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¿Para qué sirve la educación, que cosas y qué conocimientos se consideran legítimos?
Lo que algo es, la función que tiene y el valor que uno le da no son cosas naturales,
dadas, sino realidades socialmente construidas. Este es el caso incluso cuando hablamos
de las instituciones que organizan buena parte de nuestras vidas, por ejemplo las escuelas.
Para algunos es un enorme aparato de democracia, para otros, la realidad de la
escolarización es algo totalmente distinto: es una forma de control social.
¿De quién es el conocimiento que más valor tiene? ¿Quiénes son los que pueden
imponer su conocimiento como el conocimiento socialmente legítimo en las
escuelas?
El artefacto que juega el papel más importante en la definición del sujeto social cuya
cultura se enseña: el libro de texto.
Los textos son el resultado de actividades, batallas y compromiso de carácter
político, económico y cultural. Son personas reales con intereses reales quienes conciben,
diseñan y escriben los libros de textos. Se publican en función de las constricciones
políticas y económicas de los mercados, de los recursos y del poder. Y los contenidos y
modos de usar los textos son objeto de luchas entre grupos sociales y entre profesores y
estudiantes con mentalidades distintas.
Es una ingenuidad pensar que el currículo de la escuela es un conocimiento neutral.
Lo que cuenta como conocimiento legítimo es el resultado de una complejas relaciones
de poder y de un esfuerzo entre el conjunto identificable de clase, raza, grupo y religión. Así,
la educación y el poder forman una pareja indisoluble.
Es importante darse cuenta de que las controversias sobre el “conocimiento oficial”
que normalmente se centran en torno a lo que se incluye y se excluye en los libros de
textos, comportan de hecho relaciones y conflictos más profundamente políticos,
económicos y culturales.
Los libros de texto, por su contenido y su forma, son una expresión de las
construcciones concretas de la realidad, de las particulares maneras de seleccionar y
organizar el vasto universo de conocimientos posibles. Encarnan lo que Raymond Williams
ha llamados la Tradición Selectiva: la selección hecha por alguien, la visión de alguien
respecto a lo que cabe considerar legítimo en materia de conocimiento y de cultura. En este
proceso, el reconocimiento de los derechos del capital cultural de un grupo supone la
anulación de los derechos civiles de otro.
Los textos como parte del currículum, participan en nada menos que la
sistematización de los conocimientos de la sociedad. Contribuyen a determinar lo que la
sociedad ha considerado legítimo y verdadero. Contribuyen a establecer los cánones de
verdad. Los textos participan en la construcción de las ideologías y de las ontologías, es en
muchos aspectos engañosa, ya que no es la sociedad la que ha creado estos textos, sino
un grupo específico de personas.
Los libros no son solo creaciones culturales, son también mercancías. Los textos
están atrapados en una complicada dinámica política y económica. A nivel internacional los
grandes oligopolios editoriales controlan el mercado de gran parte del material didáctico, no
solo en los centros capitalistas, sino también en otras muchas naciones.
Lo que los libros de texto hacen, el papel social que juegan para los diferentes
grupos, es, pues, muy complicado. Esto tiene consecuencias no solo para las decisiones
acerca de cómo y por quién deben usarse los libros de texto, sino también con miras a la
calidad interna, el contenido y la organización del texto. También tiene una enorme
influencia en la manera como la gente lee e interpreta el texto, especialmente en una época
de resurgimiento de la derecha.
La cultura dominante consigue sus fines no imponiéndose, como una fuerza exterior
ajena a las culturas de los grupos subalternos, sino influyendo en estas culturas, dándoles
un nuevo aspecto, haciéndolas suyas y, haciendo también suyas, junto con ellas, a las
gentes cuya conciencia y cuyas experiencias se definen en sus términos, asociando los
valores y las ideologías de estos sectores sociales con los de los grupos dominantes en la
sociedad. Estos procesos ni borran las culturas de los grupos subordinados ni privan a la
gente de su auténtica cultura: lo que hacen es arrastrarlas hacia un terreno ideológico y
cultural en el que puedan quedar desconectadas de cualquier impulso radical que las haya
podido alimentar, poniéndolas en contacto con tendencias culturales e ideológicas más
conservadoras o incluso netamente reaccionarias.
Cualquier texto está abierto a múltiples lecturas. Los significados, pues pueden ser y
son múltiples y contradictorios. Contestar a la pregunta, ¿“De quién es el conocimiento
que está en un texto? no es nada sencillo.
