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Ella ha venido a arrojar sus propios restos al mar. Todo lo que la agobia y
todavía forma parte de ella.
Cada paso confía en el lento despojo.
Qué será más fácil: arrojarlos al mar, abandonarlos a las gaviotas hambrientas,
al viento? O, cavar en la arena y sellarlos, con ese tesón con que los chicos
entierran piedras o caracoles?
Sé que sufriste porque no te propuse huir conmigo. Es que vos podías y yo no.
Fue simple y cruel. Nuestras miradas ya no conjugaban más.
Hay una bruma tenue, casi no hay bruma. Sólo que el gris del cielo se refleja
en el gris del mar, y las gotas minúsculas de las olas al romper enturbian la
mirada. Extraño el sol, pero disfruto igual, respirando el hálito marino tan
intenso.
El silencio se retrae ante el constante movimiento de las olas que vuelven en
una persecución sin tregua a devorarse unas a otras, hasta que se diluyen en
un dibujo esmaltado con bordes blancos, al llegar a la arena.
Suelo mirar las gaviotas durante el breve tiempo en que no se van.
Lo que estoy viviendo se originó una noche en que fueron cuatro o mil las
veces en que me despertaron. Mi casa es grande, en ella, mis hijos y sus
amigos, aparatos con timbres y ruiditos varios, horarios distintos
Totalmente desvelada ante una taza de café, descubrí la fisiología de mi
sueño, el sadismo de la fisiología del sueño.
Si tenía pesadillas, el terror me impulsaba a forzar el límite del sueño y lograba
despertar.
En cambio si tenía un hermoso sueño eran los demás o algo ajeno a mí, lo que
me despertaba. Nunca pude disfrutar el despertarme naturalmente.
Sólo queda esperar a que, en algún momento, surja una pesadilla atroz que
elimine este bello sueño, me exacerbe de miedo, con tal intensidad que logre
despertar. Salir de esta situación. Sobrevivir a esto.
Pero nada de ello ocurre... y no vislumbro algo ajeno a mí para realizar esa
tarea.
Voy a tener que irme ya
Cuando me condujeron hasta el hall ancho, seguí solo por el pasillo como un
perro que conoce el lugar... su lugar?
Sentí mis pasos pesados, otra vez, la garganta seca y esas ganas de salir
corriendo.
Ocurre así: miro el árbol, el cantero, el sol y entonces siento el aire de aquella
tarde en el río y veo tu mano rebotando en la cara de Santiago. Veo a Santiago
correr hacia el río, secándose las lágrimas. Yo, sin correr hacia él, diciendo
para justificarme, cuando junte varias piedritas de colores se le va a pasar la
bronca.
Pero no se le pasó, le pasó el río.
Te acordás del libro del que te hablé. Me sentía ansiosa por continuar
leyéndolo. Sería porque cuando lo vi en la estantería me pregunté cómo había
estado todo este tiempo sin leerlo.
Viste que me encanta el altillo para leer, (bueno, si se puede llamar altillo a esta
piecita, al fondo de la planta alta). Además desde allí al levantar la vista del
libro veo caer las hojas del otoño.
Y así hice, subí esa tarde al altillo y me dispuse a leerlo.
No te puedo decir si sucedió cuando abrí el libro o luego de haber leído dos o
tres líneas.
El libro se desintegró. Lees bien se desintegró. Las palabras caían y se
enlazaban, se superponían unas a otras y a otras... traté de sostenerme, luego
me esforcé por atrapar algunas. Difícil, casi imposible.
Has visto los zigzag de los rayos láser? Tintineos de colores, a veces en
círculo, otras saltando. Así, se esparcían las palabras en el aire. Ni siquiera
podía tocarlas.
El día en que entraste a mi casa, supe que ese encuentro era definitivo.
Definitivo porque intuí que ya no seria la misma.
Sería como soy ahora, la que se desliza en otra dimensión, casi siempre sola.
No se si experimentar una percepción más amplia acentuó esta inclinación a
evadirme, a sentir más intensamente. Sé que soy así desde entonces.
