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VIENE

ESPERALO
C o n A l e g r ía
ESPERALO CON ALEGRIA

Juan Carlos Viera

ASOCIACION CASA EDITORA SUDAMERICANA


Av. San M artín 4555, 1602 Florida
Buenos Aires, Argentina
Título del original: Listos para el encuentro con Cristo, Pacific Press
Publishing Association, Boise, ID, E.U.A., 1996.

Dirección editorial: WernerMayr


Diseño del interior: Lilia W. Peverini
Diseño de la tapa: Néstor Rasi

El autor asume plena responsabilidad por la exactitud de todas las citas


bíblicas y referencias de los libros del espíritu de profecía incluidas en
este libro.

IMPRESO EN LA ARGENTINA
Printed in Argentina

Primera edición
MCMXCVII - 4M

Es propiedad. © Pacific Press Publ. Assn. (1996).


© ACES (1997).
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 950-573-610-X

236 Viera, Juan Carlos


VIE Viene. Espéralo con alegría - Florida (Buenos Aires): Aso­
ciación Casa Editora Sudamericana, 1997.
126 p.; 20x14 cm.
ISBN 950-573-610-X
I. Título -1. Escatología

Impreso, mediante el sistema offset, en talleres propios.


160597

— 36505—
Contenido

P ró lo g o ...................................................................................7

1. Una mirada hacia el pasado........................................... 11

2. Una mirada hacia arriba................................................. 25

3. Una mirada hacia adentro..............................................43

4. Una mirada hacia afuera................................................ 59

5. Una mirada hacia el fu tu ro ............................................75

6. Una mirada al calendario de D ios.................................95

E p ílo g o ...............................................................................109

Guía de estudio.................................................................. 113


Frólogo

^ 41NT° se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en


N mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no
fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para voso­
tros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré
a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan
14:1-3).' Los creyentes, fundamentados en esta promesa de nuestro
Señor Jesucristo y en decenas de profecías bíblicas, esperamos el
retomo del Señor para llevamos al cielo y, después del milenio,
regresar con él a esta tierra renovada, donde los salvos vivirán para
siempre en la presencia de Dios (Apocalipsis 19-22).
Desde los días apostólicos, la segunda venida de Cristo ha sido
la “esperanza bienaventurada” de cada creyente. Sin embargo, para
quienes vivimos en la presente generación, el cumplimiento de las
profecías y señales relativas al tiempo del fin, indica que la hora del
encuentro con Cristo se ha acercado. Aunque no podemos saber el
día y la hora de su llegada, el mismo Señor nos aconsejó “leer” las
señales de los tiempos y estar preparados para ese magno evento
(Mateo 24:32-44; Marcos 13:24-27; Lucas 21:25-36).
Este libro tiene los siguientes propósitos fundamentales: (1) Re­
pasar los aspectos más importantes de nuestra preparación para el
encuentro con Cristo; (2) resaltar la inmensa reserva de bendicio­
nes que el cielo pone a nuestra disposición para que esa preparación
sea efectiva; (3) ayudamos a esperar alegremente a nuestro Amigo
y Salvador, y a seguir su consejo de no estar “turbados” de corazón,
a pesar de la gravedad de las crisis que preceden su venida, y de la
trascendencia de los eventos escatológicos.2

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8 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

El encuentro con Cristo es el momento culminante del plan de


salvación que la Divinidad ofrece a la humanidad. En realidad, cada
acción salvífica de Dios está destinada a preparar al creyente para
el encuentro final con él. Por eso, repasar los aspectos más impor­
tantes de nuestra preparación significa repasar nuevamente el plan
de salvación. La obra expiatoria y reconciliadora de Cristo en la
cruz; su acción intercesora en el santuario celestial; el ministerio
transformador y guiador del Espíritu Santo; la justificación y la san­
tificación por la fe, todo tiene que ver directamente con la prepara­
ción para el encuentro con Cristo.
Los sucesos finales o escatológicos llenan a muchos creyentes
de ansiedad y temor. La gloria y felicidad del encuentro parecieran
estar cubiertas por una nube de amenazas y violencias previas, que
los deja confundidos y expectantes. Pero el Espíritu Santo nos ofre­
ce gozo y paz como fruto de su presencia en nosotros. Eso significa
que Dios tiene una solución para nuestros temores y ansiedades con
respecto al futuro. Aunque las crisis que nos esperan formarán parte
de nuestro análisis, el énfasis de este libro estará en el encuentro
con Cristo y no en las tribulaciones que lo preceden.
Para algunos creyentes, esos sentimientos de ansiedad y temor
no se relacionan con el sufrimiento y las tribulaciones, sino con el
encuentro mismo con Cristo:
“¿Estaré listo?, ¿habrán sido perdonados todos mis pecados?”,
se preguntan. Aquellos con sentimientos más “liberales” se tran­
quilizan diciendo: “Olvídate de tus pecados; despreocúpate de ellos:
Cristo ya pagó el precio de tu salvación”. Para los de sentimientos
más “conservadores”, sin embargo, la idea de despreocuparse de
sus pecados no les resulta tranquilizante. ¿Cuál es la solución que
el cielo nos ofrece para esperar a Cristo con absoluta paz mental?
Finalmente, este estudio analizará algunos aspectos relaciona­
dos con el tiempo del encuentro con Cristo. La cercanía del año
2000, que representa el fin de un milenio; los “seis mil años” de la
triste historia de pecado de este planeta, y otras frases célebres rela­
cionadas con la venida del Señor, han levantado variadas expectati­
vas en cuanto a posibles fechas del encuentro con Cristo. Algunos
se preguntan: ¿Hasta dónde es posible hablar tic “inminencia” sin
crear falsas expectativas? ¿Cuál es la hermenéutica'’ correcta de la
declaración: “Ciertamente vengo en breve”? (Apocalipsis 22:20).
PROLOGO • 9

La respuesta bíblica a estas preguntas nos permitirá esperar al Se­


ñor con una paz confiada, sin la excitación de posibles fechas para
su llegada, o el desánimo de supuestas demoras.
Ultimamente se han escrito varios libros sobre los eventos fina­
les, que son muy útiles para la iglesia. Todos ellos —incluyendo
éste que está en sus manos— deben ser cotejados con aquellos que
son el resultado de la inspiración del Espíritu Santo, debido a que
“tenemos también la palabra profética más segura” (2 Pedro 1:19).
Fue justamente el Señor Jesús quien prometió que el Espíritu San­
to, a través del don profético, haría “saber las cosas que habrán de
venir” (Juan 16:13). Nuestra única seguridad es estudiar, analizar y
finalmente aceptar la palabra profética.
Ningún escritor, en forma individual, representa la posición ofi­
cial de la Iglesia en cuanto a las diversas doctrinas e interpretacio­
nes de las profecías. El consejo bíblico a los predicadores y escrito­
res es que nadie se transforme en un intérprete “privado” o inde­
pendiente (2 Pedro 1:20). Este autor reconoce y acepta las interpre­
taciones expuestas por el cuerpo de creyentes que es la Iglesia, como
más importantes y seguras que cualquier opinión o interpretación
personal. Eso se debe a que la opinión de la Cabeza de la Iglesia,
Cristo, le da seguridad al cuerpo (Efesios 1:20-23). Por eso el autor
invita al lector a corroborar este material con los escritos inspirados
y con la doctrina e interpretación de la Iglesia.
Si este libro puede ayudar al lector a esperar el encuentro con el
Señor con más certidumbre, paz, seguridad y alegría, las expectati­
vas del autor habrán sido plenamente alcanzadas.

Juan Carlos Viera

Referencias
1. Si no se especifica de otra manera, todas las referencias bíblicas provienen de la
versión Reina-Valera, revisada en 1960.
2. Escatología es el área de la teología que estudia los eventos finales. Los “sucesos
escatológicos”, por tanto, tienen que ver con los acontecimientos del fin.
3. Hermenéutica es el área de la teología que analiza los principios de interpretación
del texto bíblico.
Una Mirada Hacia el Pasado

“Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna


sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2).

P
ara mirar con seguridad hacia
el futuro, primero debemos mi­
rar con fe hacia el pasado. La tranquilidad d
Cristo en las nubes del cielo, depende de nuestro encuentro previo con
él a los pies de la cruz. Aunque los creyentes hablamos muy “familiar­
mente” de nuestro encuentro con el Señor, somos conscientes de que
detrás de ese encuentro hay un elaborado plan del cielo para resolver
los delicados problemas que el pecado provocó en la relación divino-
humana. Es cierto que esperamos a Alguien que es nuestro Amigo y
Salvador, pero también es cierto que ese Amigo es “Dios fuerte” y
“Padre eterno” (Isaías 9:6), y que nosotros somos pecadores. Los peca­
dores, en condiciones naturales, no pueden soportar el encuentro con
Dios; para ellos, la presencia divina es “fuego consumidor” (Hebreos
12:29). Cuán importante, entonces, es conocer y aceptar el plan divino
para los pecadores que desean la solución a este problema.
La aceptación o rechazo del plan de Dios determinará, en un cerca­
no futuro, una diferencia que será de vida o de muerte eterna; de en­
cuentro permanente o de separación definitiva. Nuestra mirada hacia el

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12 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

pasado —hacia la cruz de Cristo, hacia su vida justa y su muerte injus­


ta—, nos permite ver la solución que Dios nos ofrece para los mayores
problemas que el pecado ha traído sobre nosotros, a saber, la condena­
ción eterna, la separación de la Fuente de la vida, y una naturaleza
humana pecaminosa e imperfecta. Dichos problemas son al mismo tiem­
po los mayores obstáculos para nuestro encuentro feliz con Cristo.

Libres del Temor a la Condenación Eterna


Gran parte del lenguaje bíblico utilizado para hablar del plan de
salvación, proviene del léxico judicial. Palabras tales como justicia,
justificación, expiación, perdón, condenación o reconciliación, tie­
nen que ver con la acción de un juez o un jurado. Y es que, en
verdad, Dios primeramente tiene que confrontar un problema judi­
cial con el pecado y los pecadores.
Mientras escribo este capítulo hay varios crímenes, y sus respecti­
vos juicios, que han alcanzado gran notoriedad. Especialmente uno
de ellos, produjo sentimientos contrastantes en la opinión pública.
Una joven madre que lloraba desconsoladamente y rogaba al raptor
de sus hijitos que los entregara sanos y salvos, despertó un mar de
simpatía, particularmente en la comunidad cercana a los hechos, que
se dedicó con ahínco a buscar cualquier rastro posible de las tiernas
criaturas. Esa misma sociedad escuchó horrorizada las noticias de
que la misma madre, después de haber sujetado con los cinturones de
seguridad a sus pequeñuelos, había deslizado el automóvil hacia las
aguas de un lago cercano, provocándoles una terrible muerte.
De este tipo de crímenes la gente dice que “no tienen perdón de
Dios”. La misma sociedad que volcó toda su simpatía en favor de
esa madre que rogaba por el retomo de sus hijos, luego discutió
ardorosamente si merecía la cadena perpetua o la pena de muerte.
Por su parte, los jueces escucharon extensos testimonios relativos a
la posible enfermedad mental de la acusada, lo que permitió mitigar
su culpabilidad extrema.
A pesar de que la justicia humana puede estar “salpicada” por el
pecado, hemos aprendido a confiar en los jueces y en los jurados
como lo más neutral, imparcial y equilibrado que podamos encon­
trar en esta tierra. Los jueces asumen la posición de que la persona
es inocente, a menos que se pruebe lo contrario. Su juicio es prima­
riamente de absolución y no de condenación. Sin embargo, cuando
UNA MIRADA HACIA EL PASADO • 13

hablamos del juicio de Dios, a veces el temor sobrepuja a la conde­


nación. No hay nada que esté más lejos de la verdad bíblica. El
juicio de Dios es para salvación y no para condenación, “Porque no
envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:17). Y fue justamente en la
cruz de Cristo, donde la Divinidad mostró claramente su deseo de
salvar a los pecadores de la condena eterna.

La Condena: Muerte Eterna; la Dádiva: Vida Eterna


“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es
vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Este es
el primer gran problema que Dios confronta al preparar nuestro
encuentro con Cristo. A diferencia de los jueces y jurados terrena­
les, Dios ya sabe que somos pecadores y que merecemos la conde­
nación. Nuestro próximo encuentro con él debería ser, naturalmen­
te, la ejecución de la condena: muerte eterna. Pero como creyentes
esperamos con ansias ese momento para ser dotados de vida eterna.
La diferencia la hace Cristo, y particularmente Cristo en la cruz.
La solución judicial de Dios al problema del pecado es más que
una demostración de su amor sublime. El nos absuelve de la conde­
na no por ser bondadoso o amoroso, aunque lo es, sino porque en­
contró la solución al problema. La dádiva de Dios no es el perdón o
la absolución en sí mismos, sino Cristo crucificado, a través de quien
recibimos el perdón y la absolución. Los escritores bíblicos, inspi­
rados por el Espíritu Santo, resaltan el hecho de que somos perdo­
nados o absueltos porque Cristo tomó nuestro lugar; expió o purgó
nuestra culpa; pagó el precio de nuestra fianza. “Ciertamente llevó
él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le
tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido
fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo
de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas; cada cual se apartó
por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”
(Isaías 53:4-6).

Una Decisión Previa a Nuestra Existencia


Lo extraordinario de esta acción judicial de Dios es que fue rea­
lizada en nuestro favor antes de que llegáramos a la existencia. “Por­
14 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

que Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los
impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo,
pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra
su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo
murió por nosotros” (Romanos 5:6-8).
La posibilidad de vida eterna en lugar de muerte eterna para el
pecador que se arrepienta, fue el resultado de una decisión tomada
antes de la fundación del mundo, y corroborada en la cruz de Cris­
to. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que
nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales
en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor ha­
biéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio
de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de
la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en
quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según
las riquezas de su gracia” (Efesios 1:3-7). Dios nos ha predestinado
para la vida eterna —es la única predestinación de la que se habla
en la Biblia— y ha hecho todo lo necesario para que ésta sea una
realidad en nosotros.

Primer Paso Hacia Nuestra Seguridad en Cristo


La decisión de Dios de resolver el problema de nuestra condena
eterna antes de que tuviéramos siquiera conciencia de nuestra
pecaminosidad, abre el camino para una maravillosa y tranqui­
lizadora seguridad en Cristo. En cuanto el pecador llega a ser cons­
ciente de su pecaminosidad, y de los resultados eternos que esto
podría traer sobre su existencia, el Evangelio le muestra la solución
que Dios le ofrece: en la cruz de Cristo, la Divinidad ha cambiado
su destino, y lo ha predestinado para vida eterna. Lo único que po­
dría evitar que se cumpla la predestinación para salvación procla­
mada por el cielo, sería un persistente rechazo de la solución ofreci­
da; un rechazo de la obra de salvación realizada por Cristo en la
cruz. “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha
sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito
Hijo de Dios” (Juan 3:18).
El Evangelio nos presenta claramente el deseo de Dios de que
“todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la ver­
UNA MIRADA HACIA EL PASADO • 15

dad” (1 Timoteo 2:4). Y el Señor realmente ha hecho todo lo nece­


sario para que ningún pecador quede fuera de su círculo de salva­
ción. Ha predestinado a todos para la vida eterna. Los que se pier­
dan, no lo serán porque Dios no haya encontrado una solución para
ellos, sino porque no quisieron aceptarla. Pero a aquellos que creen
en él, les da seguridad de vida eterna: “Mas a todos los que le reci­
bieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios” (Juan 1:12).

Lejos de la Fuente de Vida Eterna


Otra forma en que el pecado afectó la relación divino-humana,
fue la división, separación y enemistad que produjo. “He aquí que
no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado
su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre
vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de
vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1-2).
Podríamos hablar de esta separación en términos teológicos, o
intentar describir las consecuencias espirituales que produce, que
son devastadoras. Pero a los efectos de nuestro estudio sobre nues­
tro encuentro con Cristo, es necesario presentar en forma práctica
el problema y la solución que Dios ha encontrado. En primer lugar,
es un problema de vida o muerte. Los seres humanos, al separarse
de Dios, se separan de la Fuente de la vida, y por consiguiente la
muerte o extinción son inevitables. “Porque dos males ha hecho mi
pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí
cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jeremías 2:13). En
segundo lugar, hay un problema de incapacidad total del individuo
de regresar por sí mismo a la Fuente. Sus caminos pecaminosos lo
llevan cada vez más lejos, hasta que pierde la noción de su Creador
(Romanos 1:21-32). Su mente, afectada por el pecado, es incapaz
incluso de entender las cosas de Dios (1 Corintios 2:14). En tercer
lugar, hay un problema de enemistad: “Por cuanto los designios de
la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de
Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7).

La Reconciliación: Una Iniciativa de Dios


La solución a este problema de separación y enemistad del hom­
bre para con Dios se describe en la Biblia como la reconciliación.
16 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

Y, por supuesto, es una iniciativa tomada por Dios mismo, ya que el


ser humano nunca podría dar el primer paso. “Y todo esto proviene
de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio
el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo recon­
ciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres
sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconcilia­
ción” (2 Corintios 5:18-19). Con esta acción reconciliadora, Dios
solucionó el problema de enemistad producido por el pecado, y
nuestro encuentro con él será un encuentro... ¡de amigos!
Lo extraordinario de esta acción de Dios es que, nuevamente, la
realiza antes de que nosotros vengamos a la existencia; antes de que
tengamos conciencia de nuestros pecados. En cuanto el pecador es
llamado al arrepentimiento y se torna consciente de la santidad de
Dios y de su propia pecaminosidad; tan pronto como él comprende
que esa pecaminosidad podría apartarlo eternamente de su Creador,
allí está el Evangelio para mostrarle la solución que Dios ha
encontrado: si él desea reconciliarse con Dios, el Señor ha tomado
el primer paso para producir la reconciliación, y la separación eter­
na puede ser cambiada por una comunión eterna con él.

Unidos po r Lazos Eternos


Y todo esto, gracias al sacrificio de nuestro Salvador. “Por cuan­
to agradó al Padre que en él [Cristo] habitase toda plenitud, y por
medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están
en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz me­
diante la sangre de la cruz. Y a vosotros también, que erais en otro
tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas
obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio
de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles
delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe,
y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído”
(Colosenses 1:19-23).
El pecado separó a todos los seres humanos de la Fuente de la
vida, pero en Cristo todos vuelven a tener la posibilidad de vida
eterna. En él, las familias del cielo y de la tierra vuelven a estar
unidas por lazos que nadie puede desatar (Efesios 2:19; 3:14-
15). La unión con el cielo está asegurada porque no depende de
nuestra propia iniciativa, sino de una decisión ya tomada a partir
UNA MIRADA HACIA EL PASADO • 17

de la cruz de Cristo. La inspiración corrobora el mensaje bíblico


con las siguientes declaraciones:

“Cristo fue tratado como nosotros merecemos afin de que


nosotros pudiésemos ser tratados como él merece. Fue con­
denado por nuestros pecados, en los que no había participa­
do, a fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por su
justicia, en la cual no habíamos participado. El sufrió la
muerte nuestra, a fin de que pudiésemos recibir la vida suya.
‘Por su llaga fuimos nosotros curados’ (Isaías 53:5).
Por su vida y su muerte, Cristo logró aun más que restau­
rar lo que el pecado había arruinado. Era el propósito de
Satanás conseguir una eterna separación entre Dios y el hom­
bre; pero en Cristo llegamos a estar más íntimamente uni­
dos a Dios que si nunca hubiésemos pecado. Al tomar nues­
tra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por
un vínculo que nunca se ha de romper. A través de las edades
eternas, queda ligado con nosotros... En Cristo, la familia
de la tierra y la familia del cielo están ligadas. Cristo glori­
ficado es nuestro hermano. El cielo está incorporado en la
humanidad, y la humanidad, envuelta en el seno del Amor
Infinito ”.1

Esta unión con la familia del cielo se hace realidad a partir del
momento de nuestra unión con Cristo. En realidad, la vida eterna
comienza en el mismo instante en que aceptamos al Salvador. Aun
si tenemos que pasar por la experiencia de la muerte, lo hacemos
con la seguridad de la resurrección, porque estamos conectados a
la Fuente de la vida eterna, que es nuestro Señor Jesucristo. “De
cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me
envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasa­
do de muerte a vida” (Juan 5:24). Estas palabras de nuestro Re­
dentor, tienen toda la fuerza y veracidad que siempre han caracte­
rizado sus promesas. A aquellos que oyen su palabra, creen en él,
y se unen a él, les asegura vida eterna, porque él mismo se ha
encargado y responsabilizado de solucionar todos los problemas
que separaban al ser humano de la posibilidad de vida eterna. Es­
tas palabras, tomadas con toda la seriedad que se merecen, signi­
18 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

fican el paso decisivo para nuestra seguridad en Cristo.

Dios No Ha Dejado Nada Librado al Azar


Esta mirada hacia el pasado, como todas las ocasiones en que
nos detenemos a meditar en el plan de salvación, nos lleva de sor­
presa en sorpresa, y de exclamación a exclamación. ¡Dios ha re­
suelto todos los posibles problemas que los pecadores podemos
enfrentar! No ha dejado nada librado al azar; ningún caso, por ex­
traño y difícil que pueda parecer, lo va a tomar a él por sorpresa. Y
para asegurarse de que nada pueda salir mal, ha decidido hacer todo
por sí mismo, ya que una participación humana le daría al plan de
salvación el toque de incertidumbre e inseguridad que caracteriza
todo lo humano.
Hasta aquí en nuestro estudio, todo ha sido realizado por la Di­
vinidad, en la persona de Cristo, sin la participación humana, e in­
cluso antes de que cada uno de nosotros tuviera conciencia de
pecaminosidad. A esta altura quizá el lector se esté preguntando:
Pero ¿acaso mis pecados actuales no le importan al Señor? ¿No
pueden mis errores presentes quebrar mi relación con Cristo y po­
ner en peligro su decisión de ofrecerme la vida eterna? Si pecara
voluntariamente, ¿no me quedaría solamente “una horrenda expec­
tación de juicio, y de hervor de fuego”? (Hebreos 10:26-27). So­
mos conscientes de que, haciéndose estas preguntas, el lector está
pensando en uno de los puntos más sensibles de nuestra prepara­
ción para el encuentro con Cristo. La respuesta a estas preguntas es
¡absolutamente indispensable para nuestra tranquilidad espiritual!
En sus años de evangelista, el autor acostumbraba crear interés
en la audiencia e incentivar la asistencia a la próxima conferencia,
formulando, al final de la reunión, una pregunta cuya respuesta in­
teresaba vitalmente a la audiencia. Debido a la falta de tiempo para
contestarla, los presentes eran invitados a volver al día siguiente.
La necesidad de conocer la respuesta, casi aseguraba la presencia
de todos. Las preguntas sugeridas en el párrafo anterior, aunque no
tienen la misma finalidad de crear interés, requieren la misma pa­
ciencia y buena voluntad: el lector tendrá que esperar hasta los si­
guientes capítulos para encontrar la respuesta completa a estas pre­
guntas. Sin embargo, la solución al problema de nuestros pecados
actuales comienza también en la cruz de Cristo, por tanto debemos
UNA MIRADA HACIA EL PASADO • 19

continuar todavía nuestra mirada hacia el pasado...

Sangre que Limpia


¡Por supuesto que a Dios le importan nuestros pecados persona­
les! Tanto le importan, que ha elaborado un plan completo para
limpiamos de ellos. El plan no solamente se dedica a lavamos de
toda maldad, sino a mantenemos limpios y a crear en nosotros el
gusto por vivir en la limpieza espiritual. En realidad, todo el plan de
salvación se ha elaborado para resolver el problema de nuestros
pecados personales. Es aquí donde Dios, además de poner todo su
amor, ha puesto todo su ingenio y toda su gracia para buscar la
solución a este problema que tanto nos preocupa. En esta solución
interviene Cristo con su muerte expiatoria y su vida perfecta; inter­
vienen el Padre y el Hijo en el santuario celestial con su intercesión
y su perdón; interviene el Espíritu Santo con su poder transforma­
dor y santificador. No dude por un solo instante de que Dios no
haya hecho previsión para su caso particular, porque, en verdad,
Dios ha pensado en todas las posibilidades.
La solución a este tercer problema que Dios enfrenta para prepa­
rar nuestro encuentro con Cristo, a saber, la limpieza y perdón de
nuestros pecados personales, es también la tercera gran verdad del
Evangelio y tiene su centro en la cmz de Cristo, porque “la sangre
de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
El Evangelio ha hecho famosa esta figura literaria: “Sangre que
limpia”. La sangre derramada por Cristo en la cruz, es el único
“limpiador” de pecados que existe en el universo de Dios. La solu­
ción de Dios para este problema, comienza y termina en la cruz de
Cristo. Sin embargo, en lo que se refiere a la aplicación de esa “so­
lución limpiadora” sobre nuestras vidas, debemos reconocer que la
necesitamos más de una vez, ya que más de una vez nos mancha­
mos de pecado. No se nos entienda mal: el sacrificio de Cristo por
nuestros pecados fue hecho una sola vez y para siempre (Hebreos
7:27; 10:10-14); pero la aplicación de los méritos de su sangre so­
bre nosotros es constante y permanente, así como es constante y
permanente nuestra necesidad de perdón y limpieza.
Aquí es donde, a veces, aparecen caminos divergentes en la in­
terpretación del Evangelio. En un extremo están aquellos que di­
cen: “La sangre de Cristo ya me limpió de mis pecados, incluso de
20 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

aquellos que todavía no he cometido. Ya he sido perdonado de ante­


mano, por lo tanto puedo despreocuparme de mis pecados, porque
Cristo ya se encargó de ellos”. En el otro extremo están aquellos
que ansiosamente se preguntan: “¿Qué pasará con mi esperanza de
vida eterna, si justamente antes de morir cometo un pecado, y no
tengo tiempo ni claridad de mente para pedir perdón?”
Ambos extremos son perniciosos. Aquellos que se despreocu­
pan de sus pecados pensando que Cristo ya pagó por ellos, pueden
caer en el peligro de considerar livianamente sus faltas, y no sentir
la necesidad de buscar la limpieza y el perdón de ellas. En su forma
más extrema, esta idea incluso descarta la necesidad de intercesión
y de un santuario, ya que se interpreta que el escritor inspirado dice
justamente eso, cuando declara: “Porque con una sola ofrenda hizo
perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Se olvi­
da, quizá, que estas palabras del apóstol son el preámbulo para ha­
blarnos de la obra intercesora de Cristo: “Así que, hermanos, te­
niendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de
Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del
velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa
de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre
de fe” (Hebreos 10:19-22).
Por otra parte, aquellos que se preocupan ansiosamente por un
último pecado para el cual no hubieran tenido tiempo de pedir per­
dón antes de morir, ponen en duda la capacidad de Dios de resolver
ese problema. ¿Consideran, acaso, que ese Dios que ha hecho todo lo
necesario para salvarlos, no encontró solución para ese posible caso,
y su vida eterna estaría en peligro por esa circunstancia? En verdad,
Dios tiene una solución para todos nuestros problemas con el pecado;
para nuestros pecados pasados, presentes y futuros; para nuestros
pecados ocultos y conocidos; para los voluntarios y los involuntarios.
Dudar de la salvación, es dudar de la capacidad de Dios para salvar,
y eso, en verdad, constituye una ofensa a nuestro Señor.

