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SHARON OLDS (EEUU, 1942 –)

Innombrable

Ahora empiezo a mirar el amor


distinto, ahora que sé que no
estoy bajo su luz. Quiero preguntarle a mi
casi–ya–no marido cómo es esto de no
amar, pero él no quiere hablar de eso,
él quiere calma para el n de lo nuestro.
Y a veces siento como si yo, ahora,
no estuviera acá – estoy bajo su mirada
de treinta años, no bajo la mirada del amor,
siento una invisibilidad
como un neutrón en una cámara de niebla
perdido en un acelerador gigante, donde
lo que no se puede ver es inferido
a partir de lo visible.
Después de que suena la alarma,
lo acaricio, mi mano es como una cantante
que canta a lo largo de él, como si fuera
la carne de él la que canta, en todo su registro,
tenor de la vértebra más alta,
barítono, bajo, contrabajo.
Quiero decirle, ahora, ¿Cómo
era amarme –cuando me mirabas,
qué veías? Cuando él me amaba, yo miraba
hacia el mundo como desde adentro
de una profunda morada, una madriguera, o un pozo, yo miraba jo
hacia arriba, al mediodía, y veía a Orión brillando
– cuando pensaba que él me amaba, cuando pensaba
que estábamos unidos no solo por el tiempo de la respiración,
sino por la larga continuidad,
los caramelos duros del fémur y la piedra,
lo inalterable. Él no parece enojado,
yo no parezco enojada
salvo en chispazos de mal humor,
todo es cortesía y horror. Y después
cuando digo, ¿esto tiene que ver
con ella?, él dice, No, tiene que ver con
vos, no estamos hablando de ella.
A último momento
De repente, a último momento
antes de que me llevara al aeropuerto, se levantó,
tropezando con la mesa, y dio un paso
hacia mí, y como un personaje de una de las primeras
películas de ciencia ficción se inclinó
hacia adelante y hacia abajo, y desplegó un brazo,
golpeándome el pecho, y trató de abrazarme
de alguna forma, yo me levanté y nos tropezamos,
y después nos quedamos parados, alrededor de nuestro núcleo, su
áspero llanto de temor, en el centro,
en el final, de nuestra vida. Rápidamente, después,
lo peor había pasado, pude consolarlo,
sosteniendo su corazón en su sitio, desde atrás,
y acariciándolo por delante, su propia vida
continuaba, y lo que lo había
unido, alrededor del corazón – unido a él
conmigo– ahora descansaba en nosotros, a nuestro alrededor,
agua de mar, óxido, luz, fragmentos,
los pequeños espirales eternos de eros
aplanados a la fuerza.

Los curanderos

Cuando dicen, ¿Hay un médico a bordo?,


que por favor se identifique, me acuerdo cuando mi
entonces marido se levantaba, y yo me convertía en
aquella que estaba a su lado. Ahora dicen
que la cosa no funciona sin igualdad.
Y después de esos primeros treinta años, yo no fui más
la que él quería tener a su lado
al pararse o al volver a su asiento
– no yo sino ella, que también se levantará,
cuando sea necesario. Ahora me los imagino,
levantándose, juntos, con sus amplias
alas de médicos, pájaros zancudos, – como cigüeñas con sus
maletines de tal–para–cual
balanceándose en sus picos. Y bueno. Fue como
tuvo que ser, él no se ponía contento cuando se necesitaban
las palabras, y yo me ponía de pie.
Gazal del moretón
Ahora en mi cadera un óvalo negro-y-azul se ha vuelto azul
violeta como tinta en la cáscara de un gran
corte, doloroso como mordida de amor, demasiado
grande como para venir de una boca humana. Me gusta, mi
adorno en la piel – marco de oro, color de la envidia
adentro un camafeo, con tintes violeta
sobre él, el picaporte que mordió deja un púrpura
oscuro con movimientos como las temerosas patas
de un ciempiés. Cuento los días que pasaron, y los que faltan
para que se vayan los colores podridos y después
de a poco desaparezcan. Algunas personas piensan que ya
debiera haber superado a mi ex – quizá
incluso yo misma pensé que lo superaría un poco más
para estos días. Quizá superé a medias a quien él
era, pero no a quien yo pensaba que era, y no superé
la herida, repentino golpe mortal
que parece venir de ningún sitio, pero que vino del núcleo
de nuestra vida compartida. Dormí ahora, Sharon,
dormí. Incluso mientras hablamos, el trabajo se está
haciendo, por dentro. Naciste para sanar.
Dormí y soñá – pero no con su regreso.
Ya que no lo lastima, herilo, en tu sueño.

