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LETICIA DOTRAS

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CUENTOS PARA EDUCAR
EDITORIAL CCS

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Quinta edición: enero 2011.

Página web de EDITORIAL CCS: www.editorialccs.com

© Leticia Dotras.
© 1997. EDITORIAL CCS, Alcalá, 166 / 28028 MADRID

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de


reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra
sin contar con autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La
infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra
la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de
Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados
derechos.

Diseño de portada: Olga R. Gambarte


Ilustración de portada: Maite Ochoa
Composición Digital: Publicón (grupo Ulzama)
ISBN (epub): 978-84-9023-619-2

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Asteriscos a modo de prólogo.
Divagaciones sobre el cuento
* De la anécdota al cuento
Pasando por la fantasía, por el corazón de los niños, o de los que son como
niños, y comunicándose con los que tienen la libertad y la limpieza de corazón
de los que han logrado ser como niños.

* Los cuentos no se escriben para ser analizados


No valen en la platina de un microscopio. (Tampoco es el sitio apropiado para el
pétalo de una rosa. Ni le pasa lo mejor a nuestro corazón cuando tenemos que
mirarlo en la pantalla de un radiólogo.)
Cuando la vida es la vida, el cuento es el cuento. Y cuando el cuento tiene
vida no es más que un síntoma de la calidad de nuestra propia vida.

* Se llaman cuentos porque se cuentan


Porque los cuentos, como los evangelios, no se escriben para ser leídos sino
para ser contados.
Y también, remedando a Machado:
Hasta que alguien los cuenta
los cuentos son los que son.
Y cuando los cuenta alguien
ya nadie sabe el autor.
Porque el cuento no existe hasta que alguien lo cuenta. Y mucho más cuando
alguien nos lo cuenta.
Y desde que nos lo cuentan, nadie se acuerda de Leticia que lo escribió sino
de la abuela que nos lo contó a la vera de la cama o de la bruja Angélica o de
Purrusalda que empiezan a formar parte de nuestra vida en fantasía y que,
además, también nos la inventamos nosotros.
¡Generosa la tarea de los creadores de cuentos!
¡Gratificante la tarea de los contadores de cuentos!
¡Afortunada la vida de los que oyeron los cuentos que les contaron y los
recibieron como el mejor regalo de quienes, acompañándoles en el vivir, les
invitaron a imaginar otras maneras de vivir llenas de libertad y fantasía!

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* Porque todavía vivir la vida es vivir un sueño
Porque los cuentos meten los sueños en nuestras vidas.
Porque nosotros metemos nuestras vidas en nuestros sueños.
Y por eso, quizás sin saberlo, también nosotros metemos nuestras vidas en
nuestros cuentos.
Cuando la falta de lógica racional no significa salirse de la realidad. Cuando la
fantasía tiene derechos para hacer lo que hay que hacer.
Cuando no juzgamos a los personajes sino que les dejamos que nos desafíen,
nos describan y hasta nos juzguen sin hacernos daño.

* Cuando desaparezcan los cuentos


Cuando los muñecos japoneses interesen más a los niños que los cuentos de la
abuela, algo le ha pasado a nuestra cultura: no sonará a progreso en la vida, en
la libertad de la fantasía, en lo entrañado de los afectos, en el modo de narrar
inspirando sin suplir ni suplantar... No habrá por qué llamarlo progreso. Y uno
nunca sabe si habrá que llamarlo caminar hacia un horizonte equívoco o
equivocado pero sin poder nunca saber si ese caminar tiene marcha atrás.
Porque en el cuento de la abuela lo que vale es la abuela: es la voz de la
abuela, la dulzura con que te invita a romper las barreras, a huir de la realidad
pero con la presencia de su realidad.

* Elogio del tono menor sin creatividad menor


A nadie se le ha ocurrido despreciar una partitura por estar en tono menor.
Sería de lo más contundente presentar un muestrario de todas las genialidades
compuestas en tono menor.
Alguien ha insinuado que el cuento es la novela o el mito de arte menor.
Ignoro si esta insinuación es un diagnóstico o una pista.
Menos mal que no dicen que el cuento es un género de creatividad menor.
Porque si el artista merece el nombre de creador (y lo merece en un sinfín de
sentidos) nunca se puede decir que se trata de un creativo menor, sino que le
encanta componer en tono menor. Y el tono menor es el de la filigrana, el de la
insinuación poéticamente seductora, el de la audacia que no amenaza, el de los
posibles imposibles con los que tanto nos gusta jugar y darles forma, palabra y
hasta un huequecito en nuestros afectos.

* ¿Y si damos voz a unos niños de 10 años?


Contar, una forma de encantar (Pablo).

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No te pierdas la aventura de adentrarte en la lectura (Víctor).
Si estás muy contento es seguro que te han leído un cuento (Jacobo).

* Si ya ni siquiera nos queda soñar en libertad ¿que


nos queda?
La cultura del cuento es la cultura que reclama la libertad de pensamiento, de
creación, de las reacciones imprevisibles, la alternativa humanizada y muchas
veces llena de humor y de ternura al ordenador, a las leyes, a las estadísticas
tan vistosas como engañosas, a los determinismos, a las previsiones de
situaciones sin salida.

* Y todas estas divagaciones, ¿a cuento de qué?


Por favor sométase a este auto-interrogatorio.
Sólo para padres de buena voluntad.
1. Señor adulto, ¿cuánto hace que no lee Ud. un cuento? ¿Cuál fue el
último y cuándo lo leyó?
2. ¿Conoce, ha leído, los cuentos que leen «hoy» sus hijos?
3. ¿Ha inventado alguna vez un cuento para su hijo? ¿Para dormirle?
¿Para enseñarle algo? (¡Oiga! ¡Que yo no soy su abuelo! No, si ya lo sé:
estoy suponiendo que es Vd. su padre. ¿O es que nunca ha dormido Vd.
a uno de sus hijos?)
4. ¿Cree que los cuentos están dando visiones infantiles de la vida: o son
inoculaciones de los adultos en la vida de los niños?
5. ¿Ha comparado los cuentos «ilustrados» de su tiempo con los cuentos
«ilustrados» de ahora? ¿Qué resultados obtuvo de la comparación?
6. ¿Qué sabe de la utilización de los cuentos en la TV? ¿Cómo los
presentan? ¿Cuáles se eligen? ¿Qué se pretende? (¡Oiga! ¿No se
enteró nunca de que «alguien» gana dinero con la emisión de un cuento
en la TV? ¿Quiere que se lo cuente? ¿Quiere entrar en la participación
de dividendos o prefiere seguir pagando «inocentemente» como un
consumista «inocente» que está pagando el índice más alto de violencia
—45%— presentado en la televisión en los cuentos llamados dibujos
animados para niños?)
7. ¿Me cuenta algo de E.T.? ¿O ya no lo recuerda?
8. ¿Sabía que el Quijote es un cuento de altura popular?
9. ¿Por qué no convierte las anécdotas de la infancia de sus hijos en
cuentos y ofrece a los padres de familia una Antología de situaciones

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reales para reflexionar sobre sus objetivos, estilos, problemas y
hallazgos en la educación de sus hijos?
Ahí va un ejemplo:
«Papá: lo del ratón Pérez era un cuento. Lo de los Reyes Magos también era
un cuento. Lo de la cigüeña también era un cuento. ¿Cuándo me váis a decir
que eso de Dios también es un cuento?».
(Jorge tenía 8 años y se lo preguntaba a su papá una extraña tarde de
invierno en la que le empezó a aburrir un rompecabezas de colorines que se
llamaba: El rompecabezas de los conejitos rabudos.)

* Bueno: ya no divago más


La vida no es más (ni es menos) que un cuento que contamos.
Los cuentos, como la vida, no son cosas de niños.
Vida y cuentos los manejan los mayores.
Y, desgraciadamente, entre los mayores no abundan los poetas.
¡Gracias, Leticia, por serlo y por intentar contagiárnoslo!
JOAQUÍN MARÍA GARCÍA DE DIOS
Padres y Maestros (La Coruña)

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1. EL REY CHURUMBEL

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TEMAS
– Familia
– Tolerancia
– Marginación
– Solidaridad

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Todos somos una gran familia
Tal vez este, para muchos lectores, no sea el cuento apropiado para dar
comienzo a este libro de Cuentos para educar. El cuento es triste y deja un poso
de desasosiego, una inquietud, una desazón dentro de cada uno.
A pesar de todo, es uno de mis favoritos y tengo varias razones para ello:
– Los personajes son reales. Los hechos sólo en parte.
– El cuento nació con Manuel y una nana que escribí para él.
– Su madre es mi amiga. Me siento orgullosa de que me considere así.
– Manuel y su madre también son una familia que pertenece a esta gran
familia que somos la humanidad. Por tanto si, después de haberlo leído,
nos deja ese poso de desasosiego, quiere decir que sigue habiendo
esperanza para esta gran familia humana a la que todos pertenecemos.

El rey Churumbel
Que duerma mi niño,
mi niño Manuel,
que será mañana
un rey Churumbel.
Corona de estrellas,
trono de algodón,
el cetro en su mano
será un ruiseñor.
El día se vertía de color amarillo y el cielo se adornaba de gallos blancos y
grandes que corrían empujados por el viento. Dentro, en la chabola, hecha con
viejos tablones de madera quemados por el aire y por el mar, Manuel,
ensimismado, contemplaba el trabajo de una araña cuyos hilos brillaban
impasibles a la luz que iba entrando. Un cuerpo más pequeño que su asombro,
medio desnudo, sucio y con poco pan, pero millonario en sueños y en ilusiones.
—Gracias arañita por hacerle a mi mamá esas cortinas de encajes.
Manuel tenía un pelo negro, brillante y tan rizado, que su cabeza parecía un
racimo de uvas tintas y cuando su boca dibujaba la iniciación de una sonrisa, en
su tersa mejilla aceitunada aparecía un hoyuelo diminuto. Su madre, niña
todavía, con una vida desnuda, sola, sin engaños. Alguien la había hecho mujer
a golpes y hachazos, pero no había conseguido arrancarle de su mundo.

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Manuel era feliz contemplando el mundo que le enseñaba su madre y el mundo
contemplaba a Manuel.
—Manuel dame tu mano —y con las dos manos juntas recorrían el rastro de
humo que dejaba un barco que se iba.
—¿Has visto cómo nuestra tiza blanca dibuja en la pizarra azul del cielo?
Su madre le había enseñado infinidad de cosas. Por eso Manuel volaba con
las gaviotas cuando bajaba a la playa dejándose llevar por los brazos de aire y,
a sus órdenes, chillaban con sus gritos afilados.
Sabía que cuando el mar estaba triste le oía suspirar blandamente. Y allí,
entre aquellas rocas, se peinaba el mar sus largas trenzas de espuma que la
marea arrastraba consigo sin lograr llevárselas del todo.
Sabía que el sol se escondía por el Oeste cuando anochecía, allí, donde el
mar y el cielo eran una misma cosa, y como una gota de oro se deslizaba con
rapidez al otro lado del mundo. Entonces, las estrellas hacían sus guiños y
bajaban a bañarse al mar y la Luna iba subiendo como un gran globo color
naranja.
—Algún día iremos a nadar con las estrellas, Manuel, y conoceremos el
mundo que hay al otro lado, allí, donde se esconde el Sol. Pero tendremos que
ir muy muy lejos, allí, donde los peces nadan por el cielo y las estrellas andan
por el mar.
Y mientras hablaba a Manuel, le señalaba «allí», estirando mucho su cuerpo y
poniéndose de puntillas. Y su voz penetraba en los oídos de Manuel e iba
cayendo en su corazón como una lluvia muy amorosa.
—¡Manuel, hoy hay Luna llena! ¡Vamos a lanzar nuestra cometa! Y su madre
lanzaba una vieja cuerda al aire.
—¡Agarra fuerte, Manuel, y no la sueltes! —le gritaba.
Y corrían por los campos con esa blanca cometa. Cuando saltaban, saltaba la
Luna llena. Cuando se quedaban quietos, se paraba la cometa. Cuando
volaban, volaba la blanca cometa. Cansados ya de correr, su madre amarraba a
un árbol la mágica cometa y Manuel, por la mañana, sólo encontraba la cuerda.
Algunas noches, el viento se alejaba por el monte con un aullido negro e
interminable y se metía por entre las rendijas de la chabola haciendo
estremecer la llama de la vela. También Manuel se estremecía.
—No tengas miedo mi rey —decía su madre—. Acurrúcate aquí conmigo y
escucha cómo el viento busca su consuelo entre los árboles y poco a poco se
va calmando.
Después llegaba la lluvia que para Manuel era toda una fiesta. Llenaba la
chabola de pucheros, cubos, cuencos, latas viejas, todo lo que encontraba para

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recoger el agua que caía por las rendijas del tejado de hojalata. El agua
tintineaba y se rompía formando perlas o mil cristales de colores que
resplandecían a la luz de las velas.
El sonido que producía al caer, componía diferentes melodías que ya tenían
sus nombres.
—Pon ese cacharro de barro en este lado que cae más fuerte y así oiremos
«El caballito trotón» —decía Manuel.
—No, mejor aquí el de cristal para poder oír «El río charlatán» —decía su
madre.
—Espera, deja ese ahí, que ahora que llueve despacito oímos «La primavera
de los pajaritos» —volvió a decir Manuel.
Y con las sombras que se formaban por la luz de las velas, creaba su madre
diferentes figuras con sus manos que las hacía danzar al compás de la música
del agua. Y, poco a poco, le iba cantando su nana, una nana sólo para Manuel,
que rendido por el sueño, iba cerrando los ojos y se quedaba dormido muy
acurrucado en su regazo.
Pero esa mañana, en la que el cielo se adornaba de gallos blancos y grandes
que corrían empujados por el viento, iba a ser diferente a las demás.
—Ya te expliqué ayer que iba a buscar suerte. Tú me esperas aquí cuidando
de nuestro mundo y, en cuanto te des cuenta, yo ya estoy de vuelta —decía su
madre tratando de tranquilizar los ojos de Manuel que los iba abriendo más con
cada palabra.
—¿Y qué es la suerte? —preguntó Manuel.
—Pues eso: el fregar unas escaleras, el barrer un portal, el lavar una ropa...
Eso va a ser nuestra suerte.
Manuel dio un chasquido con la lengua y produjo un ruido seco, no muy
convencido por la nueva situación ni por la explicación de su madre.
—Ahora tú ya eres un hombrecito y te puedo dejar solo mientras busco un
poco de suerte —terminó diciendo su madre sin dar más opción a una nueva
pregunta de Manuel.
La madre de Manuel sabía que buscar trabajo era difícil para ella, una gitanita
sucia, mal vestida y con un hijo. Todo eso no estaba bien visto.
—¿Por qué las personas sólo miran con los ojos del cuerpo? —se preguntaba
muchas veces.
Volvía cuando ya el Sol empezaba a huir y un humo, en dudosos haces
azules, nacía de las chimeneas sobre los tejados de tejas arruinadas. Cuando
Manuel y su madre se volvían a encontrar, sus miradas se abrazaban en el aire.
Pero un día su madre no volvió. Alguien le contó algo de no sé qué accidente

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que Manuel no entendió. Alguien duro, áspero, inhumano. Alguien al que se le
había formado una coraza a fuerza de esperar lejanas y extraordinarias
diversiones. Alguien que no sabía comunicarse con las cosas presentes y
mirarlas. Alguien que, estando con Manuel, era como si hubiera dos universos
distintos de experiencia y sentimiento incapaces de comunicarse entre sí.
Una noche en la que el mar rugía como una fiera recién herida, Manuel salió a
buscar a su madre. Anduvo hasta «allí», hasta donde se bañaban las estrellas,
«allí», muy muy lejos, en donde el mar y el cielo eran una misma cosa.
Dicen que ese día se oyó cantar al mar una nana al arrullo de las olas.
Que duerma mi niño;
mis brazos: tu cuna,
será nuestro techo
la luz de la luna.
Que callen las olas
que calle la brisa,
el viento suave
que me lo acaricia.
Sólo Manuel supo quién la cantaba. Por eso se fue con ella.

ACTIVIDADES

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• PARA GRUPOS DE PADRES, EDUCADORES Y
JÓVENES
1. Resumir en 4 ó 6 líneas lo fundamental del cuento.
2. ¿Qué sentimiento le sugiere a cada uno la palabra suerte? Puesta en
común y discusión.
3. Buscar situaciones reales en tu familia en las que puedas utilizar esta
palabra. Realizar una escala de valores entre todos haciendo una lista.
4. Buscar situaciones de tu vida cotidiana en la que crees que existen dos
universos distintos de experiencia y sentimiento incapaces de
comunicarse entre sí. Puede ser con tu pareja, con tus hijos, con tus
padres, en tu vida diaria, etc. Tratar de buscar las causas para hallar
soluciones.
5. Contar situaciones en las que, jugando con un niño, sólo se ha utilizado
la imaginación, la naturaleza, alguna parte del cuerpo, etc.

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• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Leer el cuento. Comentarlo todos juntos.
2. Hacer una síntesis del cuento y convertirlo en una obra teatral para
representarlo.
3. Llegar sólo hasta el nudo de la historia y que cada uno busque distintas
soluciones.
4. Buscar los rasgos físicos del personaje principal acreditándolo con citas.
5. Buscar rasgos del carácter de los personajes más importantes
acreditándolo con citas.
6. Buscar palabras clave. Uno del grupo las va escribiendo en la pizarra.
7. ¿Cómo harías la portada del cuento que has leído?
8. Introducir en el cuento un nuevo personaje, dándole su personalidad, y
comprobar si altera el argumento.
9. Buscar las palabras que te resultan desconocidas para ir formando un
diccionario propio.
10. Tratar de representar alguna escena del cuento mímicamente.
Solamente usando la expresión corporal.

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2. EL PIRATA MALA PATA

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TEMAS
– Aprendizaje
– Imaginación
– Valores
– Creatividad

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Los cuentos, de vez en cuando, se hacen entre la
familia
Sabemos que los cuentos hacen familia. Este cuento, lleno de fantasía y
situaciones cómicas y extravagantes, tengo que confesar que fue hecho entre
dos: uno de mis hijos cuando tenía 7 años y yo. Es el ejemplo de un cuento que
nació primero de viva voz y después fue plasmado en el papel. Una noche de
noviembre en la que Yago se negaba a cenar, hablando y hablando, siendo yo
conocedora de su gusto por las aventuras marinas, nació «El pirata Mala Pata».
Unas veces hablaba él y otras me dejaba a mí el turno. Es algo realmente
divertido y enriquecedor perderte en la fantasía de un hijo. Te sentirás más
cerca de su persona, aprenderás a conocerle mejor.

El pirata Mala Pata


Todos sabemos lo que es un pirata. Todos en alguna ocasión hemos leído algo
acerca de los piratas, o bien, hemos visto dibujos, o nos han contado historias.
Pero nuestro amigo «el pirata Mala Pata» es algo muy especial.
Para empezar, Mala Pata, en lugar de un parche en el ojo, utiliza gafas, es un
poco miope. Su barba la forman cuatro pelos pelirrojos que se rizan ligeramente
en las puntas y tiene tan mala pata, que su pata de palo está totalmente
apolillada, pero no quiere cambiarla porque, ¿qué sería de las pobres polillas si
él abandona su pata? Por tanto, como podéis ver, tiene muy poco de pirata,
pero sí mucho de buena persona.
—¡Qué mala pata! —se lamentaba siempre, nadie quiere navegar conmigo.
Claro, navegar con él era como un chiste, el timón viraba al lado contrario al
que se quería ir. —¡TODO A BABOR! —gritaba mientras él mismo giraba el
timón, pero el barco, no se sabe bien por qué, viraba a estribor. Las cadenas del
ancla, de tan oxidadas, se le rompían al levar anclas, y cuando decía: —¡IZAR
LAS VELAS!—, éstas estaban llenas de agujeros por donde el viento pasaba
como «Perico por su casa».
Así que decidió hacerse a la mar él solo, llevando por toda tripulación unos
cuantos ratones amigos suyos, pues como ya dije antes, Mala Pata era tan
buena persona, que en lugar de poner trampas a los ratones, les daba de
comer.
—¡IZAR VELAS! ¡LEVAR ANCLAS! Nos dirigimos a la Isla del Tesoro.
El abuelo de Mala Pata había sido un famoso pirata, que como herencia le

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había dejado un plano que señalaba la existencia de un tesoro.
Esta vez, al zarpar, el barco de Mala Pata sólo perdió el ancla, y
curiosamente, la vela estaba sin un solo agujero, pero en el momento de
tensarla, soltó un alarido.
«¡AUUUUU! ¡AUUUUU!»
—¡Queréis bajarme de aquí! ¡Eh! ¡Daos prisa, que a mí las alturas me
marean, me dan mucho, mucho vértigo!
¡Era un fantasma! y Mala Pata, siempre tan bueno, le pidió perdón por el
pequeño accidente.
—Ven a navegar con nosotros. Vamos en busca de un tesoro —le propuso
Mala Pata.
Al fantasma Sombra Blanca, que así era su nombre, le pareció una idea la
mar de divertida pues ya estaba harto de pasarse la vida de castillo en castillo
sin ninguna nueva aventura.
Por fin en alta mar, Mala Pata con su catalejo otea otro barco pirata.
—No, no os preocupéis, todavía está muy lejos —dijo a su pintoresca
tripulación— y como a mí no me gusta pelearme con nadie, creo que podemos
cambiar nuestro rumbo. Seguro que nadie nos ve.
Sí, sí, lejos. En menos de un segundo el otro barco les estaba abordando por
la banda de babor. Como siempre, Mala Pata se había vuelto a confundir y
había oteado el horizonte con el catalejo al revés, por eso había visto tan lejos
el otro barco.
Rápidamente prepararon los cañones, con tan mala pata, que estaban
estropeados, y las bombas salieron por la culata. ¡Pufff! ¡Qué susto!
De todas las maneras, esto les salvó, porque les dio tanta risa a los otros
piratas del otro barco, que aún hoy se están riendo y así Mala Pata, Sombra
Blanca y los ratones pudieron continuar rumbo a la Isla del Tesoro.
Durante la noche, se desató una terrible tormenta que zarandeó el barco de
Mala Pata de un lado a otro. Por fin, en medio de un gran estruendo, quedaron
encallados entre unas rocas.
—¡Qué mala pata!, pero claro que, si miramos el lado bueno, podremos dormir
tranquilos, desde luego que, de aquí, no nos moveremos, mañana ya veremos
lo que pasa —dijo Mala Pata a sus amigos.
A la mañana, siguiente lucía el Sol y todo estaba tranquilo, pues ya sabéis eso
que dice el refrán: Después de la tempestad, viene la calma.
Entonces Mala Pata, ahora que todo está tranquilo, decide estudiar el plano
que le había dejado su abuelo y se da cuenta de que ya están en la Isla del
Tesoro.

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—¡Rápido, debemos darnos prisa! Hemos tenido una gran suerte con que
nuestro barco haya varado aquí, no todo va a ser mala pata. Esta es la isla y
como no tenemos ancla, nos ha venido de perlas que la tormenta haya
empujado el barco contra estas rocas.
Mala Pata, Sombra Blanca y los ratones desembarcan felices.
—Debéis buscar tres palmeras juntas llenas de cocos —les dice Mala Pata.
Y sólo decir esto, Mala Pata cae fulminado por un coco. Y todos que se
quedaron mirando hacia arriba con la boca abierta, como cuando papas
moscas, para ver de dónde venía lo que había caído en la cabeza de Mala Pata.
Y gritaron todos a coro:
—¡Lo encontramos, lo encontramos!
Y empezaron a bailar y a saltar sin siquiera darse cuenta de que su amigo
Mala Pata seguía en el suelo con un tremendo chichón en la cabeza.
—¡Pero qué mala pata tengo! —decía mientras trataba de ponerse en pie, sin
comprender por qué sus amigos se alegran tanto de su desgracia.
—¡Mira, mira hacia arriba! —le gritaban todos.
—¡A trabajar todo el mundo! —les dice Mala Pata olvidándose de su chichón
—. Estas son las palmeras. Justamente aquí tiene que estar el tesoro.
Y con manos y dientes empiezan a escarbar para hacer un gran agujero.
Todos trabajan sin descanso.
—¡Ya está aquí!, ¡ya lo tenemos!
Empiezan a dar saltos de alegría. Sombra Blanca baila sin parar con unos
cuantos ratones y Mala Pata canta, canta desafinando muchísimo, y da palmas
para acompañarse.
Por fin todos se vuelven a quedar callados y muy quietos haciendo un corro
alrededor del cofre. Estaban muy nerviosos y ninguno se atrevía a abrirlo.
—Veamos lo que contiene —dice Mala Pata con gran solemnidad.
¡Dios mío, qué alegría! Piruletas, chicles, chocolatinas, monedas de chocolate,
gusanitos, ganchitos, bolsas de patatas fritas, nubes de fresa, caramelos de
todos los sabores...
Todo aquello brillaba como si de un tesoro de oro y joyas se tratara. Los
papeles plateados y de mil colores, resplandecían con el Sol.
Mala Pata sabía que, para cualquier otro pirata, esto hubiera sido una
desilusión pero, como ya dijimos al principio, él era todo lo contrario de lo que
nosotros conocemos acerca de los piratas. Mala Pata, en este momento,
pensaba en todos los niños de la isla donde él vivía y sabía que con ese tesoro,
podrían hacer una fiesta como nunca habían tenido y esto le hacía feliz.

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ACTIVIDADES

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• PARA PADRES Y EDUCADORES
1. Pedirle a un hijo o hija que escriba, o narre de viva voz, un cuento.
Cortito, sirven cuatro o cinco líneas.
2. Sobre este cuento, entre los dos (madre/padre e hijo/hija) o entre los tres
(madre, padre e hijo/hija) ir desarrollando una historia. Primero habla
uno, después otro y otras veces entre todos: «¿qué te parece si
ahora...?».
3. Una vez contado, plasmarlo en un papel. ¡Ves qué fácil! ¡Ya tenéis
vuestro primer cuento!

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• PARA NIÑOS Y NIÑAS

***
1. Leer el cuento en voz alta y comentarlo entre todos.
2. Buscar entre todos los elementos que puedan servir para adornar la
clase. Se puede cubrir la clase con un papel blanco continuo para pintar
sobre él y no estropear la pared. Ahí se pueden dibujar el mar, las
palmeras, las nubes, etc. Con papel de embalar, arrugándolo un poco,
se pueden hacer las rocas en donde encalló el barco. El barco se puede
hacer con unas cajas de cartón, decorándolo, y, como palo mayor, el
palo de una escoba vieja. El cofre se puede hacer con cualquier caja
grande de galletas, etc. Seguro que los niños encontrarán muchos más
recursos que los que a mí se me ocurren.
3. Representar el cuento convirtiéndolo en una obra teatral. Pueden acudir
niños de otras clases, para al final hacer un pequeño coloquio o
discusión dirigida.
4. ¿En la vida real hay personas como el pirata Mala Pata? Poner
ejemplos. ¿Crees qué tenía mala pata? ¿Por qué era bueno?
5. Ya, de una forma individual, buscar en el diccionario todas aquellas
palabras desconocidas e ir haciendo un pequeño diccionario propio.

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3. TINA CELESTINA

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TEMAS
– Valores
– Amistad
– Tolerancia
– Creatividad

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El cuento que nació de una charla
Este cuento tan cortito, pero lleno de mensaje, nació de una pequeña charla con
mis hijas acerca de lo feo que es ser curioso, chismoso y pasarse el día
metiendo la nariz en todo. Un día, una de mis hijas tenía que preparar para la
clase de filosofía una pequeña fábula en la que se plasmase algún problema de
la vida cotidiana. La verdad es que ella supo encontrar en la nariz de «Tina
Celestina» la simbología perfecta. Además, tuve la suerte de que mi hija Leticia
me ilustrara el cuento.

Tina Celestina
Tina es una niña como todas. Ni muy alta, ni muy baja. Ni muy gorda, ni muy
flaca.
Ni muy guapa, ni muy fea. En realidad se llama Celestina, pero a ella no le
gusta nada su nombre, por eso todo el mundo le llama Tina.
Tina tiene un defecto, es un poco curiosa. Bueno, un poco no, es bastante
curiosa, la verdad es que Tina es muy, pero que muy curiosa.
—¡Tina!, ¡pero ya estás otra vez con la nariz detrás de la puerta!
—¡Tina!, siempre tienes que meter la nariz en todo.
—¡Tina!, deja de fisgonear.
Pero Tina no hacía caso, todo lo husmeaba. Se pasaba el día curioseándolo
todo.
—Esto me huele mal.
—Yo tengo un buen olfato para estos asuntos.
—Aquí huele a muerto.
—Mi olfato me dice que vamos por mal camino.
—Lo que acabo de ver me huele a chamusquina.
De manera que Tina todo lo curioseaba, todo lo olía, olfateaba, espiaba,
husmeaba y fisgoneaba.
Y todos, tanto en casa como en el colegio, le decían lo mismo: —¡Quieres
dejar de meter la nariz en todo! Quieres saber más que nadie y encima,
después, lo cuentas todo.
Un buen día la nariz de Tina se enfadó:
—¡Ya estoy harta de que me echen a mí todas las culpas! Yo no tengo nada

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que ver con tu curiosidad, de manera que, cambias o me voy.
A Tina le dio la risa, no se creyó semejante tontería y siguió igual de curiosa.
—¡Ja, qué risa!, ¿a dónde vas a ir tú sin mí?
A la mañana siguiente, Tina apareció sin nariz.
—Me da igual, total para lo que me servía —pensó Tina.
Pero esa mañana, Tina empezó a darse cuenta de que había llovido cuando
se le mojaron los zapatos, sin embargo no pudo llenarse del dulce olor a tierra
mojada y tampoco notaba el fresco olor a mar que traía la brisa.
Cuando llegó al colegio le dijeron que irían de excursión al campo porque
hacía unos días había empezado la primavera, pero Tina no pudo disfrutar del
olor a miel que despedían los árboles frutales, pues ya estaban todos en flor.
Además, se metió en donde habían estado pastando las vacas y pisó toda la
caca sin darse cuenta. Claro, como a ella no le olía mal no se enteró por dónde
andaba. Se ensució tanto los zapatos que sus compañeras no querían estar a
su lado. Total que la excursión que ella esperaba que hubiese sido
superdivertida, había resultado fatal.
Por la noche, al llegar a casa, había venido la abuela de visita. La abuela de
Tina vivía muy lejos y venía a visitarlos una o dos veces al año. La abuela de
Tina hacía una tarta con una receta secreta que no desvelaba a nadie, pero
Tina no pudo saborear a gusto esa tarta de olorosas y sabrosas fresas que le
había hecho la abuela.
—Nariz, te pido que vuelvas —dijo Tina antes de echarse a dormir—, por
favor, tú tenías toda la razón. No volveré a ser curiosa nunca más. Creo que he
aprendido la lección y ya sé que sirves para muchas cosas estupendas.
Tina despertó por fin con su nariz, y aprendió lo divertido que es charlar
tranquilamente de tú a tú. Hablar, compartir preocupaciones, ilusiones,
proyectos, pero sin querer saber más de lo que otro te confíe. Tina cumplió su
palabra. Dejó de meter la nariz donde nadie le había llamado.

ACTIVIDADES

28
• PARA PADRES Y EDUCADORES
1. Leer el cuento y comentarlo.
2. Definir entre todos qué es un valor, teniendo siempre en cuenta que:
1) un valor se elige,
2) entre varias alternativas,
3) se viven las consecuencias de haberlo elegido,
4) produce placer,
5) se hace publicidad de él,
6) además se pone en acción,
7) y se repite, no con monotonía sino siempre lleno de entusiasmo para
perfeccionarlo.
3. Realizar entre todos una lista de valores morales. Por ejemplo:
confianza, bondad, sentido del humor, sinceridad, obediencia, orden,
justicia, constancia, libertad, esfuerzo, fidelidad, austeridad, amor,
amistad, etc.
4. Entre todos los que se hayan escrito en la pizarra, cada uno de forma
individual debe que elegir y jerarquizar los cinco primeros valores,
ordenados de mayor a menor.
5. ¿Qué perdió Tina cuando perdió la nariz? ¿Es un valor importante saber
guardar lo que el amigo te confía?

29
• PARA NIÑOS Y NIÑAS

***
1. Leer el cuento en voz alta y hacer unos breves comentarios.
2. Escenificar el cuento de manera que llame la atención lo más posible es
el fin que se pretende. Es mejor ser muy breve, el cuento ya lo es, así
que la escenificación debe serlo también. No más de tres minutos.
3. Ahora vamos a ilustrar el cuento. Preparamos papel, pinceles, témperas
y rotuladores. Cada uno dibuja la parte de la historia que más le ha
gustado.
4. Colocar todos los dibujos de manera que sigan un orden para contar el
cuento con viñetas.
5. Dibujar la portada del cuento y elegir entre todos la que más guste y la
más significativa.
6. Tina perdió su nariz, pero, ¿qué fue lo que perdió cuando perdió su
nariz? ¿Por qué nadie quería ser su amiga?

30
4. UNA CABEZA A PÁJAROS

31
TEMAS
– Familia
– Hijos
– Autoestima
– Aptitudes
– Logros

32
Nuestros hijos tal como son
¿Por qué nos cuesta tanto, a veces, aceptar a nuestros hijos tal y como son?
¿Por qué nos empeñamos, a veces, en que logren objetivos que nosotros no
hemos llegado a conseguir? ¿Por qué no atendemos a sus verdaderas
aptitudes en lugar de a las ambiciones familiares? Nos empeñamos en
imponerles nuestras metas, sin tener en cuenta aquello en lo que se encuentren
más realizados. No todos tenemos las mismas habilidades y no necesariamente
las nuestras han de ser las únicas, las mejores, exclusivas. Existe una gran
variedad y todas han de ser valoradas en cada persona.
Soñando, imaginando, dando rienda suelta a la sensibilidad, escuchando
cuentos e historias, preguntando, interesándose, investigando, ayuda a sentirse
bien y a aprender cosas nuevas. Dejar que nuestros hijos se nos muestren tal
como son: animándoles a que se sientan bien consigo mismos, a sentirse
valorados en algunos aspectos de su vida y a saber tomarse con humor
aquellos otros en los que no se es tan bueno pero, sobre todo, tener su meta,
su camino, saber lo que buscan y lograrlo con esfuerzo propio.
A Pedro, protagonista de este cuento, no supieron entenderle en su casa. Tan
sólo una familia de jilgueros le animó a seguir el camino que Pedro consiguió
con su propio esfuerzo.

Una cabeza a pájaros


¿Cómo es posible que nunca hayáis oído hablar de Pedro Petrov? ¿Qué no
sabéis quién es? ¡Pero si vivió en esta aldea! ¡Pedro Petrov es el más famoso
flautista, no sólo de la inacabable estepa Rusa, sino del mundo entero!
Así hablaba el viejo Ivan Ivanovich a los niños de su aldea, entreteniéndolos
tanto, que hacía manar el silencio como una fuente cuando contaba sus viejas
historias con aroma de pan. Y mientras lo hacía, iba abriendo el portalón de su
memoria y movía sus manos largas, huesudas y expresivas, subrayando así su
relato. El tiempo había trabajado en su cara. De sus ojos azules salía una luz
lejana, que venía de dentro e iluminaba así sus pensamientos:
Pues veréis, hace ya algunos años, cuando los árboles se abrían ya a los
primeros rayos de la primavera. Cuando la nieve iba resbalando, remolona, por
nuestros tejados acompañada por el humo azul de las chimeneas. Cuando el
cielo huía ya del invierno y se levantaba en el aire una canción mañanera,
Pedro Petrov, acurrucado, dormía hecho un ovillo en su vieja y raquítica manta,
mientras cuidaba un rebaño de ovejas.

33
Pedro era un niño como vosotros al que le gustaban mis historias.
Larguirucho, de ojos vivos y pelo rizado, muy muy rizado, muy muy brillante y
muy muy negro. A Pedro le gustaba soñar. Uno de sus sueños favoritos era
tener algún día un gorro de cosaco, ya sabéis, esos gorros hechos de piel de
astracán.
Tengo la solución —se dijo Pedro un día—, mientras no tenga suficiente
dinero ahorrado para comprarme el gorro de cosaco, me recortaré el pelo como
lo hacen con el seto de boj de la casa de Natacha.
Efectivamente, Pedro recortó mucho el pelo de su nuca y dejó sin cortar el de
la parte superior de la cabeza, de tal manera que, como lo tenía tan rizado, se le
sujetaba hacia arriba y daba el aspecto de un gorro de cosaco. Incluso hundió
un poquito hacia dentro la parte superior, como los gorros de verdad.
Pedro estaba orgulloso de su corte de pelo, resultaba un gorro de cosaco muy
cómodo, no tenía que quitárselo ni para dormir.
Y como os iba diciendo, Pedro dormía ese día en que comenzaba la
primavera, cuando...
—Aquí, este es un sitio perfecto, de aquí no me muevo —comentó la señora
jilguero.
—¿No te parece un poco grande? —contestó el señor jilguero.
—¡No, no, qué va!, además ya tenemos hecho el hueco. ¡HUYY! Verás qué
mullidito y caliente está. Lo siento marido mío, pero yo no doy un vuelo más.
Estoy cansadísima y dentro de nada tendré que poner los huevos para que
nazcan nuestros pequeños.
—¡Pues hemos tenido mucha suerte! ¡Mira que encontrarnos el nido ya hecho!
¡Después de tanto buscar!
La risa, la charla y la alegría de los jilgueros despertaron a Pedro y con su
música acariciaron el silencio roto.
El Sol tenía pereza de salir de sus sábanas, era como si tuviese frío o sueño,
y brillaba poco todavía. Las flores sonreían y los árboles se asomaban para
mirar y curiosear. A Pedro se le habían quedado las piernas y los pies un poco
entumecidos por el frío, era como si tuviesen burbujitas por dentro. Pedro se
levantó y dio unos saltitos para reaccionar y estiró sus brazos tanto que
parecían de goma.
—¡Qué raro! No se nota viento y sin embargo se está moviendo nuestra casa
—comentó la señora jilguero.
—¡Es que esto no es un árbol! —gritó un poco asustado el señor jilguero.
—¡Pues yo ya te he dicho que no puedo más y no pienso moverme de aquí!
—dijo un poco enfadada la señora jilguero.

34
—No sé por qué hoy siento tan cerca los trinos de los pájaros —pensó Pedro
al mismo tiempo que se echaba una mano a la cabeza—. ¡Y tan cerca! ¡Cómo
que los tengo encima de mi cabeza! Pobrecillos, les debió gustar mi gorro. Pues
que se queden, será una buena compañía y, además, parecen asustados.
Pedro soltó unos silbidos para tranquilizarlos y los jilgueros contestaron
tímidamente. A partir de entonces, Pedro empezó a silbar durante todo el día. Y,
pasito a pasito, lo hacía cada vez mejor, de tal forma que no era fácil distinguir
entre los trinos de los jilgueros y los silbidos de Pedro.
—Pedro, ve al pozo a buscar agua —le mandaban.
—Fiuuu, fiuuu, fiufiufiufiuuuu —contestaba Pedro.
—Pedro, corta esta leña.
—Piriripririri, pririririuuuuu —contestaba de nuevo.
—Pedro, guarda el rebaño.
—Siiiiiuuu, siuiuiuiu, siuuuuuu —volvía a contestar.
—¡Pero no puedes hablar y contestar como una persona normal! Con tanta
musiquilla nos vas a volver locos a todos. ¡ESTE NIÑO TIENE LA CABEZA A
PÁJAROS!
Pues sí, la tenía, y muy llena por cierto, porque la señora jilguero cuidaba ya
de sus cuatro retoños. Pero aquello era un secreto y nadie sabía que Pedro
tenía pájaros de verdad en la cabeza y que eran, precisamente éstos, los que le
enseñaban a tocar la flauta.
Así, poco a poco, Pedro un día talló una flauta y después otra y otra mientras
tocaba y tocaba melodías que llenaban el aire.
—¡Pedro, trae el agua!
—¡Pedro, ve a por leña!
—¡Pedro, sal con el rebaño!
Y Pedro, cada día más distraído, se olvidaba de los trabajos que se le
encomendaban. Lo único que hacía era tocar y tocar la flauta.
—¡Pedro, eres un desastre! —le decía todo el mundo—. Siempre con esa
flauta y tanta musiquilla, no te enteras de nada de lo que se te ordena. ¡Pedro,
así nunca aprenderás nada! ¡Pedro! ¿A dónde piensas llegar con ese flautín?
¡TIENES LA CABEZA A PÁJAROS!
A Pedro no le importaba, era tan feliz con la flauta que ahora sólo le
interesaba la música que le enseñaban sus amigos los jilgueros. Por las noches,
Pedro seguía soñando. Las nanas que la señora jilguero cantaba a sus
pequeños, arrullaban también a Pedro que, empapado en sueños, se veía con
su gorro de cosaco y tocando la flauta por todo el mundo.

35
Y esto es lo que sucedió, pues como ya os dije al principio de mi historia,
Pedro Petrov es el flautista más famoso del mundo. Como habéis visto, Pedro
no era ningún desastre, sino simplemente tenía unos gustos diferentes a los de
su casa.
Así hablaba Ivan Ivanovich a los niños, con su voz ronca y oscura, mientras le
iban saltando recuerdos, de pronto, como un regalo. Era como volverse a
encontrar con algo que había perdido y que, en el reencuentro, brillaba aún más
que cuando lo había tenido.
—«¡Pedro, cabeza a pájaros!» —susurró Ivan mientras sonreía y sentía que
algo le apretaba muy dentro.

ACTIVIDADES

36
• PARA CHICOS Y CHICAS

1. Leer el cuento en voz alta.


2. Conocer bien la diferencia entre el tema y el argumento. ¿Qué valores
ofrece y transmite?
3. Hacer hincapié en el personaje principal: Pedro. ¿Es independiente?
¿Está orgulloso de sus logros? ¿Asume responsabilidades con
facilidad? ¿Afronta nuevos retos con entusiasmo? ¿Desprecia sus dotes
naturales? ¿Echa la culpa de sus debilidades a los demás? ¿Se deja
influir por otros con facilidad? ¿Se siente impotente y se pone a la
defensiva? ¿Le gusta mostrar sus emociones y sus sentimientos?
4. Discutir sobre el final del cuento ¿Es abierto o cerrado? ¿Se acabaron
sus problemas al terminar el cuento? Explicar por qué.
5. Explicar cada uno al resto del grupo si le ha gustado el cuento y por qué.

37
5. LA LUNA ME ACERCA A MI
FAMILIA

38
TEMAS
– Familia
– Creatividad
– Poesía
– Música

39
La Luna me acerca a mi familia
La Luna, tema de muchos poetas y narradores, ha excitado desde siempre la
curiosidad del hombre. Todos, desde la antigüedad hasta (hace ahora más de
25 años que el hombre pisó la luna por vez primera) nuestros días, hemos
buscado en la Luna una historia, un poema, una curiosidad, una canción, una
intriga, un miedo, una causa, un embeleso, una locura y hasta algún
enamoramiento. Muchos de nosotros le hemos cantado el «Luna lunera,
cascabelera» mientras era nuestra compañera en algún viaje en tren o en
coche; cantidad de veces hemos estado en la «Luna», —¡Pero hija, baja de la
luna!— (¡y qué bien se está allí!) sin necesidad de una nave espacial; y en no
pocas ocasiones pedimos «la Luna» cuando, sobre todo, nos quedamos «a la
Luna de Valencia».
Yo también me confieso cautivada por la Luna. Y aunque entendiendo sus
fases y el porqué, no deja cada noche de picar mi curiosidad, mirándola siempre
con un ensimismamiento especial, como si cada día fuese una luna diferente.
Por eso, en algunas ocasiones, he hecho pequeños poemas, dedicados a
algunos de mis hijos, nanas y también aparece la Luna en muchos de mis
cuentos.
Cada vez que uno de mis hijos tiene que pasar una larga temporada lejos de
casa, voy desgranando miles de recomendaciones (me imagino que como todas
las madres) que ellos oyen caer monótonas, como una lluvia que no escampa:
«Acuérdate de ser buena persona, cuida tus cosas, sé ordenado, sé educado,
piensa las cosas antes de hacerlas, ten cabeza...», pero hay algo que en el
momento del adiós siempre les digo, esto sí sé que siempre lo recuerdan:
—«Sé feliz y acuérdate de mirar a la Luna».
No, no es que yo me haya convertido en «Miss Lunatic» como el personaje de
Carmen Martín Gaite en Caperucita en Manhattan, pero, ¿os habéis fijado que
la distancia que hay entre la Luna y la Tierra es siempre mayor que cualquier
distancia que pueda haber entre nosotros por muy lejos que nos vayamos?
Pues, por esta magia especial, la Luna, que está todavía más lejos que donde
se encuentra ese hijo, hace que los dos nos sintamos más cerca. Los dos
sabemos que podemos mirar a la misma luna.

Poemas

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LUNA DE ESPEJO
Para mi hija Bibiana

Mi Luna es un espejo,
que algunas noches entra
por la ventana de atrás
que siempre dejo entreabierta.
Y en nuestra alegre tertulia
probamos nubes de espuma
como si fueran sombreros.
Y con las nubes de lluvia,
peinamos tirabuzones
engalanados con plumas.
Cuando me acerco y me miro,
la Luna cuenta mis pecas,
y ella, la muy traviesa,
sacudiendo su gran borla
mi nariz espolvorea.
¡Y la magia de la Luna
de pecas me deja llena!

41
MI BLANCA COMETA
Para mi hijo Yago

Lancé una cuerda muy alta


hasta la gran Luna llena,
atándola al manillar
de mi nueva bicicleta.
Y corría por los campos,
con esta blanca cometa.
Cuando saltaba y saltaba,
saltaba la Luna llena.
Cuando volaba y volaba,
me seguía mi cometa.
Cuando me quedaba quieto,
paraba la Luna llena.
Y dejé atada a un árbol
a esta mágica cometa.
Pero hoy por la mañana,
sólo quedaba la cuerda.

42
LUNA PASTELERA
Para mi hija Leticia

Es noche de Luna llena,


dulce Luna pastelera,
que en la noche abre sus puertas
a las golosas estrellas.
La Luna con alegría,
anuncia su mercancía:
¡Hay exquisitos merengues
con «medias lunas» de hojaldre!,
¡blanditos bollos de leche!
Acuden corros de estrellas;
hacen risas, cuchichean.
¡Cómo se chupan los dedos
con tan sabrosa merienda!
Unas saltan, otras juegan,
brilla el azúcar en ellas.
¡Es noche de Luna llena!,
¡dulce Luna pastelera!

43
GABRIELA, MI LUNA
En una noche clara,
de luz y de estrellas,
llena de sorpresas,
llegaba Gabriela.
Cantaba la Luna,
reía una estrella,
entre dos luceros,
nacía Gabriela.
Se asoman a verla,
traviesas, las estrellas,
que se rían bajito
que se duerme Gabriela.
La noche se derrama
caricias y besos
de luz y ternura
que manda el abuelo.
Que duerma Gabriela,
le mece la Luna.
Que duerma Gabriela,
tranquila en su cuna.
Gabriela mi estrella,
Gabriela mi Luna,
Gabriela mi niña
de luz y ternura.

