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Arturo Warman Gryj

La danza de
moros y cristianos

M h m n 46
Secretaría de Educación Pública

Secretario
Víctor Bravo Ahuja
Subsecretaría de Cultura Popular
y Educación Extraescolar
Gonzalo Aguirre Beltrán
Dirección General de Educación
Audiovisual y Divulgación
María del Carmen Millán
Subdirección de Divulgación
Roberto Suárez Arguello

Primera edición: 1972.


@ Secretaría de Educación Pública.
S e p / S e t e n t a s 3 S u r 124, N’ 3006; México 13, D. F.
Impreso y hecho en México | Printed and made in México.
Cortés:
Es tan eterno este Dios,
que si quieres ver su gloria
olvida tu ley que tienes
y ve a un Dios verdadero.

Moctezuma:
¿Y para qué traes tu acero?

Cortés:
Porque si renuente estás
y no admites lo que quiero,
en él experimentarás
que éste es Dios verdadero.

Danza de la Conquista. Cuilapan, Oax,


(Recopilación de Francés Gillmor).
PRÓLOGO

E ste trabajo trata de una danza y de su historia; por su


tema puede ser considerado como un estudio del folklore.
Algunas manifestaciones de la cultura se consideran ge­
neralmente como parte del folklore de los pueblos. Así
sucede con los cuentos, leyendas, adivinanzas y refranes que
se transmiten oralmente de generación en generación. Tam ­
bién se consideran así las comidas regionales, los trajes, y
h a s ta algunos instrumentos y oficios que se heredan de los
mayores. Las danzas, la música, los bailes y canciones tra­
dicionales o vernáculas también se incluyen como una parte
importante del folklore.
Quienes estudian este tipo de manifestaciones, los folklo­
ristas, no han logrado ponerse de acuerdo en cómo distin­
guirlas de otras manifestaciones culturales que ellos no estu­
dian. Sus opiniones son muy diversas respecto a por qué
estudiar la rueca y el telar y no la fábrica; por qué ana­
lizar los cuentos de los viejos de un pueblo y no la obra
de un famoso novelista; o por qué estudiar la danza de
moros y cristianos -y no las películas de vaqueros o de
charros.
Para algunos folkloristas su material de estudio se distin­
gue por sí mismo, por tener características propias y dife­
rentes a las de los otros fenómenos de la cultura. Quienes
sostienen esta posición coinciden, en que el folklore posee
las siguientes características: el ser anónimo o no tener
un autor conocido, el no transmitirse por escrito o ser oral,
el ser tradicional o transmitido de una manera informal

9
o no institucionalizada y, por último, el ser antiguo. Para
ellos, todos los hechos culturales que cumplen con estas
condiciones son parte del folklore.
Esta posición presenta una serie de problemas. Coloca
al investigador frente a hechos que, si bien reúnen los re­
quisitos pedidos, son demasiado diversos y no guardan nin­
guna relación ni coherencia entre ellos. Sobre esas bases,
el lenguaje hablado sería objeto del estudio del folklorista
aunque no lo sería el lenguaje escrito; serían parte del fol­
klore costumbres simbólicas o formales, como el uso de
la corbata, lo mismo que algunas técnicas agrícolas o arte­
sanales de las que depende la subsistencia de millones de
personas. También serían considerados como folklore algu­
nos objetos materiales como un cuchillo, un peine, una casa
o una canoa. En todos los casos estamos frente a hechos
u objetos que no tienen autor o inventor conocido, su uso
se aprende verbalmente y en la práctica informal, además
de que tienen un origen remoto en el tiempo. Esta posi­
ción aísla de su contexto hechos de muy diverso valor
y significado que no pueden ofrecer una relación clara
entre ellos tomando como base un criterio formalista.
Ante la dificultad de caracterizar hechos de la cultura
en abstracto, otros folkloristas buscaron definir su tema de
estudio por otro camino. Pensaron que lo importante del
folklore no estaba en las características del fenómeno cultu­
ral sino en las de quienes lo practican. Sería el folklore lo
que el pueblo hace.
Pero no resultó fácil definir al pueblo. Trataron de ha­
cerlo siguiendo un método excluyente. No serían del pue­
blo los grupos primitivos que viven aislados. El pueblo
estaría en medio de los extremos. Llegó a decirse que el
pueblo lo forma la gente no ilustrada de las naciones civi­
lizadas. Ellos serían los portadores y los creadores del fol­
klore. El problema es que no les fue posible definir clara­

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mente los conceptos de nación civilizada y de ilustración
que tienen contenidos diferentes entre las distintas culturas.
Los folkloristas creyeron que la civilización sólo podía
referirse al modelo occidental de progreso y que la ilustra­
ción era el saber académico, escolar, que se daba en esas
condiciones. Pensaron que el pueblo era el paso interme­
dio entre la barbarie de los primitivos y la cultura urbana
de Occidente. El conocimiento de otras civilizaciones y otros
modos de ilustración rompió con ese esquema simplista.
Las ciencias sociales no encontraron cómo distinguir al
pueblo en condiciones concretas y acabaron por abando­
nar ese concepto.
De hecho los folkloristas actuales no han logrado definir
plenamente el objeto de su estudio y escogen sus temas
guiados por una tradición acumulada en investigaciones an­
teriores que señalan los temas del folklore.
Pero el concepto de folklore trascendió el medio cien­
tífico y llegó a utilizarse de m anera usual para referirse
á las manifestaciones artísticas de tipo tradicional. En el
: lenguaje diario, llamamos folklore a las canciones, artesa­
n ías, fiestas y danzas que tienen un origen antiguo y tra­
dicional. El término folklórico quiere acentuar en este caso
lo típico, lo que se quiere usar como representativo de
una región o hasta de un país. En este uso de la palabra
folklore va también implícita una diferencia entre el Gran
Arte, con mayúsculas, de la cultura occidental y las artes
menores de los ignorantes. En el caso de México, donde
la idea de folklore ha sido asociada a los grupos indígenas
del país, no deja de tener implicaciones discriminatorias.
Para los algunos el folklore es el arte de los inditos,
Pero en nuestro medio la palabra folklore sirve a mu­
chos otros propósitos. Es lo que se ofrece al turista como
lo exótico de un país misterioso, incluyendo hasta ceremo­
nias a dioses inexistentes que se realizan en hoteles de lujo.

