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LA ENEIDA

El fragmento siguiente es uno de los más conocidos del poema. En él se narra la separación de Dido y Eneas. Para evitar
el dolor de la despedida, el troyano Eneas ha decidido zarpar sin comunicárselo a su amada. Pero ella descubre los
preparativos de la partida y se enfrenta a Eneas, exigiéndole que permanezca a su lado.

Hacía ya rato que Dido lo miraba de reojo; lo recorre todo, de pies a cabeza, con sus ojos, en silencio, y, encendida de ira,
le habla así:
-(...) ¿Qué disimulo o qué mayores ultrajes puedo esperar? ¿Acaso se lamentó de mi llanto?, ¿acaso volvió sus ojos
hacia mí? ¿Acaso, compadecido, ha llorado o se ha dolido por su amante?, ¿puede haber algo peor? Ya la poderosa Juno
y el hijo Saturno y padre de los dioses no pueden mirar con buenos ojos estas cosas. En nada se puede confiar con
seguridad. Arrojado a la playa, careciendo de todo, yo lo recibí y, en mi locura, compartí el trono con él; rehíce la flota que
habían perdido, salvé a sus compañeros de la muerte (¡ay!, la ira me pone fuera de mí); ahora los augurios de Apolo, los
oráculos de Licia y Mercurio, el mensajero de los dioses, enviado por el propio Júpiter; traen a través de los vientos estos
horrendos mandatos. ¡Evidentemente, son las órdenes de los dioses las que crean esa inquietud que turba su tranquilidad!
No te retengo; ve, sigue a Italia bajo el influjo de los vientos, parte hacia tu nuevo reino a través de los mares. Yo espero,
en verdad, si los justos dioses tienen algún poder, que tú pasarás todos los suplicios en medio de los escollos y repetirás
sin cesar el nombre de Dido. Ausente, te seguiré, sin embargo, donde quiera que vayas y, cuando la fría muerte separe mi
alma de mis miembros, en todas partes estará mi sombra ante ti. Serás castigado, malvado. Lo sabré, y esta noticia me
llegará hasta el reino de los muertos.
Después de decir esto, se detiene de repente y, extenuada, se desvanece, notando que se va alejando de Eneas hasta
no verlo, dejando a éste lleno de temor precisamente cuando tenía que decir muchas cosas. Las damas la recogen y,
desvanecida, la dejan sobre el lecho.
Pero el piadoso Eneas, aunque desea suavizar su dolor con palabras de consuelo y alejar así sus inquietudes y,
gimiendo, lleva herida su alma por este grande amor, obedece, no obstante, el mandato de los dioses y vuelve a la flota.
Entonces, los troyanos se inclinan y lanzan las altas naves al mar. Flotan las quillas revocadas de pez. Traen de los
bosques remos todavía con sus hojas y troncos
aún sin pulir, por el deseo de la fuga rápida. Podríais verlos correr de la ciudad a la playa saliendo de todas partes, como
hormigas cuando destruyen un gran montón de trigo, acordándose del invierno, para llenar su hormiguero, y forman un
negro ejército para transportar su carga a través de un estrecho camino abierto entre las hierbas: unas firmes, llevan en
sus hombros los grandes granos, otras rehacen las filas y acosan a las rezagadas; todo el sendero es un hervidero de
trabajo.
Dido, ¿qué pensamiento tenías al ver tales cosas? ¡Qué lamentos proferías cuando veías desde lo alto de tu palacio la
agitación de la playa y que el ruido del mar se mezclaba con el griterío! ¡Oh amor desconsiderado, a qué no obligas a los
corazones de los mortales! De nuevo se ve obligada a recurrir a las lágrimas, a probar otra vez la súplica, para que ella,
que ha de morir, no deje nada por intentar, aunque sea en vano. Y dice Dido así, dirigiéndose a su hermana:
-Ana, ya ves ese afanarse en la costa, y cómo están llegando de todas partes; la vela llama a los vientos, y los
regocijados marineros han colocado las guirnaldas. Si yo he vivido sabiendo que llegaría este gran dolor, también,
hermana, podré soportarlo. No obstante, Ana, trata de conseguir esta única cosa para mí, infortunada. (...) Ve, hermana, y
habla suplicante a ese soberbio extranjero. Yo no soy enemiga de los troyanos. ¿Por qué no permite entonces que mis
palabras lleguen a sus duros oídos? ¿Adónde va? Que conceda esta última gracia a su amante; que espere para la huida
una mejor oportunidad y vientos que le lleven. No pido ya que me siga queriendo, ni que renuncie al hermoso Lacio y a su
reino; pido un poco de tiempo sin valor; una tregua, un poco de tiempo para calmar mi furor, mientras que la fortuna me
enseña a sufrir. Esta es la última cosa que le pido (compadécete de tu hermana), y si llega a concedérmela, se la devolveré
cumplida con mi muerte. Con tales palabras suplicaba, y la triste hermana lleva y refiere con detalles estos lamentos. Pero
él no se conmueve con ninguna de estas quejas, no escucha ninguna razón. Los hados son un obstáculo y un dios le cierra
sus oídos a la piedad.

Análisis
1. Una vez que hayas leído el fragmento de La Eneida, responde a las siguientes preguntas:
• ¿En qué estado de ánimo se encuentra Dido? ¿Qué terribles reproches le hace a Eneas?
• ¿Por qué debe irse Eneas a pesar del amor que siente por Dido?
• ¿Qué mensaje le envía Dido a Eneas, a través de Ana? ¿Qué respuesta obtuvo Dido?
2. ¿Crees que, en este texto, el amor está presentado como una fuerza destructiva e irracional? Fundamenta tu respuesta en el texto.
3. Ubica en el texto las tres fases por las que pasó Dido, desesperada por retener a su amado: el reproche, la maldición, la súplica.
4. Virgilio imita conscientemente a Homero. Esta imitación se da también en las comparaciones.
• Lee el texto e indica con qué es comparado el ejército de los troyanos. Luego explica qué cualidades de los troyanos se realzan
mediante el uso de la comparación.
5. Piensa en Eneas y en otros héroes clásicos (por ejemplo, Odiseo y Antígona) y responde:
• ¿Qué actitud tienen frente al destino?

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