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FUERZA PROBATORIA DE LA CONDUCTA EN JUICIO CIVIL

JORGE W. PEYRANO

Merced al estímulo de doctrina y legislación italianas, localmente se comenzó a


hablar seriamente del instituto que nos ocupa a comienzos de los 80, sin perjuicio de que
algún código procesal civil de avanzada como el jujeño (1) ya lo hubiera incorporado.
Transcurrido el tiempo, aparecieron en el firmamento jurídico nacional nuevas
implicancias de la ya no tan novedosa figura procesal (2), se registraron otros
recibimientos en leyes adjetivas civiles (3) y se concretó su llegada al C.P.N. mediante la
sanción de un deficiente texto (4) que parte de la premisa de que la conducta observada
en juicio es un indicio (que lo es, aunque también ello admite algunos debates). Sucede
que adopta la perspectiva medioeval propia del sistema de prueba tasada que sólo acepta
los indicios plurales, no pudiendo fundarse enteramente una sentencia sobre el valor
probatorio de la conducta en juicio por más fuerte que fuere el indicio correspondiente.
Se ignoran así las enseñanzas de Chiovenda (5) y Palacio (6) que reconocen y propician
-excepcionalmente, claro está- la presunción judicial construida sobre la base de un
indicio aislado.
Es realmente seductor el instituto bajo la lupa que torna factible extraer
argumentos de prueba desfavorables -aunque también excepcionalmente puede generar
favorables- (7) para el autor de ciertas conductas procesales. Cuáles? Pues el elenco es
difícil de abarcar. Es el caso, por ejemplo, de una conducta errática por ser
autocontradictoria, dando así lugar a la llamada prueba de intercadencia donde se juzga
desfavorablemente a la parte que aporta dos versiones fácticas distintas del mismo hecho
(8).
Podría tratarse también de una conducta obstructiva del procedimiento, supuesto
que algunas leyes adjetivas prevén específicamente en materia de prueba pericial (9)
Igualmente, el proceder oclusivo podría consistir en la perpetración de maniobras
dilatorias y la proliferación de incidentes infundados. Tal sería la hipótesis tenida en
cuenta por nuestro tribunal cimero nacional en la oportunidad de consagrar las
cautelares temporarias en el seno de la causa “Grupo Clarín y otros s. Medidas
cautelares” (10). En dicho precedente se declaró que la precautoria del caso debía tener
un plazo razonable de vigencia (no todo el que insumiera en cualquier supuesto la
tramitación del principal) representado por el lapso que normalmente debería demandar
la tramitación de la pretensión de fondo (una mere declarativa) y su tránsito a cosa
juzgada. Resulta claro que fijada una cautelar temporaria con término de vencimiento
podría devenir necesario el otorgamiento de una prórroga por no haber todavía concluido
el principal. Obviamente la concesión (o no) de la referida prórroga dependerá de cuál
haya sido el proceder en juicio de las partes y si, por ejemplo, la actora entorpeció la
marcha del principal encontrará castigo su conducta con el no otorgamiento de la
prórroga cautelar que reclama.
Puede, asimismo, ser una conducta mendaz (11) de una parte, que se erige en un
elemento de juicio desfavorable para su autor.
Puede, igualmente, consistir en una conducta omisiva al ocultar intencionalmente
una parte la existencia de hechos de vital importancia para la suerte de la litis.
Puede, finalmente, radicar en una conducta procesal jurídicamente incoherente,
configurada por una demanda en juicio civil precedida por una conducta de la hoy actora
que no presagiaba dicha actitud, lo que ha encontrado regulación y solución en la
llamada doctrina de los propios actos edificada a partir de los estudios de Riezler y de
Diez Picazo y que tanto éxito tuvieron en nuestro medio. Básicamente, dos son los
pilares sobre los que se asienta el funcionamiento de dicha doctrina. A saber: a) que un
sujeto haya observado, dentro de una determinada situación jurídica, una cierta conducta
(activa u omisiva) jurídicamente relevante, no errónea y eficaz que genere en otro sujeto
una expectativa seria de comportamiento futuro, b) que se ejercite una pretensión
contradictoria respecto de un comportamiento precedente atribuíble al mismo sujeto o a
sus causahabientes. Cabe acotar que la citada doctrina -originada en el ámbito del
Derecho Civil- ha sido traspolada al recinto del proceso civil, donde también funciona
cuando se contraponen conductas procesales contradictorias y no exclusivamente, como
en materia civil, entre una conducta preprocesal y la interposición de una demanda
ulterior. Una buena muestra de la mencionada extrapolación lo constituye el supuesto del
cambio de encuadre jurídico de la litis. Es que una muy antigua jurisprudencia de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación, condena la actitud del litigante quien primero
invoca una normativa jurídica dada y luego pretende desconocerla o impugnarla (12);
línea jurisprudencial que, modernamente, nuestro más alto tribunal ha reafirmado en
repetidas ocasiones (13), fundándola, concretamente, en la doctrina de los “propios
actos” (14).
En cuanto a la llamada conducta procesal emotiva (v.gr. vacilaciones,
tartamudeos o rubores a la hora de declarar) se concuerda en que, como regla, ella no
aporta un dato confiable para producir indicios porque la sensibilidad individual juega
un papel muy importante que puede determinar la injusta condena de un tímido.
Advertirá el lector cuán amplia es la gama de situaciones que admite la
invocación de la valoración judicial de la conducta en juicio. Ahora bien: ello no debe
hacer perder de vista que se trata de un instituto de interpretación restrictiva y estricta
por lo que en caso de duda no debe ser aplicado. El proceso civil no reclama héroes ni
mártires, por lo que en su interior únicamente es exigible un mínimo de Ética, razón por
la cual, vgr. una mentira menor y aislada no puede acarrear la pérdida de un litigio. Caso
contrario, estaría reviviendo la abandonada y perniciosa práctica del perjurio.
Para el final, subrayamos que la mera circunstancia de que algún Código
Procesal Civil no discipline la fuerza probatoria de la conducta procesal no es un óbice
para su aplicación en juicio. Es que -como ya hemos dicho- el proceder procesal es un
indicio y todas las leyes procesales civiles admite su potencial probatorio, sea a título de
medio de prueba (tesis tradicional) o cuanto menos aceptando su importancia a la hora
de resolver y como formando parte de las facultades de los jueces.
Como fuere, lo cierto es que la valoración judicial de la conducta en juicio se
encuentra en operaciones en nuestro medio, y cada día con más energía y amplitud.
Cierto es también, que la prudencia judicial aconseja mesura cuando se invoca su
funcionamiento, pero moderación no debe confundirse con negación. Cuando estuvieren
dadas las condiciones para aplicarla, constituye un deber funcional de los magistrados
emprender la difícil y apasionante tarea de ponderar las conductas observadas en juicio
por los litigantes.
J.W.P.
– N O T A S-