ACTIVIDADES

44
• PARA CHICOS Y CHICAS

1. Buscar frases hechas, palabras derivadas, refranes, etc., que tengan


que ver con la Luna. Yo ya he usado alguna, pero quedan muchísimas
más.
2. Hacer una recopilación de poemas, canciones, nanas, etc., en la que
aparezca la Luna como protagonista. Si sabéis quién es su autor, no
olvidéis anotarlo.
3. Como sabéis, la Luna tiene varias fases por las que pasa a lo largo del
mes. Estas fases hacen cambiar la forma de la Luna. Teniendo esto en
cuenta, busca distintas atribuciones, caras, oficios, formas, colores,
objetos, personas que veas tú en la Luna. Por ejemplo: yo he visto una
cometa blanca, o una señora pastelera, o un espejo que habla. Pero
seguro que con tu imaginación has visto muchas más cosas que yo.
Empieza.
4. Ahora vamos a ser los autores de un cuento cortito. Yo sólo doy el
comienzo y el final y vosotros hacéis lo importante, el argumento: «Érase
una vez la Señora Luna que cansada de salir todas las noches por el
cielo... Y esto es lo más divertido que le pudo pasar».
5. Es muy importante que no olvides hacer la ilustración de tu cuento.
6. Ahora un poco más difícil, porque lo que vamos a hacer es un poema.
No hace falta que sea muy largo. Yo os voy a dar dos posibilidades
diferentes, vosotros podéis ponerlas en donde queráis: al comienzo de
vuestro poema, en el medio, intercalando otros versos por el medio o al
final.
1) «La señora Luna
escondió su cara,

45
llena de vergüenza,
bajo su almohada.»
2) «¡Buscad a ver quién ha sido!
¿Quién se ha comido la Luna?»
7. También podéis hacer un nuevo poema sin utilizar los versos que yo os
doy.
8. Intentad poner música a vuestra composición poética. Podéis
componerla vosotros mismos o podéis utilizar la de cualquier canción
que conozcáis.

46
6. MONTAÑA FELIZ

47
TEMAS
– Tolerancia
– Medio ambiente
– Creatividad
– Naturaleza

48
Nuestra tierra es limpia... vieja... sabia...
He oído decir que el que encuentra un amigo encuentra un tesoro.
De vez en cuando, me gusta abrir el portalón de mi memoria y dejo que los
recuerdos salten de pronto. Suele ser como un regalo, como volverse a
encontrar con algo que habías perdido y que, en el reencuentro, parece que
brilla más aún que cuando lo tenía.
Cuando era niña me gustaba esconder «tesoros». Todo consistía en enterrar
flores cubiertas por un trozo de cristal viejo y después por la tierra. Al día
siguiente mi «tesoro» se había puesto mustio y además me regañaban porque
la tierra era algo sucio con lo que no se debía jugar.
Con el tiempo fui aprendiendo que la tierra no era sucia sino limpia. ¿Habéis
visto algo que nazca sucio de la tierra? Sus flores, los árboles, las zanahorias,
las verduras y hasta la hierba más pequeña es verde, limpia y brillante. Todo
está nuevo y limpio cuando nace. La tierra, además, es vieja, ha existido desde
siempre, desde mucho antes que el hombre, por tanto, solo por su edad
deberíamos respetarla. Y, sobre todo, es sabia, está llena de experiencia, como
esas personas de edad en quienes nos aconsejamos en tantas ocasiones. ¿Por
qué no nos dejamos guiar de su mano? ¿Hay algo mejor que el olor a tierra
mojada, la caricia de la brisa, el gemido del viento buscando su consuelo entre
los árboles, las aguas canosas de un río, una noche de luna llena de silenciosos
ruidos o las risas y las charlas de los pájaros?
Estos sí son verdaderos tesoros que guarda nuestra tierra limpia, vieja, sabia
para nosotros. No necesitamos enterrar nada, nuestra amiga la tierra es nuestro
tesoro y los tesoros no se entierran, se cuidan, se disfrutan, se comparten, se
muestran, se conservan, se cultivan, se miman, se protegen, se abrigan y sobre
todo se viven.
—«Qué pena que los árboles no tengan pies para poder escapar si alguien
intenta hacerles daño» —me comentó una noche mi hijo Yago mientras me
contaba que en el colegio habían celebrado el día del árbol.
—«Es que un árbol es como un amigo —le dije yo—. Siempre está ahí,
silencioso, amoroso, dispuesto, paciente, generoso. El árbol es un tesoro».
Así fue como nació este cuento de «Montaña Feliz».

Montaña Feliz
La luz de la tarde llenaba de magia el aire. La Luna iba subiendo como un globo

49
naranja cuando aún el Sol, perezoso, se iba entreteniendo en el agua y en las
copas de los árboles.
La mirada de Montaña Feliz se posaba para acariciar el atardecer, mientras
descansaba en la cima de su montaña.
Montaña Feliz era un viejo indio Dakota que, cansado de andar de un lado
para otro con su tribu, un día decidió quedarse a vivir para siempre en aquella
hermosa montaña.
A él, desde niño, le habían gustado mucho las montañas, de ahí su nombre.
La cima de aquella montaña tenía un bosque con todo tipo de árboles. Pinos,
abetos, castaños, viejos robles, nogales, sequoias. Era la única que lo tenía, las
otras, ahora desnudas, también habían tenido su bosque en otro tiempo.
Esta tarde la voz del viento había entrado a buscar a Montaña Feliz hasta el
fondo de su cueva para contarle lo que había oído:
—Mañana empezaremos por este bosque. Traeremos hachas y sierras
eléctricas. Aquí hay mucha madera y de muy buena calidad.
—Sacaremos mucho dinero, son árboles de muchos años, troncos robustos y
sanos.
—Yo creo que en una semana acabaremos con todo el bosque.
¡Eran las voces de los hombres! ¡Voces temidas por todo el bosque!
Después, el viento, enredándose entre las ramas de los árboles, iba
esparciendo la noticia por todo el bosque como ceniza aventada.
—Si nos cortan acabarán con nuestras vidas, pero también acabarán con la
vida del bosque —dijo un viejo roble con una voz ronca y breve.
—Claro, si tuviésemos pies podríamos echar a correr —comentaban algo
asustados unos abetos todavía jóvenes.
En esto, unas ardillas salieron de sus troncos hablando muy rápido y, muy
nerviosas, caminaban de un lado a otro sin parar.
—¿Pero no os dais cuenta de que nosotras nos quedamos sin hogar y
además ya no habrá bellotas para poder alimentarnos?
Los pájaros salían de sus nidos y, armando un gran alboroto, cuchicheaban
unos con otros mientras se echaban las alas a la cabeza.
—¡Qué será de nosotros y de nuestros pequeños!
Y unas vocecillas que se oían al ras de la tierra decían:
—Si cortan los árboles, estas tierras ya no tendrán sombra y tampoco habrá
raíces y, cuando lleguen la lluvias, arrastrarán todo el terreno y nosotras
moriremos.
Las que hablaban así, con sus voces temblorosas, eran las fresas, los

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arándanos y las frambuesas silvestres.
Entonces el río se enfureció y bajaba golpeando con su aullido las piedras y
los troncos que encontraba a su paso:
—Si cortan los árboles, sus ramas ya no podrán acariciarme con su sombra y
el calor sofocante del verano me secará.
Una nutria asomó su cabeza:
—Si el río se seca, yo no podré construir mi casa.
—Y nosotras moriremos —gimieron blandamente unas truchas.
—Y nosotros no podremos subir a visitaros como todos los años —añadieron
unos salmones.
Y salió el viejo y sabio búho, a quien todo el bosque pedía consejo. Todos,
confiados, esperaban su siempre acertada respuesta.
El búho agrandó aún más sus ojos, apoyó su barbilla en una de sus alas,
mientras que con la otra se rascaba la cabeza y, cuando parecía que iba a
empezar a hablar, se encogió de hombros y dio media vuelta.
Así que todo el bosque estaba triste, hasta la Luna lloró esa noche:
—Ya no podré esconderme detrás de las ramas de los árboles para jugar con
las traviesas estrellas.
La cima de la montaña gimió con tanta tristeza que produjo un crujido que hizo
recordar a las otras montañas su desgracia ya antigua. Este gemido retumbó en
el corazón de Montaña Feliz como una campanada muda. Entonces salió al
centro del bosque con sus tambores y sonajas. Allí cantó y danzó durante toda
la noche y, como por arte de magia, el bosque se trasladó entero, con todos sus
habitantes, a otra cima de una montaña vecina que, desde hacía ya muchos
años, estaba sin vida.
A la mañana siguiente, cuando los leñadores llegaron a la cima...
—¿Cómo es posible? ¡Nos hemos confundido de montaña! Yo sabía seguro
que era esta montaña la que tenía el bosque en la cima, y ahora..., tendremos
que ir a la de ahí enfrente —dijo uno de los leñadores muy enfadado.
—¡Esa es la que tiene el bosque! —gritó otro señalando la cima de la montaña
vecina.
Y así, durante varias noches, el bosque cambiaba de una cima a otra para que
los leñadores no lo encontraran por la mañana cuando llegaban arriba. Ellos,
después de comprobar bien, en el atardecer, qué montaña era la que tenía el
bosque, dormían a su pie para asegurarse de que, a la mañana siguiente, no se
confundirían. Pero el bosque nunca estaba cuando los leñadores llegaban
arriba.
Y empezó a correrse la voz de que aquel lugar estaba encantado. Entonces

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los leñadores, muertos de miedo, se marcharon para siempre.
Ahora todas las cimas de las montañas vecinas vuelven a tener su bosque
lleno de vida, con sus pájaros, sus ardillas, sus flores y frutas silvestres, y hasta
con su sabio búho que vela durante la noche la paz de su bosque.
El bosque de Montaña Feliz había ido dejando, en su peregrinar por las
distintas montañas, sus semillas para toda esa nueva vida.

ACTIVIDADES

52
• PARA GRUPOS DE PADRES, EDUCADORES Y
JÓVENES
Temas posibles para realizar con cualquier técnica de grupo:
1. Plantear un debate entre un tribu india y los primeros colonos por medio
de un juego de simulación.
2. Investigar sobre elementos culturales que algunos pueblos han perdido
a causa de la colonización. Sobre las especies en vías de extinción y los
intereses económicos. Sobre el respeto hacia las costumbres y
religiones de los pueblos indígenas.
3. Buscar objetivos para ver qué se puede hacer para colaborar con el
medio ambiente. Examinar a qué tipo de cosas estamos habituados y
que van en contra de esos objetivos.

53
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Jugar al «veo-veo», pero con árboles. Por ejemplo: ¿Cómo es de alto?
¿De qué forma? ¿Cómo es su fruto? ¿Dónde vive? ¿Cómo es su hoja?,
etc.
2. Inventar entre todos un relato de un bosque encantado.
3. Recopilar leyendas sobre árboles de diferentes culturas: los celtas, etc.
4. Idear un eslogan publicitario defendiendo a un animal o a una planta.
5. Describir un lugar utilizando todos los sentidos. Intentar hacerlo con
metáforas.
6. Describir un río, una montaña o cualquier animal como si nunca antes lo
hubieras visto y no supieras su nombre. Utiliza sólo adjetivos
calificativos.
7. ¿Qué echaríais de menos si vivierais en una montaña como Montaña
Feliz? Aún así, ¿os gustaría vivir allí? ¿Por qué?

54
7. SI YA LO DECÍAMOS
NOSOTROS

55
TEMAS
– Familia
– Hijos
– Valores
– Fracaso
– Autoestima
– Logros

56
Un examen de conciencia
Normalmente hablamos del niño fracasado señalando siempre su vagancia, su
falta de interés, su poca ilusión, su falta de objetivos y, como suma de todo ello,
unos resultados académicos negativos. Pero, ¿hemos hecho alguna vez
examen de conciencia, como hacía, llena de humildad, una joven profesora
intentando saber qué era lo que ella hacía mal, cuál era su fallo, cuando
llegaban a COU los mismos alumnos que había tenido en 1º de BUP y su
preparación dejaba mucho que desear?
Realmente es muy cómodo limitarnos a señalar con el dedo sus fracasos, a
sentirnos en posesión de la verdad por el simple hecho de ser adultos, sin
ayudarles a buscar objetivos, a animarlos y tratar de aplaudir siempre sus
éxitos, por pequeños que a nosotros nos parezcan (tal vez, muchas veces, ni se
nos ocurre pensar que un niño fracasado pueda tener algún éxito). ¿Nos hemos
esforzado para que se sientan seguros, apoyados, motivados o quizá pensemos
que no merece la pena porque, total, no son capaces de nada?
En no pocas ocasiones nos resulta más fácil amenazar y cazar en la falta, que
darles confianza, aunque pensamos que no son merecedores de ella, pero,
¿nos hemos preocupado por saber qué sienten, cómo viven su fracaso?
Puede ser que todo empiece a mejorar si en lugar de descalificar, calificamos,
si en lugar de devaluar, valoramos y sobre todo si siempre confiamos, pues
todos hemos empezado a mejorar cuando alguien se ha fiado de nosotros.

Si ya lo decíamos nosotros...
Tato es un niño como los demás, al menos eso siempre pensó él. Va a empezar
el colegio por primera vez. Está muy contento, el abuelo le ha explicado que allí
aprenderá muchas cosas nuevas. Se acabó la guardería y el ser pequeño.
El pelo de Tato es negro, brillante y tan rizado, que su cabeza parece un
racimo apretado de uvas tintas. En sus ojos negros también le brillan unas
chispitas, que vienen de lo más profundo de ellos. Tiene las cejas altas,
levantadas, atentas, en una interrogación continua. La verdad es que Tato es
así, pregunta sin descanso los porqués, el cuándo, el cómo. Siempre va más
lejos de lo que uno puede esperar para un niño de su edad, de manera que
resulta, en no pocas ocasiones, exasperante. Hace perder la paciencia a
cualquiera de su casa, excepto la del abuelo, al que siempre se le oye repetir la
misma cantinela a los que la pierden.
—La paciencia, si se pierde, ya no es paciencia.

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Tato y el abuelo se entienden, se atienden, se escuchan, se sienten, se
comprenden y, sobre todo, se quieren. Tato es feliz al lado del abuelo.
—Abuelo, ¿sabes qué en el colegio somos muchos niños?
—¿Y qué te ha parecido?
—Creo que va a ser divertido. Hay niños muy deportistas a los que les gusta
jugar al fútbol. A mí, ya sabes que no es lo que más me gusta, pero, ¿tú crees
que encontraré algún amigo que le guste jugar a descifrar las nubes como a mí
o a observar a los gorriones cuidando sus crías? Me parece que voy a tener
muchos amigos con los que poder hablar de tantas cosas como contigo.
—¡Claro que encontrarás algún amigo con quien lo puedas hacer! —contestó
el abuelo intentando poner cierto entusiasmo, pero poco convencido de sus
palabras—. Poco a poco irás conociendo a tus nuevos compañeros y entablarás
una verdadera amistad.
El lenguaje de Tato siempre fue muy rico y, desde muy pequeño, sabía
emplear el término preciso para cada ocasión. Su vocabulario era propio de una
persona adulta. Tato jamás decía «esto está bien» como cualquier niño de su
edad o, incluso mayor que él. Tato decía «esto es correcto». Por esta razón y
por otras muchas el abuelo sabía que iba a ser difícil que Tato se encontrara
cómodo en el colegio.
Así iba pasando el curso y Tato cada vez se aburría más. Los otros niños
preguntaban siempre las mismas cosas. —¡Es que no se enteran! —pensaba
Tato desesperado—. Siempre están haciendo las mismas preguntas, ¿no se
aburrirán?
Y Tato se fue desilusionando poco a poco. Ya ni siquiera se desesperaba.
Había perdido todo interés por aquello que se hacía en clase. Quien en realidad
se aburría era él.
En el cole leían libros, pero, ¡iban tan lentos! que, cuando los terminaban,
Tato, que había aprendido a leer él solo, ya lo había leído cuatro veces.
También estudiaban música, pero Tato ya se sabía de memoria lo que era un
pentagrama, conocía todas las notas con sus valores. El abuelo le había
enseñado solfeo. Pero lo que en realidad le entusiasmaba era oír música con el
abuelo, sentirla, meterse dentro de ella llegando a notar cómo su pelo, a pesar
de lo ensortijado que lo tenía, se le ponía de punta. En el colegio oían poca
música y machacaban las notas sin parar todos los días.
Los profesores empezaron a desesperarse, y se oían continuamente quejas
de Tato:
—¡Tato, atiende!
—¡Tato, baja de las nubes!
—¡Tato, no interrumpas!

58
—¡Tato, no preguntes tanto!
—¡Tato, no seas desobediente!
—¡Tato, sigue las normas!
—¡Tato, te he pescado!
—¡Tato, has sido tú!
—Tato... Tato... Tato...
Y Tato pasó a ser un niño solitario, despistado, meditabundo, crítico e
insatisfecho consigo mismo. En una palabra: Tato no era feliz. También en casa
solía oír las mismas quejas, salvo por parte del abuelo:
—Tato atiende a lo que haces.
—Tato, ahora no me interrumpas con preguntas impertinentes.
—Tato, obedece.
—Tato, apaga la luz, no leas más.
—Tato... Tato... Tato...
Un día se murió el abuelo. Tato se sintió completamente solo para siempre.
—¡Qué niño más raro y más tonto es este Tato! —decían en el colegio—. Así,
no llegará nunca a nada, así no llegará muy lejos.
Cuando una mañana la señorita de la clase pidió algo que realmente divirtió a
todos, incluso Tato cogió rápidamente sus lápices para hacer el trabajo que les
habían mandado.
—Hoy quiero que hagáis un dibujo que diga cómo os sentís por dentro.
Alicia, una niña de trenzas gordas y ojos grandes, dibujó una niña saltando a
la cuerda y le explicó a la profesora que ella era feliz cuando lo hacía. Cristina,
esa niña de voz muy fina y que todo lo hacía bien, dibujó una casa y le dijo a la
profesora que era la casa de su abuela, y le gustaba mucho ir a visitarla. Pablo,
un niño inquieto al que le gustaba ponerse el abrigo como una capa y correr
mucho dejando que el viento se lo levantase, dibujó a Superman. Pablo siempre
era Superman en todos los juegos. El dibujo de Tato era algo muy moderno, se
podía decir que recordaba a Miró. En una esquina inferior del papel había un
punto negro, minúsculo, después, todo el papel lo llenaban cantidad de trazos
de colores fuertes vibrantes, con luz y con mucho movimiento.
—¡No te da vergüenza! —le dijo la profesora antes de que Tato pudiera
explicar el porqué de su dibujo—. Ni siquiera un niño de dos años haría unos
garabatos así. ¿Tanto te cuesta hacer una casita como la de Cristina?
Realmente eres desesperante y nunca saldrá nada bueno de ti. TODO LO
HACES MAL.
Tato no pudo explicar el sentimiento de soledad que había en aquel dibujo. Él,

59
representado en aquel punto negro, rodeado por un mundo lleno de vibraciones,
de vida, de sentimientos, que a él ni siquiera le rozaban.
—¡Este chico es un desastre! ¡No sé donde llegará!, pero, desde luego, así,
no creo que llegue muy lejos —comentaban, entre ellos, todos los profesores
del colegio.
De manera que Tato se encerró en casa entre sus libros y en su soledad.
También en casa oía quejas:
—¡Hijo, desde que murió el abuelo, no hay quien te entienda! Anda, sal a
airearte un poco que en casa no hay quien te aguante, eres como un castigo.
De vez en cuando salía a dar un paseo y buscaba, entre la chatarra y viejos
electrodomésticos, todo aquello que pudiera servirle para construir un raro
artilugio que pensaba utilizar para andar por tierra, navegar por el agua, e
incluso a veces, para volar raso. Y un buen día, puso en marcha su artilugio y
desapareció.
En el colegio nadie lo echó de menos.
Al poco tiempo, Tato aparecía en todos los medios de comunicación: la radio,
la televisión, la prensa. Se hablaba de su inteligencia, su afición por la lectura,
su capacidad para el trabajo, su energía para resolver las cuestiones que se le
planteasen y su sensibilidad con la naturaleza.
Tato había encontrado a alguien como el abuelo, alguien que lo comprendía,
alguien que había confiado en él. Tato había encontrado amor.
Sus antiguos profesores comentaban:
—Si ya lo decíamos nosotros: ¡Este niño llegará muy lejos!
N.A.: Cuando escribí este cuento, jugué con cada uno de los miembros de mi
casa a darles el cuento hasta el nudo; quería que cada uno me diera su final. No
hubo ningún final igual al mío. Todos lo solucionaron sin que Tato se fuera de
casa. Mi final no les gustó, quizá porque la realidad duela en muchas ocasiones.

ACTIVIDADES

60
• PARA PADRES Y EDUCADORES
1. Lectura del cuento y puesta en común. ¿Qué sentimiento ha dejado en
ti? Señala qué frases o qué situaciones del cuento han despertado ese o
esos sentimientos.
2. Leer el cuento solo hasta el punto en el que Tato hace su dibujo en el
colegio. Buscar diferentes finales. Razonarlos.
3. Hacer una lista entre todos de qué significado tiene la palabra fracaso
para cada uno. Tratar de definirlo solo con una o dos palabras.
4. Una vez que entre todos se busque el significado de la palabra fracaso,
analizar las causas de ese fracaso. Solo con frases cortas y muy
concretas.
5. Representar una pequeña obra con tres tipos de personajes: la familia
de Tato, los profesores de Tato y uno o varios personajes que intentan
convencerlos de otra forma de tratar a Tato.

61
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
Se puede ir diciendo una frase y comentarla, averiguando siempre en dónde se
encuentra esa situación en el cuento. Buscar situaciones reales.
– Alabar es mejor que insultar.
– Felicitar es mejor que criticar.
– Aportar soluciones mejores y posibles es mejor que denunciar y protestar.
– Respetar es mejor que despreciar.
– Colaborar es mejor que corregir.
– Ayudar es mejor que exigir.
– Aprender es mejor que no saber.
– Lograr algo bueno por esfuerzo propio es mejor que recibirlo regalado.
– Fabricar o inventar un juguete es mejor que comprarlo.
– Leer es mejor que pasmar.
– Hacer deporte es mejor que verlo.

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8. MICHAEL, TÍO, ÉCHAME UNA
MANO

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TEMAS
– Familia
– Hijos
– Rebeldía
– Autoestima
– Adolescentes

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¿Quién puede más?
Por supuesto que no se trata de quién puede más ni de quién es el ganador,
sino de que todos, tanto padres como hijos, puedan tener un acercamiento, una
mayor comprensión y un apoyo mutuo y, todo ello, con el mejor resultado: que
todos ganen.
Existen niños y adolescentes que están siempre en contra, con razón o sin
ella. No acostumbran a conjugar el verbo cooperar. Sin embargo utilizan,
normalmente, el retar y el agredir.
El niño o el adolescente rebelde encuentra en el adulto un obstáculo para
lograr su posición de mando. Cree saber tanto como un adulto y le gusta
desafiarle. Suele mantener una actitud negativa, le gusta discutir, es terco y
actúa a su antojo. Es raro que le interese un premio como a cualquier otro niño
y le dejan indiferente los castigos más fuertes, manipulando así las emociones
del adulto.
El niño rebelde tiene una guía muy peculiar para distinguir el bien del mal: si
se le encuentra con las manos en la masa, quizás su comportamiento haya sido
malo; pero si nadie lo ve, entonces tiene la seguridad de que fue bueno.
Todos nos hemos rebelado en algún momento de nuestra vida para mostrar
nuestra independencia y determinar nuestros límites. Sería bueno que
recordásemos esos momentos para saber cómo nos habría gustado que nos
trataran y nos comprendieran:
—Lo primero de todo: hay que tener una gran dosis de paciencia y saber ser
oportunos.
—Controlar las emociones.
—Marcar muy bien los límites y cumplir las pautas fijadas.
—Saber escuchar hasta el final, sin interrupciones, aunque no se esté de
acuerdo con lo que nos estén diciendo.
—Predicar con el ejemplo.
—El contacto físico es importante para establecer una buena comunicación
(un abrazo, un beso o una sencilla palmada en la espalda, etc.).
—Sobre todo: que se sienta aceptado y comprendido.

Michael, tío, échame una mano


Michael Jackson

65
Bel-Air. Los Ángeles. EE.UU.
¡Hi Michael!
Tú no me conoces, pero yo te tengo por un tío legal. Molas un mazo y seguro
que tú me entiendes, porque en mi keli no me entiende ni Blas. Que si lo que
pongo no es música, sólo ruido; que si voy hecho un pifio con los vaqueros
rotos; que si lo del pendiente es de nenaza y que en cuanto me descuide me lo
van a arrancar de cuajo. Pero, ¿es que no se han enterado de la de guita que
se puede ganar con una guitarra y cantando bien con un grupo que hemos
formado y que está cojonudo? A ver si así me agencio una chupa, porque los
muy ratas no me sueltan la guita para mercarla.
Te escribo para ver si tú les convences y caen de la burra. ¿Me harías ese
favor, colega?
Ella, mi vieja, me tiene tirria, pero yo ¡la odio, la odio y la odio! y que se joda.
¡Ah! y que se olvide, que no se van a salir con la suya. Me da igual que me
castiguen encerrado sin salir de mi habitación para nada, al fin y al cabo, sé que
a ellos les jode más que a mí el castigo y no se enteran que así les como el
tarro. A mí, francamente, me resbala, total un día me pienso pirar y estos viejos
no me vuelven a ver el pelo...
Ya se lo dije hoy a mi viejo (siempre intenta hacerme creer que me ignora,
pero yo sé que no es así y, además, me mola sacarle de sus casillas): «Me trae
al fresco que me castigues sin salir, ¡te enteras, viejo!». Y a continuación di un
portazo.
Es que hoy me cacharon. ¡Tremenda pillada! Pero si no estaba haciendo nada
malo. Total, ¿para qué voy a ir a clase si no pienso estudiar más? Siempre la
misma plasta, siempre el mismo marrón, siempre los mismos tíos; encima hoy
había gimnasia que, total, nada; después lenguaje, que el pavo está de baja y el
sustituto es igual de coñazo que él. Pues justo tuvo que pasar el tío éste (mi
viejo) por la calle donde yo estaba, ¿a ver qué hacía él por allí a esas horas en
su buga y a dos por hora?, ¿por qué no estaba en la oficina? Pues va y, el muy
c..., es justo la pregunta que me hace él a mí.
—«¡No me jodas, tío, que no es para tanto!» —le dije—. Él intentaba
mantenerse en calma, pero yo le notaba que estaba enfurecido (se le hinchaba
la vena del cuello), y, enseguida, las famosas frasecitas que no se hartan de
repetir los dos sin parar: «¿Cómo piensas aprender si no vas al colegio? ¿Tú
crees que esto que haces está bien?».
Joe, pues eso, que no se enteran. ¿Por qué va a estar mal si total nadie se ha
dado cuenta de que he faltado a clase?, ¿eh? Claro, si él no hubiera pasado por
ahí, pues no habría pasado nada. Pues eso, nada malo. Si no llegan a
cacharme, no pasa nada.
En fin, por otra parte, el estar castigado no está tan mal. Por lo menos se

66
enteran de que existo y puedo discutir. Así los pongo chungos y nerviosos. El
otro día oí que el viejo le decía a mi madre: «Ve a hablar con él a ver si se le
pasa. Esta situación, siempre enfadados, es muy incómoda. A ver si comprende
cómo tienen que ser las cosas». Pero, ¿es qué acaso me comprenden ellos a
mí? ¿Por qué tienen que ser las cosas que ellos dicen? ¿A que a ti te pasaba lo
mismo, Michael? ¡Tu viejo también era lo suyo! Comprendes lo que te digo,
¿verdad, colega?
Pues no, no se van a salir con la suya. Cuando se presentó mi vieja, yo seguí
discutiendo, le grité, le insulté y di un portazo. Lo malo es que esta vez ella no
siguió la riña como suele hacer siempre. Se calló, no contestó nada, dio media
vuelta y..., sólo silencio. Yo seguí gritando e insultando para ver si la sacaba de
quicio, pero no conseguí meterla en mi rollo. Cuando la meto en mi rollo tengo
una sensación de mando y de poder que me mola un montón. ¿A que tú sentías
lo mismo, tronco?
Además, ¿no dicen que siempre fui así? ¿De qué se quejan? Dicen que de
pequeño me pasaba el día diciendo «no» por todo y hasta les hacía gracia;
después pasé a pelearme siempre con los niños con los que jugaba y después,
que si en el colegio no cumplo las normas; que si fumo. A ellos, ¿qué más les
da?, ¿es qué acaso ellos no fuman? ¡Bah!, dicen que soy un niño todavía, con
14 tacos que tengo, y ahí está el problema: que no lo soy, que no se enteran y
que no me comprenden. Se meten con mi forma de vestir. Claro a mi madre le
gustaría tener un hijo de esos «pijos» para fardar, pero a lo mejor esos no son
tan legales como yo con mis colegas. Cuando nos escapamos de clase o
hacemos algo de eso que dicen que no cumplimos las normas, yo no les dejo
de cuelgue, ¿me entiendes, tronco?
El otro día estuvimos bebiendo unas «litronas» y menuda se armó en mi casa
cuando llegué. Pero si no pasa nada, si lo hace toda mi basca (una guay que
tengo del futbolín del final de la calle). A mí me admiran todos porque dicen que
yo sé mucho de cuentas y de todo ese rollo. Para que después mis viejos digan
que no sé nada.
Pues eso, me gritan hasta desgañitarse, si quiero hablar me interrumpen, me
insultan, se remontan a la prehistoria con unos rollos que ya me los sé de
memoria, pero, a la hora de la verdad, no cumplen nunca sus amenazas. O sea
que yo, tranqui.
El viejo se cree que uno no tiene experiencia. «Pero, ¡tú qué te crees, sé más
que tú de la vida, viejo, que no te enteras tío!»
Claro que, alguna vez, también hubo días buenos. Hubo uno que hasta
parecía que me entendían. Llegué tarde a casa y dejaron que explicara mis
razones hasta el final, no me interrumpieron y, después, mi padre hasta me dio
una palmada en el hombro, y mi madre me dio un beso.

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A pesar de todo (sobre todo lo del beso, que puede que sea cosa de babys),
aquel día me pareció que había crecido, que alguien había confiado en mí.
Bueno, Michael, me las piro que tengo rollo con la basca. Espero tu carta y
que con eso se me arregle un poco la vida, si no, como ya te dije, estoy
dispuesto a desaparecer sin dejar rastro. Tú cuéntales todo tu rollo y lo bien que
te va con lo de la guitarra, lo de cantar y todo eso, a ver si así se enteran, que
tienen un morro que se lo pisan.
Juanjo «el Birras»

ACTIVIDADES

68
• PARA GRUPOS DE PADRES Y EDUCADORES
1. ¿Qué tipo de autoridad paterna ejerce con sus hijos? Dictador, flexible,
blandengue. ¿Por qué ejerce esta autoridad?
2. ¿Qué tipo de autoridad necesitan sus hijos? ¿Es flexible y se ajusta a las
necesidades de cada uno?
3. ¿Descarga sus problemas personales en sus hijos?
4. Cuando desea modificar la conducta de uno de sus hijos, ¿sigue un plan
de acción o hace lo que se le ocurre en el momento?
5. ¿Cree que sus hijos sienten que usted les comprende? ¿Permite que
expresen sus propias opiniones?
6. Evalúese como padre. Elabore un lista de virtudes y defectos. Compare
la imagen que tiene de usted mismo con la imagen que le proporcione
su hijo.

69
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Tratar de diferenciar entre las siguientes actuaciones qué sería un
premio para un adolescente rebelde y qué un castigo. Razonarlo entre
todos y buscar en la carta de Juanjo «el Birras» los ejemplos.
– Tener fama de portarse mal.
– La emoción de una buena pelea.
– La oportunidad de lograr que otra persona se encuentre
incómoda.
– El sentimiento de intimidar a los demás.
– Llamar la atención aunque sea de manera negativa.
– Que se nieguen a discutir con él.
– Que los demás se alejen y no le permitan manipularlos.
– No caer en su juego.
– No permitirle mandar.
2. La lucha por el poder fomenta la conducta del adolescente rebelde. La
lucha por el poder contiene estos cuatro elementos:
– Surge un problema.
– El padre trata de forzar la solución.
– El adolescente manipula las emociones y logra dominar.
– La lucha pasa al terreno emocional y no al de la conducta.
Buscar entre todos en la carta de Juanjo «el Birras», si se dan estos
elementos o si en algún momento cambian.

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9. EL QUE NO SE ARRIESGA

71
TEMAS
– Personal
– Familia
– Hijos
– Miedos

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El niño vive su miedo
Si tratamos de repasar la vida de cualquier ser humano desde que nace, el
miedo, ese sentimiento de angustia ante la proximidad de algún daño real o
imaginario, nos acompaña desde la cuna. El niño que se sobresalta porque no
conoce la cara del que se acerca, el que tiene miedo a andar, el que tiene
miedo a la oscuridad, al agua, a las alturas; poco a poco vencidos unos, vamos
añadiendo otros en la adolescencia, como el miedo a las salidas, o a no
presentarse a algún examen, aunque se tenga muy bien preparado, etc.
Rara vez el niño nos confiesa su miedo, sino que hace todo lo posible para
esconderlo, incluso, a veces, mostrándose tranquilo y silencioso. Pero el niño
vive su miedo. Nos lo expresa en gestos, en decisiones que toma, en su forma
de ser.
El niño puede volverse una persona miedosa si se le aisla demasiado de los
posibles peligros; cuando se le sobreprotege no aprende a enfrentarse por sí
mismo a posibles tensiones de su vida. La actitud de protección de unos padres
provoca el aumento de ansiedad en los niños. Si es importante marcarles límites
lógicos, es mucho más importante inculcarles que el mundo es un lugar seguro
y que cuenta con un lugar para ellos.
Conocer a qué tenemos miedo y qué recursos podemos utilizar para
superarlo. Aprender, mediante la experiencia, más que con mensajes verbales,
a tener seguridad en uno mismo, nos ayudará siempre a salir adelante, a buscar
nuevos caminos y nuevos horizontes.

El que no se arriesga
La noche entraba ya por las rendijas, mientras la Luna enseñaba su sonrisa de
oreja a oreja.
—Mamá ¿te has fijado que la Luna hoy se ríe de nosotros?
—Pero Nacho, qué manía te ha entrado por la Luna —le dijo su madre.
—Es que me gusta mirarla y descubrir su vida. Lo más divertido es cuando
imagino que le ato una cuerda y tiro de ella como si fuera una cometa.
—Pero eso es una tontería, la Luna siempre está quieta.
—¡Qué va! —contestó Nacho abriendo mucho sus ojos grandes y relucientes
—. Cuando voy en mi bicicleta, la Luna me sigue siempre y cuando me paro,
ella se queda quieta.
—¿Y qué otras cosas ves en la Luna?

73
—Pues unas veces parece un gran merengue redondo y apetitoso, otras
parece una palangana donde van a lavarse las estrellas. También puede ser el
espejo en donde se miran las nubes muy presumidas y se peinan sus rizos.
También...
—Bueno Nacho, ya está bien por hoy con tanto parloteo de la Luna —le cortó
su madre sabiendo que lo que pasaba era que Nacho se estaba haciendo el
remolón para no apagar la luz—. Reza tus oraciones y apaga la luz prontito, que
ya es tarde.
—¿Me dejas leer un poquito? Es que todavía no tengo mucho sueño y... como
hoy no hay Luna llena...
Esto último se le escapó. No lo había querido decir, por eso se tapó la boca
con su mano como queriendo borrar las últimas palabras. Pero su madre no
prestó mayor atención y no preguntó nada.
A Nacho le gustaba la Luna llena porque era su linterna de la noche. Nacho
era un poco miedoso. Bueno un poco no, bastante miedoso. Bueno, la verdad
es que Nacho era muy muy miedoso, pero nadie lo sabía y nadie debía saberlo
nunca.
Se había levantado un poco de viento, unas nubes negras llegaban a saltos,
dejando el cielo todavía más oscuro. La sonrisa de la Luna aparecía de vez en
cuando, entre las nubes, burlona, única conocedora del secreto de Nacho. Se
avecinaba una tormenta.
Apagó la luz y se acurrucó bajo las sábanas y llegaba casi a juntar las rodillas
con la barbilla de manera que formaba como un ovillo con su cuerpo.
—Pssss, pssss —empezó a oír Nacho en su habitación.
—No hagas caso Nacho —se decía a sí mismo.
—Pssss, pssss. ¡Qué soy yo! —insistió ese siseo extraño.
—¿Quién me llama? —contestó Nacho muy bajito y con la voz un poco ronca
mientras que empezaba ya a sudar bajo las sábanas a pesar de estar
temblando.
Nacho no se atrevía a encender la luz, pues el simple hecho de tener que
sacar la mano de entre las sábanas le horrorizaba.
—¿Y si es una trampa y me cogen la mano? —pensaba Nacho. Y, cuando
pensaba esto, le subían unas cosquillas por el espinazo que le hacían temblar
como una hoja.
Y, de repente, sintió unas cosquillitas en el hombro izquierdo, muy cerca del
cuello y muy despacito fue subiendo una mano para rascarse.
—¡Ay! ¡No seas bruto!, ¡que una es pequeña y menuda! —le volvió a decir la
misma voz ahora un poco enfadada.

74
—Pero, ¿se puede saber quién me habla? —dijo Nacho con una voz ronca y
baja.
—Soy yo, me llamo PUFFF. Soy una pelusita que hace tiempo que vivo aquí
en tu habitación. Yo antes era tan miedosa como tú, pero conseguí...
—¿Y a ti quién te ha hablado de mis miedos? —le interrumpió Nacho con una
voz nerviosa y entrecortada.
—No hace falta que me lo diga nadie. Eso se nota. ¿No te acabo de decir que
yo vivo en tu habitación desde hace tiempo?
—Es que yo quería que fuese un secreto, no me gusta que nadie se ría de mí.
—Por eso te iba a explicar cómo se consigue perder el miedo, pero ¡chico! es
que no me dejas hablar. Como te estaba diciendo yo también era muy miedosa.
Me daba miedo el viento, los soplidos que me llevaban de un lado a otro, sin
saber a dónde y sin conocer el porqué. Pero lo que más miedo me daba era una
trompa de elefante enorme con un cepillo plano y aplastado al final. En cuanto
oía aquel ruido ensordecedor, me metía muy quieta en un rinconcito debajo de
tu cama. Un día la trompa me absorbió y subí a una velocidad vertiginosa por un
tubo muy oscuro. Las otras pelusas gritaban y reían muy divertidas como si
fuesen en una montaña rusa. Después fuimos a parar a una bolsa que al poco
tiempo vaciaron y cada una volvimos a volar a donde quisimos. La verdad es
que fue muy divertido. La cosa no era para tanto, pero claro, como no sabía lo
que era, por eso le tenía miedo. Ahora ya sé que eso es tan sólo un aspirador y
nos lo pasamos muy bien todas las pelusas.
—¡Ah! —contestó Nacho con los ojos y la boca muy abierta—. Y ¿por qué has
vuelto?
—A mí me gusta tu habitación y, además, quería explicarte que el miedo se
pierde conociendo el porqué y que lo importante es perder el miedo y perderse
ya sin miedo, que es lo que hago yo ahora cada vez que me chupa el aspirador
de tu madre.
—¡Pues menuda tontería tenerle miedo a un aspirador! —le dijo Nacho ahora
muy lleno de razón y chuleándose de semejante tontería.
—Claro, para ti que sabes lo que es. Yo antes no sabía qué me podía pasar y,
aunque las otras pelusas me lo contaban, yo no estaba muy convencida de que
aquello fuese tan divertido
El viento empezó a soplar un poco más fuerte gritando en el acantilado y los
árboles movían sus ramas dejando un murmullo como de alas. La lluvia caía
fuerte pegándose a los cristales y un trueno retumbó huyendo hacia el fondo del
cielo.
Nacho se acurrucó todavía más en su cama. Temblaba, sentía frío y sudaba a
un tiempo, y lo peor de todo, es que empezaba a sentir unas ganas de hacer pis

75
terribles.
—Lo que me faltaba —pensó—. ¡A ver cómo aguanto toda la noche! Mira que
si me lo hago en la cama, mañana todo el mundo se reirá de mí. Pero ahora no
me puedo levantar, alguien con sus dedos gordos y fuertes está llamando a mi
ventana, oigo cómo gruñen los fantasmas por abajo y por el tejado anda ese
monstruo que arrastra unas cadenas.
—¡Que no Nacho! ¡Que no! ¡Que todo eso te lo estás imaginando!
Escucha tranquilo la música que hay hoy sobre la tierra. Eso que tú crees que
son los dedos de un gigante, no es más que la lluvia que cae con más fuerza
que de costumbre. Los fantasmas que gruñen abajo, no es otra cosa que la
ventana de la cocina que ha quedado abierta, la mueve el viento y sus goznes
son los que gruñen. Las cadenas que oyes en el tejado, es el ruido que hace la
veleta al girar con el viento. Tranquilízate, ten valor, es todo lo que necesitas
para levantarte e ir al cuarto de baño. Ya verás cómo una vez que lo hagas te
sentirás feliz y todos tus miedos te parecerán la misma tontería que mi miedo al
aspirador. Tengo una pelusa amiga que es marinera y siempre dice: «El que no
se arriesga, no pasa el mar».
—Creo que tienes razón, pero... ¿no te importa acompañarme?
—Lo importante es que lo hagas tú sólo. Aquello que se consigue por uno
mismo es lo que vale de verdad. ¡Ya verás qué bien te vas a sentir después!
¿Tú no crees que un pájaro la primera vez que tiene que volar no tiene
miedo? ¿O la primera vez que un paracaidista se lanza desde un avión? ¿O la
primera vez que un tigre se encuentra completamente solo para cazar?
Siempre hay una primera vez solo y ante lo desconocido, pero hay que
armarse de valor y lanzarse a volar, a saltar, a cazar o, como en tu caso, a salir
rápido de la cama para ir al cuarto de baño, porque todo lo que te parece que
hay, no está nada más que en tu imaginación, o si no compruébalo por ti mismo.
Nacho se armó de valor y empezó a bajar muy despacio de su cama.
—Mira que si hay alguien debajo de la cama y me agarra los pies —pensó.
Cerró los ojos, y fue apoyando suavemente los pies en el suelo, empezó a
caminar con unas pisadas lentas, con duda, indecisas, desamparadas. Palpó la
puerta y se agarró con ambas manos al picaporte, lo giró despacio y la abrió.
El baño estaba al fondo del pasillo.
—¡Dios mío, qué lejos! —pensó—, pero debía darse prisa. El pis estaba a
punto de salir. Empezó a dar unos pasos cortos y ligeros. Sus pies parecían
unos duendecillos silenciosos que ya conocían el camino y, sin apenas darse
cuenta, ya estaba de nuevo en la cama.
—¡PUFF! —gritó entusiasmado—. ¡PUFFF, lo he conseguido!

76
—Nacho, no me llames tan fuerte, ¿no ves que me mandas a la otra esquina
de la habitación?
Nacho se metió en su cama feliz. El miedo se había ido, se había esfumado,
ni siquiera le había hecho falta encender la luz. La Luna apareció un momento
con su sonrisa, entre las nubes. A Nacho ya no le pareció una sonrisa burlona,
sino alegre y cómplice de la felicidad de Nacho.
Se hizo un silencio nuevo, blanco, que lentamente iba discurriendo por el
suelo, las paredes, los juguetes y los libros de la habitación de Nacho, que por
fin le rindió el sueño al arrullo del viento y la lluvia y se quedó dormido.

ACTIVIDADES

77
• PARA NIÑOS Y NIÑAS

***
1. Enumerar entre todos cuentos de miedo que se conocen y hacer una
lista.
2. Hacer entre todos una lista de las diferentes reacciones de las personas
cuando tienen miedo. ¿En qué se nota que alguien tiene miedo?
— Fijándonos en los dibujos animados.
— Fijándonos en otras personas.
— Fijándonos en nosotros mismos.
3. ¿Se puede tener miedo a una cosa o a una persona si se conoce?
Hablarlo entre todos en el grupo.
4. Cada uno individualmente pondrá en dos columnas.
Tuve miedo a.....................................
y ya no lo tengo por...........................

78
10. ¡MENUDO MARRÓN!

79
TEMAS
– Relación padres-hijos
– Autoestima
– Toma de decisiones
– Adolescentes

80
¡Pobre de mí!
Antes se creía que sólo los adultos se deprimían. La depresión no se limita a la
«melancolía» que experimentan periódicamente todos los jóvenes. La
característica de la depresión es que la tristeza permanece durante mucho
tiempo, prolongándose durante semanas, meses o años.
El niño o el adolescente levantan un muro en su interior para protegerse y no
sufrir más depresión. Para ellos carecen de interés las actividades normales de
la vida, evitan colocarse en posiciones vulnerables, sin darse cuenta de que la
falta de relación con otras personas provocará que continúe su estado
depresivo. Así, la apatía que creen que les protege, les perjudica.
Vamos a enumerar algunas formas de apatía que sugieren un profundo
malestar emocional en estos niños y adolescentes.
– Se aísla del grupo porque cree que lo rechazan.
– Está inquieto pero no se ocupa de nada.
– Se queja frecuentemente pero no hace nada por cambiar su situación
negativa.
– Prefiere estar solo.
– Aparentemente no reacciona ante los acontecimientos, sean estos
positivos o negativos.
– No tiene interés en desarrollar sus habilidades y capacidades nuevas.
– No aprovecha las habilidades y capacidades que ya posee.
– Sigue una conducta negativa que casi con seguridad saldrá a la luz.
– Se pierde en vagas ensoñaciones.
– Si se presenta la oportunidad de relacionarse no la aprovecha.
– No reacciona a las solicitudes de ayuda o lo hace de mala gana.
– Oculta por medio de bromas o sarcasmos sus verdaderos sentimientos.
– Cuestiona abiertamente el valor de la vida.
– Tiene en cuanto al futuro, una visión pesimista.
– Las reglas le parecen inútiles y las hace a un lado.
Los niños y adolescentes llegan a comprenderse a sí mismos a partir de sus
interacciones con las personas importantes para ellos.

¡Menudo marrón!

81
Amenudo su imagen danzaba delante de mis ojos deshaciéndose en mil
recuerdos. La mejor amiga. Mi mejor amiga: Emilia. Sus ojos de un verde
aterciopelado, con ojeras y un pliegue muy puro en los párpados. Su boca con
una expresión casi infantil que le gustaba disimular perfilándose los labios. Y
pecosa, muy pecosa, como un trozo de cielo estrellado. Alegre, optimista,
triunfante, siempre dispuesta para los demás, viva, sobre todo, siempre llena de
vida. ¿Qué había pasado en estos últimos cinco meses?
Tuvo mala suerte. Nuestros sueños de estudiar juntas Ingeniería Química se
vinieron abajo. A veces no sabemos aceptar la realidad y contemplarla y nos
empeñamos en seguir buscando ilusiones. Pinchó en la Selectividad. La aprobó
en septiembre. Su única posibilidad fue entrar en Económicas. Mientras yo, que
nunca había sido tan brillante como ella, conseguí una beca para hacer un
cursillo de Química en una Universidad Americana durante los meses de verano
y, después, mi plaza en la Universidad estaba en una ciudad lejos de donde
habíamos pasado toda la vida.
Al colgar el teléfono tuve la sensación de estar a miles de kilómetros de
distancia. Como si nada le importara, pero al mismo tiempo tuve la sensación de
sentir su gran dolor, su gran soledad. Me costó convencerla para nuestra cita.
Después, mientras la esperaba me sentía presa de una viva agitación. Siempre
sufro cuando decido hacer una cosa por las vacilaciones que acompañan a mi
decisión frente a esa especie de compromiso que supone el haberla tomado.
La cafetería en donde nos habíamos citado estaba en una calle estrecha y
aterida. Los coches y la gente producían rumores chapoteantes en la tarde.
Allí estaba, buscándome y arrastraba al mismo tiempo su mirada por el suelo.
Tenía un aire de perro sin dueño.
—¡Dios mío, Emilia, qué ha sido de ti! —pensé—.
—¡Hola Emilia! —algo se me subió a la garganta—.
—Por fin tía, pensé que tú también me ibas a dejar de cuelgue.
—Vamos, somos amigas, ¿no?, sólo me he retrasado unos minutos.
—Vale tía, vale, si a mí me la suda. Por mí como si se cae en este momento
alguien muerto a mis pies, pues eso, que no sentiría nada.
—Venga Emilia, menos coñas.
—Pero si nunca me sale nada bien. ¡Jo, qué suerte la mía!
—¡Eh! que estoy aquí, a tu lado, vamos, ¿qué pasa?
—Pues eso que mis padres se han separado. A mí me da igual, total para el
caso que me hacían. Mi padre siempre de viaje y mi madre sólo ocupándose de
sí misma. Me paso la vida discutiendo con ella. ¡Ojalá que me pase algo o tenga
ahora un accidente!

