6
naturaleza salvaje y de la necesidad de una transición justa. Y vosotros no
entendéis de qué estamos hablando.

Nosotros decimos que esas soluciones que necesitamos no las conoce todo el
mundo y que entonces debemos unirnos en respaldo de la ciencia y encontrar
juntos esas soluciones por el camino. Pero vosotros no nos escucháis. Porque
esas son respuestas para resolver una crisis que la mayoría de vosotros no
comprende bien. O no queréis comprender.

Vosotros no escucháis lo que dice la ciencia porque solo os interesan soluciones


que os permitan seguir como antes. Como ahora. Y esas respuestas ya no
existen. Porque no habéis actuado a tiempo.

Evitar un colapso climático requerirá un pensamiento catedral. Debemos poner


los cimientos, aunque todavía no sepamos cómo construir el techo.

Y estoy segura de que en cuanto comencemos a actuar como si estuviéramos


en una emergencia, podremos evitar el colapso climático y ecológico. Los
humanos somos muy flexibles: todavía estamos a tiempo de solucionar esto.
Pero la oportunidad de hacerlo no durará mucho tiempo. Debemos comenzar
hoy mismo. Ya no quedan excusas.

Los jóvenes no estamos sacrificando nuestra educación ni nuestra infancia para


que vosotros nos digáis lo que consideráis que es políticamente posible en la
sociedad que habéis creado. No hemos salido a las calles para que os hagáis
selfies con nosotros y nos digáis cuánto admiráis lo que estamos haciendo.

Los jóvenes estamos haciendo esto para que vosotros los adultos despertéis.
Los jóvenes estamos haciendo esto para que pongáis vuestras diferencias a un
lado y comencéis a actuar como lo haríais en una crisis. Los jóvenes estamos
haciendo esto porque queremos recuperar nuestras esperanzas y nuestros
sueños.

Espero que mi micrófono haya estado encendido. Espero que hayáis podido
oírme.”

La posición de los pueblos indígenas

7
El discurso de Greta nos puede parecer una llamada de atención contundente y
honesta respecto a lo hemos construido como sociedad. En los hechos, los
adultos de este tiempo han perdido la voluntad de heredar un mañana para sus
propios hijos, en razón de un irracional deseo de acumulación de dinero. La
lógica con la que hemos organizado nuestras sociedades en la actualidad ha
quebrado el natural instinto de sobrevivencia para materializar un desadaptado
impulso de acumulación. Hoy en día nadie quiere producir para salvaguardar el
mañana, sino nos esforzamos por producir para consumir todo cuanto podamos
devorar.

Este fenómeno no es algo que sea adjudicable únicamente al presente. Los


migrantes europeos que invadieron, ocuparon y se apropiaron del territorio
americano demuestran que todo lo que vivimos hoy es parte de un proyecto
humano empeñado en cancelar todas las diferencias y adueñarse del todo con
el único propósito de satisfacer su personal arrogancia. Los conquistadores y
más tarde los colonizadores materializaron un sistema de destrucción del medio
basados fundamentalmente en argumentos religiosos. De hecho, las religiones
cumplen un papel decisivo en nuestra relación con el mundo. Claramente, desde
la perspectiva cristiana, se ha construido en el imaginario mental una vocación
de superioridad y dominio sobre la naturaleza. Esta falacia nos ha hecho creer
que somos los rectores de todo orden. Lamentablemente los hechos nos
demuestran nuestro error.

A continuación, leeremos la carta del jefe indio Seatle dirigida a Washington, en


la que no sólo se denuncia las intenciones de los usurpadores, también se grafica
con claridad meridiana el orden de las cosas imperante, el cual sólo arroja
desastre, muerte, expropiación y tristeza.

“El Gran Jefe Blanco de Wáshington ha ordenado hacernos saber que nos quiere
comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de
amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque
sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta
pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas
de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Wáshington podrá

8
confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno
de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para


nosotros una idea extraña.

Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es
posible que usted se proponga comprarlos?

Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de
un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva,
cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida
de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la
historia del piel roja.

Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar
entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues
ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de
nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, la
gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de
las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la
misma familia.

Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Wáshington manda decir que desea
comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que
nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y
nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta
de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para
nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los
ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les
vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán
enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas
limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi
pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.

9
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras
canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes
deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los
suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le
dedicarían a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una


porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un
forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra
no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino.
Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra
aquello que sería de sus hijos y no le importa.

La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su


madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas,
saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la
tierra, dejando atrás solamente un desierto.

Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea
porque soy un salvaje y no comprendo.

No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde
se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un
insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido
parece solamente insultar los oídos.

¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el


croar nocturno de las ranas alrededor de un lago? Yo soy un hombre piel roja y
no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la
superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado
por los pinos.

El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas compar-
ten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo.
Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona
agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre

10
blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire com-
parte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos
su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra
tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta
el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de
los prados.

Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si deci-
dimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los ani-
males de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar


de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que
los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo
cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el
búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.

¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre
moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en
breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.

Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de
sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enrique-
cida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a
los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le
ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escu-
piendo en sí mismos.

Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que


pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas las cosas están relacionadas
como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.

Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió
el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al
tejido, lo hará a sí mismo.

Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo,
no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a

11
pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco
llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.

Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero
no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre
piel roja como para el hombre piel blanca.

La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos


también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus
camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.

Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados


por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les
dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.

Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los


búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rinco-
nes secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres
y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.

¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.

¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.

La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.”

La tarea de los pueblos creyentes

Apenas ahora acabamos de ver como las religiones pueden ser instrumento de
la devastación. Básicamente una postura religiosa puede ser contraria o a favor
de medio ambiente si nuestro imaginario de dios nos empuja a creer que somos
dueños de la creación o más bien parte integrante y armónica de una comunidad
recíproca. Precisamente desde el cristianismo ha habido una reconsideración a
sus argumentos y una toma de conciencia respecto al papel humano en la crea-
ción. Esto ha supuesto dejar de lado las categorías veterotestamentarias y asu-
mir e incluso incorporar filosofías mucho más acordes con los signos de los tiem-
pos.

12
El cristianismo católico le ha puesto especial atención al discurso de los pueblos
indígenas. Ha mirado incluso sus perspectivas religiosas y su relación armónica
con la naturaleza para escribir dentro de su dogma una nueva postura que
oriente a los fieles hacia una comunión con el mundo. La fe cristiana, heredera
del relato hebreo que considera al ser humano dueño de la creación, ha tenido
que mirar otras posturas religiosas para entender que lo humano es apenas un
fragmento de todo lo viviente y que su contribución en el orden y la armonía es
decisiva para sostener la vida. Ese cambio de perspectiva es indispensable para
garantizar cualquier mañana. Los fundamentalismos religiosos e incluso los ra-
cionalistas pretenden que el gobierno de lo humano y la razón son incuestiona-
bles, pero hoy somo testigos de que esa soberbia nos está llevando a nuestro
propio fin.

La reconciliación con el mundo pasa por reconocernos como parte de la creación


y no como soberanos de ella. Ser parte de lo creado y no herederos de un paraje
de explotación cambia radicalmente nuestra postura frente a los que somos y lo
que representa nuestra existencia en medio del mundo. A continuación, leere-
mos el discurso del papa Francisco frente a las Naciones Unidas, una postura
que expresa esa necesaria renovación dogmática que hace de la fe un instru-
mento para la transformación de nuestras acciones.

“Ante todo, hay que afirmar que existe un verdadero «derecho del ambiente» por
un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente.
Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente comporta límites éticos
que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre, aun cuando está
dotado de «capacidades inéditas» que «muestran una singularidad que tras-
ciende el ámbito físico y biológico» (Laudato si’, 81), es al mismo tiempo una
porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos físicos, quími-
cos y biológicos, y solo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico
le es favorable. Cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humani-
dad. Segundo, porque cada una de las creaturas, especialmente las vivientes,
tiene un valor en sí misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdepen-
dencia con las demás creaturas. Los cristianos, junto a otras religiones mono-
teístas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del Creador,
que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de

13
sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y
mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas,
el ambiente es un bien fundamental (cf. ibíd., 81).