No lee el nombre de la estación. Sigue a las pocas personas que caminan por
el andén y sale a las calles de un barrio, lo bastante desolado como ella desea
Tal vez aquí pueda desintoxicarse de aquello que la está perturbando.
La plaza es lo primero que ve. Típico, la estación de tren cerca de una plaza, el
centro del pueblo. No, no iba a cruzar, hoy no. Además no hay sol. Mejor. Ella
se siente así, sin sol.
Se desliza hacia una esquina. y sigue por calles casi vacías. Se concentra en
caminar. Imagina su cuerpo como una central eléctrica que descarga corriente
a través de sus pasos, a veces enérgicos, otras casi imperceptibles pero
continuos.
Tres, cuatro cuadras. Cada vez más despoblado, gris el entorno. La sigue un
perro. Parece abandonado, está triste. No le molesta, casi le gusta que alguien
se le hubiese acercado, una compañía silenciosa.
Ahora, esta en las afueras del poblado. A los costados de las calles, ya de
tierra, hay matorrales, arbustos y pocos árboles. A donde irá a parar?. Igual, no
le interesa.
Dejarse ir hacia la nada.
- Acá no hay nada especial. Aunque sí ... hay un paseo, un camino bordeando
un caudal angosto de agua, algo así como un riacho... y la iglesia, digamos
pintoresca, del pueblo.
- Me gusta la idea de bordear el río. Cómo puedo acercarme hasta allí ?
- Es un poco desierto el trayecto y no tan fácil encontrar el lugar.
Ella lo mira en silencio.
- Si me permitís te acompaño
Ella lo mira mejor. El se da cuenta de sus dudas y con una sonrisa aclara: soy
buena gente.
- No es eso, sino que no era mi plan caminar acompañada.
- Ya estás acompañada- dice él, señalando el perro.
- Con él no tengo necesidad de hablar.
- Conmigo tampoco.
El silencio como respuesta es una muestra de aceptación, para él.
Continúan caminando en silencio.
Ella siente que traiciona su plan: soledad, no pensar, pero ese hombre parece
ser el acompañante ideal.
- Por aquí. Él señala un desvío a la izquierda, hacia una especie de
bosquecillo.
- Vives cerca de aquí?- se oye preguntar, y se arrepiente. Es ella la que entra
en un juego de preguntas y respuestas que no quiere para esa ocasión.
El la mira extrañado, ante su curiosidad.
- Cerca de aquí, efectivamente.
Llegan a la orilla y se sientan en un tronco, frente al agua.
Al rato ella sigue, como si no pudiera reprimirse: "solo"?
Él la mira más sorprendido aún. -No era que no íbamos a indagarnos? Prefiero
si hay que conversar, que sea de otras cosas, de lo que vemos y pensamos en
el momento,
- Tenés razón- ella se nota arrepentida.
- Solo- dijo él, al rato. - Vivo solo.
El agua se desliza lenta, apenas por un cauce con desvíos a derecha e
izquierda, como dudando en ese andar constante.
- Mirá, allí, una ardilla.
- Ardilla... qué raro!
- Todo bosque debe tener una ardilla- él sonriendo.
- Entonces gnomos también- agrega ella, encantada de estar en un bosque.
- Me gusta contemplar. No digo ver, mirar porque son verbos que rozan lo
fugaz, lo breve. En cambio contemplar es una palabra que acaricia las cosas,
se demora un tiempo para indagarlas, absorberlas - dice él y señala un árbol.
Se paran frente a él, entonces ella susurra: " contemplo altivez... ramas
alertas, a veces suplicantes... vida escondida en nidos..."
Él sonriendo, agrega: "otoño... hojas al viento... caídas... temerosas de
secarse..."
Ella interrumpe: " atentas a su certeza de final."
Se miran sorprendidos, por ese acuerdo poético, como si lo dicho, por uno de
los dos, continuara en las palabras del otro.
Nos miramos con sorpresa e incredulidad pero sin sonreír porque el rostro de
Ana estaba demasiado serio.
- Me permite un minuto.