82
Así mis padres tendrían remordimientos por la bulla que tenemos todos los
días. ¡Que no quiero estudiar! ¡Que no tengo amigos! ¡Que me van a catear!
¿Sabes una cosa? Que por mí se pueden morir todos.
—¿Por qué no pedimos algo? —le dije— y seguimos hablando?
Pidió unas tortitas con nata y caramelo acompañadas de un batido de
chocolate. Una vez que se comió todo se levantó al servicio y cuando volvió,
antes de sentarse, le pidió al camarero un sandwich mixto y otro batido, esta
vez de fresa.
Yo no entendía nada. Aquella no era Emilia. Tartamudeaba continuamente al
hablar. Todo parecía resbalarle sobre su piel. Se rascaba la cabeza sin parar,
se rascaba las piernas. Mal peinada o mejor dicho sin peinar y, a pesar de todo
lo que aparentemente comía, estaba más delgada que nunca, ¡estaba
asquerosamente delgada! Después lo supe. Había ido al servicio a vomitar, lo
hace cada vez que come. Acabó por confesármelo.
—Emilia, tú siempre has sido la mejor. Creo que te sentirías más satisfecha si
empezaras a hacer algo útil. Las vacaciones ya hace tiempo que terminaron y a
ti no te gusta precisamente estar sin hacer nada.
—Siempre con el mismo rollo de ser útil, de hacer algo útil, algo que merezca
la pena. Yo no quiero ser útil. ¡Que los zurzan a todos!, ¿sabes lo que quiero?
Yo quiero ser feliz.
Movía sus manos al hablar y sus dedos, largos y finos, a veces se quedaban
en el aire como danzando. Había parado de llover y unos rayos de sol vinieron a
buscarnos hasta nuestra mesa. Sus ojos verdes, húmedos y brillantes, parecían
uvas recién cogidas.
—Tú sabes mejor que nadie, Emilia, que las ganas de vivir siempre resucitan
un poco cuando te sientes útil y con facultades para echar una mano. Tú
siempre lo has hecho conmigo y con todos tus compañeros. Haz un esfuerzo.
—¡Qué esfuerzo ni qué narices!, ¿para qué?, ¿para quién? Quiero divertirme,
enrollarme con alguien, pero me dejan colgada. ¿Sabes tía?, entérate de una
puta vez que tengo un marrón de no te menees.
—Creo que deberías intentar vivir el presente, trata de no poner tanta
imaginación con lo de ser feliz o enrollarte, porque lo que te encuentres no va a
ser lo que te esperas.
—¿Ah no?, pues entonces prefiero morirme. ¿Sabes?, la mejor hora del día
es cuando estoy dormida. Dormir es como una zanja que se lo traga todo.
Su voz se iba desgranando por aquel ambiente cargado de humo y de olores
diferentes. Sus preocupaciones formaban una madeja confusa que se no sabía
por dónde empezar a devanarla.
—Emilia, ¿te acuerdas?: «Un corazón solitario es como un paisaje sin viento,

83
desolado, sin sentido. Es importante estar lleno de vida». Lo habías escrito tú en
una clase de Literatura.
Se hizo una pausa en la que el silencio era como un charco entre los dos y
una lágrima redonda y apretada, como un goterón de lluvia, resbaló por su
mejilla. Sonrió pálidamente.
—Así me siento. Todo está vacío, perdido, un asco, una mierda. Tengo miedo.
Tú pareces tan fuerte.
—Vamos, Emilia, soy la de siempre. Necesitas ayuda y juntas lo vamos a
conseguir. Así, como te encuentras, la vida no te puede volver, lo que se dice,
loca de alegría. Tienes una depresión. Todo llegará. Tienes que tener fe en ti
misma. Quererte. Cuidarte y, al mismo tiempo, mirar a tu alrededor. Los demás
también tienen problemas. Tú siempre lo has hecho. ¿Te parece bien que
empecemos?

ACTIVIDADES

84
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Leer el relato en alta voz para todo el grupo.
2. Escenificarlo. Sería bueno que el papel de Emilia lo representase una
persona adulta del grupo. En muchas ocasiones este ejercicio ayuda a
empatizar con el otro.
3. Puesta en común mediante lluvia de ideas. Se pueden hacer varios
grupos en los que están mezclados tanto jóvenes como adultos y se van
diciendo palabras que expresen desaliento como CRUEL, PESADILLA,
CONFUSO, VACÍO, DOLOR, DESESPERANZA, DEPRESIÓN (la
palabra depresión tiene aquí un uso popular, no técnico), etc., y se van
escribiendo en la pizarra.
4. Se pide a cada grupo que describan los términos escritos en la pizarra.
Más tarde se puede comprobar y comparar su significado en el
diccionario y se puede apoyar la búsqueda con un diccionario ideológico.
5. Hacer una copia de diferentes fragmentos de la historia, de manera que
aparezcan desordenados, con objeto de que se coloquen debajo del
término que parezca más adecuado. Después habrá que describir
situaciones cotidianas en relación a cada una de estas palabras.
6. Hipótesis sobre el modo de actuar de las personas que deben intervenir
en la situación descrita.

85
7. Evaluación de cada uno de los casos propuestos.

86
11. EL RELOJ DE LA ABUELA

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TEMAS
– Familia
– Creatividad
– Imaginación
– Aprendizaje
– Tiempo

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No importa, rebobinamos...
«No importa, rebobinamos y ya está.» Esto me decía continuamente mi hijo
Yago cuando a los 5 años consiguió que alguien pusiera en su muñeca un reloj
digital. «Yago, por Dios bendito, date prisa que llegamos tarde para comer», le
decía yo apuradísima cuando él se empeñaba en seguir jugando en la playa
haciendo flanes y cogiendo conchas. «No importa mamá, rebobinamos y ya
está», me decía él lleno de razón, pues estaba convencido de que era dueño y
señor de una máquina del tiempo a la que le daba a un botoncito y veía pasar
los números a la misma velocidad que los del vídeo cuando rebobinaba sus
películas.
Todos hemos sentido, en no pocas ocasiones, esa extraña obsesión por el
tiempo. ¡Cuántas veces nos preguntamos si realmente estamos aquí! ¡Cuantas
veces soñamos con volver a vivir aquel tiempo que nos llama a gritos con su
silencio! ¿Son instantes que no vuelven?, ¿son realidades pasadas?, ¿es
realidad o ya es sueño? y evitando que sea pasado... lo vivo en otro tiempo.
En los relatos fantásticos lo normal es encontrarse con desfases temporales.
Muchos de ellos no precisan época, son esos cuentos maravillosos que con su
comienzo «Érase una vez» nos introducen automáticamente en un espacio
atemporal y del que no regresaremos hasta el «comieron perdices» o el «colorín
colorado...».
Hoy día nos quejamos de la falta de tiempo y añoramos esos tiempos pasados
en los que había tiempo para todo. Realmente, ¿nos gustaría rebobinar el
tiempo como hacía mi hijo Yago?

El reloj de la abuela
—¡Venga niños!, es la hora de la cena.
Mercedes, madre de cinco niños, trajinaba en la cocina de un lado a otro. Aún
no había terminado de freír las croquetas, pero tenía por costumbre ir
llamándoles, pues sabía que irían apareciendo poco a poco.
—¿Quién va sirviendo el agua? Tú, Almudena, ve cortando el pan. Alicia, trae
la sopera que la sopa ya está caliente.
Se entrecruzaban unos con otros y, como en todas las familias, unos eran
más diligentes y otros se hacían los remolones. Pronto serían las 9 y,
precisamente a esa hora, durante el invierno, se reunían todos para la cena. Era
el único momento durante el día que estaban todos juntos.

89
—Mamá, Yago no contesta y no sé donde está —gritó Alicia.
Yago era el pequeño de la casa, tenía ocho años, aunque a veces parecía que
tenía más. En sus preguntas y en sus deducciones, era como un «pequeño
filósofo». De un tiempo a esta parte, cuando le llamaban para cenar, nunca
contestaba y siempre llegaba tarde.
—¡Mamá! —gritó María—, ¡ya lo he encontrado!, pero no hay manera de que
me conteste. Yo creo que le pasa algo.
Mercedes se asustó y, después de retirar la sartén del fuego, echó a correr
hacia donde venía la voz de María.
Yago estaba en el salón, sentado en el suelo, inmóvil, con la mirada atenta al
reloj de la abuela.
Pero no era su mirada lo que mantenía atenta, sino su oído, de tal manera
que, forzando al máximo este sentido, casi excluía el ejercicio de los otros.
Mercedes se agachó y abrazó a Yago.
—¡Ay, mami que susto! Escucha atenta. Ahora, cuando suenen las
campanadas, ya verás como hay alguien ahí dentro, dijo Yago muy bajito.
María soltó una carcajada:
—Mamá, yo creo que este niño está un poco chiflado.
—¿Pero no os habíais enterado? —dijo Javier que entraba en ese momento
en el salón—. Si lo hace todas las noches. Ahora, en lugar de sentarse delante
del televisor, lo hace delante del reloj.
—Bueno, dejadle tranquilo. Lo que le pasa es que es muy imaginativo. Eso no
es estar chiflado.
Ahora empezaron a entender el porqué Yago no llegaba a tiempo a la cena.
Desde que había llegado a casa el reloj de la abuela, Yago no paraba de hacer
preguntas y, ahora, volvía a hacerlas insistentemente.
—Oye mami, ¿el tiempo dónde se guarda?
—El tiempo no se guarda. El tiempo simplemente pasa.
—Pero mami, si yo quiero que vuelva algo que pasó. ¿Qué hago? ¿Dónde
busco el tiempo?
—Aunque intentemos revivir o reproducir algo, tratando de que no sea
pasado, nunca lo podremos hacer, porque ya está sucediendo en otro tiempo.
—Pero yo, a veces, me acuerdo de cosas de cuando era pequeñito, pero me
faltan trozos, como chispas pequeñas que no soy capaz de ver. ¿Tú no crees
que alguien guarda el tiempo en algún lugar?
—Esos son recuerdos fugaces, como relámpagos, que la memoria a veces
oculta como si fueran sus tesoros. Nosotros no somos capaces de recordarlo

90
todo.
—Pero a mí... es que... a veces... me gustaría...
—¿Sabes lo que podemos hacer cuando te pase?
—¿Qué, mami, dime qué? ¿Tú crees que dentro del reloj de la abuela hay
alguien que guarda el tiempo y nos lo puede contar?
—No Yago, ya te dije que eso era imposible, pero, cuando tengas un recuerdo
y te falte un trocito, entre los dos podemos cambiarlo de tiempo, transformarlo,
ponerle música, canciones, y entramos juntos en el mundo de la imaginación,
formamos nuestros propios cuentos.
Yago se quedó pensativo. Miraba a su madre con sus pupilas limpias y
transparentes de un color verde ciruela, pero no le convencía mucho la
respuesta. Su única obsesión, en este momento, era encontrar dónde se
guardaba el tiempo.
Sonó el timbre de la puerta y Alicia gritó:
—Ya abro yo, debe de ser papá.
Efectivamente, el padre había llegado. Hoy más tarde que de costumbre, pues
venía de viaje. Como todos los días abrió sus brazos y Yago se lanzó dentro de
ellos.
—Hoy te traigo un regalo. Como creo que ya eres un chico mayor, ya no hace
falta que mamá te despierte por la mañana. A partir de ahora, te despertarás tú
solo con este despertador.
Yago abrió sus ojos todo lo que pudo. Estaba loco de alegría. Papá, sin
saberlo, había dado solución a su problema.
Se cuidó mucho de hablar con nadie de su plan, ni siquiera con mamá,
¡aunque a veces se comprendían tan bien! Esto tendría que hacerlo él solo.
Antes de irse a la cama, su padre le explicó el funcionamiento del despertador
y se lo dejó preparado para el día siguiente. Pero Yago en cuanto llegó a su
habitación, cambió la hora de despertarse para las 12:05. Sabía que a esa hora
toda la casa estaría dormida y podría llevar a cabo su plan tranquilamente.
El despertador lanzó su potente risa y Yago lanzó su mano como un latigazo y
lo paró.
—¡Uf! espero que no se haya despertado nadie. Así, con toda la casa en
silencio, esto suena muy fuerte.
Faltaban cinco minutos para las doce, la noche entraba por las rendijas y las
estrellas vigilaban los sueños. Rodeado de un espeso silencio bajó al salón, de
puntillas, tratando de no hacer ruido.
Pronto empezaría a sonar la melodía del carillón. Arrimó una silla para coger
la llave que su padre guardaba encima del reloj. Estaba seguro de que ahí

91
dentro encontraría la respuesta que tanto deseaba conocer: ¿Dónde está «el
que guarda el tiempo»?
La melodía empezó a sonar y abrió la puertecita que guardaba el péndulo.
Palpó con la mano en el interior. Estaba oscuro y sólo se veía el brillo metálico
que se balanceaba rítmicamente. Decidido, se metió dentro y, agarrándose al
péndulo, algo se abrió a sus pies y se deslizó suavemente y apareció un el
suelo sucio y mohoso.
—¡Qué maravilla! —murmuró Yago con los ojos brillantes y la cara roja de
placer—. ¡Estoy en otro tiempo, aquí aún es de día!
Un olor a castañas, a sombras, a ecos le rodeaba. Aún no había anochecido,
el Sol empezaba a huir y el oro invadía todas las hojas, llenas de racimos
diminutos de una lluvia fina que acababa de caer, el suelo despedía un
resplandor rojizo. Al fondo, entre una suave niebla, temblaba el arco iris.
Yago tenía la sensación de haber estado allí, y comprendió que era el paisaje
de muchos de los cuentos de su madre.
Por fin se levantó, tenía el pijama mojado y un poco de frío y, haciendo
bolsillos de cualquier cosa para sus manos, comenzó a andar. Sus pisadas eran
lentas, crujientes, indecisas. No era miedo, pero sí un extraña sensación
parecida a la que se abría paso a través de la bruma, en donde le resultaba tan
grato envolverse. A lo lejos oyó una canción que le parecía recordar y la siguió
como una estela de un barco en el recuerdo.
Al fondo, misteriosa, oscura, aparecía una casa desnuda, como con los ojos
abiertos, sin párpados. La niebla se pegaba a los cristales de sus ventanas
como un aliento. Yago pegó también su cara que la amparó entre sus manos,
como para ver mejor su interior.
Un latido de luz brillaba dentro, un fuego vivía en el hogar y un impulso, que
no supo explicar, le invitó a entrar.
Allí estaba, sabía que era él. «El que guarda el tiempo.» Su cara llena de
arrugas, como muescas, manojos de arrugas en torno a la boca. Sus ojos
pardos, irisados. Su cabello tan blanco como la nieve de las altas montañas.
Sus manos largas y arrugadas y deformadas como un haz de raíces.
Olía a algo bueno, a amigo y, de repente, saludó a Yago con una voz profunda
y amistosa.
—¡Hola amigo Yago!, hace días que te espero.
—¡Qué bárbaro, sabes mi nombre! ¡Qué bien se está aquí dentro! Deberías
arreglar la casa por fuera, porque a los que no son valientes como yo, seguro
que les da miedo. Mis hermanas nunca se hubieran atrevido a entrar aquí.
Bueno, pensándolo bien, ya no habrían entrado ni en el reloj. Se ríen de todas
mis aventuras, pero yo creo que lo hacen porque les da miedo.

92
—Aquí sólo vienen amigos como tú, para que yo les cuente historias y
cuentos.
—Pero tú, ¿guardas el tiempo verdad?
—Lo guardo en este fuego que nunca se apaga. Ahí aparecen todas las
formas, los sucesos, los cuentos, los decires. Surgen como chispazos, igual que
en la memoria. Cuando alguien viene, como tú, les cuento largas historias y si
cambiamos el tiempo, las imágenes y los juegos, van surgiendo los cuentos.
—Pero eso es lo mismo que me explicó mi madre.
—Claro: a tu mamá, cuando era niña, le intrigaban las mismas cosas que a ti
y, un día, también entró en el reloj de la abuela.
—Pero ella no se acuerda, porque yo le pregunté y...
—Ya sé: es que la memoria, a veces nos oculta sus tesoros, eso es lo que
llamamos olvidos. Ella lo vivió, pero cuando lo recuerda, no sabe muy bien si fue
un sueño o realidad. Es difícil separar los sueños y limpiarlos de todo lo que se
mezcla con la realidad. Sería muy aburrido recordar exactamente todo lo vivido.
—¡Qué divertido! ¿Y puedo ver algo de cuando era pequeño?
—Busca en esa luz: ella nos cuenta sus aventuras y nos desvela sus secretos.
Y entre fuegos huidizos y zigzagueantes, aparecían sus cumpleaños, sus
hermanos alrededor de su cuna, los juegos, la alegría de sus padres, el
colegio... Y su amigo, «El que guarda el tiempo», le hablaba y, con esa luz,
todas las cosas volvían a nacer de nuevo como si antes no tuvieran identidad
propia.
Y al fin, el sueño se prendió en los párpados de Yago y lo fue rindiendo.
—¡Mamá, mamá!, ven a ver a Yago. Habla sin parar contando unas historias
muy raras y, además, está empapado en sudor.
Mercedes se asustó, eran las ocho de la mañana y los mayores se
preparaban para ir al colegio.
—Le pondré el termómetro. Es posible que ayer cogiese frío y hoy tenga
fiebre.
Yago hablaba de su aventura de la noche, contándoles que había encontrado
al hombre «que guarda el tiempo» y que, al entrar por el reloj, el campo estaba
mojado, por eso se había mojado el pijama.
Por supuesto que nadie le creyó y decidieron que, semejante rosario de
disparates, era debido a la fiebre que debía de tener. Y Yago, cada vez se ponía
más furioso porque nadie le creía y se le iban poniendo las mejillas más
coloradas, lo que hacía creer con más fuerza que lo que realmente tenía era
fiebre.
Pero mientras Yago hablaba, su madre que iba acariciando su frente, se dio

93
cuenta de que no era fiebre lo que tenía, e iban viniendo recuerdos de su niñez,
algo mínimo, insignificante, que regresaban fugazmente, como si fueran
canturreos o figuraciones, como tratando de recuperar ese recuerdo titubeante.
—Bueno, dejadlo ya. Hoy tendrá que quedarse en casa. Ahora terminad de
prepararos para ir al colegio o llegaréis tarde.
Yago y su madre se abrazaron y saltó entre los dos una chispa de sus
recuerdos y, buscando un rastro en el tiempo, pudieron ver a su amigo «El
hombre que guarda el tiempo».

ACTIVIDADES

94
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Convocar un certamen literario en clase. Las bases se pueden decidir
entre todos.
— La extensión.
— Fecha de entrega.
— El formato.
— El tema (si lo hay).
2. Pueden hacerse los concursos de:
— Narrativa: Cuentos, leyendas, historias fantásticas.
— Teatro.
— Poesía.
3. Para convocarlos les podemos dar publicidad haciendo breves folletos,
pósters o pregones por las diferentes clases convocadas.

95
12. LAS MIL HISTORIAS DE ANTÓN
EL COJO

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TEMAS
– Aprendizaje
– Motivación a la lectura
– Escuchar
– Creatividad
– Narrar
– Cuentos

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Los cuentacuentos
Desde el principio de la humanidad han existido siempre grandes narradores.
En las tribus más primitivas, en la antigüedad, en la Edad Media, hasta nuestros
días, la figura del narrador, con nombres diferentes, ha vivido paralela a la
historia, y ha sido, en muchas ocasiones, quien ha conservado costumbres y
tradiciones siempre a través del lenguaje oral.
No hace muchos años, cuando la energía eléctrica era un bien extraño en
muchas aldeas de Galicia, las familias se reunían alrededor de la «lareira»
(chimenea grande de piedra donde se cocina y se sientan los miembros de la
casa a calentarse en los hogares gallegos) y siempre había alguien que
contaba, que narraba cuentos, historias, situaciones de una forma muy
entrañable y muy especial.
Al buen narrador le gusta ver la cara de sus oyentes, le gusta ver sus
reacciones, lo que cada uno va pidiendo y actúa en consecuencia. Sabe hacer
los cambios de voz, busca grandes silencios en el momento oportuno y deja a
un lado lo superfluo porque sabe lo que de verdad interesa.
La voz del adulto da seguridad al niño, ayuda a captar el significado del texto:
si este tiene humor, si es triste o alegre. La voz del adulto expresa estados
«vivos» del lenguaje. La voz del adulto estimula la imaginación.
Es muy corriente que los niños pidan una y otra vez la misma historia. La
razón es tan sencilla como esto: el cuento permite la identificación con
situaciones y personajes. También los adultos tenemos algún libro preferido que
hemos leído más de una vez; canciones que oímos una y otra vez o alguna
película que ha despertado emociones y sentimientos que nos gustan (yo
recuerdo haber ido a ver con unas amigas Lo que el viento se llevó varias
veces. Disfrutábamos llorando).
El cuento nos ayuda a conocer lo real. El mundo de la fantasía, de lo irreal nos
lleva a la comprensión de situaciones reales. La fantasía es el más poderoso
proveedor que existe.
Sintiendo pasar el tiempo
y mi tiempo sobre el tiempo,
los años borran los años,
mas no los tiernos recuerdos.
Siento una rara añoranza,
cuando me pierdo entre ellos.
En ciertas horas del día,
se tensan mis sentimientos,
como se tensan las cuerdas

98
de cualquier viejo instrumento.

Las mil historias de Antón el Cojo


Se me agolparon en un racimo todos esos años de mi niñez mientras pegaba mi
cara al cristal de la ventana. Entre un inmenso mar de niebla, a lo lejos,
emergían unas cumbres a modo de archipiélagos. El viento se detuvo de
repente, se enredó entre las ramas doloridas de los árboles y desgajó de cuajo
las últimas hojas del otoño. Por fin reventaron las nubes que no soportaban ya
tanto silencio. Los helechos inclinaron, sumisos, sus cabezas al paso de la
lluvia. Los recuerdos se agarraron a los bajos de mi pantalón y me arrastraron
por el pasado, llevándose también los últimos jirones de la tarde...
—Cuenta, cuenta. ¿Cómo perdiste la pierna?, ¿luchando con los moros?
Pero... ¿cómo? ¿Con los indios? ¿Con los mejicanos?
Hablábamos todos a un tiempo formando un corro alrededor de Antón que,
cuando abría sus ojillos pequeños y oscuros, despedían unas chispitas
socarronas. Sus labios iban dibujando la iniciación de una sonrisa y, en su calva
pecosa, pero muy brillante, se le iban formando infinidad de arrugas, como las
muescas de un tornillo. Y con una voz que llenaba el aire, paladeando sus
propias palabras, comenzaba:
—«Las flechas llovían de todas partes y aquellos pieles rojas que nos habían
rodeado formando un círculo, hacían correr a sus caballos sin descanso, como
si se hubieran subido a un tiovivo.
El general Custer daba órdenes sin parar.
—¡Carguen! ¡Disparen! ¡Rodilla en tierra! ¡Fuego a discreción!
Nada, que no había manera, aquello era un desierto y no había un solo lugar
en donde esconderse. Estábamos totalmente rodeados, de manera que «lo
mejor es hacerse el muerto», pensé para mí. Y, la verdad, debí de ser el único
que pensó algo bueno en ese momento porque a todos los demás los mataron.
Sí, sí, murieron con las botas puestas y los indios cortaron sus cabelleras.
Y cuando llegó el momento de cortar la mía, se pusieron furiosos. ¡Mi calva
relucía más que nunca, monda y lironda! Y yo, muerto de miedo, seguía
haciéndome el muerto. Había perdido una bota al caerme del caballo y, como
podéis ver, la pierna que me queda está llena de pelo, pues tanto o más tenía la
que se llevaron los indios en lugar de mi cabellera...».
Alguien encendió la luz y, al hacerse la claridad en la habitación, bajó la noche
a la ventana. Sentí frío y me acerqué al fuego quemador de secretos. Las
llamas lamían las paredes del hogar que, brotando alegres y amorosas en la

99
espiral de humo, subían al encuentro de la lluvia saliendo por la chimenea en un
color azulado. El recuerdo de Antón vivía en mi memoria deshecho en mil
imágenes...
La puerta gimió amargamente. La noche entró a empujones, húmeda, llena de
aromas. Detrás, la figura de Antón, su vieja chaqueta desmayada sobre los
hombros, un sombrero de ala ancha, viejo, triste, para proteger su desnuda
cabeza de la lluvia.
Todos sabíamos que vendría, lo esperábamos callados, cómplices en nuestro
silencio. Era la noche del magosto y Antón bajaba desde la montaña por el
camino festoneado de viñas ya desnudas y zarzales.
Nuestro alboroto rompió el silencio:
—¡Cuenta Antón! ¡Cuenta! ¿Cómo perdiste la pierna?
Antón, se sentaba cerca del fuego y apoyaba su muñón en una de las muletas
y, mientras lo acariciaba, iba narrando y analizando los detalles más
insignificantes, los desmenuzaba, se recreaba en ellos y su corazón se iba
desovillando en palabras. Entonces el silencio manaba como una fuente, todos
queríamos escuchar la historia de su pierna, su nueva historia en la que siempre
había cambios en el tiempo, en el lugar, en los pequeños detalles.
—«El calor era agobiante y, cuando caminábamos mucho, se enrarecía el aire
y se hacía difícil respirar. Pero ahora de caminar nada, lo que teníamos que
hacer era correr y correr mucho, mucho... Nuestro capitán Hernán Cortés, que
se había hecho muy amigo del gran jefe de los aztecas, llamado Moctezuma,
había descubierto un tesoro que ningunos ojos habían visto jamás, ni volverán a
ver. Todo resplandecía y aquellas piedras preciosas de mil colores arrancaban a
la luz mil colores más que no existen en todo el universo. Pero los aztecas se
enfadaron con nosotros y por esa razón tuvimos que salir corriendo.
Los peores enemigos eran los mosquitos. Yo nunca comprendí para qué
llevábamos aquellas pesadas armaduras mientras que los indios andaban
totalmente desnudos. Pero la primera vez que me quité el casco y mi calva fue
atacada por un ejército de golosos mosquitos que se pusieron morados ellos y
dejaron morada mi cabeza de tanto picármela, entonces lo comprendí y no me
quitaba la armadura ni para dormir. «Las plumas de los aztecas sirven para
espantar a estas insignificantes pero tortuosas fieras», pensé yo.
Como os iba diciendo, tuvimos que salir zumbando y, para colmo de males,
teníamos que cruzar un río que se llamaba Panuco. No cabíamos todos en
aquella barquichuela y mis piernas se quedaron por fuera de la borda.
Aproveché esta situación para ayudar a los que remaban. Chapoteaba fuerte en
la parte de atrás, hacía como un motor con mis piernas, pero algo le pasó ese
motor «a pierna suelta», que sus revoluciones bajaron. No, no era que estuviera
cansado, pues yo cada vez le daba con más fuerza sólo con el afán de llegar

100
pronto a la otra orilla. Fue algo inesperado.
Cuando desembarcamos se me había soltado una pierna. Yo, que no había
notado nada, me había quedado pernituerto, y allá, río abajo, iban unos
cocodrilos tratando de abrir la lata que la encerraba.
«¡Menos mal que tenéis buenos dientes! —les grité—, ¡si no, a ver cómo la
sacáis del envase!»
Y cuando terminaba esta historia, su risa era como un chorro de vida...
Aunque las horas caían dormidas, yo no era capaz de conciliar el sueño. Los
recuerdos se me agolpaban pidiendo turno. Salí de mi habitación. La oscuridad
era absoluta, casi me hería los ojos. No había nadie. Eso es lo bueno de la
noche. Entonces se escuchan todos los ruidos, los silenciosos ruidos llenos de
ecos, de voces. El silencio nunca se acostumbra a ser silencio siempre. Abrí la
puerta para salir de casa, la noche me rodeaba frotándose a mi piel y los
ladridos de los perros entraron a buscarme...
—«... aquellos perros ladraban sin parar. Eran perros hambrientos, escuálidos.
Cumplían su misión: ladrar, pero su amo no cumplía muy bien la suya:
alimentarlos.
Formábamos un numeroso ejército y seguíamos a nuestro querido capitán.
¿Habéis oído hablar del Cid Campeador? (nos preguntaba tratando de abrir
mucho aquellos ojillos y arrugando su calva).
Pues yo pertenecía al ejército del Cid. A la policía montada. Sí, sí, la policía
montada en motos, nada de caballos. Teníamos unas motos estupendas,
grandes, siempre muy brillantes.» (Y mientras lo explicaba, hacía con su
garganta el ronroneo de un motor y, agarrándose a las muletas, hacía que
fuesen el manillar de una moto.)
Nosotros nos mirábamos asombrados, pero nadie se atrevía a interrumpir con
tonterías diciendo que en la época del Cid no existían las motos, porque Antón
había estado allí, había perdido su pierna y, desde luego, lo sabía mejor que
nadie.
—«Pues, como os iba diciendo, entramos en aquella granja para beber un
poco de agua. La polea del pozo gemía como un animal indefenso. Y eso fue lo
que llamó la atención de los moros que estaban esperando cualquier torpeza
nuestra. Se organizó un cisco tremendo, entre motos, caballos y la infantería
que era muy numerosa. Aquellos moros, con sus espadas en forma de media
luna, llevaban por delante todo lo que encontraban a su paso. Yo conseguí huir.
Aceleré mi moto hasta todo lo que marcaba el cuentakilómetros. El miedo me
azotaba en la espalda como un junco. Cuando miraba hacia atrás, veía cómo
me seguía una pierna dando grandes zancadas, hasta que no pudo más.
Cuando por fin estuve a salvo y paré, me di cuenta de que aquella pierna que
me seguía debía de ser la mía porque a mí me faltaba...»

101
Las cosas más insensatas, parecen adquirir sentido al repasarlas. Pasado el
tiempo, cuando yo ya era hombre, alguien me contó cómo había perdido en
realidad la pierna Antón el Cojo, pero la verdad es que, no sé porque razón, de
esa historia no me acuerdo.

ACTIVIDADES

102
• PARA PADRES Y EDUCADORES
Voy a daros unas pequeñas pistas para ser un buen cuentacuentos, es una
experiencia que no la olvidaréis en la vida. Los cuentos deben ser dirigidos a los
niños de Educación Infantil y Primer Ciclo de Primaria.
1. Voz clara e inteligible.
2. Hablar pausadamente. Vocalizar bien.
3. Entonar bien viviendo lo que se está contando.
4. Intentar ser espontáneo.
5. Es bueno llevar algún objeto que aparezca en la historia que vais a
contar. Podríais llevar, en este caso, el sombrero de Antón el Cojo.
6. De vez en cuando, en medio de la historia, es bueno que se hagan
preguntas a los oyentes para ayudar a la mejor comprensión y para que
participen en la historia. Ejemplo: ¿Qué hubiera pasado si Antón...?
7. Se pueden elegir diferentes tipos de relatos:
— Clásico y muy famoso.
— Clásico, pero no tan conocido.
— Inventado.
— Uno actual de los que hay muchos en todas las ediciones
infantiles.

103
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Leer el cuento entre varios a toda la clase. Uno hace de narrador cuando
está recordando, otro hace de narrador mientras Antón cuenta las
historias y otro hace el papel de Antón. Entonando muy bien y con una
voz clara e inteligible y tratando de vivir lo que se está contando.
2. En el cuento se ha utilizado la técnica de flash-back. ¿Sabéis lo que
quiere decir? Escribir una pequeña historia entre todos con esta técnica.
3. Se puede escribir entre toda la clase una nueva historia de cómo Antón
el Cojo pierde su pierna. Acordaos de que siempre hace un «revuelto»
de tiempos, personajes y escenarios.
4. Una vez acabado el punto 3 se puede hacer una pequeña
representación entre toda la clase introduciendo en el cuento vuestra
nueva historia. Siempre es necesario que exista un narrador, pues es
una de las actividades más importantes en este apartado.

104
13. JUEGOS CON YAGO

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TEMAS
– Creatividad
– Aprendizaje
– Naturaleza
– Medio ambiente
– Agua
– Fuego

106
¡Viva la imaginación!
Lo real y lo imaginario no sólo no son irreconciliables sino que constituyen el
entretejido de nuestra vida. En no pocas ocasiones solo el mundo de la fantasía
nos lleva a la comprensión de situaciones reales.
Cuando yo era niña, a aquellas que teníamos mucha fantasía, se nos miraba
con cierto desprecio y oías decir: «Ésta, es una fantasiosa» o «ya está, como
siempre, Antoñita la Fantástica». Nunca me importó. Una de las cosas que más
me gustaba era quedarme a la hora de la siesta en casa de mis abuelos, en la
habitación en penumbra, y, así, poder escuchar el lento discurrir del silencio
sobre los objetos, el techo y las paredes. El ver juegos de sombras con los que
imaginaba divertidas historias y personajes. También me gustaba tumbarme
bajo un árbol y ver el cielo despedazado entre las ramas, adivinando diferentes
formas de animales en las nubes.
Los juegos, los cuentos, los sueños, nos brindan la posibilidad de la
transformación. Podemos desplazar el tiempo, haciendo coincidir un tiempo real
con el de los sueños y podemos cambiar imágenes monótonas por otras más
atractivas.
Disfruto jugando a todas estas cosas con mis hijos y creo que les ayuda a
desarrollar su creatividad. En muchas ocasiones jugamos a los sonidos del
agua: cuando se enfada y la oímos gruñir, otras veces el río viene alegre y
cantarín. Nos gusta oír el chisporroteo del fuego, buscar colores para los olores,
oír los secretos que nos cuenta una caracola. Ver suspirar las chimeneas de
una fábrica o escuchar la música de una noche de julio que cae sobre la tierra.
Jugar a descifrar las nubes o el simple hecho de abrir un grifo para lavarnos las
manos es siempre un juego.
Ser creativo es tener la facultad de encontrar otras soluciones distintas a
aquellas que son impuestas o que ya existen. La fantasía es el más generoso
proveedor que existe.

Nubes de algodones
Mamá —¿A qué jugamos hoy Yago?
¿Jugamos a los colores?
Yago —No, mami, ahora jugamos
a las nubes de algodones.
Mamá —¡Mira, ahí está la princesa!

107
Yago —¡No, que ese es un cazador!
Mamá —¿No ves que coge una flor?
Yago —No, mami, que es su escopeta.
Mamá —¡Yago: mira qué castillo,
con sus torres y ventanas!
Yago —¡No, mami, que es una cueva!,
¿no ves que cuelgan lianas?
Mamá —¡Cuidado! ¡Ahí está el dragón!
Yago — Bah, pero si es un león.
Mamá —¡Mira cómo brilla el fuego
que nos lanza por su boca!
Yago —A mí me parece el Sol
que se esconde tras las rocas.
Mamá — A mí me gusta tu historia.
Yago — A mí lo que tú me cuentas.
Mamá —¿Yago, mañana jugamos
a las nubes de algodones?
Yago — No, mañana jugamos...
jugamos a los colores.

ACTIVIDADES

1. Identificar en las siluetas de las nubes la semejanza con otras figuras. Un


barco, un caballo, un elefante, etc.
2. Contar una historia con las imágenes que ve y comunicarla a los demás

108
compañeros.
3. Tratar de dibujar en un papel las imágenes que ve en las nubes: un
pájaro, un árbol, un elefante. Dibujarlo tal y como lo ve, es decir, que si
le falta una oreja o un ojo o una pata, hacerlo así. Después se le pueden
dar los pequeños toques y acabar de pintarla con lo que él crea que le
falta.
4. Se puede hacer un gran mural entre toda la clase. Se coloca un papel
azul que es el que va a hacer de cielo en donde vamos a colocar las
diferentes figuras de la historia.
Entre todos se van dibujando las figuras que salen en la historia. El
dragón, el cazador, el castillo, Yago y su madre, etc.
Se pueden elegir entre toda la clase las que mejor os parezcan. Una vez
elegidas, se recortan y se van colocando en el mural.
Procurad dibujar las figuras que Yago y su madre ven con aspecto de
nube. Pensad siempre que ellos lo están viendo así. ¡Manos a la obra!
Espero que os quede precioso.

109
El agua es nuestra amiga
El agua es nuestra amiga ya desde antes de nacer. Nos acompaña toda la vida
porque el agua es vida. El agua forma parte de nosotros mismos y forma parte
de nuestra tierra. Las flores, los árboles, la hierba viven porque tienen agua y,
cuando nos olvidamos de regarlas, se ponen mustias y tristes. Los animales y
nosotros, las personas, necesitamos el agua para poder vivir.
El agua, además, es divertida, podemos jugar con ella. Nos gusta mojarnos en
el verano, chapotear en los charcos que forma la lluvia, escuchar el sonido del
río y sentir sus voces diferentes cuando va alegre y saltarín en las cascadas o
cuando se hace tranquilo y silencioso en el remanso.
El agua también nos sirve para mantenernos limpios y es bueno que los niños
aprendan desde pequeños a manejarse solos con su higiene personal. Cuanto
más tiempo dediquemos a darle una forma divertida a esta actividad, mejor la
irán interiorizando de manera que llegará el momento en que la realicen de
forma espontánea. Entonces estarán deseando que llegue la hora del baño o no
les importará nada tener que lavarse las manos antes de comer. Las canciones,
los cuentos, ser ellos los protagonistas de su propia historia, dejarse llevar por la
imaginación, ayuda a fomentar su interés por su propia higiene. Una de mis
hijas disfrutaba cuando, con la espuma, le hacía un vestido de princesa y le
ponía una gran corona en la cabeza, por supuesto, también de espuma.
En ocasiones tratamos mal aquellas cosas que nos son beneficiosas como el
agua. La despilfarramos. La contaminamos suponiendo una amenaza para la
salud.
Es bueno que, desde niños, les enseñemos a reflexionar y a tomar conciencia
sobre el uso y abuso del agua y las posibles medidas para contribuir a un mejor
aprovechamiento de este elemento vital, por medio de un uso más racional.

¿Nos lavamos las manos?


Mamá —Yago, ¿vamos a lavarnos?
Yago —¿Qué tenemos que lavar?
Mamá —Vamos a lavar las manos.
Yago —¿A qué vamos a jugar?
Mamá —Cuando yo abro despacito,
oye como tintinea.
Yago —¡Son las alegres campanas
de la torre de la aldea!
Mamá —Y cuando abro algo más...

110
¡Miles de perlas parecen!
Son las risueñas estrellas
que a bañarse al río vienen.
Yago —Y ahora... ¡temblando están
de frío las muy traviesas!
Mamá —Las llama la madre Luna,
que con su manto las seca.
Yago —Y si así de fuerte abro...
¡Se rompen en mil cristales!
Mamá —¡Son las ventanas del pueblo
que se visten con encajes!
¿Por qué no hacemos los ríos
que bañan la rica tierra,
en donde crecen los lirios
y dan pasto a las ovejas?
¡Mira cómo entra la luz,
y todo lo colorea!
Yago —¡Es el arco iris, mami,
que se asoma y me hace señas!
Me gusta lavar mis manos.
Mamá —Y a mí que juegues conmigo.
¡No hay nada más divertido
que disfrutar como un niño!

El mar de casa
Mamá —Yago, ahora en la bañera,
¿a qué podemos jugar?
Yago —Con mi barquito de vela,
todos los mares surcar.
Mamá —¿Has visto cómo las olas
siempre vienen y se van?
Parece, las muy traviesas,
que se quieren escapar.
Yago —El Sol atraviesa el agua
hasta el fondo de la tierra.

111
¡Mira peces de colores,
algas, corales y perlas!
Mamá —¿Ves tus pies y tus deditos?
Parecen ostras pequeñas.
Yago —¡Mira, ya abren sus conchas
para hablar con las estrellas!
Mamá —Cuando hago mucha espuma,
a las olas se parecen
que se rompen en las rocas,
y brillan con el poniente.
Yago —Ahora yo soy el viento
y voy hinchando las velas.
¿Ves cómo los barquitos
nos van dejando su estela?
Mamá —¡Mira, Yago, tú estás quieto
y cómo tiembla tu reflejo!
Ya va cayendo la noche,
y ya todo se ilumina,
las luces de cielo y tierra
se hermanan en su alegría.
Barco, agua, brisa, espuma,
ya todo resplandecía.
Y aparecía la Luna
cuando Yago sonreía.

ACTIVIDADES

112
• PARA NIÑOS Y NIÑAS

***
1. Hacer entre todos una lista de los lugares naturales en los que
encontramos el agua.
2. Hacer salidas del aula a conocer un río, un arroyo, o una presa.
3. Dejar que en esas salidas descubran el agua con todos los sentidos. El
agua tiene una música especial. El agua es un espejo en donde tiembla
nuestro reflejo ¿Por qué tiembla? El agua está fría en un río. ¿Cómo
hacemos para calentarla en casa? El agua cuando está quieta y
tranquila también nos escucha. El agua da a la tierra un olor especial.
Aprender a descubrir que, cuando llueve, la tierra huele diferente.
4. Hacer un pequeño estudio del recorrido que realiza el agua desde su
nacimiento hasta el grifo de casa y los distintos usos que hacemos con
ella. Cocinar, fregar, lavarnos, beberla, hacer hielo, etc.
5. Buscar entre todos las posibles medidas para contribuir a economizar el
agua y a no contaminarla.
6. Descubrir bajo qué diferentes formas podemos encontrar el agua. Las
nubes, la niebla, el granizo, la nieve, los cubitos de hielo, el vapor
cuando ponemos a hervir una cazuela, etc. ¿Cómo hace el agua para
llegar a ser nube? ¿Y vapor? Entonces, ¿qué es una nube?
7. Hacer una pequeña historia en la que el agua sea la protagonista. Puede
ser una nube, un copo de nieve, un día de granizo, un río, una ola, o una
simple gota de agua.

113
Las sombras
Existen pocas cosas tan fascinantes y misteriosas para los ojos de un niño
como la sombra. Es, al mismo tiempo, algo real e irreal. Tiene presencia, masa,
contornos.
Tiene forma como si fuera un objeto, pero no la podemos coger, es
impalpable.
El niño se sorprende ante el hecho de que lo que ve no tiene nada que ver con
lo que toca. Se siente atraído por esa imagen oscura que proyecta su cuerpo y
la convierte en un compañero de juego permanente. Le gusta hacer gestos y
posturas difíciles para que la sombra le imite. Cuando la tocan, se sorprenden:
no tocan nada. Si le tiran una piedra no le hacen un buen chichón. Es como si la
llevaran cosida a las suelas de los zapatos, pero ¡ay!, si se quitan los zapatos, la
sombra no se va, ¿cómo hace para estar pegada a los pies?
La sombra se sitúa en la frontera entre el mundo de las cosas reales y no
materiales y forma parte de ambos. Esta doble y equívoca naturaleza explica
sus diferentes significados y da pie para estimular siempre la fantasía.
Los niños dan a la sombra una identidad diferente del objeto y de la fuente de
luz que la forman.
La silueta del propio cuerpo, las figuras recortadas o cualquier objeto
proyectado, porque todo tiene sombra, sirven para representar el mundo real o
imaginado y para contar historias.

El fuego
Mamá —¿Has visto Yago?, hoy llueve.
Yago —¿Hoy no podemos jugar?
Mamá —¡Jugamos con este fuego
que calienta nuestro hogar!
Yago —Pero si tú siempre dices:
al fuego jamás tocar.
Mamá —El universo está en casa
lo vamos a imaginar:
¿Oyes? Chisporrotea.
Yago —¿Qué es chisporrotear?
Mamá —El rumor de sus secretos

114
que nos empieza a contar.
¡Mira!, un zorro dorado.
Ahí van de cacería
caballeros y caballos,
¡sus casacas rojas brillan!
Yago —Mami, yo veo a los indios:
son guerreros pieles rojas,
que adornados con sus plumas
cantan con sus voces roncas.
Mamá —¿Has visto esa bailarina
que de oro es su tutú?
Yago —Yo veo un soldadito,
su fusil brilla a la luz.
Mamá —Ahí, en esa esquinita,
una madre mece a un niño.
Yago —¿No ves que es un papá,
feliz, leyendo su libro?
Mamá —¿Has visto que todos bailan?
¡Vestidos de rojo y oro!
Yago —¿También nosotros bailamos?
¡Mami, que yo estoy muy quieto!
Mira a un lado, mira al otro,
ahora mira en el techo:
¡Bailan nuestras sombras solas,
y sin apenas movernos!

ACTIVIDADES

115
• PARA NIÑOS Y NIÑAS

***
1. Descubrir que el tamaño proyectado por un objeto no se corresponde
con las dimensiones reales del mismo.
2. Comprobar que espesor, peso y opacidad no van unidos entre sí. Una
hoja de papel fino es opaca, un niño gordo es mate como un niño
delgado, un vidrio grueso es transparente. Para esto disponer materiales
transparentes (un vaso) y opacos (un libro) y comprobar el efecto de su
silueta en la pantalla.
3. Jugar con los términos cerca y lejos para que comprueben que el
tamaño de la sombra depende de la distancia del objeto con la fuente de
luz o la superficie sobre la que se proyecta.
4. Crear efectos de profundidad. Por medio de un movimiento aparente un
objeto lejano parece acercarse y viceversa. Jugar con los tamaños: la
cabeza del que habla puede ser más grande que la del personaje que
escucha.
5. Juegos de identificación: de frente, de perfil, de cuerpo entero, etc.
6. Juegos de imitación gestual: aserrar una tabla; un pescador sacando la
trucha del río; unas aves que inician su vuelo.
7. Ejercicios con las manos: un perro, una paloma, un viejo.
8. Escenificación colectiva de personajes, objetos o situaciones: colocados
en fila con los brazos levantados simbolizan un árbol con muchas ramas.
9. Una vez dominadas las sombras, se pueden hacer pequeñas

116
representaciones a partir de diversas pautas:
a. Variación de puntos de vista: la misma escenificación desde una
perspectiva cómica, terrorífica, absurda.
b. Lenguaje sin palabras, confiando toda intención comunicativa a las
formas, movimiento, gesto, música.
c. Adaptar una obra teatral o un fragmento literario que tenga unidad.
Procurar que el texto no sea redundante. Las sombras no tienen
necesidad de muchas palabras.
10. Escenificar el texto de JUEGOS CON YAGO: «EL FUEGO».

117
14. PERO... ¿QUIÉN ES, EN
REALIDAD, LA OVEJA NEGRA?

