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lJu'j'tln 1'1 curáctcr sobrenatural del cristianismo, pues las vino tiene además un tipismo tan sorprendente que llegaría a caruc-
t 1111Jll'J'(l)' ton ampliamente no ya sólo en su aspecto moral y re- terizar a un pueblo dando la medida de su virtualidad y de su
11\¡!oHo, sino en el reconocimiento mismo de la dignidad del horn- florecimiento, de su gran hora hegemónica. No hay sino con-
templar el concierto lingüístico de veinte pueblos con los An-
1m' y en la afirmación de su porción espiritual como elemento
rector de la civilización. Pero Helenidad y Romanidad dieron des como nervatura, el Amazonas y el Plata como torrentes
tnrnbíén ocasión para que más de un pensador alzase los ojos al circulatorios, la Cruz del Sur como corona, para dejarse arras-
lelo y preguntase cómo dentro del paganismo pudieran darse trar por la sugestión de su epos y declarar que allí se realiza y
OIlOS de tanta elevación doctrinal y moral como Platón y se- se resume el concepto de Hispanidad. Así 10 proclaman mu-
neca. y tanto brillo en las artes y en la política, en los edificios chos.
y en la administración ciudadana. Hoy mismo esas dos cateqo- Sujetando el vuelo de la fantasía, y dejando hablar a la ra-
rlas que llamamos Grecia y Roma, forman un conjunto huma- zón, se ve al momento que América que tanto sentido da a la
nístíco que el mundo moderno trata de copiar en no pocos aspec- voz -Hispanidad, no la adecúa. Hay un dicho entre los ingleses,
tos; y los separados de la fe cristiana, los que decimos descreí- que aunque banal a primera vista, hace ver el valor de la me-
dos, se esfuerzan en ver en ellas' el punto alto de la civilización, trópoli, del solar o entronque primitivo, sobre las expansiones y
1 "desideratum" de los empeños del hombre en pos de sus bíe- conquistas de un imperio en que no se pone el sol. Los ingleses,
nes superiores. Lo que viene a decimos, y es lo que pretendía- tan extravertidos cuando se trata de abrirse paso por el mundo,
mos con estas reflexiones, que las voces Helenidad y Latinidad, que han navegado por todos los mares y hollado los rincones
contrastadas con las Normas de la civilización, han subido de últimos del planeta, tienen declarado más o menos oficialmente:
valor. Antes no eran sino voces borrosas, sin contenido deter- La batalla de Waterloo se ganó en los campos de deporte de
minado; hoy, son nociones histórico-culturales perfectamente ela- Eton. Es decir, que ante la gigantesca máquina de su imperio,
boradas y descritas. puestos a forjar una voz que emparentara con la de Helení-
dad y Latinidad, y que podía ser por ejemplo Anglicidad, la fi~
jarían ellos en los centros de formación de sus dirigentes poli-
* * * tices, juristas y humanistas, Cambrídqe, Oxford, la Royal Socíe-
ty, la Sede de la Compañía de la India oriental; la querrían de-
¿Qué es pues Hispanidad? El concepto España de las cien- rivar del asedio que les pone el océano negándoles espacio vital e
cias históricas y de los tratados culturalístas, solo que más afl- íncitándoles a la aventura, de las virtudes económicas y cívicas
nado, cuando casi entra a ser objeto de la filosofía de la hísto- que les enseña una isla de malhumor ante clima y no muy abas-
ria. Es una condensación, una configuración ideal del alma na- tada de bienes, de la lectura callada de la Biblia. Allí donde se
cional que alcanza su florecimiento en el correr de los siglos y forja el espíritu tradicional no menos que progresista del britá-
se caracteriza como gran potencia cultural. Supone ella los es- nico y se le enseña a respetar a la persona, a conjugar la líber-
tudios históricos que antes se insinuaron, los que a su vez su- tad y el orden, debe verse la suma y cifra de la genialidad in-
ponen otros de sicología colectiva, según los han realizado es~ glesa. Lo otro, el despliegue de esa virtualidad en flores y frutos,
crítores eximios, vgr. Altamira y Madariaga. Estos estudios que en las aventuras de sus descubridores y la organización de los
intentan establecer el rasgo o rasgos de la persona moral que países conquistados por aquellos, es solo efecto, uno de los efec-
es la nación, se detienen sin embargo en el instrumento de las tos que produjeran raíces o radicaciones tan gloriosas.
realizaciones que integran la Hispanidad. Se quedan a medio ca~ Entendemos en consecuencia que América da sentido a la
mino. El alma nacional. con sus afecciones y repulsiones, con Hispanidad, pero no la plenitud de sentido. En la plasmación
los modos que tiene de actuar, es objeto digno de examen; pero de aquellas naciones entran factores anteriores al hecho amerí-
en sus procesos anímícos, por muy ricos e interesantes que sean,
cano, de menos espectacularidad si se quiere pero de máximo va-
no es todavía más que una posibilidad lejana de las maniíesta-
lor intrínseco. Lo nuclear de la Hispanidad no es la explosión
lones u objetívaciones en que se patentiza su obra. Hispanidad,
estrepitosa del Nuevo Mundo, que se resuelve en pura acción,
en consecuencia, es más que el sujeto o un examen de la síco-
sino las fuerzas que integran su ser metropolitano. Por ejemplo,
logia del sujeto.
la religión, la lengua, la legislación que se implantan. en Llltra-
Pero, ¿será ella más que la fundación de los pueblos ame-
mar son tres elementos que sin querer se refieren, el primero, a
rlcanos? Esta fundación, efectivamente, parece reunir en sí las
la fe de los monarcas y del pueblo; el segundo, a escritores como
ondícíones necesarias para cimentar nuestro concepto. Amérí-
Cervantes y Santa Teresa; el tercero, a la doctrina jurista de
('11, por de pronto, es una realización y de proporciones gigantes;
In IOAQIllN llHAl!'r)l, S. l.
EL CEN1'ENARIO DE LA SALMANTICENS
20 JOAQUÍN IRIARTE, S. I.
J OAQUÍl'\ IRIARTE, S. 1.