“Sólo Jesús tiene poder para salvar del pecado y liberar


del poder del mal. Dudar de Aquel que ha dado su vida por
nosotros, es insultar y apenar al Padre, que en un solo Don
concedió todo el cielo al mundo perdido. ‘El que no escati­
mó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos noso­
UNA MIRADA HACIA EL PASADO • 21

tros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?’


(Romanos 8:32). La incredulidad es una ofensa a Dios. El
plan que ha sido provisto es tan amplio, tan perfecto, que
cada pecador puede encontrar perdón y redención”3

Reconciliados p o r su Muerte; Salvos p o r su Vida


La muerte de Cristo es presentada en el Evangelio como el sím­
bolo de la salvación. Su cruz, su sangre, los clavos que horadaron
sus manos y sus pies; todas éstas son figuras de lenguaje que indi­
can la importancia de la muerte expiatoria, reconciliadora y reden­
tora de Cristo. Su muerte, como hemos visto hasta aquí, abre el
camino para un encuentro confiado con él en su segunda venida,
porque a través de ella, para el pecador que se arrepienta y acepte a
Cristo, se abre la posibilidad de que su condena eterna sea levanta­
da; su reconciliación con Dios asegurada; sus pecados, limpiados;
y la vida eterna, conferida para siempre.
Para nuestra salvación, no obstante, la vida de Cristo es tan im­
portante como su muerte. “Porque si siendo enemigos, fuimos re­
conciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando
reconciliados, seremos salvos por su vida... Así que, como por la
transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la
misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la
justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un
hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por
la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Roma­
nos 5:10, 18-19).
Esta cuarta gran verdad del Evangelio, a saber, la justificación,
es a su vez la respuesta de Dios al siguiente problema que el Señor
enfrenta en su deseo de prepararnos para el encuentro con él. El
Evangelio claramente señala que sólo los santos —o justos— po­
drán encontrarse con Dios. Pero también el Evangelio declara que
no hay un solo justo sobre la tierra (Romanos 3:9-12).
En el idioma español, la palabra “justicia” es una expresión bá­
sicamente jurídica, y significa equidad o equilibrio en las decisio­
nes judiciales. “Hacer justicia” significa poner las cosas en su co­
rrecto lugar. El término “justo” define a una persona o una decisión
que es recta y ecuánime. La palabra “justificación” tiene más bien
la connotación de excusa o eximición. Estar “justificado” es estar
22 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

excusado o eximido de hacer algo. En el Evangelio, sin embargo,


estas palabras, además de la connotación judicial, tienen una se­
gunda acepción o significado. La “justicia” de Cristo significa su
perfección o impecabilidad; ser “justificados por la fe”, no signifi­
ca ser excusados, sino ser hechos perfectos. Lo que Dios busca no
es “justificar” nuestras malas acciones en el sentido de excusarlas,
sino “hacemos justos” para poder encontramos con él.
La justificación por la fe tiene, entonces, una incalculable impor­
tancia en nuestra preparación para el encuentro con Cristo. En vista
de que nosotros no podemos ser justos, santos o perfectos debido a
nuestra naturaleza pecaminosa, Dios ha buscado la solución en Cris­
to. La vida perfecta, justa e impecable de nuestro Señor nos es ofre­
cida en reemplazo de nuestra vida pecadora e imperfecta, a fin de
que “vestidos” de Cristo, podamos esperar con seguridad y tranqui­
lidad nuestro encuentro con él.

E l “M anto” de la Justicia de Cristo


La figura de un manto o vestido para representar la vida perfecta
de Cristo es bíblica. Los que llegan a estar en la presencia de Dios
en el trono, lo hacen “vestidos de ropas blancas” (Apocalipsis 7:9,
13); en la visión de Zacarías acerca del sumo sacerdote Josué, sus
“vestiduras viles” son cambiadas por “ropas de gala”, con lo cual
Satanás pierde su capacidad de acusarle (Zacarías 3:1-4).
Sin embargo, la interpretación de esta figura bíblica de una ves­
tidura perfecta que cubre nuestros harapos, ha llevado a algunos
extremos teológicos de los cuales debemos estar prevenidos. Por­
que hay quienes ven el manto de justicia de Cristo como una espe­
cie de disfraz para cubrir sus iniquidades. Como si Dios nos “dis­
frazara” de santos y engañase a su propia justicia, permitiéndonos
entrar a la vida eterna “disfrazados” de santidad. Esta interpreta­
ción del Evangelio, de amplia difusión en los círculos cristianos,
permite a los seres humanos creer que podemos ser salvos en nues­
tros pecados, y que Dios no se preocupa de limpiamos de ellos,
sino que “cubre” nuestra vida pecaminosa para que no se vea, y
para que sólo aparezca la vida inmaculada de Jesús. Pero el Evan­
gelio destaca muy claramente el deseo de Dios, no de “cubrir” nues­
tros pecados, sino de quitarlos y limpiarnos de ellos. En la misma
visión mencionada en el párrafo anterior acerca de Josué el sumo
UNA MIRADA HACIA EL PASADO • 23

sacerdote, el Señor muestra firmemente su acción de quitar el peca­


do juntamente con su decisión de vestir a Josué con las vestiduras
de gala: “Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir
de ropas de gala” (Zacarías 3:4). La solución de Dios para nuestros
pecados personales no es taparlos o cubrirlos, sino erradicarlos a
través de Cristo. Dios no solamente quiere “declararnos” justos,
sino “hacemos” justos por su poder.
¿En qué sentido, entonces, somos “vestidos” de la justicia o per­
fección de Cristo? Dejemos que la palabra profética responda cla­
ramente a esta pregunta, que es de vital importancia en nuestra pre­
paración para el encuentro con Cristo:

“La ley requiere justicia, una vida justa, un carácter per­


fecto; y esto no lo tenía el hombre para darlo. No puede
satisfacer los requerimientos de la santa ley de Dios. Pero
Cristo, viniendo a la tierra como hombre, vivió una vida santa
y desarrolló un carácter perfecto. Ofrece éstos como don
gratuito a todos los que quieran recibirlos. Su vida reempla­
za la vida de los hombres. A sí tienen remisión de los pecados
pasados, por la paciencia de Dios. Más que esto, Cristo im­
parte a los hombres atributos de Dios. Edifica el carácter
humano a la semejanza del carácter divino y produce una
obra espiritualmente fuerte y bella".3
“Este manto, tejido en el telar del cielo, no tiene un solo
hilo de invención humana. Cristo, en su humanidad, desa­
rrolló un carácter perfecto, y ofrece impartirnos a nosotros
ese carácter... Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón
se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su volun­
tad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos
se sujetan a él; vivimos su vida. Esto es lo que significa estar
vestidos con el manto de su justicia”.4

Más que “vestidos” de Cristo, somos “revestidos” de su ca­


rácter perfecto; de su poder; de sus pensamientos, y llegamos a
decir con el apóstol: “Con Cristo estoy juntam ente crucifica­
do, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo
en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y
se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
24 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

Conclusión
Esta mirada hacia el pasado puede concluir, entonces, con una
gran medida de seguridad en Cristo. Siendo que a través de él pode­
mos ser expiados de la condena; limpiados de la culpa; reconcilia­
dos con Dios, y vestidos con su perfección, ¿quién puede condenar­
nos, culparnos, acusamos o separarnos? Por supuesto, estas mis­
mas preguntas ya las hizo San Pablo, y sus respuestas son una gran
fuente de seguridad para la salvación: “¿Quién acusará a los esco­
gidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?
Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que
además está a la diestra de Dios, el que también intercede por noso­
tros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o an­
gustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?...
Antes en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de
aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni
la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni
lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada
nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro” (Romanos 8:33-39).

Referencias
1. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, pp. 16-17.
2 . ________ , Review and Herald, febrero 10, 1891.
3 . _________ , El Deseado de todas las gentes, pp. 710-711.
4 . _________ , Palabras de vida del gran Maestro, p. 253.
2
Una Mirada Hacia Arcilla

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gra­


cia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el opor­
tuno socorro” (Hebreos 4:16).

unque nuestro mundo gira cons­


A tantemente, y nuestra posición
con respecto al resto del universo varía de la m
hacia arriba” es una figura bíblica que significa buscar las cosas del
cielo y de Dios. Los escritores bíblicos, y en particular San Pablo,
están interesados en invitamos a mirar hacia arriba para ver a “Cristo
sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1). La comprensión del
ministerio de Cristo en el santuario celestial, es de extrema importan­
cia en nuestra preparación para el encuentro con él.

Dónde Está Nuestro Señor Jesucristo


Aunque los escritores del Nuevo Testamento expresan claramente
que Cristo está en los cielos, a la diestra de Dios, y que desde allí
esperamos su regreso para encontrarnos con él, existe cierta confu­
sión con respecto a la presencia de Cristo entre nosotros. Su prome­
sa: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo” (Mateo 28:20), parece indicar que él estaría en esta tierra,
acompañando personalmente a sus seguidores. Algunos encuentran

25
26 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

muy desanimadora la idea de que Cristo está “sentado a la diestra


de Dios”, y no junto a ellos para apoyarlos, dirigirlos y consolarlos.
La palabra profética corrobora, no obstante, que Cristo dejó esta
tierra y regresó a su Padre. Esta noticia, que trajo tristeza al corazón
de sus más cercanos seguidores (Juan 16:5-6), fue acompañada de
otro anuncio que aclaraba la forma en que Cristo estaría con los
suyos “todos los días, hasta el fin del mundo”: el Espíritu Santo
habría de ser su representante en esta tierra. La presencia de “otro
Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16),
fue la forma que Cristo eligió para estar presente entre nosotros.

“El Espíritu Santo es el representante de Cristo, pero des­


pojado de la personalidad humana e independiente de ella.
Estorbado por la humanidad, Cristo no podía estar en todo
lugar personalmente. Por lo tanto, convenía a sus discípu­
los que fuese al Padre y enviase el Espíritu como su sucesor
en la tierra. Nadie podría entonces tener ventaja por su si­
tuación o su contacto personal con Cristo. Por el Espíritu,
el Salvador sería accesible a todos. En este sentido, estaría
más cerca de ellos que si no hubiese ascendido a lo alto”.1

Al hablar acerca de este tema, algunos creyentes han manifesta­


do su tristeza por esta verdad bíblica, ya que habían pensado y creí­
do que Cristo estaría personalmente a su lado. Pero en lugar de
entristecemos, esta realidad espiritual debe traer gozo, y especial­
mente paz y tranquilidad a nuestros corazones: ¡nuestro Amigo está
en las cortes celestiales para resolver cualquier problema que esté
pendiente de solucionar antes de nuestro encuentro final con él!

Comunión con Cristo por la Fe


La presencia de Cristo en los cielos no anula nuestra posibilidad
de tener comunión con él; todo lo contrario, agudiza nuestra necesi­
dad de sentir su presencia con nosotros ahora, y realza el anhelo de
encontramos finalmente con él para siempre. Aquellos que, por
motivos de trabajo, deben viajar a menudo fuera de su hogar, pue­
den comprender claramente esa necesidad. Cuanto más largo es el'
viaje, tanto más crece la ansiedad por encontrarse nuevamente con
los seres queridos. Y mientras transcurre la jomada, los elementos
UNA MIRADA HACIA ARRIBA • 27

de comunicación —cartas, fotos, facsímil, teléfono, radio— que nos


permiten ver rostros y escuchar voces y expresiones conocidas y
amadas, parecen reducir la extensión de la espera, e iluminar el día
con mensajes de cariño y afecto.
Algo similar acontece en nuestra relación espiritual con Cristo.
Mientras dura la espera de nuestro encuentro con él, los medios de
comunicación que el cielo ha provisto —la oración, la meditación,
la revelación escrita— nos permiten estar en comunión con nuestro
Salvador y recibir las múltiples bendiciones que esa comunión trae
consigo. En la misma ocasión en que Cristo anunció su partida, y
prometió la presencia del Espíritu para representarlo, también invi­
tó a sus seguidores a mantener una indispensable comunión con él:
“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede
llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pám­
panos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto;
porque separados de mí nada podéis hacer... Si permanecéis en mí,
y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis,
y os será hecho” (Juan 15:4-7).
Mirar hacia arriba, entonces, significa en primer lugar buscar a
Cristo para mantener una verdadera comunión con él. Esta comu­
nión y presencia espiritual de Cristo en nosotros se hace a través de
la fe. “Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de
que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de
comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la
profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede
a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de
Dios” (Efesios 3:17-19). La unión con Cristo por la fe, es la única
garantía que tenemos de estar listos para el encuentro con él.

“Muchos tienen la idea de que deben hacer alguna parte


de la obra solos. Confiaron en Cristo para obtener el perdón
de sus pecados, pero ahora procuran vivir rectamente por
sus propios esfuerzos. Mas todo esfuerzo tal fracasará. El
Señor Jesús dice: ‘Porque separados de m í nada podéis ha­
cer’. Nuestro crecimiento en la gracia, nuestro gozo, nues­
tra utilidad, todo depende de nuestra unión con Cristo. Sólo
estando en comunión con él diariamente y permaneciendo
28 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

en él cada hora es como hemos de crecer en la gracia...


“Preguntaréis tal vez: ‘¿ Cómo permaneceremos en Cris­
to?’ Pues, del mismo modo en que lo recibisteis al princi­
pio... Por la fe llegasteis a ser de Cristo, y por la fe tenéis
que crecer en él, dando y recibiendo. Tenéis que darle todo:
el corazón, la voluntad, la vida, daros a él para obedecerle
en todo lo que os pida; y debéis recibirlo todo: a Cristo, la
plenitud de toda bendición, para que more en vuestro cora­
zón, sea vuestra fuerza, vuestra justicia, vuestro eterno Auxi­
liador, y os dé poder para obedecer”.2

Cristo en el Santuario Celestial


La obra de Cristo en el santuario celestial, es uno de los temas dis­
tintivos y centrales del Evangelio. Si el santuario y el sistema de sacri­
ficios fue importante para el creyente en tiempos del Antiguo Testa­
mento, el santuario celestial y la obra de Cristo como Sumo Sacerdote
no es menos importante para los escritores del Nuevo Testamento. Es­
pecialmente el apóstol Pablo en Hebreos, y el apóstol Juan en sus car­
tas y en el Apocalipsis, realzan el ministerio sacerdotal de Cristo en el
cielo como una parte indispensable del plan de salvación. Práctica­
mente toda la carta a los Hebreos está dedicada a comparar ambos
ministerios y ambos santuarios, y a destacar el inigualable ministerio
de nuestro Señor en el santuario celestial. Cristo es un sacerdote supe­
rior, con un sacrificio superior y un ministerio superior.
El Espíritu Santo, que inspiró a los apóstoles a dar el debido
lugar en el Evangelio al ministerio sacerdotal de Cristo en el cielo,
continuó inspirando mensajes que realzan la importancia de esta
verdad bíblica:

“El santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de


Cristo en favor de los hombres. Concierne a toda alma que
vive en la tierra. Nos revela el plan de la redención, nos
conduce hasta el fin mismo del tiempo y anuncia el triunfo
final de la lucha entre la justicia y el pecado...
“La intercesión de Cristo por el hombre en el santuario ce­
lestial es tan esencial para el plan de la salvación como lo fue
su muerte en la cruz. Con su muerte dio principio a aquella
obra para cuya conclusión ascendió al cielo después de su re­
UNA MIRADA HACIA ARRIBA • 29

surrección. Por lafe debemos entrar velo adentro ‘donde Jesús


entró por nosotros como precursor’(Hebreos 6:20). Allí se re­
fleja la luz de la cruz del Calvario; y allípodemos obtener una
comprensión más clara de los misterios de la redención”.3

E l Santuario: Una Verdad Atacada


Quizá por la misma importancia que esta doctrina bíblica tiene
dentro del plan de salvación, los ataques del enemigo de Dios han
sido constantes. En ocasiones, estos ataques han caído sobre la iglesia
en forma de nuevas doctrinas, nuevas teorías o nuevas interpreta­
ciones que rechazan la realidad del santuario celestial. En otras oca­
siones, se ha puesto en duda alguno de los ministerios que Cristo
cumple en el santuario, tales como su obra intercesora o su acción
judicial. A veces el enemigo logra mejor su objetivo llevándonos a
interminables discusiones teológicas sobre detalles o “minucias”
que desvían al creyente de los temas más importantes y esenciales
para la salvación y el encuentro con Cristo.
Afortunadamente por un lado, y desafortunadamente por el otro,
ya sabemos que estos ataques a la doctrina del santuario celestial,
continuarán hasta el fin del tiempo. Somos afortunados, porque esas
declaraciones nos alertan acerca del problema; pero desafortunada­
mente nos predicen la pérdida de algunos miembros de iglesia por
causa de ello:

“En el futuro surgirán engaños de toda clase, y necesita­


mos terreno sólido para nuestros pies. Necesitamos sólidos
pilares para el edificio. No ha de quitarse ni un solo ápice
de aquello que el Señor ha establecido. El enemigo presentará
falsas doctrinas, tales como la doctrina de que no existe un
santuario. Este es uno de los puntos en los cuales algunos se
apartarán de la f e ”.4

Cuando demos “una mirada hacia el futuro” en uno de los capí­


tulos que siguen, volveremos al tema de los engaños de los últimos
días y cómo descubrirlos. Hasta en esto Dios muestra su amor y
misericordia, alertándonos a través de la palabra profética, para que
no seamos confundidos ni desviados.
En la doctrina del santuario celestial, Cristo tiene algo muy im­
30 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

portante para decimos. En realidad, tiene algo indispensable para


ofrecemos en nuestra preparación para el encuentro con él.

La Obra Intercesora de Cristo en el Santuario


La palabra “confianza” parece ser la expresión predilecta con la
cual los escritores neotestamentarios nos invitan a “entrar” al san­
tuario. “Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a
conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en
los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en
Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso
con confianza por medio de la fe en él” (Efesios 3:10-12). “Acer­
quémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos
4:16).
Y es justamente eso, confianza, lo que Cristo quiere crear en
nosotros al revelarnos su ministerio en el santuario celestial. Esa
confianza se basa en tres realidades destacadas por el Evangelio.
En primer lugar, Cristo pasó por circunstancias semejantes a las
nuestras, por tanto nos entiende y se compadece de nosotros (He­
breos 4:15). En segundo lugar, Cristo pagó la culpabilidad de todos
los pecados, por lo tanto está en condiciones de perdonar, justificar
y santificar a todo pecador que se acerca a él, sin excepciones (He­
breos 10:10-14; 19-22). En tercer lugar, las puertas de la corte celes­
tial se encuentran permanentemente abiertas, y nuestro Intercesor
está permanentemente alerta al más mínimo movimiento de un
pecador hacia él (Hebreos 7:22-25).

“En Todo Semejante a sus Hermanos”


Las dos frases del apóstol referentes a la semejanza de Cristo
con nosotros, a saber, “debía ser en todo semejante a sus hermanos”
y “uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza” (Hebreos
2:17; 4:15), han producido innumerables discusiones teológicas entre
aquellos que interpretan que Cristo fue exactamente igual a noso­
tros, incluyendo la propensión al pecado que nosotros tenemos, y
los que consideran que Cristo fue semejante a nosotros, en el senti­
do que tuvo que soportar tentaciones similares, pero que no tuvo
inclinaciones al pecado como nosotros tenemos.
Como decíamos anteriormente, pareciera que el enemigo de Dios
UNA MIRADA HACIA ARRIBA • 31

lograra su cometido de desviarnos del centro mismo del mensaje,


envolviéndonos en discusiones teológicas que a veces nos hacen
perder de vista lo más importante del plan de salvación. La encar­
nación de Cristo es definida en el Evangelio como un “misterio” (1
Timoteo 3:16). Los misterios son revelados por el Espíritu Santo a
los profetas y al pueblo de Dios, en la medida en que la mente hu­
mana los puede comprender (1 Corintios 2:10-13). Algunos miste­
rios, como la existencia eterna de Dios, o la encamación de Cristo,
exceden la capacidad de la mente finita para entenderlos totalmen­
te. Debemos satisfacernos con lo que el Señor ha revelado, y no
entrar en especulaciones teológicas.
Es verdad que el Evangelio nos habla de Cristo como Aquel que
se encarnó para llegar a ser “en todo semejante a sus hermanos”
(Hebreos 2:17). Pero, a su vez, el Evangelio declara que nos conve­
nía tener un Sumo sacerdote que fuera plenamente “santo, inocen­
te, sin mancha, apartado de los pecadores” (Hebreos 7:26). En lu­
gar de ver estas declaraciones como opuestas o contradictorias, po­
demos más bien verlas como diversas facetas de un mismo tema,
tan grande y tan sublime, que nuestra mente finita no puede captar­
lo todo a la vez. La revelación nos previene acerca de tomar posi­
ciones extremas:
“Sed cuidadosos, sumamente cuidadosos en la forma en
que os ocupáis de la naturaleza de Cristo. No lo presentéis
ante la gente como un hombre con tendencias al pecado. El
es el segundo Adán. El primer Adán fue creado como un ser
puro y sin pecado, sin una mancha de pecado sobre él; era
la imagen de Dios. Podía caer; y cayó por la transgresión.
Por causa del pecado su posteridad nació con tendencias
inherentes a la desobediencia. Pero Jesucristo era el
unigénito Elijo de Dios. Tomó sobre sí la naturaleza huma­
na, y fue tentado en todo sentido como es tentada la natura­
leza humana. Podría haber pecado; podría haber caído, pero
en ningún momento hubo en él tendencia alguna al mal. Fue
asediado por las tentaciones en el desierto como lo fue Adán
por las tentaciones en el Edén.
“Evitad toda cuestión que se relacione con la humanidad
de Cristo que pueda ser mal interpretada... Nunca dejéis, en
32 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

forma alguna, la más leve impresión en las mentes humanas


de que una mancha de corrupción o una inclinación hacia
ella descansó sobre Cristo, o que en alguna manera se rin­
dió a la corrupción. Fue tentado en todo como el hombre es
tentado, y sin embargo él es llamado ‘el Santo Ser’”.5

Ambas facetas de este gran tema de la encamación de Cristo son


indispensables para nuestra salvación. Es importante saber que Cristo
soportó circunstancias y tentaciones semejantes a las nuestras, y
que nos comprende y se compadece de nosotros. Pero, por otra par­
te, es vital saber que él fue diferente de nosotros; que el pecado no
lo manchó, y por lo tanto pudo ofrecer su vida y su muerte en nues­
tro lugar. Ambos aspectos, en verdad, abren la puerta del santuario
celestial para acercarnos “confiadamente al trono de la gracia”.

“Tentado en Todo Según Nuestra Semejanza”


Otro aspecto que produce cierta inquietud en algunos creyentes,
es saber si Cristo soportó las mismas tentaciones que nosotros de­
bemos soportar, o fueron diferentes. Por supuesto, podemos encon­
trar una gran cantidad de diferencias entre el contexto, las circuns­
tancias y el mundo en el cual nuestro Señor vivió, y nuestro mundo
actual. Un joven podría decir que Cristo no tuvo que soportar la
tentación de ver películas cinematográficas corruptas; una dama
podría argumentar que Jesús entiende mejor a los hombres que a las
mujeres, porque él no tuvo que enfrentar situaciones que una mujer
debe enfrentar; un hombre de negocios podría concluir que el Señor
no tuvo que decidir en situaciones relacionadas con el dinero. Son
casi innumerables las diferencias que podríamos encontrar. Pero el
Evangelio resalta el hecho de que nuestro Señor participó de “carne
y sangre”, esto es, de nuestra naturaleza humana, y enfrentó a Sata­
nás en nuestro terreno, por lo cual está plenamente capacitado para
comprendemos y compadecerse de nosotros.
También hay otro tipo de diferencias en las tentaciones que Cristo
debió soportar; tentaciones que nosotros los humanos no tenemos.
Cristo fue tentado a usar su extraordinario poder divino, ya fuera
para lograr ventajas personales, o para destruir a sus enemigos; fue
tentado a abandonar el plan de salvación y regresar a su trono en los
cielos. Pero lo importante es que no lo hizo, y con ello selló para
UNA MIRADA HACIA ARRIBA • 33

siempre nuestra redención eterna. El Ser que está esperando perma­


nentemente en el santuario nuestro clamor por perdón, es Alguien
que no escatimó sacrificios, sufrimientos, o vergüenza para
salvarnos. Con toda confianza podemos acercamos a él.

“Viviendo Siempre para Interceder por Ellos ”


Otro aspecto que el Evangelio destaca en la obra intercesora de
Cristo, es la permanencia o inmutabilidad: “Mas éste, por cuanto per­
manece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede
también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios,
viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:24-25). Este
“servicio permanente” no sólo tiene un paralelo con la asistencia
médica de emergencia, que sirve veinticuatro horas al día, los siete
días de la semana; significa mucho más que eso. Significa que no
hay circunstancia alguna, o pecado tan grande, que pueda ofender a
nuestro Intercesor a tal grado que nos cierre la puerta del santuario.
En cierta ocasión escuché una interpretación teológica que su­
gería la idea de que el creyente, cuando comete un pecado, se sepa­
ra voluntaria o involuntariamente de Cristo y del Espíritu Santo y,
por lo tanto, vive transitoriamente en un “estado de condenación
eterna” hasta tanto se arrepienta y pida perdón por su pecado. Aun­
que es cierto que el arrepentimiento es el camino que nos lleva al
perdón en Cristo, no es cierto que el creyente que peca, pase a vivir
transitoriamente en un “estado de condenación eterna”, ya que Cristo
expió y purgó la condena eterna de todos los pecadores. Tampoco
es cierto que en el momento que volvemos a pecar se produce nue­
vamente la separación con Dios, y somos abandonados a nuestra
propia suerte. En realidad el Señor, a través de su Espíritu, continúa
siempre a nuestro lado. Es la única garantía que tenemos de que nos
arrepentiremos de nuestra falta, pediremos perdón y, mediante la
intercesión de Cristo en el santuario, seremos justificados y
emblanquecidos por su sangre. En verdad, ese es el gran propósito
del santuario celestial, de la obra intercesora de Cristo y de la pre­
sencia del Espíritu en nosotros.
Daríamos una impresión equivocada de la gracia de Dios y de la
intercesión de Cristo, si nos imagináramos que el Señor está pasi­
vamente esperando que nos acerquemos a él, sin hacer ningún es­
fuerzo de su parte por alcanzamos, justamente cuando más lo nece­
34 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

sitamos. Todo lo contrario; el Señor, a través de su Espíritu, se man­


tiene a nuestro lado en los mayores momentos de necesidad
espiritual.

“¡Cuán cuidadoso es el Señor Jesús al no dar ocasión al


alma para que desespere! ¡Cómo protege el alma de los ata­
ques de Satanás! Si caemos en pecado por una sorpresa o
engaño, a causa de las múltiples tentaciones, él no se aleja
de nosotros y nos abandona para que perezcamos. No, no,
nuestro Salvador no hace eso...
“Cualquiera que rompa con la esclavitud y el servicio de
Satanás y se coloque bajo la bandera manchada de sangre
del Príncipe Emanuel, será apoyado por las intercesiones
de Cristo. Cristo, como nuestro Mediador, a la mano dere­
cha del Padre, siempre nos tiene en cuenta, porque es tan
necesario que él nos tome en cuenta en sus intercesiones,
como era necesario que nos redimiera por su sangre. Si él
nos abandonara por un solo momento, Satanás estaría listo
para destruirnos”.6
"... A menudo tenemos que postrarnos y llorar a los pies
de Jesús por causa de nuestras culpas y equivocaciones; pero
no debemos desanimarnos. Aun si somos vencidos por el ene­
migo, no somos desechados ni abandonados por Dios. No;
Cristo está a la diestra de Dios, e intercede por nosotros”.7
La extraordinaria actitud de Cristo, de estar siempre a nuestra
disposición para interceder por nosotros, establece una vez más nues­
tra confianza y seguridad en la salvación. No hay nada —ni un pe­
cado tan grande, ni un alejamiento tan profundo de nuestra parte—
que permita que Cristo se separe de nosotros. Mientras dure su obra
intercesora, él estará siempre allí, buscándonos y llamándonos.