El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por


un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de
poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales
disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por
tener capacidades diferentes, discapacidades o porque están privados de los
conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capaci-
dad de decisión política. La exclusión económica y social es una negación total
de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al
ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple
grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados
a vivir del descarte y deben injustamente sufrir las consecuencias del abuso del
ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente
consolidada «cultura del descarte».

Lo dramático de toda esta situación de exclusión e inequidad, con sus claras


consecuencias, me lleva junto a todo el pueblo cristiano y a tantos otros a tomar
conciencia también de mi grave responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi
voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La
adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial
que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza. Confío también
que la Conferencia de París sobre el cambio climático logre acuerdos fundamen-
tales y eficaces.

No bastan, sin embargo, los compromisos asumidos solemnemente, aunque


constituyen, ciertamente, un paso necesario para las soluciones. La definición
clásica de justicia a que aludí anteriormente contiene como elemento esencial
una voluntad constante y perpetua: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius
suum cuique tribuendi. El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad
efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para
preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la
exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres

14
humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños
y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas,
terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de esta situa-
ción y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda
tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en
las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente
efectivas en la lucha contra todos estos flagelos.

La multiplicidad y complejidad de los problemas exige contar con instrumentos


técnicos de medida. Esto, empero, comporta un doble peligro: limitarse al ejerci-
cio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos propósitos –metas,
objetivos e indicadores estadísticos–, o creer que una única solución teórica y
apriorística dará respuesta a todos los desafíos. No hay que perder de vista, en
ningún momento, que la acción política y económica, solo es eficaz cuando se la
entiende como una actividad prudencial, guiada por un concepto perenne de jus-
ticia y que no pierde de vista en ningún momento que, antes y más allá de los
planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernan-
tes, que viven, luchan, sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir mi-
serablemente, privados de cualquier derecho.

Para que estos hombres y mujeres concretos puedan escapar de la pobreza ex-
trema, hay que permitirles ser dignos actores de su propio destino. El desarrollo
humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser im-
puestos. Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada familia, en
comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos
en los que se desarrolla la socialidad humana –amigos, comunidades, aldeas y
municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones–. Esto supone
y exige el derecho a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas
partes–, derecho a la educación que se asegura en primer lugar respetando y
reforzando el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Igle-
sias y de las agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la
formación de sus hijas e hijos. La educación, así concebida, es la base para la
realización de la Agenda 2030 y para recuperar el ambiente.

15
Al mismo tiempo, los gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos
puedan tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para
formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo
social. Este mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y
tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad de espíritu, que comprende la libertad
religiosa, el derecho a la educación y todos los otros derechos cívicos.

Por todo esto, la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento
de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inme-
diato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda
propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua
potable; libertad religiosa, y más en general libertad de espíritu y educación. Al
mismo tiempo, estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento
común, que es el derecho a la vida y, más en general, el que podríamos llamar
el derecho a la existencia de la misma naturaleza humana.

La crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad,


puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas
consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado
solo por la ambición de lucro y del poder, deben ser un llamado a una severa
reflexión sobre el hombre: «El hombre no es solamente una libertad que él se
crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero
también naturaleza» (Benedicto XVI, Discurso al Parlamento Federal de Alema-
nia, 22 septiembre 2011; citado en Laudato si’, 6). La creación se ve perjudicada
«donde nosotros mismos somos las últimas instancias [...] El derroche de la crea-
ción comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de no-
sotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos» (Id., Discurso al Clero de
la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto 2008; citado ibíd.). Por eso, la de-
fensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de
una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distin-
ción natural entre hombre y mujer (cf. Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de
la vida en todas sus etapas y dimensiones (cf. ibíd., 123; 136).

Sin el reconocimiento de unos límites éticos naturales insalvables y sin la actua-


ción inmediata de aquellos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de

16
«salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra» (Carta de las Naciones
Unidas, Preámbulo) y de «promover el progreso social y un más elevado nivel
de vida en una más amplia libertad» (ibíd.) corre el riesgo de convertirse en un
espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa
para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica
a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la
identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables. La guerra es la
negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se
quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar
incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los
pueblos.

Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable
recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la
Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental. La expe-
riencia de los 70 años de existencia de las Naciones Unidas, en general, y en
particular la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio, muestran
tanto la eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales como la
ineficacia de su incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las Naciones
Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto
de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar in-
tenciones espurias, se alcanzan resultados de paz. Cuando, en cambio, se con-
funde la norma con un simple instrumento, para utilizar cuando resulta favorable
y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas
incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones inermes, el ambiente cul-
tural e incluso el ambiente biológico.

El Preámbulo y el primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas indican los


cimientos de la construcción jurídica internacional: la paz, la solución pacífica de
las controversias y el desarrollo de relaciones de amistad entre las naciones.
Contrasta fuertemente con estas afirmaciones, y las niega en la práctica, la ten-
dencia siempre presente a la proliferación de las armas, especialmente las de
destrucción masiva como pueden ser las nucleares. Una ética y un derecho ba-
sados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humani-
dad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la construcción de las
17
Naciones Unidas, que pasarían a ser «Naciones unidas por el miedo y la des-
confianza». Hay que empeñarse por un mundo sin armas nucleares, aplicando
plenamente el Tratado de no proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una
total prohibición de estos instrumentos.

El reciente acuerdo sobre la cuestión nuclear en una región sensible de Asia y


Oriente Medio es una prueba de las posibilidades de la buena voluntad política
y del derecho, ejercidos con sinceridad, paciencia y constancia. Hago votos para
que este acuerdo sea duradero y eficaz y dé los frutos deseados con la colabo-
ración de todas las partes implicadas. En ese sentido, no faltan duras pruebas
de las consecuencias negativas de las intervenciones políticas y militares no
coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional. Por eso, aun
deseando no tener la necesidad de hacerlo, no puedo dejar de reiterar mis repe-
tidos llamamientos en relación con la dolorosa situación de todo el Oriente Medio,
del norte de África y de otros países africanos, donde los cristianos, junto con
otros grupos culturales o étnicos e incluso junto con aquella parte de los miem-
bros de la religión mayoritaria que no quiere dejarse envolver por el odio y la
locura, han sido obligados a ser testigos de la destrucción de sus lugares de
culto, de su patrimonio cultural y religioso, de sus casas y haberes y han sido
puestos en la disyuntiva de huir o de pagar su adhesión al bien y a la paz con la
propia vida o con la esclavitud.

Estas realidades deben constituir un serio llamado a un examen de conciencia


de los que están a cargo de la conducción de los asuntos internacionales. No
solo en los casos de persecución religiosa o cultural, sino en cada situación de
conflicto, como en Ucrania, en Siria, en Irak, en Libia, en Sudán del Sur y en la
región de los Grandes Lagos, hay rostros concretos antes que intereses de parte,
por legítimos que sean. En las guerras y conflictos hay seres humanos singula-
res, hermanos y hermanas nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos,
niños y niñas, que lloran, sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en
material de descarte cuando solo la actividad consiste solo en enumerar proble-
mas, estrategias y discusiones.

Como pedía al Secretario General de las Naciones Unidas en mi carta del 9 de


agosto de 2014, «la más elemental comprensión de la dignidad humana obliga

18
a la comunidad internacional, en particular a través de las normas y los mecanis-
mos del derecho internacional, a hacer todo lo posible para detener y prevenir
ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas» y para
proteger a las poblaciones inocentes.

En esta misma línea quisiera hacer mención a otro tipo de conflictividad no siem-
pre tan explicitada pero que silenciosamente viene cobrando la muerte de millo-
nes de personas. Otra clase de guerra que viven muchas de nuestras sociedades
con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra «asumida» y pobremente comba-
tida. El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de perso-
nas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de
otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de
la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos,
una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras institucio-
nes.

Comencé esta intervención recordando las visitas de mis predecesores.

