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Plan supremo de evangelización

Por Robert Coleman

Traducido por José María Blanch

CASA BAUTISTA DE PUBLICACIONES

© Copyright 1983, Casa Bautista de Publicaciones. Este libro fue publicado originalmente en inglés por Fleming H. Revell
Company bajo el título The Master Plan of Evangelism. © Copyright 1963, 1964 por Robert E. Coleman. Las primeras dos
ediciones en español fueron publicadas por la Editorial Caribe y la Casa Bautista de Publicaciones. Traducido y publicado
con permiso. Todos los derechos reservados.

Ediciones: 1972, 1974, 1977, 1978, 1980, 1983, 1984, 1986


Novena edición: 1989
Clasificación Decimal Dewey: 269
Temas: 1. Evangelización
ISBN: 0-311-13816-0 C.B.P. Art. No. 13816
Printed in U.S.A.

CONTENIDO

PROLOGO
INTRODUCCIÓN.
CAPÍTULOS:
1. SELECCIÓN
2. ASOCIACIÓN
3. CONSAGRACIÓN
4. COMUNICACIÓN.
5. DEMOSTRACIÓN
6. DELEGACIÓN
7. SUPERVISIÓN
8. REPRODUCCIÓN
EPILOGO
BIBLIOGRAFÍA
PROLOGO
1
Bien merece el puesto de profesor de evangelismo el doctor Robert E. Coleman,
autor de este libro. Su conocimiento sobre este inquietante asunto no se debe a otra cosa
sino a la práctica de la evangelización que ha llevado a cabo en la conversión de nuevos
creyentes en Cristo.
Como en los días cuando el Señor Jesús anduvo por la tierra, los sencillos principios
que el doctor Coleman nos ayuda a descubrir en el Nuevo Testamento tienen aplicación
para las tres décadas finales de nuestro siglo XX.
Toda la América Latina está viviendo "su hora histórica" en el terreno espiritual.
Millares están recibiendo a Cristo Jesús como Señor y Salvador por medio de la fe. Sin
embargo, aún quedan millones que desconocen "la palabra verdadera del evangelio"
(Colosenses 1:5). La evangelización del mundo entero en esta generación demanda, por
tanto, discípulos del calibre bíblico que nos pinta el autor en esta obra: hombres cuya
misión en principio y método sea la que Cristo mostró con su vida.
Es inquietante la falta de visión nacional y aun mundial en muchas etapas de nuestro
historial evangélico. Pero, Plan Supremo de Evangelización demuestra que en nuestro
día es posible evangelizar a una nación entera. En verdad, al mundo entero también.
Aquí encontramos los principios que practicó y nos enseñó nuestro Maestro, el Señor
Jesucristo. ¿Puede haber plan mejor? La visión nacional y mundial, sin embargo, no
elimina en ningún momento la obra personal. La predicación a las masas reunidas en
algún estadio deportivo o plaza de toros para escuchar la Palabra de Dios, encuentra su
solidez y se desarrolla a través de la labor personal y el discipulado serio de los cristianos
en la ciudad en que se efectúe. La evangelización de las multitudes y el discipulado
individual marchan del brazo. ¡Son hermanos!
Hechos uno con Cristo y actuando como un solo Cuerpo, nuestro plan supremo personal
deberá ser, entonces, dar i conocer al que es Maestro de evangelización por excelencia.
Esto es lo que la Biblia explica como la Gran Comisión.
Vaya para la editorial, por tanto, un aplauso caluroso por escoger un libro tan vitalmente
necesario en esta hora decisiva para la iglesia de Jesucristo en los países de habla
hispana.
LUIS PALAU

