Vous êtes sur la page 1sur 46

DESPOJOS

Ella ha salido a caminar.


La tarde en la playa se aviene al viento, al declinar de energías.
Ella ha declinado sus energías hace tiempo.
El sol acompaña el destello tardío en el oleaje, en las gaviotas atrevidas
devorando restos.

Ella ha venido a arrojar sus propios restos al mar. Todo lo que la agobia y
todavía forma parte de ella.
Cada paso confía en el lento despojo.

Qué será más fácil: arrojarlos al mar, abandonarlos a las gaviotas hambrientas,
al viento? O, cavar en la arena y sellarlos, con ese tesón con que los chicos
entierran piedras o caracoles?

Qué será más drástico, arrojar palabras, sentimientos, imágenes?

Se toma todo el tiempo posible.


No será una Alfonsina. No.
En lugar de Alfonsina, irá la que era antes, la que creía, la que soñaba, la que...

Algo detiene su andar severo. Una carcasa, el cadáver de algún pez.


Su mirada cae como un telón sobre el despojo.
Sus brazos la rodean como para retenerse.
Exilio

Tal vez ahora comprendas. Al leer estas líneas y al escuchar el silencio.


Aquel silencio que escuchábamos juntos.
Aquí desde tan lejos, me cuestan las palabras. Las palabras solas, sin gestos,
miradas, lágrimas. Pero voy a intentar.
Te acordás?
Cuando éramos niños jugábamos a tirar de la cuerda para ver quien era el más
fuerte y, nos reíamos, hasta que descubrimos que el que reía perdía fuerza,
entonces nos poníamos serios. Sin pestañear tirábamos de la cuerda hasta que
tanta seriedad acabó con el juego.
Aunque creo ocurrió otra cosa, jugamos tantas veces a tirar de la cuerda que
ésta se rompió.

De grandes, cuando vino el amor, nuestros cuerpos se entrelazaron casi


primitivamente. Un péndulo oscilando entre la pasión y la ternura, entre el
placer...hasta que un día...no, una noche, ese péndulo señaló un camino
distinto al tuyo, para mi.
Te acordás cuando nos enteramos lo de Juan? La angustia...
Más tarde lo del Negro y Sara. Esos momentos de incertidumbre...
Después de un tiempo, nuestras miradas se fueron separando. A pesar de que
aumentaron las noticias, vos evitabas hablar del tema.
Luego, se separaron aún más, cuando te veía reír como siempre, como si nada
estuviera sucediendo. Como si el horror no nos hubiese alcanzado.

Sé que sufriste porque no te propuse huir conmigo. Es que vos podías y yo no.
Fue simple y cruel. Nuestras miradas ya no conjugaban más.

Quizás ahora, después de tanto tiempo, comprendas estas líneas, si puedo


enviártelas. Hasta ahora no pude. No pude con las sombras.
Las sombras que distorsionan los reflejos de tantas miradas...tantas miradas
desaparecidas.
Despiértenme !!!

Hay una bruma tenue, casi no hay bruma. Sólo que el gris del cielo se refleja
en el gris del mar, y las gotas minúsculas de las olas al romper enturbian la
mirada. Extraño el sol, pero disfruto igual, respirando el hálito marino tan
intenso.
El silencio se retrae ante el constante movimiento de las olas que vuelven en
una persecución sin tregua a devorarse unas a otras, hasta que se diluyen en
un dibujo esmaltado con bordes blancos, al llegar a la arena.
Suelo mirar las gaviotas durante el breve tiempo en que no se van.

Ya en el bosque, camino entre pinos, y veo deslizarse sombras, aberturas


intrigantes en un suelo rico en castaños y dorados.
En este devenir tan envolvente, no tengo aspiraciones de algo más y si las
tengo entro a la cabaña en donde el fuego de un hogar evoca una familia en
armonía de afectos y placeres.

Lo que estoy viviendo se originó una noche en que fueron cuatro o mil las
veces en que me despertaron. Mi casa es grande, en ella, mis hijos y sus
amigos, aparatos con timbres y ruiditos varios, horarios distintos
Totalmente desvelada ante una taza de café, descubrí la fisiología de mi
sueño, el sadismo de la fisiología del sueño.
Si tenía pesadillas, el terror me impulsaba a forzar el límite del sueño y lograba
despertar.
En cambio si tenía un hermoso sueño eran los demás o algo ajeno a mí, lo que
me despertaba. Nunca pude disfrutar el despertarme naturalmente.

Este descubrimiento originó la idea de salir de vacaciones sola, sin decir a


nadie a donde iría. Anhelaba soñar sin interrupciones, en un lugar alejado
tranquilo y despertarme cuando mi cuerpo lo decidiera.
Así lo hice. Y así estoy en estos momentos, placidamente dormida, inmersa
en este paisaje atrapante y este hogar de leños encendidos, en paz, en
silencio. Silencio intenso, absorbente.
Ya nadie puede venir a despertarme. Si alguna vez me encuentran, quizá sea
demasiado tarde, irremediablemente tarde.

Sólo queda esperar a que, en algún momento, surja una pesadilla atroz que
elimine este bello sueño, me exacerbe de miedo, con tal intensidad que logre
despertar. Salir de esta situación. Sobrevivir a esto.
Pero nada de ello ocurre... y no vislumbro algo ajeno a mí para realizar esa
tarea.
Voy a tener que irme ya

Cuando me condujeron hasta el hall ancho, seguí solo por el pasillo como un
perro que conoce el lugar... su lugar?
Sentí mis pasos pesados, otra vez, la garganta seca y esas ganas de salir
corriendo.

Siempre sucede lo mismo. Vos estás en el sillón opuesto a la ventana y tus


ojos miran el sol, que comienza a descender. Tus ojos brillan, no tu mirada.
Tu mirada es lejanía, ausencia.
Te beso en la mejilla y me siento, no tan cerca, para poder mirarte y mirar el
parque también.

Ocurre así: miro el árbol, el cantero, el sol y entonces siento el aire de aquella
tarde en el río y veo tu mano rebotando en la cara de Santiago. Veo a Santiago
correr hacia el río, secándose las lágrimas. Yo, sin correr hacia él, diciendo
para justificarme, cuando junte varias piedritas de colores se le va a pasar la
bronca.
Pero no se le pasó, le pasó el río.

Y, absolutamente en silencio, los dos empezamos la tarea recurrente, lo que


callás siempre: "viste como le pegué a Santiago...fue por eso porque le pegué."
Yo, rumiando lo que no me perdono nunca: no lo seguí, lo abandoné ...
tan frágil... sólo tres años y no sabía nadar.
Y...él ... papá... mamá me pegó... papá... mamá.
Luego el dolor insoportable.

Ahora me mirás, tus ojos contra los míos, apretando.


Vos reaccionaste y te fuiste hundiendo en esta lejanía, hasta que te encerraron
entre estas paredes y corredores.
Yo, vengo a visitarte, pero me voy enseguida. Tengo miedo de no poder salir
de aquí. Me ahoga el silencio, tu mirada quema. Me arden los ojos.
Voy a tener que irme ya.
La Lectura

Buenos Aires, diciembre de 1989


Querida Mabel:

Te acordás del libro del que te hablé. Me sentía ansiosa por continuar
leyéndolo. Sería porque cuando lo vi en la estantería me pregunté cómo había
estado todo este tiempo sin leerlo.
Viste que me encanta el altillo para leer, (bueno, si se puede llamar altillo a esta
piecita, al fondo de la planta alta). Además desde allí al levantar la vista del
libro veo caer las hojas del otoño.
Y así hice, subí esa tarde al altillo y me dispuse a leerlo.

No te puedo decir si sucedió cuando abrí el libro o luego de haber leído dos o
tres líneas.
El libro se desintegró. Lees bien se desintegró. Las palabras caían y se
enlazaban, se superponían unas a otras y a otras... traté de sostenerme, luego
me esforcé por atrapar algunas. Difícil, casi imposible.
Has visto los zigzag de los rayos láser? Tintineos de colores, a veces en
círculo, otras saltando. Así, se esparcían las palabras en el aire. Ni siquiera
podía tocarlas.

Me cansé de ir y venir, de juntar y separar las manos.


Vencida, me acosté en el suelo. En el momento en que me disponía a
abandonar el altillo, ya en la puerta, volví la cabeza y miré detenidamente todo
el lugar.
Fue entonces, cuando en un rincón entre la cómoda vieja y la máquina de tejer,
descubrí una hilera de palabras.
Lentamente me acerqué y alcancé a tirar de la punta, hasta que en un instante
de luz, pude recoger éstas : "las voces del silencio que suenan inalcanzables ".
Feliz Navidad !
El mar en mi cuarto.

El día en que entraste a mi casa, supe que ese encuentro era definitivo.
Definitivo porque intuí que ya no seria la misma.
Sería como soy ahora, la que se desliza en otra dimensión, casi siempre sola.
No se si experimentar una percepción más amplia acentuó esta inclinación a
evadirme, a sentir más intensamente. Sé que soy así desde entonces.

En esa época yo estudiaba en mi cuarto. Tenía allí un escritorio, que todavía


conservo como emblema de mi adolescencia.
Una de las tardes del mes en que estuviste en casa, al entrar al cuarto, una
ráfaga de aire de mar energizó mi cuerpo. Me tiré en la cama respirando
agitadamente.
Al cerrar los ojos, percibí la ondulación del agua y su color azul.
Como tus ojos pensé.