E l Pecado que No Tiene Perdón


Acabamos de decir que no hay un pecado tan grande que pueda
separar a Cristo de nosotros. ¿Acaso el pecado contra el Espíritu
Santo no entra en esa categoría de pecado que no tiene perdón de
Dios? Fue el mismo Cristo que dijo: “Por tanto os digo: Todo peca­
do y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia
UNA MIRADA HACIA ARRIBA • 35

contra el Espíritu Santo no les será perdonada. A cualquiera que


dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado;
pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni
en este siglo, ni el venidero” (Mateo 12:31, 32).
¿Qué es el pecado contra el Espíritu Santo? Dejemos que el men­
saje inspirado nuevamente nos aclare un punto del Evangelio que
parece despertar ciertas inquietudes:

“Nadie necesita ver el pecado contra el Espíritu Santo


como algo misterioso e indefinible. El pecado contra el Es­
píritu Santo es el persistente rechazo a la invitación de arre­
pentirse. Si usted se rehúsa a creer en Jesucristo como su
Salvador personal, usted ama más las tinieblas que la luz;
ama más la atmósfera que rodeó al gran apóstata, que la
atmósfera que rodea al Padre y al Hijo, y Dios le permite
hacer su propia elección’’.8
“Cualquiera que sea el pecado, si el alma se arrepiente y
cree, la culpa queda lavada en la sangre de Cristo; pero el
que rechaza la obra del Espíritu Santo se coloca donde el
arrepentimiento y la fe no pueden alcanzarle. Es por el Es­
píritu Santo como obra Dios en el corazón; cuando los hom­
bres rechazan voluntariamente al Espíritu y declaran que es
de Satanás, cortan el conducto por el cual Dios puede co­
municarse con ellos. Cuando se rechaza finalmente al Espí­
ritu, no hay más nada que Dios pueda hacer para el alma ”.9
El pecado contra el Espíritu Santo, entonces, no recibirá per­
dón, no porque el cielo no esté dispuesto a perdonarlo, sino porque
la persona se ha colocado a sí misma fuera del alcance del único
que puede llamarlo al arrepentimiento: el Espíritu Santo.

Qué es el Pecado Voluntario


Esta última declaración nos introduce a otro tema que produce
cierta inquietud e inseguridad en algunos creyentes: el pecado vo­
luntario. San Pablo declara: “Porque si pecáremos voluntariamente
después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no que­
da más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de
juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”
36 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

(Hebreos 10:26-27). Algunos interpretan que “pecar voluntariamen­


te” es sinónimo de “pecar conscientemente”; pero si así fuera, una
gran mayoría de los creyentes quedaría fuera del círculo de los que
pueden recibir el perdón de Cristo, ya que la mayoría de los pecados
son hechos conscientemente. Sólo los pecados hechos por ignorancia
o por desconocimiento de la ley serían, entonces, perdonados. Esto
iría en contra de la verdad primordial del Evangelio que dice que en
Cristo todos nuestros pecados pueden ser perdonados y limpiados.
Dejemos que el propio apóstol Pablo explique su declaración. Este
es uno de los principios básicos de “hermenéutica” o interpretación:
permitir que el autor explique sus propias declaraciones. Esto puede
hacerse al analizar el contexto o las circunstancias en las cuales una
declaración fue escrita, o comparándola con otras declaraciones del
autor. En este caso, el contexto nos permite clarificar el pensamiento
expresado por el apóstol, ya que a continuación del texto menciona­
do más arriba, Pablo declara: “El que viola la ley de Moisés [recorde­
mos que el apóstol está escribiendo a judíos], por el testimonio de
dos o tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo
pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por
inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta
al Espíritu de gracia?” (Hebreos 10:28-29).
El pecado voluntario es una afrenta al Espíritu Santo —el peca­
do que no tiene perdón— y es un rechazo a la sangre de Cristo
como elemento perdonador de pecados. En otras palabras, si una
persona que ha aceptado a Cristo como su Salvador, después lo re­
chaza, a Dios no le queda otra alternativa para ofrecerle, porque la
sangre de Cristo es el único “limpiador de pecados”. Esa persona
no podrá ser perdonada, no porque el cielo no quiera perdonarla,
sino porque ha rechazado el único camino posible. No le queda otro
futuro que “el hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”.
Pero ese no es el caso de aquellos que han aceptado la sangre de
Cristo en su favor, y continúan acercándose al santuario celestial
cada día, porque confían en los méritos y la intercesión de Aquel
que vivió, murió y ascendió a los cielos para salvarlos.

E l Ministerio Judicial de Cristo en el Santuario


Con la misma confianza con la que entramos al santuario celes­
tial para requerir los méritos de Cristo y su obra intercesora, pode­
UNA MIRADA HACIA ARRIBA • 37

mos presentarnos ante su ministerio judicial. Hemos elegido esta


expresión “ministerio judicial de Cristo” no para evitar el uso de la
frase “juicio investigador”, sino porque creemos que el Evangelio
nos habla de esa manera acerca del juicio: un ministerio que es parte
de la obra intercesora de Cristo. Existe el peligro que presentemos el
tema del juicio de Dios, más bien como una acción policíaca, o peor
aún, como una acción de detectives celestiales que buscan el más
mínimo detalle, la pista más pequeña, que pueda conducirlos a la
condena del reo. La diferencia entre esto último y el ministerio judi­
cial de Cristo en el santuario celestial es abismal: la diferencia la hace
el amor de Dios y su inmutable decisión de salvar a los pecadores.
Ese amor de Dios nos prepara de antemano para el juicio, y por
eso produce confianza en nuestros corazones. “Y nosotros hemos
conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es
amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en
él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tenga­
mos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos noso­
tros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto
amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De
donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan
4:16-18). Nótese que esa extraordinaria definición de Dios: “Dios
es amor”, se da en el contexto del día del juicio, y de su deseo de
preparamos para esa ocasión.
Nuestra confianza para el juicio se basa en tres realidades del
Evangelio. En primer lugar, el juicio es, en verdad, el gran día de
expiación, cuando nuestras culpas son, precisamente, “expiadas”,
esto es, definitivamente perdonadas, limpiadas y erradicadas para
siempre. En segundo lugar, el ministerio judicial de Cristo tiene
como propósito erradicar el pecado del universo, y entregar el reino
a los santos de Dios. En tercer lugar, las obras por las cuales somos
juzgados son, en realidad, las obras de Cristo en nosotros, por lo
cual podemos tener la seguridad de que así como somos justifica­
dos “en Cristo”, también seremos juzgados “en Cristo”.

El Gran Día de la Expiación


En la tipología del Antiguo Testamento, el día de la expiación
prefiguraba el juicio final de Dios. Era un día de gran solemnidad,
donde se invitaba al pueblo al recogimiento y al temor reverencial.
38 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

Pero también era un día de gran felicidad y paz espiritual, “Porque


en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos
vuestros pecados delante de Jehová” (Levítico 16:30). El resultado
final del día de la expiación era la paz de espíritu que brindaba la
seguridad de saber que todos los pecados habían sido limpiados.
Claramente era una obra de salvación y no de condenación.
Y había una razón más de felicidad para el pueblo en el día de la
expiación: en ese día se purificaba el santuario y se erradicaba el
pecado del campamento de Israel, al colocarlo sobre el verdadero
responsable de la tragedia, y enviarlo al desierto.
Al referirse al juicio final de Dios, algunos parecen captar con
mayor énfasis la solemnidad y el temor reverencial al que invita un
acontecimiento tan trascendente, que la felicidad y paz espiritual
que puede brindarnos el saber que esa ocasión está destinada a lim­
piamos definitivamente de nuestros pecados, y a declararnos here­
deros de su reino. Pero en el juicio de Dios podemos encontrar tan­
tos motivos de felicidad como los que podían encontrarse en el día
de la expiación.
Prácticamente todas las escenas del juicio final que encontramos
en las Escrituras, tienen esa connotación de erradicar definitiva­
mente el pecado; de eliminar el reino de las tinieblas, y entregar el
reino a los “santos del Altísimo”. En la escena de juicio vista por el
profeta Daniel (Daniel 7:9-10), el resultado final es que el Juez
colocará todas las cosas en su debido lugar: “Y veía yo que este
cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía, hasta que vino
el Anciano de días [referencia al Juez], y se dio el juicio a los santos
del Altísimo, y llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino...
Pero se sentará el Juez, y le quitará su dominio [al cuerno pequeño]
para que sea destruido y arruinado hasta el fin, y que el reino, y la
majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de
los santos del Altísimo” (Daniel 7:21-22, 26-27). ¿No es, acaso,
motivo de gran felicidad saber que el juicio tiene como propósito
final, desarraigar el pecado y entregar el reino al pueblo de Dios?
En la escena de juicio que Cristo nos presenta a través de una
parábola (Mateo 25:31-46), nuevamente uno de los aspectos que se
destaca es la entrega del reino a sus herederos: “Entonces el Rey
dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el
reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (vers.
UNA MIRADA HACIA ARRIBA • 39

34). Finalmente, en la última escena de juicio que encontramos en


las Escrituras (Apocalipsis 20:4-15), otra vez los salvos son vistos
reinando con Cristo (vers. 4, 6). En todas estas ocasiones también
se muestra al responsable de la tragedia del pecado, o sus instru­
mentos, erradicados para siempre del “campamento” de los santos.
El mensaje del juicio es, en verdad, una extraordinaria confirma­
ción del triunfo final de Dios y de los que están con él.

Justificados por la Fe; Juzgados p o r las Obras


Para algunos creyentes, el aspecto más inquietante del ministe­
rio judicial de Cristo en el santuario celestial, lo constituye las de­
claraciones bíblicas según las cuales los individuos serán juzgados
“según sus obras”.10 Otra variedad de declaraciones inspiradas uti­
lizan la expresión “justificados por la fe; juzgados por las obras”.11
Estas declaraciones parecen indicar, a primera vista, que si somos
juzgados por nuestras obras, éstas, en última instancia, tendrían va­
lor para la salvación. Pero esta interpretación chocaría contra el prin­
cipio básico del Evangelio, que enseña que la salvación es por gra­
cia, a través de Cristo y mediante la fe, “sin las obras de la ley”
(Romanos 3:28). ¿Cuáles son las “obras” tomadas en cuenta en el
juicio de Dios?
El Evangelio nos habla con claridad de dos clases de obras;
aquellas que son hechas con el fin de acumular méritos ante Dios
para lograr la salvación, y aquellas que se producen como resulta­
do de haber recibido la salvación en Cristo. El apóstol Pablo des­
cribe ambas clases de obras en una misma declaración: “Porque
por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Por­
que somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras,
las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en
ellas” (Efesios 2:8-10).
Las obras que valen en el juicio de Dios, no son las nuestras;
nuestras obras nunca podrían alcanzar suficientes méritos para lo­
grar la salvación. Las obras que valen son las que Cristo hace en
nosotros como resultado de la salvación. En otras palabras, lo que
Cristo hace en su ministerio judicial, es mostrar los triunfos de su
gracia en los seres humanos, y el poder transformador de su Espíri­
tu en ellos. La acción judicial de Cristo certifica, una vez más, que
40 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

aquellos que han recibido su justicia, también han recibido junta­


mente su carácter; no sólo están “vestidos” sino “revestidos” de él.
Veamos de qué manera el mensaje inspirado corrobora estas decla­
raciones del Evangelio:

“No hay salvación para nosotros, excepto en Jesús, por­


que es a través de la fe en él que recibimos poder para llegar
a ser hijos de Dios. Pero no es simplemente una fe pasiva; es
la fe que obra las obras de Cristo. Jesús dijo: ‘Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame ’. Tenemos que actuar tanto como creer,
porque seremos juzgados de acuerdo a nuestras obras ”.12
“Permitidme hacer énfasis en la importancia de hacer de
Cristo nuestra esperanza y nuestro refugio cada día de nues­
tras vidas. En estos tiempos se nos presenta la fábula pla­
centera de que todo lo que se nos requiere es creer en Cris­
to; que las obras no tienen nada que ver para que Dios nos
acepte. Muchos pisotean la ley de Dios bajo sus pies, acari­
ciando en sus corazones el pensamiento engañoso de que no
están sujetos a ella; pero no es verdad. En la resurrección,
todos volverán a la vida: aquellos que han hecho bien y los
que han hecho mal. Toda buena obra nace de la fe genuina,
y los frutos muestran el carácter de la fe. En consecuencia
seremos juzgados por nuestras obras”.13
“Oh, ¡cuán pocos tienen una real comunión con el Padre
o con su Hijo, Jesucristo! Aquellos que están imbuidos del
Espíritu de Cristo, obrarán las obras de Cristo. ‘Haya, pues,
en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús’
(Filipenses 2:5). El que juzga justamente ha dicho: ‘Porque
separados de m í nada podéis hacer’ ” (Juan 15:5).14

Cuán tranquilizador es pensar que Cristo está, como siempre, a


cargo de todo durante el tiempo del juicio. Durante ese “día de ex­
piación”, él es el que limpia definitivamente nuestros pecados y el
registro de ellos en el cielo; él es quien toma sobre sí mismo la
responsabilidad de erradicar el pecado, y entregar el reino a su pue­
blo; y son sus obras en nosotros —no las nuestras— las que cuentan
en ese magno acontecimiento.
UNA MIRADA HACIA ARRIBA • 41

Conclusión
Nuestra “mirada hacia arriba” concluye con grandes motivos de
alabanza y de agradecimiento; la obra intercesora de Cristo y su
ministerio judicial tienen una y la misma finalidad: mantenernos
sin mancha delante de él, hasta el día en que el reino sea entregado
a sus herederos. De todo corazón podemos expresar con el apóstol:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos
bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en
Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor ha­
biéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio
de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de
la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en
quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según
las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros
en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de
su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí
mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del
cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como
las que están en la tierra” (Efesios 1:3-10).

Referencias
1. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, pp. 622-623.
2 . ________ , El camino a Cristo, pp. 69-70.
3 . ________ , El conflicto de los siglos, p. 543.
4 . _________ , Review and Herald, 25 de mayo, 1905. También en El evangelismo,
p. 167.
5 . ________ , Comentario bíblico adventista, tomo 5, pp. 1102-1103.
6 . ________ , Nuestra elevada vocación, pp. 51-52.
7 . ________ , El camino a Cristo, p. 64.
8 . ________ , Review and Herald, 29 de junio, 1897.
9 . ________ , El Deseado de todas las gentes, pp. 288-289.
10. Varias declaraciones bíblicas hacen referencia a esto. Como ejemplos podemos
citar: Mateo 12:36-37; Mateo 25:31-46; Romanos 2:6; Apocalipsis 20:11-13.
11. En sus obras publicadas (en inglés), Elena de White utiliza en 14 ocasiones la
expresión: “justificados por la fe; juzgados por las obras”. Puede encontrarse una de
estas ocasiones en Servicio cristiano, p. 111.
12. Elena G. de White, Review and Herald, 6 de Marzo, 1888.
13. ________ , Bible Echo and Signs ofthe Times, 15 de enero, 1889.
14. ________ , Manuscript Releases, tomo 1, p. 89.
3

Una Mirada Hacia Adentro

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo


yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).

U
na mirada hacia nuestro inte­
rior, podría transformarse en
una búsqueda sumamente desanimadora. Al c
tros mismos, con la sinceridad que caracteriza un autoexamen, po­
dríamos vemos demasiado lejos del ideal que Dios tiene para sus
hijos, y por lo tanto dudar de que nuestro encuentro con Cristo pue­
da ser un encuentro feliz.
Esta experiencia puede ser compartida por una inmensa mayoría de
los creyentes. Aun los personajes bíblicos pueden unirse a nosotros y
expresar sus inquietudes íntimas. San Pablo describe vividamente una
de esas ocasiones cuando miró hacia dentro de sí mismo: “Y yo sé que
en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien
está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino
el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo
hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el
bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre
interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miem­
bros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a

43
44 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién
me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:18-24).
Afortunadamente, el apóstol encontró la respuesta a sus inquie­
tudes y la comparte con nosotros. Esta solución, que comienza con
una gratitud a Dios en el último texto de este capítulo (Romanos
7:25), se extiende a todo el capítulo 8 de la epístola a los Romanos,
que es una de las mayores fuentes de seguridad en Cristo.

E l Ministerio del Espíritu Santo


La clave para entender la solución que Dios nos ofrece para el
problema de nuestra naturaleza pecaminosa —problema que todos
los seres humanos, sin excepción, compartimos— está en el minis­
terio interior del Espíritu. A veces, cuando pensamos en la obra del
Espíritu Santo, pareciera que nuestras mentes se dirigen directa­
mente a la “lluvia tardía”: esa manifestación especial del Espíritu
que capacitará a la iglesia con poder, para dar el mensaje final de
amonestación al mundo. Pero el ministerio del Espíritu es mucho
más amplio. En verdad, tanto nuestro Señor, como los escritores
bíblicos, destacan la obra del Espíritu Santo como un ministerio
esencial para nuestra salvación.
El tema es tan importante, que nuestro Señor llegó a decir que “el
que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de
Dios” (Juan 3:5). Y el apóstol Pablo añadió que “si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9). El ministerio del Espí­
ritu no solamente es esencial para nuestra entrada al reino de Dios, sino
también para conocer y entender las verdades que Dios quiere revelar­
nos. Jesús declaró que el Espíritu “mora con vosotros, y estará en voso­
tros”; “os enseñará todas las cosas” y “os guiará a toda la verdad” (Juan
14:17, 26; 16:13). Y Pablo declara que “si el Espíritu de aquel que
levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los
muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales
por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11).
Todas las declaraciones bíblicas precedentes tienen que ver con
nuestro encuentro con Cristo. Entrar o no entrar en el reino de Dios;
ser o no ser de Cristo; que nuestros cuerpos mortales sean o no sean
“vivificados”, todo esto está señalando la importancia del ministe­
rio del Espíritu Santo en nosotros.
En este capítulo analizaremos tres aspectos de la obra del Espí­
UNA MIRADA HACIA ADENTRO • 45

ritu. En primer lugar, su ministerio transformador en nosotros. En


segundo lugar, cuándo hace el Espíritu su obra, y en tercer lugar,
cómo y dónde la realiza.

“Andar en el Espíritu”
“Andar en el Espíritu” es la expresión predilecta de Pablo para
referirse a la forma de vida de aquellos que están en camino al reino
de Dios. Es la antítesis de “vivir en la carne”, que es la forma
natural de vivir de todos los seres humanos antes de conocer y aceptar
a Cristo.
El proceso de cambio que significa dejar de “vivir en la carne” y
comenzar a “vivir en el Espíritu” pareciera, en ocasiones, no ser
bien entendido. Probablemente, el mayor obstáculo para una clara
comprensión del tema, está en el significado que le damos a ciertas
expresiones bíblicas. Una “vida carnal” o una “mente carnal” se las
relaciona más bien con cierto tipo de pecados específicos. Una per­
sona decente, moralmente hablando, no se la define como alguien
con una “mente carnal”. Pero en el Evangelio, una “vida carnal” es
sinónimo del “viejo hombre” o “el hombre natural”. No importa
cuán decente aparezca la persona ante la sociedad, si no ha experi­
mentado el nuevo nacimiento; si no es una nueva criatura en Cristo,
todavía vive “en la carne”.
Pero también hay cristianos carnales. Son creyentes que han acep­
tado a Cristo e incluso pueden haber experimentado el nuevo naci­
miento, pero se han detenido allí; no han permitido que el Espíritu
Santo controle sus vidas y continúan conduciéndose por las deci­
siones de su propia mente, y guiándose por su propia voluntad. Por
supuesto, siguen mostrando los resultados de “vivir en la carne”. A
estos hermanos se dirige el apóstol Pablo cuando escribe: “Porque
aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y
disensiones, ¿no sois camales, y andáis como hombres?” (1 Corintios
3:3). Nótese que estos hermanos no eran “carnales” porque come­
tían pecados de índole moral, sino porque en su vida se mostraban
aún los resultados de una “mente camal”.
“Andar en el Espíritu”, en cambio, es un proceso dinámico y
activo. Es más que experimentar el nuevo nacimiento; es permitir
que la nueva criatura ahora crezca y transite en los caminos de Dios,
guiada por el Espíritu. Por eso el apóstol aconseja: “Si vivimos por
46 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25). A se­


mejanza de cualquier criatura del mundo animal o del género hu­
mano, el cristiano nacido “de agua y del Espíritu” necesita ahora
comenzar a crecer y andar en nuevos caminos. Y el Espíritu está
listo para conducirlo por esa nueva experiencia.

La Obra Transformadora del Espíritu


Todo aquello que el apóstol consideraba imposible de lograr por
sí mismo, esto es, hacer el bien; no hacer el mal; cambiar su natura­
leza pecaminosa; erradicar la ley del pecado en sus miembros (Ro­
manos 7), ahora puede llegar a ser una realidad a través del ministe­
rio del Espíritu Santo en la vida del creyente (Romanos 8). El men­
saje inspirado describe, con tonos dramáticos, la profundidad y ex­
tensión del cambio que el Espíritu debe producir en nosotros:
“La vida del cristiano no es una modificación o mejora de
la antigua, sino una transformación de la naturaleza. Se pro­
duce una muerte al yo y al pecado, y una vida enteramente
nueva. Este cambio puede ser efectuado únicamente por la
obra eficaz del Espíritu Santo”.1
“El Espíritu iba a ser dado como agente regenerador, y sin
esto el sacrificio de Cristo habría sido inútil. El poder del
mal se había estado fortaleciendo durante siglos, y la sumi­
sión de los hombres a este cautiverio satánico era asombro­
sa. El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la
poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad,
que iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud
del poder divino. El Espíritu es el que hace eficaz lo que ha
sido realizado por el Redentor del mundo. Por el Espíritu es
purificado el corazón. Por el Espíritu llega a ser el creyente
partícipe de la naturaleza divina. Cristo ha dado su Espíritu
como poder divino para vencer todas las tendencias hacia el
mal, hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio ca­
rácter en su iglesia”.2

Es indudable que Cristo, a través del Espíritu Santo, desea hacer


mucho más que una mera “reparación” de la vida antigua. Es un
cambio total, inmenso y trascendental; es traumático, pero indis­
UNA MIRADA HACIA ADENTRO • 47

pensable para un encuentro feliz con Cristo. Afecta a la estructura


misma del ser, porque es un cambio de la naturaleza humana, que
incluye la modificación de las inclinaciones, tendencias y propen­
siones al pecado. También incluye un cambio en la personalidad y
en el carácter, ya que el carácter de Cristo se graba —y se obser­
va— en la vida del creyente.
Es aquí, justamente, donde nuestra mirada hacia dentro de noso­
tros mismos, podría tomarse patética y desanimadora. Con desespe­
ración espiritual podríamos concluir que, si nuestro nuevo carácter
debe reflejar el carácter de Cristo; si nuestra nueva naturaleza no debe
tener las tendencias pecaminosas, heredadas o cultivadas, que antes
tenía; entonces, algo anda mal en nuestra vida espiritual: o no le he­
mos dado lugar al Espíritu Santo para que haga su obra de transfor­
mación; o esa obra va muy lenta, y el encuentro con Cristo en el día
final podría tomamos con una transformación “a medias”. Pero nadie
necesita desesperar o desanimarse. Ese Dios que ha preparado esta
solución para el problema de nuestra naturaleza pecaminosa, también
ha pensado en todas las posibles circunstancias, y ha encontrado una
respuesta para cada caso, incluyendo el suyo y el mío.

Perfectos Todos los Días


Este tema de una vida perfecta producida por el Espíritu, tam­
bién ha provocado innumerables discusiones teológicas entre aque­
llos que consideran que el cristiano puede y debe alcanzar la per­
fección total antes de la venida del Señor, y los que entienden que el
cambio definitivo de nuestra naturaleza pecaminosa será el resulta­
do de nuestro encuentro con Cristo en ocasión de su segunda veni­
da. No es nuestra intención agregar nuevos motivos de discusión.
Nuestro blanco, más bien, es analizar en forma práctica cuáles son
nuestros problemas para alcanzar la perfección total —o el cambio
completo de nuestra naturaleza pecaminosa, que es la misma cosa—
y descubrir cuáles son las respuestas de Dios para esas inquietudes.
En verdad, el Señor tiene una gran variedad de casos para resol­
ver. Desde el creyente que acepta a Cristo y muere al poco tiempo,
sin tener oportunidad de mostrar plenamente los cambios que el
Espíritu había comenzado a producir en su vida, hasta el cristiano
que ha pasado toda su vida en la iglesia; desde los que serán trasla­
dados después de una larga experiencia cristiana, hasta aquellos que,
48 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

como resultado del fuerte clamor, entrarán al redil un día antes de


que termine el tiempo de gracia. ¿Cómo resuelve el Señor situacio­
nes tan diversas?
Es indudable que Dios debe utilizar tanto la obra intercesora de
Cristo en el santuario celestial, como la obra transformadora del
Espíritu en nosotros, para mantenernos siempre perfectos; siempre
preparados para la traslación. En ese sentido, el Señor ha elaborado
un plan por el cual somos “declarados” perfectos cada día. La justi­
cia (o perfección) de Cristo, que nos fue concedida (o imputada)
cuando aceptamos al Señor, a fin de que toda nuestra vida pasada
fuera limpiada de una sola vez, ahora nos es ofrecida cada día, me­
diante la intercesión de nuestro Señor, a fin de que nuestra vida sea
mantenida limpia (o perfecta) delante de él.
El bautismo, con su simbolismo en la muerte, la sepultura y la
resurrección de Cristo (Romanos 6:3-6), es la figura de nuestra
muerte al “viejo hombre” y la resurrección a una “nueva criatura”;
más que eso, el bautismo representa el momento en que el Señor
nos limpia de todos los pecados pasados, por la sangre de Cristo.
Pero cuando volvemos a mancharnos, el Señor no nos pide que vol­
vamos a bautizarnos, porque en ese caso deberíamos hacerlo todos
los días. En cambio nos ofrece la obra intercesora de Cristo con la
cual, diariamente, nos declara “muertos” al pecado y “resucitados”
a una nueva vida; más que eso, nos declara cada día “perfectos” en
Cristo. Pero el Señor quiere hacer aun más por nosotros; quiere
mostrar en nosotros su extraordinario poder de transformación. Por
la gracia de Cristo y la obra del Espíritu quiere hacernos santos a
través de la santificación por la fe.