El temblor de su voz, atenuó el gesto de fastidio con el que levanté la cabeza y
asentí. Se sentó frente a mí.
- La estuve observando y me dí cuenta que era usted a la que debía recurrir.
La curiosidad hizo que no lo echara. Su mirada era clara, directa pero se
notaba que estaba perturbado. Demasiado.
- Qué quiere? ...Plata no tengo.
- Le voy a pedir un gran favor - dijo y se hizo un silencio un poco largo. - Quiero
que vea algo, necesito mostrárselo a alguien.
Yo, esperaba callada.
- Es algo que no puedo explicar. Tiene que verlo. Está allí en el parque, casi
escondido - Y señaló el jardín botánico. Enfrente a nosotros.
Tuve miedo.
- No piense que voy a raptarla ni robarle nada. Me entregó una tarjeta con su
nombre, dirección. yo también
La miré, pero no presté atención a los datos. Yo también me sentía perturbada.
- Tiene que verlo, por favor. Va a ser rápido.
Absurdo, me dije, pero pagué y salí con él. Cruzamos la avenida y caminamos
por el parque, en silencio, como si estuviésemos haciendo algo indebido.
Unas gotas de lluvia nos sorprendieron. Antes de entrar al parque había sol.
Imaginé el arco iris.
Qué íbamos a buscar. Qué iba a encontrar yo, porque el hombre aquél, ahora a
mi lado, ya lo había encontrado y sólo necesitaba mostrarlo, compartirlo con
alguien, como estoy haciéndolo ahora, con vos.
Ángeles lo hacía bien. Había aprendido a deslizarse entre las mesas del bar
con tanta cautela que no se trababa con nada ni con nadie.
A lo sumo un toquecito suave con las puntas, como una caricia, que pronto era
olvidada por el agraciado, quién nunca se percataba que la camarera que le
servía el café, era poseedora de dos alas blancas sedosas, absolutamente
transparentes. Solo ella las podía ver.
Pero ese día el hombrecito de la mesa, contigua a la puerta, tenía algo que le
entorpecía su deslizar. La mirada... la palidez... algo que le producía rechazo.
Cuando él se retiró, ella respiró aliviada. Quiso comentárselo a Paula, pero ésta
acababa de irse también. Había pedido permiso para retirarse antes de horario.
Ese maldito viaje. Vivían las dos lejos de allí. Se hacía tan pesado regresar del
trabajo como permanecer diez horas de pie sirviendo.
La única ventaja era que en el colectivo se podían sentar. A esa hora de la
noche viajaba menos gente.
Además eran muchas las cuadras que debían caminar desde la parada hasta
su casa. Lo hacían casi corriendo y con miedo. El lugar estaba desolado.
Habitualmente iban juntas, pero a veces, alguna debía cubrir una ausencia o
surgía otro inconveniente y regresaban solas, como hoy.
En este caso Ángeles, al bajar del ómnibus, aprovechando la oscuridad, usaba
sus alas y así llegaba volando.
Hasta ahora nadie se había dado cuenta.
Ella misma no sabía bien como le habían aparecido. Una noche, que estaba un
poco asustada, había corrido velozmente. De pronto se encontró volando.
Entonces las vio. Sus padres no se sorprendieron al recibirla. Se inquietó un
poco pensando que era una jugada de su imaginación, pero al querer
acostarse sintió las alas como una molestia y se las pudo sacar. Las miró con
asombro. Eran hermosas, las acomodó con cuidado y las colgó en la manija de
la ventana.
Esa noche, se durmió entre los rezongos del padre por falta de trabajo y los de
la madre por lo mucho que tenía que hacer. Despertó un poco tarde y
sobresaltada. Se sujetó bien las alas en su espalda y partió hacia el trabajo
con una opresión en el pecho. Durante el trayecto recordó escenas del sueño
que había tenido: "un brazo le sujetaba las alas. El esfuerzo por aletear le
producía un gran agotamiento. El rostro de quien la detenía era borroso, pero a
ella le parecía conocerlo."
Otra vez! Será posible?! Estoy relatando el cuento "La Galera", de Mujica
Láinez.