Solemos acomodarnos a las sorpresas. Lo insólito se hace sólido y se va


apoderando de nosotros paulatinamente. Así sucedió conmigo.
Me fui dejando absorber, cada día más, por ese ambiente marino.
Acostada en mi cama, navegaba a mar abierto, a pleno sol o plena luna,
extasiada por el lenguaje paradojal del mar, en su avance y retroceso.
Algunas veces solía bucear, sumergida en esas entrañas ricas en corales,
algas, moluscos, peces que latigaban, insistentes, el vientre azul del agua.

Mientras tanto el ambiente familiar se había transformado. En la mesa todos


estábamos pendientes de tus relatos. Tus viajes por mar que sabías contar con
humor y suspenso, que enriquecían nuestra vida, anclada y rutinaria.
Por mi parte, yo no sólo estaba atenta a lo que contabas, estaba absorta.
Atrapada por tu presencia, tu forma de hablar, tu sonrisa que permanecía en la
armonía de tus gestos. Qué lindo eras! Tenías una voz tan cálida! Pero,
especialmente me atraían tus ojos azules. Ese azul del mar, que había
usurpado la intimidad de mi cuarto.
Y así, fuimos cómplices del itinerario ambicioso de tu próximo viaje.
Cuando te marchaste esa tarde, lo primero que sentí fue que no sentí nada.
Ya no percibí la brisa del mar, ni pude remontar esos sueños que me habían
asediado durante tu presencia.
Permanecí vacía, casi enferma. Luego me acostumbré.
No relacioné la pérdida del ambiente marino en mi soledad, con tu ausencia,
hasta que nos llegó la noticia del accidente.

Y, entonces, junto a la insoportable tristeza, comprendí.


Comprendí que yo había compartido, en esos días de ensueño en mi cuarto, tu
futuro inminente, más allá de la vida, en ese mar que ahora te esconde.
Ella se alisa el pelo

Ella se alisa el pelo. Cierra la puerta y sale con paso decidido.


Lo decidido le dura hasta la esquina.
Luego respira profundo, en realidad suspira y enfila hacia el tren.
Por qué el tren - piensa, antes de pasar la tarjeta. Es más firme que un
colectivo, más lineal. Cuando hubiese hecho un trayecto lo suficientemente
largo se bajaría. Perdería la vista por la ventanilla, se dejaría llevar así, sin
saber el rumbo, sin destino.
Disfruta de la velocidad que alcanza el tren. Le permite apreciar la extensión
verde que pasa ante sus ojos, interrumpida de tanto en tanto por casas
sencillas.
Un panorama que atenúa su desolación, por momentos angustia.
Cuando siente que va atenuándose la presión de su interior, se dice: "me bajo
acá", o sea, la voz dentro suyo da la orden y se baja.

No lee el nombre de la estación. Sigue a las pocas personas que caminan por
el andén y sale a las calles de un barrio, lo bastante desolado como ella desea
Tal vez aquí pueda desintoxicarse de aquello que la está perturbando.

La plaza es lo primero que ve. Típico, la estación de tren cerca de una plaza, el
centro del pueblo. No, no iba a cruzar, hoy no. Además no hay sol. Mejor. Ella
se siente así, sin sol.
Se desliza hacia una esquina. y sigue por calles casi vacías. Se concentra en
caminar. Imagina su cuerpo como una central eléctrica que descarga corriente
a través de sus pasos, a veces enérgicos, otras casi imperceptibles pero
continuos.
Tres, cuatro cuadras. Cada vez más despoblado, gris el entorno. La sigue un
perro. Parece abandonado, está triste. No le molesta, casi le gusta que alguien
se le hubiese acercado, una compañía silenciosa.
Ahora, esta en las afueras del poblado. A los costados de las calles, ya de
tierra, hay matorrales, arbustos y pocos árboles. A donde irá a parar?. Igual, no
le interesa.
Dejarse ir hacia la nada.

Alguien se acerca. Camina detrás de ella, luego pasa a su lado y la saluda.


Claro, en los pueblos se suele saludar .Le responde: hola, también.
Un hombre alto, de pelo más bien largo, camina con decisión. Decisión, es lo
que ella necesita, cada tanto decidirse, y eso hace. Apura su andar, alcanza al
hombre y le pregunta: "es de aquí?"
Si- contesta él, sonriendo.
Entonces ella: "me podría recomendar algo para ver, no conozco el lugar. Vine
a pasear, a caminar. Elegí el sitio al azar, mejor dicho el sitio me eligió y...
Se sorprende al verse tan comunicativa.

- Acá no hay nada especial. Aunque sí ... hay un paseo, un camino bordeando
un caudal angosto de agua, algo así como un riacho... y la iglesia, digamos
pintoresca, del pueblo.
- Me gusta la idea de bordear el río. Cómo puedo acercarme hasta allí ?
- Es un poco desierto el trayecto y no tan fácil encontrar el lugar.
Ella lo mira en silencio.
- Si me permitís te acompaño
Ella lo mira mejor. El se da cuenta de sus dudas y con una sonrisa aclara: soy
buena gente.
- No es eso, sino que no era mi plan caminar acompañada.
- Ya estás acompañada- dice él, señalando el perro.
- Con él no tengo necesidad de hablar.
- Conmigo tampoco.
El silencio como respuesta es una muestra de aceptación, para él.
Continúan caminando en silencio.
Ella siente que traiciona su plan: soledad, no pensar, pero ese hombre parece
ser el acompañante ideal.
- Por aquí. Él señala un desvío a la izquierda, hacia una especie de
bosquecillo.
- Vives cerca de aquí?- se oye preguntar, y se arrepiente. Es ella la que entra
en un juego de preguntas y respuestas que no quiere para esa ocasión.
El la mira extrañado, ante su curiosidad.
- Cerca de aquí, efectivamente.
Llegan a la orilla y se sientan en un tronco, frente al agua.
Al rato ella sigue, como si no pudiera reprimirse: "solo"?
Él la mira más sorprendido aún. -No era que no íbamos a indagarnos? Prefiero
si hay que conversar, que sea de otras cosas, de lo que vemos y pensamos en
el momento,
- Tenés razón- ella se nota arrepentida.
- Solo- dijo él, al rato. - Vivo solo.
El agua se desliza lenta, apenas por un cauce con desvíos a derecha e
izquierda, como dudando en ese andar constante.
- Mirá, allí, una ardilla.
- Ardilla... qué raro!
- Todo bosque debe tener una ardilla- él sonriendo.
- Entonces gnomos también- agrega ella, encantada de estar en un bosque.

- Pienso que en este tiempo de rapidez y pantalla es un lujo pasar el tiempo


sumergido en naturaleza, no?
A ella le gusta su mirada. Acepta esa compañía como un regalo.
- Es un placer, pero ya no puedo prescindir de la ciudad, su rueda atrapante.
- Su rueda atrapante me lanzó acá- dice él.
- Vivís cerca del río ?- otra pregunta. Se cuestiona.
- Cerca de la orilla.
- No he visto casa por aquí.
- No, la única es la mía.
- Cómo es eso?
- Justamente, allí está.
La mirada de ella lo interroga sorprendida.
- Atrás de esos arbustos. Acercáte. Le señala una casa rodante - lo único que
es una casa rodante sin el rodado, inmóvil.
- Y que pensás hacer- ella no puede con su indiscreción.
- Vivir el presente. No tengo auto, así que permanecer.
Ella iba a preguntar si trabajaba, cómo vivía, si tenía medios, pero recordó lo
acordado: sin preguntas, y se mordió el silencio. El silencio se estiró otro
trecho.

- Anhelo una realidad ambigua, inestable. Un saludable desasosiego- creo que


se lo robé a un poeta.
- Una realidad ambigua...- ella repite, demorándose al decirlo.
- Es que la realidad no es estable, se va transformando con el tiempo...y
agrega sonriente: el viento, las lluvias ...
- Y con nuestra percepción.
- Claro. La vemos con nuestra experiencia y a través del anteojo cultural.
- Emotivo, también.
- Y a través de nuestras palabras... aunque no son tan nuestras. Creemos que
el pensar es algo privado íntimo, pero ahí juegan tantas cosas que nos
atraviesan, los medios, la sociedad... y la misma lengua que nos condiciona.
- Y a veces nos traiciona, también.
- Si y nos traiciona, aunque compartamos la misma lengua.
-Un escritor dijo " No te hablo para que me entiendas, sino porque me
entiendes". (Pujals Getsalí: Entre dos mundos")
Siguen caminando por la orilla, otro trecho sin hablar.
Ella tiene conciencia de que se aleja, pero está subyugada por este presente,
tan lleno de aire fresco y compañía.

- Me gusta contemplar. No digo ver, mirar porque son verbos que rozan lo
fugaz, lo breve. En cambio contemplar es una palabra que acaricia las cosas,
se demora un tiempo para indagarlas, absorberlas - dice él y señala un árbol.
Se paran frente a él, entonces ella susurra: " contemplo altivez... ramas
alertas, a veces suplicantes... vida escondida en nidos..."
Él sonriendo, agrega: "otoño... hojas al viento... caídas... temerosas de
secarse..."
Ella interrumpe: " atentas a su certeza de final."
Se miran sorprendidos, por ese acuerdo poético, como si lo dicho, por uno de
los dos, continuara en las palabras del otro.