Más Perfectos Cada Día


En el Evangelio, la perfección cristiana es un concepto dinámi­
co. No es una meta que se alcanza y queda establecida para siem­
pre, sino un proceso de constante crecimiento hacia adelante y ha­
cia arriba. Se alcanza la perfección todos los días a través de la obra
intercesora de nuestro Señor, pero al día siguiente hay nuevos mo­
tivos de superación; nuevos blancos para alcanzar a través de la
obra transformadora del Espíritu. Este concepto dinámico de la per­
fección cristiana, es la clave para entender la solución que Dios nos
ofrece al problema de nuestra naturaleza pecaminosa. En cualquier
UNA MIRADA HACIA ADENTRO • 49

etapa de nuestro crecimiento en la gracia —ya sea que nos toque


morir; o que concluya el juicio de Dios sobre nuestra vida; o que se
produzca la segunda venida de Cristo— , Dios nos considerará real­
mente preparados para nuestro encuentro con él, si hemos confiado
implícitamente en el ministerio intercesor del Señor y hemos dado
lugar a la obra transformadora del Espíritu.
Esta verdad del Evangelio nos confronta con dos grandes reali­
dades espirituales. La primera de ellas es que, aunque somos he­
chos perfectos en Cristo cada día, nunca podemos llegar a decir:
“Alcancé el blanco total de perfección; no hay nada más que nece­
site superar”. La segunda realidad, es que Dios siempre tendrá que
depender de la obra intercesora de Cristo para completar su obra en
nosotros.
El sentimiento o la experiencia de sentirse impecable, o de haber
alcanzado la perfección total, está fuera del esquema del Evangelio.
Aun los personajes bíblicos, que usaban la expresión “santos” o
“perfectos” para referirse a los creyentes, eran conscientes de la
posibilidad de un crecimiento constante en la gracia. El apóstol Pablo
podría resultar incomprensible, si no fuera por el concepto de una
perfección dinámica, cuando expresa: “No que lo haya alcanzado
ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir
aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos,
yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago:
olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo
que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llama­
miento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos per­
fectos, esto mismo sintamos” (Filipenses 3:12-15).
Y es el mismo Espíritu Santo quien nos confirma, a través de la
palabra profética, que mientras estemos en esta tierra, nunca podre­
mos llegar a decir: “Alcancé la perfección total; soy impecable”.

“La santificación no es obra de un momento, una hora, o


un día, sino de toda la vida. No se la consigue por medio de
un feliz arranque de los sentimientos, sino que es el resulta­
do de morir constantemente al pecado y vivir cada día para
Cristo. No pueden corregirse los males ni producirse refor­
mas en el carácter por medio de esfuerzos débiles e intermi­
tentes. Solamente venceremos mediante un prolongado y
50 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

perseverante trabajo, penosa disciplina y duro conflicto. No


sabemos en el día actual cuán intenso será nuestro conflicto
en el siguiente. Mientras reine Satanás, tendremos que do­
minarnos a nosotros mismos y vencer los pecados que nos
rodean; mientras dure la vida, no habrá un momento de des­
canso, un lugar al cual podamos llegar y decir: Alcancé ple­
namente el blanco”.3
"Los que llegan a ser discípulos de Cristo encuentran que
se les proporcionan nuevos motivos de acción y que adquie­
ren nuevos pensamientos, de los que deben resultar nuevas
acciones. Pero los tales pueden progresar únicamente por
medio de conflictos; porque hay un enemigo que contiende
siempre contra ellos, presentándoles tentaciones que hacen
que el alma dude y peque. Hay tendencias al mal, heredita­
rias y cultivadas, que deben ser vencidas. El apetito y la
pasión han de ser puestos bajo el dominio del Espíritu San­
to. No tiene término la lucha de este lado de la eternidad”.4
Esta primera realidad espiritual con relación a la perfección cris­
tiana, a saber, que no tiene término la lucha “de este lado de la
eternidad”, no se expresa para desanimarnos; todo lo contrario: es
justamente para que no nos desanimemos cuando, después de mu­
chos años de experiencia cristiana, todavía continuamos sufriendo
las tentaciones satánicas y las caídas en el pecado. Es más; esta
primera realidad espiritual nos muestra nuestra absoluta necesidad
de la segunda realidad que mencionamos anteriormente: Dios siem­
pre tendrá que depender de la obra intercesora de Cristo; del ofreci­
miento cotidiano de perfección en él, para completar su obra en
nosotros.

Luchas y Conflictos
Las declaraciones anteriores nos hablan de “lucha”, de “esfuer­
zos”, de “trabajo perseverante y prolongado”, y esto, a primera vis­
ta, parecería “salvación por obras”. Pero los escritos proféticos ha­
cen énfasis en el concepto de que la salvación es obra exclusiva de
Dios porque, como decíamos anteriormente, la participación hu­
mana le daría un toque de incertidumbre e inseguridad que el Señor
no desea para sus hijos. El Evangelio se esfuerza en mostrarnos que
UNA MIRADA HACIA ADENTRO • 51

Dios provee para nosotros todo lo necesario: en Cristo hay sufi­


ciente “sabiduría, justificación, santificación y redención” (1
Corintios 1:30).
Pero esto no significa que la salvación sea un concepto pasivo.
Al igual que la perfección cristiana, la salvación es dinámica. Pablo
podía hablar de la vida cristiana como una batalla que había que
ganar, y una carrera que había que correr (2 Timoteo 4:6-8). Y nos
aconseja: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, por­
que Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer,
por su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13). Cuando nos “ocupa­
mos” seriamente de nuestra vida espiritual; cuando estamos dis­
puestos a entrar en conflicto con las fuerzas de las tinieblas con­
fiando en el Señor; cuando nos esforzamos para hacer avanzar la
causa de Dios en la tierra, no lo hacemos para ganar méritos para
nuestra salvación, sino porque nos sentimos parte de la familia de
Dios, y deseamos pertenecer eternamente a esa nueva familia.
Y Dios acepta nuestros esfuerzos y nuestra disposición para ser
vencedores, y suple con sus méritos divinos todas nuestras defi­
ciencias. Eso no significa que Dios cuente con nuestros esfuerzos y
perfeccionamiento personal como “créditos” para nuestra salvación,
y sólo complemente lo que haga falta para la perfección total. La
salvación no es una mezcla de méritos humanos y divinos. Pero él
acepta nuestra actitud, nuestra disposición y nuestras luchas para
mantenernos en sus caminos, como una muestra de que el Espíritu
Santo está trabajando en nuestra vida, y se siente feliz de “comple­
tar” su obra en nosotros.

“No necesitamos desanimarnos. Jesús vino a nuestro mun­


do para dar al hombre el poder divino, a fin de que a través
de su gracia podamos ser transformados a su semejanza.
Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios, cuan­
do se hacen esfuerzos cotí ese fin, Jesús acepta esa disposi­
ción y ese esfuerzo como el mejor servicio del hombre, y
suple la deficiencia con sus propios méritos divinos".5

“El conocimiento de la ley condenaría al pecador y qui­


taría la esperanza de su corazón, si no fuera porque él ve a
Jesús como su sustituto y seguridad, listo a perdonar su trans­
52 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

gresión y su pecado. Cuando a través de la fe en Cristo, el


hombre actúa de acuerdo con lo mejor de su capacidad y
aptitud, y busca andar en los caminos del Señor obedecien­
do a sus Diez Mandamientos, la perfección de Cristo es im­
putada para cubrir la transgresión del alma obediente y arre­
pentida”.6

La confianza en que Dios suplirá todo aquello que es deficiente


en nosotros, hace crecer nuestra seguridad en Cristo. Esa concien­
cia de nuestra propia indignidad e incapacidad, y el reconocimiento
de la infinita capacidad de Dios para salvar, llena nuestros corazo­
nes de asombro y admiración.

Cómo Mora el Espíritu en Nosotros


A través de este capítulo hemos tratado de resaltar la extraordinaria
bendición que el cielo nos ofrece mediante la presencia del Espíritu
Santo en nosotros. Su obra transformadora y regeneradora es un ele­
mento clave en nuestra preparación para el encuentro con Cristo. Nos
resta ahora analizar cómo se produce esa presencia en nuestras vidas.
La palabra profética nos ha dejado bastante información acerca
de la obra del Espíritu Santo. El Señor Jesucristo se ocupó de este
tema en particular, en su último diálogo con los discípulos antes de
la crucifixión (Juan 14-16). Pero la revelación no incluye mucha
información acerca de la naturaleza de la tercera persona de la Di­
vinidad. Esto podría dar lugar a especulaciones teológicas acerca
de la personalidad, características y naturaleza del Espíritu. Sin
embargo, tenemos consejos específicos en cuanto a este tema:
“La naturaleza del Espíritu Santo es un misterio. Los hom­
bres no pueden explicarla, porque el Señor no se la ha reve­
lado. Los hombres de conceptos fantásticos pueden reunir
pasajes de las Escrituras y darles interpretación humana;
pero la aceptación de estos conceptos no fortalecerá a la
iglesia. En cuanto a estos misterios, demasiado profundos
para el entendimiento humano, el silencio es oro”.7

No es nuestra intención, entonces, analizar aspectos que no nos


han sido revelados. Pero sí podemos considerar aquello que ha sido
revelado: la forma en que el Espíritu hace su obra en nosotros.
UNA MIRADA HACIA ADENTRO • 53

La Mente Humana y el Proceso de Transformación


El Evangelio claramente señala que la obra de transformación
debe comenzar en la mente del individuo: “No os conforméis a este
siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro en­
tendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de
Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Esta obra inicial de
transformación tiene un objetivo específico: cambiar la mente para
que pueda entender las cosas de Dios. La mente natural —o el hom­
bre camal— “no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,
porque para él son locura” (1 Corintios 2:14). Por tanto, el Espíritu
debe comenzar su obra en nuestra mente, para ponerla en condicio­
nes de comprender la voluntad de Dios, como paso previo a nuestra
aceptación de esa voluntad, y nuestra disposición a recibir el poder
divino para caminar en ella.
Y el Espíritu Santo no usa caminos misteriosos o sobrenaturales
para penetrar en nuestra mente. A veces parecería que para algunos
creyentes, la obra del Espíritu estuviese rodeada de misterio y de
una fenomenología sensacional. Pero son nuestros sentidos, espe­
cialmente el oído y la vista, los canales naturales que el Espíritu
utiliza para hacernos conocer la voluntad de Dios. “Así que la fe es
por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). “Por­
que la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las
coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las inten­
ciones del corazón” (Hebreos 4:12). Es a través del mensaje inspi­
rado, leído o escuchado, como el Espíritu comienza a realizar su
obra transformadora en nosotros.

"El Espíritu obra en nosotros al traer a. nuestra mente, en


forma vivida y constante, las preciosas verdades del plan de
redención... El Espíritu ilumina nuestras tinieblas; informa
nuestra ignorancia, y nos ayuda en nuestras múltiples nece­
sidades. Pero la mente debe estar constantemente dirigida
hacia Dios. Si se da lugar a la mundanalidad; si no tenemos
deseos de orar ni de comulgar con Aquel que es la fuente de
sabiduría y fortaleza, el Espíritu no morará en nosotros”.8
“Por medio de las Escrituras, el Espíritu Santo habla a la
54 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

mente y graba la verdad en el corazón. A sí expone el error, y


lo expulsa del alma. Por el Espíritu de verdad, obrando por
la Palabra de Dios, es como Cristo subyuga a sí mismo a
sus escogidos”.9
“Los testimonios del Espíritu de Dios son dados para di­
rigir a los hombres a su Palabra, que ha sido descuidada.
Ahora bien, si sus mensajes no son atendidos, el Espíritu
Santo queda excluido del alma. ¿ Qué otros medios tiene Dios
en reserva para enseñar a los que yerran y mostrarles su
verdadera condición?”10

Estas declaraciones, además de confirmar que el Espíritu Santo


realiza su obra de transformación a través de la Palabra, nos previe­
nen de una importante situación que puede excluir al Espíritu de
nuestras vidas. Si cerramos nuestra mente al mensaje de Dios, po­
demos estar cerrando la puerta al Espíritu Santo para que more en
nosotros. ¿Podría ocurrir, acaso, que en nuestro afán por esperar
manifestaciones especiales y sobrenaturales del Espíritu, estemos
descuidando el simple camino por el cual quiere obrar en nosotros,
y estemos impidiendo su ministerio transformador?

Todo el Cielo a Nuestra Disposición


El cambio de nuestra naturaleza pecaminosa es uno de los pro­
cesos más traumáticos del plan de salvación. Pero el Señor no nos
abandona en ningún momento. Tanto Cristo en el santuario celes­
tial, como el Espíritu Santo en nosotros, están constantemente dis­
puestos para ayudarnos. Y aún los ángeles son “enviados para ser­
vicio a favor de los que serán herederos de la salvación” (Hebreos
1:14).
Nuestra lucha interior es parte de un conflicto mayor, universal
y cósmico, donde intervienen todos los poderes espirituales. Y el
punto focal del conflicto se radica en la mente de los individuos. El
mensaje profético nos alerta en cuanto a esa lucha pero, a su vez,
nos tranquiliza con la seguridad de la victoria: “Y ellos le han ven­
cido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimo­
nio de ellos” (Apocalipsis 12:11).
“Satanás siempre está listo para engañar y descarriar.
UNA MIRADA HACIA ADENTRO • 55

Emplea todo encantamiento para engañar a los hombres, y


llevarlos al camino amplio de la desobediencia. Trabaja para
confundir los sentidos con impresiones erróneas, y quitar
las señales, colocando sus falsas inscripciones en los hitos
que Dios ha establecido para señalar el camino correcto.
Debido a que estas agencias malignas se están esforzando
por eclipsar todo rayo de luz que llega al alma, es que los
agentes celestiales han sido designados para realizar su obra
de ministerio, para guiar, proteger y controlar a aquellos
que serán los herederos de la salvación. Ninguno necesita
desesperarse a causa de las tendencias al mal heredadas,
pero cuando el Espíritu de Dios convence de pecado, el pe­
cador debe arrepentirse, y confesar, y olvidar el mal. Fieles
centinelas están de guardia para dirigir a las almas por el
camino correcto.
“Los ángeles malignos, o los ángeles de Dios, están con­
trolando las mentes de los hombres. Nuestras mentes son
entregadas al control de Dios, o al control de los poderes de
las tinieblas”.11
“Los ángeles se encargan especialmente de las almas dé­
biles y temerosas; de aquellos que tienen muchos defectos y
debilidades objetables de carácter... Los ángeles están siem­
pre presentes donde más se los necesita. Están junto a los
que deben librar las batallas más recias, junto a los que de­
ben luchar contra las inclinaciones y tendencias heredita­
rias’’.12
Con tal ayuda como la que el cielo nos ofrece, nadie necesita
desanimarse y pensar que su situación es imposible de superar. Una
infinita fuente de recursos, de poder, de bendiciones, y de perdón,
está a la disposición de todos aquellos que, con humildad y contri­
ción, recurren a su Padre celestial en busca de salvación.

Conclusión
Comenzamos este capítulo con una mirada hacia el interior de
nuestro ser, que nos llenó de un sentimiento de indignidad y de
insuficiencia para recibir la salvación prometida. Ese sentimiento
de indignidad no se pierde con el paso de los años; por el contrario,
56 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

se agudiza cuanto más cerca estamos de Jesús. Aquellos que son


redimidos por su gracia, y entran en una comunión más y más per­
sonal con él, no se sienten más y más perfectos e impecables, sino
que al compararse con la pureza y santidad perfectas del Modelo,
se sienten menos y menos dignos de recibir la salvación, y sólo
pueden aceptarla como un don inmerecido. Como el mensaje inspi­
rado nos confirma:

“Cuanto más cerca estéis de Jesús, más imperfectos os


reconoceréis; porque veréis tanto más claramente vuestros
defectos a la luz del contraste de su perfecta naturaleza. Esta
es una señal cierta de que los engaños de Satanás han perdi­
do su poder, y de que el Espíritu de Dios os está despertan­
do”.13
Ese sentimiento de indignidad e insuficiencia deja de ser nega­
tivo y se toma saludable cuando, en lugar de llevarnos a la deses­
peración y el desánimo, nos lleva a confiar únicamente en Cristo
como el autor de nuestra salvación. Y es un sentimiento que se
mantendrá aún en aquellos que, en presencia del Cordero, canten
un cántico en honor de Aquel que es el único digno de recibirlo:
“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie
podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas,
que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vesti­
dos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a
gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que
está sentado en el trono, y al Cordero... Entonces uno de los an­
cianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blan­
cas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo
sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribu­
lación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la
sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:9-14).

Referencias
1. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 143.
2. Id., p. 625.
3. Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, pp. 447-448.
4 . ________ , Consejos para los maestros, p. 21.
UNA MIRADA HACIA ADENTRO • 57

5 .__________, Signs o f the Times, 16 de junio, 1890. Parcialmente en, Mensajes


selectos, tomo 1, p. 448.
6. . Fundamentáis o f Christian Education. p. 135.
7. . Los hechos de los apóstoles, pp. 42-43.
8. . Review and Herald. 19 de mavo. 1904.
9. . El Deseado de todas las gentes, p. 625.
10. . Mensajes selectos, tomo 1. p. 52.
11. . Nuestra elevada vocación, p. 94.
12. . Review and Herald. 16 de abril. 1895. Parcialmente en. Mente.
carácter y personalidad, p. 150.
13.__________, El camino a Cristo, pp. 64-65.
4

Una Mirada Hacia Afuera

“Y será predicado este evangelio del reino en todo el mun­


do, para testimonio a todas las naciones; y entonces ven­
drá el fin ” (Mateo 24:14).

E
l creyente encuentra gozo y ale­
gría en la comunión con otros
creyentes. La atmósfera de paz, amor y simpat
siguen a Cristo, invita a mantenerse dentro de ese círculo. Pero la
iglesia ha sido llamada a cumplir una misión en el mundo exterior;
ese mundo lleno de violencia, miseria, incredulidad y pecado. Y
aunque ese no es el ambiente ideal para el creyente, el Señor lo
llama a “mirar hacia afuera”, especialmente para ver los campos
“blancos para la siega” (Juan 4:35).
La misión de la iglesia está íntimamente ligada al tema de nues­
tro encuentro con Cristo, puesto que nuestro Señor coloca sobre la
iglesia la responsabilidad de dar el último mensaje de amonesta­
ción al mundo. El cumplimiento de la misión es absolutamente esen­
cial en el plan de Dios, pues todos los seres humanos deben tener la
misma oportunidad de aceptar la salvación y prepararse para el en­
cuentro con Dios. ¿Cómo puede la iglesia concluir su misión con
una población mundial siempre creciente? ¿Cuánto falta, en exten­

59
60 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA,

sión y en tiempo, para terminar la tarea? Si la iglesia no cumpliera


su cometido, ¿podría atrasarse indefinidamente la venida del Se­
ñor? Este capítulo será dedicado a responder a éstas y otras pregun­
tas relacionadas con la misión de la iglesia.

En el Mundo, Pero No del Mundo


La misión de la iglesia implica riesgos, y nuestro Señor era cons­
ciente de ellos. En su oración por sus discípulos y por los que ha­
brían de venir después de ellos, Cristo define algunos de esos peli­
gros, y ora para que sus seguidores sean librados de los mismos.
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos
en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo,
así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí
mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas
no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer
en mí por la palabra de ellos” (Juan 17:15-20).
El cumplimiento de la misión requiere estar en el mundo; requie­
re estar donde está la gente que necesita la salvación. Cristo no
propone a sus seguidores una vida cristiana pasiva, cómoda y con­
fortable, exenta de lucha con los poderes de las tinieblas. Por el
contrario, envía a sus seguidores al mundo, así como él vino al
mundo. La encarnación de Cristo, además de ser un elemento clave
y fundamental de nuestra salvación, es una prueba elocuente del
tipo de misión que el Señor quería dejamos como modelo. Jesús no
evitó venir al mundo; hacerse un hombre de carne y huesos como
nosotros y, más que todo, vivir en medio de aquellos a quienes de­
seaba salvar. Uno de los peligros que enfrenta el creyente en su
relación con el mundo, es intentar aislarse para evitar la contamina­
ción. La historia de la iglesia presenta variados ejemplos de esos
intentos de aislamiento. Ermitas, conventos y monasterios sirvie­
ron a ese fin en tiempos pasados. En nuestra propia historia con­
temporánea, como iglesia hemos tenido intentos de aislamiento,
cuando algunos creyentes, interpretando parcialmente algunos con­
sejos acerca de la vida en el campo, pensaron en retirarse de las
áreas pobladas para vivir en comunión y en soledad con Dios.
Es verdad que se nos aconseja vivir donde nuestras familias puedan
estar en contacto directo con la tierra y sus frutos, y evitar la contami­
UNA MIRADA HACIA AFUERA • 61

nación física y moral de los grandes centros urbanos. Pero, a la vez, se


nos aconseja estar lo suficientemente cerca de ellos como para poder
realizar nuestra misión.1Si deseamos seguir el ejemplo de nuestro Se­
ñor, no podemos alejamos de la gente que no conoce el Evangelio, y
abandonarla a su propia suerte. Cristo no solamente nos “envió” al
mundo, sino nos mostró el camino a seguir con su propio ejemplo.
El otro peligro que enfrenta la iglesia en su relación con el mun­
do, es perder su identidad y “confundirse” con aquellos a quienes
quiere compartir la salvación. Y Cristo era consciente de ese riesgo.
Por eso oró: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guar­
des del mal” (Juan 17:15). Nuevamente, la historia de Israel y de la
iglesia cristiana nos presentan ejemplos de ese riesgo. Cuando el
pueblo de Dios entra en contacto con el mundo, pareciera que la
tentación de absorber sus prácticas, sus costumbres y sus ideas, fuera
más fuerte que el cometido de compartir las buenas nuevas de sal­
vación. El peligro siempre latente es una “mundanalización” de la
iglesia y una secularización de su misión y objetivos.

Responsables de la Salvación
Sin embargo, a pesar de los riesgos subyacentes, el Señor nos
envía al mundo a cumplir nuestra misión, básicamente por la razón
de que él ha determinado que el Evangelio sea compartido a través
de lo que la Escritura denomina “testimonio”: los que han experi­
mentado la salvación — seres humanos— deben contar su expe­
riencia a sus congéneres. Aunque el Señor puede usar otros medios,
pareciera que ha dispuesto excluir, en términos generales, a otros
seres —los ángeles— y también a otros medios de comunicación
—una voz poderosa desde los cielos, por ejemplo— y colocar la
responsabilidad sobre el agente humano.
El sentimiento de tener la salvación de la humanidad “en nuestras
manos” puede ser sobrecogedor y hasta aterrador. Por supuesto, Dios
nos ofrece una respuesta a esa inquietud. Pero antes de analizarla, de­
bemos medir el nivel de responsabilidad que Dios coloca sobre noso­
tros. Cuando Cristo nos comisiona: “Id por todo el mundo y predicad el
Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo;
mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15-16), en realidad
está colocando la decisión final sobre cada persona. Pero, a su vez, está
dejando sobre nosotros la responsabilidad de alcanzar a cada indivi­
62 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

dúo, a fin de que tenga la posibilidad de tomar su decisión.


Probablemente, las preguntas bíblicas más acuciantes con refe­
rencia a la misión de la iglesia, las hizo el apóstol Pablo en una
ocasión en que estaba reflexionando acerca del alcance y la pleni­
tud de la salvación ofrecida por el cielo. “Porque todo aquel que
invocare d nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a
aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien
no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo
predicarán si no fueren enviados?” (Romanos 10:13-15). Estas pre­
guntas muestran la seriedad e importancia de la misión de la igle­
sia. Es más; implican que la responsabilidad de alcanzar con el
mensaje de salvación a cada individuo que vive sobre la tierra es
colocada, efectivamente, sobre los seres humanos que ya gozan de
la salvación. El mensaje inspirado corrobora las declaraciones del
apóstol:
“La iglesia es el medio señalado por Dios para la salva­
ción de los hombres. Fue organizada para servir, y su mi­
sión, es la de anunciar el Evangelio al mundo...
“A cada uno se le ha asignado una obra, y nadie puede
reemplazarlo. Cada uno tiene una misión de maravillosa
importancia, que no puede descuidar o ignorar, pues su cum­
plimiento implica el bienestar de algún alma, y su descuido,
el infortunio de alguien por quien Cristo murió...
“El que llega a ser hijo de Dios ha de considerarse como
eslabón de la cadena tendida para salvar al mundo. Debe
considerarse uno con Cristo en su plan de misericordia, y
salir con él a buscar y salvar a los perdidos”.2
Por supuesto, esta responsabilidad de compartir el mensaje de la
gracia divina, no transforma al creyente en un agente salvador; el
único Salvador es Cristo. Sin embargo, lo constituye en un colabo­
rador importante de la Deidad. Estas expresiones: “colaborador”,
“agente”, “instrumento”, “coadjutor”, significan, en verdad, una
participación activa del hombre en el plan de Dios.

“En la obra de rescatar a las almas perdidas que pere­


cen, no es el hombre el que efectúa la obra de salvarlas; es
Dios quien trabaja con él. Dios obra y el hombre obra. ‘Co­
UNA MIRADA HACIA AFUERA • 63

adjutores somos de Dios’. Debemos trabajar en diferentes


formas e idear métodos distintos permitiendo que Dios obre
en nosotros para revelar la verdad y revelarlo a él como el
Salvador que perdona el pecado”.3
“En su sabiduría, el Señor pone a los que buscan la ver­
dad en relación con semejantes suyos que conocen la ver­
dad. Es plan del cielo que los que han recibido la luz, la
impartan a los que están todavía en tinieblas. La humani­
dad, sacando eficiencia de la gran Fuente de la sabiduría,
es convertida en instrumento, agente activo, por medio del
cual el Evangelio ejerce su poder transformador sobre la
mente y el corazón”.4
Las preguntas del apóstol Pablo que mencionamos anteriormen­
te, además de destacar la responsabilidad humana dentro de la sal­
vación divina, se proyectan hacia las dos dimensiones universales
de “tiempo” y “espacio”. Si el mensaje debe alcanzar a cada indivi­
duo sobre la tierra, y si la misión de la iglesia debe concluir para
que se produzca el retorno del Señor, entonces el creyente puede
lógicamente preguntarse: ¿Cuánto territorio falta cubrir para com­
pletar la tarea? ¿Cuánto tiempo puede requerimos?