No podemos dar por supuesto que lo que está “en” el texto sea lo que realmente se
enseña. Ni tampoco podemos dar por supuesto que lo que se enseña realmente se
aprende.
Existen 3 maneras en que la gente puede reaccionar potencialmente ante un texto:
dócil, negociadora, y oposicional. En la lectura dócil del texto, el lector acepta el sentido
literal de los mensajes, lectura que corresponde a la ideología dominante. En la respuesta
negociadora, el lector puede discutir una afirmación concreta, aunque acepte el conjunto de
las tendencias o interpretaciones del texto. Finalmente, la respuesta oposicional rechaza las
tendencias e interpretaciones dominantes. El lector o la lectora “toma posición” en relación
al texto. No solo los textos mismos tienen elementos contradictorios, sino que las audiencias
construyen sus propias respuestas a los textos. En cada libro de texto, pues, hay múltiples
textos, con sus contradicciones, sus múltiples lecturas y sus distintos usos. Los textos
forman parte de la compleja historia de la política cultural.
La clave está en formar un consenso que actué como paraguas que proteja el
mayor número posible de grupos, pero siempre básicamente bajo los principios directivos
de los grupos dominantes.
Por esto, el contenido de los currículos y el proceso de toma de decisiones que le
rodea no puede ser el resultado de un simple acto de dominio. El “capital cultural”
declarado como conocimiento oficial, pues, es fruto de compromisos; debe atravesar un
complejo entramado de filtros y decisiones antes de ser declarado legítimo. Esto afecta a la
selección y a la forma de conocimiento seleccionado, en la medida en que tiene que
convertirse en materia enseñable para los estudiantes de las escuelas. En ese sentido, el
Estado actúa como lo que Bernstein llamaría un “agente recontextualizante” en el
proceso del control simbólico por el que se establecen consenso que posibilitan la creación
de “conocimiento para todos”.
Este proceso de transformación, en el que el conocimiento se separa de su contexto
social o académico original, se “recontextualiza” y se modifica por las normas políticas que
gobiernan su nuevo asentamiento, lo elabora Bernstein con mayor detalle. Editoriales,
asesores pedagógicos y autoridades educativas estatales y locales -cuya tarea es
reproducir, no producir, conocimiento- actúan conjuntamente como agentes
recontextualizantes. Los grupos dotados de poder en el nuevo contexto se apropian del
conocimiento original de las disciplinas académicas, de los diferentes grupos sociales, etc.
El “texto”, como dice Bernstein, “sufre una transformación previa a su relocalización” en el
nuevo contexto. Conforme el texto es “deslocalizado” de su lugar de origen y
“relocalizado” en una nueva situación pedagógica, la lógica y las relaciones de poder de
los agentes recontextualizantes consiguen que “el texto ya no sea el mismo texto”.
Los acuerdos políticos y las necesidades educativas pueden alterar radicalmente la
forma y la organización del conocimiento.
Cuando el conocimiento se convierte en contenido para la escuela, ciertos principios
se encarnan en agentes identificables que ponen en juego estos principios. En palabras de
Bernstein, “el principio de descontextualización regula el nuevo posicionamiento ideológico
del texto en su proceso de relocalización en uno o más niveles del campo de la
reproducción”. De principal importancia son aquí los agentes del estado y los agentes de
la economía, en concreto los editores de los libros de texto. Los principios de
descontextualización y la recontextualización se construyen mediante la interacción de
las necesidades políticas y educativas, que se plasman en los criterios utilizados por los
estados para autorizar los textos y en los imperativos de rentabilidad de los editores.
Los currículo dependen de las desigualdades de poder y de un conjunto de
relaciones sociales que en última instancia juegan un papel importante en determinar de
quién es el capital cultural que se difunde y se “relocaliza” en nuestras escuelas. Solo si se
entiende esta interacción entre las fuerzas que actúan sobre la regulación del gobierno y las
que lo hacen sobre la economía de las editoriales de libros de texto, se puede determinar
cómo funciona esta descontextualización y esta relocalización.
Mientras el libro de texto fue objeto de una preocupación comercial cuyo motivo era
el beneficio empresarial, y mientras los profesores tenían una experiencia educativa
limitada, el libro de texto, desgraciadamente, “escapaba al control institucional”.