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Queridos hermanos y hermanas:

Iniciamos un nuevo tiempo litúrgico: La Cuaresma. Tiempo de gracia y conversión.


Nuevamente se nos abre una nueva oportunidad para volver al Señor, rico en
misericordia. Sabemos que Dios nunca se da por vencido y, como Buen Pastor, nos
busca una y otra vez, ya que su amor es infinito y no conoce límites. Dios es “lento para
enojarse y generoso para perdonar” (Sl. 102).

No podemos y no debemos olvidar nuestra condición de pecadores, con san Pablo


podemos decir que llevamos una espina clavada en nuestra carne que nos lleva a
realizar aquel mal que no queremos. Además, la Escritura afirma que “hasta el más justo
peca siete veces” (Pr 24, 16).

Vivimos tiempos difíciles, en un mundo cada vez más complejo, hoy más que nunca
proliferan ideologías que buscan confundir nuestra fe cristiana y a la sociedad en
general, pareciera que no hay lugar para pensar en un mundo donde reine la esperanza
ni la posibilidad de un futuro mejor. Sin embargo, nuestra fe nos dice otra cosa. A la luz
de la pasión-muerte y resurrección del Señor, se han abierto caminos nuevos, la victoria
de Cristo es también nuestra victoria y su lucha es también nuestra lucha.

En el tiempo de la Cuaresma se nos recuerda que no debemos bajar los brazos ni


pensar que el mal tiene la última palabra. Este tiempo litúrgico nos ofrece numerosos
elementos que nos ayudarán a estar más cerca del Señor y a creer que lo imposible, en
Dios será posible.

Es por esto que les invito a que en este tiempo de gracia que comienza con un gesto
sencillo pero a la vez significativo de la ceniza, entremos en un verdadero espíritu de
arrepentimiento, que seamos capaces de reconocer nuestros pecados y a esforzarnos,
junto con la gracia de Dios, a decir: hasta aquí, ¡basta! Con el miércoles de ceniza
comienza este camino de gracia y conversión. Gracia, porque Dios siempre tiene
preparados sus regalos para aquellos que le aman. Conversión, porque debemos lograr
un cambio auténtico en nuestra manera de actuar. La conversión es parte del regalo de
Dios, ya que si nos convertimos es, en gran parte por Él. El libro de las Lamentaciones
termina de una manera muy bella con esta súplica: “Conviértenos a ti, Señor, y nos
convertiremos” (Lm 5, 21).

No debemos olvidar que en la Cuaresma los actos de piedad son las herramientas
básicas para disponer nuestro corazón a celebrar con fe la Pascua que es nuestra meta.
Por medio de las prácticas de mortificación como son el ayuno y la abstinencia tenemos
la oportunidad de mortificar el cuerpo para fortalecer el espíritu y así resistir al pecado
y conquistar más fácilmente los bienes celestiales. La oración es fundamental para
mantenernos unidos al Señor. Es en la oración donde descubrimos nuestro pecado, ya
que es el mismo Señor quien nos lo muestra, pero al descubrir nuestra realidad, el Señor
nos mueve al arrepentimiento por medio del dolor de nuestras fallas para buscar
después la reconciliación y la paz a través de los sacramentos.

Una práctica necesaria es la limosna, ya que nuestra espiritualidad no debe ser


“intimista”, sino trascendente. El compromiso de todo fiel cristiano es hacer el bien a sus
semejantes, especialmente a los más pobres. En nuestro Plan Orgánico de Pastoral,
este año 2019 lo hemos dirigido hacia el tema de LA POBREZA Y LA SOLIDARIDAD,
porque en nuestro entorno existen muchos hermanos que sufren, pasan carencia y
necesitan absolutamente de la generosidad de los demás.

El Papa Francisco, en su mensaje de Cuaresma para este año nos ha dicho: “La
creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios” (Rm 8,19).

Es precisamente por medio de la caridad y la atención a los más pobres donde la


creación encuentra la respuesta a lo que busca: un mundo donde se viva en el amor y
la justicia. Así es como podemos manifestarnos como hijos de Dios, haciendo el bien,
sobre todo a los más desamparados. La Madre Santa Teresa de Calcuta nos decía que
“amar es dar hasta que duela”.

Es un vivo deseo que tanto sacerdotes, como los demás miembros de la vida
consagrada y laicos comprometidos se esfuercen de un modo especial en este tiempo
de Cuaresma por llevar a sus corazones el anhelo una vida más profunda, de
interioridad, donde la santidad sea la meta y el camino.

Dejemos que el Espíritu de Dios actúe en nuestras vidas para que, saliendo de nuestro
egoísmo, vivamos más y más como hermanos, en camino de regreso a la casa del
Padre.

Que la Virgen del Roble interceda por cada uno de nosotros y nos guíe por el camino
del amor sin fronteras.”

Rogelio Cabrera López


Arzobispo de Monterrey

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