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Occidente y los ostrogodos en Oriente. Los francos, los suevos, los burgundios, los anglos,
los sajones y los jutos, los vándalos, los frisones, los alanos (iranios) y los alamanes
constituían el resto de los pueblos.
Los vándalos arrasaron las Galias, pasaron por Hispania, se dirigieron al norte de
África, conquistaron Cartago, y desde su puerto se dedicaron a la piratería, asolando
el Mediterráneo.
Los sajones, aliados con los anglos y los jutos, se instalaron en Britania, con
costumbres muy diferentes a las romanas.
Salvo casos aislados, la mayoría eran respetuosos de la cultura romana y fusionaron las
costumbres romanas con las propias. La aristocracia germana comenzó a utilizar como su
idioma el latín, que luego —modificado— dio lugar a las lenguas romances.
Asia
En China, se produjeron adaptaciones similares y así los tuoba del período de los Tres
Reinos adoptaron el sistema de administración de la civilización china, limitándose en gran
parte los cambios en el norte de China al cambio de las élites dominantes.
Los hunos
Artículo principal: Hunos
Los hunos eran un pueblo nómada procedente de la zona de Mongolia, en el Asia Central,
que empezó a emigrar hacia el oeste en el siglo III, probablemente a causa de cambios
climáticos. El caudillo de esta confederación en su máximo apogeo fue Atila,
probablemente un guerrero ligado a la nobleza (Kan) de origen túrquico.
Los caballos tenían una gran importancia para este pueblo, habituado a combatir montados,
utilizando como armamento lanzas y arcos. Emigraron con sus familias y grandes rebaños
de caballos y otros animales domésticos en busca de nuevas tierras de pastos donde
instalarse.
Por su destreza y disciplina militar, nadie fue capaz de detenerlos y desplazaron a todos los
que encontraron a su paso. Provocaron así una oleada de migraciones, ya que los pueblos
huían antes de que llegaran, para no enfrentarse con ellos.
Atila
Atila (hacia 406-453) fue el último y más poderoso rey de los hunos. Gobernó el mayor
imperio de su tiempo desde el 434 hasta su muerte. Sus posesiones se extendían desde la
Europa Central hasta el mar Negro, y desde el Danubio hasta el mar Báltico.
Durante su reinado fue uno de los más acérrimos enemigos de los Imperios romanos
Oriental y Occidental. Invadió dos veces los Balcanes, tomó la ciudad de Roma y llegó a
sitiar Constantinopla en la segunda de las ocasiones. Logró hacer huir al emperador
Valentiniano III de su capital, Rávena, en 452. Marchó a través de Francia hasta llegar
incluso a Orleans, la que saqueó, antes de que le obligaran a retroceder en la batalla de los
Campos Cataláunicos (Châlons-sur-Marne).
Aunque su imperio murió con él y no dejó ninguna herencia destacada, se convirtió en una
figura legendaria de la historia de Europa.
El comienzo de las invasiones al Imperio romano
Entre los años 235 y 285 Roma estuvo sumida en un periodo de anarquía y guerras civiles.
Esto debilitó las fronteras. Los germanos, en busca de nuevas tierras, se desplazaron hasta
la frontera norte del imperio. Los emperadores de la época permitieron la entrada de los
germanos bajo dos condiciones: debían actuar como colonos y trabajar las tierras, además
de ejercer como vigilantes de frontera. Sin embargo, esta pacificación terminó cuando
Atila, el rey de los hunos, comenzó a hostigar a los germanos, que habían invadido el
Imperio.
Luego de la retirada de los hunos, las tribus bárbaras se establecieron en el interior del
imperio: los francos y burgundios tomaron la Galia; los suevos, vándalos y visigodos se
asentaron en Hispania; los hérulos tomaron la península itálica tras derrotar y destituir al
último emperador romano, Rómulo Augústulo (476). Posteriormente, los hérulos se
enfrentarían a los ostrogodos, saliendo estos últimos victoriosos, y haciéndose con el
control de toda la península itálica. Cabe destacar que, si bien los germanos no eran muy
desarrollados culturalmente, asimilaron muchas de las costumbres romanas,
desarrollándose así como parte de la actual cultura occidental.
Después de los siglos dorados del Imperio romano (periodo denominado Pax Romana,
siglos I al II), comenzó un deterioro en las instituciones del Imperio, particularmente la del
propio Emperador. A consecuencia de las malas administraciones de la Dinastía de los
Severos, en particular la de Heliogábalo, y tras la muerte del último de ellos, Alejandro
Severo, el Imperio cayó en un estado de ingobernabilidad al cual se le denomina crisis del
siglo III.
Entre 238 y 285 pasaron 19 emperadores, los cuales —incapaces de tomar las riendas del
gobierno y actuar de manera concorde con el Senado— terminaron por situar a Roma en
una verdadera crisis institucional. Durante este mismo período comenzó la llamada
invasión pacífica, en la cual varias tribus bárbaras se situaron, en un principio, en los limes
del Imperio debido a la falta de disciplina por parte del ejército, además de la
ingobernabilidad producida en el poder central, incapaz de actuar en contra de esta
situación.
Por otro lado, las guerras civiles arruinaron al Imperio, el desorden interno no sólo acabó
con la industria y el comercio, sino que debilitó a tal punto las defensas de las fronteras
imperiales que, privadas de la vigilancia de antaño, se convirtieron en puertas francas por
donde penetraron las tribus bárbaras.
Tras una breve «estabilización» del Imperio, en manos de algunos emperadores fuertes
como Diocleciano, Constantino I el Grande y Teodosio I, el Imperio se dividió
definitivamente a la muerte de este último, dejándole a Flavio Honorio el sector de
Occidente, con capital en Roma, y a Arcadio el sector Oriental, con capital en
Constantinopla.