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Como las etiquetas que

ponemos cambian nuestra


realidad
Cada vez que colocamos una etiqueta estamos reduciendo la riqueza de aquello
que etiquetamos. Cuando clasificamos los sucesos como “buenos” o “malos”,
dejamos de percibir la imagen completa. Como dijera Søren Kierkegaard: “Cuando
me etiquetas, me niegas”, porque cada vez que etiquetamos a alguien negamos
su riqueza y complejidad.

“Sé curioso, no crítico”, escribió Walt Whitman. La vida no es ni buena ni


mala. Donde algunos ven un problema, otros pueden encontrar una
oportunidad. Cada vez que etiquetamos los eventos, los convertimos en
buenos o malos. Cada vez que juzgamos lo que nos sucede, emprendemos
una batalla contra la realidad en la que casi siempre tendremos las de
perder.

Las etiquetas, ese mecanismo de reacción


rudimentario con el que limitamos la realidad
Las etiquetas pueden llegar a ser tan útiles que nos resulta difícil escapar
de ellas. En algunas situaciones nos facilitan la vida ya que se convierten
en puntos cardinales, un sistema de orientación rápido que activa los
mecanismos de respuesta que hemos aprendido sin tener que pensar
demasiado. Son como un disparador simplificado que conecta una realidad
compleja con una respuesta sencilla.

Nuestra profunda adhesión a las etiquetas proviene, en gran medida, de


nuestra necesidad de sentirnos seguros y controlar nuestro entorno. Una
etiqueta es una respuesta rápida que nos hace sentir que tenemos el
control, aunque no sea más que una percepción ilusoria.

Si hemos etiquetado a una persona como “tóxica”, no necesitamos más,


intentaremos mantenernos alejados de ella. Si hemos etiquetado una
situación como “indeseable” haremos todo lo posible por escapar de ella.
No necesitamos más.
El problema es que el mundo no es tan sencillo. Cada vez que colocamos
una etiqueta estamos reduciendo la riqueza de aquello que etiquetamos.
Cuando clasificamos los sucesos como “buenos” o “malos”, dejamos de
percibir la imagen completa. Como dijera Søren Kierkegaard: “Cuando me
etiquetas, me niegas”, porque cada vez que etiquetamos a alguien
negamos su riqueza y complejidad.

La Teoría del Etiquetado: ¿Cómo las


etiquetas que usamos dan forma a nuestra
realidad?
Los psicólogos comenzaron a estudiar las etiquetas en la década de 1930,
cuando el lingüista Benjamin Whorf propuso la hipótesis de la relatividad
lingüística. Creía que las palabras que usamos para describir lo que vemos
no son meras etiquetas, sino que terminan determinando lo que vemos.

Décadas más tarde, la psicóloga cognitiva Lera Boroditsky lo demostró con


un experimento. Pidió a personas de lengua madre inglés o ruso que
distinguieran entre dos tonos de azul muy similares, pero sutilmente
diferentes. En inglés, existe solo una palabra para el color azul, pero los
rusos dividen automáticamente el espectro de azul en azules más claros
(goluboy) y azules más oscuros (siniy). Curiosamente, quienes hablaban
ruso distinguieron más rápido la diferencia entre los dos tonos, mientras
que a las personas que hablaban inglés les costaba mucho más.

Las etiquetas no solo dan forma más a nuestra percepción del color, sino
que también cambian la manera en que percibimos situaciones más
complejas. Un estudio clásico realizado en la Universidad de Princeton
mostró el enorme alcance de las etiquetas.

Estos psicólogos mostraron a un grupo de personas un vídeo de una niña


jugando en un barrio de bajos ingresos y a otro grupo le mostraron a la
misma niña, jugando de la misma manera, pero en un barrio de clase
media-alta. En el vídeo también se hacían preguntas a la niña, algunas las
respondía bien, en otras se equivocaba.