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Es la falsa representación del alma de una nación en for­
ma de ballet.
Son los productos típicos que enriquecen a comerciantes
y saquean a los productores de artesanías. Es una sensibi­
lidad aguardentosa usada para vender por los medios ma­
sivos de comunicación. Es también una expresión de nacio­
nalismo, un intento oficial de crear símbolos para la na­
ción que propicien el surgimiento de una identidad.
El concepto de folklore ha llegado a perder significado
al usarse de m anera tan diversa y a veces hasta grotesca. Sin
embargo, en todos sus usos, desde el científico hasta el mer­
cantil,- sirve para indicar la presencia de dos o más culturas
diferentes que conviven, sean el pueblo y la élite o el indio
y el país moderno. El término folklórico siempre surge
cuando dos grupos de costumbres distintas se ponen en
contacto para formar una unidad mayor y diferente de
ambas.
Este trabajo pretende estudiar el proceso mediante el
cual diversas culturas se pusieron en contacto, qué tipo de
relaciones establecieron entre ellas y qué características
tiene la unidad mayor resultante. Su preocupación mayor
es el proceso histórico, el cambio y la transformación de los
grupos y culturas, con la esperanza de poder contribuir a
la comprensión de la realidad contemporánea.
Son dos los sujetos del estudio: la población nativa que
ocupaba el territorio de lo que hoy es México desde antes
del descubrimiento de América y los conquistadores euro­
peos que se adueñaron del poder político después de la
conquista. Ambos habían desarrollado de m anera inde­
pendiente grandes civilizaciones y realizado notables haza­
ñas culturales. Pero ambos no se enfrentaron en condicio­
nes ele igualdad. Unos fueron sojuzgados y los otros ven­
cedores. A partir de entonces las relaciones entre ambos

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fueron desiguales, asimétricas. Los vencidos serían despoja­
dos en beneficio de los dominadores.
L a población indígena que había sido dueña de su pro­
pio destino pasó a ser un engranaje del gran imperio espa­
ñol que se m anejaba de una m anera centralizada. Sobre
los intereses del resto se impuso el interés de España, la
nación metropolitana, la capital imperial. Los recursos de
los indígenas y su destino mismo pasaron de sus manos a las
de la metrópoli. Se instauró el régimen colonial, del que
los indígenas eran sólo una parte.
España era grande y compleja. Su contacto con las co­
lonias requería de un grupo de intermediarios que repre­
sentaría sus intereses, su voluntad. Los primeros interme­
diarios fueron los conquistadores que formaron la otra
parte del régimen colonial. Éstos eran portadores de la
cultura española o de muchas expresiones distintas de ella.
: En la nueva tierra y ante nueva gente, reelaboraron su
propia cultura, la convirtieron en una cultura de conquis­
ta. Seleccionaron lo útil y abandonaron lo superfluo. Esco­
gieron entre su vasta tradición lo que mejor se ajustaba
a su nuevo papel, aquello que mejor les permitía sobrevivir
y sojuzgar.
: L a danza de moros y cristianos fue seleccionada como
parte de la cultura de conquista. No lo fue por ser anóni­
m a ni por ser típica, sino porque desempeñaba un papel
en el proceso de la conquista. Este papel fue para mí lo
importante. Pensé, y sigo pensándolo, que al conocer el
papel que la danza desempeñó en la vida de los conquis­
tadores algo podría saberse sobre el proceso de dominio.
La danza de moros y cristianos fue también adoptada
por los indígenas. También ellos, ante los nuevos amos,
tuvieron que reelaborar su cultura. También los indígenas
crearon una cultura de conquista para la que seleccionaron
de entre su propia tradición y la que ofrecían los conquis­

13
tadores aquello que era importante para sobrevivir. Tam ­
bién en este caso la danza podría ser importante para co­
nocer la otra cara del dominio.
Conocer cómo la danza pasó de unos a otros abría la po­
sibilidad de saber cómo se relacionaron las partes, los suje­
tos de la historia y cómo se formó el régimen colonial que
envolvía a conquistadores y vencidos. M ediante estas rela­
ciones las culturas se fueron acomodando para coexistir.
Bajo el régimen colonial surgieron otros grupos, como
los mestizos, divididos en numerosas castas. Ellos no tenían
cultura original y tuvieron que elaborar una. Por razones
políticas, los mestizos no fueron asimilados por los grupos
primarios sino que, por el contrario, fueron segregados.
Ellos conformaron una cultura colonial que se alimentó
de las culturas de conquista y de otros aportes como el que
introdujo la población africana.
L a multiplicidad social y étnica del México colonial se
expresó también en una gran variación cultural. L a dan­
za de moros y cristianos, el festejo más popular en la Nue­
va España, fue cultivado en diferentes medidas por todos
los sectores y se fue modificando con ellos. L a evolución
de los grupos tomó caminos diversos que la danza reflejó.
Las relaciones entre los distintos grupos se hicieron más
distantes y más injustas.
L a danza de moros y cristianos persiste hasta hoy en día.
Es acaso el festejo tradicional más ampliamente practi­
cado en el país. Su persistencia no es accidental ni tam ­
poco obedece a su belleza o tipicidad. Su celebración no
es exótica ni misteriosa, sino que obedece a motivos que
se pueden conocer y ése es el propósito de este estudio.
L a danza persiste no sólo en México, aunque el estudio
se limite a su territorio; también está presente en casi to­
dos los países latinoamericanos. Esto sugiere que estamos
frente a un proceso más amplio y general. En ese sentido

