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La historia de la filosofía occidental es inseparable de la discusión sobre la relación entre

cuerpo y alma. En la filosofía antigua, la comprensión del cuerpo humano desempeña un rol
epistémico integrador: la existencia física del hombre es el factor que hace posible la definición
de un punto de partida para la experiencia del mundo. Desde un punto de vista fisicalista,
podemos dudar de todo excepto de que el cuerpo humano existe como algo que puede ser
palpado. En la filosofía racionalista moderna, el cuerpo es convertido en un objeto descriptivo
cuyo funcionamiento debe ser descifrado a través del análisis científico. La razón le da sentido
al cuerpo, y como consecuencia de ello mente y cuerpo no comparten una esencia única.

Aristóteles seguía a Platón en la idea de que la relación entre el cuerpo y el alma es


comparable a la armoniosa relación entre la lira y sus cuerdas. La concepción armonista del
cuerpo y el alma sugiere que ambos se acomodan recíprocamente acorde a un ordenamiento
de las cosas que le imbuye un sentido estético a la experiencia vital. Ver cómo el cuerpo
armoniza con el alma es como escuchar una hermosa pieza musical. La armonía del ser
consiste en el correcto acomodamiento de los elementos que lo componen acorde a ciertas
reglas exteriores. Las piezas que ensamblan el cuerpo humano deben estar combinadas en la
justa proporción para que la armonía se pueda expresar de la forma más pura. La belleza del
cuerpo se produce necesariamente en relación a la belleza del alma. Cada parte del cuerpo
tiene su proporción justa, y el alma también está sujeta a las reglas de proporcionalidad de la
ética.

Detrás del armonismo se esconde una concepción protofuncionalista y artefactual de la


existencia humana. Si se entiende el funcionalismo como la determinación de las relaciones
entre las cosas a partir de sus causas finales, entonces la noción de que el cuerpo y el alma
funcionan en armonía el uno respecto al otro tiene como complemento la existencia de un
conjunto de operaciones instrumentales a las cuales su esencia está ligada. El cuerpo funciona
para algo y el alma también. Ambas operan como organizaciones funcionales o artefactos que
contienen dentro de sí una red de relaciones entre varios otros subcomponentes. Como
consecuencia de ello, la existencia humana no es un fenómeno espontáneo desligado de los
mandatos que gobiernan el funcionamiento del mundo, sino que recibe su esencia de las
normas de proporcionalidad que tienen un origen metafísico. El animus de las cosas reside en
su carácter artefactual, y el cuerpo tiene al alma como fuente primaria de sus capacidades, es
decir, su aptitud para cumplir con determinadas funciones.

En el pensamiento antiguo, el alma es el espíritu vital que inyecta de voluntad a la interacción


entre el cuerpo y las cosas. La acción del cuerpo depende de la energía del alma. El
funcionalismo contemporáneo emplea la categoría de mente para desembarazarse del acento
metafísico que la categoría de alma le da al armonismo, adjudicando a la mente y el
pensamiento una función vital que la filosofía antigua todavía no había reconocido. La filosofía
del cuerpo es uno de los puntos en que las teorías antiguas del alma se empalman con las
teorías contemporáneas sobre la mente.

En la concepción armonista del cuerpo, la esencia del alma remite al cuerpo. No es posible la
existencia de un alma incompatible con su cuerpo. La unidad de ambos es incuestionable
porque es la garantía de que el ser humano expresa con su existencia la unidad metafísica
entre materia y forma. Separarlos equivale a desestructurar la realidad.
La medicina galénica es el paradigma que gobernó la comprensión del cuerpo durante la Edad
media. La reverencia a los saberes establecidos por Galeno en el siglo III impidió durante
muchos siglos ir más allá del acercamiento deductivo a la anatomía. La reserva con que el
cuerpo es tratado es inseparable de su concepción como creación sagrada que no debe ser
profanada. Al hombre su cuerpo no le pertenece. La disección era una práctica prohibida en la
Roma imperial, y debido a ello Galeno tuvo que escribir sus tratados en base a sus aprendizajes
en Alejandría y a lo que era posible descubrir sobre el cuerpo humano a través de la vivisección
de animales.

La exploración decididamente empírica del cuerpo inicia con la anatomía prevesaliana en el


siglo XV. La revisión de los saberes galénicos tenía como condición necesaria la apropiación del
cuerpo por la razón y la ciencia y su separación de la visión religiosa. Sólo si el cuerpo es
propiedad del sujeto se hace admisible someterlo a las intrusiones de la medicina científica y la
disección. Para ser desmitificado, el cuerpo debe ser objetivado: debe ser cortado, desgarrado,
seccionado y reconstruido sin ningún tipo de miramiento moral ni religioso. La muerte del
individuo debe implicar un quiebre de la unidad entre cuerpo y alma. La tesis de la sacralidad
del cuerpo es admisible solo en la medida en que se puede suponer que el alma está presente
en él, y cuando no es así el cuerpo no es más que una cáscara vacía. El alma es lo sagrado, y
una vez que el cuerpo ha sido separado de ella, sólo queda una objetualidad desprovista de
todo halo de divinidad.