No !!! ... no puede ser tan vulgar... tan cruel ! Como si en cualquier momento, o
ya, ya mismo, Silvia va a tratar de que los dos juntos nos estrellemos contra
ese inmenso camión, que de pronto, aparece en la curva.
En el parque más cercano
Sigo preocupada. No creo haber perdido la razón. Claro que cuando uno
escribe, suelen surgir ideas no previstas. Ya ha dicho Borges: uno escribe
para descubrir que quiere decir. El relato se va haciendo en el acto de la
escritura.
Eso también ocurre con todo lo artístico. Es lo interesante.
Me parece que va a ser mejor caminar un rato, tomar aire.
- Pero hay algo que ustedes tienen que nosotros carecemos. Algo muy valioso
como: imaginación, creación, lo que ustedes llaman arte.
Lo mire asombrada. Me costaba concebir un mundo sin arte.
- Admiramos intensamente lo que hacen en pintura, música, escritura, arte en
general.
- Vienen a ver cómo lo logramos?
- Si, aunque tenemos serias sospechas de que es un don natural.
- Ojala pudiéramos transmitirnos nuestras capacidades mutuamente.
Falta mucho para que ustedes nos frecuenten?
- Bastante. Ustedes lo considerarían un peligro. Pensarían que los venimos a
invadir, a dominar, colonizar. Suelen asaltarlos esos temores.
- Es casi seguro.
- No quiere caminar un poco?
Asentí y me levanté aliviada. Necesitaba un poco de distensión, era demasiado
lo que tenía que asimilar. Este parque es bastante grande, así que
comenzamos a deambular tranquilos y el hecho de movernos un poco nos hizo
permanecer largo rato en silencio. Creo que ambos compartimos el alivio de
interrumpir el cuestionario con que estábamos asediando mutuamente.
El sol y el aire fresco del otoño nos estimulaba.
Él se acercó a unas flores y olió una. Se quedó un momento como si percibiera
algo muy extraño.
Le iba a preguntar por lo que percibía, si le gustaba el perfume, cuando se nos
cruzó un perro. Entonces, le pregunté si tenían perros?
- Los animales de allá son diferentes a los de aquí.
- Tienen mascotas, animales domésticos?
- Si, tenemos animales que viven con nosotros. Son importantes para nosotros.
Vi, de pronto, mi árbol preferido en otoño, el ginko bilova. Recogí una hoja del
suelo y se la mostré.
- Ves, tiene forma de abanico y es de un amarillo denso.
- Tenés un brillo en la mirada. Debe ser como el entusiasmo que experimentan
ustedes al hacer o disfrutar lo artístico.
-Es lo que llamamos placer estético.
Está haciendo frío y mucho, voy a tomar el colectivo; está desagradable para
caminar. Conseguí un asiento, lástima que no traje nada para leer. Voy a
intentar enfocar mi atención en una idea que me surgió para el cuento: el
personaje, sale de su casa sin rumbo fijo y toma un tren. Desea bajar en la
estación que su instinto le indique. Ir hacia lo desconocido, dejarse llevar sin
rumbo fijo. Sería una vía de escape a lo que le está pasando. Vive un momento
difícil, conflictivo que le provoca una sensación de asfixia, de apresamiento.
Necesita experimentar cierta liberación..
-Pero fíjate qué accidente ! Pobre ! - la voz de una mujer, sentada atrás mío,
interrumpe el desarrollo de mi idea - te imaginás, con la ilusión con que uno va
a esquiar. Bueno, es lo que me pasaba a mi, en las pocas oportunidades en
que lo hice. Esta mujer se cae y se golpea muy feo. Perdió el conocimiento,
además de fracturas varias, no sé muy bien. Esta internada en Bariloche, pero
lo más terrible es que no pueden comunicarse con ningún familiar o conocido.
No llevaba documentos, ni celular. Viste, no se puede salir sin estas cosas
aunque sea para ir a la nieve.
Mis neuronas se dispararon hacia Elena. Recordé que cuando fuimos a
Bariloche, decía que tenía muchas ganas de practicar esquí, nuevamente.