118
TEMAS
– Familia
– Tolerancia
– Solidaridad
– Diferencia
– Convivencia
– Valores

119
Aprendiendo a ser tolerantes
«No es tolerante quien no tolera la intolerancia»
(Jaime Balmes [1810-1848] . Sacerdote, filósofo y publicista español)
Uno aprende a ser tolerante. No con teorías sobre la tolerancia sino con
experiencias propias vividas en la tolerancia. Cuanto mayores sean nuestros
conocimientos, cultura, educación, experiencias asimiladas y vividas más
profundamente, mayor será nuestra capacidad para ser una persona tolerante.
En cierta ocasión tuve que asistir a una de esas reuniones en las que, tanto
padres como hijos, explican su experiencia de estancia por estudio de un curso
de BUP en EE.UU. Había una madre que hablaba sin parar de lo positiva que
había sido la experiencia tanto para su hija como para ella. «Yo me tengo por
una persona tolerante —decía— y dejo que mis hijos decidan, dándoles siempre
libertad para que opten por aquello que ellos crean más conveniente.» Pero a
continuación añadía: «Sólo hubo algo negativo en la experiencia de la estancia
de mi hija en EE.UU. y que no he conseguido superar: Se enamoró de un negro.
Tal vez a él, con el tiempo, sí hubiera conseguido aceptarlo pero pensar en
unos nietos negros, eso me cuesta mucho». Rápidamente, con esas acrobacias
que hace la mente, recordé aquella película de Catherine Hepburn, Spencer
Tracy y Sidney Poitier: Adivina quién viene esta noche, y comprendí cómo
podemos engañarnos tan inocentemente cuando la realidad nos está gritando al
oído su escueta y simple razón. Cómo podemos ensordecer tan voluntariamente
luchando contra nuestra íntima verdad. Cómo era posible que aquella persona
se sintiese tolerante.
Carl Rogers en su libro El proceso de convertirse en persona nos dice:
Me parecía horrible tener que profesar una serie de creencias para poder
permanecer en una profesión. Quería encontrar un ámbito en el cual
pudiera tener la seguridad de que nada limitaría mi libertad de
pensamiento.
Y más adelante añade:
Soy más eficaz cuando puedo escucharme con tolerancia y ser yo
mismo... Me resulta más fácil aceptarme como individuo decididamente
imperfecto, que no siempre actúa como yo quisiera... Sin embargo, lo
considero valioso a causa de que, paradójicamente, cuando me acepto
como soy, puedo modificarme... Conocer el límite de mi resistencia o mi
tolerancia, me resulta útil para ser yo mismo.
Entonces, ¿cuáles son nuestras dificultades para llegar a ser tolerantes? ¿Es
bueno que todos seamos iguales? Efectivamente existe la utopía de que todos
somos iguales, pero esto no es más que una utopía. No somos iguales ni en lo

120
personal, ni en lo cultural, ni siquiera genéticamente. Vivimos en países
distintos, en ciudades diferentes e, incluso, en barrios variados. Existen
importantes diferencias dentro de las mismas familias. Las culturas, las
costumbres, la forma de vida, la educación, las creencias, la apariencia física, la
identidad de grupos son también muy diferentes.
«Somos iguales, somos diferentes» es el eslogan del Consejo de Europa.
Nuestra diferencia está clara, nuestra igualdad nos cuesta reconocerla en que
nuestras libertades y nuestros derechos, no consentimos que sean los mismos
para todos.
La dificultad para la tolerancia está en cuanto alguien se siente superior al
otro, tratando de dominarlo argumentando sus razones, incluso a veces con
agresividad, por la fuerza, imponiendo sus propios puntos de vista, sin permitir
que el otro exponga los suyos y pueda actuar libremente. «Te he dicho que esto
es así y punto. Aquí no se hable más.»
Ese temor a perder el mando o el dominio de la situación si se da
concesiones al otro.
El cerrarse en sí mismo y no querer conocer nada nuevo por temor a que le
hagan cambiar de opinión. «¿Cómo va a existir algo mejor que lo que yo
pienso?»
El haber sido educado en la intolerancia, con unos padres demasiado
autoritarios, demasiado perfeccionistas, exigiendo siempre y sin dar
concesiones para que el otro pueda expresar sus deseos.
El no tener la humildad suficiente para concederse a sí mismo un «yo
puedo estar equivocado». El echar a los demás las culpas de nuestras
equivocaciones. «Yo nunca me equivoco, has sido tú, yo me atengo a los
hechos.»
La poca seguridad en uno mismo: «Si notan de qué pie cojeo, me tomarán
el pelo». El ser violento para resolver los desacuerdos.
El empleo de un vocabulario con frases ya hechas y refranes despreciando
a otras razas, religiones, etnias, etc. «Me hace trabajar como un negro», «el
muy gitano se ha quedado con todo», «le llamaron perro judío», «en judío no
hay amigo», «esto es una merienda de negros».
La competitividad con la que se está educando hoy día, buscando ser el
mejor caiga quien caiga, actuando de forma agresiva a la búsqueda de
intereses egoístas: «tanto tengo, tanto valgo».
Sólo las personas libres son tolerantes porque son aquellas que no tienen
miedo a la libertad y aceptan que los demás piensen como piensan.

121
Pero... ¿Quién es, en realidad, la oveja
negra?
¿Habéis oído, alguna vez, ese refrán que dice: «El carnero encantado, que fue
a por lana y volvió trasquilado»?
Seguro que sí y que, sin duda, lo habéis empleado en cantidad de ocasiones.
Pero... ¿Sabéis desde cuando existe y el porqué de este refrán? Pues veréis, yo
os lo voy a contar:
Flotaba ya en el aire un olor a primavera. El día iba entrando a empujones y,
poco a poco, se iba cuajando la mañana. Las plantas dilataban sus hojas
tratando de absorber los rayos del Sol que, hasta ahora, andaba a escondidas
por algún lado. Toda la vida comenzaba a vivir a chorros.
También la Señora Oveja Fefa y el Señor Carnero Nelo se habían despertado
algo inquietos esa mañana. Llegaba la primavera y, con ella, su primer
corderito.
Vivían en un rebaño muy pero que muy famoso por su blancura. Todos,
absolutamente todas las ovejas y todos los carneros del rebaño tenían la lana
blanca y suave como el algodón, motivo por el cual todos se sentían muy
orgullosos.
El nuevo corderito, Corderito Nito, nació negro, tan negro y brillante como un
trozo de carbón. La Señora Oveja Fefa lamía sin parar la lana de su Corderito
Nito para dejarlo limpio y brillante y le extrañaba que, a pesar de todos sus
esfuerzos, su lana no blanqueara. Corderito Nito agradecía con ronroneos y
torpes balidos las suaves y calientes caricias de su madre y esta derrochaba en
su hijo todo su amor y ternura olvidándose de su negro color.
—Esto no es más que un salto atrás, estoy seguro —dijo el señor Carnero
Nelo a su mujer, dándole a entender su total confianza en ella—. ¿Te acuerdas
de aquello que estudiábamos en la escuela sobre un tal señor Mendel? Pues
eso, nosotros debemos tener algún antepasado con lana negra y nuestro hijo,
Corderito Nito, se parece a él.
La noticia, en un momento, corrió como ceniza aventada por todo el rebaño
que se revolucionó.
—¡Qué horror! —comentaban entre sí las otras mamás ovejas mientras
cepillaban, orgullosas, la blanca lana de sus corderos.
—Su lana nunca será blanca por mucho que su madre la lave en el río.
—Vergüenza le debía dar.
—¡Esa lana negra nunca tendrá el valor de nuestra lana blanca!

122
—¡Pobres padres! ¡Qué desgracia tan grande!
Pero a los padres de Corderito Nito no les importaba nada las habladurías de
las otras ovejas y vivían felices con su hijo que, poco a poco, iba creciendo y
cada día era más espabilado.
Durante el día paseaban juntos por los pastos y Corderito Nito corría muy
deprisa hacia el río como si este se fuera a escapar. Allí, se quedaba muy
quieto contemplando cómo los chopos de las márgenes volcaban su sombra
fantasmal sobre las aguas quietas. Le gustaba oír las risas y las charlas de los
pájaros que saltaban entre las ramas que ya empezaban a llenarse de hojas.
Entendía el rumor de los árboles y la voz cantarina del río. Después, muy
despacio, se inclinaba para beber y su sombra que brillaba sobre la piel del
agua, cuando la rozaba con su hocico, se llenaba de temblores. Entonces reía
sin parar y su risa se parecía al barboteo de un puchero hirviendo.
Cuando llegaba la noche, interponiéndose entre la luz y el mundo, se
escapaba un aire que se enredaba envolviendo a la luna en un apretado ovillo.
Y Corderito Nito también se acurrucaba, hecho un ovillo, al lado de su mamá, la
señora Oveja Fefa, mientras a los dos les acariciaba el sueño. Y Corderito Nito
estaba tan a gusto que sentía un calorcito muy bueno por dentro.
Pero llegó el día en que Corderito Nito debía empezar a ir a la escuela.
—Esto ya pasa de castaño oscuro —decían unas ovejas.
—Y tan oscuro, como que es negro —gritaban otras muy enfadadas.
—Ya hemos consentido bastante en dejar que criaran a ese negro cordero
entre nuestras blancas ovejas, pero de ahí a ir a la escuela y que juegue y se
trate con nuestros blancos corderillos, ¡ni hablar y ni hablar! —decían las más
orgullosas.
De manera que celebraron un Consejo. Todos gritaban y protestaban pero
ninguno tomaba una decisión. Cuando por fin el Carnero más viejo, con ese
tono reposado de la voz de los ancianos dijo:
—Yo creo que lo más conveniente es que una Comisión vaya a visitarles y les
explique que este rebaño siempre ha sido famoso por la blancura de su lana y
que aquí no puede haber ovejas negras. Aquí y para todos nosotros lo más
importante por encima de todo es que la lana sea completamente blanca.
Así que por fin estuvieron todos de acuerdo y si alguno no lo estaba, no se
atrevió a confesarlo. Asintieron todos como «mansos corderos» y es que, a
veces, la conciencia se agarra, cuando conviene, a las más burdas
justificaciones.
Iban por el camino pensando que al Señor Carnero Nelo no le iba a quedar
más remedio que abandonar su casa.
El señor Carnero Nelo y la señora Oveja Fefa recibieron a sus vecinos, los

123
otros componentes del rebaño, como se recibe a unos amigos. Pero en cuanto
oyeron sus pretensiones, el señor Carnero Nelo miró bien los ojos del que iba al
mando de la Comisión para hundir bien en su frente sus palabras y le dijo:
—Sois vosotros los que desaparecéis ahora mismo de mi casa. La verdad es
que nunca mejor dicho: «sois como borregos». No sabéis qué es tener decisión
propia, ¿es que no sabéis que la libertad es la posibilidad única de ser
auténtico?
Y así fue como nació ese refrán del que hablábamos al comienzo de este
pequeño relato:
«El carnero, encantado, que fue a por lana y volvió trasquilado».

ACTIVIDADES

124
• PARA CHICOS, CHICAS Y PADRES

***
1. Formar varios grupos. Cada grupo se encargará de buscar:
a. Actitudes tolerantes e intolerantes.
b. Palabras tolerantes e intolerantes.
c. Gestos que delatan tolerancia e intolerancia.
d. Personajes tolerantes e intolerantes.
e. Noticias de prensa sobre situaciones tolerantes e intolerantes.
f. Canciones con letras tolerantes e intolerantes.
g. Obras literarias tolerantes e intolerantes.
2. Realizar una lista de frases de ida y vuelta sobre la tolerancia.
3. Puesta en común exponiendo el caso de la señora que su hija tenía un
novio negro. ¿Cómo abordar la situación? ¿Crees que lo más importante
es dar valor a la persona y no a su apariencia? Exponer posibles
problemas tanto en el plano personal como en el social.
4. Escenificar el cuento de la Ovejita Negra. Después se puede organizar
un debate sobre el cuento entre jóvenes y padres sobre:
a. Imaginar cómo sería el desenlace si el señor Carnero desprecia a su
mujer.
b. El racismo en nuestra sociedad actual.
c. Las culturas minoritarias amenazadas por el poder y la fuerza de las
sociedades industrializadas.

125
15. EL MUÑECO SALTIRÓN

126
TEMAS
– Familia
– Juego simbólico
– Creatividad

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Jugamos a que yo era
«Mamá, jugamos a que yo era la mamá... Jugamos a que yo era la frutera...
Jugamos a que yo era el médico... Jugamos a que yo era una princesa...»
Como todos los niños, mis hijos han jugado al «que yo era», unos más, otros
menos. Unos pidiendo más intervención que otros. Dos de ellos han tenido
amigos imaginarios a los que les ponían nombres de las calles de la ciudad en
que vivimos. Con ellos hablaban, iban al colegio y eran siempre los culpables de
cualquier estropicio que se producía. —Pero, ¿quién ha dejado el grifo de la
bañera abierto?, ¿has visto cómo se ha inundado todo? Y al momento te
contestaba lleno de razón. —Ha sido Juan Flórez (nombre de una calle de
nuestra ciudad) yo ya le dije que tú te ibas a enfadar.
Otra de mis hijas tenía un muñeco de trapo que quería muy especialmente. El
muñeco estaba tan viejo que verdaderamente parecía un trapo. Ella,
amorosamente le llamaba «Minchurria», pero sus hermanos, que
indudablemente le veían con otros ojos, le llamaban «Cagarría».
El juego simbólico aparece unido al deseo de explorar y al nacimiento de la
fantasía. Por eso en esta etapa (3-4 años) tiene especial importancia el objeto o
el muñeco por el que el niño tiene especial predilección. Lo utiliza como medida
de seguridad y esto le ayudará a estructurar su personalidad.
Otro aspecto clave es que tienden a la repetición exacta de los juegos, porque
esto les da seguridad y les ayuda a la formación de su identidad.
Normalmente a estas edades, en cierta medida, el niño necesita intimidad
para sus juegos. Suele interaccionar con los padres, pero es él quien decide
que entren o salgan del juego. Es conveniente participar de su juego siempre
que el niño lo solicite. Es bueno prestarle atención, sobre todo si la solicita,
aunque no lo pida siempre con palabras. No debemos estropear su
espontaneidad tan esencial en el juego simbólico y debemos evitar introducir
nuestras ideas.
Nosotros también podemos aprender mucho observándoles. El juego
simbólico es una ventana que nos enseña su mundo interior. Las acciones que
repiten con más asiduidad nos dan una idea de lo que les inquieta y cómo
resuelven sus situaciones o sus conflictos.

El muñeco Saltirón
Pelusa, sus hermanos y primos, pasaban durante el verano largas temporadas
en casa de los abuelos.

128
La casa estaba en el centro del jardín, enorme, bonita. Tenía un tejado verde,
que lucía tanto con el Sol como con la lluvia, al igual que lucían los árboles
frutales, los campos, y un hermoso árbol del amor que, cuando se subían a él,
era tan frondoso como un bosque. Había unos caminitos de piedras que
perfilaban los campos que eran tan redondeadas, pequeñas y blancas, que
parecían los piñones que la abuela les daba por Navidad.
Pelusa tenía un gran amigo: SALTIRÓN.
Saltirón era un viejo arlequín, que había acompañado a Pelusa desde sus
primeros recuerdos. Daban grandes saltos juntos en la cama antes de echarse
a dormir. Saltirón, además de amigo, era su confidente y por la noche, debajo
de las sábanas, hablaban los dos contándose sus aventuras y sus penas.
Saltirón durante el día solía quedarse encima de la cama y, alguna vez, nunca
supo Pelusa por qué razón, desaparecía.
Pero Saltirón siempre volvía. Lo hacía con un aroma fresco muy especial, y
más parlanchín que nunca. Esas noches cuchicheaban más que otras veces y,
así, entre susurros y risas entrecortadas, los dos se quedaban dormidos.
Había días en que toda la casa estaba alborotada. Llovían las llamadas, se
entrecruzaban los «ires y venires», encargos y órdenes. Antonia se subía a una
escalera de madera y, cada vez que ponía el pie en un peldaño, éste daba un
gritito: Hiii, hiii. Y de unos armarios muy altos, a los que ni la vista de Pelusa
alcanzaba, sacaba platos, vasos, tazas, teteras, fuentes...
Todos se contagiaban de aquel trajín y Pelusa sentía que la rutina de todos
los días había dado una voltereta en el aire.
Pelusa sabía lo que significaba este trajín. Todo aquel alboroto se llamaba
VISITA. Pelusa aprendió que siempre que nadie le hacía caso y que había
mucho jaleo en casa, significaba que alguien venía a visitar a sus abuelos.
No le gustaban esos días. Venían señoras que hablaban sin parar, la besaban
y señalaban siempre sus pecas, a lo que Pelusa, instintivamente, arrugaba
siempre la nariz como queriendo esconderlas.
—¡Qué niña tan mona! Y qué pequitas. ¿Has visto Enriqueta?
—Claro que la veo Severina. Y ¡qué pelito tan suave tiene!
Y mientras decían esto se empeñaban en retirarle un mechón rebelde que
caía sobre su cara. Pelusa se quedaba encantada cuando el mechón volvía a
caer donde siempre.
—¡Puff! ¡Qué plomos! ¿Por qué no se ocuparán de peinarse sus moños y
dejan mi pelo tranquilo? —pensaba Pelusa.
Pelusa comprendió que a nadie importaba lo que ella hacía estos días. Todos
en la casa estaban demasiado atareados. Subió a su habitación, abrió la puerta

129
muy despacio y, cuando vio a Saltirón, suspiró con alivio.
—Menos mal que hoy no has desaparecido —le dijo— siempre estás cuando
te necesito. ¿Cómo lo sabes?
Saltirón sonrió y le contestó.
—Pensé que ya no venías, oí todo el alboroto y sabía que había VISITA. Te
estaba esperando.
Y, dando un gran salto, se subió a los brazos de Pelusa que dio un giro sobre
sus talones y subió muy deprisa de puntillas al desván. Abrieron la puerta del
«cuarto de pinturas» que sonó como un gran bostezo ¡Aaauuuhhh! Los dos se
miraban y se reían poniendo la mano delante de la boca como para borrar la
música de sus risas.
—Habla bajito Saltirón que si nos oyen nos la hemos cargado —decía Pelusa
sin poder contener su risa.
El cuarto de pinturas se llamaba así porque tenía pintadas todas sus paredes.
—Es guay que a todos los primos les dé miedo entrar aquí, así nunca
descubrirán nuestro secreto.
De frente había una ventana pequeña por donde entraba un sol pleno,
maduro, que dejaba ver un polvo brillante que flotaba en el aire y parecía esa
niebla baja que a veces se posa sobre el mar. La habitación era abuhardillada.
La pared de la derecha, la más alta, estaba llena de pinturas que representaban
el fondo del mar.
Después, el techo iba cayendo en declive hacia la pared de la izquierda,
llegando un punto en que se unía con el suelo. Ahí, la abuela amontonaba
cosas que decía eran ya inservibles, alfombras enrolladas en el suelo como
troncos recién talados, maletas llenas de bultos y magulladuras, hartas de
soportar malos tratos, lámparas que no volverían a lucir, pesadas planchas de
hierro y un viejo organillo que aún guardaba en su interior notas y recuerdos.
—¡Daos prisa, daos prisa! —les dijo una de las maletas. Era una maleta
aventurera, que a pesar de los años, aún no se había cansado de viajar.
— ¡Venga, venga, que nos están esperando.
Los tres se metieron entre la niebla. Empezó a soplar una leve brisa que
jugaba con el mechón de Pelusa y le acariciaba la cara.
Todo ese azul inmenso era el mar. Ese mar que, a veces, veía Pelusa en su
atlas del cole pero que ahora estaba vivo y temblaba con diferentes colores.
Pelusa sabía que, con el Sol, el mar se volvía verde y dorado. Cuando venía la
Luna, lo había visto azul y plata y, en las noches oscuras, era negro y brillante.
Todas estas cosas las había ido aprendiendo de la mano de su amigo
Celestino que, por cierto, ya debía de estar esperándoles.

130
Celestino era un cangrejo al que le faltaba una pata y, en el soniquete que
producía al andar, parecía faltarle una nota musical. Trictrictric, trac, trictrictrirc,
trac. Celestino los guiaba en sus excursiones y los tres viajeros descubrían
vidas y sonidos que jamás habían visto ni oído.
Hoy Celestino les guardaba una sorpresa y, mientras iban hacia ella, llegaron
donde estaban las sirenas que les invitaron a cantar juntos antiguas canciones
ya olvidadas. En el medio estaba el rey Neptuno, sentado en una roca, el mar
rompía a su alrededor en mil cristales que, con el Sol, formaban rayos de
colores cambiantes que huían hacia todas partes. Sus ojos reían y entre su
barba blanca, que parecía estar hecha con la espuma de las olas, se dibujaban
unos labios que también sonreían.
Al fondo, un calamar les daba la bienvenida escribiendo con su negra tinta:
BIENVENIDOS. Un pulpo rosado, bailaba moviendo sus brazos
acompasadamente. Peces de mil colores les acompañaban, estrellas con mil
luces los iluminaban y caracolas con mil sonidos dejaban oír aquella música
jamás escuchada.
Por fin llegaron a la sorpresa. Trictrictric, trac, trictrictric, trac.
—Espéranos Celestino. ¡Chico, qué prisa te ha entrado hoy que no nos dejas
ni respirar! Cada día andas más deprisa a pesar de faltarte una pata —le gritó la
maleta que estaba un poco achacosa.
Siguieron a Celestino hacia una cueva negra, oscura como un pozo. Allí
estaban amontonadas las tormentas apagadas que van a caer al mar. Había
rayos que, de vez en cuando, producían destellos e iluminaban toda la cueva.
En el fondo se oía una voz profunda, antigua, que retumbaba dentro de ellos,
era la voz del trueno. BUMBUMBUMBUM BURMBRUMBRUMBRUM,
BURUBUMBURUMUMBURUMUM.
A Pelusa no le daban miedo estas cosas, pero sabía que tenían que volver. La
niebla empezaba a desaparecer, eso quería decir que pronto anochecería y en
casa notarían su falta. Se despidieron de Celestino y le prometieron que
volverían el próximo día de VISITA.
—Volveremos otro día de VISITA. Dile al Señor Trueno que nos espere y que
guarde algunas tormentas para ver cómo suenan cuando volvamos.
Saltirón y Pelusa se acercaron al hueco de la escalera agudizando el oído
para poder distinguir los ruidos de la casa. Subían sonidos conocidos: las patas
de las sillas arrastradas por el suelo, el entrechocar de platos y vasos, el tintineo
de los cubiertos. Sabían que la VISITA había acabado y que se disponía todo
para la cena.
Ya en la cama Pelusa y Saltirón, oían el cri cri cri de los grillos y el silencio de
los pájaros, entonces sabían que la música de la noche empezaba sobre la
tierra. Así, los dos se quedaron dormidos mientras soñaban con el mar.

131
De vez en cuando, acuden a la memoria ráfagas de aquella vida a la que se
perteneció. Un olor, un sabor, un sonido, te hacen volver al lugar y al momento
donde y cuando se vivió.
De repente aquel olor fresco de Saltirón, volvió a revivir en Pelusa.
—Mamá, ¿te acuerdas de Saltirón?
Y su madre que también perteneció a aquella vida, con una mirada, en la que
se intuía ternura y cierta nostalgia, le contestó:
—Saltirón tenía una «magia» especial. Solía acudir a mí al día siguiente de la
VISITA, pidiendo que lo bañara, porque en vuestras aventuras en el «cuarto de
pinturas» os ensuciabais mucho.
Pelusa sonrió y, abrazando a su madre, comprendieron cada una su secreto.
Una lágrima caliente y lenta resbaló por la mejilla de Pelusa en recuerdo de su
amigo Saltirón.

ACTIVIDADES

132
• PARA NIÑOS, NIÑAS Y PADRES

***
1. Os voy a presentar varias situaciones de juego simbólico con los niños y
daré varias pautas de conducta para cada juego. La actividad consiste
en poner en común cuál es la mejor pauta a seguir, dando razones a
favor y en contra y experimentarlo con los niños.
a. Jugamos a que yo te hacía una comidita rica... ¿Dónde has
aprendido a hacer esta comida tan deliciosa? Así no se hace, tienes
que echarle primero la sal y después se fríe. ¿Me dejas que lo haga
yo? Verás cómo te enseño. ¿Puedo tomar más? ¡HUM!, te sale
mucho más rica que la mía.
b. Jugamos a que esto era el cole y... Vale, yo como soy mayor me
pido la profe. ¡Ah! Ya veo que tú eres la profe. ¿Me enseñas a hacer
plastilina?
c. Jugamos a que la cesta de la plancha era mi camión y... ¡Huy! qué
camión tan grande, ¿a dónde llevas toda la carga? No tiene ruedas
esto no sirve para ser un camión. Tu camión no rueda, ¿por qué
será?, ¿qué llevas en tu camión?
d. Jugamos a que yo era una princesa y... Nunca había tenido una
princesa en mi casa. ¡Qué vestido tan bonito lleva, Alteza! Si eres
una princesa tienes que tener corona.
2. Recordar siempre que cuando tomamos parte activa en sus juegos
simbólicos, el rol adjudicado ha de representarse tratando de seguir las
pautas que nos marque el niño. Cuando queramos añadir nuestras ideas
lo mejor es hacerlo a través de una pregunta. Es bueno decirle que lo

133
hemos pasado muy bien juntos y devolverlo a la realidad como: «Ahora
vamos a lavarnos las manos para comer».
3. Puesta en común de vuestras experiencias de juego simbólico con
vuestros hijos.

134
16. EL SUEÑO DE OLEGARIO

135
TEMAS
– Convivencia
– Colaboración
– Trabajo en equipo
– Autoestima
– Cuerpo

136
Lo mejor es... entre todos
En mi ciudad existe un Museo del Hombre. La Domus. Lo que más llama mi
atención de todo lo que allí hay es un gran mosaico que representa a la
Gioconda, hecho con fotografías de personas de todas las partes del mundo.
Cada una de esas fotografías es pieza importante e indispensable del mosaico.
Si faltara alguna de las teselas, el mosaico ya no estaría completo. Ya no sería
el mosaico.
Es bueno acostumbrarse desde niños a hacer las cosas en equipo y aprender
que nadie es más importante que el de al lado. Para eso no hace falta que todos
seamos iguales sino que cada uno tiene que ser él mismo. Si todas las
fotografías del mosaico de la Gioconda fuesen iguales no se hubiera podido
hacer el mosaico.
Todos vivimos en una familia. Esto ya es un equipo. Cuando vamos al cole,
nuestra clase es un equipo. Algunos pertenecemos al coro del colegio o a
alguna rondalla; éstos también son equipos. Además jugamos al hokey o al
baloncesto y para eso formamos diferentes equipos para poder jugar con los
demás. Todos colaboramos en los diferentes equipos en los que vivimos porque
sabemos que así todo funcionará mucho mejor. Y unos podrán jugar de
porteros, otros de delanteros o de defensas, porque uno solo no puede hacerlo
todo.
Lo mismo pasa en cualquier tipo de equipo, que uno será el «manitas» porque
es muy habilidoso, otro el que organiza, otro el que diseña, otro, otro, otro...
pero todos igual de necesarios y de importantes.
Claro que dentro de cada equipo también hay distintas maneras de
comportarnos. Está el que siempre pone pegas a todo y colabora poco; o el que
siempre está dispuesto a colaborar porque todo le parece bien; o el que es feliz
por el simple hecho de pertenecer al equipo; o el fuguillas que todo lo hace en
un momento y no siempre queda bien; o el que pone paz en todo para que el
protestón y el que se enfada siempre se pongan a trabajar y comprendan que
es lo mejor porque si no resultas ser un aprovechado. Pero lo mejor es estar
siempre dispuesto a todo.
Y... Entre todos. ¡Manos a la obra!

El sueño de Olegario
Era ya bastante tarde y Olegario no conseguía conciliar el sueño. Daba vueltas
y vueltas en la cama y su imaginación daba tantas vueltas como él.

137
Olegario es un buen chico que estudia 4º de Primaria, tiene muchos amigos y,
además, es un buen estudiante. Pero Olegario no está contento con su suerte.
Sueña con ser un gran deportista. Le gustaría que sus amigos no sólo le
llamaran para ayudarles con las matemáticas, sino que también lo hicieran para
formar parte del equipo de baloncesto de la clase. Pero sabe que esto es
imposible. Olegario es un poco gordo y bastante patoso. Cuando corre se cansa
enseguida y, la verdad, es que bota la pelota bastante mal.
—Para colmo de males me llamo Olegario —piensa mientras está en la cama
—. Menudo nombrecito. Mis padres ese día estuvieron muy poco inspirados.
Por mucho que el abuelo se llame así... jo, el nombrecito se las trae. Para un
abuelo aún puede pasar, pero para un niño... Claro que, pensándolo bien, mi
abuelo también fue niño. Pues peor me lo ponen. ¿Cómo no les avisó que el
nombre era horroroso? Debe de ser que está tan acostumbrado a oírlo que ya,
ni se da cuenta de lo feo que es.
Si yo fuese jugador de baloncesto no me podría llamar Olegario, es
demasiado largo. ¡Anda que mira que Ole! Ya estoy oyendo a todo el público:
¡Ole, Ole, Ole! Esto en una plaza de toros sería hasta divertido: ¡Olé, olé! Pero
en una cancha de baloncesto... Bueno quizá sea mejor que no me dedique al
baloncesto así no tengo problemas con el nombre.
Pero Olegario no se resistía y seguía dándole vueltas a lo mismo.
—¡Me podría llamar «Garik» que suena a jugador de baloncesto de Bosnia o
de Servia! ¡Claro que no estaría nada mal! ¡Garik, Garik! Los jugadores de la
antigua Yugoslavia son unos jugadores excelentes. Sí, creo que Garik sería
perfecto.
Y mientras soñaba despierto con su nuevo nombre de estrella del baloncesto,
por fin se quedó dormido.
Al día siguiente Olegario estaba un poco adormilado en clase. Claro que quién
no, después de una noche en blanco. No paraba de bostezar y se estiraba con
cierto disimulo.
—¡Uf, no entiendo nada! Yo creo que cuando me vestí esta mañana, la
camisa me quedaba bien, no sé por qué razón ahora me quedan los puños tan
cortos. ¡Pues mira que los calcetines! Jo, parece que han encogido. Por mucho
que me los estiro, no consigo que me lleguen a la rodilla como cuando salí de
casa. Para colmo, la señora de la limpieza del colegio se debió de equivocar y
puso en nuestra clase los pupitres de los párvulos. Estoy incomodísimo, no
puedo meter las piernas debajo del pupitre.
Olegario empezó a mirar a su alrededor y comprobó que al único que le
quedaba pequeño el pupitre era a él. Volvió a bostezar y le saltaron, de pronto,
los botones de los puños de la camisa y los zapatos empezaron a hacerle daño.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que cada vez que bostezaba, crecía.

138
¡Estaba cada vez más alto!
—Y ahora, ¿cómo disimulo yo lo que me pasa? No me puedo esconder en
ninguna parte con esta estatura —pensaba Olegario un poco intranquilo.
Por fin sonó el timbre y salieron todos al recreo.
—¿Habéis visto a Olegario? Hoy está altísimo.
—¡Sería bárbaro para el equipo de baloncesto.
—Las cogería todas, y... ¡Menudos tapones!
Los compañeros no paraban de hablar de Olegario sin saber qué decisión
tomar, porque por otro lado, otros decían:
—Sí, muy alto pero muy patoso.
—Además. ¿Os habéis olvidado que no sabe botar la pelota? Si no da una a
derechas.
—¡Qué más da! —decía el capitán del equipo— con tal de que haga tapones
en la canasta del equipo contrario, nosotros hacemos el resto. Decidido:
Olegario entra a formar parte del equipo.
La cara de felicidad de Olegario era tal que parecía que le habían puesto un
resorte que tiraba hacia arriba sus ojos, sus cejas, su boca, incluso su pelo se
disparaba hacia arriba, todo en él era alegría.
—Sólo hay un problema —le dice el capitán—. Olegario es un nombre
demasiado largo para un jugador de baloncesto. Ole, no me convence porque,
tío, no estamos en una plaza de toros. Mmm... Habrá que pensar algo.
—¿Qué os parece Garik? —les insinúa tímidamente Olegario, que estaba
viendo que su sueño se iba haciendo realidad poco a poco.
—¡Estupendo! Nos gusta. Tú siempre tan ingenioso. Eres genial. Garik suena
a la antigua Yugoslavia.
Si la noche anterior Olegario no había podido pegar ojo, esta fue todavía peor.
Se veía coreado por el público: ¡Garik, Garik!
De pronto decidió que debía entrenar un poco con el balón. Él sabía lo patoso
que era y no quería hacer el ridículo al día siguiente. Saltó de la cama, empezó
a botar el balón. Lo lanzaba contra la pared como si en lo alto de esta hubiese
una canasta. Lo peor de todo es que hacía un poco de frío pero pensó que con
el ejercicio que iba a hacer se le pasaría.
Llegó la hora de la verdad. Ya estaban todos en el la cancha de baloncesto
para empezar el partido. Era el día de su estreno como jugador de baloncesto.
Bueno, la verdad es que a Olegario, perdón a Garik, le quedaba
estupendamente el uniforme del equipo. Así, tan alto, ya no parecía tan gordo ni
tan patoso.

139
Y... comenzó el partido. Todo va sobre ruedas. Garik no para de hacer
tapones en la canasta del contrario, cuando, de repente, ocurre algo
sorprendente. Garik, al levantar sus brazos para hacer un tapón, soltó un gran
bostezo y creció de una forma tan sorprendente, que la canasta le quedó
alrededor de su cintura como si llevara una faldita hecha de ganchillo. ¡Dios
mío! Estaba de lo más ridículo. Era como una bailarina de no se sabía qué.
El público no sabía si gritar o reír porque el aspecto de Olegario, perdón Garik,
era de lo más divertido.
—¡Atchísss, atchísss!, vaya, encima me he acatarrado —se dijo Olegario—.
Pues sí que tengo mala suerte ahora que todo iba sobre ruedas. Pero... ¿Qué
me está pasando? ¡Encima del catarro que tengo ahora encojo!
Efectivamente, Olegario cada vez que estornudaba se iba haciendo más
pequeño, tanto que de pronto, se quedó convertido en pelota.
Uno de los jugadores contrarios lo cogió confundido, dio unos botes con él y lo
lanzó a la canasta donde entró limpiamente. Menos mal que nadie cogió el
rebote y Olegario salió rodando por la cancha hasta un fuera de juego.
—Pero, ¿es qué no os dais cuenta de que soy yo?
Olegario gritaba desesperado, pero nadie le oía entre el griterio de los hinchas
y que su voz se ha hecho tan pequeña como él.
—¡Anda!, pues ahora no sé qué hacer —piensa Olegario—. Resulta que tengo
ganas de bostezar y de estornudar al mismo tiempo, a ver que me sale primero.
De repente, sin poder dominar su bostezo y su estornudo, le salen los dos a
un tiempo, como si estuviese todo perfectamente sincronizado. ¡Qué sorpresa!,
fue la solución a su problema, acababa de recuperar la estatura perfecta.
¡Garik, Garik!, el pabellón deportivo del colegio se venía abajo. Garik era la
estrella, así vio cumplido su sueño. Esta noche dormiría feliz, tranquilo, por
supuesto que ya no bostezaría más, «por si las moscas».

ACTIVIDADES

140
• PARA NIÑOS Y NIÑAS

***
1. Hacer una lista entre todos de cosas que se pueden realizar solos para
después hacer todos en equipo. Por ejemplo: cada uno puede ir
haciendo las figuras del Belén y después, todas las figuras que ha hecho
cada uno por separado, forman en equipo un Belén. Una vez
confeccionada la lista decidirse por una de las citadas y hacerla.
2. Entre todos poner en común las ventajas y desventajas de ser alto o
bajo.
3. Qué otras cosas tenemos tan importantes o más que nuestra apariencia
exterior.
4. Hacer entre todos una definición por aproximación hasta llegar a la
definición del diccionario de: BOSTEZAR y ESTORNUDAR.
¿Por qué lo hacemos?

141
17. SOLO ANTE EL PELIGRO

142
TEMAS
– Familia
– Autoestima
– Adolescente
– Valores
– Intimidad
– Cuerpo

143
Hijo, con lo rico que eras...
La familia crece. La familia crece en número pues de una pareja van naciendo
un hijo o varios. Crece en experiencias vividas y compartidas. Pero, además, en
la familia crecen físicamente también sus miembros. Los niños dejan de serlo
para convertirse en adolescentes. De repente en el armario de «nuestros
pequeños» donde todo tenía su sitio, sólo se pueden guardar un par de zapatos
enormes. Los jerseys y las camisas ocupan todo el estante donde antes se
guardaba, además, la ropa interior, los pijamas y los calcetines. Nuestro niño ha
empezado a crecer. Es ya un adolescente.
A veces esta etapa se nos viene encima casi sin darnos cuenta. Hace nada
todavía los sentábamos en nuestro regazo y les contábamos cuentos y ellos nos
contaban los suyos.
Cuando empezó a cambiar la voz el primero de mis hijos le preguntaba todas
las mañanas lo mismo: «Javier, ¿no estarás acatarrado?, parece que te
encuentro algo afónico». Él sólo contestaba: «¡Mamá!», pero con el toniquete de
«ya estamos como todos los días». Me costó hacerme a la idea de que aquella
vocecita que tenía mi hijo se había borrado de un plumazo y a partir de
entonces tenía que acostumbrarme a su nueva voz, todavía llena de altibajos,
que poco a poco le iba dando color.
Esta etapa conlleva cambios físicos decisivos y confusos al mismo tiempo: El
cuerpo crece, cambia bruscamente, hacen gallos con la voz, son larguiruchos y
torpes, se desarrolla el pecho en las niñas, etc. La adolescencia es uno de los
períodos más críticos para el desarrollo de la autoestima. Conseguir una
identidad propia es tarea ardua, como sabe cualquier persona que haya
alcanzado la madurez. Conseguirla durante la adolescencia es bastante
complicado, debido a los procesos psicofísicos y a la presión social que todo
adolescente experimenta.
Pepe se ha quedado solo, su hermana, 8 años mayor que él, se ha ido a
estudiar a otra ciudad. En casa quedan sus padres y tía Marina, una tía soltera
hermana de su padre que los visita todos los días. Pepe es un adolescente de
pocas palabras, él tiene sus motivos. Está en esa edad en la que no es ni joven
ni niño, en la que su cuerpo cambia cada día y le es difícil acomodarse a su
nueva imagen. Su hermana lo comprende mejor que sus padres, hace poco que
ha pasado por esta etapa. ¿Por qué la memoria del adulto es tan frágil y
quebradiza?

Solo ante el peligro

144
Aquí estoy, solo ante el peligro. ¡Cómo siga así todo el curso, no sé si lo voy a
poder aguantar! ¡Menudo rollazo! ¡Me tienen frito! Todo el día yo solo para
torear a mamá y a tía Marina. A mi hermana cuando se le mete algo en la
cabeza... Ya lo dice papá: «Esta niña es igual de terca que su madre». Y claro
se ha empeñado en que este curso se iba a estudiar fuera. ¡Con todo lo que me
ayudaba mi hermana! Menos mal que falta poco para Navidad y me tomaré un
respirito en cuanto llegue.
Por eso he decidido seguir su consejo: «Pepe, escribir un diario es guay. Es
como tener una conversación con uno mismo. Te ayuda a quedarte mucho más
relajado». La verdad es que, como siempre, mi hermana tiene razón.
Dentro de nada me llamará mi madre para llevarme al colegio. Antes me
llevaba mi hermana, pero ahora... ¡menuda vergüenza que me hace pasar!
Si estamos parados en medio del atasco o en el semáforo, he aprendido a
estarme callado, lo que pasa es que a veces se me olvida y entonces se me
ocurre contarle algo:
—¿Sabes mamá?, hoy Pilar nos ha pedido que le llevemos hecho un mapa
de...
Pues nada, que no me deja acabar y se me pone a cantar a voz en grito y
como una loca:
—¡La Virgen del Pilar dice, que no quiere ser francesa...!
Y yo me hundo en el asiento. En ese momento me gustaría tener una poción
mágica como la de Astérix, pero que en vez de darme fuerza, me haga invisible
y así poder desaparecer. Todos los ocupantes de los otros coches nos miran
como si estuviésemos locos. Sólo a ella se le ocurre cantar y además por la
mañana, si lo normal es estar de mal humor. Pero ella todo lo contrario, nada,
tan pancha y toda sonriente:
—¿Te has fijado Pepote? El mundo está loco. ¿Has visto ese señor que
tenemos al lado que no para de hablar solo? ¡Y cómo gesticula! ¡Dios mío! Está
loco. ¡Qué mal genio!
—Que no mamá, que no habla solo, está hablando por un teléfono de coche,
de esos de «manos libres».
—¡AHHH! —me dice ella, y sigue como una loca a ritmo de jota aragonesa.
Entonces hablo rápidamente de lo que me pasó el otro día con Margarita, a
ver si así para con la jota. Pero es peor el remedio que la enfermedad porque
del ritmo de jota pasamos en un abrir y cerrar de semáforo al ritmo de marcha
cuartelera:
—Margarita se llama mi amor, uno dos... —y cuando dice el «uno dos», da
dos toquecitos cortos con el claxon. ¡Y yo, como un tomate! Tiro todos los
lápices del estuche al suelo para poder desaparecer en lo más profundo del

145
coche.
Cuando por fin llegamos al colegio, parece que mi sufrimiento va a terminar.
Pues no, en cuanto arranca, saca la mano para saludar, por supuesto
acompañándose del «uno dos» con la bocinita de marras. Yo ni miro y, si me
miran, disimulo como puedo y desaparezco.
Sí, pero lo peor de todo es cuando viene tía Marina a casa, si una es
irresistible, las dos son la guerra.
Tía Marina cuando habla nunca termina las frases. En casa todos la
entendemos muy bien porque ya estamos acostumbrados. Mi hermana dice que
es igual que el agua de un río, tropieza cuando se encuentra con piedras a su
paso.
—¡Hola Pepote! ¡Pero hija!... ¡Qué guapo está este ni...! Cada día se parece
más a su...
—Verdad que sí —contesta mi madre ya acostumbrada a la manera de hablar
de tía Marina—. ¡Hija, hasta en el carácter! Cada día habla menos. ¡Con lo rico
y lo simpático que era de pequeño con aquella lengua de trapo. ¿Te acuerdas
Marina? Y la de besos que nos daba. Era un «pegotito precioso».
—Sí, ¡cómo no me voy a...! Pero guapo, la verdad es que... Que si te lo digo
yo que de... Si ya lo dicen... Yo de esto...
Y yo, por más que me miro al espejo lo único que veo que tiene algo de
parecido a mi padre es el «bigotito» este que me está saliendo... Por lo demás,
nada de nada. Soy larguirucho, delgado, estoy lleno de granos y se me está
poniendo un narizón tremendo. En fin, un asco. Por lo menos si lo del bigote se
arreglara y se pusiese ancho, grande y frondoso como el de papá... Y dale con
el bigote... Justo es lo que se empeñan que tiene que desaparecer...
—Que sí, Pepe, que sí, que esa «pelusita» hay que sacarla, te da un aspecto,
no sé, así, como sucio...
—¡Pero mamá!, si me ducho todos los días. Además no es «pelusita», es
BIGOTE.
—Yo creo —dice tía Marina como si no me hubiera oído— que esto con un
poco de eso..., ¿cómo se di...?, cera depilatoria, quedaba...
—No hija, que le duele —le contesta mi madre—. Mejor un poco de jabón y
una maquinilla.
Y yo me pongo la mano en el labio y salgo disparado, ¡qué se creen! ¡No
estoy dispuesto a que nadie se ría de mí!
El otro día Pedro apareció sin «pelusa» en el colegio. Fue el hazmerreír de
toda la clase. Menuda juerga a su costa. Claro que antes de afeitárselo, también
nos reíamos de él. Es que su pelusa era demasiado... Le llamábamos Fu-Man-

146
Chú.
Nada, decididamente ya me lo haré yo con la ayuda de mi hermana cuando
venga en Navidad. Es la época mejor, porque como no te ves todos los días con
tus compañeros, cuando llegas al cole, después de las vacaciones, no notan
tanto el cambio.
—Anda Pepe, recoge la mesa —dice mi madre.
—Bueno, ¡hasta ahí podíamos llegar! Deja Pepote, que ya lo hago... que tú
eres un... —dice tía Marina con esa forma suya de hablar tan especial.
Pues ya salta mamá como una loca: que si en esta casa los hombres también
ayudan, que si me tengo que hacer la cama, que si los sábados tengo que
limpiar mi habitación pasando el aspirador y todo... Y a tía Marina se le abre la
boca para contestar algo, pero de repente la cierra y piensa que es mejor no
empezar la frase que total va a dejar a medias.
De todo este tema de las tareas domésticas, papá no sé a qué grupo
pertenece, porque él ni recoge la mesa, ni hace su cama, ni lleva la basura y
bueno lo del aspirador... eso ya... ¡AAAHHH!, ya sé... papá es... papá.
Pero de repente vuelvo a no entender nada porque mamá sigue con su
monserga venga a explicarle a tía Marta:
—Hija, es que si se casa, no va a haber mujer que lo aguante. Hay que
enseñarle para su vida de casado... para la vida moderna.
Pues eso —pienso yo— para mi vida de casado. Pues nada, que me preparo
para lo que queráis con tal de no oíros, pero a mí lo que me gustaría es ser
como papá, en todo, además de su bigote. Y además papá también está
casado, ¿no?, aunque lo de moderno...
Lo mejor para vivir tranquilo es no abrir mucho la boca. Además mi madre se
empeña en que tengo la garganta mal cada vez que me sale un gallo. Es que
me sale... no lo puedo evitar. Ya le explicó papá que era porque me estaba
cambiando la voz pero nada, no se entera.
—Pepe, hijo, tómate esas píldoras de chupar para aclarar esa garganta, que
parece que te ha cogido el frío...
De todas maneras quiero mucho a las tres mujeres de mi casa: mamá, mi
hermana y tía Marina. Lo que pasa es que, si se lo digo, se ponen pesadísimas
y me llenan de besos y me achuchan.
Claro, que pensándolo bien, a mí también me gusta que me digan que me
quieren. Ya me lo dice mi hermana: «Pepe, que las palabras están hechas para
algo, ¿no?». Pero es que a mí me da corte decir así, de repente, sin más: «Te
quiero». Aunque es estupendo poder decírselo a alguien y que te lo digan...
Seguramente en Navidad, cuando venga mi hermana, les diré a las tres que

147
las quiero mucho. ¡Ah! y a papá también.
—¡Pepe!, vámonos o llegarás tarde al colegio.
—Ya voy mamá.
Ya me ha tenido que salir un gallo al contestarle. Seguro que ahora empezará
con el rollo de la garganta y la pastillita. Después sigo escribiendo.

ACTIVIDADES

148
• PARA PADRES Y EDUCADORES

***
MEDIANTE LA TÉCNICA DE LA DISCUSIÓN DIRIGIDA
1. ¿Qué significa mi hijo adolescente para mí?
2. ¿Qué me parece esta etapa de su vida?
3. ¿Veo a mi hijo adolescente como un seguro de futuro ante la soledad o
las necesidades económicas de mi propia vida?
4. ¿Quiero que él cumpla mis expectativas y ambiciones?
5. ¿No será que no me fío de su juicio y de sus actos porque no se podía
confiar en mí cuando yo tenía su edad?
6. ¿Me siento sobrecargado emocional y económicamente por sus
necesidades?
7. ¿Exijo más a mi hijo por la angustia que a mí me produce el paso del
tiempo?
8. ¿Me veo como alguien que manipula o modela o bien, tan sólo, como
alguien que nutre y alimenta?
9. ¿Tengo miedo de perder el control y el poder sobre él?
10. ¿Si salgo un día con él a la calle le suelto la «frasecita hiriente»?: «Pero,
¿has visto qué pinta llevas? Te podías haber vestido de otra forma, para
un día que sales conmigo».
11. ¿Le digo: «Te quiero». Nunca, alguna vez, normalmente, con mucha
frecuencia?

149
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Escribir un diario personal y realista de lo que le ocurre a cada uno. Sus
sentimientos, sus logros, sus amigos, etc. (Individual)
2. Escribir entre varios un diario fantástico. En él se puede contar todo
aquello que se desee: viajes, aventuras, personajes fantásticos. Se
puede mezclar lo inventado con la vida de cada día. (Grupal)
Para esta actividad se puede fijar un tiempo de entrega de un mes. Los
participantes se pueden informar en bibliotecas, seleccionar noticias de
los periódicos donde ellos pueden aparecer como protagonistas o
escribir qué noticias sucedieron en las fechas que se escribe el diario.
También se puede hacer referencia a fiestas divertidas como el
Carnaval. Realizar diseños para Carnaval, etc.