La Misión desde una Perspectiva Humana


Estas preguntas pueden ser contestadas, indudablemente, desde
dos perspectivas: la humana y la divina. Desde el punto de vista
humano, las estadísticas relativas al crecimiento de la población
mundial; los informes en cuanto al avance misionero; y especial­
mente los estudios relacionados con la misión global, pueden ser de
gran ayuda. Por varias décadas, las estadísticas e informes misione­
ros destacaban la cantidad de países o naciones en los que la iglesia
había penetrado, y cuántos faltaban por alcanzar. Ultimamente, sin
embargo, la misionología moderna, basada en declaraciones bíbli­
cas muy conocidas, confrontó a la iglesia con una nueva dimensión
misionera. La gran comisión señalaba claramente que la iglesia de­
bía llegar no sólo a “todo el mundo” sino también a “toda criatura”
(Marcos 16:15), y las profecías relativas al tiempo del fin, destaca­
ban que el “Evangelio eterno” debía alcanzar a toda “nación, tribu,
lengua y pueblo” (Apocalipsis 14:6). Además de una dimensión
64 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

geográfica, puede notarse en estos textos una dimensión humana o


“antropológica”. Llegar a todo el mundo no significa, en verdad,
una aventura misionera a un nuevo lugar para “plantar” la bandera
de la cruz, y declararlo un territorio conquistado. Significa, más
bien, alcanzar con el mensaje de salvación a cada individuo, dentro
de su cultura, de su contexto, y de una manera tal, que el mensaje
sea bien comprendido. Y eso implica mucho más que penetrar un
nuevo territorio.
Por eso, las nuevas estadísticas misioneras hablan de grupos de
población; de comunidades alcanzadas o no alcanzadas, dentro de
una misma nación. Algunas ilustraciones pueden ayudamos a ex­
plicar mejor las nuevas dimensiones misioneras. China, por ejem­
plo, es una nación con más de mil doscientos millones de habitan­
tes; una población mayor a la de todas las naciones americanas en
conjunto. Esta nación podría considerarse “penetrada” por la igle­
sia desde el año 1888, cuando Abram La Rué comenzó su ministe­
rio laico en ese territorio. Pero las nuevas estadísticas, basadas en
grupos de población de más de un millón de habitantes, presentan
una nueva —e impactante— dimensión de la tarea. En China hay
más de mil grupos de población de más de un millón de habitantes
cada uno, que se diferencian del resto ya sea por su dialecto, su
cultura, o su raza. Los estudios realizados en 1990,5 mostraron que
la iglesia había penetrado en unas cien de esas comunidades, lo
cual significa que novecientas de ellas — en otras palabras, nove­
cientos millones de habitantes— todavía quedaban como desafíos
misioneros, sólo en ese país. En esos mismos estudios realizados a
nivel mundial, se descubrió que de los cinco mil grupos de pobla­
ción mundial —cinco mil millones de habitantes— todavía faltaba
alcanzar cerca de dos mil de ellos, o sea un 40 por ciento de la
población mundial.
Las regiones del mundo que profesan religiones mundiales aparte
del cristianismo, como las naciones musulmanas, por ejemplo, re­
presentan otro gran desafío misionero. Algunos misionólogos con­
temporáneos consideran que más de la mitad de la población mun­
dial, ¡no ha escuchado el nombre de Cristo siquiera!
Somos conscientes que, estadísticas como éstas, podrían desani­
marnos y hacernos pensar que la iglesia tiene pocas posibilidades
de concluir su misión en breve tiempo. Pero, hasta aquí, hemos mi-
UNA MIRADA HACIA AFUERA • 65

rado las posibilidades de cumplir la misión desde una perspectiva


humana. En lugar de desanimamos, podemos dirigir nuestra mira­
da a la perspectiva que Dios tiene de la misión de la iglesia.

La Misión desde la Perspectiva Divina


La palabra profética nos brinda la maravillosa posibilidad de mirar
las cosas con la perspectiva divina. ¡Y cuán diferente se ve todo con
esa óptica! Palabras tales como “imposible”, “dudoso”, “demasia­
do”, desaparecen de nuestra vista y se tornan irrelevantes. Por otra
parte, las dimensiones de tiempo y espacio, también adquieren una
nueva perspectiva. Y, lo más importante de todo, la responsabilidad
humana se fusiona con la responsabilidad divina.
En los ojos de Dios, la terminación de la obra no es una posibili­
dad, sino una realidad. A veces los creyentes, y en especial los intér­
pretes de la Palabra, conjugan en tiempo condicional algunas ex­
presiones bíblicas, con lo cual se tornan difusas o dudosas. Tome­
mos como ejemplo la declaración de nuestro Señor, cuando dijo:
“Y será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, para
testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo
24:14). Los intérpretes podrían considerar que la primera frase es
una condición para el cumplimiento de la segunda, y que, en última
instancia, la demora de la primera podría también atrasar indefini­
damente la segunda. Pero Cristo no está hablando en tiempo condi­
cional. Para él, la primera realidad —la predicación en todo el mun­
do— es tan cierta como la seguridad de que el fin vendrá. Lo único
que él nos está presentando es una secuencia de acontecimientos.
Primero, ocurrirá— sin ninguna duda— la predicación del Evange­
lio en todo el mundo; segundo, vendrá el fin.
Lo mismo ocurre con las profecías apocalípticas relacionadas al
mismo tema. Nosotros podríamos inquietarnos por saber cómo y
cuándo el Evangelio llegará a cada “nación, tribu, lengua y pueblo”
(Apocalipsis 14:6). Pero el mensaje de Cristo a través de su siervo,
el apóstol Juan, no tiene la más mínima inquietud: el “Evangelio
eterno” va a llegar a todo el mundo. Las profecías, además de dar­
nos información, nos dan seguridad. En la visión del apóstol, toda
la tierra ya “fue alumbrada con su gloria” (18:1), lo cual indica la
certidumbre del evento, aun cuando éste todavía esté en el futuro.
La seguridad del cumplimiento inminente de la misión de la igle­
66 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

sia, está basada en un concepto clave del Evangelio: el Espíritu Santo


es el primero, el último, y el más importante responsable de la mi­
sión. Lo fue en el pasado; lo es en el presente, y lo será en el futuro.

El Espíritu Santo y la Misión de la Iglesia Apostólica


Las inquietudes de los discípulos eran similares a las nuestras:
inquietudes con relación al tiempo y al espacio. Y la respuesta de
Cristo a estas preocupaciones, sigue siendo válida para nuestra época.
Su consejo es no preocupamos del tiempo, ya que no está dentro de
nuestra jurisdicción humana. “No os toca a vosotros saber los tiem­
pos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero reci­
biréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo,
y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta
lo último de la tierra” (Elechos 1:7-8). Cuando nos preocupamos
ansiosamente del tiempo del encuentro con Cristo, realmente esta­
mos desobedeciendo al Señor. La cercanía del año 2000 ha produ­
cido una serie de expectativas cronológicas que, de cierta manera,
van en contra del consejo de Cristo. Pero esto será tema para nues­
tro último capítulo. Lo que ahora nos interesa, es analizar la res­
puesta del Señor a las inquietudes de los discípulos; una respuesta
que tenía como centro y solución, la obra del Espíritu.
La Gran Comisión colocó sobre los seguidores de Cristo una res­
ponsabilidad que excedía su capacidad y sus fuerzas. La compren­
sión de esta realidad, siempre es el primer paso para buscar la infi­
nita ayuda divina. Conscientes de su propia indignidad, y de la in­
mensa dimensión de la tarea, los discípulos se dedicaron por entero
a buscar al Señor.
“Estos días de preparación fueron días de profundo escu­
driñamiento del corazón. Los discípulos sentían su necesi­
dad espiritual, y clamaban al Señor por la santa unción que
los había de hacer idóneos para la obra de salvar almas. No
pedían una bendición simplemente para sí. Estaban abru­
mados por la preocupación de salvar almas. Comprendían
que el Evangelio había de proclamarse al mundo, y deman­
daban el poder que Cristo había prometido”.6
Los resultados de la manifestación especial del poder del Espíri­
tu sobre los discípulos y la iglesia toda, son bien conocidos. El co­
UNA MIRADA HACIA AFUERA • 67

mienzo de la era carismática, o de los dones del Espíritu, estuvo


rodeado de señales, milagros y maravillas. Y, por supuesto, el Espí­
ritu Santo se hizo cargo de la misión de la Iglesia. Eso significó, en
ocasiones, clarificar en la mente de los apóstoles cuál era realmente
su misión.

Barreras para la Predicación Apostólica


La misión de la iglesia apostólica comenzó con una seria limita­
ción para su expansión en todo el mundo. La creencia de que sólo
los israelitas habían sido llamados a pertenecer al pueblo de Dios,
estaba profundamente arraigada en la mente de los primeros segui­
dores del Señor. Aun aquellos a los que el Espíritu Santo había do­
tado del don de lenguas y el don de profecía en Pentecostés, no
comprendían con claridad su responsabilidad de compartir el Evan­
gelio con otras razas. Y fue necesario que el Espíritu utilizara visio­
nes y revelaciones especiales para que los apóstoles comprendieran
su misión al mundo. La visión del lienzo con los animales inmun­
dos (Hechos 10), tuvo el objetivo específico de aclarar en la mente
del apóstol Pedro su responsabilidad de compartir la fe con
“incircuncisos”, y él utilizó esa manifestación del don de profecía
como fuente de autoridad para rebatir los focos de resistencia que
había en la iglesia con relación a la responsabilidad de predicar
el Evangelio a los gentiles (Hechos 11:1-4). Aun el apóstol Pablo
—quien parecería naturalmente dotado para predicar a los de otras
razas— declara que fue por revelación especial del Espíritu que él
comprendió el misterio de que los gentiles eran “coherederos” y
“copartícipes de la promesa en Cristo Jesús” (Efesios 3:3-6).
Pero el Espíritu Santo tenía que ayudar a quebrantar otras barre­
ras, además de esa limitación de características teológicas. Y éstas
tenían que ver con problemas culturales y raciales. A los miembros
de la iglesia apostólica les resultaba difícil salir de Jerusalén o de
Judea, territorios conocidos y en los cuales se sentían cómodos con
el idioma, la cultura y el contexto social. Y el Señor, a pesar del
gran amor manifestado hacia su pueblo, tuvo que permitir la perse­
cución, para que la iglesia avanzara con la predicación en otras tie­
rras. “En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que
estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de
Judea y de Samaría, salvo los apóstoles. Pero los que fueron espar­
68 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

cidos iban por todas partes anunciando el Evangelio” (Hechos 8:1,


4). Esto nos indica claramente que el anhelo de la Divinidad por
alcanzar a todos los pecadores con el mensaje, es aún más fuerte
que el deseo de proteger a su pueblo de pruebas y tribulaciones. Y si
una vez más el Señor tuviera que permitir la tribulación para que su
mensaje fuese oído en todo el mundo, seguramente lo hará.
"La persecución que sobrevino a la iglesia de Jerusalén
dio gran impulso a la obra del Evangelio. El éxito había
acompañado la ministración de la palabra en ese lugar, y
había peligro de que los discípulos permanecieran demasia­
do tiempo allí, desatendiendo la comisión del Salvador de ir
a todo el mundo... Para dispersar a sus representantes, donde
pudieran trabajar para otros, Dios permitió que fueran per­
seguidos”.7
Años después, el Espíritu Santo tuvo que tomar la iniciativa una
vez más, para quebrar otra barrera que estaba demorando la predi­
cación del Evangelio al mundo. Cuando los predicadores apostóli­
cos aún limitaban su obra al territorio de Palestina, fue el Espíritu
Santo el que creó el programa de evangelización internacional, e
invitó a los primeros misioneros oficialmente enviados por la igle­
sia, a cruzar las fronteras y a dedicarse a predicar a otras razas y
culturas (Hechos 13:1-5).
El Espíritu Santo siempre ha sido un “especialista” en derribar
las barreras que podían limitar la expansión del Evangelio al mun­
do. Si esa barrera era el temor a la persecución o a lo desconocido,
el Espíritu estaba dispuesto a descender sobre toda la comunidad de
creyentes para llenarlos de confianza y valor para predicar la Pala­
bra (Hechos 4:29-31). Si la barrera era la distancia, el Espíritu ac­
tuaba como un divino transporte (Hechos 8:26-40). Si la limitación
era el idioma, el don de lenguas era la solución. El libro de los
Hechos de los Apóstoles nos confirma, una vez más, que no hay
nada imposible para el Espíritu Santo.

E l Espíritu Santo y la Iglesia Remanente


Y el Espíritu sigue siendo el “especialista” que puede solucionar
todos los problemas que la iglesia enfrente para cumplir su misión.
La historia de los comienzos del movimiento adventista es otra ex­
UNA MIRADA HACIA AFUERA • 69

celente ilustración de la capacidad del Espíritu Santo para quitar las


posibles barreras para la predicación del Evangelio al mundo. Las
profecías acerca del tiempo del fin señalaban claramente que la igle­
sia de Dios sena un movimiento profético que se extendería a todo
el mundo. La voz del ángel ciertamente lo confirmaba: “Es necesa­
rio que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, len­
guas y reyes” (Apocalipsis 10:11). Pero los primeros creyentes es­
taban muy lejos de comprender que ellos eran pioneros de una obra
que se extendería al mundo entero. Después de experimentar el chas­
co religioso que ya había sido predicho en las profecías bíblicas
(Apocalipsis 10:5-10), los creyentes en la segunda venida de Cristo
estaban desanimados, perplejos y diezmados en sus filas.
Para empeorar la situación, habían recibido de sus predecesores
cierta idea teológica que actuaba como barrera para la predicación
del “Evangelio eterno” a todo el mundo. Esta idea, conocida como
la “doctrina de la puerta cerrada”, declaraba que ya no se salvarían
más pecadores, puesto que la puerta de la gracia de Dios se había
cerrado para siempre.8Recordando los primeros años de este movi­
miento profético, Elena de White nos dice, maravillada, cómo el
Espíritu Santo, a través de visiones y revelaciones, cambió esos
conceptos que podrían haber actuado como una seria limitación para
la misión de la iglesia remanente:

“Por un tiempo después del chasco de 1844, sostuve junto


con el conjunto de adventistas que la puerta de la gracia
quedó entonces cerrada para siempre para el mundo. Tomé
esa posición antes de que se me diera mi primera visión.
Fue la luz que me dio Dios la que corrigió nuestro error y
nos capacitó para ver la verdadera situación”.9

“Al repasar la historia pasada puedo decir: ‘¡Alabado


sea Dios!’ Al ver lo que el Señor ha hecho, me lleno de
admiración y de confianza en Cristo como director. No
tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos
la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha
enseñado en nuestra historia pasada”.10

Ayudada por el Espíritu Santo, la iglesia que Dios había levanta­


do para dar el último mensaje de amonestación al mundo, comenzó
70 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

a comprender lentamente su misión. Primero, se abrieron nueva­


mente las puertas de los hogares para que los vecinos y amigos que
no habían aceptado el mensaje anteriormente, y a quienes se creía
irremisiblemente perdidos debido al concepto de la “puerta cerra­
da”, pudieran ahora escuchar y aceptar el Evangelio de salvación.
Un segundo paso, también auspiciado por los mensajes proféticos,
fue iniciar nuevamente un programa de predicación y evangelismo
en las comunidades que no habían sido visitadas desde que Guillermo
Miller y sus predicadores lo habían hecho. Finalmente, después de
treinta años, el Espíritu Santo, mediante mensajes específicos,11
ayudó a los dirigentes a comprender su responsabilidad para con el
mundo entero, y en 1874 el primer misionero enviado oficialmente
por la iglesia, cruzó el Atlántico para iniciar una obra que se ha
extendido a todos los continentes.
Desde sus muy humildes comienzos, el Espíritu Santo fue con­
duciendo paso a paso a la iglesia remanente, a fin de que cumpliera
la misión proféticamente inspirada de llegar con el “Evangelio eter­
no para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu,
lengua y pueblo” (Apocalipsis 14:6). Ahora nos enfrentamos con
nuevos y mayores desafíos; ¿dudaremos, acaso, de que el Espíritu
tenga el poder y la capacidad de concluir grandiosamente esta obra
que ha comenzado? Todo lo contrario; al repasar rápidamente los
planes que Dios tiene para la terminación de la misión en esta tie­
rra, nuestros corazones pueden llenarse de admiración'y agradeci­
miento anticipado.

Los Hechos Poderosos del Espíritu


La obra de Dios en la tierra concluirá con una gran demostra­
ción del poder del Espíritu Santo. Las profecías apocalípticas nos
anticipan el triunfo final del mensaje de Dios, en la figura del ángel
cuyo poder ilumina toda la tierra (Apocalipsis 18:1). Los comenta­
rios inspirados reafirman nuestra certidumbre de que, en los planes
del Señor, el alcanzar toda la tierra con el Evangelio no es una posi­
bilidad sino una realidad: una maravillosa realidad futura.

“Las profecías del capítulo 18 de Apocalipsis pronto se


cumplirán. Durante la proclamación del mensaje del tercer
ángel, ‘otro ángel’ha de 'descender del cielo con gran po­
UNA MIRADA HACIA AFUERA • 71

d er’y la tierra será ‘alumbrada con su gloria’. El Espíritu


del Señor bendecirá tan abundantemente a los seres huma­
nos consagrados, que hombres, mujeres y niños abrirán sus
labios en alabanza y acción de gracias, llenando la tierra
del conocimiento de Dios y de su gloria inigualable, como
las aguas cubren el mar...
“Al acercarse los miembros del cuerpo de Cristo al perío­
do de su último conflicto, 'el tiempo de angustia de Jacob ’,
crecerán en Cristo y participarán abundantemente de su
Espíritu. Cuando sea proclamado el tercer mensaje, crecerá
hasta convertirse en un fuerte clamor, y a medida que la obra
final sea acompañada por gran poder y gloria, los fieles hi­
jos de Dios participarán de esa gloria’’.12
“El mensaje de la justicia de Cristo ha de resonar de un
extremo de la tierra hasta el otro para preparar el camino
del Señor. Esta es la gloria de Dios que termina la obra del
tercer ángel.
“No hay en nuestro mundo obra tan grande, sagrada y
gloriosa, ninguna que Dios honre tanto, como esta obra evan­
gélica’’.13
Estas declaraciones nos permiten vislumbrar un período extraor­
dinario de testificación, cuando la gloria y el poder de Dios acom­
pañarán de manera señalada la obra de creyentes consagrados. En
realidad, todo será extraordinario; no solamente los resultados, que
excederán a los de Pentecostés, cuando miles de almas fueron bau­
tizadas en una sola ocasión,14 sino también los caminos que el Espí­
ritu Santo utilizará: métodos e individuos fuera de lo común; planes
y programas que sorprenderán a muchos.

Personas y Métodos No Tradicionales


La manifestación especial del poder del Espíritu Santo sobre la
iglesia, requerirá de parte de los dirigentes y de los creyentes en
general, una humilde disposición a aceptar planes y métodos que
no han sido tradicionales en la evangelización. Algunos de ellos
serán de tal naturaleza, que causarán admiración por lo inimaginados
e impredecibles. Otros, en cambio, han sido revelados a través de la
palabra profética, lo cual nos permite entreabrir la puerta del futuro,
72 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

y conocer algo de los planes del Espíritu para la conclusión gloriosa


de la obra de Dios en la tierra.
“A sí también será proclamado el mensaje del tercer án­
gel. Cuando llegue el tiempo de hacerlo con el mayor poder,
el Señor obrará por conducto de humildes instrumentos, di­
rigiendo el espíritu de los que se consagren a su servicio.
Los obreros serán calificados más bien por la unción de su
Espíritu que por la educación en institutos de enseñanza.
Habrá hombres de fe y de oración que se sentirán impelidos
a declarar con santo entusiasmo las palabras que Dios les
inspire”.15
“El Señor usará en el cumplimiento de su obra, medios
que ahora no comprendemos. Suscitará hombres y mujeres
entre la gente corriente para hacer su obra, así como en la
antigüedad llamó a pescadores para que fuesen sus discípu­
los. Pronto habrá un despertar que sorprenderá a muchos.
Aquellos que no comprenden la necesidad de lo que debe
hacerse, serán pasados por alto, y los mensajeros celestia­
les trabajarán con aquellos que son llamados gente común,
capacitándolos para llevar la verdad a muchos lugares’’.16
“Muchos... serán vistos corriendo de aquí para allá im­
pulsados por el Espíritu de Dios para llevar la luz a otros.
La verdad, la Palabra de Dios, es como fuego en sus huesos,
y los llena con un deseo ardiente de iluminar a los que están
en tinieblas. Muchos, aun entre los indoctos, ahora procla­
man las palabras del Señor. Los niños son impulsados por el
Espíritu para ir y declarar el mensaje del cielo. El Espíritu
se derrama sobre todos los que cedan a sus indicaciones, y
arrojando de lado toda maquinaria humana, sus reglas
limitativas y métodos cautelosos, declararán la verdad con
el poder del Espíritu. Multitudes recibirán la fe y se unirán a
los ejércitos del Señor”.17

Estas profecías no solamente nos permiten mirar, maravillados,


el futuro; también nos permiten esperarlo con absoluta seguridad.
Los mensajes no están escritos en tiempo condicional; estos even­
UNA MIRADA HACIA AFUERA • 73

tos ciertamente ocurrirán porque el Espíritu Santo los ha predicho.


La iglesia remanente de Dios alcanzará su triunfo final, acompaña­
da y conducida por el Espíritu. Algunos han querido interpretar es­
tos mensajes en el sentido que Dios no utilizará una iglesia organi­
zada, la “maquinaria humana”, ni sus dirigentes. Sin embargo no es
eso lo que indican estas profecías. Tenemos suficiente información
revelada, para saber que Dios continuará con su iglesia remanente
hasta el fin, y que será esa iglesia la que el Señor conducirá hasta
que llegue a ser victoriosa junto al Cordero.18 Pero también es ver­
dad que cualquier persona o método que interfiera en el camino del
Espíritu Santo, será removido. Dios trabajará con todos aquellos
que humildemente se dispongan a ser usados por el Espíritu. ¿Está
usted, desde ya, dispuesto a ello?

Conclusión
La obra de Dios terminará con una gran manifestación del poder
del Espíritu. Ahora mismo, algunos hechos extraordinarios —como
la apertura de países enteros cerrados por años a la predicación del
Evangelio— están comenzando a suceder. Las barreras políticas,
sociales o raciales, están siendo una vez más removidas por la ac­
ción del Espíritu, para que, con su poder ilimitado, la iglesia avance
como nunca antes, y concluya la tarea encomendada. Esa tarea, que
desde una perspectiva humana podría tomar años o décadas, desde
la perspectiva de Dios puede tomar horas o días. Con las palabras
del profeta, nuestros corazones pueden llenarse, una vez más, de
certidumbre y seguridad: “Levántate, resplandece; porque ha veni­
do tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí
que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre
ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las
naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento” (Isaías
60:1-3).

Referencias
1. Vea, Elena G. de White, El evangelismo, pp. 60-61.
2 . ________ , Servicio cristiano, pp. 13-20.
3 . ________ , El evangelismo, p. 215.
4 . ________ , Los hechos de los apóstoles, p. 109.
5. Asociación General, 128th Annual Statistical Report-1990, p. 46.
74 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

6. Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, p. 30.


7. Id., pp. 86-87.
8. Esta idea teológica de la “puerta cerrada” había comenzado entre los milleritas,
predecesores de los Adventistas del Séptimo Día. Guillermo Miller escribió en diciem­
bre de 1844: “Nosotros hemos hecho nuestra tarea de amonestar a los pecadores, y tratar
de despertar a una iglesia indiferente. Dios en su providencia ha cerrado la puerta, y
nosotros sólo podemos animamos unos a otros a ser pacientes y diligentes a fin de hacer
nuestro llamado y nuestra elección seguras” (The Advent Herald, 11 de diciembre, 1844).
9. Elena G. de White, Mensajes selectos, tomo 1, p. 71.
10. ________ , Notas biográficas, p. 216.
11. En 1874, el Espíritu Santo, a través del don profético, envió mensajes específicos
acerca de la necesidad de iniciar un movimiento misionero mundial. Uno de esos mensa­
jes declaraba: “Como pueblo hemos estado durmiendo en relación con nuestro deber de
llevar la luz a otras naciones. ¿Acaso Dios nos ha excusado de tener una carga especial
por aquellos de otras lenguas, y por eso hoy no tenemos misioneros en países extranje­
ros? ¿Cuál es la razón de esta negligencia y demora?” (The True Missionary, N.° 1, p. 1,
1874).
12. Elena G. de White, Comentario bíblico adventista, tomo 7, pp. 994-995.
13. ________ , Joyas de los testimonios, tomo 2, p. 374.
14. Elena G. de White declara: “El derramamiento del Espíritu en los días de los
apóstoles fue ‘la lluvia temprana’, y glorioso fue el resultado. Pero la lluvia tardía será
más abundante” (Servicio cristiano, p. 311).
15. Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 664.
16. ________ , Manuscript Releases, vol. 15, pp. 312-313. Parcialmente en Even­
tos de los últimos días, p. 208.
17. ________ , El evangelismo, p. 508.
18. Un compendio de declaraciones referidas al triunfo final de la Iglesia Adventista
del Séptimo Día como la Iglesia Remanente, puede encontrarse en Testimonios para los
ministros, pp. 15-62. El mismo material se encuentra recopilado en un pequeño libro
titulado, La iglesia remanente.
5
Una Mirada Hacia el Futuro

“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cor­


dero” (Apocalipsis 12:11).

L
a posibilidad de mirar anticipa­
damente al futuro, ha atraído el
interés y la curiosidad de todo ser humano. La
quicos” y horóscopos en esta era de computadoras y vuelos espa­
ciales, parece indicar un creciente anhelo por conocer el futuro, tanto
en el aspecto personal, como en el de toda la humanidad. A pesar de
lo ingenuo que resulta confiar en cartas, signos, números o líneas
de las manos para descubrir el futuro, millones de personas gastan
tiempo y dinero intentándolo de esa manera.
Los creyentes, en cambio, tenemos una alternativa diferente. La voz
de los profetas inspirados por el Espíritu Santo nos abre una puerta de
información segura y confiable. La Sagrada Escritura nos recuerda que
Dios no hará nada “sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”
(Amos 3:7). El propósito básico que el Señor cumple a través de las
profecías es informar al creyente acerca de los eventos venideros. ¡Cuán
agradecidos podemos estar que Dios no nos hace entrar a ciegas en un
futuro tenebroso, sino que ilumina nuestro sendero de tal manera que
podemos caminar de su mano con seguridad y tranquilidad!

75
76 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

Nuestro encuentro con Cristo en su segunda venida, está prece­


dido por eventos de gran magnitud. Algunos de ellos — como el
que estudiamos en el capítulo anterior acerca de los hechos poderosos
del Espíritu para terminar su obra— nos llenan de emoción y ala­
banza, y despiertan en nosotros felices expectativas. Otros eventos,
en cambio, parecen llenar a algunos creyentes de temor y ansiosa
expectación. Aunque el propósito de este capítulo es presentar al­
gunos de los principales eventos que preceden a la venida de Jesús,
el énfasis estará en las promesas y la seguridad que Dios brinda a
sus hijos para los momentos de crisis y dificultad.
Para facilitar nuestro estudio acerca de los eventos futuros, he­
mos dividido el material en tres áreas: (1) acontecimientos que ocu­
rren en la Iglesia; (2) eventos que acontecen en el mundo; (3) cir­
cunstancias que rodean al creyente en particular.