Darley y Gross descubrieron que las personas usaron la etiqueta de estatus


socioeconómico como un índice de la capacidad académica. Cuando la niña
fue etiquetada como “clase media”, las personas creían que su desempeño
cognitivo era mejor. Esto nos revela que una simple etiqueta,
aparentemente inocua y objetiva, activa una serie de prejuicios o ideas
preconcebidas que terminan determinando nuestra imagen de las personas
o la realidad.

El problema va mucho más allá, las implicaciones del etiquetado son


inmensas, como demostraron Robert Rosenthal y Lenore Jacobson. Estos
psicólogos educativos comprobaron que si los profesores creen que un niño
tiene menos capacidad intelectual – aunque no sea cierto – le trataran
como tal y ese niño terminará obteniendo peores calificaciones, no porque
carezca de las habilidades necesarias sino simplemente porque han recibido
menos atención durante las clases. Es una profecía que se autocumple:
cuando creemos que algo es real, podemos convertirlo en real con nuestras
actitudes y comportamientos.

Nadie es inmune al influjo de las etiquetas. La teoría del etiquetado indica


que nuestra identidad y comportamientos están determinados o
influenciados por los términos que nosotros mismos o los demás utilizan
para describirnos.

Las etiquetas dicen más de quien etiqueta,


que de quien es etiquetado
Toni Morrison, la escritora estadounidense, ganadora de un Premio Pulitzer
y Premio Nobel de Literatura, escribió: “Las definiciones pertenecen a los
definidores, no a los definidos”. Cada etiqueta que colocamos, con el
objetivo de limitar a los demás, en realidad restringe nuestro mundo. Cada
etiqueta es la expresión de nuestra incapacidad para lidiar con la
complejidad y la incertidumbre, con lo inesperado y lo ambivalente.

De hecho, solemos recurrir a las etiquetas cuando la realidad es tan


compleja que nos desborda psicológicamente, o cuando no contamos con
las herramientas cognitivas para valorar en su justa medida lo que está
sucediendo.

Desde esta perspectiva, cada etiqueta es como un túnel que nos cierra la
visión a una realidad más vasta, amplia y compleja. Y si no tenemos una
perspectiva global de lo que está ocurriendo, no podremos responder de
manera adaptativa. En ese momento dejamos de responder ante la realidad
para comenzar a responder ante la imagen sesgada de la realidad que
hemos construido en nuestra mente.
Las etiquetas flexibles disminuyen nuestro
nivel de estrés
Usar términos fijos para describir a las personas o a nosotros mismos no
solo es limitante, sino también estresante. Al contrario, pensar en la
identidad de manera más flexible disminuirá nuestro nivel de estrés, como
indicaron psicólogos de la Universidad de Texas.

El estudio, llevado a cabo con estudiantes, reveló que aquellos que creían
que la personalidad podía cambiar, tanto la suya como la de los
compañeros que etiquetaron, se estresaban menos en situaciones de
exclusión social y, al final del año, se habían enfermedo menos que las
personas que solían aplicar etiquetas fijas.

Tener una visión más flexible del mundo nos permite adaptarnos con mayor
facilidad a los cambios, de manera que nos estresaremos mucho menos.
Además, comprender que todo puede cambiar – nosotros mismos o las
personas – evitará que caigamos en los brazos del fatalismo, de manera
que podremos desarrollar una visión más optimista de la vida.

¿Cómo escapar de las etiquetas?


Necesitamos recordar que “bueno” y “malo” son dos lados de una misma
moneda. Hasta que no lo entendamos, nos quedaremos atrapados en el
pensamiento dicotómico, víctimas de las etiquetas que nosotros mismos
ponemos.

También necesitamos entender que, si alguien hace algo mal desde nuestro
punto de vista, no significa que sea una mala persona, sino simplemente
una persona que hizo algo que no se corresponde con nuestro sistema de
valores.

Recordemos que “a veces es la gente de la que nadie espera nada, hace


cosas que nadie puede imaginar”, como dijo Alan Turing. Porque a veces,
solo debemos abrirnos a las experiencias, sin ideas preestablecidas, y dejar
que esta nos sorprenda.

Fuentes:

Rinconpsicologia.com

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