- A veces, uno es ventrílocuo de sí mismo.


Ella lo mira, como esperando una explicación.
- Claro, ocurre que uno va alternando sus yoes de tanto en tanto. Sos
conciente de que no somos un sólo yo?
- Bueno, solemos presentar disidencias con nosotros mismos. Si querés llamar
a esto tener varios yoes...
- Has leído" Sostiene Pereira", de Tabucci?
- Vi la película. Genial!
- Es bastante fiel al libro. Además, con Mastroiani. Excelente!
Él, entusiasmado, cuenta -En un momento de la historia hay una conversación
entre el médico y el periodista. Están en esa clínica a la que fue Pereira para
mejorar su salud con baños de mar, algas. Allí, el doctor expone una teoría que
avala justo lo que te digo.
- Si, porque Pereira se siente confundido. Ha tomado conciencia de cierta
incomodidad, como si algo dentro suyo estuviera gestándose- recuerdo muy
bien esa parte.
- Es una teoría que sostienen unos médicos franceses, que además son
psicólogos y filósofos, en la que consideran a la personalidad, lo que llamamos
personalidad, como una "confederación de almas".
- Que está bajo el control de un yo hegemónico - interrumpe ella.
- Exactamente. Pero ese yo hegemónico va cambiando- aclara inmediatamente
él, con énfasis. - A veces otro yo desplaza a aquel.
- Claro y eso es lo que esta sufriendo Pereira. El diagnostico del médico es:
otro yo está a punto de tomar las riendas- dicho así sencillamente.
- El Pereira del final de la historia.
- Es increíble lo paradójicos que solemos ser. Tendríamos que hacernos un
tiempo de vez en cuando, para recapacitar, permitirles asumir a los yoes
trabados, ocultos.

Se están alejando. Demasiado.


Ella ignora el nombre del lugar al que bajó del tren. Ignora a dónde van.
Hay tantos riesgos en esa soledad extrema por la que deambula, y al lado de
un desconocido.
Peligros? Todos los imaginables.
Pero ella continúa absorta por ese diálogo espontáneo, armonioso.
Se ve en la luz de su rostro, la cual contrasta con la oscuridad que se va
acercando.
Está fascinada por la compañía. Y se deja alejar cada vez más, hacia la noche
irremediable.
Atrapar en ese devenir.

Ese sería el final, pero el relato me insinúa otro alternativo.

Voy a aclarar las cosas. Ella soy yo, y me llamo Juana.


La narradora ha delineado un personaje que no tiene nada que ver conmigo.
Lo que ocurre es que estoy pasando un momento crucial y sí, he venido aquí, a
un sitio elegido al azar para descargar mi ansiedad, hacer catarsis, pero no me
dejo subyugar tan fácil por un hombre.
Lo que me ha resultado realmente útil ha sido lo que Fabián, ese es el nombre
de mi acompañante casual, me ha hecho recordar de Sostiene Pereira.
La teoría de ese otro "yo hegemónico" que pugna por surgir, se ajusta a lo que
me está sucediendo. Debo dar lugar a ese otro yo. Es más fuerte. Es el que va
a poder enfrentar el conflicto.
La narradora quería terminar con incógnitas, deslizó la posibilidad de peligros.
Ya estoy en el tren de regreso. Me espera ese yo incipiente...y tal vez... por qué
no... me espere, Fabián, también.
Ya sabías

El marco de la puerta delimitaba tu figura y sostenía en tu mano la vida ya


vivida y presente. Te dije adiós como todos los años cuando tenía que regresar
a Buenos Aires y como todas las despedidas, una parte de mi mundo se
quedaba en el paisaje de Tucumán.

No hice nunca el balance de lo que dejaba: sueños, ríos, cañaverales, miedos,


barriletes, ternura.
Siempre quedabas allí, para custodiar mis cosas. En tu mirada de adioses eras
mi infancia, adolescencia y mi decisión de partir, partido en dos.
Ese día, al despedirme descubrí un reflejo distinto en tu mirada, no sé si
distinto o distante. No me volví para aclararlo.

Como siempre la vida inquieta y acuciante de la ciudad que divide y atrapa


volvió a entretejer esa tela invisible que nos hace solitarios.
Pasaron los días entre el trabajo y la lucha sin tregua en este sistema
competitivo que nos hace crecer patas de araña para seguir trepando por la
tela.
Recibí la noticia por teléfono, un domingo a las tres de la tarde y el tiempo se
me anudó en la garganta. No pude llorar, ni moverme, hasta que me pasaron
a buscar para viajar hacia allá.

Un tiempo después, emprendí la tarea imprescindible de resignarme a seguir


con el vacío insalvable de tu ausencia. Despacio, sólo, en silencio, como un
condenado a muerte evoqué aquel día en que nos dijimos el último adiós, sin
saberlo, sin sospecharlo siquiera. Y con esfuerzo, reviví la escena: tu figura en
el marco de la puerta, para saber algo más de ese reflejo distinto o distante en
tu mirada. Mire tu rostro, tus ojos negros y supe.

Supe que vos ya sabías.


Estabas en ese lado, que es el otro y eras también otra.
El saber te hacía brillante, diáfana, pero... en ese instante, me di cuenta que
ahora no te podía alcanzar, abrazar.
Entonces, un aullido de lobo salió de mi garganta... y no.
No pude pedirte, implorarte que no te llevarás al niño, que no te llevarás a su
madre.
UNA HISTORIA DE AMOR

Vamos a contarnos historias, propuso Gabriel mientras esperábamos a los


otros.
Que sean de amor, dijo Clara con una mirada nostálgica. Quién la tuvo que
contar fue Ana.
Mientras yo aventuraba cuál de sus amores contaría, ella suspiró
profundamente, se tomó la cabeza con sus manos y permaneció un rato
callada.
Luego como quien emprende una tarea de enorme responsabilidad, empezó:

"Un día me llamó Pedro y en tono confidencial me propuso participar de un


experimento.
En ese entonces trabajaba en el servicio de inteligencia. Cuando se cercioró de
mi discreción, me reveló que teníamos visitantes extraterrestres.
Eran pocos y tenían formas similares a las nuestras porque habían
desarrollado poderes de mimetización.
Entre otros objetivos, habían venido a experimentar nuestras reacciones,
interrelaciones, a conocernos.
El experimento se realizaría con pequeños grupos y en secreto.
Era esencial no divulgarlo, peligroso. Iba a pasar mucho tiempo antes de que
se conociera. Tiempo que dependería de las reacciones también.
La cuestión es que Pedro me propuso hacer el amor con un terciario así lo
llamaban. Ante mi estupor, él se limitó a garantizarme que nada extraño me
iba a pasar en el cuerpo, salvo el recuerdo extraordinario de ese encuentro.”

Nos miramos con sorpresa e incredulidad pero sin sonreír porque el rostro de
Ana estaba demasiado serio.

Ella tomó un poco de agua y continuó contando: “las entrevistas, previas al


encuentro, fueron pocas y breves por lo urgente de la situación, ya que los
visitantes debían partir pronto.
-Saben... pudo decir después de otro silencio -
Aslan, así se llamaba él, era incierto y contradictorio a la vez, era joven y viejo
al mismo tiempo. Sus ojos se veían claros y por momentos oscuros, se movía
velozmente y con lentitud como ondulando, hablaba con voz y otras veces con
silencios.
Nosotros no podíamos evitar también la contradicción que nos impulsaba a
dudar y a creer en su relato. Los gestos de Ana eran conmovedores
"Un día, me tomó de la mano e hizo que me elevara junto a él.
Me asusté un poco. Luego me asusté mucho, porque, de golpe me soltó al
vuelo gritando que yo era como un pájaro. Fue un instante, pero la emoción de
verme planeando en el espacio es inolvidable.
Otra vez, me hizo ver mis sueños en una pantalla y entraba él, en ellos.
Por momentos, solía tornasolarse o volverse traslúcido.
Yo temía que se diluyera en el espacio.”

Ella no nos miraba, estaba como atrapada en ese pasado insólito.


Los intervalos de su relato eran largos, pero nosotros no nos atrevíamos a
comentar nada. Creo que también, estábamos atrapados en esa experiencia,
que ella revivía intensamente.

Se volvió a poner la cabeza entre las manos suspirando, como si necesitara


fuerzas y pausadamente continuó: “Su apariencia era como la nuestra,... pero
la presión de su cuerpo y sus manos... la ansiedad de sus labios … su forma
de moverse, respirar, sentir era más… nunca podré explicarlo.
Sentí el vértigo del placer... un éxtasis extraño... y sentí también el miedo a la
pasión y a la ausencia, a la plenitud y al vacío.
Quise huir para salvarme, para seguir como hasta ahora en mi mundo, donde
el amor relativo y pautado me era posible, no terrible.
Pero me quedé y viví esos momentos con toda la energía y facilidad que
descubrí en mí. No sé cómo describir su piel... su piel en mi piel, sus manos,
su mirada, su boca en la mía... la ternura en mi cuerpo, que se afirma y tiembla
al mismo tiempo.”
Y Ana temblaba.