Ser la que fue dejada


Si paso delante de un espejo, me doy vuelta
no quiero mirar,
y ella no quiere que la vean. A veces
no sé cómo hacer para seguir con esto.
En general, cuando me siento así,
al poco tiempo ya estoy llorando, acordándome
de su cuerpo, o de una zona de su cuerpo,
en general la parte de atrás, una parte de él
que recuerde, ahora mismo, deliciosa, sin tanto
detalle, y se aparece su espalda.
Después de las lágrimas, el pecho duele menos,
como si, dentro nuestro, una diosa de lo humano
nos acariciara como un manantial de ternura.
Me imagino que es así como la gente sigue adelante, sin
saber cómo. Me da tanta vergüenza
delante de mis amigos – ser la que fue dejada
por aquel que supuestamente me conocía mejor,
cada hora es un rincón de vergüenza, y yo estoy
nadando, nadando, sosteniendo mi cabeza erguida,
sonriendo, haciendo chistes, avergonzada, avergonzada,
como estar desnuda con la ropa puesta, o como ser
una niña, la obligación de portarse bien
mientras odiás las circunstancias de tu vida. Adentro mío ahora
hay un ser de puro odio, un ángel
del odio. En la cancha de bádminton, ella lanza
su tiro ganador, puro como una echa,
mientras por los ojales de mi blusa las chinches
pican una carne que ya no parece
importarle a nadie. En el espejo, mi torso
parezco una sex–symbol mártir, llena de picaduras,
o una jarra de crema con hojas de ortigas y ores del desierto,
llena de leche de la bondad y la maldad
humanas, y nadie está haciendo la la para tomarla.
¡Pero miren! ¡Estoy empezando a resignarme!
Creo que ya no va a volver. Algo
muere, adentro mío, cuando pienso en esto,
como la muerte de una bruja en la cama
mientras nace un bebé en la cama de al lado. Ten fe,
viejo corazón. Qué es vivir, de todas formas,
sino morir.

Su quietud
El doctor le dijo a mi padre, “Usted me pidió
que le diga cuando ya no se pueda hacer más nada.
Se lo digo ahora.” Mi padre
estaba sentado, bastante tranquilo, como siempre,
con ese gesto suyo de no mover los ojos. Yo había imaginado
que iba a volverse loco cuando entendiera que iba a morirse,
que agitaría los brazos y gritaría. Se enderezó,
flaco, y limpio, en su bata limpia,
como un santo. El doctor dijo,
“Podemos hacer algunas cosas que tal vez le den más tiempo,
pero no podemos curarlo.” Mi padre dijo,
“Gracias”. Y se quedó sentado, inmóvil, solo,
con la dignidad de un estadista.
Me senté a su lado. Ese era mi padre.
Siempre supo que era mortal. Y yo había temido que tuvieran
que atarlo. No me acordaba
que siempre había permanecido
quieto y silencioso para soportar las cosas,
el licor una forma de quedarse quieto. No lo había
conocido realmente. Mi padre tenía dignidad.
Al final de su vida, su vida comenzó
a despertar en mí.
La mirada
Cuando mi padre empezó a atragantarse de nuevo
gritó ¡Masaje en la espalda! en tono monocorde,
como haciendo un anuncio,
este hombre que nunca me había pedido nada.
Estaba muy débil para inclinarse hacia adelante,
entonces deslicé mi mano entre su espalda
caliente y la sábana caliente y él se quedó ahí
con sus ojos abombados, esos ojos
de borratinta usado que nunca me habían
mirado realmente. Me sorprendió su piel
delicada como un seno, voluptuosa
como la piel de un bebé, pero seca, y mi mano
también estaba seca, entonces froté sin esfuerzo, en círculos,
él se quedó mirando jo y ya no se ahogaba, yo cerré
los ojos y lo froté, como si su cuerpo fuera su alma.
Pude sentir su columna vertebral bien adentro, lo pude
sentir dominado por el ahogo,
toda mi vida había presentido que él estaba dominado por algo.
Se hizo gárgaras, preparé el vaso,
no detuve el masaje, él escupió,
lo felicité, dejé que el inmenso placer
de acariciar a mi padre despertara en mi cuerpo,
y entonces pude tocarlo desde lo hondo de mi corazón,
él cambió de posición, se recostó, sus ojos
saltaron y se oscurecieron, la ema subió,
yo acerqué el vaso hacia sus labios y dejó salir
la cosa y se sentó de nuevo, cierto rubor volvió
a su piel, y levantó su cabeza con timidez pero
sin resistencia y me miró
directamente, sólo por un momento, con una cara
oscura y oscuros ojos brillantes y confiados.

Muerte de Marilyn Monroe


Los hombres de la ambulancia tocaron su frío
cuerpo, lo subieron, pesado como el hierro,
a la camilla, trataron de cerrar
su boca, cerraron sus ojos, ataron sus
brazos a los costados, corrieron un mechón
de pelo atrapado, como si importara,
vieron la forma de sus pechos, aplanados por
la gravedad, debajo de la sábana,
la llevaron, como si fuera ella misma,
bajando las escaleras.
Estos hombres nunca fueron los mismos. Salieron
después, como siempre,
por uno o dos tragos, pero no pudieron mirarse
a los ojos.