150
18. CACAO-CHICO

151
TEMAS
– Familia
– Hijos adoptados
– Convivencia
– Miedos, dudas, conflictos

152
¿Tú eres mi mamá?
«— ...hay hijas de aquí. Y tomando en las suyas la pequeña mano de su hijita,
la colocó en su vientre. Luego se tocó el corazón y dijo: —Y de aquí. Tú eres mi
hijita del corazón.»
Con estas palabras que derrochan ternura leí en una ocasión cómo una madre
explicaba a su hija que era adoptada. Porque lo que sí está claro es que son los
hijos quienes nos convierten en padre y madre o como dice Mafalda en una de
sus historietas cuando su madre le reprende: «Mafalda, porque lo ordeno yo
que soy tu madre» y Mafalda le contesta muy llena de razón: «Si es por
cuestión de títulos, yo soy tu hija y las dos nos graduamos el mismo día».
Este cuento que vais a leer ahora nació de la narración de un viaje a tierras
Hispanoamericanas. Alguien nos contaba un día cómo unos grandes árboles de
sombra cobijan bajo sus ramas a los árboles del cacao y, mientras lo contaba,
iba naciendo en mi mente el cuento de Cacao-Chico.
Para mayor información: S.E.D.A. Sociedad Española para el Desarrollo de la
Adopción. C/Espronceda, 39 1º. 28003 Madrid. Tel. 91.553.27.25.

El cuento: Cacao-Chico
Rancho-Chico era un ranchito pequeño donde todo lo que había era poco y
pequeño: unas cuantas gallinas, unos cochinitos, una señora Pata con sus
pequeños, un burro y pare usted de contar. Pero allí todos se sentían orgullosos
porque Rancho-Chico era grande en belleza.
Una luz ya crecida del amanecer hacía nacer sus tejas rojas, su cal blanca, el
verdor de sus amplias plantas tropicales y, en los alféizares de sus ventanas,
macetas de barro llenas de flores coloreadas: rosas, malvas, amarillas,
interrumpidas por hojas minúsculas verdes que, todavía, guardaban unas
gotitas microscópicas de la lluvia que había caído y parecía rocío.
Allá, un poco más alejado de la casa, estaba un enorme árbol de sombra:
MamáÁrbol.
Mamá-Árbol era lo más grande de Rancho-Chico, sus ramas se extendían
amorosas, pacíficas, acogedoras. Mamá-Árbol siempre tuvo muchas ganas de
volver a ser madre. A pesar de su ya avanzada edad, aún quedaban en ella
más cuentos de los que un pequeño podía pedir y muchas nanas para
«anainarlo». (Hacer de madre. Cantar una nana. Acunar.) Mamá-Árbol estaba
llena de vida, por eso, un día, desde hacía pocos años, el amo le había traído a
Cacao-Chico, un pequeño árbol del que se obtiene el cacao.

153
Cacao-Chico era feliz. Mamá-Árbol le cuidaba, le protegía de la lluvia, le
contaba miles de cuentos y sacaba brillo a sus frutos oscuros mientras le
cantaba. Las caricias de sus ramas parecían guardar la tranquilidad y el sueño.
—Buenos días Mamá-Árbol —dijo la señora Gallina.
—Buenos días Señora Gallina. Está usted muy madrugadora esta mañana, ¿a
dónde va tan temprano? —le saludó Mamá-Árbol.
La Señora Gallina era muy madrugadora, claro que no le quedaba más
remedio con el marido que tenía... Era la primera en oír sus KIKIRIKIS.
—Voy a buscar la comida de mis pequeños, ¿no sabe qué tengo muchos y
dan mucho trabajo? —dijo la Señora Gallina, mientras se colgaba el cesto del
ala, dispuesta a llenarlo de ricas y sabrosas lombrices para sus polluelos—.
¡Hay que espabilar hija!, una no puede pasarse la vida cantando y contando
cuentos a sus pequeños —y mientras decía esto, hablaba con cierta
superioridad y se le iba coloreando la voz.
Mamá-Árbol, como sabia que era, no dio importancia a las palabras de la
Señora Gallina y siguió cuidando a Cacao-Chico tan bien como lo había hecho
hasta ahora.
—Buenos días Mamá-Árbol —dijo la señora cerdita tan sonriente como
siempre.
—Buenos días Señora Cerdita. ¿A dónde va usted tan temprano? —contestó
Mamá-Árbol.
—Voy a la orilla de la laguna. Llevo a mis cochinitos a que jueguen y se
rebocen en el barro. ¿Ha visto usted cómo se me parecen todos? Han salido
todos igualitos a su mamá —comentó la Señora Cerdita con un cierto rintintín.
—¡Oh sí!, son unos cochinillos preciosos —dijo Mamá-Árbol con una voz
tranquila, mientras acariciaba a Cacao-Chico y le tarareaba su canción
preferida.
Cacao-Chico sí que había notado aquel toniquete medio de burla medio no se
sabía de qué de la Señora Cerdita y se fijaba en aquellos cochinitos igualitos a
su mamá: tan sonrosados, con una nariz chata, tan chata que parecía que
estaban siempre apoyados contra el cristal de la ventana y aquellos rabitos
todos iguales, retorcidos, como pequeñas raíces. Después miraba a Mamá-
Árbol, con aquellas ramas grandes, enormes, amorosas, llenas de hojas para
dar sombra. ¿Y a él? ¿Cuándo le nacerían esas ramas como las de su mamá?
—Buenos días Mamá-Árbol —saludó un poco achacosa la Señora Pata.
—Buenos días Señora Pata. ¿A dónde va usted tan temprano? —contestó
MamáÁrbol.
—Voy a la laguna a enseñar a nadar a mis pequeños. Se les debe enseñar

154
cosas de provecho y no llenarles la cabeza de fantasías con tantos cuentos.
¿Ha visto usted cómo han crecido y cómo se me van pareciendo?
Y muy orgullosa se metió en la laguna seguida de sus pequeños, que ya
empezaban a perder el amarillo de sus plumaje y llenaban así el agua de
temblores.
Mamá-Árbol nada contestó a la Señora Pata pero Cacao-Chico empezaba a
acumular en el fondo de su mente preguntas que querían salir pero que le daba
miedo hacerlas, pues temía las respuestas de Mamá-Árbol.
Cacao-Chico se preguntaba si con los años él crecería, si le saldrían ramas
enormes llenas de tiernas hojas verdes, pero... ¿qué pasaría con aquellas bolas
redondas y oscuras que tenía por todas sus ramas y por el tronco y que su
madre cuidaba con tanto mimo?
Cacao-Chico decidió buscar por su cuenta respuesta a todas sus preguntas.
Así que esa tarde, aprovechando la siesta de Mamá-Árbol, mientras el Sol,
todavía perezoso, se asomaba por el valle y, mientras oía los sordos sonidos de
la quietud del rancho: los cerdos soñando, los patos tranquilos, el cacareo
suave de las gallinas satisfechas y el eco de la brisa en calma, salió de Rancho-
Chico.
Cerca del río tropezó con unos enormes huevos. Cacao-Chico miró hacia
arriba para ver si aquellas enormes bolas parecidas a las que él tenía en sus
ramas, habían caído de algún árbol que se le pareciera.
—¡Vete, vete! ¡Vete de aquí! ¡Esos son mis pequeños! —le gritaba la Señora
Cocodrilo, que volvía de darse un baño, abriendo mucho su boca para enseñar
sus dientes. Y rápidamente se volvió a echar sobre sus huevos para
protegerlos.
Cacao-Chico salió de allí un poco asustado y continuó su camino.
—¡Hola! ¿Cómo os llamáis?
—¿No se nos nota? —alborotaron con sus risas los árboles Papayos.
—¿Creéis que yo de mayor seré como vosotros?
—Pero... ¡si tú eres un Cacao! —y sus risas rompieron el aire.
Cacao-Chico se sintió un poco avergonzado y se marchó sin decir nada más.
No sabía qué hacer. La noche llegaría pronto y empezaba a echar de menos las
caricias y las nanas de Mamá-Árbol cuando, de repente, tropezó con algo...
—¡Sí, sí, por aquí tiene que haber un árbol como yo! —gritó lleno de alegría—.
¡Creo que ya lo he encontrado! ¡Esto es igual que mis frutos! —dijo feliz
mientras cogía lo que había encontrado en el suelo.
—¡Ay hijo! ¡Déjame en el suelo, que a mí esto de las alturas me da mucho
vértigo! —habló, de repente aquella bola.

155
—Perdone —dijo Cacao-Chico sorprendido al ver que, aquello que era plano
por el otro lado, le salían cabeza, patas y hasta un rabito—. Pero... ¿Quién es
usted?
—Soy una vieja tortuga que había parado a echar un sueñecito. Es que
estaba algo cansada, ¿sabes hijo?
—Y usted... ¿no sabría decirme dónde está mi casa? Es que me he perdido.
Se llama Rancho-Chico.
—Claro, hijo, claro que lo sé. Tú debes de ser el hijo de Mamá-Árbol.
—¿Usted conoce a mi mamá? —Cacao-Chico estaba emocionado. ¡Aquella
Señora Tortuga conocía a su mamá!
—Pero... ¿por qué sabe que ella es mi mamá? ¿Cree que me parezco a
Mamá-Árbol?
—¡Oh!, vamos pequeño, no sólo se es mamá porque se haya nacido de su
misma semilla.
—¿No? ¿Es que hay otras mamás? ¿Cómo se puede ser otra mamá?
—¡Pues claro! El ser mamá es muchas cosas más. Es la suma de un deseo,
de unas ganas, de un anhelo, de querer dar amor...
—Entonces mi mamá... es... mi mamá.
—¡Por supuesto! Estate totalmente seguro. Verás, no sé cómo explicártelo...
Hay mamás que no les queda más remedio que confiar a sus hijos a otras
mamás que sí pueden cuidarlos. Estas otras mamás están deseosas de dar
todo su amor a estos hijos. No por ser un hijo adoptado se es menos hijo, ni la
mamá es menos mamá. El cariño, el amor, la vida juntos que se hace poco a
poco: convivir, cantar, reír, llorar, jugar, soñar...
Así hablaban y hablaban de vuelta a casa. Sus mentes funcionaban en
tiempos distintos. La Señora Tortuga, con una voz caliente y con ese tono
reposado que tienen los ancianos, analizaba los detalles más insignificantes, los
desmenuzaba y se recreaba en ellos paladeando sus propias palabras. Cacao-
Chico las devoraba corriendo, sin miedo a atrangantarse, deseando oír aquello
que tanto ansiaba.
—En esta tierra hay muchos «Árboles de Sombra» que son las mamás de
pequeños Cacaos como tú. Sin ellas, los árboles del Cacao no podrían llegar a
vivir... ¿Ves allí, a lo lejos? —le señaló la Señora Tortuga estirando mucho su
pata fuera del caparazón.
—Sí, sí, son árboles iguales a mi mamá ¿Y los cacaos?, ¿dónde están?
—Desde aquí no se puede ver porque sus mamás los cubren para protegerlos
de la fuerza del Sol y de las lluvias tropicales, pero está lleno de pequeños
Cacaos como tú.

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Cacao-Chico ya no recuerda como llegó al lado de Mamá-Árbol. Sólo recuerda
las caricias de sus ramas, en las que parecía guardar la paz y el sueño,
mientras que, en aquella noche que era un gran pozo de paz, se oía una nana
de Mamá-Árbol y todos los habitantes de Rancho-Chico dormían tranquilos.

ACTIVIDADES

157
• PARA GRUPOS DE PADRES

***
1. Mediante la técnica «Entrevista Colectiva». Un experto es interrogado
por un miembro del grupo ante este.
2. Mediante la técnica «Discusión Dirigida». Un grupo reducido trata
informalmente el tema con un moderador «oficial».
3. Mediante la técnica de «Estudio de casos». El grupo estudia analítica y
exhaustivamente un caso con todos sus detalles para sacar
conclusiones.
4. Mediante la técnica de la «Comisión». Un número reducido de personas
estudia el tema para presentar conclusiones al grupo.
5. Mediante la técnica de «Diálogos Simultáneos». En el grupo los
miembros dialogan simultáneamente de dos en dos, para discutir el
tema. El animador toma nota de lo que se va diciendo.
Se os presentan algunos temas para utilizar con estas técnicas:
— Acuerdo de ambas partes para la decisión de la adopción. Los
pros y los contras.
— Influencia de otros familiares, vecinos, la sociedad.
— Las condiciones para la adopción. La legislación.
— El control de la adopción.
— Los posibles conflictos entre la familia de origen y la adoptante.
Citas del cuento para comentar:
— «Se les debe enseñar cosas de provecho y no llenarles la cabeza
de fantasías con tantos cuentos. ¿Ha visto usted cómo han crecido
y cómo se me van pareciendo?»

158
— «El ser mamá es muchas cosas más. Es la suma de un de deseo,
de unas ganas, de un anhelo, de querer dar amor...»
— «Estas otras mamás están deseosas de dar todo su amor a estos
hijos. No por ser un hijo adoptado se es menos hijo, ni la mamá es
menos mamá. El cariño, el amor, la vida juntos que se hace poco a
poco: convivir, cantar, reír, llorar, jugar, soñar...»

159
19. UNA MAMÁ CISNE

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TEMAS
– Familia
– Muerte de un hijo
– Empatía
– Aprender a vivir
– Compartir

161
Volver a aprender a vivir
Leí la historia en una revista que cayó en mis manos: «Un cisne hembra se deja
morir de hambre apenada por perder a sus polluelos».
La hélice de una lancha arrebató sus polluelos a la mamá cisne. Ella se apartó
a la orilla, llena de tristeza, desesperada, dejó de comer. Compadecidos los
habitantes de la ribera trataron de alimentar al cisne hembra, pero ésta se
abandonó a la muerte.
De esta noticia nació este cuento. Aprender a ser personas llenas de
esperanza. Aprender a aceptar la vida sea cual sea. Aprender a vivir, a buscar
soluciones creativas sean los que sean los acontecimientos poco favorables
que, en no pocas ocasiones, se nos presentan. Las ganas de vivir siempre
resucitan cuando te sientes útil y con facultades para echar una mano al otro, al
que está cerca.
Dicen nuestros mayores que hay edades para cada situación de la vida. Para
perder un hijo nunca hay edad.
Yo, pienso que como muchos de vosotros, he vivido cerca de personas que
han perdido a un hijo en diferentes edades. Madres jóvenes y llenas de vida que
han perdido a su hijo todavía niño. Madres con una edad madura que han
perdido a sus hijos adolescentes o jóvenes. Madres ya ancianas, en la meta de
su vida, que han sabido vivir sin sentir amargura todas las edades por las que
han ido pasando.
Todos, absolutamente todos los casos que conozco, el dolor por la muerte de
un hijo ha sido el mismo. Desgarrador, como si nos arrancan algo que es parte
de lo más íntimo de nosotros mismos.
Creo que en el fondo de nosotros mismos siempre tenemos la misma edad.
Nuestro corazón tiene la edad de aquellos a quienes ama. Para una madre un
hijo es siempre su niño, no tiene edad, es simplemente su hijo.
Pero lo que más me llama la atención de estas madres es cómo han sabido
aprender a vivir de nuevo. Son fuertes, creativas, valientes, están llenas de
esperanza, llenas de ternura. ¿Es ese mismo dolor el que multiplica su
conocimiento de muchas cosas y aprenden a vivir de nuevo?
La vida es un don para nosotros. La vida lleva consigo su alegría. Es mejor
aceptar el dolor pero con alegría. ¡Cuánta ternura hay en el ser humano y
cuántos admirables recovecos dentro de él!

Una mamá cisne

162
Era el abuelo quien, en algunas noches de verano, nos contaba historias.
Historias que hacían que el corazón se te pusiera en la garganta y parecía que
quería salir de un salto y, al mismo tiempo, las lágrimas corrían lentas, calientes,
saladas por nuestras mejillas. Pero, ¡qué maravilla! Fue él quien nos enseñó la
ternura de la vida porque, ¿sabéis una cosa? La vida sin ternura, no vale
demasiado.
Y con una voz ronca y fuerte comenzaba su historia. Sus labios apenas
parecían moverse si no fuera porque su barba blanca como la espuma de las
olas se movía acompasadamente.
«Os diré un secreto: a los mayores les gusta echar la culpa de algunas
desgracias a las imprudencias de los pequeños, olvidando que ellos también
cometen, en algunas ocasiones, imprudencias, porque veréis lo que os voy a
contar:
En aquel tramo del río que os señalo con mi dedo, se empezaba también a
vivir la primavera que había ido entrando de puntillas, sin apenas hacer ruido.
Las plantas y los árboles dilataban poco a poco sus hojas para absorber todos
los rayos del Sol. Algunas yemas, que al principio eran pequeños botoncitos
insignificantes, se habían empezado a hinchar. Los insectos comenzaban ya a
sentir el calor del Sol en su sangre fría.
Era muy temprano y el día iba entrando a empujones. Una melodía levantaba
el vuelo y la tierra, llena de estallidos y crujidos, era un hervidero de vida nueva.
Era el momento en que en cada nido y en cada madriguera, aumentaba la
familia con la llegada de los nuevos pequeños, así, todos los animales de esa
otra orilla del río, estaban viviendo a chorros.
—La Señora Ardilla ha tenido esta madrugada dos preciosas hembras, habrá
que ir a visitarla —comentaba el Señor Búho con unos jilgueros madrugadores
—. Justo en el momento que me iba a echar a dormir tuve que asistir al parto de
la Señora Ardilla.
—También la Señora Rata y la Señora Coneja están a punto. Ayer
comentaban entre ellas que se sentían ya demasiado pesadas —decían una
mariposas mientras se empeñaban en adornar todavía más las flores
posándose en ellas.
Y así fue. Nacieron las ratitas y los ratoncitos, los renacuajos que con el
tiempo llegarían a ser ranas, los conejitos... En todos los nidos empezaba a
haber diferentes polluelos. Los jilgueros de la Señora Jilguero, los ruiseñores de
la Señora Ruiseñor, las oropéndolas de la Señora Oropéndola, los pichones de
la Señora Paloma, los cuervos de la Señora Cuervo, etc., etc., etc. La Señora
Coneja tenía ya cuatro preciosos conejitos, tres eran blancos y negros y uno
gris que era el más espabilado a la hora de comer. La Señora Pata, aunque las
lenguas del bosque comentaban que era ya vieja para seguir criando, tuvo siete

163
patitos todos igualitos y redonditos como pompones amarillos.
De manera que ese gran silencio que parecía reinar en los días anteriores, se
llenó de voces y se unió así a la del viento entre los árboles, a la del río que
bajaba juguetón, al zumbido de los insectos y al melodioso cascabel del grillo.
Y empezó el trajín de la crianza: alimentar, proteger, dar calor, enseñar a
volar, a andar, a nadar...
Era ya mediodía, el Sol descansaba tranquilo. La sombra del dulce cabeceo
de los álamos resbalaba sobre la piel del agua. Las telarañas brillaban
impasibles cuando, de repente, el nido de cisnes era toda una fiesta. Todos
acudían a ver lo que había pasado formando un apretado racimo a su alrededor.
—¿Habéis visto esa? —comentó la Señora Pata— esa, la más pequeñita —
decía agitada mientras señalaba con su ala.
Y Mamá Cisne la levantó entre sus alas llena de ternura para que todos
pudieran ver a aquella preciosa bolita de algodón. Y aquel apretado racimo se
convirtió en un
«¡AY!» de asombro.
—No, no es posible —dijo la Señora Pata.
Todos se acercaban para mirar, incluso el Sol se asomaba aprovechando
cualquier descuido de las nubes.
—¡Es algo increíble! —decía asombrada la Señora Paloma.
—Parece que en sus pupilas vive el verde del río —dijo la Señora Oropéndola,
que era muy poeta.
E Isolda, pues así había llamado Mamá Cisne a aquella bolita, movía sus
ojitos como si entendiera, para que todos pudieran verlos.
Y así continuaba la vida tranquila y atareada de todos los días en esa orilla del
río. La Señora Pata nadaba por el río con sus patitos, aunque siempre había
alguno que se negaba a meterse porque encontraban el agua muy fría, pero,
«¿dónde se ha visto que un pato no sepa nadar?» —decía llena de razón la
Señora Pata mientras daba un pequeño empujoncito al patito remolón. Las
ardillitas ya sabían trepar por los árboles aunque de vez en cuando tenían algún
pequeño tropezón. Los conejitos habían aprendido a correr y a avisar fuerte con
una de sus patas traseras si había algún peligro. Y todos los pájaros
empezaban a lucir ya sus plumas para comenzar sus vuelos.
También Mamá Cisne criaba a sus pequeños y los llenaba de mimos y
caricias. Les cantaba dulces nanas para que todos durmieran tranquilos y muy
acurrucaditos entre sus alas, pues parecía que en ellas estuviera entretejida la
tranquilidad y el sueño.
Pero aquel fatídico día había amanecido lleno de niebla, tan compacta y tan

164
cuajada que hacía imposible distinguir el entorno de los bosques y el perfil de
las montañas.
—¡Vamos, vamos! —dijo Mamá Cisne— no seáis perezosos. Sólo es niebla,
es como si el río estuviera lleno de algodón. Son las nubes que han bajado a
visitarnos para sentirnos más cerca.
—Pero mami, es que no vemos el agua. Seguro que está escondida y yo hoy
no tengo ni pizca de ganas de jugar al escondite —dijo Isolda que era un poco
perezosa para aprender a nadar—. Es mejor que nos quedemos aquí calentitos
entre tus alas.
—Eso después, Isolda —dijo Mamá Cisne —. Lo primero es lo primero y
ahora debéis aprender a nadar y bucear para aprender a buscar vuestra propia
comida.
—¡EH, EH!, yo ya estoy dentro —gritó desde el agua el locuelo de Tristán que
era muy atrevido para todo y lo que más le gustaba era buscar nuevas
aventuras.
De manera que en un momento estaban los cuatro hermanos nadando por el
río, Dafne, Isolda, Cloe y Tristán que, como siempre, iba el primero y lo dirigía
todo mientras Mamá Cisne los vigilaba nadando un poco más separada de
ellos.
Poco a poco empezó un zumbido como de abejorros, como un batallón de
abejorros, cada vez más fuerte, cada vez más cerca. Y mientras Mamá Cisne
investigaba qué era aquello, perdió de vista a sus pequeños. Los abejorros
rugieron estrepitosamente y con la misma velocidad que vinieron
desaparecieron. Mamá Cisne llamaba a sus pequeños, pero sus pequeños
nunca volvieron a contestar. ¡AY!, aquel ruido, ahora lo sabía. Era eso a lo que
todos en el río llamaban «hélice» y que lleva un hombre. Ya en alguna ocasión
se había llevado algún polluelo por delante.
El río se tiñó de sangre y la niebla comenzó a deshacerse en llanto.
Desde ese momento Mamá Cisne sólo sentía frío. Un frío dentro, muy dentro.
Un frío que podría hacerla quebrar como una rama helada.
¡AY!, si ella no hubiera... ¡AY!, si no los hubiera dejado... ¡AY!, si hubiera dado
gusto a Isolda... ¡AY!, mi locuelo Tristán! ¡AY!, por qué tuvo que pasar por allí...
¡AY!, por qué... ¡AY!, ¡AY!, ¡AY!
Y todo el bosque se fue vistiendo de silencio. Hasta el mismo silencio parecía
haberse dormido. Nadie hacía ruido y no sabían cómo acompañar el dolor de
Mamá Cisne. Ahora ya sabía lo que era el dolor. Dolor no era cuando aquel
invierno se le había quedado una pata debajo de un tronco y le costó tanto
poderla sacar de allí. Dolor no era cuando tenían que volar hasta muy lejos,
hasta llegar a decir que no sentía sus alas de lo doloridas que las tenía. Dolor

165
no era los picotazos de aquella cigüeña cuando las dos discutieron por una
pajas y unas hierbas para hacer su nido. Dolor era eso que se llevaba en el
corazón. Y así, Mamá Cisne se iba rodeando de silencios levantando unos
muros invisibles pero muy sólidos a su alrededor.
—¡Vamos Mamá Cisne!, debe Ud. sobreponerse —le decía el sabio Señor
Búho. Y Mamá Cisne callaba y pensaba por qué le llamaba Mamá Cisne si ella
ya no era mamá de nadie. ¿Para qué servía ahora su vida? Su vida gris. Gris la
tierra, gris el aire, gris el silencio, gris la niebla.
Pero un buen día la Señora Pata que sabía de sufrimientos, porque el dolor le
había abierto las puertas en varias ocasiones, se acercó a Mamá Cisne y le
pidió ayuda para poder criar a sus patitos.
—Yo estoy un poco reumática y llena de achaques —le dijo— las lenguas del
bosque tienen razón cuando hablan de mí. Estos siete patitos me vuelven loca y
el agua les gusta mucho. Si a Ud. no le importa echarme una alita, se lo
agradecería de todo corazón.
Y las palabras de la Señora Pata iban calando dentro de Mamá Cisne y
despertando en ella una vaga ansiedad.
Ahora todo era diferente sin que en apariencia el curso de la vida se hubiera
alterado para nada.
El Sol salía cada mañana y todos los habitantes de aquel lado del río
empezaban sus quehaceres cotidianos.
Detrás de Mamá Cisne nadaban siete patitos que ya habían cambiado su
pluma amarillita por otra más oscura como la de la Señora Pata que
contemplaba feliz la escena desde la orilla.
Las ganas de vivir siempre resucitan cuando uno se siente útil y así se sentía
Mamá Cisne que había descubierto que la belleza de aquella Señora Pata
marrón, vieja y opaca estaba por dentro porque la belleza está dentro de cada
uno.
Y cuando el abuelo terminaba su historia le hacíamos siempre la misma
pregunta:
—Abuelo: ¿Mamá Cisne volvió a tener más crías?
Y el abuelo sonreía, se quedaba en silencio y miraba a las estrellas que eran
una verdadera fiesta de brillos mientras se deslizaban hacia el río.

ACTIVIDADES

166
• PARA PADRES Y EDUCADORES

***
1. Expresión espontánea de nuestros sentimientos ante la lectura del
cuento de «Una mamá cisne».
2. Seleccionar tres pensamientos con los que más sintonizo.
3. Seleccionar tres pensamientos ante los que me resisto.
4. Anécdotas y experiencias vividas acerca del tema que trata el cuento.
5. Mediante la técnica de «Lluvia de Ideas», hacer entre todos una lista por
orden alfabético de lo que significa ser madre: SER MADRES ES...
Acurrucar... Amparar... Amoldarse... Mecer... Sosegar... Vivir para...

167
20. EL COLUMPIO

168
TEMAS
– Aprendizaje
– Conocimiento del universo
– Comprensión y análisis

169
Un paseo por el cielo
A las personas pecosas, mientras somos niños, no nos suele gustar que otros
señalen nuestras pecas, incluso aunque sea para decirnos que a ellos les
gustaría tenerlas. En alguna parte, creo que era en una novela de Delibes, leí la
descripción de una niña: «...pecosa como un trozo de cielo estrellado». Me
gustó. Principalmente porque, ¿a quién no le gusta mirar un cielo lleno de
estrellas?
Porque puede haber noches pobladas de truenos y relámpagos. Plagadas de
nubes tenebrosas. Noches estas que nos atraen por su misterio. Noches
húmedas llenas de aromas. Pero, ¿qué tienen de especial las noches
estrelladas? Pueden ser noches asustadas, hasta las estrellas parecen tener
miedo. Noches en que las estrellas son una verdadera fiesta de brillos. Noches
de aire tibio y estrellas llenas de ardor. Puede haber noches tan estrelladas que
parece una espuma de luceros y estrellas. Noches en que las estrellas se
susurran sus secretos o que se hacen guiños entre ellas. Noches de estrellas
fugitivas. Noches en que las estrellas parecen de estaño. Noches de estrellas
con brillos de agua. Y noches, como las de nuestro cuento, en que las estrellas
vigilan nuestro sueño.
Ahora que lo pienso con la tranquilidad de los años, los pecosos tenemos
mucha suerte: ser un trozo de cielo.

El columpio
Columpiarse, era uno de los juegos favoritos de los hermanos y primos de
Leticia. El columpio no era más que una tabla de madera pintada de verde.
Colgaba de dos largas cuerdas, amarradas estas a una gruesa rama de un
manzano.
Leticia tenía su pelo castaño y corto, con un flequillo recto y liso sobre la
frente. Sus ojos, verdes como las uvas, le bailaban en la cara siempre alegres.
Su nariz, salpicada de pecas, solía ser motivo de algunas burlas y risas por
parte de otros niños, pero a ella parecía no molestarle. Su madre le había
explicado, que un hada dejó el polvillo de su varita mágica en su nariz. Esto le
hacía sentirse diferente a los demás, algo especial.
El campo estaba salpicado de margaritas y la brisa jugaba a confundirse con
las risas de los niños.
Unas nubes vaporosas encendían de blanco el cielo que, los niños, alargando
una mano que soltaban del columpio, intentaban rasgar.

170
Todo resplandecía, el campo, los árboles, las frutas, las sombras, hasta los
gritos de los niños.
—¿A ver quién es el que va más alto?
—No. ¡Es mucho más divertido tirarse del columpio en marcha!
—Sí, sí. ¡Mucho más divertido! ¿A ver quién salta más alto tirándose del
columpio?
Ahora le tocaba a Leticia. Ella era valiente y atrevida, nada parecía asustarle
si se trataba de saltar. Si jugaban a subirse a los árboles, llegaba hasta lo más
alto. Cuando corrían, era la primera en llegar. Cuando reían, era la más feliz.
Todos cantaban a coro, mientras se dejaba oír como un blando rumor:
—Dieciocho, diecinueve y... veinte.
Leticia se lanzó al vacío. Con todas sus fuerzas, apretando su boca y sus ojos,
para darse todavía un impulso mayor.
Pero... ¿qué raro?, no entendía lo que le pasaba.
—Creo que esta vez gano seguro —pensó—. Estoy tardando mucho en llegar
al suelo.
Pero sus pies tocaron algo blando y cayó rodando. Era algo suave, como una
caricia. Se puso de pie y, aunque podía andar, al mismo tiempo parecía que
flotaba.
—¡Dios mío! ¡Esto es estupendo! ¡Es una nube!
—Esta vez les gano seguro a todos —volvió a pensar—. A ver quién es el
chulo que ha llegado hasta las nubes.
Parecía tener forma de mano, blanca, como de algodón. ¡Claro, muchas veces
había jugado con sus hermanos a ver formas en las nubes! ¡Esta tenía cara! Le
sonreía y le caían unos rizos muy graciosos por la frente.
En la otra mano de la nube, algo parecía brillar, era como un trocito de estaño,
que al mismo tiempo le hacía guiños y, con una voz que acariciaba un silencio
roto, decía:
—¡Leticia! ¡Leticia!
—¿Tú quién eres? —gritó Leticia.
—Soy Altair.
—Pero tú... ¡tú eres una estrella!
—¡Claro, me he escapado! Me gusta conocer el mundo del cielo por mí sola.
¿Quieres que te enseñe el universo?
Y sin apenas darle tiempo a contestar, de un salto, se puso en la mano en
donde estaba Leticia. Rápidamente tiró de ella y, flotando, la llevó por el abismo

171
azul del cielo.
—¡Altair, espera un momento! A mí el universo me da un poco de miedo.
Siempre tan oscuro, sólo con pequeñas lucecitas.
—¿Quién dijo eso? Anda, vente conmigo. No tienes ni idea de lo que dices —
le iba diciendo Altair mientras le tiraba del brazo para que se diese prisa. De
repente, Leticia se encontró empapada de luz y, a su alrededor y por encima de
ellas, llovían miles de estrellas.
—¡Mira Altair! ¡Cuánta estrella! Son tantas que marean.
Altair reía alegre y tiraba de ella inquieta. Tenía que enseñarle muchas cosas
y tenían tan poco tiempo.
—¿Ves?, eso es una «cuna de estrellas». Esas cuatro estrellas un poco más
grandes, son las «amas» que cuidan de los «bebés estrella» como yo. Yo
siempre me escapo. Dicen que soy muy inquieta porque tengo mucha energía.
—¿Y qué es eso que gira de color azul?
—¡Es el «Tiovivo Azul»! Es muy divertido. Si quieres vamos a dar una vuelta.
Leticia cada vez abría más sus ojos, que se habían inundado de luz. El
universo estaba lleno de esos farolillos de colores que adornan las ferias. Rojos,
azules, dorados, amarillos...¡Eran estrellas!
Ella que siempre había pensado que las estrellas eran solamente blancas.
Altair, inquieta, tiraba de Leticia y Leticia, remolona, lo miraba todo con cierta
ensoñación.
—Altair, quiero que me enseñes donde está la Estrella de los Magos.
—Te llevo si te das prisa. Allí tenemos que estar muy calladas porque
ensayan unos cánticos que llaman villancicos. ¿Tú sabes qué son los
villancicos? Además, yo tengo que volver a mi cuna porque, si se dan cuenta de
que me he escapado, me la cargo.
E iban pasando por los campos azules del cielo, donde casi todas las estrellas
eran blancas. Estaban en grupos y charlaban entre ellas. Se oía como un
susurro. Se calentaban alrededor de pequeñas hogueras doradas, hechas con
polvo de estrellas.
—Esas son las «estrellas abuela» —le explicaba Altair—, con los años se van
haciendo blancas. Van perdiendo su energía y necesitan calentarse en esas
hogueras.
Muchas hacían calceta con un hilo dorado y, cuando lo movían entre sus
manos, despedía un brillo que volaba hacia todas direcciones formando mil
colores.
Leticia, con una extraña congoja y dulzura en el corazón, recordó a su abuela,
su pelo blanco y cómo, con unas manos hábiles y nerviosas, tejía las toquillas

172
cuando a casa llegaba un nuevo bebé.
—Leticia, no te atontes que ya estamos llegando. Y ahora, acuérdate: ¡Muy
callada! No le gusta que vengamos a verla. Normalmente es ella la que se
pasea y se deja ver de tiempo en tiempo. ¡Ahora tápate los ojos y verás qué
sorpresa!
Leticia tapó su cara dejándola asomar entre los dedos, como entre un abanico
roto. Estaba tan nerviosa que quería mirar y no mirar al mismo tiempo.
—¡Ya puedes! —gritó Altair.
Sus pestañas temblaron sobre sus ojos encendidos bajo los párpados. La
claridad era absoluta y había una trasparencia redonda.
La «Estrella de los Magos» tenía una larga melena blanca, blanda, lisa, que se
rizaba en las puntas formando pequeños caracoles. Mientras cantaba se dejaba
acariciar por una brisa que dejaba en el aire un olor de azúcar de flores jamás
recordado.
Su risa era como el correr de un río y sus pupilas eran limpias y transparentes.
Con una voz golosa y recreada, hablaba a coros de estrellas que cantaban
diferentes villancicos, que dejaban en el aire un sonido que igual podía ser
música o el rumor de una cascada.
Leticia, con tanta alegría, sintió cómo el corazón se le desataba y le giraba
como un trompo.
Altair, siempre tan inquieta, tiró de ella.
—¡Venga, que tengo que volver! Se te ha puesto cara de tonta. ¿Quieres
espabilar? Muévete que me la cargo.
—Déjame... déjame un poquito más.
—No, lo mejor es que vuelvas mañana, así te sigo enseñando cosas nuevas.
Mientras volvían, Altair apartó a Leticia a un lado con un movimiento brusco.
—¡Uf, menos mal, casi nos pilla!
—¿Qué era eso? —preguntó Leticia.
—Era un trueno. Van rodando hacia el fondo del cielo y, van tan rápido, que ni
se fijan en lo que pasa por delante.
Y de repente, la verde blancura de un relámpago, iluminó toda la tierra.
Entonces Leticia sintió una rara añoranza y comprendió que era el momento
de volver a casa.
—Mañana vuelvo y me enseñas más. ¿Vale?
En cuanto se soltaron, Leticia tocó el suelo con sus pies y cayó como un árbol
talado.

173
—¡Bien! ¡Viva! ¡Eres la ganadora! Ha sido un salto altísimo —gritaban sus
primos y sus hermanos.
—No lo sabéis bien —pensó Leticia que decidió guardar su secreto pues
estaba segura de que nadie le creería.
La ventana de su habitación estaba abierta. La Luna llena, como un
merengue, derramaba toda su luz sobre la noche de la tierra. El cielo, invadido
de estrellas, como guiños, como gotas, como llamadas minúsculas y lejanas
pidiendo algo.
Ahora ya no tan lejanas para Leticia. Altair le hacía guiños y Leticia, con el
sueño prendido de los párpados, en el otro lado de su sueño, era de día, se
columpiaba y visitaba el Universo de la mano de su amiga Altair.

ACTIVIDADES

174
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Buscar entre todos mitos de la antigüedad que se refieren a las estrellas
y a los cometas. ¿Qué sabéis del cometa Halley? ¿Por qué se llama
así? ¿Cada cuántos años aparece? La estrella de los Reyes Magos,
¿podría ser el cometa Halley? ¿Aparece el cometa dibujado en algún
cuadro famoso? ¿Qué es un cometa? ¿Y una estrella fugaz?
Buscad los cuadros más famosos en los años en los que el cometa
Haley se ha dejado ver. ¿Ya habéis encontrado en dónde sale pintado?
2. Estudiar cómo va cambiando el aspecto de un cometa desde que
emerge de las profundidades de la noche hasta que se va acercando al
Sol. ¿Cómo se va moviendo en su viaje? ¿Cómo se forma la cabellera,
la cola? ¿Qué es el núcleo?
3. ¿Habéis visto en alguna ocasión una lluvia de estrellas? El que sí lo
haya visto puede narrarle a los otros cómo fue su experiencia.
4. Ahora podemos aprender a hallar las estrellas principales. Por medio de
libros especializados para niños, buscar el Gran Carro o la Osa mayor;
tomándola como punto de partida buscar la Estrella Polar y la Osa
Menor. Saber localizar la Vía Láctea. Una vez aprendidos sobre el papel
sería conveniente salir una noche de cielo estrellado y buscarlas. Debéis
fijaros que es diferente la posición de las estrellas en el cielo durante el
verano o durante el invierno. Siempre es emocionante localizarlas.
5. Hacer entre todos una lista de nombres de diferentes estrellas y
localizarlas en su constelación correspondiente. Si podéis localizar de
qué lengua procede el nombre de la estrella también apuntarlo. Por
ejemplo Aldebaren proviene del árabe, pero hay otras con los nombres
del alfabeto griego o que proceden del latín.

175
6. Altair, ¿es el nombre de una estrella de verdad? ¿Dónde se encuentra?
¿A cuántos años luz está? ¿Y el «Tiovivo Azul»?
7. ¿Cómo nacen y mueren las estrellas? ¿Son, en realidad, de diferentes
colores? ¿A qué deben su color?

176
21. PURRUSALDA

177
TEMAS
– Valores
– Amistad
– Imaginación
– Creatividad

178
Fantasía
La fantasía surge de una necesidad imperiosa de transformar e incluso de
abandonar la realidad en que se está inmerso porque no resulta lo
suficientemente grata.
Existe un lenguaje fantástico, libre. Una palabra nos puede llevar a otra. El
vocabulario se enriquece con palabras inventadas y las metáforas, las
comparaciones, las prosopopeyas se utilizan con asiduidad.
Existen también unos personajes fantásticos con dotes fantásticas. Hay
también hechos fantásticos donde se narran casos insólitos y aventuras
extrañas que sólo nuestra mente es capaz de imaginar.
La cuarta de mis hijos (la de su muñequita de trapo) durante el día y a la
misma hora, tenía que jugar al mismo juego. Después de comer hablaba con el
pie de su padre. Se sentía la persona más feliz del mundo. El pie le hablaba
sólo a ella y le decía lo que ella quería escuchar. Si algo no le gustaba,
reprendía al pie hasta oír lo que ella quería. Ni que decir tiene que a su padre, a
veces, le costaba descubrir qué era lo que ella quería.
Este cuento que vamos a leer ahora lo podemos situar en lo que se llama
realismo fantástico que es un balancearse entre el realismo y la fantasía.
Depende de la intensidad con que se fuercen los elementos de este binomio
para inclinar la balanza de un lado o del otro. Se trata de introducir algún
elemento inusual que ayuda a crear cierta atmósfera fantástica pero sin romper
la narrativa real.
En este cuento la fantasía trata de recuperar el sentido poético mediante el
lenguaje de sus descripciones lleno de recursos literarios. Facilita el
conocimiento de la naturaleza vista desde lo alto, como si fuésemos una nube.
Entretiene divierte y permite ejercitar la inteligencia del lector.

Purrusalda
No entiendo nada de lo que pasa. Me froto los ojos. Me doy pellizcos. ¡Claro
que estoy despierta! Sí, sí, despierta. Son las ocho, acaba de sonar el
despertador para ir al colegio. La verdad es que no lo entiendo.
—¡PURRUSALDAAAAAAA! —gritó Blanca a todo pulmón.
—Blanca. ¿Pasa algo? —le dijo su madre desde la cocina que ya preparaba
los desayunos.
—No mami, es que estaba soñando y... Bueno... Eso que grité un poco —

179
contestó Blanca rápidamente.
La madre de Blanca se tranquilizó y volvió a sus quehaceres. Blanca empezó
a ponerse cada vez más nerviosa. Sus mejillas ardían y su corazón daba unos
golpecitos tan fuertes que parecía querer salirse de su pecho. No entendía que
hacía allí Purrusalda.
Claro que tú tampoco entiendes nada en este momento porque no sabes
quién es Purrusalda.
Purrusalda es una nube. ¿Cómo? ¿Una nube con nombre de sopa?
Blanca y Purrusalda son muy buenas amigas. Se conocieron en un sueño de
Blanca por eso está tan sorprendida al ver a Purrusalda encima de su cama.
Purrusalda pertenece al mundo de los sueños. ¿Cómo ha hecho para aparecer
en la cama de Blanca?
La primera vez que se encontraron Blanca iba subiendo por una montaña muy
alta y le costaba mucho llegar a la cima. La montaña parecía una señora muy
muy gorda con una falda llena de colores. Unas veces azulada, otras violeta,
parda, hasta rosa y a veces llevaba velo como el día que Blanca conoció a
Purrusalda.
—¡Uf! estoy cansadísima. ¡Bah! no me importa, pienso llegar a la cima. Allí
arriba la vista debe de ser estupenda —se decía Blanca a sí misma que era
muy terca según decía su madre, o muy tenaz como decía su padre—. Además
seguro que al llegar, se tiene la misma sensación de alegría que cuando no me
apetece mucho estudiar porque en la tele están poniendo mi programa favorito.
Lo que pasa es que, aunque te cuesta mucho, decides estudiar y hacer los
deberes. Cuando, en el cole, me pregunta el profe y me lo sé: ¡es super!
Allí, en la cima, aquel día, la estaba esperando Purrusalda. Regordeta,
sonriente, suave. Sus pies no hacían ruido al andar. Pero lo más divertido de
Purrusalda era su pelo.
—¡Purrusalda! ¡Eres igual que la purrusalda! —dijo entusiasmada Blanca.
La nube inclinó su cabeza hacia un lado como preguntando a qué se refería.
Entonces su pelo de nubes deshilachadas, le tapó un lado de la cara.
—¡Purrusal... Purrusalda!, igual que la sopa que nos hace la abuela de Bilbao
—volvió a decir Blanca.
Purrusalda no hablaba nunca, pero dilataba la boca entre sus grandes orejas y
su risa era un chorro de vida.
—¡Chiiiissss! No te rías tan fuerte, Purrusalda, que nos pueden oír. Si te ven
en casa se puede armar la gorda.
Entonces Purrusalda se quedó muy callada sin entender mucho por qué no se
podían reír cuando normalmente estaban siempre muertas de risa.

180
—Ya sabes que a mí no me gusta nada la realidad —le empezó a explicar
Blanca llena de paciencia—. Las dos sabemos que en los sueños se
entrecruzan otros que no tienen que ver con el argumento, eso, para despistar
la idea principal. Pero yo ya he aprendido a no hacerles caso. Lo que pasa es
que ahora yo estoy despierta y tú, que vives en mi sueño, has venido a la
realidad. La verdad, Purrusalda estoy hecha un lío, espero que se me ocurra
algo...
Blanca se quedó pensativa. ¡Eran tantas las aventuras vividas con Purrusalda
que se le agolpaban pidiendo turno y no sabía por dónde empezar. Pero a
Blanca le gustaba acariciar su sueño y empezó a recordar...
—¿Te acuerdas Purrusalda aquel día que me enseñaste cómo amanecía? El
cielo se llenaba de pinceladas verdosas e iban cambiando al amarillo, primero
pálido, pálido y, después, como si lo hubiésemos encendido. El Sol crecía igual
que cuando se infla una bola ardiente cuando se sopla el vidrio. Después se
quedaba sólo, flotando en el cielo. Y, de repente, el día entró a empujones y la
luz se abalanzó sobre nosotras.
Y mientras iba recordando esto, Purrusalda la miraba sonriente y llena de
ternura.
—¿Y aquel día que bajamos al río algodonado por la niebla, y tú te escondías
entre su caricia húmeda y blanca? —continuó Blanca—. El día olía a campo y
las hojas de los árboles se estiraban para absorber los rayos del Sol. Algunas
yemas se hinchaban. Los insectos sentían el calor del Sol en su sangre fría.
Y Purrusalda iba diciendo que sí moviendo la cabeza y su pelo de nubes
deshilachadas, le tapaban la cara.
—¿Y cuándo desde una montaña veíamos otras cumbres en un inmenso mar
de niebla? ¿A que parecían archipiélagos en el medio de un mar de algodón? —
Blanca se iba entusiasmando—. ¿Y aquel atardecer de septiembre cuando la
Luna ya había salido y el Sol se hacía el perezoso y se entretenía por las
piedras y por el agua?
Blanca cada vez se iba emocionando más y cada vez hablaba más deprisa y
quería seguir hablando y hablando.
—Y la lluvia, la nieve, el arco iris... ¿Te acuerdas de aquellas nubes que
cambiaban su perfil y jugábamos a ver qué veíamos en ellas? ¡Cuántas
aventuras y cuántas cosas aprendí contigo!
—¡Blanca!, ¿estás lista o estás en las nubes como siempre? ¡Que se hace
tarde! —gritó otra vez su madre que ya salía de la cocina.
—Sí mamá, que ya voy —contestó Blanca.
—Anda que si se entera de que no estoy en las nubes sino que es una nube la
que está aquí, nos puede caer un chaparrón de aquí te espero. No, no te rías

181
que no es precisamente el chaparrón que tú crees. Me parece que, este tipo de
chaparrón, no te iba a gustar —le dijo a Purrusalda—. No sé por qué has salido
a la realidad, pero mucho me temo que esto no va a ser tan divertido como
nuestra vida en los sueños. Por el momento, yo me tengo que ir al colegio y no
te puedo llevar. Lo mejor es que te esconda dentro de armario y cuando vuelva,
saldremos a dar un paseo por la ciudad.
A Purrusalda no pareció gustarle mucho la idea. De repente paró de reír y se
le puso una cara muy triste.
—Que no se te ocurra hacer ruido. Acuérdate de que nadie te puede ver por
aquello del chaparrón que te dije antes —volvió a repetirle Blanca. Después
cerró la puerta de su armario y allí se quedó la alegre Purrusala muy muy triste
y completamente a oscuras.
El día fue interminable, tanto para Blanca como para Purrusalda. Blanca en el
colegio no dio pie con bola y todos los profesores le dijeron que estaba en las
nubes. —¡Y tan en la nubes! Si supieran que tengo una nube dentro de mi
armario... claro que, si lo cuento, nadie me creería y empezarían con la
monserga de siempre de que soy una fantasiosa.
En cuanto llegó a casa fue directamente al armario. Las dos se abrazaron, tan
fuerte, que les pareció oír el beso que se daban sus corazones.
—¡Purrusalda, cómo has adelgazado! Claro, olvidé dejarte algo para comer.
Pero que tonta estoy. ¡Si tú no comes! Bueno, lo mejor es que vayamos a dar
un paseo. A lo mejor si tomas el aire y con el vapor de agua que hay en el
ambiente, con un poco de suerte, engordas y te vuelves a poner como antes.
Esto último lo dijo Blanca poco convencida. Estaba un poco preocupada.
Blanca sabía que las nubes estaban formadas del vapor de agua, al menos algo
así había aprendido en el colegio, pero, ¿sería su amiga Purrusalda una nube
como las demás?
Además había un problema, no podía pasear por la calle con una nube de la
mano. La gente preguntaría y entonces se meterían en su sueño y, todo
aquello, dejaría de ser un sueño. Vendría la televisión, los periodistas, los
curiosos...
—¡Qué horror! —pensó Blanca—. Lo mejor es que te vista.
Y, sin pensarlo más, vistió a Purrusalda con su ropa. Le puso incluso una
bufanda colorada. Un gorro de lana verde. Y unas botas de agua amarillas.
A pesar del estupendo disfraz de Purrusalda, todo el mundo las miraba por la
calle. Claro, era un día de primavera precioso. Brillaba el Sol. Todos los de la
ciudad habían salido a pasear contentos y deseosos de un día tan soleado
como aquel. Blanca, había tapado tanto a Purrusalda para que no la vieran que,
ahora, llamaba la atención por su vestimenta.