Quisiera ahora que mis palabras fueran especialmente como una continuación
de las palabras finales del discurso de Pablo VI, pronunciado hace casi exacta-
mente 50 años, pero de valor perenne, cito: «Ha llegado la hora en que se im-
pone una pausa, un momento de recogimiento, de reflexión, casi de oración:
volver a pensar en nuestro común origen, en nuestra historia, en nuestro destino
común. Nunca, como hoy, [...] ha sido tan necesaria la conciencia moral del hom-
bre, porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien utiliza-
dos, podrán [...] resolver muchos de los graves problemas que afligen a la hu-
manidad» (Discurso a los Representantes de los Estados, 4 de octubre de 1965).

Entre otras cosas, sin duda, la genialidad humana, bien aplicada, ayudará a re-
solver los graves desafíos de la degradación ecológica y de la exclusión. Conti-
núo con Pablo VI: «El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de ins-
trumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a
las más altas conquistas» (ibíd.). Hasta aquí Pablo VI.

La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una
recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad

19
de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los an-
cianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de
los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera
más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hom-
bres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de
la naturaleza creada.

Tal comprensión y respeto exigen un grado superior de sabiduría, que acepte la


trascendencia de uno mismo, que renuncie a la construcción de una elite omni-
potente, y comprenda que el sentido pleno de la vida singular y colectiva se da
en el servicio abnegado de los demás y en el uso prudente y respetuoso de la
creación para el bien común. Repitiendo las palabras de Pablo VI, «el edificio de
la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos
capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo» (ibíd.).

El gaucho Martín Fierro, un clásico de la literatura en mi tierra natal, canta: «Los


hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en
cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de
afuera».

El mundo contemporáneo, aparentemente conexo, experimenta una creciente y


sostenida fragmentación social que pone en riesgo «todo fundamento de la vida
social» y por lo tanto «termina por enfrentarnos unos con otros para preservar
los propios intereses» (Laudato si’, 229).

El tiempo presente nos invita a privilegiar acciones que generen dinamismos


nuevos en la sociedad hasta que fructifiquen en importantes y positivos aconte-
cimientos históricos (cf. Evangelii gaudium, 223). No podemos permitirnos pos-
tergar «algunas agendas» para el futuro. El futuro nos pide decisiones críticas y
globales de cara a los conflictos mundiales que aumentan el número de excluidos
y necesitados.

La laudable construcción jurídica internacional de la Organización de las Nacio-


nes Unidas y de todas sus realizaciones, perfeccionable como cualquier otra
obra humana y, al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro se-
guro y feliz para las generaciones futuras. Y lo será si los representantes de los

20
Estados sabrán dejar de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar since-
ramente el servicio del bien común. Pido a Dios Todopoderoso que así sea, y les
aseguro mi apoyo, mi oración y el apoyo y las oraciones de todos los fieles de la
Iglesia Católica, para que esta Institución, todos sus Estados miembros y cada
uno de sus funcionarios, rinda siempre un servicio eficaz a la humanidad, un
servicio respetuoso de la diversidad y que sepa potenciar, para el bien común,
lo mejor de cada pueblo y de cada ciudadano. Que Dios los bendiga a Todos.”

21
Bibliografía
Discurso de Greta Thunberg:
http://www.lr21.com.uy/mujeres/1398761-greta-thunberg-discurso-cambio-
climatico-parlamento-britanico-joven
Carta del jefe Seatle:
https://www.umng.edu.co/documents/10162/629184/Carta+que+el+Jefe+indio+
Seattle+1.pdf
Discurso del Papa Francisco en Naciones Unidas:
https://www.aciprensa.com/noticias/visita-y-discurso-del-papa-francisco-a-la-
asamblea-general-de-la-onu-nueva-york-32387
Iglesia Católica. Papa (2013 - : Francisco)., & Francisco, P. (2015). Laudato SI':
Carta encíclica del Sumo Pontífice Francisco: a los obispos, a los presbíteros y
a los diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos sobre el
cuidado de la casa común / Papa Francisco. Lima: Paulinas.

22

Vous aimerez peut-être aussi