Sus vidas dieron


un vuelco – uno tuvo pesadillas, extraños
dolores, impotencia, depresión. A otro ya no le gustaba
su trabajo, su mujer parecía
distinta, sus hijos. Incluso la muerte
le pareció distinta –un lugar donde ella
lo estaría esperando,

y otro se encontró parado de noche


en el umbral de la habitación del sueño, escuchando a
una mujer respirar, tan solo una mujer
común
respirando.

La ausente
(Para Muriel Rukeyser)

La gente te sigue viendo y me cuenta


lo blanca que estás, lo flaca que estás.
Hace un año no te veo, pero lentamente estás
apareciendo sobre mi cabeza, blanca como
pétalos, blanca como leche, los oscuros
angostos tallos de tus tobillos y tus muñecas,
hasta que estás siempre conmigo, una floreciente
rama suspendida sobre mi vida.

Para mi hija
Esa noche va a llegar. En algún lugar alguien va a
penetrarte, su cuerpo cabalgando
bajo tu cuerpo blanco, separando
tu sangre de tu piel, tus oscuros, líquidos
ojos abiertos o cerrados, el sedoso
aterciopelado pelo de tu cabeza no
como el agua derramada de noche, los delicados
hilos entre tus piernas rizados
como puntadas desprolijas. El centro de tu cuerpo
se va a abrir, como una mujer que rompe la costura
de su pollera para poder correr. Va a pasar,
y cuando pase yo voy a estar exactamente acá
en la cama con tu padre, así como cuando vos aprendiste a leer
ibas y leías en tu habitación
mientras yo leía en la mía, versiones de la misma historia
que varían en la narración, la historia del río.
Satán dice
Estoy encerrada en una pequeña caja de cedro
que tiene una imagen de pastores en el frente,
y un tallado a ambos lados.
La caja se sostiene sobre patas curvas.
Tiene un cerrojo de oro, en forma de corazón
y sin llave. Intento escribir para encontrar
la salida de la caja cerrada
que huele a cedro. Satán
viene hasta mí, a la caja cerrada
y dice, Voy a sacarte de acá. Decí
mi padre es una mierda. Digo
mi padre es una mierda y Satán
se ríe y dice, Se está abriendo.
Decí que tu madre es una puta.
Mi madre es una puta. Algo
se abre y se quiebra cuando lo digo.
Mi espalda se endereza en la caja de cedro
como la espalda rosa de la bailarina del prendedor
con un ojo de rubí, que descansa a mi lado
en el terciopelo de la caja de cedro.
Decí mierda, decí muerte, decí a la mierda el padre,
me dice Satán, al oído.
El dolor del pasado encerrado zumba
en la caja de la infancia en su escritorio, bajo
el terrible ojo esférico del estanque
con grabados de rosas a su alrededor, donde
el odio a ella misma se contemplaba en su pena.
Mierda. Muerte. A la mierda el padre.
Algo se abre. Satán dice
¿No te sentís mucho mejor?
La luz parece quebrarse sobre el delicado
prendedor edelweiss, tallado en dos
tipos de madera. También lo amo,
sabés, le digo a Satán desde lo oscuro
de la caja cerrada. Los amo pero
estoy tratando de contar lo que ocurrió
en nuestro pasado perdido. Por supuesto, dice él
y sonríe, por supuesto. Ahora decí: tortura.
Veo, a través de la oscuridad impregnada de cedro,
el borde de una gran bisagra que se abre.
Decí: la pija del padre, la concha
de la madre, dice Satán, Voy a sacarte.
El ángulo de la bisagra se ensancha
hasta que veo el contorno del tiempo
antes de que yo existiera, cuando ellos estaban
encerrados en la cama. Cuando digo
las palabras mágicas, Pija, Concha,
amablemente Satán dice, Salí.
Pero el aire de afuera
es pesado y denso como humo caliente.
Vení, dice, y siento su voz
respirando desde afuera.
La salida es a través de la boca de Satán.
Entrá en mi boca, dice, ya estás ahí,
y la enorme bisagra
empieza a cerrarse. Ah no, también
los amaba, resguardo
mi cuerpo tenso
en la casa de cedro.
Satán se esfuma por el ojo de la cerradura.
Me quedo encerrada en la caja, él sella
el cerrojo en forma de corazón con la cera de su lengua.
Ahora es tu tumba, dice Satán.
Apenas escucho;
caliento mis manos
frías en el ojo de rubí
de la bailarina –el fuego,
el súbito descubrimiento de lo que es el amor.

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