E l Futuro de la Iglesia
El futuro de la iglesia remanente de Dios es realmente glorioso.
Esta iglesia militante se convertirá en una iglesia triunfante, por la
gracia y el poder de su Salvador. Sin embargo, mientras dure su
militancia, estará sumida en una guerra contra los poderes de las
tinieblas que se irá acrecentando en la medida en que se aproxime
el tiempo de la venida del Señor. El hecho de que la iglesia esté en
medio de un conflicto no debiera sorprendernos, ya que las profe­
cías lo anuncian claramente: “Entonces el dragón se llenó de ira
contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descen­
dencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen
el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 12:17). Lo que sí debería
sorprendernos es si la iglesia no fuese atacada por las fuerzas del
mal. Pero prácticamente en cada instancia en que los escritos
proféticos prenuncian esta lucha, también aseguran la victoria final
de la iglesia: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del
Cordero y de la palabra del testimonio de ellos” (Apocalipsis 12:11).
De esta profecía bíblica que acabamos de citar (Apocalipsis 12),
podemos deducir no solamente que la iglesia estará en guerra hasta
el tiempo de su encuentro con Cristo, sino también podemos identi­
ficar cuáles son las características de la iglesia que el enemigo odia
más, y a las que dedicará más celo y energía en tratar de destruir: la
observancia de los mandamientos de Dios, y la posesión del testi­
UNA MIRADA HACIA EL FUTURO • 77

monio de Jesucristo, que es el espíritu de la profecía (Apocalipsis


19:10). Y Satanás tiene poderosas razones para odiar estas dos ca­
racterísticas. Un pueblo que guarda los mandamientos de Dios es
un constante recordativo de que, a través de la gracia, el poder y la
justicia de Cristo, sí se pueden guardar sus mandamientos. Y el tes­
timonio de Jesús, o la palabra profética, es el medio que Dios ha
utilizado para alertar a su pueblo acerca de los engaños y estrate­
gias que el enemigo utilizará para intentar destruirlo.
Si los poderes de las tinieblas lograran hacer perder la fe del
pueblo de Dios en la justicia y la gracia de Cristo, y en el poder
transformador del Espíritu para hacemos vivir una vida de acuerdo
con la voluntad de Dios, se sentirían altamente satisfechos. Si Sata­
nás lograra hacer perder la fe del pueblo de Dios en el testimonio
profético, entonces tendría el camino expedito para que sus enga­
ños no fueran detectados.
Esto indica claramente que el enemigo de Dios y de su iglesia,
presentará lucha en dos frentes: el intemo y el extemo. A través del
frente extemo —los poderes políticos y religiosos del mundo— in­
tentará destruir a los que “guardan los mandamientos de Dios y la fe
de Jesús” (Apocalipsis 14:12). Y a través del frente intemo, intentará
destruir la confianza en la palabra profética, “el testimonio de Jesús”.

Luchas en el Frente Interno de la Iglesia


En su misericordia, el Señor nos informa anticipadamente en cuan­
to a una gran crisis interna que sufrirá la iglesia. En el lenguaje
profético se la denomina el “zarandeo”, por su semejanza con la
acción de separar la paja del grano en tiempo de la cosecha del
trigo. Los principales motivos de separación entre los creyentes
verdaderos y los profesos estarán relacionados con aspectos
doctrinales y, entre éstos, los más atacados serán la doctrina del
santuario celestial y el testimonio profético.

“Pregunté cuál era el significado del zarandeo que yo


había visto, y se me mostró que lo motivaría el directo testi­
monio que exige el consejo del Testigo fiel a la iglesia de
Laodicea. Tendrá este consejo efecto en el corazón de quien
lo reciba y le inducirá a ensalzar la norma y expresar clara­
mente la verdad. Algunos no soportarán este testimonio di-
78 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

recto, sino que se levantarán contra él. Esto es lo que causa­


rá un zarandeo en el pueblo de Dios”.1
“El Espíritu de Dios ha iluminado toda página de la Sa­
grada Escritura, pero hay personas sobre las cuales ésta
hace poca impresión, porque es imperfectamente compren­
dida. Cuando viene el zarandeo, por la introducción de falsas
teorías, estos lectores superficiales, que no están anclados
en ningún lugar, son como la arena movediza. Se deslizan
hacia cualquier posición para acomodar el contenido de sus
sentimientos de amargura”.2
“En el futuro surgirán engaños de toda clase, y necesita­
mos terreno sólido para nuestros pies. Necesitamos sólidos
pilares para el edificio. No ha de quitarse ni un solo ápice
de aquello que el Señor ha establecido. El enemigo presentará
falsas doctrinas, tales como la doctrina de que no existe un
santuario. Este es uno de los puntos en los cuales algunos se
apartarán de la f e ”.3
“Es el plan de Satanás debilitar la fe del pueblo de Dios
en los Testimonios. Luego sigue el escepticismo respecto a
los puntos vitales de nuestra fe, los pilares de nuestra posi­
ción, después la duda hacia las Sagradas Escrituras, y luego
la marcha descendente hacia la perdición. Cuando se duda
y renuncia a los Testimonios, en los cuales una vez se creyó,
Satanás sabe que los engañados no se detendrán allí; redo­
bla sus esfuerzos hasta que los lanza en abierta rebelión, la
que se torna incurable y termina en destrucción”.4

Como decíamos anteriormente al analizar el ministerio de Cris­


to en el santuario celestial, esta doctrina fundamental de la salva­
ción ha sido atacada en el pasado, lo es en el presente, y lo será
mucho más en el futuro. De la misma manera ha ocurrido y sigue
ocurriendo con el don de profecía. Afortunadamente el Señor nos
ha anticipado estas cosas, a fin de que podamos afirmar y reafirmar
nuestra fe en que Dios ha dirigido y sigue dirigiendo a su iglesia. El
tiempo para tomar una firme decisión de mantenernos leales a la
verdad de Dios, es ahora. Si hoy, por la gracia de Dios, usted decide
que nada ni nadie podrá separarlo de esta iglesia remanente, enton­
UNA MIRADA HACIA EL FUTURO • 79

ces estará en las mejores condiciones para enfrentar las mayores


crisis doctrinales que aún están en el futuro.

La Dimensión de la Crisis Interna de la Iglesia


El testimonio profético nos anticipa que la crisis producida por
el zarandeo será de grandes dimensiones. Aunque una declaración
que ha circulado entre los creyentes y que dice que “iglesias enteras
con sus pastores se perderán” es apócrifa, y no puede ser atribuida a
la inspiración,5no obstante, podemos anticipar una importante pér­
dida de miembros que diezmará las filas del pueblo de Dios. Tanto
es así, que a algunos les parecerá que la iglesia será finalmente
destruida. Pero es aquí donde el Señor tranquiliza nuestros temores
y nos asegura el triunfo final de la iglesia remanente. Por otra parte,
la pérdida de una importante cantidad de profesos creyentes, se verá
disminuida por los resultados del fuerte clamor y de los hechos po­
derosos del Espíritu, que traerán una gran multitud de nuevos cre­
yentes al redil del Señor.

“Conforme vaya acercándose la tempestad, muchos que


profesaron creer en el mensaje del tercer ángel, pero que no
fueron santificados por la obediencia a la verdad, abando­
narán su fe, e irán a engrosar las filas de la oposición.
“Las filas raleadas serán llenadas por aquellos a quie­
nes Cristo representó como viniendo a la última hora. Hay
muchos con quienes el Espíritu de Dios está contendiendo.
El tiempo de los juicios destructores de Dios es el tiempo
de la misericordia para aquellos que no han tenido opor­
tunidad de aprender qué es la verdad. El Señor los mira
con ternura. Su corazón misericordioso se conmueve, su
mano todavía se extiende para salvar, mientras la puerta
se cierra para aquellos que no quisieron entrar. Será ad­
mitido un gran número de los que en los últimos días oirán
la verdad por primera vez.
“Estandarte tras estandarte quedaba arrastrando en el
polvo, mientras que una compañía tras otra del ejército del
Señor se unía al enemigo, y tribu tras tribu de las filas del
enemigo se unía al pueblo de Dios observador de los man­
damientos.
80 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

“Puede parecer que la iglesia está por caer, pero no cae­


rá. Ella permanece en pie, mientras los pecadores que hay
en Sión son tamizados, mientras la paja es separada del tri­
go precioso. Es una prueba terrible, y sin embargo tiene que
ocurrir”.6
Esta última declaración nos confirma en la convicción de que la
iglesia no fracasará. Pueden fracasar los individuos; pero la iglesia
está fundada sobre la Roca y no será destruida. Sin embargo, la
reflexión más importante a esta altura de nuestras consideraciones,
es preguntarnos de qué lado estaremos usted y yo. Si confiamos
totalmente en la gracia y el poder de nuestro Señor, podemos decir
con el apóstol: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la
vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo
porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nues­
tro” (Romanos 8:38-39).

Luchas en el Frente Externo de la Iglesia


El odio de los poderes del mal contra “los que guardan los man­
damientos de Dios y la fe de Jesús” es tal, que los llevará a utilizar
todos los poderes políticos y religiosos para intentar destruir al pue­
blo de Dios. En las profecías se habla de alianzas y confabulaciones
(Apocalipsis 13:11-14; 16:13-14); se predicen leyes y decretos de
muerte (Apocalipsis 13:15); se anticipan marcas y señales para li­
mitar o prohibir ciertas actividades (Apocalipsis 13:16-17). Todo
esto nos muestra una seria confrontación entre la sociedad en gene­
ral y el pueblo de Dios en particular.
A veces resulta difícil imaginar que ciertas naciones que no sola­
mente han aceptado la forma democrática de gobierno, sino que son
defensoras de la democracia y la libertad religiosa en el mundo, pue­
dan tornarse autoritarias y tiránicas de tal manera que puedan impo­
ner leyes religiosas y civiles opresivas. Por otra parte, también resulta
difícil prever cómo ciertas organizaciones religiosas que en la actua­
lidad promueven el ecumenismo y la libertad religiosa, puedan tor­
narse perseguidoras. Sin embargo, las profecías señalan claramente
que quienes hoy hablan y actúan como un “cordero”, en un cercano
futuro actuarán como “dragón” (Apocalipsis 13:11). Con toda certi­
dumbre podemos esperar cambios fundamentales en la comunidad
UNA MIRADA HACIA EL FUTURO • 81

humana y en sus gobiernos. No obstante, aunque la crisis es segura,


se nos aconseja no vivir en una tensa expectativa, ni hacer de éste el
tema más importante de nuestra experiencia religiosa.

“Nuestra actual paz no debe ser perturbada por dificulta­


des anticipadas, porque Dios nunca dejará ni abandonará a
un alma que confía en él. Dios con nosotros es mejor que
nuestros temores... Muchos apartarán su mirada muy lejos
de los deberes actuales, del actual consuelo y de las presen­
tes bendiciones, y pedirán prestadas dificultades para la crisis
futura. Esto significará fabricar un tiempo de angustia anti­
cipado; y no recibiremos gracia para ninguna de esas prue­
bas anticipadas... Cuando lleguen las escenas del penoso
conflicto, ya habremos aprendido la lección de ejercer una
santa confianza, una bendita seguridad, y colocar nuestras
manos en las manos de Cristo, y nuestros pies sobre la Roca
de los siglos, para estar seguros contra la tormenta y frente
a la tempestad. Debemos esperar en nuestro Señor. Jesús
será un refugio siempre presente en todo tiempo de necesi­
dad”.7
“Hay un tiempo de angustia que se aproxima para el pue­
blo de Dios, pero no hemos de mantener eso constantemente
delante de los nuestros, manejándolos de tal manera que
pasen por un tiempo de angustia de antemano. Ha de haber
un zarandeo entre el pueblo de Dios, pero no es ésta la ver­
dad presente para llevar a las iglesias”.8

Al tratar temas relacionados con los eventos futuros, debemos


mantener este consejo profético en mente. Las profecías no nos son
dadas para angustiamos y atemorizamos, ni para sufrir anticipada­
mente con las tribulaciones que sobrevendrán, sino para alertamos,
y para asegurarnos la dirección y compañía del Señor.

Leyes y Organizaciones Opresivas


Algunos creyentes han sido culpados de padecer una especie de
“síndrome” de persecución; de ver la amenaza de una “ley domini­
cal” en cada resolución de un gobierno local o estatal que regla­
menta horarios de trabajo para el sábado o el domingo; de ver en
82 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

cada organización religiosa una “ramera” o “hija de ramera”; de ver


en la banda magnética de cada tarjeta de crédito, una posible “marca
de la bestia”. Y cuando se hace de esto el tema principal de discu­
sión o predicación, no solamente se cae en especulaciones teológicas,
sino que se pierde de vista la gracia y el don del Evangelio de Cris­
to, y la felicidad de nuestro encuentro con él.
A veces, en nuestro afán por identificar los poderes religiosos
que en el futuro se transformarán en opresivos contra el pueblo de
Dios, perdemos la oportunidad de dar nuestro testimonio de amor y
salvación a los sinceros individuos que todavía están dentro de esas
organizaciones religiosas. El consejo profético es muy claro en el
sentido de que no debemos acusar a ninguna persona de ser parte de
la “ramera” de la profecía, o de las “hijas de la ramera”, o de estar
“marcado” con la “marca de la bestia” por observar cierto día de
culto religioso, hasta tanto se impongan leyes o decretos restricti­
vos, y cada individuo tenga la oportunidad de tomar una decisión
personal.
“Dios tiene joyas en todas las iglesias, y no nos corres­
ponde lanzar arrolladoras acusaciones contra el llamado
mundo religioso, sino presen tar a todos con humildad y amor,
la verdad tal como es en Jesús. Que los hombres vean pie­
dad y consagración; que contemplen un carácter semejante
a Cristo, y serán atraídos a la verdad”.9
“Me fue presentado repetidamente el mensaje de que no
hemos de decir ni una sola palabra, no hemos de publicar
una sola frase, especialmente referente a personalidades, que
incite a nuestros enemigos contra nosotros y despierte sus
pasiones hasta el grado máximo, a menos que sea positiva­
mente esencial para vindicar la verdad... Es cierto que se
nos ordena: ‘Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu
voz como trompeta y anuncia a mi pueblo su rebelión, y ala
casa de Jacob su pecado’ (Isaías 58:1). Este mensaje debe
ser dado, pero aunque debemos darlo, hemos de ser cuida­
dosos de no embestir, abrumar y condenar a aquellos que no
tienen la luz que nosotros tenemos. No debemos salimos de
nuestro camino para hacer ataques duros a los católicos.
Entre los católicos hay muchos que son cristianos muy con-
UNA MIRADA HACIA EL FUTURO • 83

cienzudos, y que andan en toda la luz que brilla sobre ellos,


y Dios obrará en su favor”.10
“La observancia del domingo no es aún la marca de la
bestia, y no lo será sino hasta que se promulgue el decreto
que obligue a los hombres a santificar este falso día de repo­
so. Llegará el tiempo cuando este día será la prueba; pero
aún no ha venido...
“Nadie es condenado hasta que haya tenido la luz y haya
visto la obligación del cuarto mandamiento. Pero cuando se
ponga en vigencia el decreto que ordena falsificar el sába­
do, y el fuerte clamor del tercer ángel amoneste a los hom­
bres contra la adoración de la bestia y su imagen, se trazará
claramente la línea entre lo falso y lo verdadero. Entonces
los que continúen aún en transgresión recibirán la marca de
la bestia ”.11
La imposición de un decreto que obligue a la observancia de un
día de culto contrario a los mandamientos de Dios será, sin lugar a
dudas, una importante señal de que ha llegado la hora final de prue­
ba para los habitantes de toda la tierra, y en particular para el pueblo
de Dios. De allí la excitación de algunos “cazadores de decretos”
que, ansiosos por tener la primicia del cumplimiento de la profecía,
imaginan decretos y leyes dominicales donde no los hay. Este de­
creto al que se refiere la palabra profética, no tiene relación con
reglamentaciones o estatutos de gobiernos locales —como inten­
dencias o concejos municipales— que definen horarios de comer­
cio para los sábados y domingos. Ni siquiera se refiere a posibles
decretos que una nación con una religión oficial podría emitir para
establecer un día particular de culto en ese territorio. El decreto al
que se refiere la profecía es más específico: será una ley que impon­
drá la obligación de observar un día de culto contrario a los
mandamientos de Dios, con castigos y penas —que podrán llegar
hasta la pena de muerte— para aquellos que desobedezcan.

Conflicto y Liberación
El conflicto de las fuerzas del mal y sus instrumentos contra la
iglesia de Dios, crecerá rápidamente en extensión y profundidad.
Lo que se iniciará como un decreto a nivel de una sola nación, se
84 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

transformará muy pronto en leyes a nivel universal.12Y las penas y


castigos para los transgresores se profundizarán hasta que un decre­
to de muerte generalizado, intente la destrucción del pueblo de Dios.
Pero es para ese tiempo cuando Dios reserva la más extraordinaria
liberación de su iglesia. La voz profética se eleva en expresiones de
loor y adoración, cuando describe la liberación final del pueblo de
Dios:

“Cuando los que honran la ley de Dios hayan sido priva­


dos de la protección de las leyes humanas, empezará en va­
rios países un movimiento simultáneo para destruirlos. Con­
forme vaya acercándose el tiempo señalado en el decreto, el
pueblo conspirará para extirpar la secta aborrecida. Se con­
vendrá en dar una noche el golpe decisivo, que reducirá com­
pletamente al silencio la voz disidente y reprensora.
“El pueblo de Dios —algunos en las celdas de las cárce­
les, otros escondidos en ignorados escondrijos de bosques y
montañas— invocarán aún la protección divina, mientras
que por todas partes compañías de hombres armados, insti­
gados por legiones de ángeles malos, se disponen a empren­
der la obra de muerte. Entonces, en la hora de supremo apu­
ro, es cuando el Dios de Israel intervendrá para librar a sus
escogidos...
“Multitudes de hombres perversos, profiriendo gritos de
triunfo, burlas e imprecaciones, están a punto de arrojarse
sobre su presa, cuando de pronto densas tinieblas, más som­
brías que la oscuridad de la noche caen sobre la tierra. Luego
un arco iris, que refleja la gloria del trono de Dios, se extien­
de de un lado a otro del cielo, y parece envolver a todos los
grupos en oración. Las multitudes encolerizadas se sienten
contenidas en el acto. Sus gritos de burla expiran en sus la­
bios. Olvidan el objeto de su ira sanguinaria. Con terribles
presentimientos contemplan el símbolo de la alianza divina, y
ansian ser amparadas de su deslumbradora claridad.
“Los hijos de Dios oyen una voz clara y melodiosa que
dice: ‘Enderezaos’, y, al levantar la vista al cielo, contem­
plan el arco de la promesa. Las nubes negras y amenazado­
ras que cubrían el firmamento se han desvanecido, y como
UNA MIRADA HACIA EL FUTURO • 85

Esteban, clavan la mirada en el cielo, y ven la gloria de Dios,


y al Hijo del hombre sentado en su trono”.13

La guerra de Satanás y sus fuerzas del mal contra el pueblo de


Dios terminará, por cierto, con un rotundo fracaso para él, y un
glorioso triunfo para el Señor y los suyos. Ni el conflicto interno ni
el externo pueden causar la destrucción del pueblo de Dios, porque
la lucha no es contra seres humanos indefensos, sino contra el Cor­
dero: “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque
él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son
llamados y elegidos y fieles” (Apocalipsis 17:14).

E l Futuro del Mundo


Hasta aquí en el presente capítulo, hemos hablado de la iglesia
de Dios; de su futuro, y de su triunfo final. Ahora nos corresponde
dar una mirada al mundo en general, para tratar de imaginar la crisis
que se avecina, y ver la forma en que el Señor se relacionará con su
pueblo en ese “tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo
gente hasta entonces”. Una vez más se muestra la misericordia de
Dios con los suyos, prometiéndoles que, aunque la angustia será
grande, también será grande la liberación: “pero en aquel tiempo
será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro”
(Daniel 12:1).
En la crisis mundial que precederá a la venida de Cristo se con­
jugarán varias causas. La maldad de la última generación será un
ingrediente básico en la mezcla de violencia, corrupción e inmora­
lidad que azotará la tierra (2 Timoteo 3:1-5). Pero también habrá
poderes y fuerzas sobrenaturales en juego. Por un lado, las potesta­
des de las tinieblas pondrán todo el ingenio y la capacidad posibles
para desencadenar el caos sobre la humanidad. Por el otro, los po­
deres celestiales ejecutarán los juicios de Dios — las últimas pla­
gas— , que también producirán destrucción, enfermedad y muerte.

E l Poder Destructivo de las Fuerzas del M al


A pesar de la pecaminosidad de la raza humana, Dios en su mi­
sericordia ha limitado, hasta ahora, el poder destructivo de las fuer­
zas satánicas. Pero llegará un tiempo cuando los poderes malignos
podrán hacer uso de los elementos de la naturaleza para ejercer su
86 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

capacidad destructiva:
“Satanás obra asimismo por medio de los elementos para
cosechar muchedumbres de almas aún no preparadas. Tiene
estudiados los secretos de los laboratorios de la naturaleza
y emplea todo su poder para dirigir los elementos en cuanto
Dios se lo permita...
“Al par que se hace pasar ante los hijos de los hombres
como un gran médico que puede curar todas sus enfermeda­
des, Satanás producirá enfermedades y desastres al punto
que ciudades populosas sean reducidas a ruinas y desola­
ción. Ahora mismo está obrando. Ejerce su poder en todos
los lugares y bajo mil formas: en las desgracias y calamida­
des de mar y tierra, en las grandes conflagraciones, en los
tremendos huracanes y en las terribles tempestades de gra­
nizo, en las inundaciones, en los ciclones, en las mareas ex­
traordinarias y en los terremotos. Destruye las mieses casi
maduras y a ello siguen la hambruna y la angustia; propaga
por el aire emanaciones mefíticas y miles de seres perecen
en la pestilencia. Estas plagas irán menudeando más y más
y se harán más y más desastrosas”.14
Los fenómenos geológicos y meteorológicos mencionados en la
declaración anterior, cubren una amplia gama de desastres que, efecti­
vamente, se han hecho más y más comunes desde que se escribieron
estas profecías hacia fines del siglo pasado. Por supuesto, no podemos
atribuir todos los accidentes y desastres naturales al cumplimiento de
esta profecía en particular, y debemos ser conscientes de que hay por lo
menos tres razones por las cuales ocurren desastres naturales. La pri­
mera de ellas es porque existen fallas geológicas, depresiones meteo­
rológicas, efectos climáticos y, a veces, fallas humanas que producen
calamidades y accidentes. La segunda razón, es la capacidad de los
poderes malignos de utilizar los elementos naturales para producir el
caos. Y en tercer lugar, están los juicios de Dios.

E l Poder Destructivo de las Fuerzas del Bien


Las profecías apocalípticas describen a los ángeles “deteniendo
los vientos” de destrucción, hasta tanto se complete el sellamiento
de aquellos que son denominados “siervos de Dios” (Apocalipsis
UNA MIRADA HACIA EL FUTURO • 87

7:1-3). Entonces, el Señor ordenará ejecutar algunos de sus juicios


sobre los habitantes de la tierra que han rechazado su oferta de sal­
vación. Esta actividad es “extraña” para Dios, como la describe acer­
tadamente el profeta (Isaías 28:21), porque el Señor se goza en crear
y construir, no en eliminar y destruir. Pero en él, la misericordia y la
justicia están unidas, y por el bien del universo entero realizará su
obra de juicio, que incluye acciones punitivas y destructoras.
Las siete últimas plagas descritas en Apocalipsis 16 han sido
motivo de estudio, de oración y también de discusión para muchos
teólogos y religiosos. A veces, en su sabiduría, el Señor solamente
entreabre la puerta del futuro, para permitimos tener ciertas infor­
maciones anticipadas. Pero los seres humanos queremos tener toda
la información, y no solamente una parte de ella. Y cuando nos falta
información revelada, a veces queremos suplantarla con nuestras
propias especulaciones proféticas. Tal puede ser el caso de algunos
aspectos relacionados con las últimas plagas.
Algunos principios hermenéuticos o de interpretación, pueden
ayudamos a mantener un sano equilibrio en el estudio de las profe­
cías bíblicas. He aquí algunos de ellos aplicados en forma práctica
al tema que nos ocupa. En primer lugar, estas profecías se dan en el
contexto de visiones proféticas donde muchas veces se combina lo
real con lo simbólico, y no siempre resulta clara la distinción de
ambos. Por ejemplo, los ángeles tienen “copas” que contienen la ira
de Dios, y se les ordena “derramarlas” sobre la tierra. Sin lugar a
dudas, las “copas” son simbólicas, pero lo que “contienen” es real:
la ira o justicia de Dios que, una vez derramada, resultará en cala­
midades reales para los habitantes de la tierra. En segundo lugar, en
estas profecías se combinan dos grandes conflictos: el conflicto
cósmico entre las fuerzas del bien y del mal, y el conflicto entre
seres humanos que están de un lado o del otro. En este caso especí­
fico, temas tales como la batalla del Armagedón, el vaciamiento del
río Eufrates, o los reyes del Oriente, tomarían un significado com­
pletamente diferente si se aplicaran al conflicto cósmico entre las
fuerzas del bien y del mal, que si se aplicaran a un conflicto armado
entre los poderes políticos de la tierra.
En base a las revelaciones bíblicas y a los escritos proféticos
concedidos a la iglesia remanente, podemos llegar a algunas con­
clusiones con respecto a las siete últimas plagas: (1) Que son jui­
88 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

cios de Dios, reales y no simbólicos, y que traerán calamidades y


sufrimientos sobre los habitantes de la tierra. (2) Que los eventos y
desastres no serán universales, puesto que si algunos de ellos lo
fueran, todos los habitantes de la tierra perecerían antes de la veni­
da del Señor. (3) Que algunas de las plagas se refieren al conflicto
cósmico: a un enfrentamiento real, pero espiritual, entre las fuerzas
del bien y del mal; entre Cristo y Satanás. He aquí algunas de las
declaraciones proféticas al respecto:
“Estas plagas no serán universales, pues de lo contrario
los habitantes de la tierra serían enteramente destruidos. Sin
embargo serán los azotes más terribles que hayan sufrido
jamás los hombres. Todos los juicios que cayeron sobre los
hombres antes delfín del tiempo de gracia fueron mitigados
con misericordia. La sangre propiciatoria de Cristo impidió
que el pecador recibiese el pleno castigo de su culpa; pero
en el juicio final la ira de Dios se derramará sin mezcla de
misericordia”.15
“Todo el mundo estará de un lado o del otro del asunto en
litigio. Tendrá lugar la batalla del Armagedón, y ese día no
debe encontrar a ninguno de nosotros durmiendo. Debiéra­
mos estar completamente despiertos, como vírgenes pruden­
tes que tenemos aceite en nuestras vasijas y nuestras lámpa­
ras. El poder del Espíritu Santo debe estar sobre nosotros, y
el Capitán de las huestes del Señor estará a la cabeza de los
ángeles del cielo para dirigir la batalla...
“Pronto se peleará la batalla del Armagedón. Aquel so­
bre cuya vestidura está escrito ‘Rey de reyes y Señor de se­
ñores’, conduce a las huestes celestiales en caballos blan­
cos, vestidos de lino fino, limpio y blanco [Apocalipsis 19:11-
16]”.16

Tanto las acciones punitivas de las fuerzas del bien que traen
las últimas plagas y los juicios de Dios sobre los habitantes de la
tierra, como las acciones de las fuerzas del mal que traen el caos
mediante calamidades y desastres, producen un tiempo de angus­
tia generalizado, descrito por el Señor en los Evangelios: “... y en
la tierra angustia de gentes, confundidas a causa del bramido del
UNA MIRADA HACIA EL FUTURO • 89

mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la


expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las
potencias de los cielos serán conmovidas” (Lucas 21:25-26).
¿Cómo será la situación del pueblo de Dios en ese tiempo de an­
gustia sin límites?