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puede decirse que las conclusiones obtenidas son válidas
como hipótesis más generales.
Algunas consideraciones generales se derivan del estu­
dio. La aculturación, el proceso mediante el cual dos o más
culturas se ponen en contacto para integrar un nuevo sis­
tema, no implica la integración, la absorción de la cultura
de los vencidos por la cultura de los vencedores. Por el
contrario, cuando el contacto se da en condiciones de des­
igualdad como en el caso de México, las culturas de los
grupos participantes adquieren caminos divergentes. Esto
no implica aislamiento e independencia de las culturas,
sino por el contrario contacto estrecho y hasta dependen­
cia mutua. Las divergencias son resultado del contacto
y no del aislamiento, es decir, cuando la aculturación se
da en condiciones de dominio se produce una diversifica-
eión cultural y social y no una asimilación que produzca
una cultura homogénea.
La aculturación implica modificaciones, a veces brutales,
en las sociedades y culturas que establecen contacto, so­
bre todo si éste es asimétrico, desigual. Generalmente se
ha admitido que tales transformaciones se dan de manera
gradual y continua y con tendencia a la homogeneidad fi­
nal. El estudio sugiere lo contrario. Las transformaciones
básicas, las que cambian la orientación en la evolución de
las culturas, no son el resultado de un proceso lento sino
que por el contrarío suceden en lapsos cortos y de gran
intensidad. Los cambios definitivos en las sociedades se
dan por procesos revolucionarios y sólo los ajustes meno­
res son el resultado de cambios paulatinos. A la m anera de
la evolución biológica que se produce por saltos, por imita­
ciones, la evolución social se da de m anera discontinua
a través de las revoluciones. Tam bién como en la evolu­
ción biológica, la evolución social no tiende k la homoge­
neidad sino a la diversificación, al pluralismo.

15
Estas conclusiones no son nuevas, no se descubrió el
liilo negro, pero contribuyen a cuestionar afirmaciones que
se dicen evidentes. Por ejemplo, que las poblaciones indí­
genas son el resto del pasado y que por ello están destina­
das a la desaparición. El estudio sugiere que las pobla­
ciones indígenas son el resultado del mismo proceso que
en otro de sus extremos produce a la llamada sociedad
moderna de tipo occidental. Las sociedades indígenas son
el resultado de la diversificación que se origina por el con­
tacto. Son tan actuales y modernas como las otras culturas
derivadas del mismo hecho. Son, como las demás, distintas
y nada más. Las culturas indígenas no son estáticas, han
sido transformadas y siguen siendo distintas, volverán a
transformarse y m antendrán su distinción.
El estudio fue terminado hace tiempo. Hoy, posible­
mente no se hubiera hecho o hubiera sido distinto.
Por último, quisiera expresar mi agradecimiento a quie­
nes colaboraron con su crítica y aliento y a quienes, como
Virginia Molina Ludy, antropóloga, colaboraron con su
trabajo e interés. Sin ellos, esta labor no hubiera sido
posible.

16
LA DANZA DE MOROS Y
CRISTIANOS EN ESPAÑA

El p e r ío d o f o r m a t iv o

L a d a n z a de moros y cristianos es un producto de la épo­


ca medieval. Su origen puede precisarse, temporal y geo­
gráficamente, alrededor del siglo xn en alguna parte del
oriente de España, posiblemente Aragón, ya libre de la
dominación sarracena. Esta suposición se basa en la pri-
inéra referencia documental a la danza: cuando en oca­
sión de la boda de Ramón Berenguer IV, conde de Catalu­
ña, con Petronila, reina de Aragón, celebrada en la catedral
de Lérida en el año de 1150, se fingió un combate entre
moros y ' cristianos.1
El combate fingido, antecedente formal de la danza de
moros y cristianos, es uno de los temas más antiguos de la
historia de la danza en Occidente. Entre los griegos se lla­
mó xiphismos,2 y ellos y los romanos se encargaron de su
amplia difusión por Europa. Los visigodos lo adoptaron
de la cultura romana y lo incorporaron a los llamados
juegos militares, especie de torneos en que se probaba la
fuerza física de los combatientes. Gaspar Melchor de Jove-
Uanos, refiriéndose a la danza de las espadas, afirma en
1790 que ésta era muy popular en España en el siglo xu,
1 Capmany, Aurelio. “El baile y la danza”, en F, Carreras Can­
di (Director), Folklore y costumbres de España. 2 vols. Barcelona,
Casa editorial Albérto Martín, 1942. T. II, p, 384.
2 Ibid. T. II, pp. 398-405.