Me di vuelta y le pregunté a la señora a la que había escuchado relatar el
accidente, de donde había sacado la noticia, de cuándo era.
Ella me miró con cierta aprensión, como si considerase mi pregunta una falta
de delicadeza.
-No recuerdo si la escuché en la radio o por la televisión, pero fue en estos días
- respondió secamente.
Entonces durante el resto del viaje, ya no seguí con mi cuento. Me sumergí, sin
remedio, en la idea de que podía ser Elena la del accidente, porque ella no
salía nunca ni con documentos ni con celular, tenía miedo a que se los robaran
o a perderlos. Siempre tan terca, imprudente.
Esa noche dormí mal. Tuve encendida la radio, y escuché entre tantas cosas
que un globo aerostático había caído en Turquía, se había incendiado y casi
todos los pasajeros habían muerto. Estaban tratando de identificarlos.
Ahora no sé si lo escuche o lo soñé, pero sí, esa noticia me terminó de
desvelar y me levanté agitado a prepararme un té de tilo.
Mientras tomaba el té, me acosaba la idea de que lo del globo, ese accidente
horrible, quizás les había pasado a los dos, a Sebas y a ella. Si se quemaron,
no los podrían identificar. Así que el silencio sería eterno.
Las hojas caían lentamente. Mis ojos no podían eludir el hechizo del
desprendimiento, un lluvioso amarillo que iba tapizando el suelo. El ritmo
pausado del descenso se interrumpía cada tanto por la acción del viento,
provocando un chorro de hojas temblorosas. Esa violencia era como una
ráfaga de energía, que mi cuerpo descargaba apresurando el paso.
Al entrar al bar arrojé a la silla no sólo mi cuerpo sino ese plus de energía.
Allí, frente a la taza de café, volví a percibir la presencia.
Suelo no recordar largo tiempo mis sueños. El de anoche persiste en el
recuerdo de ese hombre y en forma extraña me perturba, me inquieta.
Las líneas enmascaran, sí, porque lo que ocultan son máscaras, dicho
literalmente. Se esmeran en desfigurar, transgredir.
Él está a mi lado y mira detenidamente el cuadro. Yo lo miro a él,
detenidamente y veo cuán absorto está. No hablo, no se me ocurre nada que
decir, en realidad. Entonces me concentro en lo que él está observando con
tanto interés.
Un conjunto abigarrado. Máscaras con ojos, ojos como pozos, como peces.
Líneas que conforman un caos. Me absorben y como si fuese centrifugada doy
vueltas, me hundo. No sé si podré soltarme. Recuerdo el axolotl de Cortázar.
Seré una máscara más, una pincelada?
Todo es violeta, temo ahogarme, pero hay algo en este baile de máscaras,
manchas y ojos que atraen. El yo se pierde, es parte del cuadro, pero en vez
de palidecer se fortalece en el delirio de ese tumulto. Es una parte más de esa
increíble posibilidad de ser.
Desperté como si hubiese sido despedida del marco.
Aquella vez, cuando había ido al campo de mis amigos, conocí a Pedro, un
primo de ellos. Enseguida nos llevamos bien. Resultó simpático y divertido. Nos
encontramos varias veces y ahora estamos saliendo.
Creo que di un paso importante. Tener una relación sentimental ayuda a olvidar
los sueños. Aceptar que los sueños, sueños son. Lo charlé mucho con Teresa.
Estoy pasando buenos momentos con Pedro, compartimos lecturas, paseos,
amigos.
Sólo que de tanto en tanto, cada vez más frecuentemente sufro de añoranza
(me gusta esta palabra). Extraño al hombre de mis sueños. Me imagino a
través de esa realidad oblicua, que él mencionó, que estamos sentados frente
a los leños o caminando por el campo, y ellos no vienen más.
Y por supuesto no pierdo la ilusión de encontrarnos en la vida real.
En última instancia, estaría resignada a reunirme con él, solo en sueños.
Aunque para que eso ocurra es imprescindible que él no se haya muerto, en la
última vez que lo soñé.