E l Señor Estará Junto a su Pueblo


Los hijos de Dios no estarán exentos de sufrimiento en el tiempo
final, como no lo estuvieron en el pasado. En todas las épocas, los
fieles del Señor han soportado privaciones, dificultades, aflicciones,
y aún el martirio, a pesar de su lealtad y de su decisión de mantenerse
del lado de su Salvador. Para algunos creyentes, ésta es una de las
realidades espirituales más difíciles de aceptar. Probablemente entra­
ron a la iglesia con el concepto de que, al hacerlo, estaban adquirien­
do una especie de seguro de protección total contra accidentes, difi­
cultades y privaciones. Entonces, cuando les ocurren circunstancias
adversas, se desaniman y se preguntan cómo es posible que Dios
permita tales circunstancias. Pero un estudio bíblico acerca del tema
del dolor y el sufrimiento, nos permitiría ver que Dios no promete a
sus hijos una vida sin dificultades, sino su permanente compañía para
darles fuerza y perseverancia para soportarlas (Romanos 8:21-23; 2
Corintios 12:7-10; Hebreos 11:32-40).
En el conflicto final, Dios promete nuevamente su compañía y
la de sus santos ángeles para fortalecer, apoyar y sostener a sus
hijos que pasan por momentos de aflicción. Y al finalizar el tiempo
de gracia y comenzar el último tiempo de angustia, el Señor prome­
te algo adicional: proteger la vida de todos sus hijos. Ninguno de
los sellados en ese tiempo, dará testimonio de su fe mediante el
martirio.

“El pueblo de Dios no quedará libre de padecimientos;


pero aunque perseguido y acongojado y aunque sufra priva­
ciones y falta de alimento, no será abandonado para pere­
cer. El Dios que cuidó de Elias no abandonará a ninguno de
sus abnegados hijos. El que cuenta los cabellos de sus cabe­
zas, cuidará de ellos y los atenderá en tiempos de hambruna.
Mientras los malvados estén muriéndose de hambre y pesti­
lencia, los ángeles protegerán a los justos y suplirán sus
90 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

necesidades...
“Los centinelas celestiales, fieles a su cometido, siguen vi­
gilando. Por más que un decreto general hayafijado el tiempo
en que los observadores de los mandamientos puedan ser
muertos, sus enemigos, en algunos casos, se anticiparán al
decreto y tratarán de quitarles la vida antes del tiempo fijado.
Pero nadie puede atravesar el cordón de los poderosos guar­
dianes colocados en torno de cada fiel. Algunos son atacados
al huir de las ciudades y villas. Pero las espadas levantadas
contra ellos se quiebran y caen como si fueran de paja. Otros
son defendidos por ángeles en forma de guerreros...
“Si la sangre de los fieles siervos de Cristo fuese entonces
derramada, no sería ya, como la sangre de los mártires, se­
milla destinada a dar una cosecha para Dios. Su fidelidad
no sería ya un testimonio para convencer a otros de la ver­
dad, pues los corazones endurecidos han rechazado los lla­
mamientos de la misericordia hasta que éstos ya no se dejan
oír. Si los justos cayesen entonces presa de sus enemigos,
sería un triunfo para el príncipe de las tinieblas”.17

Nuevamente, en medio de esta gran crisis, se destaca una gran


liberación. Seguramente el Señor quiere dejar bien claro en la pala­
bra profética, que el énfasis no está puesto en las angustias, dificul­
tades y privaciones que su pueblo soportará, sino en las bendicio­
nes, cuidado y apoyo que recibirá. Y esto también es verdad con
relación al último aspecto que deseamos analizar en este capítulo:
las circunstancias y angustias personales que cada hijo de Dios ínti­
mamente experimentará.

Un Tiempo de Angustia Personal


La terminación del sellamiento de los hijos de Dios, el fin del tiempo
de gracia, y el comienzo del gran tiempo de angustia, serán práctica­
mente simultáneos. Pero ni los impíos, ni los justos, ni siquiera Sata­
nás y sus huestes, pueden conocer el momento en que coinciden acon­
tecimientos tan importantes.18 Si los impíos lo supieran, sus rostros
palidecerían de inmediato. Si Satanás lo supiera, quizá no intentaría
seguir engañando al mundo, ni molestando a los hijos de Dios. Pero
algunos de los intentos engañosos más importantes —como la imita­
UNA MIRADA HACIA EL FUTURO • 91

ción de la venida de Cristo— ocurrirán en ese tiempo.19Si los justos


supiesen que el sellamiento ha terminado y que el destino de sus vi­
das está para siempre establecido, no pasarían por el denominado
“tiempo de angustia de Jacob”. Pero en su sabiduría y providencia,
Dios permitirá que los suyos pasen por una última prueba.
La angustia de los justos nace de un sentimiento de indignidad
que, como decíamos en un capítulo anterior, sigue embargando a
los fieles hasta el fin del tiempo, y se extiende hasta después de su
encuentro con Cristo. Aun los redimidos sobre el mar de vidrio,
comprenden claramente su indignidad y dan toda la gloria al único
que es digno: el Cordero (Apocalipsis 7:10-12; 15:2-5). Es ese sen­
timiento de indignidad el que causa angustia de espíritu en los se­
llados para salvación:

"Mientras Satanás acusa al pueblo de Dios haciendo hin­


capié en sus pecados, el Señor le permite probarlos hasta el
extremo. La confianza de ellos en Dios, su fe y su firmeza
serán rigurosamente probadas. El recuerdo de su pasado
hará decaer sus esperanzas; pues es poco el bien que pue­
den ver en toda su vida. Reconocen plenamente su debilidad
e indignidad. Satanás trata de aterrorizarlos con la idea de
que su caso es desesperado, de que las manchas de su impu­
reza no serán jamás lavadas. Espera así aniquilar su fe, ha­
cerles ceder a sus tentaciones y alejarlos de Dios...
“Así, en el tiempo de angustia, si el pueblo de Dios con­
servase pecados aún inconfesos cuando lo atormenten el te­
mor y la angustia, sería aniquilado; la desesperación aca­
baría con su fe y no podría tener confianza para rogar a
Dios que le librase. Pero por muy profundo que sea el senti­
miento que tiene de su indignidad, no tiene culpas escondi­
das que revelar. Sus pecados han sido examinados y borra­
dos en el juicio; y no puede recordarlos...
“Los asaltos de Satanás son feroces y resueltos, sus enga­
ños terribles, pero el ojo de Dios descansa sobre su pueblo y
su oído escucha su súplica. Su aflicción es grande, las lla­
mas del horno parecen estar a punto de consumirlos; pero el
Refinador los sacará como oro purificado por el fuego. El
amor de Dios para con sus hijos durante el período de su
92 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

prueba más dura es tan grande y tan tierno como en los días
de su mayor prosperidad; pero necesitan pasar por el horno
de fuego; debe consumirse su mundanalidad, para que la
imagen de Cristo se refleje perfectamente”.20
¡Cuánto anhelarían los justos saber que el sellamiento ha termi­
nado, y que sus pecados han sido definitivamente eliminados! Pero
Dios tiene sus razones para no revelarlo. Durante el último período
de prueba, la vida y el carácter de los justos puede ser visto en una
doble perspectiva: desde la perspectiva de Dios, los redimidos ya
han alcanzado el estado de impecabilidad y perfección total, por­
que todos sus pecados han sido perdonados; sus manchas e impure­
zas están definitivamente limpias, y su carácter, preparado para el
cielo. Pero ellos no lo saben aún, ni lo sienten así. Desde su pers­
pectiva, se sienten indignos y sólo confían en Cristo; en su sacrifi­
cio y su intercesión; en sus promesas y en su amor.
Pero esos sentimientos de indignidad y angustia, dan paso muy
pronto a una intensa seguridad de su encuentro feliz con Cristo. Los
santos ángeles vienen constantemente en su apoyo, y la voz de Dios
se oye repetidamente para asegurarles la cercanía del encuentro.21

Conclusión
El futuro de la iglesia de Dios es brillante y glorioso. Con los
ojos de la fe podemos vemos entre los redimidos, cantando el cán­
tico de Moisés y del Cordero, y diciendo: “Grandes y maravillosas
son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son
tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y
glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las
naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifes­
tado” (Apocalipsis 15:3-4).

Referencias
1. Elena G. de White, Eventos de los últimos días, p. 179.
2 . ____ . Testimonios para los ministros, p. 112. Parcialmente en Eventos de
los últimos días, p. 181.
3. _________ , El evangelismo, p. 167. Parcialmente en Eventos de los últimos días,
p. 181.
4 . ________ , Eventos de los últimos días, p. 182.
UNA MIRADA HACIA EL FUTURO • 93

5. Hay varias citas apócrifas como ésta, que han circulado profusamente. Para un
comentario sobre ésta y otras citas no inspiradas, vea Comprehensive Index lo the Writings
ofEllen G. White, tomo 3, pp. 3189-3192.
6. Elena G. de White, Eventos de los últimos días, pp. 184-186.
7 . _________ , Mensajes selectos, tomo 3, p. 438.
8 . _________ , Eventos de los útimos días, p. 17.
9 . ________ , Comentario bíblico adventista, tomo 4, p. 1205. Parcialmente en
Eventos de los últimos días, p. 201.
10. ________, El evangelismo, pp. 418-419.
11. ________, Eventos de los últimos días, pp. 228-229.
12. Vea, Eventos de los últimos días, pp. 136-141.
13. Elena G. de White, El conflicto de los siglos, pp. 693-694.
14._________ , Id., pp. 646-647.
15._________ , Id., p. 687.
16. ________, Eventos de los últimos días, pp. 254-255.
17. _________ , El conflicto de los siglos, pp. 687-692.
18. Vea, Eventos de los últimos días, pp. 231-238.
19. Vea, El conflicto de los siglos, pp. 682-683.
20. Id., pp. 676-679.
21. Pueden encontrarse varias ocasiones en que la voz de Dios es oída por los justos.
Vea El conflicto de los siglos, pp. 690-691, 694-695, 698-699.
Una Mirada al Calendarla de Dius

“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente ven­


go en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis
2 2 : 20 ).

ara muchos creyentes, el tema


P más excitante en relación al en­
cuentro con Cristo, tiene que ver con la fecha
habitantes de esta tierra, los seres humanos medimos el acontecer
histórico en horas, días o años, y vemos realizadas nuestras espe­
ranzas o desvanecidas nuestras ilusiones en el lapso de una corta
generación. Y nos resulta casi natural aplicar esos mismos parámetros
a los eventos cósmicos y a los hechos que se relacionan con los
tiempos de Dios.
Es indudable que el “cronos” de Dios es diferente al de los seres
humanos. El apóstol Pedro usa una figura literaria para recordarnos
esta verdad: “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el
Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Pedro
3:8). Un Ser que viene desde la eternidad y va hacia la eternidad, no
mide su existencia en años; ni siquiera en milenios. Pero en su ma­
ravillosa misericordia y condescendencia, Dios se aviene a trabajar
con un calendario humano y a compartir sus planes en términos
comprensibles para sus criaturas. Eso no significa, sin embargo,

95
96 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

que los seres humanos podamos pretender captar todo lo que está
en la mente del Eterno, y menos aún tratar de amoldar sus planes a
nuestras propias expectativas.
El Señor, en su presciencia e infinita sabiduría, se reserva algunas
informaciones sobre este vasto tema. Y una de ellas es la fecha de la
venida de Jesús y nuestro encuentro con él. En las ocasiones en que
los discípulos manifestaron un definido interés por conocer
específicamente el tiempo de los eventos finales, Cristo fue muy cla­
ro en recordarles que la fecha o el tiempo de su venida no habría de
ser revelado: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de
los cielos, sino sólo mi Padre... Velad, pues, porque no sabéis a qué
hora ha de venir vuestro Señor... Por tanto, también vosotros estad
preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pen­
sáis”. “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el
Padre puso en su sola potestad” (Mateo 24:36, 42, 44; Hechos 1:7).

Estableciendo Fechas para su Venida


A pesar de la advertencia de nuestro Señor, muy a menudo apa­
recen creyentes sinceros y honestos que, después de haber estudia­
do las profecías y haber solicitado la dirección del Espíritu Santo,
establecen posibles fechas para la venida de Cristo. Por supuesto,
ni la sinceridad, ni la honestidad, ni siquiera la oración ferviente
por la conducción del Espíritu, aseguran la veracidad de sus
conclusiones ya que, desde un principio, com enzaron
desobedeciendo el consejo del Señor. Cualquier análisis bíblico que
concluya estableciendo fechas para la venida de Cristo, no puede
ser verdadero. Nuestros pioneros tuvieron bastante experiencia en
este sentido, y en cada oportunidad en que uno de los creyentes se
levantaba con un mensaje que establecía fechas para la venida del
Señor, el consejo profético era claro y al punto: Dios no estaba
dirigiendo ese mensaje:

“Ninguna persona que fije una fecha para la venida de


Cristo tiene un mensaje verdadero. Podéis tener la seguri­
dad de que Dios no da a nadie autoridad para decir que
Cristo demora su venida cinco, diez o veinte años. ‘Por tan­
to, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del
hombre vendrá a la hora que no pensáis’ (Mateo 24:44).
UNA MIRADA AL CALENDARIO DE DIOS • 97

Este es nuestro mensaje, el mismo mensaje que están pro­


clamando los tres ángeles que volaban por en medio del cie­
lo. La obra que debe realizarse ahora consiste en proclamar
el mensaje final de misericordia a un mundo caído”.1
“Cuanto más a menudo se fije fecha para el segundo ad­
venimiento, y cuanto mayor sea la difusión recibida para
una enseñanza tal, tanto mejor responde a los propósitos de
Satanás. Una vez transcurrida la fecha, él cubre de ridículo
y desprecio a quienes la anunciaron y echa oprobio contra
el gran movimiento adventista de 1843 y 1844. Los que per­
sisten en este error llegarán al fin afijar una fecha demasia­
do remota para la venida de Cristo. Ello los arrullará en
una falsa seguridad, y muchos sólo se desengañarán cuan­
do sea tarde”.2
Ultimamente han aparecido varias interpretaciones que intentan
fijar fechas para la venida de Cristo, y prácticamente todas ellas
concluyen que la última década del siglo XX es el tiempo elegido
por el cielo para intervenir directamente en los asuntos humanos y
establecer el reino de Dios. Por supuesto, ¡cuánto desearíamos que
fuese así! Pero nuestros fervientes deseos no debieran llevarnos a
vivir en una ansiosa expectativa, ni conducirnos a especulaciones
teológicas contrarias al consejo de Cristo. Si el Señor específica­
mente ha declarado que la fecha de su venida no será revelada, ha­
ríamos mal en intentar descifrar lo indescifrable.

Los Seis M il Años de la Historia de esta Tierra


Uno de los argumentos utilizados por quienes desean establecer
fechas específicas, es que dentro de los escritos proféticos dados a
la iglesia remanente, se establecen seis mil años para la historia de
esta tierra que, de acuerdo a estas interpretaciones, se cumplirían ya
sea en 1996 ó en el año 2000.3 Efectivamente, en los escritos
inspirados se utiliza en varias ocasiones la expresión “seis mil años”
para referirse a diferentes aspectos del gran conflicto entre el bien y
el mal; entre Cristo y Satanás. Sin embargo, en ninguna de esas
declaraciones se establece que, exactamente al fin de los seis mil
años de historia de esta tierra, el Señor vendrá. Uno de los más
elementales principios de hermenéutica o interpretación, es no vio-
98 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

lentar el sentido que el autor quiso darle a una cierta expresión.


Para que el lector pueda juzgar por sí mismo, aquí están las expre­
siones referidas a los “seis mil años” que aparecen en la conocida
obra, El conflicto de los siglos:
“Por espacio de seis mil años esa inteligencia maestra [Sa­
tanás], después de haber sido la más alta entre los ángeles de
Dios, no ha servido más que para el engaño y la ruina...
“La gran controversia entre Cristo y Satanás, sostenida
desde hace cerca de seis mil años, está por terminar; y Sata­
nás redobla sus esfuerzos para hacer fracasar la obra de
Cristo en beneficio del hombre y para sujetar las almas en
sus lazos...
“Los espíritus niegan la divinidad de Cristo y hasta po­
nen al Creador en el mismo nivel que ellos mismos. Bajo
este nuevo disfraz el gran rebelde continúa adelante la gue­
rra que empezó en el cielo y que se prosigue en la tierra
desde hace unos seis mil años...
“El gran conflicto siguió su curso durante seis mil años;
el Hijo de Dios y sus mensajeros celestiales lucharon contra
el poder del maligno, para iluminar y salvar a los hijos de
los hombres...
“Durante seis mil años, la obra de rebelión de Satanás
‘hizo temblar la tierra ’. El ‘convirtió al mundo en un desier­
to, y destruyó sus ciudades; y a sus prisioneros nunca los
soltaba, para que volviesen a casa’. Durante seis mil años,
su prisión [la tumba] ha recibido al pueblo de Dios, y lo
habría tenido cautivo para siempre, si Cristo no hubiese roto
sus cadenas y libertado a los que tenía presos...
“[Referencia al fin del conflicto] La obra de destrucción
de Satanás ha terminado para siempre. Durante seis mil años
obró a su gusto, llenando la tierra de dolor, y causando pe­
nas por todo el universo. Toda la creación gimió y sufrió en
angustia. Ahora las criaturas de Dios han sido libradas para
siempre de su presencia y de sus tentaciones... "4
Estas declaraciones claramente identifican dos creencias rela­
cionadas con la historia de la humanidad y de la salvación: (1) que
desde la entrada del pecado en el mundo hasta el tiempo en que se
UNA MIRADA AL CALENDARIO DE DIOS • 99

escribieron estas declaraciones, habían transcurrido cerca de seis


mil años; (2) que la historia de este conflicto que ha durado seis mil
años, está llegando a su fin.
Sin embargo, si alguien deseara extraer de estas declaraciones una
cronología que permitiera fijar el año exacto de la venida de Cristo,
se encontraría con una serie de dificultades. La primera de ellas, y
probablemente la más importante, es que la misma autora declara,
como mencionamos anteriormente, que nadie puede conocer esa fe­
cha, y que cualquiera que lo intente está presentando un mensaje que
no es verdadero. En segundo lugar, desde que ella escribió la primera
declaración en 18645hasta la última referencia escrita en 19136 pasa­
ron casi cincuenta años, y durante todo ese lapso siguió usando la
misma cifra, lo cual puede probar que la autora no tenía en mente un
año específico en el cual habrían de cumplirse los seis mil años, sino
que la usaba como una figura literaria para referirse a toda la historia
de la humanidad. En tercer lugar, sus escritos en general expresan su
entera confianza en la cercanía del evento que pondría fin a los seis
mil años de conflicto. No podemos siquiera imaginar que ella tuviera
en mente el año 2000 para ver realizadas sus esperanzas de encon­
trarse con el Señor.

Cercanía y Brevedad del Tiempo


Este último punto nos lleva naturalmente a otro aspecto de nues­
tro análisis: el concepto de inminencia y cercanía aplicado a la ve­
nida de Cristo. A menudo, cuando los escritores neotestamentarios
hablan acerca del retorno del Señor, lo hacen de una manera que
expresa definidamente su fe en la cercanía e inminencia del evento.
¿Acaso los profetas no tenían acceso a una fuente segura de infor­
mación? ¡Por supuesto que sí! Y esa misma Fuente, el Espíritu San­
to, se encargó de aclarar en la mente de los profetas todas las posi­
bles circunstancias, a fin de que sus expresiones no fueran mal en­
tendidas por la iglesia. Analicemos algunos ejemplos. El apóstol
Pablo, en su primera carta a los Tesalonicenses, parece expresar su
confianza de estar entre los vivos para recibir a su Señor: “Luego
nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arre­
batados juntamente con ellos [los que durmieron] en las nubes para
recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1
Tesalonicenses 4:17).
100 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

En base a esta declaración, algunos creyentes podían interpretar


que la venida de Cristo se produciría, sin ninguna duda, antes de la
muerte del apóstol. Sin embargo, para evitar ese tipo de interpreta­
ciones incorrectas, el Espíritu Santo reveló al apóstol información
adicional, y en su segunda carta a los Tesalonicences Pablo alerta a
los creyentes acerca de posibles conclusiones con referencia a la
cercanía de la venida de Cristo: “Pero con respecto a la venida de
nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, her­
manos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pen­
sar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta
como nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Na­
die os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes
venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado...” (2
Tesalonicenses 2:1-3).
El apóstol Juan también manifiesta su confianza de estar vivien­
do en los días finales: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según
vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido mu­
chos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo” (1
Juan 2:18). Estas declaraciones podrían haber despertado serias
expectativas en los creyentes; pero el Espíritu Santo no habría de
permitir que alentaran falsas esperanzas. Posteriores revelaciones
dadas al apóstol Juan resultaron en el libro de Apocalipsis, con toda
la maravillosa gama de informaciones que el mismo contiene. Pero,
aun así, el Apocalipsis concluye con una serie de declaraciones que
expresan el sentido de inminencia: “¡He aquí, vengo pronto!... Cier­
tamente vengo en breve...” (Apocalipsis 22:7, 12,20). ¿Hay, acaso,
alguna razón por la cual el Señor quiere mantener el sentido de
inminencia en sus hijos?
La mensajera profética elegida por Dios para comunicarse con
su iglesia remanente, también experimentó circunstancias simila­
res. En el año 1856, expresó su confianza en que algunos de los que
'aban presentes en cierta reunión, se encontrarían con su Señor
’-r la muerte.7 Esto podría haber alentado ciertas expectativas,
's no habría de dejar a su iglesia sin la información necesa-
° el Espíritu Santo le concedió revelaciones adicionales
o resultado toda la serie de libros proféticos que hoy
“el Gran Conflicto”,8 los que nos brindan la in­
di 1 1. ,. 'ara interpretar correctamente los eventos re-
UNA MIRADA AL CALENDARIO DE DIOS • 101

lacionados con la gran controversia entre Cristo y Satanás.


Y es el mismo mensaje profético el que explica la debida rela­
ción entre las esperanzas y expectativas propias del profeta como
ser humano, y la palabra profética que está comunicando de parte
de Dios:
“Los ángeles de Dios en sus mensajes dados a los hom­
bres representan el tiempo como algo muy corto. A sí es como
siempre me ha sido presentado. Es cierto que el tiempo ha
sido más largo de lo que habíamos esperado en los primeros
días del mensaje. Nuestro Salvador no apareció tan pronto
como lo esperábamos. ¿Pero ha fallado la Palabra de Dios?
¡Nunca! Debiera recordarse que las promesas y las amena­
zas de Dios son igualmente condicionales...
“Durante cuarenta años, la incredulidad, la murmuración
y la rebelión impidieron la entrada del antiguo Israel en la
tierra de Canaán. Los mismos pecados han demorado la en­
trada del moderno Israel en la Canaán celestial. En ningu­
no de los dos casos faltaron las promesas de Dios. La incre­
dulidad, la mundanalidad, la falta de consagración y las con­
tiendas entre el profeso pueblo de Dios nos han mantenido
en este mundo de pecado y tristeza tantos años.
“Tal vez tengamos que permanecer aquí en este mundo
muchos años más debido a la insubordinación, como les su­
cedió a los hijos de Israel; pero por amor de Cristo, su pue­
blo no debe añadir pecado sobre pecado culpando a Dios de
las consecuencias de su propia conducta errónea ".9
Estas declaraciones nos permiten llegar a algunas conclusiones
referidas a los conceptos de cercanía e inminencia, cuando éstos
son aplicados a la venida de nuestro Señor Jesucristo: (1) Los men­
sajeros celestiales, en las visiones dadas al profeta, siempre presen­
tan el tiempo como algo muy corto. (2) El profeta, desde el punto
de vista personal, espera la venida de Cristo en un tiempo relativa­
mente breve, aún en sus días de vida. (3) Las promesas de Dios en
las que de alguna manera intervienen los seres humanos, están con­
dicionadas a esa circunstancia. En el caso de la venida de Cristo,
deben producirse ciertas condiciones, tanto en el mundo como en la
iglesia. (4) Condiciones adversas dentro de la iglesia, tales como la
102 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

insubordinación, la mundanalidad, la incredulidad o las contiendas,


pueden demorar el tiempo del encuentro con Cristo.

Certeza y Seguridad
¿Significa todo esto que la venida del Señor podría demorarse
indefinidamente si las condiciones en el mundo y en la iglesia no se
cumplieran? ¡De ninguna manera! Dios nos ha dejado suficiente
información para saber claramente que él es quien controla los acon­
tecimientos humanos y cósmicos, y que él ha puesto límites para
que su paciencia y misericordia se manifiesten:

“Dios mantiene una cuenta con las naciones. Durante cada


siglo de la historia de este mundo, los malos han estado ate­
sorando ira para el día de la ira. Cuando llegue plenamente
el tiempo en que la iniquidad haya alcanzado el límite de­
clarado de la misericordia de Dios, su paciencia cesará.
Cuando las cifras acumuladas en los registros del cielo in­
diquen que está completa la suma de la transgresión, la ira
vendrá sin mezcla de misericordia. Entonces se verá que es
una cosa terrible agotar la paciencia divina. Esta crisis so­
brevendrá cuando las naciones se unan para hacer nula la
ley de Dios”.10
“Con infalible exactitud, el Ser Infinito sigue llevando una
cuenta con todas las naciones. Mientras ofrece su miseri­
cordia, con invitaciones al arrepentimiento, esta cuenta per­
manece abierta; pero cuando las cifras llegan a cierta can­
tidad que Dios ha fijado, comienza el ministerio de su ira.
La cuenta se cierra. Cesa la paciencia divina. Entonces ya
no intercede la misericordia en su favor”.11
“Un Dios que aborrece el pecado invita a los que aseve­
ran guardar su ley a que se aparten de toda iniquidad. La
negligencia en cuanto a arrepentirse y rendir obediencia
voluntaria acarreará hoy a los hombres y mujeres conse­
cuencias tan graves como las que sufrió el antiguo Israel.
“Hay un límite más allá del cual los juicios de Jehová no
pueden ya demorarse. El asolamiento de Jerusalén en los
tiempos de Jeremías es una solemne advertencia para el Is­
UNA MIRADA AL CALENDARIO DE DIOS • 103

rael moderno, de que los consejos y amonestaciones dadas


por instrumentos escogidos no pueden despreciarse con im­
punidad”.12

Es indudable que Dios ha puesto un límite a su misericordia y su


paciencia, tanto con el mundo como con la iglesia. Este es un pensa­
miento muy solemne. Dios ha fijado una fecha, a partir de la cual su
gracia terminará. Pero hay otro pensamiento tan solemne como éste:
nuestra vida puede terminar en cualquier momento, y la posiblidad
de asimos de la gracia de Dios habrá concluido para nosotros. En
estos dos pensamientos está la clave para entender el sentido de inmi­
nencia y de urgencia que nos presenta la palabra profética.

Eventos Inminentes
Nos preguntábamos anteriormente si Dios tiene alguna razón es­
pecial para dar a sus profetas el sentido de inminencia en los men­
sajes relativos al retomo de Cristo, a pesar de que muchas de esas
profecías fueron dadas varios siglos antes de la cercanía del evento.
Seguramente el Señor puede tener varias razones para ello. Una de
esas razones puede estar en el hecho de que ninguno de los tres
eventos que aún están en el futuro y que son absolutamente impor­
tantes para cada individuo, tiene fechas indicadas. Nadie conoce la
fecha de la venida de Cristo; ningún ser humano sabe la fecha de la
terminación del tiempo de gracia, y ningún individuo conoce el día
de su muerte. ¿Podría usted descubrir alguna forma de alertar a cada
ser humano acerca de la urgencia de prepararse para el gran evento,
que no fuera darle un sentido de inminencia y de urgencia a esa
decisión? Si Dios hubiera elegido informarnos exactamente la fe­
cha de la venida de Cristo, o del fin del tiempo de gracia, muchos se
sentirían tranquilos esperando esas fechas, sin comprender quizá
que la muerte podría terminar hoy mismo con su esperanza de estar
preparados.
Desde el punto de vista de la vida humana, la muerte es el even­
to final antes del encuentro con Cristo, no importa que transcurran
pocos o muchos años entre los dos acontecimientos. De igual ma­
nera, para aquellos que estén vivos hasta el fin, la terminación del
tiempo de gracia es el evento final para ellos, no la venida de Jesús.
Siendo que en todos estos eventos no hay una fecha indicada, la
104 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

única forma de asegurar un encuentro feliz con Cristo, es tener el


sentido de urgencia y de inminencia en nuestros corazones, y no
dejar pasar un momento más sin tomar la decisión de prepararnos,
ahora mismo, para nuestro encuentro con el Señor. Para algún ser
humano en el mundo, demorar tan sólo un minuto más, podría ser
fatal. La muerte podría sorprenderlo sin estar preparado.
Por eso la palabra profética es tan enfática en destacar que el día
de “hoy” es el único que nos pertenece, y en el cual podemos tomar
decisiones de trascendencia eterna. “Así, pues, nosotros, como co­
laboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano
la gracia de Dios. Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, y en
día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable;
he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:1-2).