17
y agrega: . los que saben la fórmula de la elevación
de los reyes visigodos, poco trabajo tendrán en atinar con
el origen o, por lo menos, con el tipo de esta d a n z a .. .”3
Igual proceso debieron seguir las demás culturas “bárba­
ras”, como lo sugiere el hecho de que dos posibles deriva­
ciones de estos juegos: los torneos caballerescos y las dan­
zas de espadas o de sus menos refinados y peligrosos sus­
titutos, los garrotes, hayan gozado de muy antiguo arraigo
en toda Europa, con excepción quizá de Escandinavia.
Foster sugiere que estas danzas y juegos alguna vez par­
ticiparon del complejo de fiestas primaverales en tiempos
precristianos y recibieron un nuevo soplo de vida cuando
se transformaron en parte de los festivales católicos, refle­
jando así el proceso de aculturación religiosa en Europa.4
Las danzas de bastones y espadas subsisten hasta nues­
tros días. Bien como danzas independientes, como la espa-
dant-za de tierras vascas, el torneo y os torneixants de Va­
lencia, o las variantes de los palillos o paloteados que están
ampliamente difundidas por España; o bien bajo el influjo
de la danza de moros y cristianos, como los dances coreo­
gráficos de Aragón, y las numerosas variantes de las danzas
moriscas esparcidas por Europa, como las morrls dances de
Inglaterra, las moriskentanzen de Alemania o la moreska
de Dalmacia.
Si los combates fingidos y sus derivaciones coreográfi­
cas proporcionan un antecedente formal de las morismas,

3 Jovellanos, Gaspar Melchor de. “Memoria para e! arreglo de


los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en Espa­
ña”, en Obras publicadas e inéditas d e ... Madrid, M. Rivadenei-
ra, 1858 (Biblioteca de autores españoles, 46), pp. 480-482.
4 Foster, George M. Cultura y conquista: la herencia española
de América, trad. de Garlo Antonio Castro. Xalapa, Universidad
Veracruzana, Í962 (Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Le­
tras, 14), pp. 381-382.
18
su fuente de inspiración temática, que implica su rela­
ción funcional con la realidad, debe buscarse en la historia
de España durante la reconquista. Ningún otro pueblo eu­
ropeo resintió más ampliamente el impacto de la domina­
ción musulmana, que se prolongó durante casi ocho siglos
én España. Resultado de ese impacto fue la creación de
una historia fantasiosa y milagrera, llena de sabor popu­
lar, que se consignaba en crónicas de pretendida erudición,
canciones de gesta y romances, y en cuya creencia partici­
paba todo el pueblo con igual entusiasmo.
En esa historia, por extrañas razones, los cristianos com­
batieron a los moros siempre en inferioridad numérica, pero
el auxilio de poderosos aliados que pertenecen al mundo
de lo sobrenatural los llevó a resonantes y heroicos triun­
fos sobre el enemigo, que sin duda alguna debió ser nu­
merosísimo para resistir esas sangrías durante más de siete
siglos.
Así, en el año 724, Garcí Jiménez infligió una pavorosa
derrota a los moros en Ainsa, gracias a que durante el
combate apareció en el cielo, entre brillantes resplandores,
una cruz que animó a los cristianos al grado de la invenci­
bilidad. Tras el triunfo, Garcí Jiménez fue proclamado
rey de San Juan de la Peña.5 En 1276, cuando el moro
Alazrach decidió reconquistar Alcoy y sus pueblos vecinos,
liberados apenas una generación atrás, se encontró con
que un puñado de cristianos al mando de Ram ón Torre-
gosa, su mosén-sacerdote, tras de elevar sus plegarias a
San Jorge, decidieron enfrentarlo. En lo más fiero de la
batalla, en la que la peor parte la llevaba la gente de
Torregosa, apareció en el cielo, jinete en un blanco corcel,
el santo invocado, cuyo pecho adornaba una refulgente
s Arco y Garay, Ricardo. Notas de folklore altoaragones, Ma­
drid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1943 (Bi­
blioteca de Tradiciones populares), p. 112.
19
cruz roja: lanzando nubes de flechas que segaban vidas
infieles, entre ellas la de Alazrach, puso en fuga a las
huestes sarracenas.0 En Clavijo, Ramire I de Asturias, con
la eficaz ayuda de Santiago, derrotó al infame Mauregato,
que había exigido a los cristianos un oneroso tributo anual
de cincuenta mancebos y cincuenta doncellas.7
Historias como éstas, transmitidas a través de los jugla­
res y, en menor grado, por libros, se incorporaron al pensa­
miento casi místico que se creó durante la reconquista en
España. Si desde un punto de vista fáctico la intensidad
de ese pensamiento no corresponde a lo esporádico y re­
gional de las luchas de reconquista, desde otra perspectiva,
esa corriente de pensamiento fue propiciada y utilizada am­
pliamente, al grado que es necesario tomarla en cuenta
como uno de los factores que contribuyeron a la unidad
española y a su expansión imperial.
Esta mística de cruzada permanente se plasmó en sím­
bolos que representaban la lucha de los españoles contra
los moros, a los que indentificaban maniqueamente con la
infidelidad y la herejía. U no de esos símbolos fue San­
tiago, patrono de los combatientes cruzados de Occidente,
el eficaz protector espiritual y a veces, según las leyendas,
inmejorable luchador físico contra los infieles. La Santa
Cruz, también patrona de los cruzados, fue símbolo de la
cristiandad y baluarte en la lucha de reconquista. L a festi­
vidad de Corpus C hñsti, que se celebró en' España antes
que en ningún otro sitio, se convirtió en símbolo supremo
del catolicismo español en la cruzada contra los moros du­
rante los siglos xiv y xv, y después del concilio de Trento,