182
—No importa que nos miren, por lo menos no preguntan —le dijo Blanca a
Purrusalda.
Pero Purrusalda estaba cada vez más delgada. Empezaba a quedarle muy
grande el abrigo que le había puesto Blanca y, de vez en cuando, tropezaba con
las botas porque se le salían de los pies.
—¡Claro! ¿Cómo no se me había ocurrido? Entre el aire, el Sol y toda la ropa
que te he puesto... Purrusalda estás desapareciendo... y, ¡qué cara tan triste!
Blanca ya no sabía qué hacer. Purrusalda tenía la cara triste y sus pelos de
nube de puerros le cubrían la cara todavía más.
—Lo mejor es que esta noche vuelvas al sueño. Ser amigo de alguien es
desearle que vuele. Claro que me gusta tenerte siempre conmigo. Pero tú no
puedes vivir aquí. Yo aquí, tengo que tenerte dentro de un armario. A mi mejor
amiga le deseo siempre lo mejor y lo mejor es verte reír. Aquí, en la realidad, se
nos entrecruzan muchas historias de las que es más difícil desprenderse. Esto
no es como en los sueños. Yo quiero que seas feliz y entonces yo seré feliz.
Se abrazaron las dos y Purrusalda volvió a entrar en el mundo de los sueños
de Blanca. Volvió a ser la nube suave y regordeta. Y todas las noches, juntas,
felices, como dos buenas amigas porque sabían que Purrusalda podía contar
con Blanca y Blanca podía contar con Purrusalda, vivían una nueva aventura.

ACTIVIDADES

183
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Inventar crónicas absurdas recortando párrafos reales de un periódico.
2. Poner nombre propio y contar la historia de nuestro boli, nuestro reloj,
nuestra goma, nuestro compás, etc.
3. Inventar historias sobre alguna nube que habéis visto con una forma
extraña.
4. Contar la historia de un botón, la de un zapato, la de un sombrero...
5. Entre todos poner en común por qué alguien es amigo. Qué es lo que le
hace sentirse amigo de su amigo. Por qué su mejor amigo es su mejor
amigo.
6. Hacer una lista entre todos:
SER AMIGO ES......................................
NO ES AMIGO QUIEN............................
7. Hacer entre todos una canción a la amistad. Yo os puedo dar algunos
versos. Si os sirven, estupendo. Si optáis por hacer nueva toda la
canción, también estupendo. ¡Ah!, si hay algún músico entre vosotros
para componer la melodía, estupendo, si no, se puede utilizar cualquier
melodía que conozcáis.
Porque cantas cuando canto.
Porque ríes cuando río.
Porque sueñas cuando sueño.
Cuando hacemos el camino.

184
22. HAGA LO QUE HAGA,
ANTOÑITA ES MAGA

185
TEMAS
– Valores
– Comunicación
– Convivencia
– Solidaridad
– Compartir
– Paz

186
Felicidad: la palabra clave
Yo tengo un diccionario
con letras doradas,
donde busco las palabras
muñeca y hada.
El diccionario que yo tengo
es tan bueno,
que me dice las palabras
charlatán y heno.
(Bibiana. 8 años)

Lo oí en la radio: «Haga lo que haga, Antoñita es maga». Anunciaban un circo.


A mí siempre me gustó el circo. De niña me gustaba soñar que era una
trapecista o una malabarista famosa. El mundo del circo tenía para mí una
magia muy especial. ¿Por qué no imaginar una magia especial para arreglar
este mundo en el que vivimos cada día? Había que buscar la palabra clave:
FELICIDAD.
«Mamá, ¿qué quiere decir esta palabra? Mamá, esta palabra no la entiendo.»
Cada vez que me dicen esto en casa contesto lo mismo: «Búscalo en el
diccionario». A una de mis hijas le gustó tanto la idea, que andaba todo el día
con un diccionario debajo del brazo. Entonces descubrió el atractivo que tienen
las palabras y cuántas cosas se podía hacer con ellas. Cuántos sentimientos,
ideas, imágenes, proyectos, sueños y emociones se podían comunicar a través
de ellas. Le gustaba hacer poemas, y hasta le dedicó uno a su diccionario.
Comprendió, poco a poco, cuántas ideas diferentes se pueden expresar con la
misma palabra dependiendo del contexto, del lugar en donde se coloque y de
las otras palabras que le acompañan.
Vamos a poner un ejemplo. Me voy al diccionario y, aunque ya sé su
significado, busco:
PALABRA: Sonido o conjunto de sonidos articulados que representan una
idea. Representación escrita de estos sonidos. Facultad de hablar.
Pero si nos ponemos a jugar con ella podemos encontrar por la técnica de la
«lluvia de ideas» un significado diferente a éste que he encontrado en el
diccionario.
Puedo ceder la PALABRA; puedo dar mi PALABRA; puedo beber sus
PALABRAS; puedo faltar a mi PALABRA ; puedo no tener más que PALABRAS;

187
puedo quitarle la PALABRA; puedo torcer las PALABRAS; puedo llevar la
PALABRA, etc.

Haga lo que haga, Antoñita es maga


Dicen que los años nadie los puede recuperar, como el color de septiembre o
los amigos lejanos, pero sí los recuerdos. Los recuerdos a solas son como una
madeja embarullada por dentro. Es maravilloso el poder preguntar a alguien:
«¿Te acuerdas?», ponernos a recordar entre los dos. Ese lenguaje común que
la otra persona entiende y que tú entiendes sirve como entramado para la
conversación.
—¿Te acuerdas Antoñita de los gemelos Timo y Teo? ¿Y de Doña Cloti? ¿Y
de aquel de las orejas grandes?
—¿Quién? ¿Ginés?
—Sí, sí. Que estaba siempre riñendo con todo el mundo y por cualquier cosa.
—No me extraña. ¿No te acuerdas? «¿Qué es el viento?» Le preguntábamos,
para contestarle rápidamente: «Las orejas de Ginés en movimiento».
—Pero lo mejor de todo eras tú. ¿Te acuerdas de que todo lo arreglabas? El
mal humor de Doña Cloti. Las trastadas de los gemelos. Las peleas de Ginés...
¡Claro!, ya me acuerdo de la frase: «¡Haga lo que haga, Antoñita es maga!».
Antoñita empezó a hablar mientras sus ojos miraban a lo lejos. Hablaba
despacio, con el cuidado de quien tiene miedo a resbalar.
«El camino que subía a casa de la abuela se entrecruzaba con el río una y mil
veces y entre campos y trigales formaban como una larga trenza. Me gustaba
pensar que era la trenza de Rapunzel. ¿Te acuerdas de ese cuento? A mí me lo
contaba mi abuela como otros muchos inventados por ella.
En la distancia las casas, los carros, las vacas y ovejas, se iban haciendo
chiquitas, como si fueran las figuritas de un nacimiento. Me gustaba pensar que,
si alargaba la mano, podía colocarlas a mi antojo. Después todo se apretujaba,
se confundía, hasta formarse un bulto oscuro que se alejaba. Entonces las
montañas, cada vez más cerca, me hacían sentir que yo era algo pequeño e
insignificante. Poco a poco, el camino se iba ensombreciendo bajo un túnel
frondoso de castaños y, en un espacio cercado por arbustos, estaba la casa de
mi abuela. Todo era un cuenco de luz y calor. Un gran árbol caído descansaba
contra otros que aún permanecían en pie. Y allí, las rocas brotaban confundidas
entre plantas pequeñas y helechos.
¡La casa de mi abuela! De piedra y suavemente acariciada por el musgo y por
la hiedra. ¡La casa de mi abuela! Siempre engalanada con ristras de mazorcas a

188
manera de guirnaldas...
—Abuela, hoy el río en el Salto del Verdugo lloraba y se quejaba con ayes y
tristezas. En cambio cerca de la fuente de la Señora parloteaba sin parar con
unos cuantos mirlos.
—Bueno, tal vez mañana esté más contento. Es lo bueno que tiene el río, que
nunca está quieto. Siempre sigue adelante, nada le detiene. Mañana seguro
que estará feliz.
—Y tú, abuela, ¿eres feliz?
—¡Claro que yo soy feliz!
—Pues abajo, en el pueblo, dicen que a ti lo que te pasa es que estás un poco
loca.
—Bah, pamplinas. ¿Porque digo que el silencio se encuentra lleno de voces?
¿Porque entiendo a los árboles o hablo con el río? Tonterías. Locos son los
hombres que perdieron la poesía y endurecieron su corazón y ni siquiera son
capaces de entenderse entre ellos.
—¿Y qué es eso de estar feliz?
—No tener prisa. Aprender a estar sola y, al mismo tiempo, disfrutar con la
compañía. Saber reír, saber llorar. Saber que estás vivo.
—Abuela, ¡cómo no vamos a saber que estamos vivos!
—Hay quien se olvida de que está vivo. Viven para tener muchas cosas, sólo
cosas, y se olvidan de lo que es la vida, como estar contento con lo que uno es.
¿No me ves a mí? Soy bajita, y nunca fui guapa. Pero, ¿por qué pasarme la
vida suspirando por algo que sabía que no iba a tener? Además, si me caigo,
me hago menos daño que los altos.
—¡Abuela, dices unas cosas!
—Claro, Antoñita, no hay como tomarse la vida con buen humor. Y, ¿qué me
dices de saber reírse de uno mismo? Además, también tengo cosas buenas.
—¡Que sabes contar cuentos mejor que nadie!
—La verdad es que sí. Me gusta hacerlo. Estar contenta con lo que haces te
ayuda a ser feliz.
Mi abuela, mientras me hablaba y me contaba cuentos y viejas historias con
olor a pan y chocolate, tenía en sus manos un pequeño lápiz. El lápiz era de
color madera, corriente y moliente, quizás algo tosco. Le sacaba punta de vez
en cuando con una navajita, pero aquel lápiz nunca se gastaba. Con él hacía
dibujos preciosos y los coloreaba. Sí, sí, los coloreaba con el mismo lápiz. Y una
luz llenaba de magia el aire.
Cuando terminaba, dejaba caer sus manos desmayadas sobre el regazo.

189
Mi abuela comprendía, amaba, acariciaba, sí, acariciaba con los ojos del
cuerpo y las manos del alma.
—Pues a mí me gustaría que mi amiga Quica, la del molinero, fuese feliz, pero
siempre está triste; da igual que le hable de cosas divertidas y alegres.
—Tu amiga lo que necesita en realidad es que alguien le hable de una cosa
triste que sucedió hace algunos años, cuando ella nació.
—¡Pero abuela! ¡Tú me estás atendiendo o estás en las nubes! Te digo que
siempre está triste y dices que le tienen que hablar de algo triste.
—Sí, te estoy atendiendo. Lo mejor que le puede pasar a Quica es que le
hablen de lo que le zumba todo el día en la cabeza.
¿De dónde sacan que a los niños es mejor no hablarles de las cosas tristes?
Su padre debería contarle que su madre murió al nacer ella, pero que ella no es
culpable de nada. Tan sólo con eso terminaría su tristeza.
Y mientras decía esto, dibujaba al molinero y a Quica hablando
tranquilamente.
—Abuela, ¿sabes que los gemelos Timo y Teo siguen haciendo de las suyas?
¡Ayer ataron los cordones de los zapatos de Remi con los de Pedro! Con las
trenzas de Luli e Isa, ¡hicieron una sola! ¡No veas cómo se puso Doña Cloti! Se
le encendió la cara y con una voz que parecían truenos y centellas resonando
de lo más profundo del cielo, castigó a los gemelos.
—A los gemelos les gustaría que los demás comprobasen lo que es vivir a
pares. No son malos, es sólo su manera de llamar la atención. ¡Si por lo menos
les hubieran puesto un nombre a cada uno! Pero no. ¡Para qué pensar más!
Como fue una sorpresa el que llegaran dos, claro, después de tantos. Se
reparte el nombre que ya estaba elegido y de Timoteo, solucionado el problema:
Timo y Teo.
—Sí y Doña Cloti los castiga por cualquier cosa.
—Bueno, los mayores muchas veces cargamos contra los niños nuestro
propio enfado. A mí me parece que el enfado viene más del mal genio de Doña
Cloti y no de las travesuras de los gemelos.
—También castiga mucho a Ginés, pero es que Ginés...
—¿Ginés qué? ¿No crees que os metéis mucho con él?
—Sí pero es que siempre busca pelea. Aunque no le hagas nada, ya te está
buscando las cosquillas.
—Antes hablábamos de ser feliz. Creo que Ginés tampoco es feliz. Os metéis
con sus orejas y os reís mucho de él.
—Pues en su casa le consienten mucho, le compran todo lo que pide... y no
sé para qué, total siempre está de mal humor.

190
—Es que para ser feliz no hace falta tener muchas cosas. Hay personas a las
que les gusta tener y guardar muchas cosas. Esas no son las más felices. Son
mucho más felices las que comparten lo que tienen.
—Entonces, abuela, eso de la felicidad, si tú lo ves tan fácil, ¿por qué no se lo
dices a todos?
—Pues porque tú misma lo has dicho antes: dicen que estoy loca. Pero te voy
a hacer un regalo: mi lápiz. Procura dibujar con él siempre cosas bonitas. Cosas
que te gustarían que sucedieran para que las personas sean felices.
Así es como aparecí en clase con aquel lápiz que me había dado mi abuela. Y
dibujé a Quica abrazada a su padre. A los gemelos les puse a cada uno un
nombre: Timoteo y Teodoro. Ginés seguía teniendo las orejas grandes, pero lo
dibujé dándose la mano con todos y jugando al corro. Por lo tanto se vio
aceptado por los demás. Se acabaron las peleas.
También un día conseguí arreglar el mal humor de Doña Cloti. Dibujé su boca
de media luna en lugar de hacia abajo, como la tenía habitualmente, hacia
arriba. Ese día nos llevó de excursión, ¿te acuerdas?, y además nos contó el
cuento (algo que no había hecho nunca) de Don Lagarto que tenía pretensiones
de cocodrilo y se convirtió en dragón. Y nos dejó perdernos por el bosque en
busca de magos y princesas y duendes.
Todos éramos felices, teníamos «la felicidad». Reíamos y la brisa, los pájaros,
las nubes, el Sol y la lluvia desbordaban su risa con nosotros. Y el viento se
había llevado las tristezas al fondo de la tierra, allí donde duermen las tormentas
apagadas.
—«¡Haga lo que haga, Antoñita es maga!» —gritabais a los cuatro vientos.
Pero hubo quien quiso apoderarse del lápiz. ¡Querían tenerlo! Lo cogieron y
se pelearon entre ellos por ver quién lo conseguía. El lápiz acabó pisoteado en
el suelo. Quedó hecho añicos. La felicidad quedó rota. Desde entonces, sólo
algunos son felices a ratos; otros dicen serlo, pero no lo son, y otros no lo son
nunca. Porque la felicidad no existe, sólo exiten momentos felices».
Y Antoñita, mientras terminaba su relato, se limpiaba una lágrima gorda,
redonda y apretada como un blando goterón de lluvia sobre la tierra.

ACTIVIDADES

191
• PARA ADOLESCENTES Y ADULTOS

Las actividades que vamos a hacer esta vez con la lectura del cuento va a
ser buscando «palabras clave». Yo he buscado algunas que me han
parecido interesantes, pero cada grupo puede hacer uso de ellas o bien ir
incorporando otras nuevas.
1. Se propone al grupo, mediante la técnica de la «lluvia de ideas», que
exprese en voz alta aquellas palabras que consideren claves para
explicar el cuento. El director de grupo las puede ir anotando en la
pizarra: vergüenza, felicidad, distinto, ayuda, retrasado, listo, pena,
lucha, difícil, muerte, guerra, valiente, miedo, huida, piel, color, tiempo,
escuchar, amistad, compartir, rota, pelea, triste, diferente, etc.
2. Se pide a cada grupo que describa los siguientes términos: valentía,
solidaridad, tolerancia, muerte, esperanza, etc. Más tarde se puede
comprobar y comparar su significado en el diccionario y se puede apoyar
la búsqueda con un diccionario ideológico.
3. Hacer una copia de diferentes fragmentos del cuento leído de manera
que aparezcan desordenados, con objeto de que se coloquen debajo del
término que parezca más adecuado. Después habrá que describir
situaciones cotidianas en relación a cada una de estas palabras.
4. Hipótesis sobre el modo de actuar de las personas que deben intervenir
en la situación descrita.
5. Evaluación de cada uno de los casos propuestos.
6. Imaginar entre todos cómo sería el desenlace del cuento si no se
hubieran apoderado del lápiz de Antoñita.
7. Crear un diccionario pacifista con palabras que simbolicen o hagan
alusión a la paz: perdón, esperanza, amistad, concordia, armonía, etc.

192
23. UNA GOTA DE VIDA

193
TEMAS
– Valores
– Vivir
– Logros propios
– Agua

194
Otra vez el agua, otra vez la vida
En uno de los cuentos de esta colección que ya habéis leído, «Juegos con
Yago», os había propuesto como una de las actividades escribir un cuento que
tuviera como protagonista una gota de agua. Me ha tentado la idea y aquí está
el mío. La proposición en los «Juegos con Yago» estaba hecha para niños de
Educación Infantil y Primeros Cursos de Primaria. Este cuento de ahora va
dirigido a BUP, COU y Escuelas de Padres.
Porque todo nos ha sido regalado. La vida nos la han regalado. Todos
nosotros y todo lo que hay en la naturaleza es importante. Todo es de todos y
para todos. Cada uno aportamos lo mejor de nosotros mismos. Ni lejos de los
otros. Ni diferentes de los otros. Todos implicados en una misma experiencia de
vida. De un quehacer común.

Una gota de vida


Y la lluvia se dejaba caer mansamente mientras se oía un blando rumor.
Parecía que entonaba su último canto a la vida.
La tierra, nueva, limpia, le abría sus brazos ansiosa mientras la cubría con su
manto e iba dejando en el aire un olor a vida. Olía a tierra mojada.
Una gota quedó en una hoja. Y la hoja, tiernamente, la acogió curvando más
su regazo para no dejarla caer.
¡Qué hermosa es! —decían todas las hojas—. ¡Parece una perla! ¡Cómo brilla!
Y el Sol se asomó para verla y arrancó de ella mil colores. Pero la hoja le dijo:
—Sol, aléjate. ¿No ves que tu calor la evaporaría?
Y el Sol, que no quería ser la causa de que desapareciera tanta belleza, se
alejó.
Y llegaron unas nubes para contemplar aquello que habían oído decir al
viento: «Una gota de agua cayó en una hoja y es tan hermosa como una perla.
Todos están admirados y se acercan para verla». Y las nubes se quedaron tan
fascinadas que se fueron agolpando unas con otras formando un apretado
racimo que podía reventar en cualquier momento. Y la hoja les dijo:
—Nubes, marchaos. ¿No veis que si traéis más lluvia, yo no podría con tanto
peso y la gota caería?
Y las nubes se marcharon.
Y vino el viento que también quería ver tanta belleza y la hoja le dijo:

195
—Viento, ¿quieres estarte quieto? ¿No ves que si te mueves me balanceas y
la gota caería?
Y el viento no se movió más.
Y se acercaron unos pájaros. Se posaron en una rama del árbol que tenía la
gota de agua. Mientras parloteaban, hicieron vibrar a la hoja y la hoja les dijo:
—¡Callad ya con tanto parloteo! ¿No veis qué me hacéis temblar y la gota se
puede caer?
Y los pájaros callaron.
Entonces la vida de la tierra ya no era vida. El Sol se había alejado. Ya no
había luz ni calor. Las nubes no venían formando extrañas figuras, como
jeroglíficos, para que los niños jugaran a adivinarlos. El viento ya no contaba
sus aventuras ni podía acariciar a nadie. Y los pájaros permanecían en un
silencio que sobrecogía.
La gota miró a la hoja y ésta, sin apenas moverse, le sonrió. La gota se dejó
resbalar suavemente para su morir en la tierra, entregándose así a una nueva
vida.

ACTIVIDADES

196
• PARA ADOLESCENTES Y ADULTOS

***
1. Podríamos jugar a mejorar o cambiar el refrán: «Quien bien te quiere, te
hará llorar»:
«Aunque te haga llorar, te quiero».
«Quien bien te quiere, logrará que no llores».
«Quien bien te quiere, te hará llorar y llorará contigo aunque no le veas».
Se pueden clasificar los anteriores por orden de preferencia mediante
una puesta en común. También se pueden formular nuevos refranes.
2. Todo lo que queremos es porque tiene un valor para nosotros. Todo
aquello que tiene un valor, tiene su precio. Hacer una lista de «precios»
que estemos dispuestos a pagar por nuestros logros: tiempo,
aprendizaje, dinero, sacrificio, etc.
3. Se puede organizar un debate a cerca de los distintos valores (cuando
se trata del tema de la vida es igual para todos). ¿Qué hubiera sucedido
si la gota no entrega su vida?
4. Contar casos concretos de la vida cotidiana que estén reflejados en este
cuento. ¿Qué estamos habituados a hacer que va en contra de los
objetivos que persigue el cuento? Buscar soluciones entre todos.
5. Imaginar finales alternativos al relato o explicaciones diversas a la última
frase del cuento. Poner en común mediante una «Discusión Dirigida».

197
24. QUERIDO JACOBO... QUERIDA
ANDREA

198
TEMAS
– Valores
– Amistad
– Conocimiento del medio
– Correspondencia
– Expresión escrita
– Vacaciones

199
En vacaciones, también se aprende
En algunas ocasiones he oído decir que los años nadie los puede recuperar. Es
como el color del verano o la conjunción de los astros o esos amigos que ya se
han quedado lejanos. Pero, gracias a la magia de la memoria, en mi recuerdo
nunca faltan los veranos de mi niñez, marcando su comienzo con la noche de
San Juan y ese elemento purificador que es el fuego. Las hogueras de la noche
de San Juan de donde las llamas brotan alegres en la espiral de humo que sube
al encuentro de las estrellas. Y cerrando el final con otro elemento purificador: el
agua. El mar, que con sus mareas vivas, allá por San Ramón, va dejando las
islas de la ría como varadas en la playa. Y entre estas dos fechas, vivencias
colmadas de nuevos aprendizajes.
Aprender a sentir los olores campestres del comienzo del día. Aprender
nuevos juegos, todos juntos, tumbados boca arriba, cuando el cielo se puebla
de animales misteriosos, blancos y grandes, que se van deformando en su
andadura empujados por el viento. Aprender a compartir espacios y tiempos
con los amigos cuando se monta una tienda para acampar. Aprender a contar
historias de miedo y aprender a escuchar ese gran silencio en las noches llenas
de grillos y ladridos lejanos.
Aprender a disfrutar con el Sol, siempre bienvenido, que entra sin llamar en
nuestra casa y sin que nadie se lo reproche.
Aprender a cantar nanas al nuevo bebé, al lado de la abuela, con ese tono
reposado de las personas mayores, y sentir cómo el viento, tranquilo y tibio, que
llega poco a poco, se adormila igual que el niño.
Aprender a disfrutar en la playa con el Sol roto en mil pedazos sobre el mar y
la arena. Aprender a buscar conchas en la orilla de la playa, limpiarlas,
clasificarlas y coleccionarlas mientras el ruido de las olas se va haciendo aún
más perezoso.
Aprender a andar en bicicleta, curioseando, mirando, explorando, buscando
nuevos paisajes, lugares, horizontes, ahora que los días son largos y la luna
aparece cuando el Sol, aún perezoso, va entreteniéndose en el agua, en los
campos y en las piedras de los edificios, hasta que, al fin, roza la línea del
horizonte.
Aprender a subirse a los árboles, a recolectar la fruta, a segar el trigo, a
recoger el maíz para llevarlo al molino y, así, aprender a amasar un buen pan.
Aprender del canto de los pájaros, del vuelo de las mariposas, del grito rojo
de las amapolas. Aprender a nadar en un río y sentir el cuerpo mojado y
brillante como una vasija de barro.
Aprender a leer, ahora que nuestras vacaciones no están marcadas por unos

200
límites, unos horarios o unas obligaciones, esos libros para los que no tenemos
tiempo el resto de los meses del año.
Aprender a enamorarse compartiendo algo tan especial y tan único: el amor.
Aprender a descansar, que es para lo que dicen que están hechas las
vacaciones, pero no con el «dolce far niente» sino en cambiar ocupaciones,
lugares, manías, ritmos de vida, costumbres. Aprender cómo percibir ese pozo
de paz que son las noches del verano tomando como ejemplo a nuestros
pueblos, aldeas o ciudades, cuando mullen las montañas cercanas para
recostarse en ellas como una gran almohada verde.
Y, como no, aprender a vivir comprendiendo al otro y compartiendo con el
otro, aprender a respetar a cada ser humano, aprender a recibir lo nuevo,
aprender a dar lo mejor que tenemos de nosotros mismos, aprender a caminar
con el amigo, libres, ligeros de equipaje.

Querido Jacobo... querida Andrea


Cospeito 15 de junio 1996
Querido Jacobo:
Ya estamos en la aldea de la abuela. Bueno, ya hace unos días que llegamos,
lo que pasa es que mamá no sabía dónde había puesto el papel de escribir
cartas. Después tardó unos días en hacerme estas rayas para que escriba
derechito. Me dijo que ella me ayudaba a poner tu dirección en el sobre. Tu
dirección quiere decir donde tu vives, ahí, en La Coruña. Así el cartero sabrá
llevar la carta a tu casa. En la parte de atrás tengo que poner remite. Esa soy
yo, que no sé por qué aquí, en la aldea, me llamo remite, pero mamá dice que
se pone así, que ella, de todo esto, sabe mucho porque antes, cuando era novia
de mi papá (ahora ya no son novios por eso no se escriben), se escribían
muchas cartas y ella se llamaba remite.
Aquí todo es muy distinto a como es en La Coruña. La casa es baja y vieja y
no tiene ascensor. Tiene arriba un «fallao» pero no vive nadie. No tenemos
vecinos que pongan alto la tele. «Fallao» me parece que quiere decir trastero,
porque está lleno de trastos. Hay árboles muy altos, éstos sí que son más altos
que los de La Coruña y más altos que la casas de aquí.
La abuela tiene gallinas y pollitos. Se llaman todos igual: «Pitos, Pitos, Pitos».
Debe de ser que, como todos son iguales, resulta más cómodo. ¡Ah! las gallinas
se llaman todas «Churras» y cuando las llama vienen todas juntas. Es como si
en el cole sólo hubiera Jacobos y Andreas. ¿Te imaginas qué diver?
La abuela ha encogido un poco. Ahora soy yo más alta que ella. Seguramente

201
le debió de pasar lo mismo que a mi chaqueta roja: estuvo mucho tiempo en la
tina con agua. Eso dice mamá que fue lo que le pasó a mi chaqueta.
Tenemos dos vacas «Linda» y «Bonita». Éstas si se llaman cada una por un
nombre aunque mamá dice que la abuela tiene poca imaginación para esto de
los nombres. Ya he aprendido a ordeñarlas. Aquí no hay microondas pero no lo
necesito porque la leche sale templada de la vaca. Todavía no sé cómo hace la
vaca para calentarla. Cuando lo descubra ya te lo contaré.
También hay dos conejos que, como no tenían nombre, la abuela me ha dicho
que los bautizara. Bueno dijo que bautizar quería decir buscarle un nombre pero
que no hacía falta que les echara agua por la cabeza ni que llamáramos al
señor cura. Les llamo Pin y Pon. Mamá dice que tengo la misma imaginación
que la abuela para poner nombres. La abuela me los deja coger y hacerles
caricias y les doy de comer zanahorias.
¿Sabías que las zanahorias, aquí, en vez de estar en bolsas de plástico las
cogemos de la tierra? Tienen arriba unas hierbas y cuando tiras de ellas salen
de dentro de la tierra. Se sacuden un poco y ya está.
Mi padre se marcha todos lo días temprano a trabajar en el campo. Cuando
llega está muy cansado, pero contento porque canturrea. Por la noche la abuela
enciende igual el fuego aunque ya está cerca el verano. Nos sentamos en la
«lareira» que es una chimenea muy grande en la que cabemos dentro.
Entonces papá deja entrar a Sultán. Sultán es el perro de la abuela que sabe
papar moscas. Lo peor es que el otro día se confundió y papó una avispa y le
picó en todo el morro y se le puso muy gordo y lloraba que daba pena oírlo.
La abuela dice que pronto va a ser San Juan y que se hace una fiesta grande.
Y que vamos a encender el fuego en la «eira» y que ese fuego se llama
«cacharela». Papá dice que lo tenemos que saltar para echar fuera las
«meigas».
A mí eso me da un poco de miedo, pero disimulo. Espero que papá las eche
muy lejos y que no vuelvan. Por las noches me acurruco en la cama y me quedo
muy quieta por si vienen que no se den cuenta de que estoy. No le cuentes a
nadie que tengo miedo a eso de las meigas. Te lo digo a ti porque nos vamos a
casar. Acuérdate de que es un secreto. Bueno ahora dos secretos. Lo de
casarnos y lo de las meigas.
Todavía no tengo amigos y te echo de menos. Bueno, aunque después tenga
amigos, también me voy a acordar de ti.
Contesta pronto. Un beso.
ANDREA
***
La Coruña 21 junio 1996

202
Querida Andrea:
Por fin llegó tu carta. Cospeito debe de estar muy lejos. Le pregunté a mi padre
y me dijo que una porrada de kilómetros. No sé cuánto es una porrada porque
no me di cuenta y no se lo pregunté, pero por todo lo que tardó en llegar la carta
una porrada deben de ser muchos.
Aquí bien. El sábado me quedé encerrado en el ascensor con mi hermano
Juan. No hubiera pasado nada si Juan no se chiva. Ya sabes que al pequeñajo
con su chupete y sus palabras a medias, le encanta contarlo todo. Total que se
lo dijo a papá y se armó la gorda. Que le doy a todos los botones a la vez y
pongo loco el ascensor. Y, encima, como está prohibido subir en ascensor los
niños solos, me cayó otra bronca. Papá dice que me riñe por mi bien pero no sé
cuándo va a llegar eso de «mi bien», desde luego por ahora no lo veo. Total que
durante unos días no puedo bajar a jugar a la plaza con mi monopatín. Y,
¿ahora qué hago metido en casa? No puedo jugar con nada porque dicen que a
lo mejor puedo romper mis juguetes. Ahí están, todos guardados en el armario.
Entonces, ¿para qué me los compran? No sé pero me parece que a los
mayores los entiendo poco. Y aquí estoy más aburrido que una ostra. Por lo
visto esto es «mi bien».
Me gusta asomarme a la ventana y jugar a las nubes como hacíamos cuando
estábamos juntos. Estoy enseñando a jugar a Juan pero él siempre ve cosas de
comer. Ya sabes que es muy goloso y dice siempre: «Pateles, pateles, pateles».
Para él todas las nubes son merengues. Con tan poca imaginación es aburrido
jugar. Por eso, cuando me harta, me pongo a leer, porque los libros los tengo,
como siempre, en la estantería de mi habitación. Ahora estoy leyendo Matilda.
Es genial. Cuando lo acabe te lo dejo. Bueno lo malo es que no sé cómo hacer
para dártelo. Ya le preguntaré a mi padre en cuanto termine mi castigo. Por
ahora es mejor no decir nada.
Mamá me dijo que si me porto bien me va a llevar un día a la playa. Entonces
podré pillar algunas olas con mi tabla. Es una pena que no sea mayor para
poder ir solo. Mamá dice que cuando sea autónomo podré ir solo. Pero no sé
qué quiere decir eso de autónomo. Como no sea ir en un auto, o sea en coche.
Ya me dirás de aquí a que yo tenga un coche puede pasar un montón de años
que puede ser lo mismo que una porrada de kilómetros, o sea muchos.
Cuando vaya a la playa también podré coger conchas para nuestra colección.
Juan ya sabe ayudarme un poco más. ¿Te acuerdas que el año pasado solo
nos traía cangrejos muertos y malolientes? Este año ya me trae conchitas. A
veces las trae rotas pero no le digo nada porque ya sabes que enseguida se
infla como un pavo. Esto es lo que siempre dice mamá. Si ahí, en Cospeito, ves
algún pavo, fíjate bien cómo se infla y después me lo cuentas para saber si
hace lo mismo que Juan, porque Juan lo que hace es cruzar los brazos y
enfadarse mucho. ¿Se inflarán así los pavos?

203
Yo también me acuerdo de ti. Casi todos los compañeros del cole se han ido
de vacaciones. Me queda como compañía mi hermano Juan y su chupete. Pero
lo peor es, como ya te dije, que lo cuenta todo aunque le digas que no se dice y
¡mira que le hago chantaje con caramelos! Pues ni con esas. «Ze lo voy a decí
a papá». Y, venga, lo suelta todo.
Cuando descubras cómo calienta la leche la vaca, cuéntamelo. Vigila bien eso
de las meigas, que es una cosa muy seria. No te preocupes que no voy a contar
a nadie nuestros secretos.
Un beso.
JACOBO

ACTIVIDADES

204
• PARA NIÑOS Y NIÑAS

1. Entre todos, comparar los dos medios de vida. El del campo y el de la


ciudad. Valorar los aspectos positivos y negativos de cada uno en la
edad que tienen los niños que hacen las actividades. Se puede realizar
una lista entre todos poniendo en una columna lo positivo y en otra lo
negativo.
2. Se pueden formar dos equipos y que cada uno defienda que es mejor
vivir en la ciudad o que es mejor vivir en el campo. Siempre justificando
las razones.
3. También se puede buscar entre todos qué tiene de común vivir en la
ciudad y en el campo.
4. Describir un paisaje. Se puede elegir un paisaje de ciudad o de campo.
Que el paisaje sea cercano desde el punto de vista de un niño de cuatro
años, de otro de ocho años, de otro de doce años y de un adulto,
teniendo en cuenta los intereses que puede tener cada uno.
5. Escribir una carta a otro compañero de otro lugar (si no se te ocurre
nadie, te lo puedes imaginar). Contarle algunas cosas de vuestra vida
diaria: cómo es vuestro pueblo o vuestra ciudad. Cómo pasáis vuestro
tiempo libre. Algunas costumbres. Las fiestas de vuestro pueblo o
ciudad.
6. Os podéis poner en contacto por carta con otros colegios de distintas
Comunidades Autónomas para intercambiar información sobre qué libros
os gusta leer y cuáles os parecen más interesantes.
7. Escribir entre todos una carta a Andrea y otra a Jacobo.

205
25. LA BRUJA ANGÉLICA

206
TEMAS
– Creatividad
– Imaginación
– Lenguaje fantástico
– Recopilación de leyendas
– Miedos

207
Vivo en una tierra de meigas
En mi tierra decimos: «Yo creer no creo en las meigas (brujas), pero haberlas
las hay».
Galicia es una tierra en la que se entrenzan leyenda, tradiciones ancestrales,
lo religioso, lo profano, la magia, las romerías, las ferias... Tierra con una
climatología benigna donde la lluvia nos habla y la brétema (niebla baja) de
nuestras fragas nos dejan ver a lo lejos figuras surgidas de un tiempo ya
olvidado. Tierra con la que los gallegos nos sentimos íntimamente ligados.
Galicia es tierra de mitos donde hoy todavía se siguen visitando a un
«menciñeiro» para remediar nuestro mal o se cumple el rito de dar siete vueltas
a un «cruceiro» o se sigue creyendo a pies juntillas en la «Santa Compaña».
Por eso en esta colección de cuentos no podía faltar uno de brujas. Brujas
buenas y amigas, en este caso, como lo son la mayor parte de las de mi tierra,
porque, como ya dije más arriba, creer no creo, pero...

La bruja Angélica
¿Qué no creéis en las Brujas? ¿Cómo? ¿Qué ni siquiera existen? ¿Qué no son
más que pamplinas? Bueno yo os lo voy a contar tal y cómo me lo contaron. A
mí todavía hoy se me ponen los pelos de punta cuando me acuerdo. Y no sólo
eso, por el espinazo me suben unas cosquillitas de abajo arriba. ¡Ah! Y en el
estómago se me mete un no sé qué, que quiero que se me vaya y no se me va.
¿Qué me estáis diciendo? ¡Ah!, que me deje de tanto rollo y que empiece. Ya,
ya veo que a vosotros también se os ha metido un no sé qué en el estómago.
Bueno... Pues ahí va, pero después no digáis que no os he avisado.
Érase que se era hace ya algunos años... ¿Cuántos? Pues no sé, pero no me
interrumpáis que pierdo el hilo. ¿Cómo que qué hilo? Pues el hilo de la historia.
Tranquilos que ahora no me voy a poner a coser.
Pues, como os iba diciendo, hace ya algunos años en una ciudad llamada
SAJURB vivía una niña llamada Angélica. Era aquel un día de mucho viento. El
viento se había empeñado en soplar hacia todas partes. Era un viento violento,
grande y fuerte que asustaba a todas las ramas de los árboles. Era un viento
enfadado y furioso que en cada ráfaga pedía a los árboles —quiero todas
vuestras hojas—, y los árboles se quedaban desnudos y temblaban de frío y de
miedo.
Angélica había prometido a su madre que barrería el jardín en cuanto llegase
del colegio. La verdad es que le daba un poco de pereza. ¡Se estaba tan bien

208
en casa leyendo sus historias favoritas! Os diré que a Angélica le
entusiasmaban las historias de brujas. Sabía todo lo que se puede saber acerca
de encantamientos, hechizos, pócimas y brebajes. ¡Ah! ¡Si alguna vez llegara a
conocer a una bruja de verdad!
—Lo mejor es que barra cuanto antes el jardín —pensó Angélica—, así,
después, podré ponerme a leer tranquila.
De manera que Angélica se calzó sus botas de agua amarillas. Se puso un
precioso chubasquero rojo que le había regalado su abuela Anastasia y su
bufanda verde que era su preferida porque se la había regalado su tía Aurora.
Como veréis todos los nombres de la familia de Angélica comienzan por A pues
era esta una costumbre familiar. El padre de Angélica se llamaba Anacleto y su
madre Amalia. ¿Qué? ¿Que me he vuelto a enrollar con otra cosa? No, esto es
un dato muy pero que muy importante en nuestra historia. ¿Queréis que os
cuente la historia? Pues dejad a un lado las preguntas tontas que ya os he dicho
que pierdo el hilo. No veis, ya se me olvidaba, también se puso un gorro de
lunares azules y blancos con una enorme borla en la punta. Se los había
regalado su abuelo Arturo. El azul y el blanco eran los colores del equipo de
fútbol de la ciudad de SAJURB, en dónde vivía toda la familia de Angélica.
De manera que Angélica se puso a barrer. La verdad es que no estaba nada
fácil. Cuando Angélica juntaba las hojas debajo del manzano, llegaba ese viento
fuerte y enfurecido y las volvía a repartir por todo el jardín. Cuando por fin había
conseguido poner en un montón bien grande todas las hojas del sauce, el viento
estremecedor movía los largos brazos del sauce y lo revolvía todo de nuevo.
El viento era cada vez más fuerte y más violento. Se había empezado a
enfurecer y no se calmaba ni un momento. Había traído unas nubes negras que
dejaban todo mucho más oscuro. Sopló fuerte para traer consigo el manto
oscuro de la noche. Angélica no sabía qué hacer.
—¿Me sujetaré el gorro? —pensaba—, es que no quiero que se me pierda. Es
que... con este viento si dejo la escoba, a lo mejor sale volando ella sola.
Nada más decir esto, la que salió volando en la escoba fue Angélica.
SSSSSUUUUIIIIIII SSSSSSUUUUUIIIIIII.
—¡YUUUPIII! ¡Es estupendo! ¡Estoy volando igual que las brujas! ¡Creo que
me he convertido en una bruja!
Angélica se agarraba a la escoba muy fuerte mientras se echaba hacia
delante porque tenía miedo de perder el equilibrio. Pero realmente ella sabía
todas las reglas de cómo ser un buen jinete sobre una escoba. Las había leído
millones de veces y, otros tantos millones de veces, había ensayado con su
escoba en el jardín. ¡Claro que no era lo mismo! Hasta ahora nunca había
despegado los pies del suelo como lo estaba haciendo en este preciso
momento. Se tranquilizó y fue repasando una a una todas las reglas:

209
«Espalda erguida. Piernas sueltas. Agarrar la escoba con las dos manos
suavemente. La mano izquierda arriba y la derecha abajo. La cabeza siempre
alta y muy derecha. ¡Ah!, y el gorro en la cabeza. Siempre la cabeza cubierta
por un gorro».
—¡Uf! Menos mal que el viento no se llevó mi gorro, si no se habría
descompensado mi vuelo —se dijo Angélica.
Lo hacía de maravilla. Cada vez subía más alto. Las casas de SAJURB
parecían casitas de muñecas. La ciudad estaba preciosa desde arriba toda llena
de lucecitas que brillaban y chispeaban.
—¡Ahora ya me acuerdo! Si quiero ir hacia la derecha aprieto dos veces la
mano derecha, que es la que llevo abajo. Hacia la izquierda, una vez nada más.
¡YUUUPIIII! —gritó Angélica roja de placer.
Empezó a sobrevolar el bosque. Era el bosque de Milaves, justo al lado de la
ciudad de SAJURB.
No sé si sabéis que todas las brujas deben tener su bosque. En el bosque se
encuentran tan seguras y contentas que es lo mismo que andar en zapatillas
por casa. Las brujas conocen la lengua de los riachuelos que cruzan los
bosques. Saben lo que cuchichean los pájaros unos con otros. Conocen todos
los animales. Además, el bosque es la mejor despensa para todos sus brebajes
y para sus pócimas, pues allí encuentran todo tipo de plantas, hojas, raíces,
dientes de ratón, culebras, colas de lagartija y miles y miles de cosas que yo
ahora no os voy a contar porque sino vuelvo a perder el hilo de la historia que
es lo que de verdad nos interesa.
Angélica sabía que para aterrizar debía echar ligeramente hacia adelante sus
piernas y... suavemente se posó sobre una dulce alfombra de hojas doradas y
secas que crujieron para darle la bienvenida.
—Y... ¿ahora qué? ¿Habrá brujas en el bosque de Milaves? Sería
emocionante. Y sólo pensar esto se empezaron a oír una voces lejanas que
decían:
—¡AH, AH, AH!, grita Apolinaria.
—¡EH, EH, EH!, chilla Gumersinda.
—¡UH, UH, UH!, brama Escolástica.
La verdad es que yo me hubiera asustado muchísimo si me veo en semejante
aprieto. Completamente sola, por la noche, en medio del bosque de Milaves.
Pero Angélica fue totalmente feliz y buscaba de dónde podían venir esas voces
misteriosas.
—¡AH, AH, AH!, clama Apolinaria.
—¡EH, EH, EH!, gime Gumersinda.

210
—¡UH, UH, UH!, ruge Escolástica.
Y ahí estaban, en medio de un claro del bosque. Les iluminaba la luna llena y
Angélica podía verlas con toda claridad. Estaban preparando una poción
mágica, eso estaba claro. Daban vueltas y vueltas con grandes cucharones de
madera. Sobre una gran hoguera, había una olla muy grande y muy negra de la
que salía un humo de muchos colores.
Primero era como pardusco. Después parecía que se iba transformando en
rojo, pero este color duraba poco. De pronto, en lugar de salir derecho hacia al
cielo, empezó a hacer unos remolinos extraños y cambió su color por un verde
marujita.
—Te lo dije Gumersinda —decía una de las otras brujas—. Te has pasado un
pelín. Has echado demasiados huesecillos de murciélago. Mejor hubiera sido
haber echado las semillas de arándanos, pero chica, no paras de comer y ya no
nos quedan.
—¡SANILPMAP! ¡SANILPMAP! —decía Gumersinda—. Esto lo que necesita
son unos buenos rabos de lagartija y con un diente de ratón. Te lo digo yo mi
buena amiga Escolástica que el humo cambiaría de color al momento. Si mal no
recuerdo, la receta debía de ser así.
Angélica estaba muy quieta. No se creía lo que estaba viendo. ¡Menuda
suerte! ¡Tres brujas preparando una poción mágica! Estaba claro que la otra se
llamaba Apolinaria que era la que decía «¡AH, AH, AH!, grita Apolinaria».
Apolinaria que tenía nariz de loro. Era alta y delgada y su traje de bruja estaba
lleno de remiendos y lamparones. Sus zapatos, sin embargo, brillaban de
limpios que estaban y tenían una preciosa hebilla plateada.
Gumersinda tenía nariz de patata. Era bajita y regordeta. Sus mejillas
parecían un par de ricas y apetecibles manzanas. Tenía un vestido de bruja
muy raro porque era de lunares rojos sobre fondo negro. También llevaba un
delantal rojo y en lugar de llevar el clásico gorro de bruja, llevaba uno de esos
gorros altos que se ponen los cocineros de los hoteles importantes.
Escolástica tenía una nariz bastante normal al lado de las otras dos. Sólo
tenía un pero: que en la punta tenía una berrugona tan grande que parecía que
tenía una nariz a continuación de la otra. Los ojos eran saltones y su pelo era
color zanahoria. Su vestido de bruja era impecable, negro como mandan las
reglas de las brujas cuando se realizan las brujerías nocturnas. Su sombrero
estaba derecho y tenía un hebilla dorada sujetando la cinta. Sus zapatos
brillantes, también con hebillas doradas, le quedaban un poco grandes, por eso
se le reviraban un poco hacia arriba.
Angélica estaba tan entusiasmada mirándolas que, sin querer, dio un pequeño
traspiés y las hojas crujieron.

211
—Silencio un momento. Me parece que he oído un ruido —dijo Escolástica
que era la del oído más fino.
—Fui yo —dijo Angélica, que salió muy decidida de su escondite.
Y en ese mismo instante, aquellas tres brujas dejaron de rodear su puchero de
humos de colores para rodear a Angélica.
Sólo con recordarlo se me hiela la sangre. ¡Si a mí me llega a pasar esto!
¡Pobre de mí! Pero Angélica, tan pancha.
Y empezaron a lloverle preguntas de aquellas tres bocas de brujas. Preguntas
rápidas y punzantes como relámpagos encendidos en la noche. Y cuando
Angélica empezaba a contestar una pregunta, como por arte de magia, porque
para eso eran brujas, ya le habían hecho la siguiente.
—¿Tú quién eres? —preguntó Gumersinda.
—Soy Ang...
—¿De dónde vienes? —gritaba Escolástica.
—De mi...
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —disparó la suya con la rapidez de un rayo
Escolástica.
—¿De dónde has sacado ese horrible traje de bruja? —volvió a preguntar
Gumersinda.
Por fin Apolinaria, la de la nariz de loro, puso un poco de orden:
—¡AH! ¡AH! ¡AH! —grita Apolinaria.
Bramó con todas sus fuerzas, de tal forma que todo el bosque tembló primero
y quedó en silencio después.
—Bueno, ahora tranquilamente, a ver si así nos enteramos de algo. No tengas
miedo pequeña. Somos brujas amigas. ¿Tú quién eres?
—Soy Angélica —contestó muy tranquila—. Estaba barriendo el jardín de mi
casa y... gracias a un viento muy fuerte salí volando con mi escoba.
—¡Angélica! ¡Angélica! ¡Angélica! —no paraba de gritar Apolinaria llena de
alegría, mientras daba unos saltitos un poco patosos y se recogía las largas
faldas de su vestido de bruja para no pisarlo.
—¡Angélica! ¡Angélica! ¡Angélica! —volvía a repetir.
La verdad es que tengo que confesaros que en ese momento Angélica sí se
puso un poco nerviosa. Apolinaria se había convertido en una bruja loca y eso
era un poco peligroso.
—¿Tu padre se llama Anacleto? —preguntaba Apolinaria sin dejar de dar esos
saltitos patosos.