He aquí yo estoy con vosotros todos los días. Mateo 28:20

2 • ASOCIACION
2
Permaneció con ellos
Una vez que Jesús hubo llamado a sus discípulos, tuvo por costumbre permanecer con
ellos. Esta fue la esencia de su programa de preparación: permitirles que lo siguieran.
Cuando uno se detiene a pensarlo, fue una manera increíblemente sencilla de
capacitarlos. Jesús no disponía de escuela formal, de seminarios, de curso organizado de
estudios, de clases periódicas para miembros en las que pudiera matricular a sus
discípulos. Ninguno de estos procedimientos sumamente organizados, que actualmente
se consideran tan necesarios, entraron en absoluto- a formar parte de su ministerio. Por
sorprendente que parezca, todo lo que liizo Jesús para enseñar a estos hombres su
camino fue mantenerlos cerca de él, y serles escuela y programa de estudios.
La natural informalidad de este método de enseñanza de Jesús contrastaba
notablemente con el procedimiento formal, casi escolástico de los escribas. Estos:
maestros religiosos de su tiempo insistían en que sus discípulos siguieran estrictamente
ciertos rituales y fórmulas intelectuales, que los distinguían de otros; Jesús, por su parte,
sólo pidió a sus discípulos que lo siguieran. El Maestro no les comunicaba el saber en
forma de leyes y dogmas, sino a través de la personalidad viva y palpitante de Uno que
permanecía junto a ellos. Sus discípulos se distinguieron, no por la conformidad externa
a ciertos rituales, sino por permanecer con él, y participar así de su doctrina (Jn. 18:19).

Saber y presencia
En virtud de esta intimidad, a los discípulos se les permitió "conocer los misterios del
reino de Dios" (Luc. 8:10). El conocimiento lo adquirieron por asociación antes de que
les fuera explicado. Este hecho nunca se ha expresado mejor que cuando uno del grupo,
frustrado ante el pensamiento de la Trinidad, preguntó: "¿Cómo, pues, podemos saber el
camino?" A lo que Jesús contestó: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida" (Jn. 14:5, 6), lo
cual equivalió a decir que el punto en cuestión ya había sido contestado con sólo que los
discípulos abrieran los ojos a la realidad espiritual encarnada en medio de ellos.
Esta metodología sencilla se reveló desde un principio en la invitación que Jesús hizo a
los que quiso que lo siguieran. A Juan y Andrés los invitó a "venir y ver" el lugar donde
Jesús moraba (Jn. 1:39). El evangelio no dice que agregara nada más. Pero, ¿qué más
hubiera hecho falta decir? Estando a solas con Jesús podían hablar largo y tendido y
verlo en la intimidad, tal como era y actuaba. Felipe recibió prácticamente la misma
invitación, "Sígueme" (Jn. 1: 43). Sin duda, impresionado ante esta palabra tan sencilla,
Felipe invitó también a Natanael para que "viniera y viera" al Maestro (Jn. 1:46). Un
sermón viviente vale por cien explicaciones. Más tarde, cuando Santiago, Juan, Pedro y
Andrés estaban remendando las redes, Jesús les dijo las mismas palabras, "Venid en pos
de mí", sólo que esta vez agregó la razón, "y haré que seáis pescadores de hombres" (Mar.
1:17; cp. Mat. 4:19; Luc. 5:10). Del mismo modo, Mateo fue llamado con el mismo
"sígueme" cuando se hallaba sentado "al banco de los tributos públicos" (Mat. 9:9; Mar.
2:14; Luc. 5:27).

El principio aplicado
Véase la tremenda estrategia del mismo. Al responder a este llamamiento inicial, los
creyentes, de hecho, se matriculaban en la escuela del Maestro donde su comprensión
iba a ahondarse y su fe a fundamentarse. Había, desde luego, muchas cosas que estos
hombres no entendían —cosas que ellos mismos reconocieron ante el Maestro— pero
todos estos problemas podían resolverse en contacto con Jesús. En su presencia podían
aprender todo lo que necesitaban saber.
3
Este principio, implícito originalmente, más adelante fue formulado en forma explícita
cuando Jesús escogió de entre el grupo que lo seguía a los doce "para que estuviesen con
él" (Mar. 3:14; cp. Luc. 6:13). Añadió, desde luego, que los iba a enviar a "predicar" y con
"autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios", pero con frecuencia
no nos damos cuenta de aquello que fue primero. Jesús dijo bien claro que antes de que
estos hombres fueran a "predicar" o a "echar fuera demonios" tenían que estar "con él".
De hecho, esta elección personal para que estuvieran constantemente con él fue tan
parte de la comisión que les asignó como lo fue la autoridad para evangelizar. En
realidad, en ese momento fue incluso más importante, porque fue la preparación
necesaria para la otra.