Nosotros la miramos impactados, en silencio.


Al ver llegar a los que esperábamos se disculpó y se fue.
Nadie quiso contar otra historia.
Después de unos comentarios un poco confusos, nos pusimos a jugar a las
cartas.

Hasta el día de hoy solo habló con Ana de otras cosas.


Verosímil

Me cuesta contarlo, Desconfío a veces de su verosimilitud.


Empiezo por alguna parte, por el nudo que siento dentro mio. Esa minúscula
apariencia me conmueve todavía.
Imagínate, un bar, una larga hora de espera, la vista trabada en la ventana
sintiendo pasar el tiempo y la gente. De pronto un rostro en esa ventana, con la
mirada fija en la tuya.
Entonces, desviás la mirada y tratás de concentrarte en lo que estabas
escribiendo.

- Me permite un minuto.
El temblor de su voz, atenuó el gesto de fastidio con el que levanté la cabeza y
asentí. Se sentó frente a mí.
- La estuve observando y me dí cuenta que era usted a la que debía recurrir.
La curiosidad hizo que no lo echara. Su mirada era clara, directa pero se
notaba que estaba perturbado. Demasiado.
- Qué quiere? ...Plata no tengo.
- Le voy a pedir un gran favor - dijo y se hizo un silencio un poco largo. - Quiero
que vea algo, necesito mostrárselo a alguien.
Yo, esperaba callada.
- Es algo que no puedo explicar. Tiene que verlo. Está allí en el parque, casi
escondido - Y señaló el jardín botánico. Enfrente a nosotros.
Tuve miedo.
- No piense que voy a raptarla ni robarle nada. Me entregó una tarjeta con su
nombre, dirección. yo también
La miré, pero no presté atención a los datos. Yo también me sentía perturbada.
- Tiene que verlo, por favor. Va a ser rápido.

Absurdo, me dije, pero pagué y salí con él. Cruzamos la avenida y caminamos
por el parque, en silencio, como si estuviésemos haciendo algo indebido.
Unas gotas de lluvia nos sorprendieron. Antes de entrar al parque había sol.
Imaginé el arco iris.
Qué íbamos a buscar. Qué iba a encontrar yo, porque el hombre aquél, ahora a
mi lado, ya lo había encontrado y sólo necesitaba mostrarlo, compartirlo con
alguien, como estoy haciéndolo ahora, con vos.

Cuando atravesamos el corredor de acacias ya sabía qué rumbo íbamos a


tomar. La intuición nos conduce, ante la inminencia de un encuentro.
El sitio, escondido entre arbustos. Un colchón de hojas y sobre ese colchón un
ser pequeño, pálido. Su cabeza era demasiado grande para ese cuerpito
tembloroso. Orejas pequeñas, nariz alerta y ojos de mirada espejada.
Pudimos percibimos su desamparo, el temor, pero también una fuerza atroz de
ser, de vida. Un corazón latiendo agitadamente.
Me arrodillé para estar a su altura tuve el impulso de acercarme pero la fuerza
de lo extraño detiene. Recobré la cordura y con ella la desconfianza.

Me retiré. Nos retiramos. No hizo falta el acuerdo.


Caminé junto a ese hombre en silencio. Volvían las gotas a resbalar y el olor a
plantas mojadas, sabiamente receptoras de la humedad, se intensificó.
Sin embargo no pudimos huir. Regresamos.
Nos abalanzamos entre piedras, hojas, canteros y allí estaba él, más
pequeño todavía, con sus ojos sufrientes, mirándonos.
Supimos que no era un ser de esta tierra.
Cómo, dónde, cuándo había llegado?
Le hablé, suavemente. El deseo de comunicarme era por momentos más fuerte
que el temor. No tuve respuesta. Sólo el brillo de sus ojos se hizo más intenso.
Ese brillo despertó algo en mí.
Intuí que necesitaba alimento... y pronto quizás. Tendría frío, calor?
No pertenecía seguramente a los seres superiores de su planeta. Sería un
animal como nuestro perro, gato o ratón.

El hombre aquél se levantó y me hizo señas. Lo seguí, hablamos.


- Hay que darle de comer o de beber.
- Qué podrá comer? Probemos con leche, pan, carne, lo primero que
encontremos.
- Espere... y si es peligroso?
- Tan pequeño?
- Puede morder, picar, contagiar alguna peste, tener veneno.
- Ah !... y me di cuenta que no le daríamos nada.
- Lo vendrán a buscar, no pudo a venir solo.- Lo último que dijo.
El consuelo necesario. No necesitábamos decirnos nada más.
Y nos fuimos del lugar, esta vez casi corriendo.

Abandonar, borrar. Muerte. Muerte segura que cierra bocas, sensaciones


extrañas, miradas espejadas. No, no mirar el otro lado, el cronopio. Porque,
podría ser un cronopio que se disolviera en la humedad humeante de la tierra,
del planeta de los civilizados terrosos, cierra puertas, con rejas en la entrada de
sus casas.
La lluvia nos mojaba el rostro...por llorar.
Nos aliviamos. Y regresamos a nuestras confortables cárceles sin miradas de
espejos balanceándose.
Ángeles

Ángeles lo hacía bien. Había aprendido a deslizarse entre las mesas del bar
con tanta cautela que no se trababa con nada ni con nadie.
A lo sumo un toquecito suave con las puntas, como una caricia, que pronto era
olvidada por el agraciado, quién nunca se percataba que la camarera que le
servía el café, era poseedora de dos alas blancas sedosas, absolutamente
transparentes. Solo ella las podía ver.

Pero ese día el hombrecito de la mesa, contigua a la puerta, tenía algo que le
entorpecía su deslizar. La mirada... la palidez... algo que le producía rechazo.
Cuando él se retiró, ella respiró aliviada. Quiso comentárselo a Paula, pero ésta
acababa de irse también. Había pedido permiso para retirarse antes de horario.

Ese maldito viaje. Vivían las dos lejos de allí. Se hacía tan pesado regresar del
trabajo como permanecer diez horas de pie sirviendo.
La única ventaja era que en el colectivo se podían sentar. A esa hora de la
noche viajaba menos gente.
Además eran muchas las cuadras que debían caminar desde la parada hasta
su casa. Lo hacían casi corriendo y con miedo. El lugar estaba desolado.
Habitualmente iban juntas, pero a veces, alguna debía cubrir una ausencia o
surgía otro inconveniente y regresaban solas, como hoy.
En este caso Ángeles, al bajar del ómnibus, aprovechando la oscuridad, usaba
sus alas y así llegaba volando.
Hasta ahora nadie se había dado cuenta.

Ella misma no sabía bien como le habían aparecido. Una noche, que estaba un
poco asustada, había corrido velozmente. De pronto se encontró volando.
Entonces las vio. Sus padres no se sorprendieron al recibirla. Se inquietó un
poco pensando que era una jugada de su imaginación, pero al querer
acostarse sintió las alas como una molestia y se las pudo sacar. Las miró con
asombro. Eran hermosas, las acomodó con cuidado y las colgó en la manija de
la ventana.
Esa noche, se durmió entre los rezongos del padre por falta de trabajo y los de
la madre por lo mucho que tenía que hacer. Despertó un poco tarde y
sobresaltada. Se sujetó bien las alas en su espalda y partió hacia el trabajo
con una opresión en el pecho. Durante el trayecto recordó escenas del sueño
que había tenido: "un brazo le sujetaba las alas. El esfuerzo por aletear le
producía un gran agotamiento. El rostro de quien la detenía era borroso, pero a
ella le parecía conocerlo."

La noticia le causó conmoción, parálisis. Un peso en las alas como nunca


había tenido. Paula había sido encontrada muerta, a unos metros de su casa,
con signos de violación y estrangulamiento.
Luego de media hora de permanecer sentada y de tomar café con mucha
azúcar, pudo recuperar un poco las fuerzas.
- Por favor Ángeles los clientes no deben enterarse. Y no tenemos a nadie que
la reemplace. Pronto encontraré una suplente. Por ahora, debes atender vos.
Por favor Ángeles!- le pidió Mario, el encargado.

Se puso a trabajar como una autómata y se le fueron alivianando las alas.


Cuando faltaban dos horas para terminar su horario lo vio.
Sentado en el mismo lugar, estaba el hombrecito de ayer, enjuto, oscuro.
Percibió otra vez algo amenazante en él. Ese algo le provocaba un escozor en
las alas.
Funcionarían como antenas también?
La sospecha empezó a instalarse en su cabeza. Era él, el que se había ido
detrás de Paula aquella noche. Sin dudas, había sido él.
Ése era el asesino de su querida Paula. No tenía otras razones para afirmarlo
más que su intuición o su imaginación como decía su familia.
Tal vez, era una facultad alelar.

Debía proceder sola. Nadie le iba a creer. A eso estaba acostumbrada.


Ya estaba por terminar su horario y el hombrecito seguía sentado allí,
mirándola.
Ahora le tocaba a ella, seguramente. Hoy el asesino la iba a seguir hasta llegar
cerca de la casa... entonces lo miró fijamente y lo encontró más amenazante y
sombrío
- Ya es tu hora, niña - Mario le avisa sonriendo.