6 Foster, Op, cit;, 384-385.


7 Ricard, Robert. “Contribution a l’étude de fctes de moros y
cristianos au Mexique” en Journal de la societé des americanistes
de París, París, N, S. xxiv, 1932, p. 73.
20
a mediados del xvi, en expresión de pública resistencia con­
tra el protestantismo.
Alrededor de estos símbolos que ,se conectan estrecha­
mente entre sí, se creó el complejo de actos públicos y
festividades más importante de la época medieval españo­
la, del cual se derivaría el carácter de las diversiones en
épocas posteriores. Dentro de este complejo desempeña un
papel de primerísima importancia la danza de moros y
cristianos.
La mejor ocasión para la práctica de estas diversiones
fueron las fiestas y romerías, de motivación religiosa las
más de las veces, que se realizaban en fechas significativas
durante la última parte de la Edad Media. A ellas concu­
rría gente de todos los estratos sociales con sus juegos
predilectos: la nobleza con sus lances y torneos caballeres­
cos; el pueblo con sus danzas y bailes; también acudía un
gran número de profesionales de la diversión ambulantes,
para ser contratados por los municipios con el fin de
atraer a los forasteros, o para ser pagados directamente
por los asistentes. Saltimbanquis, titiriteros, rameras, m a­
labaristas y tahúres, junto con los trashumantes juglares
y narradores populares, convivían con las diversiones caba­
llerescas y las danzas del pueblo, intercambiando con ellas
elementos. De esta convivencia se formarían varias co­
rrientes de expresión popular, entre las que pueden des­
tacarse : la épica, el teatro, las procesiones y las danzas
populares. '
Lia, épica popular se derivó de los cantares de gesta, a
los que se asigna un origen francés. En la difusión de esta
forma hacia la península ibérica desempeñó un papel
de enorme importancia el santuario de Santiago, destino
final de innumerables procesiones europeas. Compostela,
sede del santuario, empezó a adquirir importancia en los
primeros años del siglo ix, cuando se trasladaron allí los

21
pretendidos restos del apóstol, encontrados en Padrón. Es­
parcida la noticia del hallazgo y de los milagros consecuen­
tes, se inició la afluencia de peregrinos, que acabaron por
convertir la población en un próspero centro comercial.
Guando en el siglo xn se elevó esta peregrinación al carácter
de principal, como lo eran Roma y Jerusalén, la afluencia
de peregrinos alcanzó proporciones enormes. A Composte-
la se llegaba de toda Europa a través de Francia y de ahí
se entraba a España por Roncesvalles, de donde aún res­
taban trece días de viaje. Como este camino norteño, que
era el principal, había varios más. Por ellos se introducía la
cultura medieval europea a España, y con ella los cantares
de gesta que parecen haber sido introducidos en el siglo xi
por los juglares y cuentistas que acompañaban las pere­
grinaciones de los caballeros y cluniasenses procedentes de
Francia. Por otra parte y en sentido inverso se difundía a
Europa la cultura española y mora.
En manos de los juglares españoles, los cantares de ges­
ta se difundieron por todo el país y originaron una deriva­
ción: los romances, que conservan en varios de sus ciclos,
como el carolingio, el novelesco y el fronterizo, el tema
de algunos de los cantos mayores como el de Roldán, al
que la fantasía popular hizo incursionar por tierras espa­
ñolas, y el del Cid Campeador entre otros, en los que se
enfrentan los invencibles paladines contra los invasores
moros.
El origen del teatro español debe mucho a la festividad
del Corpus ChristL Es verdad que ya en épocas anteriores
hubo representaciones, como la del auto de los Reyes M a­
gos, que parece remontarse al siglo xii, y los juegos de es­
carnio, dramatización que hacían los juglares del tema de
sus cantos, como la danza de la muerte que fue popular en
los siglos xn y xiv.
En el siglo xiv, cuando se popularizó la celebración del

22
Corpus Christi por toda España, adquirió gran importancia
la representación de los autos sacramentales, a los que se ha
llamado pequeñas piezas de tema religioso aunque parece
que algunos duraban más tiempo que las obras clásicas en
cinco actos. Éstos se convirtieron en parte obligada del
festejo, y formaron el núcleo del teatro español hasta el
Siglo de Oro. Incluso en este Siglo los autos sacramentales
fueron un tema importante para los dramaturgos clásicos.
Las grandes procesiones, manifestación pública del poder
de la Iglesia, también se conformaron en relación con la
celebración del Corpus. E n ' éstas participaban con gran
boato las autoridades, los gremios, las cofradías y el clero,
manifestando la unidad de las fuerzas del bien y su subor­
dinación al Poder Supremo, así como su oposición a los
esfuerzos satánicos y heréticos, que se representaban con
peleles grotescos que simulaban gigantes, moros, cabezu­
dos, dragones y otros seres de la misma ralea.
La danza de moros y cristianos resume y sintetiza todas
estas manifestaciones populares: el ideal caballeresco en
el simulacro de justa y de combate, los romances en su
tema, las representaciones teatrales en su estructura dra­
mática, la pam pa de las procesiones, así como su significa­
ción de muestra de poder y unidad de todo el pueblo
frente al común enemigo, el moro, que resultará al fin el
villano de este libro.
La dama-incluye también todos los símbolos de la cruza­
da ibérica: a Santiago lo utiliza como uno de sus perso­
najes predilectos, la Santa Cruz aparece como elemento
dramático para vencer a los moros y, finalmente, el día
de Corpus es una de las ocasiones predilectas para su ce­
lebración.
Volvamos, pues, al siglo xii donde aparece por primera
vez la danza de moros y cristianos, en tierras de Aragón.
A partir de entonces, a medida que los cristianos hacían