Más íntimos hacia el final


El empeño con que Jesús trató de cumplir esta comisión es evidente cuando uno lee los
relatos evangélicos que siguen. Contrariamente a lo que se podría esperar, en el curso de
su segundo y tercer año de ministerio Jesús cada vez dedicó más tiempo a los discípulos
escogidos, no menos.
A menudo los tomaba consigo a algún lugar montañoso de la región donde apenas si era
conocido, para así evitar lo más posible la publicidad. Fueron juntos hasta Tiro y Sidón
en el noroeste (Mat. 15:21; Mar. 7:24); a la "región de Decápolis" (Mar. 7:31; cp. Mat.
15:29), a la "región de Dalmanuta" en el sureste de Galilea (Mar. 8:10; cp. Mat. 15:39), y a
"las aldeas de Cesárea de Filipo" en el noroeste (Mar. 8:27; cp. Mat. 16:13). Hizo estos
viajes en parte debido a la oposición de los fariseos y a la hostilidad de Heredes, pero
sobre todo porque Jesús sentía la necesidad de estar a solas con los discípulos. Más
adelante pasó varios meses con los discípulos en Perea, al este del Jordán (Mat. 19:1-
20:34; Mar. 10:1-52; Luc. 13:22-19:28; Jn. 10:40-11: 54). A medida que la oposición crecía,
"Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se alejó de allí a la región
contigua al desierto, a una ciudad llamada Efraín; y se quedó allí con sus discípulos" (Jn.
11:54). Cuando por fin le llegó el momento de ir a Jerusalén, en forma significativa "tomó
a sus doce discípulos aparte" del resto y se dirigió hacia la ciudad (Mat. 20:17; cp. Mar.
10:32).
Siendo esto así, no sorprende que durante la semana de la pasión Jesús casi en ningún
momento perdiera de vista a los discípulos. Incluso cuando oró a solas en Getsemaní,
sus discípulos se quedaron "a distancia como de un tiro de piedra" (Luc. 22:41). ¿No
sucede acaso lo mismo en las familias cuando se acerca la hora de la muerte para alguno
de sus miembros? Cada minuto es precioso porque se percibe que la intimidad física
pronto desaparecerá. Las palabras que se pronuncian en circunstancias así son siempre
más preciosas. En realidad, no fue sino hacia el final de la vida de Jesús que los
discípulos empezaron a comprender muchos de los significados másl hondos de la
presencia suya en tre ellos (Jn. 16:4). Sin duda esto explica por qué los escritores de los
Evangelios se sintieron impelidos a dedicar tanta atención a estos últimos días. De todo
lo escrito acerca de Jesús, como una mitad sucedió en los últimos meses de su vida, y la
mayor parte de ello en la última semana.
El curso que Jesús siguió a lo largo de su vida se reflejó de una manera clarísima en los
días que siguieron a la resurrección. Es interesante advertir que todas las diez
apariciones de Cristo después de la resurrección fueron a sus seguidores, en especial a
los apóstoles. 1 Según lo que la Biblia narra, ni a una sola persona no creyente se le
permitió ver al Señor glorificado. Pero no es tan raro. No había que excitar a las
multitudes con su espectacular aparición. ¿Qué hubieran hecho? Pero los discípulos,
1
Este hecho lo advirtieron bien los discípulos, tal como Pedro lo expresó: "A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; no
a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebi mos con él después que
resucitó de los muertos" (Hch. 10:40. 41).
4
quienes habían huido desesperados después de la crucifixión, necesitaban que se les
reavivara la fe y que se les confirmara en su misión al mundo. Todo el ministerio de Jesús
giró en torno a ellos.
Y así fue. El tiempo que Jesús dedicó a estos pocos discípulos fue tanto más en
comparación con el que dedicó a otros, que no puede sino considerarse como estrategia
premeditada. De hecho pasó más tiempo con sus discípulos que con todos los demás
juntos. Comió con ellos, durmió con ellos, y habló con ellos durante la mayor parte de
todo su ministerio activo. Anduvieron juntos por los caminos solitarios, fueron juntos a
las ciudades, navegaron y pescaron juntos en el mar de Galilea, oraron juntos en los
desiertos y las montañas, y juntos dieron culto a Dios en las sinagogas y el templo.