Ángeles entra a la cocina. Se saca el delantal. Lo guarda en el placard. Toma


uno de los cuchillos de la mesada, uno bien filoso y lo mete en su bolso.
Por si las alas no me responden, se dice y sale a enfrentar la noche y el viaje.
No puede ser tan vulgar

En "La Busca de Averroes", Borges hace decir al personaje que en el Tiempo


de la Ignorancia, antes del Islam, los primeros poetas ya dijeron todas las
cosas, en el infinito lenguaje de los desiertos...y condena por vana la ambición
de innovar. Hace días me consuelo pensando esto pero no puedo remediar la
búsqueda.

Estoy a punto de encontrar la idea para mi próximo cuento. Siempre ocurre lo


mismo. La trama, los personajes, las secuencias y el tiempo en que transcurre,
me resultan más accesibles, no tienen dificultad para mi. Lo que me cuesta es
la historia, todo lo que se me presenta es vulgar o ya está contado y cuando
deseo escribir un cuento me dispongo como alguien que se acuartela. En esta
semana he vivido así. Me escapo del trabajo recorro las plazas, me pierdo por
las calles, me aparto de la gente.

Silvia llamó varias veces. No la atiendo. Insiste en que nos encontremos el


jueves. Seguro, habrá quejas, condiciones para que continúe lo nuestro. Será
inútil que le explique lo que me pasa. Así, el jueves resultará malo para los dos.
Tantas veces sucede esto, desde que escribo. Y cada vez es peor una idea
acechando y todo yo al acecho.

Hoy a la mañana, mientras corría, se me ocurrió una historia. Un hombre viaja


en avión. Como integra la tripulación, hace el mismo itinerario en todos los
viajes. Se fascina ante la vista de una isla, qué tiene una luminosidad especial
al mediodía. Siempre, al pasar por allí, la mira por la ventanilla. La isla va
adquiriendo una atracción cada vez más intensa. Tanto, que resuelve visitarla.
Pero antes, se dedica a estudiar sus habitantes, costumbres, mitos. Y aquí es,
donde debiera poner en acto mi mayor esfuerzo narrativo, porque esa visita
soñada se concreta de una forma muy especial. El avión cae mientras
sobrevuela la isla, justo cuando él estaba absorto mirándola a través de la
ventanilla e imaginaba la llegada al lugar y el posible encuentro con los nativos.
Encuentro que sólo tendrá lugar al descubrir ellos, su cadáver arrojado
por las olas.
Estuve entusiasmado con esta historia hasta que recordé: La Isla al Mediodía
de Julio Cortázar. Casi me enfermo.

Ya pasó lo de Silvia. Fue peor de lo que había sospechado.


Amenazó con matarme y matarse. Sabe bien cuánto odio las grandes palabras,
el drama sensiblero. Me resulta tan vulgar.
En el transcurso de esta semana deseché varios temas. Uno era casualmente
sobre un asesinato. Una mujer que trata de olvidar un oscuro episodio de su
vida un crimen por omisión, el de su hermana enferma. Ella debía darle
medicamentos y no lo hace, la deja morir. El móvil, simplemente su fortuna.
Época, la de la colonia.
Una vez consumado el homicidio, con parte de la herencia recibida, decide
hacer un viaje. En una parada inesperada, sube a la diligencia una
desconocida. Tenía el rostro cubierto por un velo, pero ella logra distinguir los
rasgos. Se parece a su hermana muerta. Y... sospecha que es la hermana
muerta que viene a ocupar su lugar. Su lugar que va poco a poco, tornándose
inexistente para los demás. Entonces, un trecho más adelante, el carruaje se
detiene para que los pasajeros tomen aire y se muevan un poco.
Al intentar ella ascender nuevamente a la diligencia, se le cierra la puerta y el
carruaje se pone en marcha, abandonándola en aquel sitio desierto.

Otra vez! Será posible?! Estoy relatando el cuento "La Galera", de Mujica
Láinez.

Una semana más y no he podido. Todo lo que se me ocurre ya se le ocurrió a


alguien. Estoy en punto muerto. Acepté la invitación de Silvia a pasar unos días
afuera. En las circunstancias en que me encuentro, me da igual. Quizás en el
auto mirando el paisaje surja algo distinto, original.

Me gusta ir a cierta velocidad, especialmente cuando no soy yo, el que maneja.


Así puedo ver el correr de los árboles. Se mezclan formas, colores. En esta
visión rasante, me parece que va naciendo una idea. Zumba en mis oídos,
corroe mi cabeza.

No !!! ... no puede ser tan vulgar... tan cruel ! Como si en cualquier momento, o
ya, ya mismo, Silvia va a tratar de que los dos juntos nos estrellemos contra
ese inmenso camión, que de pronto, aparece en la curva.
En el parque más cercano

Tenemos que contactarnos... Eh! Esas palabras... no recuerdo haberlas


escrito. No vienen al caso. Las borro.
Sigo con el cuento. No quiero caer en lo que se ha generalizado en el cine,
pero esa imagen... cabeza grande y ojos saltones se me impone.
Cómo lo imagino, dónde lo hago aparecer ?
Bueno, en realidad, no sé si continuar el cuento éste. Sobre extraterrestres ya
tengo dos y son de aquella época en que entusiasmaba el tema.
En el parque más cercano, te espero. Ah no ! Yo no escribí esto... aparece
en la pantalla. No puedo estar tan loca! Hasta aquí llegué.
Me voy a tomar unos mates.

Sigo preocupada. No creo haber perdido la razón. Claro que cuando uno
escribe, suelen surgir ideas no previstas. Ya ha dicho Borges: uno escribe
para descubrir que quiere decir. El relato se va haciendo en el acto de la
escritura.
Eso también ocurre con todo lo artístico. Es lo interesante.
Me parece que va a ser mejor caminar un rato, tomar aire.

Camino y pienso en el cuento que estoy escribiendo, lo que me interesa es la


convergencia entre mundos distintos. En especial lo referente a la emoción o
a las ideas sobre la vida y la muerte, si es que hay muerte.
Ahora me río, porque pasa lo mismo que cuando escribo, en vez de dirigir mis
pasos, éstos me dirigen a mí. Estoy llegando a la plaza. Allí hasta puedo
correr un poco y sentarme en mi tronco, si es que todavía no lo sacaron.
Oh, no ! "en el parque más cercano, te espero" la frase de la computadora !
Esta Plaza es el parque más cercano! Miro bien, alrededor. Tengo que
sacarme esas ideas de mi cabeza. Estoy obsesionada.
Sólo hay niños en los juegos con alguna mamá, y el hombre sentado en aquel
banco.
Busco mi tronco. Todavía está. Cuando estoy sentándome, una voz detrás
mío: qué suerte! Vino.
Aunque me sobresalté, sabía que era el único hombre que estaba en la plaza.
No pude decir nada. El silencio se impuso por un tiempo tan largo, que me
llevó a fijar mis ojos en él, para descubrir lo que íntimamente sospechaba.
Se sienta a mi lado.
- Sabe quién soy, no?
- Creo que si. No pude negarlo.
- No se asuste. Sólo quiero tener una charla con usted
- De dónde viene? La curiosidad movió mi lengua.
- De un planeta bastante alejado de éste.
La respuesta confirmó mi sospecha. Temí estar alucinando.
Con esfuerzo pude preguntar: " Cuál"
- Voy a ocultar algunas cosas, no puedo darle demasiada información. Quizás
más adelante.
-Imaginaba que eran distintos a nosotros.
- Nos mimetizamos, para evitar rechazos.
- Cómo entró a mi archivo, a mi computadora?
- Eso, por ahora, tampoco puedo decirlo. Es información reservada.
- No será un diálogo sincero, entonces.
- Se estudió mucho el mecanismo de las entrevistas.
- Pude haberme negado a venir. Se tuvo en cuenta esa posibilidad?
- Era muy remota. Tenemos un poder de seducción que los atrae.
- Pensé que estaba escribiendo yo, esas frases. Incontroladamente.
- Suele ocurrir, es difícil aceptar lo extraordinario, pero vence la gran curiosidad
que los moviliza.
- Parece que a ustedes los moviliza más. Son capaces de viajar desde tan
lejos.
- Estamos muy avanzados científica y tecnológicamente. Además no
perdemos tiempo en pelear entre nosotros. No hay guerras, tampoco conflictos
sociales y políticos. El tiempo nos alcanza para satisfacer nuestra inquietud
exploradora.
- Me deja atónita. Pueden vivir en paz?! No lo puedo creer. Cómo hacen?
- Hay algo que ustedes tienen... o padecen... que nosotros no tenemos.
O sea. Nosotros tenemos lo que ustedes llaman virtudes o esa capacidad de
convivir en paz. Lo que ustedes no poseen.
- Me tiene que decir cómo hacen para vivir en paz. Cómo se organizan
socialmente.
- Ya le dije. Ignoramos la indiferencia, la discriminación, el egoísmo.
Aprendí bien estas palabras. Les traen a ustedes muchos problemas.
- Cómo han aprendido tan bien nuestra lengua, nuestra pronunciación?
- El poder de mimetización es muy amplio y nos facilita los idiomas.
- Considera que es algo natural nuestro, el carecer de sociedades más justas.
. Le parece que podemos evolucionar, todavía?
- No sé. Si es algo genético o si es posible de transformación.
- Estamos divididos. Algunos de nosotros creemos que es posible lograr vivir
en sociedades más justas. Otros dicen "pobres hubo siempre", consagrando
así, nuestro egoísmo.