23
avanzar la frontera hacia el sur, hacia Valencia y M urcia,
los combates fingidos iban apareciendo en la zona liberada,
según suposición de Foster que, si bien no está documen­
tada, se justifica por la difusión de la danza en los siglos
xv y xvi. O tra corriente de difusión acompaña a la libe­
ración de norte a sur, a partir de Galicia y Portugal, se­
gún suposición propia conforme al mismo criterio. Ambas
corrientes confluyen en Castilla en el siglo xv y un poco
más tardíamente penetran en Andalucía. En el siglo xv
volvemos a tener documentales de la danza de moros y
cristianos, a la que frecuentemente se cita como entremés,
palabra que aún no tenía su significado teatral de pieza
corta que sólo adquiriría o mediados del siglo xvi.
La Crónica de don Alvaro de Luna, en su título Lxvm,
dice que don Alvaro “ .. . fue muy inventivo é mucho dado
a fallar invenciones é sacar entremeses en fiestas o en jus­
tas o en guerras, en las cuales invenciones muy aguda­
mente significaba lo que quería”.8 Esta cita puede fecharse
hac.ia 1430. U n a referencia posterior, más o menos de 1450,
tomada del Doctrinal del caballero escrito por don Alonso
de Cartagena, ilustra un poco respecto al carácter de los
entremeses, cuando dice: “ . .. Dos cosas son en que sin ac­
tos de guerra al tiempo de hoy los fijosdalgos usan las
a r ma s . . . : la una es en contiendas del reino; la otra es en
juegos de armas, así como los torneos e justas, e en estos
auctos que agora nuevamente aprendimos, que llaman en­
tremeses. . . ”9 Las citas anteriores nos aclaran que los en­
tremeses son invenciones o auctos, es decir, especies de re­

8 Cotarelo y Morí, Emilio. Colección de entremeses, loas, bai­


les, jácaras y mojigangas, desde fines del siglo xvi a mediados del
,
x v i i i Ordenada p o r... 2 v. Madrid, Bailly Baillere, 1911 (Nue­
va Biblioteca de Autores Españoles, 17 y 18). T. I, p. LV.
9 Citado por Ibid. I, LVI.
24
presentaciones de un tema con una cierta estructura dra­
mática, en las que participan los nobles con sus armas.
A la entrada de Alfonso V en Barcelona, el 8 de diciem­
bre de 1424 “ .. .Item foremaportates los entremesos de la
dita ciutat representando paradis e inferm ab la batalla
de Sant Miguel e des angeles e de Llucifer e de sos se-
quaces. . . 5,10 Esto permite completar la imagen del entre­
més como un simulacro de batalla en el que se enfrentan
los bandos del bien y del mal. En este enfrentamiento, el
tema de la lucha entre moros y cristianos no era el único,
pero sí era frecuente, a m i juicio el más frecuente, como lo
sugiere su popularidad en el siglo siguiente.
Se lo menciona en 1446 cuando los conselleres de un
poblado de Cataluña contrataron al pintor E. Tomás Ale-
many para “ .. .m antenir los entremes de lo gran turch axi
de pintar, recorrer e adobar he pintar de n o u . . . ”, así
como de conseguir el castillo, las armas y armaduras nece­
sarias para la representación “ . . . de la batalla deis turchs
que han de servir a la festa de Jesuchrist.. . ” u Cuando
el duque de Calabria llegó a Barcelona en 1467, los gre­
mios presentaron: “ . . . Entremés del Castell de infern e lo
drago, entremes ab castell, entremes del turchs, entremes ab
castell en que había cert homes salvajes,. . 5512
No es posible lograr una imagen formal más clara de la
danza de moros y cristianos en el siglo xv. El entremés es
sólo un esquema básico de un simulacro de batallas que
puede realizarse con diversos temas o argumentos, entre
los que destaca el de la morisma. Por otra parte, el tema
de los moros y cristianos había arraigado tan profunda­
mente que en el siglo xv ya se registran variaciones con un
carácter totalmente diferente, cortesano y refinado, elimi­
nado el brusco simulacro y sus posibles peligros. U na de

10 , 11 y 12 Citado por Ibid . I, LV.

25
estas derivaciones son los divertimientos llamados momos,
que consistían en dos grupos vestidos de colores contrastan­
tes, uno de ellos acorde a la fantasiosa concepción del tra­
je moro, que evolucionaban enfrentados, al ritmo de las
danzas de salón.
La otra derivación es la danza de salón llamada moris­
ca, que fue muy popular en Francia en los banquetes del
siglo xv. Consistía en las evoluciones de un bailarín solista
que se enmascaraba o teñía de negro el rostro y procuraba
im itar lo que él consideraba el vestuario y estilo de danza
apropiado para los moros. Los franceses coincidían en
afirmar que esta danza venía de España. En este país se
tiene mención documental de la morisca desde mediados
del siglo xv, cuando aparece mencionada con otras danzas
de salón de nombre sugerente: egipciana, ffilles ab angla-
terra, etc. La morisca también se acostumbró en Italia en los
siglos xvi y xvn, como fin de fiesta de las representaciones
teatrales. L a danza morisca se conserva hasta la actualidad
en Cataluña. Es una danza de pareja, a la que popular­
mente se atribuye el significado de simbolizar la persecu­
ción de una joven m ora por un cristiano.
Aunque la imagen de la danza de moros y cristianos y
de su complejo asociado de entremeses es confusa para fi­
nales del siglo xv, por lo que llamo “formativo” al período
que va desde su iniciación hasta esta época, es posible infe­
rir su importancia a través de datos indirectos. El entremés
se menciona como una de las actividades principales de to­
das las fiestas de cualquier carácter. Interviene en las fes­
tividades religiosas regidas por un calendario. También
forma parte de las fiestas cívicas en sus dos modalidades
principales: la celebración de un acontecimiento de tipo
nacional o relacionado con las familias reales, y la recep­
ción a altos dignatarios civiles y eclesiásticos. Por otra par­
te, en la organización y práctica de ese complejo de diver­

