Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Bernard GOLSE
¿Los bebés saben jugar? Se trata de una pregunta que se inscribe en el fondo de
la nueva visión del bebé que es la nuestra desde que no los consideramos más como un
lactante, es decir como un ser pasivo y casi enteramente dependiente de su entorno.
Después de este cambio radical en nuestra manera de considerarlo, y después de haberlo
descrito –de manera sin duda un poco excesiva- como un verdadero “héroe” sin
tropiezos, dotado de todas las competencias, muchas preguntas nos hacemos ahora
sobre este aspecto: ¿Los bebés saben pensar? ¿Los bebés saben transferir? ¿Los bebés
saben jugar? Es esta última pregunta que nosotros trataremos acá, examinando
sucesivamente las condiciones necesarias al juego de los bebés, los diferentes tipos de
juegos posibles en ellos y, al final, el juego como espacio de relato y de libertad.
Antes de esto, es importante sin embargo decir, que es sin duda útil distinguir,
como para la conciencia, un juego tético(thétique) y un juego no tético(non thétique).
Dicho de otra manera, del mismo modo que existe una conciencia que no es
forzosamente conciencia de sí misma (conciencia no tética), del mismo modo existe
probablemente un juego no tético en el seno del cual el sujeto, o futuro sujeto, no tiene
todavía conciencia de la dimensión lúdica de su acción. Saber que se juega testimonia
en efecto un grado de diferenciación intrapsíquica desde ya muy sofisticada, y en la
misma perspectiva, la dimensión “meta” del juego (jugar a jugar) no puede ser más que
relativamente tardía en el curso del desarrollo.
El juego de los bebés es uno de los procesos que les permite acceder a la
intersubjetividad, a las modalidades de funcionamiento triádico, al lenguaje y a la
simbolización y, siendo así, existe una gran diferencia entre el juego de los niños y el
juego de los bebés. Los niños pueden en efecto preguntar: “¿tú quieres jugar conmigo?”
o “¿yo puedo jugar contigo?”. Los bebés no nos preguntan nada, exigen de nosotros que
juguemos con ellos y, cuando todo transcurre bien, nos dan verdaderamente ganas de
hacerlo. Nosotros veremos sin embargo que el juego de los bebés no es siempre de
naturaleza relacional.
Entre las numerosas condiciones necesarias para la instauración del juego en los
bebés, examinaremos la maleabilidad del otro, la narratividad del otro y la cuestión, al
final, de la alteridad del otro.
La maleabilidad del otro
Todo juego, relacional o no, teniendo un valor de actividad de unión, vemos bien cómo
la narratividad del otro y el placer que toma de esto intervienen como una condición
sine qua non del futuro juego del niño, y es así que se trata de un juego de dimensión
relacional o no.
Colocación situación
Lo “igual” y lo “no igual” del otro (G. Haag)
Podemos tomar bajo este término un cierto número de actividades del bebé que
le permiten sentirse existir y le aseguran su sentimiento de continuidad de existencia
(D.W. Winnicott) constituyéndose progresivamente en un sujeto pensante y deseante.
Estos son por ejemplo todas las actividades autocentradas que le van hacer trabajar el
pasaje de la autosensorialidad (F.Tustin) a los autoerotismos propiamente dichos.
-El juego de “cosquillas y atrapada” muchas veces tomado como ejemplo por
D. N. Stern para ilustrar hasta qué punto el bebé tiene la capacidad de analizar un cierto
número de secuencias o de progresiones temporales en las acciones del otro, y de
detectar las desviaciones con respecto a los ritmos escuchados. Es esta capacidad de
abstracción en el análisis del estilo interactivo de sus compañeros relacionales, lo que
permite al niño construir las famosas “representaciones de interacción generalizada”.
El juego es un espacio de relato mutuo, y esto mismo también es con los bebés.
Cada vez que un adulto se ocupa de un bebé, se instaura entre ellos un estilo interactivo
absolutamente específico de esta pareja adulto/niño particular. Este estilo interactivo es
en efecto la resultante de la puesta en juego de las características propias a dos
partenaires de la interacción, marca que debe conducirnos a relativizar mucho, y en
efecto a refutar totalmente las nociones de “buena” o de “mala” madre de las cuales
sabemos todos los estragos que han podido inducir.
El adulto aporta en al interacción todas sus capacidades de sintonía y de
armonización de los afectos, toda su historia (notablemente infantil) y todo el peso de su
personalidad, pero también todo el impacto del lugar que este bebé particular ocupa en
el seno de su mundo representacional (donde la marca de cada adulto no se entiende,
evidentemente, de la misma manera que la de cada niño)
La naturaleza de las proyecciones que el adulto efectúa sobre el niño depende
entonces, en gran parte, de toda la historia de su conflictividad edípica y preedípica, de
su dinámica fantasmática inconsciente personal. Cada uno intenta probablemente
inducir en el otro, funcionamientos que le recuerden vivencias antiguas y hay allí, se ve
bien, una suerte de dinámica “transferencial” compartida y recíproca a la cual, sin
embargo, cada uno de los dos partenaires de la interacción deben saber resistir.
El adulto no puede pedir al bebé que funcione solamente a imagen del bebé que
él ha sido o que él cree haber sido (habría allí un riesgo de alineación apremiante u
obligatoria), pero el bebé no puede pedir a los adultos que él funcione solamente sobre
el modelo de las primeras imagos (habrá aquí un riesgo de repetición mortífera). Por lo
tanto la idea que estos encuentros tienen algo de un juego donde cada uno intenta
modificar al otro aceptando modificar al otro en sí, verdadero desafío del que depende
el espacio de libertad que se va a crear o no, en el seno de estos encuentros y sus
efectos.
CONCLUSIONES
Se retiene de estas pocas líneas que el juego de los bebés, aunque no presenten
todavía las características del juego de los niños más grandes, se comprueba en cierta
manera posible y trae sin embargo apuestas considerables.
Nos invita primero, ni más ni menos, a pensar en la aptitud de transferencia de
los bebés, su modalidad de acceso a la intersubjetividad, al lenguaje y a la
simbolización.
Nos permite imaginar que el juego representa quizás uno de los precursores del
sueño, en particular por sus potencialidades de ligazón, pero en el seno, de una probable
dialéctica entre el sueño y el juego.
Nos muestra además que el juego permite al sujeto el descubrimiento del otro,
pero de un otro espejo de sí mismo, es decir con “suficientemente igual” que él mismo
y un poco de “no igual”.
Nos invita a considerar que no hay juego sin placer compartido y que, por este
hecho, la emoción, aquí también, se comprueba primera, como marca que abre sobre el
impacto de las depresiones maternas, notablemente, sobre el crecimiento y la
maduración psíquica del niño.