- Pero hay algo que ustedes tienen que nosotros carecemos. Algo muy valioso
como: imaginación, creación, lo que ustedes llaman arte.
Lo mire asombrada. Me costaba concebir un mundo sin arte.
- Admiramos intensamente lo que hacen en pintura, música, escritura, arte en
general.
- Vienen a ver cómo lo logramos?
- Si, aunque tenemos serias sospechas de que es un don natural.
- Ojala pudiéramos transmitirnos nuestras capacidades mutuamente.
Falta mucho para que ustedes nos frecuenten?
- Bastante. Ustedes lo considerarían un peligro. Pensarían que los venimos a
invadir, a dominar, colonizar. Suelen asaltarlos esos temores.
- Es casi seguro.
- No quiere caminar un poco?
Asentí y me levanté aliviada. Necesitaba un poco de distensión, era demasiado
lo que tenía que asimilar. Este parque es bastante grande, así que
comenzamos a deambular tranquilos y el hecho de movernos un poco nos hizo
permanecer largo rato en silencio. Creo que ambos compartimos el alivio de
interrumpir el cuestionario con que estábamos asediando mutuamente.
El sol y el aire fresco del otoño nos estimulaba.
Él se acercó a unas flores y olió una. Se quedó un momento como si percibiera
algo muy extraño.
Le iba a preguntar por lo que percibía, si le gustaba el perfume, cuando se nos
cruzó un perro. Entonces, le pregunté si tenían perros?
- Los animales de allá son diferentes a los de aquí.
- Tienen mascotas, animales domésticos?
- Si, tenemos animales que viven con nosotros. Son importantes para nosotros.
Vi, de pronto, mi árbol preferido en otoño, el ginko bilova. Recogí una hoja del
suelo y se la mostré.
- Ves, tiene forma de abanico y es de un amarillo denso.
- Tenés un brillo en la mirada. Debe ser como el entusiasmo que experimentan
ustedes al hacer o disfrutar lo artístico.
-Es lo que llamamos placer estético.

No podía creer lo que estaba viviendo. Y tampoco podía parar de preguntar.


- Cómo son? Muy distintos a nosotros'
- No tanto. Bastante similares, Sólo la cabeza más grande, la frente y los ojos.
- No tiene una foto?
- No, por ahora no.

- Retomemos, por favor el tema del arte.


- Pienso, sin embargo, que ustedes deben realizar algo en el campo de lo
creativo, aprender a imaginar.
- Descubrimos cosas nuevas pero en el ámbito de la ciencia, de la técnica.
En ocasiones También visualizamos el futuro. Tenemos una gran intuición y...
sabe, nos comunicamos telepáticamente.
Nuestros relatos son de acontecimientos que han sucedido a través del tiempo.
Lo que ustedes llaman históricos. No ficcionamos.
- Lo que ocurre es que el concepto de arte depende de distintas épocas y
apreciaciones al respecto. Lo que se denominan corrientes, escuelas.
- Sí, hemos visto eso, pero también hemos percibido que hay algo que
permanece.
- Es difícil abstraer, generalizar. En este momento me viene un ejemplo que yo
siempre recuerdo porque me impresiona todavía. Es lo que escribió un filósofo
analizando una pintura de un gran artista, Van Gogh, cuyas pinceladas dan
movimiento, vibración a sus imágenes.
Él parecía estar muy interesado en lo que yo estaba diciendo, por lo tanto, su
actitud reforzaba mi alegría de seguir contando.
Este filósofo analiza un cuadro en donde están pintados unos zapatos de
labriega, toscos, quizá sucios, un poco deformes y nos induce a pensar en la
mujer, que en los amaneceres sale a trabajar el campo, su cansancio, sus
pesares, y uno, ya no ve solo ese par de zapatos, sino todo la verdad que
revelan.
Además el arte, en este caso, no sólo surge de la pintura, sino también de la
forma en que narra el escritor. Frases como estas: "... en la boca del gastado
interior bosteza la fatiga de los pasos laboriosos...Bajo las suelas se desliza la
soledad del camino... el mudo temer por la inseguridad del pan. ..."

- Si, frases como esas emocionan.


- Ah, ...pero si llegan a emocionarse, tal vez puedan lograr hacer algo al
respecto.
- Trataremos. Es un tema que tenemos que seguir investigando.
Lamentablemente esta charla se debe terminar. Las entrevistas son cortas.
- La repetiremos?
- Según la evaluación que hagan de la entrevista.
-Tratá de que se vuelva a repetir y que sea más larga. Me tendrían que avisar
con más anticipación, así puedo organizarme.
- Ustedes tienen, siempre, poco tiempo. Viven apurados.
- Cómo es la relación de ustedes con el tiempo?
- Somos más tranquilos. Ocupamos el tiempo en la investigación y
experimentación y eso requiere paciencia. Pero en las entrevistas cumplimos lo
que hemos acordado.
- Qué lástima. Antes de terminar, hay un tema y querría saber en especial:
- Ustedes mueren?
- No. Nos reciclamos
- Por dios!
- Nos transformamos.
- En espíritus?
- Algo así.
- Pero se ven?
- Nos podemos contactar.
- Se pueden oír?
- De alguna forma, nos podemos escuchar.
- O sea, no creen en la muerte total?
- No, sabemos que hay otros niveles de vida.

- Si me contactaras, lo harías a través de la computadora?


- Tal vez, pero hay otras formas además. La telepatía, la intuición, ya te vas a
dar cuenta
- Voy a estar alerta. Temo obsesionarme. Ojalá seas vos, el que me contacte la
próxima vez, y tengas la misma apariencia.
- Eso no te lo puedo asegurar.
- Sabés... parece que me siento con más confianza. Nos estamos tratando de
vos. Te quería decir que estoy escribiendo un cuento, sobre extraterrestres.
Ah... en realidad, te estoy contando lo que ya conocés. Ahí, justamente, en mi
cuento te introdujiste ! Pero, cuando venía para acá, estaba dudando si
continuarlo o no.
- Podés escribir lo que hablamos.
- Ah, claro. Es ficción. No les molestaría?
- Al contrario queda bien reservado por ser ficción. Será puro cuento.
- Antes de despedirnos, me dirías una cosa más. Cómo son sus sentimientos?
Se enamoran, conviven? Hay dos sexos?
- Mira, es imposible que hablemos de todos los temas hoy.
- Pero decíme sólo ésto, por favor: se enamoran?
- Eso que les sucede a ustedes, tan irracional a veces, eso no nos sucede.
- Qué lástima! Porque es fantástico, intenso.
- Nosotros percibimos afinidades y podemos convivir por algún tiempo.
- Cómo se reproducen?
- Bueno... esto quedará para otra entrevista. Sólo te diré que sí, lo hacemos en
forma placentera.
- Me cuesta separarnos.
- Es por el poder de atracción que tenemos.
- Es cierto. Además elegiste un aspecto agradable.
- Así, que te gusto?
- Así es.
- Retirémonos hacia lados contrarios. Te puedo dar un beso, no?
Acerqué mi cara con mucho gusto. Él me besó en la mejilla.
- Y si te sigo?
- No podrás

No intenté seguirlo. Tampoco di vuelta la cabeza para verlo alejarse. Estuve


muy conmocionada por varios días. No lo comenté con nadie.
Lo voy a escribir en el cuento.
La situación de Elena

La situación de Elena es como una sombra que me circunda.


Su desequilibrio es hormonal, creo, aunque sé poco sobre el tema.
Además es muy soñadora, creativa pero no llega a concretar nada de lo que
proyecta.
La última vez que vino estaba eufórica. Me preguntó en qué andaba.
- Te conozco. Estás pensando algo, mejor dicho buscando.
- Si, estoy buscando una historia para un cuento, pero vienen a mi cabeza de
cuentos de otros autores que ya he leído.
- A mí, se me ocurren tantas - dijo -lo que no puedo es escribirlas. No tengo tu
paciencia ni tu voluntad.
- Es verdad- le contesté- Serías buena para lo que se te ocurriera hacer,
lástima que no haces nada, nunca.
Me miró con mucha intensidad. El silencio que siguió a esa mirada resultó
amenazante.
Me levanté para preparar café, mientras pensaba que con ella había que tener
cuidado. Aunque, reconocí que había estado demasiado duro.
Entonces, le comenté, como para cambiar la tónica de nuestra conversación,
que tenía el proyecto de hacer un viaje, durante la temporada baja.
-Yo lo voy a hacer y muy pronto.
La escuché asombrado. La palabra “hacer” tenía un tono enérgico.
-Bueno me gusta oírte hablar con decisión. Estas palabras sonaron inoportunas
otra vez.
Al irse, dijo: “Hay que saber mirar bien alrededor. Estirarse como un elástico o
un látigo.” Esto último sonó algo siniestro.