26
siones intervienen todos los sectores de la población ciuda­
dana: desde la realeza y las cortes, los hijosdalgo, las auto­
ridades ciudadanas emanadas del estado llano, hasta los
gremios, cofradías, hermandades y barrios.
Sobre este sustento de gran flexibilidad formal, enorme
popularidad, participación multisocial y ausencia de una
fecha fija para su celebración^ la danza de moros y cristia­
nos, en los umbrales de una época de esplendor, se convir­
tió en uno de los símbolos de la España imperial, unificada
y en proceso de expansión.

27
El e s p l e n d o r d e l s i g l o x v i

La revolución comercial que sacudió a Europa en el siglo


xv, registró a partir de la tom a de Constantinopla por los
musulmanes en 1453, un movimiento de oriente a occiden­
te y, tras de precipitar la decadencia de las ciudades-esta­
dos italianas, llegó a la península ibérica. Este impulso, uni­
do a la dinámica propia de las naciones peninsulares, se
tradujo en su espectacular ascenso. En unos pocos años los
territorios dominados por España y Portugal llegaron a ser
los más extensos del mundo. España recibió al siglo xvi
convertida en un imperio.
Para ello requirió de varios pasos previos: la unificación
de sus reinos, lograda por los Reyes Católicos; la elimina­
ción de los invasores en su territorio, consumada con el
triunfo de Granada en 1492; la expulsión de los grupos no
católicos, en especial los judíos, realizada el mismo año;
y, sobre todo, el descubrimiento de vastos territorios ultra­
marinos, iniciado en la misma fecha, que tiene algo de ca­
balístico, y cuya conquista se inició de inmediato.
Ni España ni Portugal estaban preparadas para la mag­
nitud de la empresa, que era al fin, inesperada. Los pueblos
hispánicos estaban en desventaja, por su endeble desarro­
llo interno, para una carrera comercial. Buscaron el equili­
brio mediante la adquisición de metales preciosos que les
permitieran adquirir bienes en el exterior. El país entero se
lanzó a su obtención en una fiebre de incalculables pro­
porciones. Y llegaron el oro y la plata del Nuevo M un­
do. España vivió una época, si no de riqueza, sí de boato
y de derroche, de soberbia y esperanza, en fin, de pueblo
elegido. Al sustentarse de aprovisionamientos exteriores,

28
tanto de productos como de bienes de cambio, se lanzó de
cabeza al inicio de su decadencia.
El español aún creía en la realidad de todas las fanta­
sías, que recibieron en el siglo xvi un nuevo aliento: la
palabra escrita. L a im prenta demostró su viabilidad comer­
cial produciendo quimeras: crónicas, libros de caballerías,
relatos de viajes, todos en el terreno de la ficción, gozaron
de una demanda ávida en España. Se había democratiza­
do el derecho a soñar.13 Todo esto produjo un clima casi
irreal, una enajenación casi nacional, un olvido de las con­
tradicciones internas en aras de lo fantástico, una solidari­
dad aparente alrededor de un poder único: el rey, que
gozaba del dominio absoluto, deidad suprema de un m un­
do alucinado.
Este clima produjo una amplísima gama de manifesta­
ciones culturales. U na de ellas es el auge de las fiestas y
celebraciones. Con tanto que celebrar, los festejos adquirie­
ron un boato casi insensato pero no inexplicable. En ellas
se cumplían funciones complejas: eran vehículo de la vida
de relación, manifestación pública y reconocimiento del
status; la participación en ellos era un camino de presti­
gio; eran expresión de sectores inmateriales de la cultura;
eran, al fin, diversión y escape de lo cotidiano, operancia
efímera de,un mundo extraordinario en el que podían rea­
lizarse las fantasías y desempeñarse los papeles imposibles.
El clima irreal en que vivía España se concretaba en las
fiestas.
T oda ocasión era pretexto para una fiesta adicional a
las que especificaban la tradición y el calendario religioso.
Así, destacaban por su frecuencia los festejos por la recep-
13 Leonard, Irving A. Los libros del conquistador. Trad. de
Mario Monteforte Toledo. México-Buenos Aires, Fondo de Cul­
tura Económica, 1953 (Sección de Lengua y Estudios Literarios),
p. 17.
29
ción de noticias sobre triunfos en la guerra o firma de la
paz, la celebración de bodas y nacimientos en la familia
real, y las fiestas que se hacían a donde el rey fuere, así
como las recepciones a todo tipo de dignatarios.
Veamos, por ejemplo, cómo festejó Gerona, ciudad de
Cataluña, la noticia de la derrota de los moros en Granada,
que les llegó en enero de 1493. El domingo, los vecinos del
barrio de San Pedro recorrieron las calles con estruendo
de tambores y altresalegrías que repitieron el lunes. El
martes, los del burgo y plaza de San Félix, sacaron falles
—escenas con figuras de bulto— y bailaron hasta la media
noche. El miércoles, como pretexto para derroche de lujo,
los de las plazas de las coles y el vino y el aceite, realizaron
una cabalgata que representaba la entrada de un cardenal
imaginario. Descansó la fiesta hasta el lunes siguiente cuan­
do los jurados, precedidos por coblas, recorrieron la ciudad;
en la tarde se simuló la llegada de un legado apostólico.
El martes, tras la presentación de varios entremeses, se re­
presentó la toma de la Alfama. (¿ Alhambra?) que defen­
dían los que figuraban como moros, bien vestidos y orna­
dos. Se volvió a descansar, si a eso equivale la realización
de bailes diarios en las plazas, hasta el domingo siguiente,
cuando volvió a fingirse la caída de Granada en manos
de los cristianos, entre los que se representaban a los R e­
yes Católicos, al cardenal de España y otros nobles. Como
remate, los nobles caballeros e hijosdalgo celebraron un
torneo del que salió triunfador el caballero Citjar.14
Parece un poco contradictorio que ya desterrada la pre­
sencia de los sarracenos del territorio español y sin que
éstos se constituyeran en una amenaza real, haya perdurado
como principal el tema de moros y cristianos. Pero debe