212
—Ssssííí —contestó asustada Angélica que seguía con su mirada los saltitos
ridículos de Apolinaria.
—Y... ¿Tu madre... Amalia?
—Ssssííí —volvió a contestar Angélica.
—¡Angélica! ¡Anacleto! ¡Amalia! ¡YYYUUUPPPIII! —gritaba y rugía Apolinaria
que daba unos saltos cada vez más grandes.
Y, en medio de uno de esos saltos, cogió a Angélica en sus brazos y empezó
a darle besos y achuchones mientras gritaba sin cesar los tres nombres:
—¡Angélica! ¡Anacleto! ¡Amalia! —volvía a repetir dando saltos—. Yo soy tu
tía abuela Apolinaria. Por fin ha venido alguien de la familia —dijo Apolinaria
mientras volvía a poner en el suelo a Angélica. Toda nuestra familia tiene por
costumbre empezar su nombre por A. La A es la primera letra del abecedario y
nuestra familia siempre ha sido la primera en el arte de los hechizos. Por eso tú
has conseguido volar y llegar hasta aquí. «De casta nos viene a las brujas» es
mi refrán favorito.
Y todas se pusieron tan contentas que volvieron a cantar alrededor de
Angélica.
—¡AH! ¡AH! ¡AH! —grita Apolinaria
—¡EH! ¡EH! ¡EH! —chilla Gumersinda.
—¡UH! ¡UH! ¡UH! —brama Escolástica.
—Te vamos a explicar —decía Gumersinda.
—Ven a nuestra cueva —decía Escolástica.
—Tranquilas, tranquilas. Dejadme hablar a mí —decía Apolinaria.
Un gran orificio en el techo de la cueva dejaba entrar la luz de la Luna. Dentro
estaba llena de velas que habían derretido su cera por todos los salientes de la
roca. Por todas partes había frascos llenos de líquidos con colores, plantas
secas, frascos con rabos de lagartijas, dientes de ratón, plumas de aves, alas
de murciélago. Otros tantos llenos de minerales extraños y líquidos humeantes.
Y libros. Muchos libros.
—Entonces, ¿sois brujas de verdad?
—Pues claro, pequeña. Nosotros vivíamos en una hermosa ciudad llamada
BRUJAS. Pero un día vino una bruja envidiosa que, en lugar de emplear su
sabiduría para ayudar a las gentes, la empleaba para hacer el mal. Le
molestaba que en nuestra ciudad de BRUJAS toda la vida transcurriese feliz y
tranquila. Entonces hizo un horrible encantamiento y puso todo del revés —iba
contando Gumersinda.
—Y todos se enfadaban con todos. Las casas estaban al revés. Los tejados
hacían de suelo y los suelos de tejado. Dentro todo estaba revuelto. Si querías

213
ponerte el sombrero verde marujita, encontrabas una zapatilla azul esmeralda.
Si querías hacer la comida en el fogón, se te abría la ducha de agua fría. Total,
un desastre —narraba Escolástica.
—Entonces, en medio de todo ese desorden, yo encontré en casa el libro que
decía cómo deshacer el encantamiento y nos pusimos manos a la magia.
Echamos todos los ingredientes de la fórmula magistral en el puchero. Todos y
con mucha precisión y... conseguimos poner todo otra vez en su sitio —contaba
Apolinaria.
—Bueno, todo... todo... no —dijo Gumersinda—, algo debió fallar porque
nosotras aparecimos aquí, en el bosque de Milaves que, aunque es nuestro
bosque porque toda bruja que se precie ha de tener su bosque que es como su
despensa, no es nuestra casa. Pero no podemos salir de aquí hasta que todo
vuelva a estar en su sitio. Y el nombre de la ciudad todavía está al revés.
—¡Claro! Ahora lo entiendo —dijo entusiasmada Angélica—. SAJURB-
BRUJAS. ¿Por qué no conseguisteis ponerlo del derecho? ¿Qué fue lo que
falló?
—Todavía no lo sabemos. Al libro le faltaba la última página. Allí venían las
palabras mágicas, yo las había leído alguna vez cuando era más joven. Pero
ahora no consigo recordarlas.
—¡Bah! ¡Dejaos de pamplinas! Que es lo que dice siempre mi madre. ¿De
verdad que todo esto es cómo me lo estáis contando? ¿Sólo os faltan las
palabras mágicas? ¿Que por unas simples palabras...? ¡Bah! ¡Pamplinas!
¡Pamplinas! Tendrá que ser otra cosa.
—¡PAMPLINAS! ¡PAMPLINAS! Esas son las palabras. ¡Las decíamos al
revés! ¡Ese es nuestro fallo! —decía Apolinaria que volvía a empezar a dar sus
ya famosos saltitos ridículos.
Las calles de BRUJAS eran una fiesta. Su nombre volvía a brillar tal y como
era verdaderamente: BRUJAS. Angélica, sin darse cuenta, les había dado la
última pieza del rompecabezas que llevaba años sin poder resolverse. Las
gentes cantaban y bailaban a la vez coreando los nombres de las tres brujas
con su grito mágico.
—¡AH ¡AH!¡ AH! —grita Apolinaria.
—¡EH! ¡EH! ¡EH! —chilla Gumersinda.
—¡UH! ¡UH! ¡UH! —brama Escolástica.
Y todos añadieron un nuevo grito a la bruja de honor de la ciudad de BRUJAS.
Todos estaban verdaderamente asombrados, por eso coreaban:
—¡OH! ¡OH! ¡OH! —exclama Angélica.
Y ahora pensad lo que queráis. Creed o no creed. Pero las brujas...

214
ACTIVIDADES

215
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Entre todos, hacer una relación de todos los enseres que utilizan las
brujas para sus encantamientos, de todos los lugares lúgubres en donde
pueden vivir y de todo aquello que les caracteriza o acompaña.
Podemos empezar desde una escoba, un gato, una bola de cristal o una
baraja hasta el puchero, las palabras mágicas, su vestimenta, una
cueva, un bosque, etc.
2. Elegir una leyenda de brujas del lugar donde vivís y preparar todo lo que
necesitéis para representarla.
3. Hacer una lista de autores de nuestra literatura que han escrito relatos
en torno al miedo y el misterio. Al lado de cada autor se puede indicar
qué tema fantástico es el que ha elegido el autor. Ejemplo: Wenceslao
Fernández Flórez, El bosque animado. Tema: los muertos.
4. Cada grupo puede representar en forma de cómic el cuento de «La bruja
Angélica». Se puede hacer en unas cartulinas grandes para exponer en
clase como un gran mural.
5. Poner en común las películas de terror que se hayan visto y analizar
entre todos qué elementos despiertan el sentimiento del miedo.
6. Inventar personajes escalofriantes y extraños para exponerlos ante el
grupo. Se puede decidir por votación cuál es el que ha producido más
miedo.

216
26. REGATO, APRENDIZ DE RÍO

217
TEMAS
– Valores
– Aprendizaje
– Naturaleza
– Creatividad
– Expresión escrita
– Agua

218
Y dijo el poeta...
Nuestras vidas son ríos que van a dar al mar que es el morir.
Porque un río nace. Nace pequeño, sin saber qué llegará a ser. ¿Aprenderá a
buscar su camino? Por eso el río busca, camina, salta, llora, ríe habla, respira,
piensa, descansa, medita, se precipita, experimenta su propia vida...
Mi marido es un gran aficionado a la pesca. En muchas ocasiones le hemos
acompañado nuestros hijos y yo. Él conoce muy bien los ríos. Los siente hablar
y sabe de sus silencios, de sus sombras, de su color, de sus reflejos, de su
energía, de su esperanza, de su encontrarse con otros ríos, de sus tormentas
fuertes y de sus lluvias mansas y suaves que entonan un canto a la vida. Toda
una vida de río. Toda una vida de persona que discurre paralela a la vida del río.
Toda su experiencia de río. Toda su experiencia de persona.
Es la estrecha relación de la vida con el agua, que cambia a cada instante
según brille el Sol, llueva o sople el viento. El eterno fluir del río, las
transformaciones continuas de éste como en la vida.

Regato, aprendiz de río


—Ya está, ya he nacido. ¡Eh!, es que nadie se entera. ¡Qué ya estoy aquí!
Acababa de nacer Regato. Así, sin hacer mucho ruido. Es pequeño (claro nos
está diciendo que acaba de nacer) pero es precioso. Tiene unos ojos grandes y
cristalinos que cambian de color según se refleje en ellos la luz del Sol. Su piel
es muy limpia, se podría decir que es transparente.
Regato es feliz. Le gusta levantarse cuando el Sol empieza a calentar. Suele
echarse unas buenas siestas. Claro que, por esta razón, muchas noches, tarda
en coger el sueño y se queda de cháchara con la señora Luna.
—Y, ¿qué vas a hacer, Regato? ¿Te piensas pasar así la vida? —le dijo la
señora Luna una de esas noches de cháchara.
—¡Oh! No, claro que no —contestó Regato rápidamente—. Pienso salir a
conocer el mundo. Quiero saber qué hacen los otros regatos como yo. Me han
contado que algunos llegan a ser ríos enormes, muy importantes. Otros que no
lo son tanto, otros que no son muy felices, otros de diferentes colores. Creo
también que los hay muy cantarines...
—¿Y cómo lo vas a hacer si tú solo eres un riachuelo pequeño? —le volvió a
decir la señora Luna.
—Pues muy fácil, ponerme en camino. Cuando nací, la Madre Tierra me dijo:

219
«Regato, tienes que vivir». Y yo, como acababa de nacer, todavía no sabía muy
bien qué quería decir aquello y por eso le pregunté: «¿Qué es eso de vivir?». Y
ella contestó con una voz de esas que hace que se te ponga el corazón en la
garganta: «Empezar a andar tu vida. Tú camina, conoce, aprende a vivir y llega
hasta el mar. Todos los ríos van a dar al mar».
—¿Y cuándo te piensas poner en camino, Regato? —le volvió a preguntar la
Luna.
—Mañana mismo —le contestó Regato—. Sólo tengo un problema y es que
se me olvidó preguntar qué es eso del mar y no sé cómo tengo que hacer para
encontrarlo.

220
La señora Catarata
A la mañana siguiente Regato echó a andar para vivir su vida y conocer el
mundo y, algún día, llegar al mar. La verdad es que era un día espléndido para
comenzar su viaje.
Después de un rato caminando oye un ruido muy fuerte y Regato se acerca
para saber qué es aquello.
Por unos toboganes de rocas enormes caía el agua a una velocidad de
vértigo.
—¿Quién eres? —le pregunta Regato.
—Soy Catarata, ¿no me ves? —le dijo con una voz dulce pero aguda, muy
aguda.
—Es que nunca había visto nada igual. ¿Por qué te gusta ir tan deprisa?
¿Puedes pararte un poco a hablar conmigo?
—Las cataratas siempre vamos deprisa porque tenemos que salvar muchos
obstáculos para poder bajar de las montañas
—Y, ¿para qué bajáis de las montañas?
—Porque tenemos que llevar el agua a los valles que es en donde las gentes
plantan las verduras y las hortalizas.
—¿Y no te da miedo tirarte desde tan alto?
—Tenemos que hacerlo. Ya te dije antes que no hay por dónde bajar.
¿Quieres probar a tirarte con nosotros?
Regato quería y no quería. Por un lado había decidido que iba a conocer todo
aquello que le era desconocido. Pero... por otro, todo aquella altura y aquel
ruido le ponía el estómago como un puño. Por fin se decidió. Cerró los ojos y se
lanzó con Catarata. Mientras saltaba se le escaparon unos cuantos gritos de
terror y de vértigo.
—¿Qué te ha parecido?
—¡Puf! He pasado mucho miedo. Yo no sé si podría ser Catarata.
—¿Por qué no pruebas otra vez? Un poco más abajo hay otra. Todo es
aprender a perder el miedo. Las cosas en cuanto las conoces y sabes por qué
son como son, no te vuelven a dar miedo.
—Me voy. He decidido conocer el mundo, vivir y buscar el mar. Gracias por
dejarme saltar contigo. Si alguna vez tengo que saltar me acordaré de tus
enseñanzas.

221
Río Minero
Regato siguió andando. Después de haber caminado sobre frescas montañas
verdes empieza a preguntarse por qué las montañas van cambiando de color.
Se acaba la hierba y empiezan la tierra y las rocas. Al poco rato oye un ruido
igual al que produce él cuando anda. Decide acercase para ver qué puede ser.
—¿Tú quién eres? —pregunta Regato.
—Yo soy Río Minero y lavo todo el mineral que cogen las gentes —le contesta
Río Minero.
Hacía frío y los alientos de Regato y de Río Minero dibujaban blancas
bocanadas formando nubes.
—Y ese tobogán que hay ahí, ¿es una catarata? —vuelve a preguntar Regato.
—¡Oh, no! —dice Río Minero con una carcajada desgarrada como un lamento.
—Verás, es que yo soy Regato y he salido a conocer y a vivir mi vida, por eso
me gusta preguntar.
—Eso no es una catarata. Es un artilugio que preparan las gentes para poder
lavar el mineral... Una catarata es otra cosa. Una catarata es...
—¡Ya!, ya sé lo que es una catarata. He estado con ella e, incluso, me ha
dejado resbalar por los saltos con ella. ¡Menudo miedo pasé! Es que me parecía
que eso era otra forma de catarata.
—Yo también lo he hecho en alguna ocasión, pero ahora estoy aquí para
ayudar al hombre. ¿Quieres probar?
—Bueno, pruebo, aunque no me parece muy divertido. ¿Siempre estás
trabajando?
—Claro, tengo que ayudar al hombre en su trabajo, para eso me han
preparado.
Y Regato, después de tirarse una vez por aquel tobogán que servía para lavar
el mineral, se despidió de Río Minero y dijo que quería seguir su camino para
conocer bien el mundo.
Mientras continúa su viaje buscando los campos más verdes, piensa que la
vida de Río Minero es una vida un poco triste. Le parece que se dejan oír unas
quejas lejanas. ¿Serán lamentos de Río Minero?

222
Río del Valle
Por fin llega a un valle verde y florido. «Esto debe de ser lo que me explicó la
Señora Catarata», piensa Regato para sí. En las orillas hay campos verdes.
Cerca se ven gordos y tiernos repollos, lechugas, tomates y guisantes. Un poco
más lejos hay un grupo de árboles que tienen apetitosas manzanas. A sus pies
las amapolas y las violetas gritan su color. El Sol reposa tranquilamente sobre
todos ellos. Regato se acerca todo lo que puede y muy intrigado pregunta:
—¿Tú quién eres?
—¿Es que no lo sabes? Aquí todo el mundo me conoce. Soy Río del Valle.
Sin mí la vida sería otra cosa. ¿Ves esos campos sembrados? Gracias a mí
están así de preciosos. ¿Ves aquellos árboles llenos de manzanas? En
primavera estuvieron cargados de flores porque tenían la humedad suficiente
que yo les llevo a través de la tierra.
Y Río del Valle mientras hablaba bebía la luz.
—Había oído hablar de ti pero no sabía que fueras tan precioso. ¿Y aquellos
animales que se ven cerca de esas casas cómo se llaman? —preguntó Regato
siempre con ganas de saber.
—Aquellos animales se llaman vacas —le respondió Río del Valle—. Las
vacas dan leche. Con la leche también se hace mantequilla, ricos quesos,
cuajada, leche merengada y muchas más comidas sabrosas.
—¡Ah! —dice Regato que se le ha quedado cara de tonto después de tantas
explicaciones de Río del Valle—. ¿Y tú, qué tienes que ver con las vacas?
—Pues muy fácil —le contesta lleno de paciencia Río del Valle que le gusta
enseñar a todos los regatos que llegan hasta él llenos de preguntas—, las vacas
comen hierba fresca y verde. Soy yo quien se la proporciona.
A Regato le gustó aquel lugar y le pidió a Río del Valle si podía vivir allí
durante un tiempo. Regato disfrutó mucho mientras estuvo allí. En el verano
llegaban los niños a bañarse al río. Regato disfrutaba dejando sus aguas para
que se refrescasen. Los ganados, cuando se acercaban a beber, le acariciaban
su piel dejándola llena de temblores. Eran unas cosquillitas muy divertidas que
le hacían reír. Las gentes merendaban a sus orillas cantando y bailando al ritmo
y el sonido de las aguas de Río del Valle. Porque Río del Valle también sabe
cantar y reír. También sabe saltar piedras y rocas. A Regato le hacía mucha
gracia cuando Río del Valle quería hablar muy aprisa y entonces se ponía a
tartamudear.
Pero llegó un día en el que Regato decidió continuar su camino. Regato
quería seguir conociendo el mundo y quería encontrar el mar. Entonces se
despidió de Río del Valle.

223
La Presa
Regato va recordando por el camino todo lo que había disfrutado con Río del
Valle. Todavía puede oír sus carcajadas. No estaría mal ser como Río del Valle,
pero él es poca cosa para tanto trabajo, aunque desde que empezó su camino
había crecido mucho. Sobre todo había aprendido muchas cosas nuevas y
había conocido varios lugares. Ahora sabía saltar, aunque, si las cataratas eran
muy altas, todavía le producían un poco de vértigo. Sabía rodear, sobrepasar,
horadar, traspasar, abrirse nuevos caminos... Iba Regato ensimismado y
contento pensando todo esto cuando a lo lejos vio algo enorme como una gran
plancha de estaño y con las aguas muy tranquilas y quietas.
—¿Será eso el mar del que tanto hablan? ¿Cómo tendré que hacer para llegar
hasta él? —piensa Regato un poco indeciso.
—¡Hola! Buenos días —le dice una voz que hablaba despacio como
recreándose en sus palabras.
—¡Buenos días! —le contesta Regato para preguntar al momento—: ¿Tú
quién eres?
—Yo soy la Presa.
—¡Ah! Y... ¿eso qué es?, ¿qué es lo que haces? —le contesta Regato que se
le había vuelto a poner cara de tonto.
—¿Es que no lo ves? Han cambiado el camino que llevaba y me han trazado
uno nuevo con esos muros de cemento. Son duros y fuertes y me es difícil
rodearlos o sobrepasarlos. Tengo que caminar por donde me han marcado.
—¿Y quién te ha hecho eso?
—Las gentes. Es que me necesitan, ¿sabes? Soy importante.
—¿Pero qué es lo que haces si no puedes salir de ahí? ¿Eso es ser
importante?
—¡Oh! Claro que salgo. Alguna vez saldré de aquí. Abrirán esas compuertas
que hay al otro lado del muro y me lanzaré por ese tobogán que han hecho. Así
aprovechan todas mis fuerzas y las utilizan para tener luz por la noche.
—¡Pues menuda tontería! Por la noche hay que dormir y si no, está la luz de
nuestra amiga la Luna.
A Regato no le gustó nada eso de ser presa, a él le gusta andar a su aire. Se
despidió y, cuando se iba un poco cabizbajo pensando en la poca suerte de la
presa, escuchó un gran estruendo. Habían abierto las compuertas y su nueva
amiga, la Presa, se lanzaba por aquel precipicio que a él le producía tanto
vértigo. No lo pudo remediar, algo se le puso en el corazón y los ojos se le
llenaron de lágrimas mientras continuaba su camino.

224
Río Salmonero
Andando, andando, el terreno se volvía otra vez verde. Había gran cantidad
de árboles y volvió a oír ese sonido que le era tan familiar.
Se acercó a la orilla y, como siempre, lleno de curiosidad preguntó:
—¿Tú quién eres?
—Yo soy Río Salmonero —contestó con una voz bronca.
—¿Y qué haces y quiénes son esos que dan saltos sobre ti?
—Son salmones. ¿A qué da gusto verlos tan felices?
—¿Y por qué dan esos saltos?
—Es que vienen del mar —contestó Río Salmonero.
—¡Están chiflados! ¿Cómo que vienen del mar? Si el viaje que hay que hacer
es hacia el mar. A mí me lo dijo la Madre Tierra: «Todos los ríos van a dar al
mar».
—Sí, los ríos, pero ellos no son ríos. ¿No te acabo de decir que son
salmones? Suben por mi lomo. Ya te dije que me llamo Río Salmonero.
—Pero, ¿a qué suben?
—A poner sus huevos. Van hasta arriba de todo. Por eso nadan rápidamente
en trechos pequeños y descansan en los remansos. Nadan y descansan. Nadan
y descansan. Y así hasta llegar arriba. ¿Conoces a la Señora Catarata? Pues
ellos son capaces de saltarla hacia arriba.
—Me siguen pareciendo un poco chiflados.
—No están chiflados. Piensan muy bien las cosas, por eso a mí me gusta
ayudarles.
Sí, la verdad es que ser Río Salmonero no está nada mal. Debe de ser
divertido que te visiten los salmones todos los años y que te cuenten historias
del mar. Como ellos vienen de allí. El mar... —dijo Regato despacio y pensativo
—. ¡Qué ganas tengo de conocerlo! Claro que yo, como soy pequeño, nunca
llegaré a ser Río Salmonero. Lo mejor es que continúe mi camino para
encontrar el mar.

225
Río Molinero
Regato continúa su camino. A lo lejos ve una casa. Es pequeña, de piedra, y
el musgo y la yedra acarician sus paredes.
—¡Qué raro!, se oye el sonido del agua. ¿Tan cerca de una casa? Voy a
acercarme para preguntar —piensa Regato.
—¿Tú quién eres? —pregunta Regato lleno de curiosidad como siempre.
—Soy Río Molinero. Muevo la piedra de este molino. Dentro del molino llevan
el grano y el trigo se convierte en harina. Con la harina se hace pan y el pan lo
comen las gentes de todos los lugares.
Río Molinero no era muy grande pero tenía unas barbas blancas y largas.
Hablaba con una voz muy gorda y oscura. Una de esas voces con bigote. Sus
manos, que eran toscas y grandes, las movía sin parar para poder empujar la
muela.
—¡Ah! ¿Y siempre haces lo mismo? —volvió a preguntar Regato.
—Pues ya ves que sí. No soy un río muy grande como puedes ver, pero tengo
fuerza suficiente para mover la muela de este molino. De vez en cuando cierran
y no me dejan pasar para que descanse un poco. Después vuelvo a empezar
con más fuerza.
—Ya, me parece que esto de las compuertas me recuerda algo —le dijo
despacio Regato acordándose de la Presa.
—¿Quieres ayudarme a moler un poco? —dijo Río Molinero.
—Bueno, si estás cansado te ayudo. Pero un poco nada más. Después me
voy. Me gustaría conocer el mar. Dicen que es algo enorme. De quedarte con la
boca abierta.
Y Regato le ayudó un poco y, después, continuó su camino.

226
Río Remanso
Regato está bastante cansado. Ayudar a moler el grano es un trabajo muy
pesado. Tiene bastante calor. Con el esfuerzo se le ha calentado un poco la
piel. Es mediodía y el Sol calienta mucho. Le gustaría encontrar un sitio donde
descansar y refrescarse un poco.
Ve a lo lejos algo que brilla mucho y de donde salen reflejos de todos los
colores. Al mismo tiempo un grupo de chopos vuelca una sombra tenue y
fantasmal sobre las aguas quietas.
—¿Qué será? —se pregunta mientras se acerca mucho con su curiosidad de
siempre.
—¿Tú quién eres? —pregunta Regato.
—Yo soy Río Remanso.
—¿Y qué es lo que haces? —vuelve a preguntar Regato.
—Descanso.
—¿Sólo eso?
—También medito, pienso, repaso, recapacito y examino todo lo que he ido
viviendo.
—¿Sabes que es una idea estupenda? ¿Puedo yo hacer lo mismo?
—¡Claro que sí! Túmbate a ese lado, debajo de aquella sombra. Lo único que
se necesita para hacerlo bien es silencio.
Y Regato siguió el consejo de Río Remanso. El silencio subió de volumen. El
Sol se había escondido totalmente y caminaba en esa pequeña línea de luz que
antecede a la noche. Entonces las aguas de Río Remanso y de Regato se
volvieron tan mansas que parecían respirar mientras adquirían esa calma con la
que esperan la paz de la noche.
Y Regato sentía cómo la vejez se iba posando sobre sus hombros medio
vencidos. ¡Ah! Sus aguas ya canosas. ¡Cuánto había vivido! ¡Cuántas cosas
había conocido! ¡Qué maravillas había visto! Había descubierto que la vida es
un don y que la belleza está dentro de uno mismo. Había sabido caminar por su
propio cauce. El que él mismo se había ido formando.

227
El mar
Regato se despidió de Río Remanso y entró en el día. Sabía que estaba cerca
de lo que había ido buscando durante toda su vida. El aire mojado y sonoro
estaba lleno del mugido del mar. Lo presentía, lo ansiaba. Estaba allí. Enorme,
azul. Las olas, con pereza, venían a morir a la arena.
Regato se emocionó y su mirada se llenó de agua. Era el momento más
importante de su vida. No necesitaba preguntar: «¿Y tú quién eres?». Sabía que
era él.
—Se acaba mi cauce. Ya no tendré riberas. No he sido nada más que un
pequeño Regato al que le gustaba visitar grandes ríos para después continuar
mi camino —decía mientras el viento se llevaba pedazos de sus palabras.
—¡Qué a gusto me siento desde que me has acogido en tus brazos! ¿Cómo
haces que, al mismo tiempo que me abrazas y me acurrucas, me siento libre?
—decía Regato mientras se dejaba ir.
Su voz era apenas un fragmento de ruidos. Aunque quisiera, ya no podía
hablar más.

ACTIVIDADES

228
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Ir de excursión a la desembocadura de un río en el mar.
2. Si no es posible realizar el primer punto, se puede ir a la desembocadura
de un afluente en el río principal.
Describir todas las observaciones sensoriales mientras se observa, se
visita y se vive con el río visitado:
— Lo que se ve...
— Lo que se oye...
— Lo que se huele...
— Lo que se toca...
3. Se pueden construir metáforas o comparaciones utilizando la realidad de
un río. Ejemplo: «Las aguas de Río Remanso y de Regato se volvieron
tan mansas que parecían respirar». «Sus aguas ya canosas».
4. Diario de un pez de río desde que nace hasta que le pesca un pescador:
— Planear cada momento.
— Escribirlos.

229
27. TIBURCIO QUIERE SER
IMPORTANTE

230
TEMAS
– Valores
– Autoestima
– Apariencias

231
Ser importante
Hoy día son los signos externos lo que nos dicen si uno es importante. Impera el
«tanto tienes, tanto vales». Ahondamos poco en el conocimiento de los que
tenemos cerca y nos dejamos deslumbrar por los brillos del «tienes» y de las
apariencias; pero éstas, en no pocas ocasiones, nos engañan.
El segundo de mis hijos empezó a ser importante para su profesora por culpa
de haber «dibujado» un error. Dije bien: «Dibujado».
Era su primer año de colegio. Tenía 4 años. Era un niño tranquilo, poco
hablador (lo sigue siendo). Tenía todavía una lengua de trapo bastante
divertida. Nada había llamado la atención a su profesora durante el curso salvo
eso: «Su lengua de trapo» y que era poco comunicativo y nada revoltoso.
Un buen día nos llaman del colegio porque tienen algo urgente que
comunicarnos de nuestro hijo Javier. Sentados en las sillitas de los parvulitos
ponen ante nuestros ojos una ficha de Javier llena de la letra «E» . En la parte
superior derecha de la ficha, en un recuadro, había algo que quería ser un
dibujo pero que estaba completamente tachado.
—Javier ha hecho esta ficha de la «E» . Os he llamado para enseñárosla.
Nosotros no entendíamos nada. Realmente Javier era un parvulito de 4 años y
no nos parecía un tema tan importante que el niño hubiese hecho una
tachadura sobre un dibujo.
—Cuando acaban toda la ficha —continuó la profesora—, les pido que en este
recuadro hagan un dibujo de algo que empiece por la letra que estamos
aprendiendo. En este caso la «E». La mayoría de sus compañeros han dibujado
un elefante.
Seguíamos sin entender nada. No nos parecía que hubiese ningún problema
en no saber dibujar un elefante (yo todavía no sé hacerlo). La profesora
continuó:
—Le pregunté a Javier por qué había hecho esas tachaduras y le dije que
debía ser más limpio con su trabajo. Pero él muy seguro de sí mismo y
tranquilamente (hoy sigue siendo el mismo) me contestó:
—Yo dibujé un error. La palabra «error» empieza por «e». Cuando hay un
error se tacha.
En ese momento su padre y yo respiramos. Comprendimos que su profesora
estaba sorprendida. No era normal que un niño de 4 años manejara esos
conceptos. Nos pidió permiso para poder quedarse ella con esa ficha. A partir
de entonces Javier pasó a ser algo importante para su profesora.

232
Tiburcio quiere ser importante
Lo anunció el señor Paco. El señor Paco era el pregonero de Villapoco. «El 29
de febrero vendrían a visitar Villapoco personas importantes.»
Todo el mundo sabe que el 29 de febrero son las fiestas de Villapoco.
Villapoco era, como dice su nombre, poca cosa. Villapoco tenía un periódico.
Sólo uno. Por esa razón lo leía en voz alta el pregonero señor Paco. Villapoco
tenía cuatro gallinas, dos conejos, un gato y un perro. El perro de Villapoco era
de Juan el hortelano que ni comía ni dejaba comer. En Villapoco también había
un burro. Decían que eso era algo muy importante en el pueblo.
Villapoco tenía una plaza con una fuente, pero la fuente sólo tenía un caño
que, alguna vez durante el invierno, echaba agua.
—¡Qué nervios! —dijeron unos.
—¡Qué emocionante! —dijeron otros.
—¿Qué son personas importantes? —preguntó Tiburcio en la escuela.
Todos se rieron de Tiburcio. Todos sabían que las personas importantes eran
unos hombres muy muy gordos, con trajes muy oscuros, con sombrero y con
grandes bigotones.
Todos saben que se tendrán que poner muy guapos con vestidos de fiesta.
—¡Vienen personas importantes!
Las señoras de Villapoco no hablan de otra cosa y se pelean porque no va a
haber tela suficiente en Villapoco para hacerse un vestido nuevo. Y todas
hablan de que si el escote va a ser redondo o cuadrado. ¿Y las mangas? Se
preguntan otras. La señora Genoveva se lo va a hacer de sisa porque dice que
tiene unos brazos preciosos. La señora Enriqueta le va a poner unas mangas
con unos filtirés para que vean los señores importantes lo bien que ella sabe
hacer los filtirés. La señora Ricarda le va a poner volantes y la señora Felipa ha
decidido hacerle unos frunces en la falda.
—¡Qué nervios! —dijeron todas las señoras de Villapoco y se fueron
rápidamente a sus casas para preparar sus vestidos.
Todo Villapoco se prepara para los señores importantes. Las señoras cosen y
cosen. Todo se prepara para la gran fiesta. El pueblo se llena de guirnaldas que
se han hecho del papel de periódico de cada día. Las ha hecho el señor Paco.
A Tiburcio le parece que el señor Paco es importante. Sin el señor Paco nadie
se enteraría de las noticias del pueblo y, además, el señor Paco ha hecho las
guirnaldas y los banderines para la fiesta.
—Esto sí que es importante —piensa Tiburcio.

233
El señor Alejo es el molinero de Villapoco. El molino del señor Alejo ha molido
mucho trigo y eso es muy importante porque se han preparado muchas tartas
con la harina del señor Alejo.
—Esto también es importante —se vuelve a decir Tiburcio.
El señor Elías es el dueño del burro de Villapoco. El señor Elías es importante
aunque no es gordo y no lleva traje oscuro, pero sí lleva boina que es algo
parecido a un sombrero. Gracias al burro del señor Elías le llevaron la harina al
pastelero, el señor Servando, para que pudiera hacer los bizcochos para la
fiesta de Villapoco.
—Pues esto también me parece importante —vuelve a pensar Tiburcio.
La señora Enriqueta, la que va a hacer filtirés en las mangas de su vestido, es
la dueña de las cuatro gallinas y también ha llevado los huevos al señor
Servando para que haga los bizcochos. A Tiburcio también le parece importante
la señora Enriqueta, porque tiene cuatro gallinas aunque no lleve sombrero y
esté tan delgada que parece un palote de los que hacen en la escuela.
En la escuela, el profe, Don Dionisio, también es importante porque les
enseña muchas cosas a los niños de Villapoco. Ahora están aprendiendo una
canción nueva para cantarla el día de la fiesta de Villapoco, cuando vengan las
personas importantes.
Cantan todos a coro, aunque algunos desafinan bastante y otros se meten con
Filo, que es la hija del señor Elías, el del burro. Y la letra de la canción dice así:
Eres alta y delgada
como tu madre
morena saladá.
Y unos de la fila de atrás cantan:
Pero tienes bigote
como tu padre
morena saladá.
Entonces el profe, Don Dionisio, se enfada y dice que hay que ensayar para
las personas importantes. Y Filo se pone colorada y el bigote se le nota más
todavía.
Entonces Tiburcio piensa que tener bigote no es importante.
Y por fin llega el día de la fiesta de Villapoco. El Sol ha salido temprano para
saludar a Villapoco. Y todo el pueblo sale a la plaza donde está la fuente que
hoy sí echa agua. Realmente están todos muy guapos con sus trajes nuevos.
Las señoras se miran unas a otras para ver qué tal han quedado sus nuevos
vestidos. Se dan codazos para poder ponerse en primera fila. Quieren que los
señores importantes se fijen en ellas.

234
Y el señor Paco toca su trompetilla y anuncia:
—¡Qué ya vienen! ¡Qué ya vienen!
Y el señor alcalde dice:
—¡Qué empiece la fiesta!
Y llegan unos coches largos, muy largos. Son más largos que el carro y el
burro del señor Elías juntos. Y se bajan unos señores importantes de traje
oscuro, bigote y sombrero. Y el señor alcalde dice:
—¡Bienvenidos a Villapoco!
Y ellos solo se inclinan un poco y no dicen nada. Y los niños de Villapoco
cantan y claro, como ya habíamos dicho, desafinan, entonces las nubes se
levantan y cae un chaparrón tremendo encima de Villapoco y de los señores
importantes que, aunque son importantes, se mojan sus trajes oscuros. Los
señores importantes se meten en su coche y salen corriendo.
Tiburcio no entiende por qué esos señores son importantes. No han hecho
nada importante y, para colmo, les asusta el agua y se han marchado corriendo.
Tiburcio de mayor piensa ser una persona importante y está dudando. No sabe
si será como el señor Elías que tiene un burro, o como la señora Enriqueta que
tiene cuatro gallinas, aunque, pensándolo mejor, seguramente será el pipero de
Villapoco. Sí, va a poner un puesto de pipas a la salida de la escuela de
Villapoco. Va a ser la persona más importante de Villapoco. A todos los niños
les gustan las pipas que él regala en la escuela. Piensa seguir regalando pipas
en la escuela de Villapoco cuando sea mayor.

ACTIVIDADES

235
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. ¿Qué significa la palabra «IMPORTANTE»? (Realizar definiciones
propias. Tan solo al final, mirar el diccionario.)
2. ¿Qué significa que una persona es importante?
3. ¿Qué significa que una persona es importante para ti?
4. ¿Hay «cosas» importantes?
5. ¿Por qué nos importan algunas cosas?
6. La importancia, ¿la tienen las cosas y las personas o se la damos
nosotros a las cosas y a las personas?
7. ¿Puede empezar a ser importante una persona que antes no lo era?
8. ¿Pueden algunas cosas ser más importantes que una persona?
9. ¿Existen cosas que no le importan a nadie?
10. ¿Existen personas que no le importan a nadie?

236
28. ¡VAYA LÍO QUE SE ARMÓ!

237
TEMAS
– Expresión oral, escrita y plástica
– Recuperación de cuentos clásicos
– Creatividad
– Imaginación
– Narrar
– Cuentos

238
Los cuentos de siempre
El mensaje que nos transmiten los cuentos de hadas, los cuentos infantiles
clásicos, no es otro que el tratar de dar sentido a nuestra existencia luchando
valientemente contra lo que parecen abrumadoras fuerzas superiores.
El niño necesita más que nadie que se le den sugerencias, en forma
simbólica, de cómo debe tratar con dichas historias y avanzar sin peligro hacia
la madurez. Los cuentos que ahora se escriben son cuentos «seguros» que rara
vez mencionan la muerte o el envejecimiento o el deseo de vida eterna y, si en
algunos casos se hace, se procura que sea muy sutilmente. Mientras que, por el
contrario, los cuentos clásicos enfrentan debidamente al niño con los conflictos
básicos.
Por ejemplo, muchas historias de hadas empiezan con la muerte de un padre
o una madre, otras trata de un anciano padre que antes de entregar las riendas
a sus hijos, éstos han de demostrar que son dignos e inteligentes.
El mal, en estos cuentos, está siempre presente, al igual que la bondad, y
toman cuerpo y vida en determinados personajes. Esta dualidad plantea un
problema moral y exige una lucha para resolverlo. Los personajes están muy
bien definidos y los detalles, excepto los más importantes, quedan suprimidos.
Todas las figuras son típicas en vez de ser únicas.
Los cuentos de hadas se toman muy en serio los problemas de sentimiento de
soledad y aislamiento y hacen hincapié en estas angustias existenciales muy
directamente: la necesidad de ser amado y el temor a que se crea que uno es
despreciable; el amor a la vida y el miedo a la muerte.
Hoy día algunos niños no crecen ya dentro de los límites de seguridad que
ofrece una familia. Por ello es importante, incluso más que en la época en que
nacieron estos cuentos de hadas, proporcionar al niño imágenes de héroes que
deben salir al mundo real por sí mismos y encuentran un lugar seguro. El héroe
de los cuentos avanza solo durante algún tiempo, del mismo modo que el niño
de hoy día se siente aislado. El niño necesita la seguridad que le ofrece la
imagen del hombre solitario que, sin embargo, es capaz de obtener relaciones
satisfactorias y llenas de sentido con el mundo que le rodea.

¡Vaya lío que se armó!


Y total por nada. Lo que pasa es que la profe es una exagerada y se ha
enfadado un montón. Ella nos lo dijo: «Confío en vosotros. Sé que sois capaces
de hacerlo muy bien». Y ahora lo único que hace es mirar hacia arriba, levantar

239
los brazos y decir: «¡Dios mío!, ¡me va a dar algo!». Y nosotros estamos
sorprendidos y también miramos hacia arriba para ver qué le puede dar Dios.
Pero caer, lo que se dice caer del cielo, no cae nada.
Y todo el lío porque no le gustó la representación teatral que hicimos para los
párvulos del colegio. Nos quedó genial. Un poco de todo. Pero nada, la profe
venga a gritar y a repetir no sé qué de la psicología de los cuentos clásicos. Y
cuando dice pppsssicología lo hace con tantas «pes» que escupe muchísimo y
todos ponemos la mano delante de la cara para que no nos llueva. Y ella, cada
vez más furiosa y que si con lo que hicimos les va a crear un trauma a los
pequeños. Total que no para de dar explicaciones de que si esto y de que si lo
otro.
Y la verdad es que Sofía estaba muy guapa vestida de la Bella Durmiente. Y
María se puso un traje de Ratita Presumida que hasta le había cosido un rabo
con su lacito y todo. Germán le cogió a su madre el abrigo de pieles para
vestirse de Lobo Feroz. Después su madre también se la armó y bien gorda.
Una, por cogerle el abrigo sin permiso y otra, por lo mismo de la profe: eso de la
pppssicología de los pequeños. Lucas, de Príncipe Azul, estaba que ni pintado
porque le cogió una peluca que tenía su hermana cuando le había dado por
decir que ella era igual a Marilyn Monroe y que sólo le faltaba tener el pelo
rubio. Carlos y toda su pandilla, que son siete y se hacen llamar en el cole «Los
Siete Magníficos», estaban magníficos de los Siete Enanitos. Y así de esta
manera pudimos participar toda la clase que era lo que queríamos todos.
Porque primero había peleas. Ninguno de los cuentos clásicos tiene 30
personajes. Todos queríamos hacer la representación y entonces a mí se me
ocurrió la feliz idea de hacer un poquito de cada cuento. ¡No me digáis que no
es genial! De esta manera ninguno de nosotros sufriría un trauma por no
representar la obra. La profe se olvida de que también hay que cuidar nuestra
pppsssicología.
Y ahora os voy a contar el argumento de nuestra representación.
Le llamamos: «ÉRASE UNA VEZ UN PUZZLE» y como ya os dije, salvo raros
puntos de vista como el de la profe o el de la madre de Germán, resultó genial.
Érase una vez, un país lejano, una hermosa princesa, conocida por la Bella
Durmiente, de la que se cuenta que había permanecido dormida con todos sus
súbditos, durante cien años por el embrujo de un hada mala aunque la realidad
fue otra según nuestras fuentes de información.
—La princesa al cumplir la edad de quince años se pinchará con el huso de
una rueca y morirá —dijo el hada malvada.
Y menos mal que hubo suerte y que todavía le quedaba por hacer su regalo a
una de las hadas buenas que habían visitado el reino con motivo del nacimiento
de la bella Princesita Aurora, conocida por nosotros como la Bella Durmiente.

240
—No morirá —dijo el hada buena—, sino que permanecerá dormida hasta que
un hermoso príncipe llegue al reino y la despierte con un beso.
Y llegó el día en que la Princesita Aurora cumplía quince años. Todas las
ruecas de palacio habían sido quemadas por orden del rey. Todas menos una
de la que nadie sabía. Y la Princesita Aurora subió a la torre del castillo y allí
había una rueca.
—¿Y esto tan extraño para qué sirve? —preguntó.
Y cuando el hada malvada, que estaba disfrazada de vieja, se levantó para
tratar de que la princesa tomase el huso en sus manos y se pinchase, tropezó
con el Enano Saltarín que andaba por el medio, como siempre, dando saltos. Y
la Princesita Aurora tuvo tanta suerte, que la que se pinchó fue el hada malvada
y cayó en un profundo sueño al igual que el Enano Saltarín y que todo el reino.
Entonces la Princesita Aurora, aburrida de que todos los habitantes del reino
se dedicasen nada más que a dormir, decidió ir a dar un paseo por el bosque
porque le gustaba mucho hablar con sus amigos los animalitos. Y he aquí que
detrás de un árbol le salió el malvado lobo.
—¡Hola bella niña! ¿A dónde vas tan temprano?
—Voy de paseo por el bosque.
—¿Y por qué no vas a visitar a tu abuelita?
—Pues porque yo no tengo abuelita.
—¡Claro que tienes abuelita! —le dijo el maléfico lobo, siempre dispuesto a
engañar a preciosas niñas que pasean por el bosque.
—¿Quién es mi abuelita? —preguntó muy intrigada la princesa.
—Sigue por ese camino y llegarás a una pequeña casa. Allí vive tu abuelita.
Y la Princesita Aurora siguió por el camino mientras iba cantando por el
bosque.
—Tralaralaralará, a casa de la abuela por el bosque yo voy.
Cuando, de repente, al final de aquel caminito vio una casita muy pero que
muy pequeñita y se acercó intrigada. Estaba claro que aquella casa no podía
ser la casa de su abuelita. Era demasiado pequeña.
—Tralaralarita, limpio mi casita —cantaba una hermosa Ratita que la muy
presumida se había puesto un lazo rosa en su rabito.
—¡Buenos días Ratita! Pero... ¡Qué requeteguapita estás!
—Hago muy requetebién porque tú no me lo das —le contestó la Ratita un
poco chula.
—Ratita, Ratita, ¿sabrías decirme en dónde está la casa de mi abuelita?
—La casa de la abuela que vive en el bosque no está por esta zona. Tienes

241
que seguir ese camino de la derecha. Después te encontrarás un hermoso
castaño y entonces tomarás el camino de la izquierda y, al final de todo, por el
camino de los almendros creo que está la casa de una abuelita del bosque, le
contestó la Ratita.
—Ya veo que eres muy hacendosa. ¿Podrías venir a mi castillo a barrer un
poco? Es que no sé qué mosca les ha picado y están todos dormidos y no hay
manera de despertarlos para que trabajen.
—Verás, estoy buscando marido. Por ahora todos los que me han pedido
matrimonio son muy ruidosos cuando duermen. Ya que dices que allí están
todos dormidos iré a comprobar qué es lo que hacen mientras duermen. Me
casaré con el más silencioso y limpiaré tu castillo.
—Muchas gracias Ratita —dijo feliz la Princesita Aurora que por fin había
encontrado a alguien que pusiera en orden su castillo.
Y continuó su camino mientras iba cogiendo unas hermosas flores para
podérselas ofrecer a esa abuela que ella no conocía y de la que nunca había
oído hablar.
Y he aquí que al terminar el camino encontró un frondoso castaño.
—Este debe de ser el castaño del que me habló esa Ratita Presumida —se
dijo Aurora.
Y allí, a la vera del camino, había una preciosa casita de piedra. También
había alguien que llamaba a la puerta. Se acercó con curiosidad para ver quién
podría ser. ¡Dios mío!, le dio la risa al ver semejante disfraz extraño que se
había puesto el Señor Lobo. Estaba todo empolvado con harina y hablaba con
una voz de niña ridícula.
—Abridme, hijitos, que soy vuestra mamá.
—Pero Señor Lobo, ¿qué hace con ese ridículo disfraz? —le dijo la Pricesa
Aurora muerta de risa. ¿Quién vive en esa casita?
—Son unos amigos míos. Los Siete Cabritillos. Siempre jugamos a lo mismo
para que me abran la puerta.
—¡Ah! —le dijo la Princesita Aurora que seguía sin poder contener la risa—.
Pues dejadme que llame yo a la puerta porque a usted, con semejantes gallos
que hace con la voz, no hay quien le entienda. Hijo, ni que se hubiera comido
usted docenas y docenas de huevos para aclararla.
El Lobo salió corriendo todo enfurruñado por el camino por donde había
aparecido la Princesita Aurora. Aurora no entendía nada de lo que pasaba. Ella
sólo quería ayudar.
—¿Por qué se habrá puesto tan furioso? —se preguntaba mientras llamaba a
la puerta.