Ministró a las masas


No se debe pasar por alto, tampoco, que incluso mientras Jesús se ocupaba de otros, los
discípulos estuvieron siempre cerca para observar y escuchar. De este modo, el tiempo
de Jesús producía dividendos dobles. Sin descuidar su ministerio regular a los
necesitados, mantuvo un ministerio constante para los discípulos al tenerlos siempre
cerca. De este modo fueron adquiriendo los beneficios de todo lo que decía y hacía a
otros, además de las explicaciones y consejos personales que les daba.
Lleva tiempo
Una asociación íntima y constante de esta índole, desde luego, implicó que Jesús
prácticamente no dispusiera nunca de tiempo para él. Como niños que exigen la
atención de su padre, los discípulos estaban siempre a los pies del Maestro. Incluso
cuando se retiraba para sus devociones personales, se veía sujeto a interrupciones de los
discípulos (Mar. 6:46-48; cp. Luc. 11:1). Pero Jesús no hubiera querido otra cosa. Deseaba
estar con ellos. Eran sus hijos espirituales (Mar. 10:24; Jn. 13:33; 21:5), y la única forma en
que un padre puede educar a su familia en forma adecuada es estando con ella.

El fundamento de la consolidación
Nada es más obvio y, sin embargo, se olvida más, que la aplicación de este principio. Por
su misma naturaleza, no llama la atención, y uno tiende a pasar por alto los lu gares
comunes. Pero Jesús no quiso que pasara inadvertido para sus discípulos. Durante los
últimos días de su vida, el Maestro sintió especial necesidad de cristalizar en la mente de
ellos lo que había estado haciendo. Por ejemplo, en una ocasión, digiriéndose a los que
lo habían seguido por tres años, Jesús dijo: "Y vosotros daréis testimonio también,
porque habéis estado conmigo desde el principio" (Jn. 15:27). Sin jactancia y sin que el
mundo se diera cuenta, Jesús daba a entender que había estado preparando a hombres
para que fueran testigos suyos después de que se hubiera ido, y el método que siguió
para ello fue simplemente el de estar "con ellos". En realidad, como dijo en otra ocasión,
por haber "permanecido con" él en las tentaciones, fueron escogidos para ser líderes de
su reino eterno en el que iban a comer y beber a su mesa, y a sentarse en tronos para
juzgar a las doce tribus de Israel (Luc. 22:28-30).
Sería erróneo concluir, sin embargo, que este principio de consolidación personal se
puso en práctica sólo en el caso del grupo apostólico. Jesús se concentró en estos pocos
escogidos, pero en grados distintos manifestó la misma preocupación por otros que lo
siguieron. Por ejemplo, fue a la casa de Zaqueo después de que éste se hubo convertido
en la calle de Jericó (Luc. 19:7), y pasó unas horas con él antes de abandonar la ciudad.
Después de la conversión de la mujer junto al pozo en Samaría, Jesús permaneció por
dos días en Sicar para instruir a los hombres de esa comunidad que "creyeron en él por la
palabra de la mujer", y como resultado de esa asociación personal con ellos "creyeron
muchos más", no por el testimonio de la mujer sino por lo que ellos mismos oyeron de
los labios del Maestro (Jn. 4:39-42). A menudo, alguien que recibía alguna ayuda del
5
Maestro se unía al grupo que seguía a Jesús, como por ejemplo, Bartimeo (Mat. 20:34;
Mar. 10:52; Luc. 18:43). De este modo muchos se unieron al grupo apostólico, como lo
demuestran los setenta que andaban con él en la parte final de su ministerio en Judea
(Luc. 10:1, 17). Todos estos creyentes recibieron atención personal, pero no en la
proporción que la recibieron los apóstoles.
También debería mencionarse el pequeño grupo de fieles mujeres que lo ayudaron con
sus bienes personales, como María y Marta (Luc. 19:38-42), María Magdalena, Juana,
Susana, "y otras muchas" (Luc. 8:1-3). Algunas de ellas permanecieron con él hasta el fin.
Jesús, desde luego, no rechazó sus amables servicios, y a menudo aprovechó las
oportunidades para ayudarlas en la fe. Sin embargo, Jesús estuvo bien consciente de la
barrera que suponía la diferencia de sexos, y si bien aceptó su ayuda, no trató de
incorporarlas al grupo selecto de sus discípulos escogidos. En esta clase de consolidación
existen limitaciones que uno debe reconocer.
Pero aparte de las normas de decoro, Jesús no tuvo tiempo para dedicar a toda esta
gente, hombres y mujeres, una atención constante. Hizo todo lo que pudo, y esto sin
duda sirvió para dejar grabada en los discípulos la necesidad de dedicar cuidado
personal a los neoconversos, pero personalmente tuvo que dedicarse sobre todo a la
tarea de cultivar a algunos hombres, quienes a su vez pudieran dar esta clase de atención
personal a otros.

