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Juramento Ante la ley

Usualmente se han concebido cuatro profesiones tradicionales: el clero, la milicia, el derecho


y la medicina. El valor de las dos primeras ha ido decayendo con el tiempo (Abel, 1973) y
han tomado diferentes formas. Creo que resulta valioso preguntar por su surgimiento,
permanencia y, sin querer incurrir en un devaluó de otras formas tradicionales, su importancia
simbólica. Ellas responden, a mi parecer, a factores básicos de la interacción humana, tanto
entre humanos como entre el humano y su entorno. Las cuatro constituyen roles dentro de
mecanismos desarrollados por la especie para responder a factores inevitables. La religión
responde a una necesidad de significación metafísica. La milicia a una necesidad de
protección comunitaria. El derecho a una necesidad de procesar conflictos comunitarios y de
establecer ideas normativas a partir de las cuales organizar la vida social1. La medicina a una
necesidad de reparar un cuerpo deteriorable por las condiciones del entorno y que se pudre
con el tiempo; responde a la necesidad de superar fallos orgánicos para que se nos permita
continuar con nuestra vida dogmática, en el sentido etimológico de la palabra: aquella vida
relativa al pensamiento, a nuestros propósitos y ambiciones.

La reflexión que da inicio a este texto surge de la lectura de un escrito del profesor Diego
López publicado en Ámbito Jurídico el año pasado. En él se pregunta si los abogados
comprendemos a nuestros clientes de la misma manera en que un médico comprende a su
paciente, si nos interesamos por su conflicto de la misma manera en que un médico se interesa
por la enfermedad, o si las maneras de nuestra profesión no nos permiten ver el cuerpo y
alma del ‘paciente’ del conflicto. Opto por creer que lo segundo es cierto pero no es necesario.
Ambas profesiones tienen como aspecto común su naturaleza de mecanismo que responde a
factores del tipo delineado previamente. La manera en que se organizan las instituciones
sociales depende de una serie de elementos contextuales y culturales (Abel, 1973; Felstiner,

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Esto sugiere un enfoque que incurre en el error de separar la necesidad de simbolismo. El derecho, al tener
la capacidad de resolver conflictos, toma fuerza como un espacio en el que se establecen las verdades
respecto a la interacción social, y que genera ideas normativas representativas de un sistema valorativo
común a una comunidad (ya sean en su forma positiva o implícita). Esta relación funciona al contrario de igual
manera, un sistema valorativo común a una comunidad comienza a generar ideas normativas respecto a la
interacción social que son convertidas en verdades mediante un aparato de resolución de conflictos. Sobre
este error puede verse la crítica al entendimiento del ‘materialismo dialectico’ elaborada por Renán Silva en
el primer capítulo de su libro Cuestiones Disputadas (2016). Más específicamente la discusión de la difusión
de su teoría, elaborada desde la página 18.
1974; Fallers, 1969). No obstante, la materia humana a la que responden prevalece más allá
de ellos. Conviene examinar, teniendo presente esta similitud como base, qué es lo que lleva
a que el derecho difiera de la medicina en su interacción con lo humano.

Un corto texto de Kafka, referenciado en el título, puede resultar ilustrativo para este
propósito. En él se trae ante nosotros la corta narración de un campesino que busca acceder
a la ley pero que, al llegar a sus puertas, se encuentra con un guardián que le niega la entrada.
Sin ánimos de realizar una interpretación elaborada sobre el pequeño relato, hay que rescatar
de él la manera en que se concibe al derecho con el propósito de entender un poco más de
cómo la estética publica, en el sentido aristotélico de la expresión, concibe nuestra profesión.
Este análisis, a mi parecer, resulta fructífero debido a que nos permite reconocer elementos
básicos de la interacción entre el derecho y lo humano en las sociedades complejas que nos
permiten elaborar nuestra comparación.

Los guardianes que se atraviesan entre el hombre común y la ley son aterradores y cada
vez más insoportables: el hombre común ve a la ley como aterradora, y en medio de este
terror yace la incomprensión; la incomprensión es aquello que rompe la posibilidad de
acceder a la ley. Con el tiempo el guardián y el campesino hablan, pero las preguntas del
primero a este último son indiferentes: son indiferentes como lo son las del abogado que ve
casos y no personas (Galanter, 1972), y que solo busca lo relevante para los propósitos del
proceso y no necesariamente lo relevante para los propósitos dogmáticos del representado2.
El campesino maldice su mala suerte, con fervor al inicio y con pasividad posteriormente,
pero se somete a la autoridad de la espera; sometimiento similar al del ciudadano que maldice
ser traído ante la ley, pero que no halla otra salida y se somete a la autoridad del largo y
tortuoso proceso. En pocas palabras, el derecho es entendido como un castigo, un castigo
frio, necesario e inescapable.