La anatomía vesaliana constituye la realización del empirismo medieval en el estudio del


cuerpo humano. El rechazo a los métodos medievales por parte de Vesalio exigía no solamente
el surgimiento de una nueva actitud hacia la sacralidad del cuerpo, sino una nueva manera de
interpretar la manera en que éste está estructurado. Con la anatomía vesaliana, en definitiva
el cuerpo deja de ser el ensamblamiento armónico entre cuerpo y alma, y pasa a ser visto
como el equivalente de una estructura arquitectónica. El cuerpo es un sistema de aparatos
funcionales que interactúan entre sí para mantenerlo con vida.

A partir de 1539, a Vesalio se le permite acceder a los cadáveres de criminales ejecutados para
practicarles la disección. Los diagramas anatómicos que crea en base a sus observaciones
tuvieron no sólo una finalidad explicativa, sino también estética: Vesalio expone el cuerpo
humano no solo como un entramado de frías funciones sino como una creación estética. Las
autopsias públicas que comienza a hacer en los anfiteatros anatómicos buscan no sólo ilustrar
a los estudiantes sobre la dimensión sensible del cuerpo, sino fomentar la apreciación exacta
de la anatomía y la observación directa. El conocimiento preciso del cuerpo hace admisible
pasar por alto las normas religiosas respecto a él.

El establecimiento de la anatomía como disciplina autónoma supuso la aceptación del principio


de que el cuerpo humano debe ser descrito de forma sistemática para poder descifrar su
esencia. La anatomía moderna exige que el estudio del cuerpo se haga lejos de los paradigmas
librescos y las concepciones deductivas que caracterizan a la filosofía antigua. Las
representaciones descriptivas del aparato motor son imprescindibles para concebir el cuerpo
más allá del movimiento que el alma produce en él. El cuerpo estático, sin alma, es por
completo diferente del cuerpo en movimiento.
Para la anatomía moderna, el cuerpo no posee una esencia que esté determinada por su
relación con el alma. Está permitido concebirlo como una entidad vaciada de la sacralidad que
la energía vital le proporciona. Es aceptable tratarlo como algo maleable y dinámico.

La teoría social contemporánea sobre el cuerpo tiene como base los principios definidos por la
concepción racionalista del cuerpo, pero al mismo tiempo tiene como condición necesaria la
aceptación de la tesis de que cuerpo y mente no forman una unidad y su relación puede ser
modificada. La antropología del cuerpo exige ver el aparato corporal como una entidad sujeta
a normas que deben ser quebrantadas para reafirmar su autonomía. El aprendizaje corporal
no está determinado unívocamente por la naturaleza del cuerpo humano, sino que es una
creación social que puede ser desaprendida.

Las concepciones posestructuralistas del cuerpo dependen de la idea de que la relación entre
cuerpo e identidad es algo que se actúa y no precede al sujeto. El sujeto actúa su identidad al
interpretar las características descriptivas de su cuerpo de determinada forma, asumiendo
determinada actitud respecto a las normas establecidas. No hay esencia de la relación cuerpo
y mente porque no hay unidad posible de antemano. La corporeidad es un proceso que está
sujeto a la voluntad del individuo. No hay un ser detrás del hacer. El cuerpo se crea al repetir
cierta multiplicidad de actos a través suyo.

El rechazo al imperativo racional es una prolongación de la controversia sobre el peso del alma
en la normatividad del cuerpo. ¿Hasta qué punto los actos del cuerpo deben estar
determinados por aquello que lo precede? ¿Es posible inventar un cuerpo radicalmente
autónomo por completo separado de las determinaciones que la naturaleza le impone? El
deconstructivismo corporal rechaza la realidad del cuerpo organizada en torno a la diferencia
sexual para dejar abierta la posibilidad de que el sujeto decida voluntariamente su cuerpo. La
rebelión contra el cuerpo requiere de una serie de actos performativos que pongan de
manifiesto la separación entre género y sexo. Si el acto es posterior al sujeto, entonces es
posible deshacer las determinaciones materiales que a éste le fueron dadas antes de haberse
realizado como sujeto que duda de la realidad para existir.

La política de la despersonalización, la apuesta política por romper la autoridad del discurso


del Otro en la constitución del cuerpo para de ese modo supeditar la realidad del cuerpo a la
ley del deseo, en última instancia tiene como fundamento la angustia de no reconocerse a sí
mismo. La rebelión contra lo real del cuerpo tiene sentido en la medida en que se acepte que
la cura para la angustia requiere que el cuerpo se someta a la voluntad del sujeto (o el alma).
En el deconstructivismo de género, la relación entre cuerpo y mente debe ser radicalmente
redefinida para asegurar de algún modo la repersonalización del sujeto.

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