La iglesia como intimidad constante


En realidad, este problema de dedicar cuidado personal a cada uno de los creyentes, sólo
se resuelve si se comprende a fondo la naturaleza y misión de la iglesia. Es bueno
observar a estas alturas que el nacimiento del principio de la iglesia en torno a Jesús, por
el cual un creyente pasaba a asociarse íntimamente con todos los demás, era la práctica,
a escala más amplia, de lo mismo que Jesús había hecho con los doce. 2 De hecho, la
iglesia fue el medio para consolidar a todos los que seguían a Jesús. Es decir, el grupo de
creyentes se convirtió en el cuerpo de Cristo y, como tal. Se ayudaban unos a otros
individual y colectivamente.
Cada uno de los miembros de la comunidad de la fe desempeñaba un papel en el
cumplimiento de este ministerio. Pero esto resultaba posible sólo en la medida en que
ellos mismos estaban preparados y recibían inspiración. Mientras Jesús estuvo con ellos
en la carne, él fue el líder, pero luego, los que estaban en la iglesia tuvieron que asumir
este liderazgo. Esto significa que Jesús tuvo que prepararlos para ello, lo cual implicó su
asociación personal constante con unos pocos elegidos.

Nuestro problema
¿Cuándo aprenderá la iglesia esta lección? Predicar a las masas, aunque es necesario,
nunca bastará en la obra de preparar líderes para evangelizar. Ni tampoco las reuniones
de oración y las clases de preparación para obreros cristianos cumplen este cometido.
Formar a hombres no es tan fácil. Exige atención personal constante, casi como el padre
la dedica a sus hijos. Esto es algo que ninguna organización ni clase puede dar. A los

2
No se puede dejar de observar a este respecto que las alusiones a los "discípulos", como cuerpo integrado, son mucho más frecuentes
en los Evangelios que las alusiones a algún discípulo en particular. T. Ralph Morton va incluso más allá en el uso de esta analogía, y
afirma que la mayor parte de las alusiones individuales mencionan fallas, mientras que las alusiones al grupo como a un todo hablan
más a menudo de su gozo, comprensión, o logros. Si se recuerda que estos relatos los escribieron los discípulos bajo inspiración, y no
Jesús, resulta significativo que presentaran en estos términos el lugar que ocuparon. Véase T. Ralph Morton, The Twelve Together, pp.
24-30, 103. No hay que deducir de esto que los discípulos como individuos no tuvieran importancia, porque de hecho no fue así, sino ver
el hecho de que los discípulos comprendieron que su Señor los consideró como un cuerpo de creyentes a los que preparaba juntos para
desempeñar una misión común. Se vieron a sí mismos por medio de Cristo primero como iglesia, y luego como individuos dentro de ese
cuerpo.