-Ayer me lo alcanzó la señora, pero recomendó que se lo entregara, recién


hoy- dijo el encargado, dándome un sobre con mi nombre.
Carta de Elena: “Cuando leas esto estaré ya bastante lejos. Siempre pensé en
irme de aquí. Dudaba si no era una cobardía huir. Pero también ya no era feliz
viviendo con sombras. Estas sombras me paralizaban. Tenías razón cuando
dijiste que no concretaba nada. La terapia, los amigos, las cosas bellas de este
mundo no podían terminar con ellas. No podían, porque de alguna forma, me
aferraba a ellas. Resolví hacer este viaje para dejar de vivir con mis sombras o
quizás, para encontrarlas más nítidas y para siempre.
Por favor, de vez en cuando, date una vuelta por mi departamento para
ventilarlo y regar las pocas plantas que dejé.
Me permito un consejo, dejá por un tiempo de leer tanto y escribe. Quizá tus
sombras sean esos cuentos, que te gustaron tanto cuando los leíste, pero
interfieren en tu escritura. Que seas muy feliz. Un fuerte abrazo".

Me sorprendí, luego me preocupé. No solo porque Elena no decía a dónde


iba, sino por las líneas que había escrito. Se parecía más a una despedida
definitiva que a una por un viaje.
Cuando fui al departamento, entré con cierto recelo. Estaba bastante
ordenado. Luego de ventilarlo y regar las pocas plantas que lo habitaban, la
curiosidad me llevó buscar, entre los papeles que estaban a la vista, algún
indicio, catálogos de viajes o números de teléfono que delataran a dónde ella
se había ido. Nada.
Además inspeccioné el cuarto, no me atreví a abrir cajones, pero sí, miré
debajo de la cama. La valija grande estaba allí. Tendría otro equipaje... no
recordaba haber visto otro.

Pasaron varios días y ni siquiera me asaltó el recuerdo de algún cuento ya


leído, solo me asalta, diría más bien me asedia el viaje de Elena y acompañado
por un sabor amargo.
Hasta ahora no hubo noticia alguna. Su hijo tampoco tiene noticias.
A veces pienso en un suicidio, trato de evitarlo. Será que me siento culpable.
Tendría que haberme ocupado en averiguar que le pasaba, esa decisión de
viajar, tan abrupta, misteriosa. Nunca me había comentado sobre ese viaje,
adonde iba, si lo hacía sola o acompañada.
En una época tuvimos algo más, pero ahora somos amigos. Claro, que estoy
evitando verla seguido por ese desequilibrio emocional suyo, que me altera.
Me preocupó una noticia. No recuerdo como me enteré si por un comentario
en la radio, en la televisión o la vi en facebook .
Una lancha, que hacia una excursión desde Bahía hacia alguna de las islas
cercanas, había perdido una pasajera. La única posibilidad era que se hubiese
caído al agua. Debía haberse producido durante la travesía, mientras estaban
en el mar. Lo increíble es que nadie se había dado cuenta.
Al descender todos, una pasajera comentó muy alterada que faltaba la mujer
de campera violeta, con quien estuvo charlando un rato durante el viaje.
La buscaron, pasaron lista de los pasajeros y efectivamente había
desaparecido.
Algo encendió mi alerta, siempre conectada, desde que partió Elena.
Una campera violeta, rumiaba, la campera de Elena. La había visto varias
veces con una campera de ese color.

Está haciendo frío y mucho, voy a tomar el colectivo; está desagradable para
caminar. Conseguí un asiento, lástima que no traje nada para leer. Voy a
intentar enfocar mi atención en una idea que me surgió para el cuento: el
personaje, sale de su casa sin rumbo fijo y toma un tren. Desea bajar en la
estación que su instinto le indique. Ir hacia lo desconocido, dejarse llevar sin
rumbo fijo. Sería una vía de escape a lo que le está pasando. Vive un momento
difícil, conflictivo que le provoca una sensación de asfixia, de apresamiento.
Necesita experimentar cierta liberación..
-Pero fíjate qué accidente ! Pobre ! - la voz de una mujer, sentada atrás mío,
interrumpe el desarrollo de mi idea - te imaginás, con la ilusión con que uno va
a esquiar. Bueno, es lo que me pasaba a mi, en las pocas oportunidades en
que lo hice. Esta mujer se cae y se golpea muy feo. Perdió el conocimiento,
además de fracturas varias, no sé muy bien. Esta internada en Bariloche, pero
lo más terrible es que no pueden comunicarse con ningún familiar o conocido.
No llevaba documentos, ni celular. Viste, no se puede salir sin estas cosas
aunque sea para ir a la nieve.
Mis neuronas se dispararon hacia Elena. Recordé que cuando fuimos a
Bariloche, decía que tenía muchas ganas de practicar esquí, nuevamente.
Me di vuelta y le pregunté a la señora a la que había escuchado relatar el
accidente, de donde había sacado la noticia, de cuándo era.
Ella me miró con cierta aprensión, como si considerase mi pregunta una falta
de delicadeza.
-No recuerdo si la escuché en la radio o por la televisión, pero fue en estos días
- respondió secamente.

Entonces durante el resto del viaje, ya no seguí con mi cuento. Me sumergí, sin
remedio, en la idea de que podía ser Elena la del accidente, porque ella no
salía nunca ni con documentos ni con celular, tenía miedo a que se los robaran
o a perderlos. Siempre tan terca, imprudente.

Felipe me invitó a festejar el día del amigo en su casa. En general nos


reunimos los seis que nos conocemos hace años, cuando jugábamos al
Básquet. Sebastián era el mejor amigo de aquella época, en que yo salía con
Elena. Después ya no lo vi frecuentemente. Cuando llegué estaban los cuatro
esperándome.
-Y Sebas? pregunté.
- Justamente, estábamos hablando de él.
- Parece que se fue de viaje- dijo Ernesto- yo lo encontré en el banco hace mas
de un mes largo y me comentó que tenía proyectado un viaje.
- Sabés a donde iba?- pregunté.
- La verdad que no le pregunté. Creo que iba a recorrer Europa. Me parece
que iba acompañado. Estaba bastante misterioso.
- Hace un tiempo que no tengo noticias de él- dijo Rodrigo. No contesta mis
mensajes. Es raro que se haya ido por tanto tiempo.
Estuve un poco distraído durante la cena. Una sospecha me preocupaba, tal
vez se había ido con Elena. Si fueron juntos, no tenían por qué ocultarlo, ya no
tenemos nada entre nosotros. Me sentí afectado, sin embargo. Mientras
regresaba a casa recordé los momentos en que salíamos los tres.

Esa noche dormí mal. Tuve encendida la radio, y escuché entre tantas cosas
que un globo aerostático había caído en Turquía, se había incendiado y casi
todos los pasajeros habían muerto. Estaban tratando de identificarlos.
Ahora no sé si lo escuche o lo soñé, pero sí, esa noticia me terminó de
desvelar y me levanté agitado a prepararme un té de tilo.
Mientras tomaba el té, me acosaba la idea de que lo del globo, ese accidente
horrible, quizás les había pasado a los dos, a Sebas y a ella. Si se quemaron,
no los podrían identificar. Así que el silencio sería eterno.

Mi terapeuta me aconsejó que escribiera todo lo que pienso e imagino sobre


Elena. Y eso hice.
Ahora tengo una especie de catálogo de accidentes que han ocurrido durante
estos cuatros meses de su desaparición y los que mi cabeza visualiza.
Esto se ha convertido en una especie de hobby .
Son tantos que a veces toman vida propia, es decir no se asocian a Elena.
En estos momentos estoy más inclinado a pensar que ella se suicidó. Pasó
tanto tiempo!
Estoy tentado en hacer algo con esta recopilación de hechos trágicos. Escribir
cuentos o encuadrarlos en una novela. Por ejemplo: Un tipo obsesionado,
medio enloquecido, con una inclinación a la catástrofe.
Ya veré.
El hombre del sueño

Sin saber a donde voy. Con esta frase en mi cabeza desperté.


La había dicho alguien en el sueño. Ese alguien era un hombre, un
desconocido.
Me levanté lentamente como si me costara salir de la cama y del sueño.
Estuve ocupada toda la mañana. Por la tarde aproveché el tiempo libre para ir
al parque. Siempre que puedo hago mi caminata circulatoria y respiro
profundamente.
Mientras caminaba, fui consciente de la presencia de ese alguien del sueño. No
recordaba su rostro, pero respiraba junto a mi lado. Me sorprendía lo nítido de
ese fantasma y al mismo tiempo me sentía muy bien.

Las hojas caían lentamente. Mis ojos no podían eludir el hechizo del
desprendimiento, un lluvioso amarillo que iba tapizando el suelo. El ritmo
pausado del descenso se interrumpía cada tanto por la acción del viento,
provocando un chorro de hojas temblorosas. Esa violencia era como una
ráfaga de energía, que mi cuerpo descargaba apresurando el paso.
Al entrar al bar arrojé a la silla no sólo mi cuerpo sino ese plus de energía.
Allí, frente a la taza de café, volví a percibir la presencia.
Suelo no recordar largo tiempo mis sueños. El de anoche persiste en el
recuerdo de ese hombre y en forma extraña me perturba, me inquieta.

