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Cuento 1. Los 6 ciegos y el elefante.

En la Antigüedad, vivían seis hombres ciegos que


pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver
quién era el más sabio. Exponían sus saberes y luego
decidían entre todos quién era el más convincente.

Un día, discutiendo acerca de la forma exacta de un


elefante, no conseguían ponerse de acuerdo. Como
ninguno de ellos había tocado nunca uno, decidieron
salir al día siguiente a la busca de un ejemplar, y así salir
de dudas.

Cuando hubieron encontrado uno:

-El más decidido, se abalanzó sobre el elefante con gran ilusión por tocarlo. Sin embargo,
las prisas hicieron tropezar y caer de bruces contra el costado del animal. “El elefante –exclamó–
es como una pared de barro secada al sol”.

-El segundo avanzó con más precaución. Con las manos extendidas fue a dar con los
colmillos. “¡Sin duda la forma de este animal es como la de una lanza!”

-Entonces avanzó el tercer ciego justo cuando el elefante se giró hacía él. El ciego agarró la
trompa y la resiguió de arriba a abajo, notando su forma y movimiento. “Escuchad, este elefante es
como una larga serpiente”.

-Era el turno del cuarto ciego, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola
del animal, que se movía para asustar a los insectos. El ciego agarró la cola y la resiguió con las
manos. No tuvo dudas, “Es igual a una vieja cuerda” exclamo.

-El quinto de los sabios se encontró con la oreja y dijo: “Ninguno de vosotros ha acertado
en su forma. El elefante es más bien como un gran abanico plano”.

-El sexto ciego que era el más viejo, se encaminó hacia el animal con lentitud, encorvado,
apoyándose en un bastón. De tan doblado que estaba por la edad, pasó por debajo de la barriga del
elefante y tropezó con una de sus gruesas patas. “¡Escuchad! Lo estoy tocando ahora mismo y os
aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera”.

Satisfecha así su curiosidad, sentados de nuevo bajo la palmera que les ofrecía sombra retomaron
la discusión sobre la verdadera forma del elefante. Todos habían experimentado por ellos mismos
cuál era la forma verdadera y creían que los demás estaban equivocados.

Moraleja: no juzgar solo por nuestra percepción sin conocer a fondo la realidad.
Cuento 2. La Balanza
En las afueras de la ciudad, en un pueblo pequeño, vivían don Abilio el panadero y don Narciso,
el Lechero.

El panadero todos los días compraba la mantequilla a don


Narciso. Una vez notó que el paquete de una libra de
mantequilla era más liviano. Desde ese día tomó la costumbre
de pesar la mantequilla todos los días, y cada vez el paquete
pesaba menos.

El panadero se llenó de rabia al imaginarse que todo el tiempo


había sido engañado por el lechero, tomó la decisión
demandarlo ante el juez. Se fue al tribunal y le narró al juez lo
que estaba sucediendo.

El juez mandó a llamar al lechero y lo interrogó:

– Don Narciso, ¿Tiene usted una balanza?

-Sí, sí tengo una balanza – contestó el lechero.

-¿Y tiene pesas correctas? –le volvió a preguntar el juez.

-No, señor juez. No tengo pesas, porque en realidad no las necesito.

-Y entonces, ¿cómo sabe si el peso de la mantequilla es correcto?

-Pues muy fácil señor juez –contestó el lechero. Mire usted, su Señoría, yo le vendo la
mantequilla al panadero y él me vende a mí el pan. Todos los días le compro un bollo de pan que
pesa una libra; y ese mismo bollo es el que yo utilizo para pesarle la mantequilla. Si el peso no es
correcto se debe a que el bollo no pesa la libra exacta. Yo confío en la honradez del panadero.

Inmediatamente el juez se dio cuenta de la verdadera situación y declaró libre de culpa al lechero;
mientras que el panadero salió humillado de aquel tribunal.

En esta historia se cumple literalmente aquella cita bíblica que encontramos en Mateo 7:2, en
donde se nos advierte que la misma medida que nosotros usemos para los demás, será usada
para nosotros; pues Dios nos juzgará de la misma manera que juzguemos a los demás.

También me recuerda aquel pasaje de Juan 8:7, en donde unas personas llevaban a una mujer
adúltera para lapidarla, y Jesús les dice que aquel que esté libre de pecado que tire la primera
piedra.
El panadero estaba predicando moral en calzoncillo. Acusaba al lechero de una falta
involuntaria, que él mismo habría provocado al utilizar éste como referencia la misma pesa que
el panadero utilizara.
Antes de ver la paja en el ojo de nuestro hermano, debemos de ver primero la viga que nosotros
tenemos

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