242
—Asoma la patita por debajo de la puerta —le dijeron siete vocecillas
temblorosas desde dentro.
Y la Princesita Aurora asomó su zapatito azul por debajo de la puerta.
—No te podemos abrir. Nuestra mamá tiene la patita blanca y la tuya es azul
—volvieron a decir las siete vocecillas.
—Yo no soy vuestra mamá. Soy la Princesita Aurora que me he perdido. ¿Me
podríais decir dónde está la casa de la abuelita?
—Sigue por el sendero de la derecha. Allí hay una casa en la que
seguramente te podrán informar. Nosotras no sabemos —dijeron las vocecillas.
La verdad es que Aurora estaba un poco cansada de tanto camino. Si no fuera
porque le intrigaba eso de conocer a la abuelita y que en el castillo resultaba
todo un poco aburrido con todos durmiendo, ya habría dado la vuelta.
Y en esto que empieza a oír una melodía que se iba acercando poco a poco.
«Ahí voy, ahí voy, a casa a descansar. Siusiusiusiu. Ahí voy, ahí voy, ahí
voy.»
—¡Qué divertido! —pensó Aurora—. ¡Nunca había visto nada parecido!
Eran siete hombrecillos que cantaban y silbaban felices y caminaban al ritmo
de la música. Cada uno llevaba una herramienta al hombro. De manera que
Aurora decidió salirles al encuentro para preguntarles por la casa de la abuelita.
Y al momento se vio redeada por esos hombrecillos que no le dejaban
preguntar nada porque eran ellos los que hablaban sin parar.
—¡Oh! Qué cabellos tan rubios. Parecen de oro.
—¿Te has perdido bella niña? ¡AAATTTTCHIIISSS! —dijo uno que no paraba
de estornudar.
—¿No irás a quedarte a vivir con nosotros? Otra niña, otra vez ¡no! —dijo uno
con cara de gruñón.
—¿Sabes? Nosotros ya cuidamos de una bella niña —dijo otro con cara de
felicidad.
—Se se se lla lla llama Blanca Ni Ni Nieves —tartamudeó uno mientras otro lo
único que hacía era asentir con la cabeza todo lo que decían, pero él no decía
ni pío.
—¿La conoces?
—Hace unos días se fue a vivir con un príncipe.
Y una vez que ya todos habían dicho algo, el que parecía más sabio los
mandó callar y puso orden.
—¡Silencio! Así no nos enteramos de nada. Dejemos que ella nos hable.
—Pues... es que... yo... busco la casa de la abuelita y me dijeron que por este

243
camino...
—¡AAAHHH! Tú buscas la casita que está al final del camino de los
almendros.
—Sí. Es que me han dicho que tengo una abuelita que vive allí —les explicó
Aurora.
—¡Qué pena!, nos gustaría que te quedaras a vivir con nosotros.
—Debes seguir por ese sendero. La encontrarás al final del camino de los
almendros.
—No hables con extraños. ¡AAATTTCHIIISSS!
—Y ten cuidado con el Señor Lobo.
—VU VU VU Vuelve a a a a visitarnos cu cu cu cuando quieras.
Total que Aurora continuó por el camino de los almendros mientras pensaba
qué simpáticos y amables habían sido esos Siete Enanitos. Cuando, por fin, al
final de camino estaba la casa de la abuelita.
TOC, TOC, TOC. Llamó a la puerta al mismo tiempo que preguntaba:
—¿Hay alguien?
—Pasa, hijita, pasa que estoy algo resfriada y estoy en la cama.
—Eres una abuelita un poco rara, ¿no? No se por qué me recuerdas a alguien
—le dijo Aurora sorprendida.
—Pues a quién a de ser, hijita, a cualquiera de la familia. ¿No ves que soy tu
abuelita? Y mientras decía esto alguien volvía a llamar a la puerta:
TOC, TOC, TOC.
—¿Abuelita se puede pasar?
Era una hermosa niña con dos largas trenzas y una caperuza roja.
—Pasa, hijita, pasa que estoy algo resfriada y estoy en la cama —volvió a
contestar la extraña abuelita.
—¡Pero!, abuelita, abuelita, ¿qué ojos tan grandes tienes? —le dijo la niña de
la caperuza roja.
—Es para veros mejor, hijitas.
—Abuelita, abuelita, ¿qué nariz tan grande tienes?
—Es para oleros mejor, hijitas.
—Abuelita, abuelita —dijo cada vez más temblorosa Caperucita (que así se
llamaba la niña de la caperuza roja)—, ¡qué boca tan grande tienes!
—¡Es para comeros mejor!
En ese momento el Lobo que se había disfrazado con el camisón de la

244
abuelita, saltó de la cama para comerse a las dos niñas que salieron corriendo
pidiendo ayuda. La Princesita Aurora tropezó sin querer con una piedra y se
encontró en el suelo con una rana delante de su cara. Sin saber por qué le
entraron unas ganas terribles de darle un beso a esa horrible, verde y
resbaladiza rana que, en ese momento, se convirtió en un Príncipe Azul
maravilloso para salvarlas de las garras del terrible y temible Lobo.
Y he aquí queridos niños, que este cuento se acaba como todos los cuentos
de hadas:
Fueron todos al castillo para celebrarlo. La Ratita Presumida, que como ya
dijimos era ella muy hacendosa y buscaba marido, los había despertado a todos
con un beso y organizó una gran fiesta con baile y todo. Todo resultó de
maravilla, salvo que, alguien invitado a la fiesta, perdió un hermoso zapatito de
cristal en las escaleras del castillo cuando sonaban las campanadas de media
noche. Por ahora, todos los mensajeros del castillo están buscando a quién
pertenece tan precioso zapatito.
Pero como ya os dije: Fueron todos muy felices y comieron perdices y a mí no
me dieron, porque no quisieron.
Colorín colorado este cuento se ha acabado.

ACTIVIDADES

245
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Los alumnos a partir de Cuarto Curso de Primaria pueden hacer lo que
han hecho los niños del cuento: Representar la obra a los más
pequeños.
2. Al final de la obra se puede pedir a los más pequeños un dibujo de lo
que han visto o que ellos inventen una historia con uno de los
personajes de la representación, pero con situaciones nuevas.
3. También para los más pequeños: hacer con plastilina los personajes que
ellos quieran o cualquiera de sus enseres. Por ejemplo: las botas del
Gato con Botas.
4. A partir de 4º de Primaria se puede hacer un «ÉRASE UNA VEZ UN
PUZZLE» pero completamente diferente al que se ha leído.
5. Después se pueden ir haciendo viñetas y presentarlo en un gran mural
en forma de cómic por los pasillos del colegio para que todos puedan
disfrutar de la obra.
6. Carmen Martín Gaite creó la Caperucita actual con su Caperucita en
Manhatan. Se puede hacer lo mismo con cualquier personaje de un
cuento clásico pero que vive en el siglo XX con nuestros adelantos,
problemas, etc. Por ejemplo una Cenicienta actual.
7. Se puede montar un cuento clásico como si fuera un serial radiofónico.
Para eso es muy importante practicar la lectura entonada, ¡ah!, y sin
olvidar los efectos especiales: el viento, la lluvia, un portazo, el sonido

246
del agua de un río...
8. Los cursos superiores pueden analizar los personajes de los cuentos
(Caperucita, Peter Pan, Rizos de Oro...). Describirlos, estudiar sus
comportamientos, sus sentimientos, el ambiente en que se
desenvuelven.

247
29. CARTA A UN NIÑO DE UN PAÍS
EN GUERRA

248
TEMAS
– Aprendizaje
– Solidaridad
– Amistad
– Paz
– Aprender a empatizar
– Saber escuchar

249
Otra vez más
Este cuento que viene a continuación nació de una conversación que le oí a mi
hijo de doce años con una persona mayor (87 años) mientras yo preparaba la
cena en la cocina. Esta persona mayor se indignaba, como lo hacemos todos,
ante estas acciones.
—A esos deberían... —comentaba mientras daban, otra vez más, la noticia en
la televisión de un asesinato.
—No. ¿No ves que ellos lo hacen porque están locos? —contestaba mi hijo—.
Nosotros no podemos hacer lo mismo que hacen ellos. No se puede ir matando
por ahí. Eso no soluciona nada. Además, eso ya se intentó y fíjate de qué sirvió.
En no pocas ocasiones se le pone a uno carne de gallina cuando oyes hablar
a un niño. Si prestáramos más atención a sus pensamientos, tal vez el mundo
empezaría a andar un poco mejor. ¿Por qué olvidamos tan pronto el ser niños?
Cuando termino de escribir este cuento leo en el periódico la noticia del
asesinato de tres cooperantes españoles en Ruanda: Manuel, María y Luis. Me
gustaría brindar este cuento como recuerdo y homenaje a ellos que les ha
merecido la pena vivir y morir por quienes los necesitaban.

Querido amigo que conozco y no conozco


Cuando el profesor lo propuso en la clase, me pareció una «chorrada». Pensé
que ya estaba como siempre con una de sus «ideas de bombero». Sólo a él se
le ocurre pedirnos en clase que escribiésemos una carta a otro niño que vive en
un país en guerra.
La verdad es que este profe no es igual a los demás. Sus «ideas de bombero»
suelen funcionar. Él nunca te echa de clase aunque hayas hecho algo que no
debías. Tampoco te llama la atención gritándote de todo delante de los
compañeros, ya sabes, eso que te deja tan cortado. Se limita a decirnos que
nuestro comportamiento no ha sido el correcto. Sin embargo, cuando hacemos
algo bien, siempre nos lo dice. Pero siempre, siempre, y a cada uno de la clase
que lo haya hecho bien. Me imagino que ya sabes cuánto anima esto.
Nos propone siempre unos trabajos un poco extraños, bueno, no sé si
extraños, pero sí diferentes. Lo que pasa es que, después, cuando por nosotros
mismos nos convencemos de que no está nada mal hacerlos, aprendemos una
cantidad de cosas nuevas que no veas...
Un día, cuando iba a llegar la primavera, nos pidió que buscásemos todos los

250
síntomas de la primavera pero no sólo en el campo, en las flores y en todo ese
rollo, que es lo que pensábamos hacer todos, sino también en las personas, en
nuestro cuerpo, en las casas, en la escuela, en la literatura, en el arte, en la
música. Otro día nos llevó de excursión a un río y nos pidió que anotásemos las
sensaciones sensoriales que percibíamos, ya sabes, a través del tacto, el oído,
etc. No veas la de cosas que aprendimos a reconocer de las que nunca nos
habíamos dado cuenta. Además nos ayuda a hacerlo y colabora con nosotros
en lugar de exigir y corregir. Se pasa el día diciendo que sólo se aprende lo que
se hace.
Pues como te iba diciendo (es que yo, de vez en cuando, me enrollo más que
un caracol reumático), volvía yo del colegio pensando en lo de la «chorrada» de
la carta cuando, sin darme cuenta, así, sin querer, le di una patada a un bote de
Coca-Cola que había en el suelo. El «clic» que sonó hizo saltar una chispa
dentro de mí. Oye, de repente vi tu cara, me encontré contigo. «Otra vez el
profe lo ha conseguido», pensé. Te había visto en la televisión hacía unos días.
Lo que pasa es que nos ponen tantas películas de guerra que, cuando vemos
las imágenes de verdad, pasamos de ellas.
Caminabas. ¿Hacia dónde? Ni tú mismo ni ese hermano que llevabas sobre
tus hombros me imagino que lo sabríais. Yo todo lo que llevaba sobre mis
hombros era una mochila llena de libros de la que, cantidad de veces, echo
pestes. Pesa. Pero aquel «clic» hizo que dejara de pesar. ¿Qué derecho tenía
yo a quejarme? En algún lugar he leído que los que pisan una mina recuerdan
para siempre el sonido y los dos segundos antes de ser pisada.
Te había encontrado. Había decidido meterme en tu piel para entenderte,
comprender cómo eres capaz de vivir y vives.
Supe de tu soledad. ¿Viven tus padres? Quiero pensar que sí, pero te imagino
volviendo a casa todos los días, después del colegio, sin saber qué te vas a
encontrar, o qué no te vas a encontrar. Eso, si tienes la suerte de poder a asistir
a una escuela y que se respete esa escuela durante los bombardeos. ¿Y tu
casa? ¿Existe tu casa?
Sentí tu incomunicación a pesar de ver en la televisión gentes de un lado a
otro. Pero, ¿por qué a pesar de ver varias personas juntas siento vuestro
aislamiento? ¿Para qué comunicar vuestro dolor si todos tenéis el mismo?
Y, ¿el miedo? Entonces algo me recorrió el espinazo y el corazón se me puso
en la garganta dando tumbos. Era terror. Tu vives todos los días con ese terror y
vives. Eres capaz de esperar una nueva mañana a pesar de tu miedo.
¿El hambre, la sed, el frío, los muertos, las armas, el sonido de las bombas,
las moscas, la suciedad, las enfermedades, el olor? ¿Y eso que se llama
enemigo?
Leí una vez un libro que contaba la historia de un niño que se llamaba Boris

251
que junto con una amiga que se llamaba Nadia, como tenían hambre, cruzaron
las líneas del enemigo. Allí les dieron comida. ¿Por qué somos tan
complicados? Eso pasaba en una guerra que se llamaba la Segunda Guerra
Mundial. Te diré que en clase de historia nos pasamos el día estudiando
guerras. Siempre todos estamos enfadados con todos por cualquier motivo. No
entiendo cómo todavía no hemos aprendido a no hacer guerras. ¿Todavía no se
han dado cuenta de que nada se consigue?
Eso sí, les encanta hablar de paz. Hay miles de tratados de paz, pero no los
deben de sentir muy dentro cuando los rompen. Hay muchos símbolos de paz,
que si la paloma, que si la pipa de la paz de los indios, que si el darse la mano.
También hay canciones, himnos, monumentos, grandes concentraciones que
promueven asociaciones pacifistas, etc., pero a mí me parece que nos pasa
como cuando me dice mi madre: «¡Hijo, me oyes como quien oye llover!»,
porque de poco sirve que yo dibuje una paloma y todo eso si no buscamos un
«esto hay que solucionarlo así y ahora».
Y total por «ten dinero, tuyo o ajeno» (esta frasecita la dice mucho un amigo
mío que se explica muy bien), quiero decir que, a la hora de la verdad, se
enfadan siempre por el mismo tema: Es que eso era mío. Yo puedo más que tú.
Eso que tú tienes me gusta para mí. Y todos empiezan a pensar en tener cosas,
en cómo hacer para conseguirlas y se olvidan de las personas. Mi padre
siempre dice que dos no pelean si uno no quiere y que para que no haya
problemas entre hermanos debe de haber una gran dosis de generosidad y
desprendimiento.
Cuando iba por la calle y me pasó eso de la Coca-Cola que te cuento, pensé
que te iba a escribir dándote el rollo de las cosas que pasaban aquí para
distraerte un poco. Ahora veo que no he sido capaz. No sé qué es lo que me ha
llevado a hablar de lo que me parece que tú sientes porque tú ya lo sabes muy
bien. Creo que es para que te sientas acompañado. Mi amigo, el de la frasecita
del dinero, cuando me siento mal por cualquier «chorrada» (porque lo mío sí
que son «chorradas»), le gusta acompañarme y decirme que sabe cómo me
siento, entonces mis «chorradas» empiezan a dejar de serlo tanto. El amigo
acompaña siempre en el camino y a mí me gustaría acompañarte en el tuyo
aunque por ahora todo lo que puedo ofrecer es un poco de charla.
También me parecía que era una «chorrada» escribirte porque tú no podrías
leer mi carta. Tenemos idiomas diferentes. Después me acordé de la cantidad
de personas que comparten su vida con personas de países en guerra para
ayudar a pasar un poco mejor los horrores que estáis viviendo. Entre todas esas
personas hay muchas de mi país que te la pueden traducir.
Aquí, en el colegio, nos dicen muchas veces que los jóvenes somos la
esperanza del futuro. La esperanza es la que nos lleva por la vida si no, ¿cómo
ibais a ser capaces de vivir vosotros? Espero (que también viene de esperanza)

252
que nosotros nunca lo olvidemos y que aprendamos a buscar soluciones
verdaderas para nuestro mundo, porque este mundo, aunque muchos no
quieren darse cuenta, es de todos.
¿Sabes que la «idea de bombero» de mi profe ha resultado bastante guay?
Es que hay «ideas de bombero» e «ideas de bombero guay». Guay para
nosotros quiere decir muy bueno. Te lo digo porque no tiene traducción. Son de
esas palabras que aparecen y desaparecen como por arte de magia. ¡Ojalá que
muchas cosas desaparecieran así! ¡O aparecieran! ¡Sería Guay!
Hasta pronto amigo. Tal vez, algún día tenga la suerte de abrazarte.

ACTIVIDADES

253
• PARA CHICOS Y CHICAS

***
1. Se puede construir un buzón con una simple caja de cartón y se coloca
en la clase o en el lugar en donde se realice la actividad. Se pueden ir
escribiendo cartas a niños, jóvenes o personas mayores de países en
guerra. Las cartas no es necesario que se firmen.
El día que se decida entre todos, se puede abrir el buzón y el Conductor
de Grupo puede ir leyendo las cartas. Entre todos se puede hablar sobre
qué sentimientos provocan la lectura de esas cartas. Se puede decidir
entre todos cuáles se pueden mandar a algún país en guerra tratando de
buscar a una persona en concreto buscando como intermediario alguna
ONG.
2. En un mapamundi señalar qué países están actualmente en guerra. A
continuación se puede dividir la clase en grupos pequeños y que cada
uno se especialice en una zona para recoger información y exponerlo al
resto de la clase proponiendo, al final, una resolución del conflicto que
les ha tocado estudiar.
3. Formar varios equipos y que cada uno se especialice en buscar:
a. Símbolos de paz utilizados a través de la historia de todos los
pueblos.
b. Tratados de paz hechos a través de la historia de todos los pueblos.
c. Personajes de paz que ha habido a través de la historia de todos los

254
pueblos.
d. Sinónimos de paz.
e. Monumentos a la paz construidos a través de la historia de todos los
pueblos.
Para presentarlos al resto del grupo, cada uno debe buscar la forma más
creativa de hacerlo. Formando la historia con fotos y postales. Formando
un gran mural. A través de una representación teatral. Una exposición
oral, etc.
4. Entre todos hacer la letra de una canción para la paz. También se puede
componer la música o bien adecuar la letra a una música ya conocida.
5. Formar dos grupos de 4 ó 5 personas y que cada grupo represente un
país que en este momento se encuentre en guerra con el otro.
a. Establecer un diálogo entre ambos países sabiendo que para que
exista diálogo se necesita:
— Respetar la persona del otro.
— Hablar sin violencia verbal ni chantaje.
— Saber escuchar hasta comprender a la persona que nos habla.
— Admitir que podemos estar equivocados.
— Saber serenarse.
— Dejar que el otro se explique sin ser interrumpido.
— Ser verdadero.
— No se puede dialogar ni a la defensiva ni a la ofensiva.
b. Llegar a una conclusión entre todos.
6. Los cuatro elementos desde el principio de los tiempos son: la Tierra, el
Aire, el Fuego, el Agua.
Buscar y hacer una listado entre todos de cómo se utilizan cada uno de
estos elementos para la guerra... ¿y para la paz?

255
30. GUSI

256
TEMAS
– Libertad
– Confianza
– Ser positivo
– Padres-hijos
– Aprender a vivir

257
¡Me han regalado un cuento!
Este cuento me lo ha regalado una amiga. Su nombre es Concha Jack. No hay
mejor regalo que aquel que viene de nosotros mismos y que no necesita fecha
para hacerlo. Este cuento lo inventó ella para sus hijos y no ha necesitado
ninguna fecha para regalármelo. Simplemente sabía que yo estaba escribiendo
unos cuentos para este libro y ella me regalo su cuento.
Es la primera vez que este cuento aparece impreso en un papel. También es
la primera vez que el cuento va a ser escuchado por muchos padres y por
muchos niños y niñas. Hasta ahora, Concha ha contado este cuento a cada uno
de sus siete hijos. Hasta ahora sus siete hijos han sido los privilegiados en
poder escucharlo, en poder soñarlo, en poder imaginarlo, en poder vivirlo.
En el cuento el hijo de Concha que aparece es Nacho. Nacho es el pequeño
de la casa con algunos años de diferencia con los otros seis hermanos. De
todas maneras estoy segura de que cuando Concha contaba este cuento a
Nacho, si había por allí cerca cualquiera de los otros hijos, se quedaban para
escucharlo.
De manera que ya sabéis: es Concha quien nos va a contar este cuento y es
Nacho, que mientras está un día en la cama con paperas, nos deja que
escuchemos con él las emocionantes aventuras de Gusi.
Siempre gracias, Concha, por tu regalo.

Gusi
—¡Mamaaaaaaá....! ¡Ven...! ¡Mamaaaaaaá...! ¡Mamaaaaaaá...!
¡Mamaaaaaá...!
—¿Qué quieres, Nacho? ¡Quieres no gritar tanto!
—¡Mamaaaaaá...! ¡Ven...!
—Ahora no puedo, Nacho. Espera un poco.
—¡Mamaaaaá...!
—¡¡¡Qué quieres!!!
—Que estoy aburrido. Me duele aquí —le dice Nacho a su madre mientras
señalaba un bulto tremendo que le salía debajo de la oreja.
—¿Quieres que te eche un poco de crema para que te alivie el dolor?
—¡No! Si me tocas me duele. No quiero crema. Quiero que me cuentes un
cuento.

258
—Nacho es que ahora no puedo. ¿No ves qué tengo muchísimas cosas que
hacer?
—Anda mamá, sólo uno que he estado solo toda la mañana. Cuéntame el de
Gusi.
—Bueno, sólo el de Gusi. Después tengo que terminar de hacer la comida.
La Primavera había ido tapizando de amapolas y de margaritas todos los
campos. Una luz, que iba creciendo por momentos, anunciaba ya el día y caía
sobre los montes y los valles y se quedaba quieta en el río. El Sol sentía un
poco de pereza de salir de entre sus sábanas. Y esa misma mañana en un árbol
de morera nacía Gusi. La Señora Gusana, al verle, se quedó extasiada. Iba
mirando poco a poco a su hijo y le llenaba de mimos con una voz más tierna
que los arroyos y, mientras, contaba todos los anillos de Gusi. Eran siete. Siete
hermosos anillitos que Gusi, primero muy torpemente pero después con mucha
destreza, estiraba y encogía dejándose arrastrar suavemente por una hoja de la
morera. Eran siete hermosos anillos brillantes como el oro. Gusi era un gusanito
tan hermoso que hasta los árboles vecinos se asomaban para mirar y curiosear.
Aprendió al lado de su madre a cómo comer la morera, cómo andar por el
árbol y no mucho más. Pero Gusi era un gusano decidido y una mañana dijo a
su madre:
—Mamá me voy a recorrer la pradera. Quiero conocer eso que llaman el
mundo.
Ni que decir tiene que la Señora Gusana se sobresaltó al oír semejantes
palabras y pensó: «¡Dios mío!, si acaba de nacer. ¡Con la cantidad de peligros
que acechan a un gusanito tan tierno y tan inexperto», y le dijo:
—Gusi, ten mucho cuidado con unos animales que tienen pico y plumas y que
en vez de andar como nosotros arrastrándose, vuelan. Se llaman pájaros y uno
de sus manjares favoritos somos nosotros, los gusanos.
—Que ya mami, que no te preocupes que tendré mucho cuidado y andaré con
mil ojos.
—Ten mucho cuidado con lo que comas. Come siempre hojas de morera que
no tienen ningún peligro no vaya a ser que, sin querer, comas algo que no
debas y te envenenes. Ten cuidado que nadie te pise, te aplastarían. Ten
cuidado... Ten cuidado... Ten cuidado... Ten cuidado...
Pero ya Gusi había bajado del árbol e iba oyendo todas las recomendaciones
de la Señora Gusana como lluvia que no escampa. Y La Señora Gusana se
quedó callada mientras lo miraba con cierta ensoñación por un lado y con no
poco temor por otro pensando en lo que le pudiera pasar.
Cuando llegó a la pradera grande y verde se le pusieron unos ojos grandes y
encendidos y tuvo una muy agradable sensación de libertad mientras miraba

259
todo con cierta ensoñación. Las gotitas de rocío brillaban con los rayos del Sol
y, cuando miraba las hierbitas a través de ellas, éstas se hacían más grandes y
gordonas. Las flores se dejaban adornar aún más por los estallidos de
mariposas que se posaban en sus pétalos. La hierba aún estaba fresquita y era
muy agradable arrastrarse por ella mientras el Sol calentaba sus siete anillitos
de oro. Gusi se sentía tan a gusto que se puso a cantar y su voz, pequeña y
refrescante, se mezclaba con las risas y las charlas de los pájaros. ¡Nunca pudo
imaginar que el mundo fuera tan grande! Y... andando, andando casi sin darse
cuenta llegó a un gran camino cubierto por una parra. Se encaramó por sus
barrotes. ¡Aquello sí que era divertido! Andaba un poquito y dejaba que el Sol
acariciara sus anillitos con su calor. Andaba otro poquito y ¡huuuummm! ¡Qué
fresquito más bueno cuando la sombra de las hojas de parra le acariciaba.
—¡Y qué divertido ver el cielo despedazado entre las hojas! —gritó Gusi.
Cuando de repente aquella diversión se le había acabado. Estaba en el suelo,
había bajado por la cepa de la parra y algo que tenía plumas y pico se le
acercaba.
—Pico y plumas —se dijo Gusi—, pero no vuela. Además este era mucho más
grande que todos los pájaros que había conocido hasta ahora.
Era un gallo elegante y orgulloso que con su «clo, clo, clo», disimulademente,
haciendo como que no veía a Gusi, movía la cabeza hacia todas partes y se iba
acercando poco a poco.
—Mamaaaaá —gritó Gusi muerto de miedo. Pero su madre estaba muy lejos
y no podía oírle.
—Clo, clo, clo —volvió a decir el gallo mientras se acercaba moviendo la
cabeza como si tuviera un resorte mirando primero a la derecha y clo, clo, clo,
después a la izquierda y clo, clo, clo.
El gallo miraba impaciente de un lado a otro sin comprender en dónde se
había metido tan apetitosa pieza.
—¿Dónde se habrá metido ese tierno gusanito? —se preguntaba
desconcertado.
Y Gusi, aunque tenía mucho miedo, aprovechó el momento en que el gallo
miraba hacia la izquierda y decía clo, clo, clo, para esconderse muy despacito
debajo de una hoja y allí estuvo un rato hasta que estuvo completamente
seguro de que el peligro había pasado.
—¡Uf! ¡Qué susto! —dijo Gusi muy bajito para que nadie pudiera oírle—. Estoy
sudando del miedo que acabo de pasar. ¡Humm! ¡Qué olorcito tan bueno! —
volvió a decir Gusi mientras olfateaba una manzana—. ¿Qué será esto tan rico?
La verdad es que no parece una hoja de morera. ¡Humm! ¡Y qué bien sabe! —
decía con la boca llena mientras empezaba a morder la manzana.

260
Era una manzana llena de olor, madurita y riquísima y como Gusi tenía mucha
mucha hambre, porque con todo el miedo que había pasado había consumido
muchas energías, siguió comiendo y comiendo e iba haciendo una galería por
dentro de la manzana sin acordarse del consejo de su madre: «sólo come hojas
de morera». Y así, comiendo y comiendo, llegó hasta el corazón de la manzana.
Allí estaban muy quietas dos señoras muy morenas, eran Doña Pepa y Doña
Pepita que al verlo se pusieron a protestar muy enfurruñadas las dos a un
tiempo:
—Oiga, joven, ¿quién le ha dado a usted permiso para entrar en nuestra
casa?
—¡Qué chico más atrevido! —gritó doña Pepa.
—¡Qué chico más insolente! —añadió Doña Pepita.
Gusi la verdad es que se asustó un poco ante tales gritos. Él no estaba
acostumbrado a que nadie le gritara. Pero después se dio cuenta de que a
Doña Pepa y a Doña Pepita se les iba toda la fuerza por la boca porque estaban
muy quietas y tan quietas se quedaron. Con lo cual a Gusi le empezó primero
una risa nerviosa que luego se fue convirtiendo en una larga carcajada, tan
larga como la galería que seguía haciendo a toda velocidad mientras se seguía
comiendo la apetitosa manzana.
—Algo raro pasa —pensó Gusi cuando sintió un golpe que venía de fuera.
Después la manzana empezó a rodar muy muy deprisa. La verdad es que
aquello parecía divertido, era lo mismo que bajar por un tobogán pero...
—Esto no para. ¿A dónde iremos Doña Pepa, Doña Pepita y yo?
Decidió asomar la cabecita por el agujerito que había hecho cuando entró.
Alguien debió de darle una patada a la manzana y corrían vertiginosamente.
Gusi, desde su improvisada ventanita, veía una era y el carro de bueyes
cargado de mazorcas de maíz, dos hórreos muy grandes para guardar el grano
durante el invierno, un magnolio inmenso, las cuadras de los animales, un
lavadero con una señora que lavaba la ropa, y seguían corriendo por un camino
cubierto de árboles que se juntaban en sus copas y formaban un túnel muy
fresquito y rodando rodando... ¡Chof! algo había gruñido y parecía haberse
enfadado. ¡Era un río! ¡La manzana había caído al río! A Gusi le gustó la idea.
Nunca había navegado y él estaba decidido a conocer el mundo y si tenía que
navegar Gusi estaba dispuesto a hacerlo. Lo malo fue que aquella embarcación
no era muy segura para semejante aventura. La manzana empezó a llenarse de
agua que iba entrando poco a poco por la ventanita que Gusi había abierto.
—¡Dios mío! No sé nadar —gritó para que alguien lo oyera—. ¡Mamaaaaaá!
Pero Mamá no estaba allí.
Menos mal que apareció una hoja flotando por el río. Otra vez una hojita iba a

261
ser su salvación. Cuando estuvo muy cerquita pasó muy despacito a la hoja y,
como pesaba poquito, se dejó llevar por la corriente hasta que la hoja quedó
parada en la orilla de un remanso del río. ¡Estaba salvado!, pero estaba
agotado. La aventura había resultado muy peligrosa. Aquello de navegar no
estaba hecho para los gusanos. Su madre tenía razón, lo mejor es la tierra firme
y los árboles de morera.
Gusi decidió descansar un rato a la orilla del río. Todo resplandecía: el agua,
la sombra de los árboles, el liquen de las piedras, las salpicaduras de las ranas
cuando saltaban de una piedra a otra. Un viento manso llegaba poco a poco y la
tarde se llenaba de grillos y de ladridos lejanos.
—¿Quién será el que se acerca? —pensó Gusi— con lo a gustito que se está
aquí?
Eran unas botas de pescador. Gusi no tuvo tiempo de escapar. Una mano se
le echó encima y una voz muy gorda y con un bigote muy grande le decía:
—Menuda trucha voy a pescar con este gusanito tan tierno.
—Mamaaaaá —quiso gritar Gusi, pero su voz no salía de su garganta. Estaba
paralizado por el miedo.
El pescador pusó a Gusi en el anzuelo y no se sabe bien por qué a Gusi no le
dolió. Después hizó un lanzamiento perfecto con su caña y Gusi fue a caer
delante de una hermosa trucha con unas manchitas muy rojas en su lomo. La
trucha saltó y cuando iba a meter el anzuelo en su boca Gusi le dijo:
—¡Cuidado! No me tragues ¿No ves que es una trampa? Mi cuerpo está
encubriendo un anzuelo que te enganchará la boca, el pescador te pescará y
moriremos los dos. Pero si con tus dientes logras cortar este hilo, yo me podré
marchar por el lado del anzuelo que no tiene gancho y tú quedarás libre. Así los
dos nos salvaremos.
La trucha que ya era grande y tenía la experiencia de otras historias que había
visto pasar a sus amigas le dijo:
—Gracias, chico, eres muy espabilado para lo joven y tierno que pareces. A
partir de ahora seremos amigos. Siempre que tengas algún peligro en el río, allí
estaré yo.
Y mientras le decía esto ya lo había puesto en la orilla del río y Gusi,
moviendo con toda destreza sus anillitos de oro, había conseguido salirse del
anzuelo sin ningún problema.
La tarde iba tirando de las mangas de la noche y Gusi ya no tenía ganas de
vivir más aventuras. Estaba muy cansado y tenía ganas de volver al lado de su
mamá. ¡Cuántos peligros había vivido! ¡Qué ganas de llegar a la morera y qué
ganas de contarle todo a su madre!
El camino de vuelta se le hizo muy muy largo y pesado. Una extraña tristeza

262
se posó sin ruido. La morera estaba muy lejos y tenía que hacer un gran
esfuerzo para llegar. Le apetecía dormir acurrucadito al calorcito de mamá.
—Mamaaaaá, mamaaaá —gritó Gusi en cuanto vio la morera a lo lejos. Pero
Gusana ya había echado a andar, estaba preocupada y le había parecido oír la
voz de Gusi. ¿Por qué será que las mamás oyen mejor que nadie la voz de sus
hijos aunque estén muy lejos?
—Sube, mi pequeño, sube a mi lomo que yo te llevaré a casa.
Y la noche caía ya hermosa y tibia sobre la morera. Un viento suave, que
llegaba despacito, se adormilaba, igual que Gusi, al ritmo de la nana que
cantaba Gusana. Las estrellas vigilaban sus sueños.
—Otro, mamá, por favor. Anda, otro nada más.
—Ahora no puedo, Nacho. Por la tarde te cuento el del «Pico Sacro» y
mañana el de «Pelusita». ¿Verdad que estás mucho mejor?
—Sí, mamá, estoy mucho mejor. No sé qué será que noto un agujerito aquí en
la tripa.
—Te traeré algo de comer, ya verás como tapamos el agujerito.

ACTIVIDADES

263
• PARA GRUPOS DE PADRES EDUCADORES

***
1. Expresión espontánea de nuestros sentimientos ante la lectura del
cuento de Gusi.
2. Poner en común escribiendo en la pizarra síntomas y características de
lo que entendemos por:
a) Persona libre.
b) Persona no libre.
3. a) «Yo, en mi vida, me sentí muy libre» (Contar una anécdota personal)
b) «Yo, en mi vida, me sentí muy atado» (Contar una anécdota personal)
4. Mediante la técnica de la «Discusión Dirigida» trabajar con estas frases:
a) La verdad os hará libres / sólo siendo libre podrás ser verdadero.
b) Locomotoras / automotores.
c) La seguridad de la jaula de un zoológico nunca es tan grande como
la seguridad y confianza en uno mismo.
d) Responsabilizarse es la única escuela e índice de libertad.
e) Miedo a perder el poder de manejar / alegría de que aprendan a
automanejarse.
f) La libertad nunca se puede imponer. Ni se da ni se regala. Sólo se
reconoce y se favorece.
g) Sólo se aprende lo que se hace. / La libertad de tomar decisiones:
decidiendo.
5. Hacer un listado sobre qué libertades se pueden dar a los hijos. Se
puede hacer el listado por edades, en casa, en la calle, en el colegio.

264
(Recordad que toda buena educación se caracteriza por la disminución
de los problemas de disciplina a medida que van creciendo en edad
vuestros hijos porque disminuyen las normas. Si no es así es que no
hemos logrado que aprendan a ser responsables y por tanto a sentirse
más libres.)
6. ¿Qué suele impedir que nos sintamos libres tanto desde fuera de
nosotros como desde dentro?
7. Palabras sinónimas, afines, equívocas, antónimas de libertad.

265
31. LA TERNURA DE LA MADRE
NIEVE

266
TEMAS
– Parábola de regalo

267
Porque es Navidad
Y termino esta colección de cuentos con la Navidad. Una Navidad que este año
ha querido engalanarse de blanco. Veo desde mi ventana cómo se dejan caer
unos copos lentos, nupciales, silenciosos.
No se por qué nos gusta ir cerrando puertas a lo largo del año. Se acaba la
Navidad y echamos el pestillo a su puerta hasta el año próximo. Sin embargo,
este año se me antoja dejar esa puerta abierta y, en lugar de retirar el Belén que
se prepara en las casas, hacernos personajes de él. Porque Navidad es nacer.
Porque todos los días nos nace un día nuevo. Porque, durante el año, todos
podemos convertirnos en pastores que comparten un camino; porque todos
podemos aprender a ser la estrella para entregar la luz otros; porque también
podemos aprender a ser cueva. Cuevas de espalda curvada, acogedoras, sin
temor a la ternura; porque todos aprendemos a ser palabra porque las palabras
sirven para expresar nuestros sentimientos, nuestros compromisos.
Y en honor a esta nieve que nos ha querido visitar este año, durante la
Navidad, os brindo mi último cuento de esta colección.

La ternura de la Madre Nieve


Y la nieve caía en copos finos y suaves como plumón de paloma.
Era limpia como el nacer de un río. Tan preciosa, que brillaba en rayos de mil
colores cambiantes, que huían hacia todas partes, cuando el Sol la acariciaba
sesgadamente con la ternura madura del amanecer.
Generosa, cubriendo con su manto campos y árboles que necesitaban de su
humedad y se ataviaban con su blancura.
Los niños, felices, jugaban con ella formando grandes bolas y muñecos de
nieve, y ella, la Madre Nieve, se dejaba moldear y modelar, entregándose a las
manos de los hombres. A todas las manos de todos los hombres.
Éstos la apartaban a un lado de los caminos, y la nieve se dejaba arrinconar
para no causar daño (¡y eso que la desfiguraban tanto!).
Otras veces, dejaba que los hombres la pisaran, sintiendo ella en sus entrañas
el eco y la herida de sus pisadas.
Era fría, pero sólo en apariencia. Cuando el Sol la acariciaba, sentía tan
dentro su ternura que se iba deshaciendo en lágrimas silenciosas: moría la
nieve.
¿Nacía la lluvia?

268
A modo de epílogo. El cuento de mis
cuentos
Sintiendo pasar el tiempo
y mi tiempo sobre el tiempo,
los años borran los años,
mas no los tiernos recuerdos.
Siento una rara añoranza,
cuando me pierdo entre ellos.
Érase una vez una niña a la que llamaban «cinco pecas» (después se
multiplicaron por muchos miles). Nací un día de verano de 1952 en Vigo
(Pontevedra), aunque siempre viví en La Coruña. De manera que, como
también sé «contar de cuentas», este año llegaré a los 45, éstos son los ya
vividos. En realidad los años verdaderamente míos, los que tengo, son los que
me quedan por vivir, pero esos, ignoro cuántos van a ser.
En ciertas horas del día
se tensan mis sentimientos,
como se tensan las cuerdas
de cualquier viejo instrumento.
Mi alma quieta, callada,
escucha el lento pasar
del silencio en mis recuerdos.
Entre una luz muy caliente
todo renace de nuevo:
No sé cuándo empecé a leer, pero sí sé que iba todos los días cuando tenía 5
años a casa de una profesora y, todos los días, una prima y yo nos
escondíamos debajo de las faldas de una gran mesa camilla. La profesora hacía
como que encendía la radio, y nosotras cantábamos en nuestro escondite.
Después leíamos y escribíamos y el premio por hacerlo tan bien, era escuchar
un cuento de un pato que iba a clase de natación porque no sabía nadar.
A los 7 años empecé a ir al colegio a Pontevedra y a los 12 a Madrid. Y me
gustaba el olor a papel, a goma de borrar y el olor a mandarina que traían las
externas que comían en sus casas. En Madrid echaba de menos la lluvia pero
me gustaba el olor de las moreras en primavera.
Al madurar los membrillos
volvíamos al colegio,
el silencio de las filas,
alboroto en los recreos.

269
Volvíamos a casa en vacaciones. Me gustaba colgarme de los árboles boca
abajo, comer fruta, lavar la ropa en el lavadero de piedra, correr detrás de las
gallinas, el olor a romero de la abuela, escuchar en la radio «Matilde, Perico y
Periquín», leer cuentos y bailar cuando oía el sonido una gaita.
El poder volver a casa
entre unos brazos abiertos.
Humo azul en los tejados,
la lluvia, el hogar, los cuentos.
La abuela, su pelo blanco,
un fresco aroma a romero.
La alegría del verano,
siempre Sol en mis recuerdos.
Las risas, las ilusiones,
las excursiones, los juegos,
viejas y alegres canciones,
el rumor de los secretos,
el árbol de robinsones
que guardaba nuestros sueños.
Hermanos y primos juntos
en casa de los abuelos,
nacidos para la risa,
ahora tiernos recuerdos.
Y «crecí» tanto como para poder ir a la Universidad. En 1970 empezaba
«Filosofía y Letras» en Santiago de Compostela. Leía, estudiaba y volvía a leer.
Me enamoré, iba mucho al cine, me gustaba el murmullo de la lluvia y, cuando
oía el sonido de una gaita, bailaba.
Después me casé con Javier y nació Andrea y le escribí su nana.
Llegaste mi niña,
llegaste ya Andrea
llegaste a mi vida
mi niña primera...
Y yo entre susurros,
te abrigo en mi seno,
mis brazos, tu nido,
te arrullo y te quiero.
Andrea hizo la foto de la solapa de este libro.
Y al poquito tiempo Javier también tuvo su nana:
¿Por qué cuando yo te beso
mis labios saben a miel,

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mientras recorro tu cuerpo
con tu dulzura Javier?
Javier me acompaña con su guitarra.
Y cuando Andrea cumplió tres años y Javier todavía no había cumplido los
dos, llegó Bibiana que, al igual que sus hermanos, fue un sueño soñado por
dos.
Te soñábamos, mi amor,
hecha de luz y de espuma,
con la carita de luna,
y hoy te hiciste color.
Bibiana es quien ha ilustrado la mayoría de estos cuentos.
Y cuando Bibiana tenía 3 años, llegó Leticia.
Leticia, alegría.
Leticia, la risa.
Leticia, mi niña.
Leticia, canción.
Leticia es el agua.
Leticia es el día.
Leticia es la brisa
que Dios sonrió.
Leticia ha ilustrado el cuento de «Tina Celestina» y me gusta oírla al piano
mientras escribo.
Y cuando todos sabíamos comer con cuchillo y tenedor y habían desaparecido
de casa los chupetes y los pañales, nos llegó Yago.
Llegaste mi niño
tu risa también,
hicimos tu nido
los seis a la vez.
Leticia te besa,
Andrea te mima,
Javier te acaricia,
Bibiana te mira,
papá te recome,
mamá te acariña.
Yago, además de escribir conmigo el cuento del «Pirata Mala Pata», lo ha
ilustrado.
Y a todos nos gusta cantar cuando estamos juntos y escuchar música. Todos

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han estudiado música y tocan algún instrumento. También hemos llegado a
pescar todos la misma trucha (menos mal que nunca se les ocurrió mirar el
cesto) cuando eran pequeños e íbamos al río. Nos gusta jugar a las nubes
cuando vamos de viaje. También nos gusta contarnos cosas y escucharnos.
Nuestros hijos gozan con su propia historia. Sí, sí, su propia historia: «¿Te
acuedas aquel día que te caíste y...?». «...Pues tú cuando empezaste a hablar
la “s” la pronunciabas como una “ch” y decías: Chi, despuéch vamoch.» «¿Y tú,
que el primer día que fuiste al cole, no querías volver a casa?»
No importa la edad, les gusta a todos. Les divierte oír las de los hermanos
pero, cada uno, espera la «suya» muy atento. Aunque la hayan oído una y mil
veces, la espera con la misma atención Andrea (con 23 años) como Yago (con
13 años). Claro que, si hacemos un poco de examen de cociencia, cuántas
veces nos encontramos nosotros mismos, perdidos en el desván de nuestra
infancia, contando anécdotas, viejas historias familiares, tradiciones...
Todos hemos contado cuentos a nuestros hijos en algún momento. ¿Quién no
ha puesto alguna vez una voz como los truenos cuando hablaba como el ogro
de Pulgarcito? ¿O la voz temblorosa y vibrante como los juncos movidos por el
viento, cuando los que hablaban eran los siete cabritillos? ¿O ha utilizado esas
palabras como virutas, rizadas y doradas, pero muy quebradizas, de la
madrastra de Blancanieves? Cuando lo hacemos, nos damos cuenta de que
cada uno tiene su cuento favorito. Cada uno pedirá el «suyo», siempre con los
mismos gestos, con la misma entonación de voz y con los mismos silencios y...
¡pobre de ti como no lo hagas así! Te corregirán cada fallo que tengas.
Un día, ayudando a una de mis hijas a hacer una canción, un amigo de la
familia me dijo que por qué no escribía. Fue así como empecé a escribir sobre
papel todo lo que había imaginado y contado durante toda mi vida. Después,
empecé a trabajar en la Revista Padres y Maestros. Al poco tiempo me
brindaron la oportunidad de publicar. Mi comienzo fue con unos cuentos cuando
se celebraba el Año Internacional de la Familia. Entonces se publicaron:
– El rey Churumbel.
– El pirata Mala Pata.
– Tina Celestina.
– Una cabeza a pájaros.
– La Luna me acerca a mi familia.
– Montaña Feliz.
– Si ya lo decíamos nosotros.
– Michael, tío, échame una mano.
– El reloj de la abuela.

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– Pero... ¿quién es en realidad la oveja negra?
Además, desde entonces, hago recensiones de obras Infantiles y Juveniles. Y
así, poco a poco, han ido naciendo mis cuentos.
Quisiera perder mi miedo,
y perderme, ya sin miedo,
en el telar de mis cuentos.
Subo al desván de mi infancia,
perdiéndome en mis recuerdos.
Tiembla mi mano insegura,
me quedo quieta en mi tiempo.
Y el hilo de la memoria
va bordando narraciones:
Deseos, juegos, amores,
que la imagen los transforma.
Gozando en esta ficción,
voy combinando colores,
algodones, lanas, sedas.
Así, lenta, despaciosa,
voy tejiendo yo mis cuentos.
Hilo puntada a puntada,
entramando, yo, en mis sueños:
Las olas, el mar, las nubes,
los niños, el Sol, un viejo.
Azules, rojos y lilas.
sabores, brisas y cielos.
Y a mi interlocutor lo sueño,
igual que sueño mis cuentos.
Me sigue gustando mucho leer, el olor a papel, el murmullo de la lluvia, el
bramido del mar, la tierra y mi tierra, escribir cuentos, los besos que saben a
cielo, quedarme flotando entre la realidad y el sueño, cantar todos juntos,
contarnos nuestros cuentos y, cuando suena una gaita, no lo puedo evitar, se
me van los pies porque me sigue gustando bailar.
No quiero terminar este cuento con un «colorín colorado» porque el cuento
aún no ha acabado. ¿Qué cuando acabará? Ni yo misma lo sé. Como dije al
principio, tampoco sé cuántos años tengo, es decir, cuántos años tengo para
vivir. En este caso, el no saber, resulta estimulante. El ser capaz de llenar de
sentido los años que tengo para vivir, el poder seguir escribiendo cuentos para
todos aquellos que quieran leerlos y, por supuesto, salir a bailar cuando oiga los
sones de una gaita.

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Índice
Asteriscos a modo de prólogo. Divagaciones sobre el cuento 5
1. EL REY CHURUMBEL 9
2. EL PIRATA MALA PATA 17
3. TINA CELESTINA 25
4. UNA CABEZA A PÁJAROS 31
5. LA LUNA ME ACERCA A MI FAMILIA 38
6. MONTAÑA FELIZ 47
7. SI YA LO DECÍAMOS NOSOTROS 55
8. MICHAEL, TÍO, ÉCHAME UNA MANO 63
9. EL QUE NO SE ARRIESGA 71
10. ¡MENUDO MARRÓN! 79
11. EL RELOJ DE LA ABUELA 87
12. LAS MIL HISTORIAS DE ANTÓN EL COJO 96
13. JUEGOS CON YAGO 105
14. PERO... ¿QUIÉN ES, EN REALIDAD, LA OVEJA NEGRA? 118
15. EL MUÑECO SALTIRÓN 126
16. EL SUEÑO DE OLEGARIO 135
17. SOLO ANTE EL PELIGRO 142
18. CACAO-CHICO 151
19. UNA MAMÁ CISNE 160
20. EL COLUMPIO 168
21. PURRUSALDA 177
22. HAGA LO QUE HAGA, ANTOÑITA ES MAGA 185
23. UNA GOTA DE VIDA 193
24. QUERIDO JACOBO... QUERIDA ANDREA 198
25. LA BRUJA ANGÉLICA 206
26. REGATO, APRENDIZ DE RÍO 217
27. TIBURCIO QUIERE SER IMPORTANTE 230
28. ¡VAYA LÍO QUE SE ARMÓ! 237
274
29. CARTA A UN NIÑO DE UN PAÍS EN GUERRA 248
30. GUSI 256
31. LA TERNURA DE LA MADRE NIEVE 266
A modo de epílogo. El cuento de mis cuentos 269

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