Voy manejando por un camino desconocido, desolado. Está oscuro y no veo


ningún otro auto. Tengo idea de que estoy buscando algo.
De pronto, me pasa una camioneta. Aprieto el acelerador, sé que él va allí.
Estoy decidida a alcanzarlo.
Se detiene en una especie de parador. Bajo y me acerco.
Si, él está allí. Me mira, sus ojos son grises. Yo no dudo. Subo adelante.
-Está solo? ... Al fin... - me escucho decir.
-El fin es sólo un comienzo- me dice- la finitud es una línea delgada, un suspiro.
Arranca la camioneta y comienza a andar. A dónde iremos ?. No me preocupa,
la sensación de seguridad traspasa lo desconocido y lo oscuro. Todo está bien
así.
-El tiempo se me fue de las manos- le escucho decir. Con esas palabras se
eclipsa el sueño.
Lo lamenté tanto, podría haber estado más tiempo con él.

Las líneas enmascaran, sí, porque lo que ocultan son máscaras, dicho
literalmente. Se esmeran en desfigurar, transgredir.
Él está a mi lado y mira detenidamente el cuadro. Yo lo miro a él,
detenidamente y veo cuán absorto está. No hablo, no se me ocurre nada que
decir, en realidad. Entonces me concentro en lo que él está observando con
tanto interés.
Un conjunto abigarrado. Máscaras con ojos, ojos como pozos, como peces.
Líneas que conforman un caos. Me absorben y como si fuese centrifugada doy
vueltas, me hundo. No sé si podré soltarme. Recuerdo el axolotl de Cortázar.
Seré una máscara más, una pincelada?
Todo es violeta, temo ahogarme, pero hay algo en este baile de máscaras,
manchas y ojos que atraen. El yo se pierde, es parte del cuadro, pero en vez
de palidecer se fortalece en el delirio de ese tumulto. Es una parte más de esa
increíble posibilidad de ser.
Desperté como si hubiese sido despedida del marco.

Al haberlo encontrado en el sueño, dentro de un museo, me propuse visitar


uno. Decidí ir al del Centro Cultural Recoleta, tal vez en una de las salas lo
descubriera.
Y ocurrió lo deseado. A dos cuadros de distancia estaba él.
En se momento lamenté lo poco previsora que había sido. No había pensado
cómo abordarlo, con qué excusa, palabra.
Aposté a decir algo sobre la pintura que íbamos a compartir. Me instalé al lado
suyo e hice una observación en tono de pregunta.
- Es discípulo del expresionismo alemán, no?
- No lo creo. Y con esa respuesta vino la decepción.
No era él, ni su expresión, ni su voz, sólo un aire en el perfil.
Cuando se alejó, percibí los latidos de mi corazón. Ante la posibilidad de su
presencia, me había agitado.

Olor a madera quemada. Veo un cobertizo que inspira desconfianza.


Sin embargo una gran curiosidad me empuja a entrar.
Tengo un miedo espectacular, lo percibo atrás, en la nuca, como si avizorara
un golpe. Igual permanezco allí. En realidad no puedo reaccionar. Sigo allí,
perpleja, esperando.
Como si fuese algo natural, él surge de algún sitio no identificable. Me mira y
hace una seña. Obedezco y entro de lleno al cobertizo. Es grande y oscuro.
Junto a él, se me pasa el miedo. Escucho con atención lo que dice. Relata un
recuerdo de su infancia.
Un verano, su familia había alquilado una quinta. En una tarde, él se alejó de
la casa y al encontrar, debajo de unos árboles, un hombre acostado entre los
yuyos se asustó y les contó a sus padres. Estaría durmiendo, dijeron pero igual
fueron a verlo. El hombre estaba muerto. Le causó mucha impresión ver, al
acercarse, su cuerpo manchado con sangre. Lo habían asesinado.
Esa imagen del hombre ensangrentado, con los ojos fijos en las ramas de los
árboles, lo atormentaba todavía.
Yo lo escuchaba ensimismada. Iba a hacerle un comentario, pero él se levantó
y corrió hacia el fondo. Lo seguí inmediatamente. Nos escondimos detrás de
unos barriles. Esperábamos que apareciera alguien.
De pronto, entraron unos hombres armados. No debían encontrarnos.
Seguramente éramos policías o espías, algo así.
Hubo una explosión y desperté.
El alivio al despertar y la angustia por separarme de él, eran al mismo tiempo
los dos polos de mis sueños.
A medida que tenía estos sueños crecía en mí, la idea de llamar a Teresa, una
psicóloga con la que había hecho terapia un tiempo atrás.
Una terapia breve y puntual, le solicité.
Reconozco que no fue fácil transmitirle lo que sucedía con mis sueños o sea
lo mucho que me afectaban. Tanto como buscar a ese hombre en la vida de
todos los días y hasta forzar situaciones como la vez que fui al campo de unos
amigos de quienes, jamás había encontrado el momento para aceptar sus
invitaciones.
La idea de que quizás hubiera un galpón o cobertizo y allí poder encontrarlo,
hacer realidad lo último que había soñado, me hizo atractiva la visita.
El punto era que estaba obsesionada.
Tomaba los encuentros del sueño, que se repetían de tanto en tanto, como una
premonición.
No pasaba un día sin que percibiera su presencia. El impulso de buscarlo era
acuciante.
A veces solía correr por la calle, hasta alcanzar a alguien parecido a él. En una
oportunidad bajé del ómnibus antes de llegar a destino, para cerciorarme si un
hombre que caminaba apresurado era él.
Otra vez, alcancé a un desconocido, que estaba entrando a un bar, y le
pregunté si recordaba que habíamos cursado juntos en la facultad. El aludido
creyó que lo trataba de conquistar y me invitó a tomar un café. Acepté. Pero en
nada respondía a la imagen soñada.
Hubieran sido suficientes un gesto, una señal, por pequeña que fuera. Aunque
que no tenía muy clara su imagen ni sus rasgos, ni el sonido de su voz, lo
hubiese reconocido. Creo que se podría decir que era una imagen intuitiva,
desdibujada, sólo sus ojos eran nítidos.
-Está enamorada de él? Preguntó en una de las sesiones, Teresa.
Me retiré de la sesión pensando si era eso lo que ocurría.
Consideré lo que me sucedía. Se acercaba bastante a la sensación de
enamoramiento. En las relaciones que había tenido, sentía cierto entusiasmo,
pero nunca la intensidad que experimento ahora, ante la posibilidad de un
encuentro con él, en la realidad
Quizás mi ansiedad se incrementa porque él, se mantiene a una distancia que
no es lejanía ni indiferencia, pero es suficiente como para sufrir la imposibilidad
de acercarse más y conocerlo bien.

-No encendamos las luces


Eso me dice él. Estamos acostados en una misma cama. Hace un tiempo que
vivimos aquí. En una estancia, lejos de todo.
Me siento feliz.
Ahora, ya es de día y hay un hogar encendido. Es un sitio familiar. Tal vez
nuestra casa.
Tengo miedo de estar soñando. Estamos sentados frente a los leños y puedo
ver el campo, a través de un gran ventanal. Él está hablando.
-Vos pensás como soñando. Hay que traspasar el velo ilusorio de la imagen,
alcanzar la realidad oblicua. El puente ya es el otro lado.
De pronto, se levanta. -Voy a dar un vistazo afuera, permanecé alerta. Si los
ves venir llamame.
Otra vez la amenaza. Ellos nos persiguen siempre.
Él sale con su escopeta. Yo me quedo vigilante. Ahora sí, siento una
sensación de desprotección que me induce a querer despertar. Pero si
despierto, él desaparece. No sé que hacer.
De pronto un tiro, lejos. Salgo y corro hacia donde, supongo, él ha ido.
Un poco más allá, lo descubro, está tirado en el pasto, ensangrentado y con los
ojos fijos en las ramas de un paraíso. Angustia. Desesperación. Corro en
busca de ayuda, corro cada vez más, estoy agitadísima y entonces ...
despierto. No!
La angustia me sigue, no puedo casi respirar. Estoy paralizada. La imagen de
él, tirado en el suelo, continúa nítida en mi cabeza. Estará herido?
Grave? muerto?
Intento levantarme. Cómo remontaré la mañana, me pregunto. Voy
tambaleando al baño. Agua bien fría, bien fría.
El día se me hizo muy duro. Me equivoqué, estuve distraída, y en la sesión de
terapia, relaté varias veces lo mismo, tratando de desahogarme de la incógnita
que me asediaba: si él había muerto, yo lo podría volver a soñar?
Desaparecería de mis sueños para siempre?

Aquella vez, cuando había ido al campo de mis amigos, conocí a Pedro, un
primo de ellos. Enseguida nos llevamos bien. Resultó simpático y divertido. Nos
encontramos varias veces y ahora estamos saliendo.
Creo que di un paso importante. Tener una relación sentimental ayuda a olvidar
los sueños. Aceptar que los sueños, sueños son. Lo charlé mucho con Teresa.
Estoy pasando buenos momentos con Pedro, compartimos lecturas, paseos,
amigos.
Sólo que de tanto en tanto, cada vez más frecuentemente sufro de añoranza
(me gusta esta palabra). Extraño al hombre de mis sueños. Me imagino a
través de esa realidad oblicua, que él mencionó, que estamos sentados frente
a los leños o caminando por el campo, y ellos no vienen más.
Y por supuesto no pierdo la ilusión de encontrarnos en la vida real.
En última instancia, estaría resignada a reunirme con él, solo en sueños.
Aunque para que eso ocurra es imprescindible que él no se haya muerto, en la
última vez que lo soñé.

Vous aimerez peut-être aussi