(1) Art. 16 del Código Procesal Civil de Jujuy:”Apreciación de las pruebas. El juez,
salvo texto de ley en contrario, apreciará el mérito de las pruebas de acuerdo con las
reglas de la sana crítica. Aplicando esas mismas reglas, podrá tener por ciertas las
afirmaciones de una parte cuando la adversaria guarde silencio o responda con
evasivas o no se someta a un reconocimiento o no permita una inspección u otras
medidas análogas. Asimismo se encuentra facultado para deducir argumentos de
prueba del comportamiento de las partes durante el proceso.”.
(2) Peyrano, Jorge W. “La doctrina de los propios actos en el ámbito del procedimiento
civil, en “Comentarios Procesales”,Editorial Panamericana, tomo 2,pág. 31 y ss.
(3)Así en el artículo 316 del Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de
Córdoba: “…La conducta observada por las partes durante la sustanciación del
proceso podrá constituir un elemento de convicción corroborado en las pruebas, para
juzgar la procedencia de las respectivas pretensiones”.
(4) Artículo 163 inciso 5) C.P.N.: “La sentencia definitiva de primera instancia deberá
contener:...La conducta observada por las partes durante la sustanciación del proceso
podrá constituir un elemento de convicción corroborante de las pruebas, para juzgar
la procedencia de las respectivas pretensiones”
(5) Chiovenda, José,”Instituciones de Derecho Procesal Civil”, traducción de E. Gómez
Orbaneja, Editorial Revista de Derecho Privado, tomo III, pág.261:”Incluso un solo
indicio puede ser de tal modo grave que lleve al juez al convencimiento de un hecho”.
(6) Palacio, Lino,”Derecho Procesal Civil”,4º reimpresión, Editorial Abeledo Perrot,
tomo V, pág. 453.
(7) Peyrano, Jorge W. “La conducta procesal como elemento de convicción favorable a
su autor” en “Valoración judicial de la conducta procesal”, obra colectiva del Ateneo
de Estudios del Proceso Civil de Rosario, página 17 y siguientes.
(8) Peyrano, Jorge W y Julio O. Chiapini, “La prueba de intercadencia” en “El proceso
atípico-Parte Segunda” Editorial Universidad, página 79.
(9) Artículo 196 del Código Procesal Civil y Comercial de Santa Fe.
(10) Dicho precedente, emitido el 5 de octubre de 2010, fue objeto de un comentario
favorable de nuestra autoría que lleva por título “Sobre el límite razonable de
vigencia de ciertas cautelares” publicado en Jurisprudencia Argentina 2011-I, pág.
973 y ss.
(11) Kielmanovich, Jorge, “Teoría de la prueba y medios probatorios”, Editorial
Rubinzal Culzoni, pág. 655.
(12) Fallos, Tomo VII, pág.139.
(13) Fallos, Tomo 249, pág.51.
(14) Minoprio, César, “El boleto de compraventa, el ejercicio abusivo del derecho y
la prohibición de ir contra los propios actos” en Revista del Notariado 742,
página 1269.

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