Su necesidad e inexorabilidad es entendible por la organización de una sociedad


compleja, pero su carácter de castigo y su frialdad flota en el aire ¿Por qué el derecho es un
castigo? ¿Por qué se presenta como una serie de procesos fríos y aterradores? En cierto

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Los textos de Felstiner y Abel referenciados previamente ofrecen una discusión muy rica sobre el tema.
Dependiendo de la estructura del proceso se permite la investigación de ciertos asuntos, que no siempre
responden a los preferidos por el tipo de relación entre individuos en conflicto. Recomiendo ver la discusión
que hace este último sobre las instituciones de disputa como resultado de la elección del disputante en el
último capítulo de su texto (p. 284-304).
sentido, la unidad de cuidados intensivos, narrada por López en el artículo ya mencionado,
se asemeja al proceso judicial y al martirio del campesino ante la ley. Se llega en medio de
una conmoción angustiosa que con el tiempo se torna melancólica; hay un miedo presente en
el paciente y en sus familiares, que viene en parte de la imposibilidad de actuar y, en parte,
del peligro latente que los llevo allí; el proceso de espera es largo y tortuoso y las relaciones
entre individuos son superficiales3: preguntas sobre aquello que los llevo allí. De manera
similar, el médico y el abogado ven todo inmersos en este proceso, pero lo que viene después
de la UCI es diferente a lo que viene después del proceso judicial, tal como la relación entre
el médico y su paciente es distinta a la relación entre el abogado y su cliente. Para los
primeros “un paciente llega[…] pidiendo ayuda, su alma y cuerpo alarmados hasta el
extremo, y ellos tenían un saber profesional que podía, a veces, restablecerles la salud y les
permitía continuar con el proyecto de sus vidas” (López, 2017).

El conflicto y la enfermedad son elementos inevitables en la vida del ser humano, como
ser social y como ser efímero. El resultado de la profesionalización elaborada para tratar estos
elementos produce parte del castigo y la frialdad: no se puede acceder a la medicina como
no se puede acceder a la ley, se necesita de un conocimiento para entrar a ambas. La otra
parte del castigo y frialdad la dan las necesidades del proceso. Las UCI tratan cientos de
enfermos como los tribunales fallan cientos de casos; se podría pensar que ambas, en su
necesidad de efectividad, tratan a las personas como números, haciendo que ellas se vean
encerradas en un proceso solitario en el cual no importa qué soy fuera del proceso.

La sociedad individualista es la misma, pero la medicina rompe con la frialdad absoluta.


Hay una empatía y un sentido de responsabilidad con la vida humana común en los médicos,
empatía y sentido que no se ven reproducidos en la actividad judicial. Como vimos, ambas
se enfrentan de manera análoga a una profesionalización y sistematización en el proceso,

3
Estas relaciones narradas por López son entre personas en la sala de espera, y no entre el médico y el
paciente. Resalto este punto debido a que las relaciones sociales del proceso judicial son iguales a las del
proceso medico: ellas surgen de la sociedad en la que se encuentran inmersos. “Esta comunidad de sufrientes
y querientes se construye de manera más bien tácita. Arrojados a una misma situación vital por el azar y la
contingencia, llegan allí individuos que nunca se han rozado y que nunca lo harán en el futuro. El
individualismo de nuestras vidas demanda que les dejemos a los otros un espacio amplio para que vivan en
soledad los momentos más intensos y trascendentes de la vida y, entre ellos, los misterios insondables de la
vida y de la muerte donde se siente en el alma que el mundo se quiebra y que la tierra se abre “. Lo divergente,
entonces, es la relación entre el profesional y el atendido.
pero la relación del profesional con el que llega a las puertas de su profesión es distinta. Creo
que esto sucede por la manera en que entendemos nuestro sentido dentro de la profesión. Los
médicos, dentro del juramento hipocrático, juran compasión, se arraigan a la dignidad y a lo
humano. Juran ante lo humano. Los abogados juramos al imperio de la ley, y en algunos de
nosotros existe un sentido de compromiso a la justicia. Un juramento ante la ley resulta
esencialmente distinto a un juramento ante lo humano. Quizá sea este cambio de cuerpos y
almas a libros autoritarios lo que hace que nos presentemos como guardianes aterradores que
protegen un proceso frio. Quizá es esto lo que nos lleva a olvidar que más allá de nuestros
casos hay personas y vidas que los componen y que tienen una vida dogmática que continuar.
Quizá sea jurar ante los libros autoritarios que componen la ley, sus conceptos y sus
principios, lo que nos evita ver la realidad a la que sus palabras se refieren. Quizá deberíamos
jurar a aquel a quien se refieren las letras y no a las letras; jurar ante lo humano que el derecho
busca preservar4.

Bibliografía

Abel, R. L. (1973) A Comparative Theory of Dispute Institutions in Society. Law & Society
Review (8, 2, 217-347).

Felstiner, W. L. F. (1974) Influences of Social Organization on Dispute Processing. Law &


Society Review (9, 1, 63-94).

Galanter, M. (1966) The Modernization of Law. En M. Weiner (ed.) “Modernization”.


Washington, D. C.: Basic Books.

López, D. (2017) Unidad de Cuidados Intensivos. Ámbito Jurídico. Disponible en:


https://www.ambitojuridico.com/constitucional-y-derechos-humanos/unidad-de-
cuidados-intensivos.

Fallers, L. (1969) Law Without Precedent: legal ideas in action in the courts of colonial
Busoga. London: University of Chicago Press.

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Esto no implica cambiar el texto por algo más, sino cambiar la manera en que se lee. Toda lectura abstrae
elementos relevantes de acuerdo con un propósito. Los propósitos de la lectura del derecho, creo yo, están
ampliamente determinados por la manera en que el abogado se entiende a sí mismo dentro de su función.
Un cambio en el auto-entendimiento del rol del abogado implica necesariamente un cambio en la manera en
que se entiende el derecho.

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