6
hijos no se les educa por substitutos. El ejemplo de Jesús debiera enseñarnos que lo
pueden hacer sólo personas que permanecen con aquellos a quienes tratan de guiar.
La iglesia sin duda ha fracasado en este respecto, y fracasado en forma trágica. En la
iglesia se habla mucho acerca de la evangelización y la educación cristiana, pero hay
poca preocupación por asociarse en forma personal cuando se ve claramente que tal cosa
implicaría el sacrificio de algo personal. Desde luego que la mayoría de las iglesias
insisten en que los nuevos miembros asistan a clases bautismales que suelen ofrecerse
una hora por semana durante más o menos un mes. Poro el resto del tiempo el joven
converso no tiene ningún contacto con ningún programa concreto de preparación
cristiana, a excepción quizá de la asistencia a los cultos y escuela dominical de la iglesia.
A no ser que el nuevo cristiano, si ya se ha convertido, tenga padres o amigos que llenen
ese vacío en una forma genuina, queda por su cuenta el hallar soluciones para los
innumerables problemas prácticos con los que se encuentra, cualquiera de los cuales
podría tener efectos desastrosos para su fe.
Con una consolidación tan incierta de los creyentes, no sorprende que cerca de una
mitad de los que hacen profesión de fe y entran a formar parte de la iglesia lleguen a
creer o a perder el resplandor de la experiencia cristiana, y que sea imposible que
crezcan lo suficiente en conocimiento y gracia para llegar a ser de verdadero servicio
para el reino. Si los servicios dominicales y las clases para nuevos miembros es todo lo
que una iglesia tiene para ayudar a los nuevos conversos a llegar a ser discípulos
maduros, entonces se echa por tierra ese propósito al contribuir a dar una seguridad
falsa, y si la persona sigue el mismo ejemplo perezoso, en última instancia puede hacer
más mal que bien. No hay sustitutos para el asociarse con las personas, y es ridículo
imaginar que alguna otra cosa, a no ser que sea un milagro, pueda formar líderes
cristianos de peso. Después de todo, si Jesús Hijo de Dios, consideró necesario
permanecer casi constantemente durante tres años con sus pocos discípulos escogidos, y
aún así uno de ellos se per dio, ¿cómo puede una iglesia esperar cumplir su cometido con
una serie de actividades unos cuantos días al año?

Aplicación actual del principio


Es evidente que el ejemplo de Jesús a este respecto nos enseña que cualquiera que sea el
método de consolidación que la iglesia adopte, debe tener por base una preocupación de
custodia personal para con los que se encomiendan a su cuidado. No hacerlo así es
básicamente abandonar a los nuevos creyentes en manos del diablo.
Esto significa que hay que encontrar algún sistema por medio del cual se le dé al
cristiano un amigo a quien él siga hasta que llegue el tiempo en que él pueda guiar a
otro. El consejero debería estar lo más posible con el nuevo creyente, estudiando la
Biblia y orando juntos, contestando a sus preguntas, aclarando la verdad, tratando
juntos de ayudar a otros. Si una iglesia no dispone de consejeros, así, consagrados y
dispuestos a prestar este servicio, entonces debería preparar a algunos. Y la sola forma de
prepararlos es darles un líder a quien sigan.
Esto responde a la pregunta de cómo ha de hacerse, pero es necesario todavía
comprender que este método puede llenar su cometido sólo cuando los seguidores
practican lo que aprenden. De ahí que haya que entender otro principio en la estrategia
del Maestro.

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