E l Calendario de Dios y las Profecías de Tiempo


Al comienzo de este capítulo, invitamos al lector a mirar el ca­
lendario de Dios. Eso nos permitió analizar la forma en que el Se­
ñor dirige los asuntos humanos y los eventos cósmicos. Pero hay
otra forma en la que podemos penetrar en el futuro y conocer algo
de los misterios de Dios: las profecías cronológicas o de tiempo.
Las profecías cronológicas son usadas por el Señor para infor­
mar a su pueblo acerca de ciertos eventos específicos. Por ejemplo,
Dios en su misericordia, anticipó al pueblo de Israel el período es­
pecífico que duraría su cautiverio: setenta años (Jeremías 25:11;
29:10; Daniel 9:2). A la iglesia, el Señor le anticipó el tiempo que
duraría la persecución durante la Era Cristiana: mil doscientos días
proféticos o años literales (Daniel 7:25; Apocalipsis 12:6, 14). Y
hay una profecía cronológica, la más larga en extensión, y la que
más se acerca a los eventos finales, con la cual el Señor anticipó
una serie de eventos importantes: la profecía de los dos mil tres­
cientos días proféticos o años literales (Daniel 8 y 9).
La primera razón de la profecía de los dos mil trescientos días
fue anticipar la llegada del Mesías; su bautismo y su crucifixión. Si
el pueblo de Dios hubiese estudiado diligentemente esta profecía,
no habría rechazado al Señor Jesús. Y la profecía era suficiente­
mente clara, especialmente para aquellos que estaban cautivos en
babilonia, y deseaban retornar a Jerusalén para restaurarla: “Seten-
manas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciu­
UNA MIRADA AL CALENDARIO DE DIOS • 105

dad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar


la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la
profecía, y ungir al Santo de los santos. Sabe, pues, y entiende, que
desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta
el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas...
Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la
semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda” (Daniel 9:24-27).
¡Cuán misericordioso es el Señor! No sólo les informó el evento
que indicaba el comienzo de esta profecía —la orden para restaurar
a Jerusalén— sino el período que los separaba del ungimiento del
Mesías: sesenta y nueve semanas proféticas, o cuatrocientos ochenta
y tres años. Exactamente en ese tiempo, Cristo fue bautizado y
comenzó su ministerio. Pero su obra en esta tierra duró poco tiem­
po. Tres años y medio después —la mitad de una semana profética,
como lo indicaba la profecía— el Mesías ofrecía su vida “para ex­
piar la iniquidad y para traer la justicia”. La profecía de las setenta
semanas proféticas —o cuatrocientos noventa años literales— con­
cluyó en el año 34 de la Era Cristiana, y con ello terminó la misión
de Israel como pueblo de Dios. ¡El Mesías había sido rechazado, a
pesar de la anticipación profética!
Pero la profecía de las setenta semanas o cuatrocientos noventa
años, era parte de una profecía más extensa, con la cual el Señor
deseaba anticipar otros eventos, en este caso, algunos muy cerca­
nos a su venida. Estos eventos alertarían al creyente que el tiempo
del fin se habría acercado.

Seguridad que Vivimos en el Tiempo del Fin


La profecía de las setenta semanas era, en verdad, un segmento
de la profecía de los dos mil trescientos días o años proféticos que,
habiendo comenzado en la misma fecha —la orden para restaurar a
Jerusalén, evento que ocurrió en el año 457 a.C.— terminaría vein­
titrés siglos después, en el año 1844 de nuestra Era Cristiana. Y
¿cuál era el evento que Dios deseaba anticipar con esta profecía?
¡Nada menos que el comienzo de los juicios divinos en el santuario
celestial! (Daniel 8:13-17).
Aunque el Señor no ha revelado la fecha para la terminación de
sus juicios, en su misericordia ha anticipado el comienzo, para que
podamos saber, a ciencia cierta, que vivimos en los días finales de
106 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

la historia de esta tierra. Pero, a pesar del deseo de Dios de antici­


parnos acontecimientos tan importantes, el propósito de Satanás es
crear dudas entre el pueblo de Dios; dudas acerca de los eventos
que se iniciaron en el santuario celestial en 1844 como cumplimiento
de esta profecía; dudas acerca del juicio de Dios; en fin, ¡dudas
acerca de la capacidad de Dios para anticiparnos estos aconteci­
mientos ! Como mencionábamos en un capítulo anterior, el minis­
terio de Cristo en el santuario celestial constituye el blanco especí­
fico de Satanás, para causar división entre el pueblo de Dios. Pero
sus hijos fieles no serán engañados. Con firmeza y decisión inque­
brantable, aceptarán la palabra profética como el único medio se­
guro de conocer los planes de Dios para estos días finales.
Esta profecía es, en verdad, el último periodo cronológico que
Dios ha dispuesto presentar a través de la palabra profética, para an­
ticipamos los eventos del fin. Hay otros eventos profetizados que se
cumplirían después de éste, pero no incluyen aspectos cronológicos.
Esta profecía fue realmente la forma que tuvo el Señor de alertarnos
y decimos: “¡El tiempo del fin ya está aquí!” Por eso, podemos tener
la seguridad de su venida, y de nuestro inminente encuentro con él.
Las señales de los tiempos anticipadas por Cristo en su sermón
profético (Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21), son un magnífico com­
plemento a las profecías cronológicas. El aumento de los terremo­
tos, el hambre, las epidem ias, las guerras, y sobre todo la
profundización de la angustia y la ansiedad en la gente, son claros
indicadores de que vivimos en el tiempo del fin. Con toda seriedad
y solemnidad debiéramos aceptar el consejo del Señor cuando dice:
“Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se
carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y
venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo
vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.
Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de
escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante
del Hijo del Hombre” (Lucas 21:34-36).

Conclusión
Nuestra certeza en relación con la cercanía del encuentro con
Cristo, no se funda en especulaciones, ni en ansiosas expectativas.
Nuestra seguridad va acompañada de la serenidad de saber que los
UNA MIRADA AL CALENDARIO DE DIOS • 107

tiempos están en las manos de Dios; que él conoce el fin desde el


principio, y nos ha revelado el tiempo cercano a su venida. La nues­
tra es una espera tranquila y no expectante, porque ya nuestra vida
está en sus manos. Incluso el pensamiento de si estaremos vivos
para recibirle, o si nos tocará pasar por la muerte, pierde su trascen­
dencia, porque desde ahora podemos gozamos con el pensamiento
de la vida eterna: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escon­
dida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”
(Colosenses 3:3-4).

Referencias
1. Elena G. de White, Mensajes selectos, tomo 2, p. 130.
2 . ________ , El conflicto de los siglos, p. 510.
3. Los que aceptan la cronología de James Ussher, fijan la fecha de la creación en el
año 4004 a.C., con lo cual los 6.000 años se cumplirían en 1996. Otra interpretación
considera los siete días de la creación como simbólicos de siete períodos de mil años. El
año 2000, entonces, sería la iniciación del séptimo período, que coincidiría con el milenio
bíblico.
4. Elena G. de White, El conflicto de los siglos, pp. 12, 572, 609, 714, 717-718,731.
5. La primera referencia a los “seis mil años” fue publicada en 1864 en Spiritual
Gifts, tomo 3, p. 92.
6. La última referencia a los “seis mil años” fue publicada en 1913, y dice: “La
continua transgresión del hombre durante casi seis mil años ha producido enfermedad,
dolor y muerte” (Consejos para los maestros, p. 453).
7. Elena G. de White, Eventos de los últimos días, pp. 36-37.
8. La serie “el Gran Conflicto” está constituida por los libros Patriarcas y profetas,
Profetas y reyes, El Deseado de todas las gentes, Los hechos de los apóstoles, El conflic­
to de los siglos.
9. Elena G. de White, El evangelismo, pp. 504-505.
10. ________ , Testimonies, tomo 5, p. 524. Parcialmente en Eventos de los últi­
mos días, p. 40.
11. . Joyas de los testimonios, tomo 2, p. 63.
12. ________ , Profetas y reyes, p. 307.
Epílogo

E
n las páginas precedentes hemos recorrido, en visión panorámi­
ca, eventos del pasado, del presente y del futuro. Hemos mirado
hacia atrás, para encontrar a Cristo en la cruz, y hacia adelante, para
verlo venir en gloria; hemos mirado hacia arriba, para encontrarlo
en el santuario celestial, y hacia adentro, para sentirlo dentro de
nosotros mismos a través de su Espíritu. Este recorrido nos ha dado
la oportunidad de descubrir —o redescubrir— los elementos que
nos permiten esperar a nuestro Señor con seguridad, tranquilidad y
esperanza. Ahora sólo resta hacernos algunas últimas preguntas y
reflexiones.

Reflexiones Finales
Las primeras preguntas de reflexión que vienen a nuestra mente,
tienen que ver con la ubicación de cada uno de nosotros cuando
ocurran los sucesos escatológicos o finales. Por supuesto, esta ubi­
cación no tiene nada que ver con estar en primera o segunda fila en
el “teatro” de los acontecimientos, porque en estos eventos no po­
demos ser meramente espectadores. La pregunta es seria y solem­
ne: ¿Dónde estaremos, usted y yo, cuando estas cosas acontezcan?
¿De qué lado estaremos cuando la iglesia sea dividida por la crisis
del zarandeo? ¿En qué categoría seremos hallados cuando el Juez
diga: “Hecho es”, y todos los seres humanos sean divididos en “in­
justos todavía” y “justos todavía” (Apocalipsis 22:11)? ¿En qué
grupo estaremos cuando simbólicamente el Pastor separe las “ove­
jas” de los “cabritos” (Mateo 25:31-46)?

109
110 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

Las respuestas a estas preguntas, si han de ser satisfactorias, tie­


nen que ser más que palabras; deben tomar forma de decisiones
que, afortunadamente, podemos hacerlas ahora, sin esperar el de­
venir de los acontecimientos. Es ahora, cuando podemos decidir
que, por la gracia de Dios, estaremos del lado de los fieles cuando
ocurra el zarandeo, porque hemos reafirmado nuestra fe en Cristo,
en su ministerio en el santuario, y en su testimonio a través del
espíritu de profecía; es ahora cuando podemos decidir que estare­
mos en el grupo de aquellos de los cuales se dirá “justo todavía”,
porque todos los días reafirmamos nuestra fe en el sacrificio expia­
torio de Cristo, en su ministerio intercesor, y en la obra santificadora
del Espíritu; es ahora cuando podemos decidir que estaremos entre
las “ovejas”, a la derecha del Pastor, porque a través de nuestras
obras de fe, y nuestro servicio de amor, estamos mostrando cada
día que Cristo vive y obra en nosotros a través de los frutos de su
Espíritu.

Preparados para Recibirle


Las otras reflexiones y preguntas tienen que ver directamente
con nuestro encuentro con Cristo. ¿Estamos, usted y yo, preparados
para recibirle con felicidad y para decir: “He aquí, éste es nuestro
Dios, le hemos esperado, y nos salvará” (Isaías 25:9)? ¿Cuánto
tiempo y dedicación necesitamos para estar realmente preparados?
¿Cuánto tiempo nos queda para preparamos?
La respuesta a la última de estas preguntas es bien definida: ni
usted ni yo sabemos cuánto tiempo nos queda para preparamos.
Los dos eventos que significan el fin de nuestra oportunidad pue­
den ocurrir en cualquier momento. Tanto nuestra muerte, como el
fin del tiempo de gracia, pueden ser historia en los próximos instan­
tes. Si nos tocara morir, deberíamos hacerlo con la seguridad que se
dirá de nosotros: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos
que mueren en el Señor” (Apocalipsis 14:13). Si nos tocara vivir
hasta el fin, también deberíamos hacerlo con la seguridad que se
nos dirá: “Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu Señor”
(Mateo 25:21, 23). Vivir o morir con la inseguridad de nuestra sal­
vación sería verdaderamente terrible. Por eso es tan importante es­
tar cabal y completamente preparados a cada instante.
Entonces, es lógico y oportuno que busquemos la respuesta a la
EPILOGO *111

otra pregunta que nos habíamos hecho anteriormente: ¿Cuánto tiem­


po y dedicación necesitamos para estar realmente preparados? La
respuesta es doble. Un instante alcanza para estar realmente prepa­
rado. Pero, a la vez, durante toda la vida que Dios nos brinde, la
preparación para recibir al Señor debiera tener la prioridad. ¿Cómo
es eso?
Permítame invitarlo a mirar una vez más hacia el pasado. Allí,
en la cruz de Cristo, en un solo instante, encontrará el perdón de sus
pecados pasados; la absolución de su condena eterna; la purifica­
ción de su vida manchada, y el manto de justicia para su vida im­
perfecta. Créalo, por la fe, y en ese instante será declarado perfecto,
plenamente preparado para el encuentro feliz con Cristo.
Pero, permítame también invitarlo nuevamente a mirar hacia arri­
ba. Allí en el santuario celestial, en un solo instante, encontrará el
perdón para sus pecados actuales y presentes; hallará al Abogado
que lo defiende y al Juez que lo absuelve; se sentirá bienvenido y
apreciado; con toda confianza, acéptelo por la fe, y en ese instante
será justificado y hecho perfecto una vez más; y una vez más estará
plenamente preparado para el encuentro feliz con Cristo.
Finalmente, permítame invitarlo otra vez a mirar hacia dentro
de usted mismo. No se ve perfecto, ¿verdad? No se desanime ni
sienta ansiedad. Ese Salvador que hizo todo por usted en la cruz, y
que lo sigue haciendo en el santuario celestial, está dispuesto a to­
mar toda la responsabilidad para cambiar su naturaleza pecaminosa
y prepararlo para el cielo. Acéptelo por la fe, y abra su corazón y su
mente a la influencia transformadora y santificadora del Espíritu;
hágalo cada día, cada instante de la vida que Dios le conceda. En
uno de esos instantes, podría ocurrir la muerte o la terminación del
tiempo de gracia; pero si en ese momento el Espíritu Santo está
trabajando en su corazón, y Cristo es en usted “la esperanza de
gloria”, no hay nada ni nadie que podrá separarlo del amor del Sal­
vador.
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifi­
ca. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun; el
que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que
también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de
Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnu­
dez, o peligro, o espada?... Antes, en todas estas cosas somos más
112 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy
seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo,
ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:33-39).

Conclusión
La finalización de un libro es una especie de despedida entre el
autor y el lector. Sin conocemos quizá, nos hemos hecho compañe­
ros de jornada; de una jornada que debe llevarnos hasta la Canaán
celestial. Toda despedida es triste, excepto ésta; porque en realidad,
con nuestra fe en la segunda venida de Cristo y nuestra certeza en el
cercano establecimiento del reino de Dios, nos queda la alegría de
saber que, mediante la gracia de Cristo, nos encontraremos allá, en
el mar de vidrio, para no separamos jamás. “El que da testimonio
de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven,
Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).
GUIA DE ESTUDIO

Preguntas y Reflexiones para Analizar


Personalmente o
en Grupos de Estudio
GUIA DE ESTUDIO *115

Una Mirada Hacia el Pasado

1. Cristo en la cruz, es la respuesta de Dios a los problemas que


el pecado trajo sobre los seres humanos. ¿Cuáles son las solu­
ciones que la Divinidad ofrece a la humanidad?

Problema Solución R ef Bíblica


Condenación eterna - •' '• Rom. 5:18; 6:23
Separación eterna ______ " -■ • " 2 Cor. 5:18-19
Pecaminosidad __________ 1 Juan 1:7-9
Injusticia, imperfección_____ _ Rom. 5:17-19

2. ¿Cuáles de estas expresiones referidas al “manto de justicia”


que el cielo nos ofrece, considera correctas (C) y cuáles inco­
rrectas ( I )?

a. Un disfraz [ !]
b. Una vestimenta “prestada” para la boda [» ]
c. Un vestido nuevo encima de los harapos [ ]
d. Una ropa nueva a cambio de las viejas [ ]
e. Un vestido a ser usado después de estar limpio [ ]
f. Una vestimenta para estar limpio [ ]
g. El “uniforme” que vestirán todos los salvados [ ]

3. Con referencia a la obra de Cristo en la cruz, ciertas declara­


ciones son comunes en los círculos cristianos. ¿Cuáles conside­
116 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

ra verdaderas (V) y cuáles falsas (F)?

a. “Una vez salvo, siempre salvo” [ ]


b. “Cristo nos salva de nuestros pecados” ¡\ ]
c. “Cristo nos salva en nuestros pecados” [f'• ]
d. “Todos mis pecados, aún los que no he cometido, ya
han sido perdonados; no necesito confesarlos” [ ]
e. “La obediencia es el resultado de la salvación; no su
condición para lograrla” ' [\ ]
GUIA DE ESTUDIO «117

Una Mirada Hacia Arriba

1. Al considerar que Cristo está personalmente en el santuario


celestial, y que su presencia en nosotros se cumple a través de
su representante, el Espíritu Santo, ¿qué sentimientos predo­
minan en su mente y corazón?

a. Tristeza, porque él no está personalmente a mi lado ____


b. Felicidad, por tener un Amigo en la Corte ____
c. Seguridad, porque él está a cargo de mi futuro

d. Inseguridad, porque me siento solo

2. Complete estos párrafos, reflexione en ellos y escriba una con­


clusión personal:

“La intercesión de Cristo por el hombre en el santuario celestial


es tan esencial para el plan de salvación____________________
_______________________________________ ” (P- 28).

“El enemigo presentará falsas doctrinas, tales como la doctrina


de que____________________________________. Este es uno de
los puntos en los cuales____________________________________
______________ ” (P- 29).

Reflexión personal:.
118 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

3. ¿Cuál de las siguientes declaraciones considera correcta (C)


y cuál incorrecta ( I )?

a. Cristo debe ser exactamente igual a mí para poder entenderme


y perdonarme [ ]

b. Afortunadamente, Cristo no es exactamente igual a mí; por


eso puede perdonarme y salvarme [ ]

4. Con referencia al juicio investigador, evalúe las expresiones


de las columnas que siguen, y seleccione cuatro de ellas, las que
usted considere que describen mejor ese magno evento:

a. Condenación e. Confianza 1.
b. Ministerio sacerdotal f. Amigo 2.
c. Temor g. Juez 3.
d. Salvación h. Destrucción 4.
GUIA DE ESTUDIO *11 9

Una Mirada Hacia Adentra

1. “Vivir en la carne” o tener una “vida carnal” es una expre­


sión usada por el apóstol Pablo para referirse a: ( / tilde las que
son correctas)

____Exclusivamente no creyentes que practican pecados sexuales


____ Quienes no han experimentado el nuevo nacimiento
____Creyentes que aún no permiten que el Espíritu los conduzca

2. De acuerdo a la declaración inspirada (p. 46), la obra


transformadora del Espíritu Santo incluye los siguientes obje­
tivos:

a. Hacer eficaz _______________________________________


b. Purificar___________________________________________
c. Vencer____________________________________________
d. Grabar_____________________________________________

3. Medite en las siguientes declaraciones inspiradas (p. 50) y es­


criba una reflexión o conclusión que estos párrafos le sugieren:

“Mientras dure la vida, no habrá un momento de descanso, un


lugar al cual podamos llegar y decir: Alcancé plenamente el blan­
co".
‘No tiene término la lucha de este lado de la eternidad”.
120 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

Reflexión:

4. De acuerdo a las declaraciones inspiradas (pp. 53-54), la pre­


sencia y la obra transformadora del Espíritu en nuestras vidas,
se produce básicamente a través de:

( / tilde las expresiones que considere correctas)

a. Una forma misteriosa y sobrenatural ____


b. Sueños e impresiones mentales ____
c. El poder transformador de la Palabra ____
d. Los testimonios del Espíritu de Dios ____
GUIA DE ESTUDIO • 121

Una Mirada liaría Alucra

1. ¿Cuáles de estas expresiones referidas a la relación de la Igle­


sia con el mundo considera correctas (C) y cuáles incorrectas ( I )?

a. El mundo es malo y debemos estar separados de él [ ]


b. La misión de la Iglesia no puede cumplirse sin mezclarse
con el mundo [ ]
c. La encarnación de Cristo es el gran ejemplo para nuestra
propia misión [ ]
d. Ya debiéramos abandonar las ciudades y vivir lejos de ellas [ ]

2. Después de reflexionar sobre las siguientes declaraciones ins­


piradas (p. 62), escriba una decisión personal en relación con su
propia misión:

“La iglesia es el medio señalado por Dios para la salvación de


los hombres

“A cada uno se le ha asignado una obra y nadie puede reempla­


zarlo”.

Mi decisión:___________________________________

3. Con referencia a la extensión de la misión de la Iglesia y el


122 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

tiempo necesario para cumplirla, identifique las expresiones que


son verdaderas (V) y las que son falsas (F):

a. Desde una perspectiva humana, estamos muy lejos de


concluir la misión de la Iglesia [ ]
b. El Espíritu Santo es el primer y último responsable
de la misión [ ]
c. Siendo que primero debe predicarse el Evangelio y
“entonces vendrá el fin”, si la Iglesia no cumple
con su parte, la venida de Cristo podría demorarse
indefinidamente [ ]

4. ¿Cómo interpreta la declaración de que los creyentes dirigi­


dos por el Espíritu, “arrojando de lado toda maquinaria huma­
na, sus reglas limitativas y métodos cautelosos, declararán la ver­
dad con el poder del Espíritu ” (p. 72)?

Mi interpretación:_____________________________________
GUIA DE ESTUDIO • 123

Una Mirada Hacia el Futuro

1. Seleccione las tres expresiones que considere más adecuadas


para describir la razón por la cual el Señor ha revelado las pro­
fecías acerca de la crisis futura:

a. Alertamos d. Atemorizamos 1._________


b. Damos confianza e. Damos seguridad 2 ._________
c. Mostrar su presciencia f. Informamos 3 ._________

2. ¿Cuáles de estas declaraciones acerca de las últimas plagas


son verdaderas (V) y cuáles son falsas (F)?

a. Todas las postreras plagas serán universales [ ]


b. Por ser una profecía, puede combinarse lo simbólico
con lo literal [ ]
c. Algunas plagas pueden referirse a un conflicto cósmico
y no a una guerra entre fuerzas humanas [ ]
d. Los creyentes estarán protegidos de todo sufrimiento [ ]

3. Complete estas declaraciones inspiradas acerca del zarandeo


(pp. 77-79) y, por la gracia de Dios, tome una decisión acerca de
su futura relación con la Iglesia:

“Algunos no soportarán ________________________________ ,


sino que se levantarán contra él. Esto es lo que causará un
124 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

________________ en el pueblo de Dios”.

“Muchos que profesaron creer en el mensaje del tercer ángel,


pero que no fueron santificados por la obediencia a la verdad,

Por la gracia de Dios, mi decisión es:

4. ¿Cuáles de estas expresiones acerca del tiempo de angustia


son correctas (C) y cuáles incorrectas ( I )?

a. La angustia se produce al recordar los pecados cometidos [ ]


b. En esa prueba final ya nadie sufrirá el martirio [ ]
c. En ese tiempo los salvos ya son y se sienten impecables [ ]
d. La sensación de no ser digno se mantendrá aún en el cielo [ ]
GUIA DE ESTUDIO • 125

Una Mirada a! C a lc u la ría di* lilis


1. Con referencia a la fecha de la venida de Cristo, ¿cuáles de
las siguientes declaraciones son verdaderas (V) y cuáles son fal­
sas (F)?

a. No podemos saber el día ni la hora, pero el año


puede ser descifrado en base a las profecías [ ]
b. Intentar fijar fechas es desobedecer al Señor [ ]
c. Ninguna persona que fije fechas tiene un mensaje
verdadero [ ]
d. Cuando se cumplan los 6.000 años de la historia del
pecado, Cristo vendrá [ ]

2. Seleccione las dos mejores razones para explicar el concepto


de brevedad e inminencia que aparece en casi todas las profe­
cías relativas al fin: (3 tilde las que considere mejores)

[ ] Comparado con la eternidad de Dios, todo lo humano es breve


t ] Dios quiere que estemos siempre preparados para el fin de nues­
tra vida, o para el fin del tiempo de gracia
[ ] Las profecías en las que intervienen los seres humanos,
siempre son condicionales en cuanto al tiempo del cumplimiento
[ ] Cristo tenía planes de que su regreso fuera “en breve”, pero no
lo pudo cumplir debido a la infidelidad de la Iglesia

3. Complete las siguientes declaraciones inspiradas (p. 101), me­


126 • VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA

dite en ellas, y escriba una reflexión final:

“Durante cuarenta a ñ o s ,____ __________________ , ____


_____________ y l a _______________ impidieron la entrada del
antiguo Israel en la tierra de Canaán. Los mismos pecados____
_______ .____________________ del moderno Israel en la Canaán
celestial".

“Tal vez tengamos que permanecer aquí en este mundo________


____________debido a la __________________como les sucedió
a los hijos de Israel”.

Reflexión personal:_____________________________________
ara quienes vivimos a las puertas del reino

P eterno, VIENE. ESPERALO CON ALEGRIA


es un libro muy necesario; más aún, imprescin­
dible. A lo largo de sus páginas, el autor analiza didác­
ticamente los aspectos más importantes de nuestra
preparación para el encuentro con el Señor, y destaca
las generosas proviciones del Cielo para hacer efecti­
va dicha preparación. Trata de mostramos cómo espe­
rar gozosamente el regreso de nuestro Amigo y Salva­
dor, sin temores ni dudas.
El lector encontrará una descripción fresca y orto­
doxa del plan de salvación, tan vital para nuestra pre­
paración: la obra expiatoria y reconciliatoria de Cris­
to en la cruz; su intercesión en el Santuario Celestial;
su ministerio transformador a través del Espíritu San­
to; el significado maravilloso y práctico de la justifica­
ción y la santificación. Finalmente, el autor contesta
preguntas intrigantes relacionadas con estos temas es-
catológicos, preguntas que a menudo perturban a al­
gunos miembros. Para todos los que deseamos estar di­
chosamente listos para nuestro encuentro con Cristo,
este libro será inmensamente beneficioso.
J. C. Viera tiene un doctorado en Misionología,
del Seminario Teológico Fuller, y ha escrito varios li­
bros y muchos artículos. Es bien conocido por sus se­
minarios sobre el espíritu de profecía. Durante la re­
ciente sesión del Congreso de la Asociación General
en Utrecht, fue nombrado director de la Corporación
White, que sirve a la iglesia en el mundo entero.

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