14 Plá Garcol, Joaquín. Gerona popular, 4a. ed. Gerona, M a­


drid; Dalman Carles-Plá, S. A., 1955, pp. 142-144.
30
considerarse en prim er lugar la tradición que ya tenía el
festejo; además, era un ejercicio de armas, al que la no­
bleza española era tan afecta, que daba ocasión al lucimien­
to de galas y lujos extravagantes, de los que no gustaba
menos. El tema de la reconquista no era un mero pretexto
formal, sino que era el resultado de un impacto que dejó
profundas marcas en la conciencia histórica del español.
Más aún, la reconquista era todavía un proceso vigente
en las colonias de ultram ar, donde un nuevo mundo po­
blado de infieles exigía la continuación de la Santa C ru­
zada de España, la nación elegida. Esto garantizó la vi­
gencia del tema de moros y cristianos en España durante
todo el siglo xvi.
En este siglo la flexible danza de moros y cristianos
adoptó dos formas: la pieza predominantemente teatral y
el gran espectáculo de “masas”. L a forma más teatral apa­
rece citada en relación a las fiestas del Corpus; parece ser
el resultado de una profanización de los espectáculos tea­
trales instituidos en el siglo anterior como parte de la
celebración y que antes tuvieron temas bíblicos. Este pro­
ceso de adoptar temas profanos de actualidad, sugiere, a
mi juicio, modificaciones en la organización del espectáculo,
que pasó de manos del clero a la de organizaciones rela­
cionadas, como las hermandades y cofradías, y luego a la
de organizaciones relativamente laicas, como los cabildos y
gremios.
Para 1528 el doctor Francisco de Villalobos dice de la
fiesta de . .Corpore Christi en que hubo tantas repre­
sentaciones y tan bien hechas que no se podrían escri­
bir. . .”.15 Noticias más tardías, del último quinto del siglo
15 Alenda y Mira. Relaciones de solemnidades y fiestas públicas
en España. Madrid, 1903, p. 22.
(Este libro es un índice de documentos referentes al tema de
diversos archivos españoles, que incluye un resumen, extracto o
31
xvi, nos ilustran sobre el tema de las representaciones del
Corpus. Entre los títulos de las obras, también llamadas
danzas por entonces, aparecen: pecados y virtudes, portu­
gueses, zapateadores, ocho segadores y villana, seis avestru­
ces y seis muchachos zapateadores entre las de tema que
llamo, por no encontrar otro más apropiado, general; el
robo de Elena, llegada de Eneas a Cartago o el robo de
Dina. Entre las de tem a clásico y que revelan influencias
literarias la batalla de Rodrigo de Narváez con el moro
Abindarráez, de Bradamante, Roldán, Oliveros y Montesi­
nos. Por último, la de la recuperación de España, en la
que intervienen don Pelayo y don Opas, uno con cuatro
montañeses y el otro con cuatro moros, entre las que tienen
tema de moros y cristianos.10 Creo que esta selección de
temas es ilustrativa para todo el siglo xvi, aunque tal vez
los temas más profanos, como aquel d e '“seis avestruces y
seis muchachos zapateadores”, serían menos frecuentes al
principio, y en cambio serían más socorridos los de moros
y cristianos, por tener más relación con el símbolo de
la fiesta y por estar frescas las últimas hazañas de la
reconquista.
U na noticia aún más tardía, de 1609, permite intuir la
forma de estas representaciones. En un pueblo de Levante
se obligó a una persona a sacar para la fiesta del Corpus
una danza de “cascabel’^ ?), intitulada danza de don Gay-
feros y rescate de Melisendra, que había de llevar diez
personajes: cuatro franceses, cuatro moros, la infanta M e­
lisendra y don Gayferos, todos ellos bien vestidos, así como
un castillo hecho de goznes . .que se puede abrir donde
quisiera.. y un caballo de papelón pintado. Todo esto
transcripción del texto. Luego se trata de manejo de fuentes de
primera mano. Sin embargo, para su fácil confrontación, citare­
mos sólo la página que corresponda del libro).
16 Cotareloj Op, cit., I, GLXXIV.
32
con un costo de 1 550 reales.17 Los temas de estas danzas
de moros y cristianos muestran claramente su relación, y
aun posible derivación, con los cantos de gesta y los ro­
mances, así como con sus dignos sucesores: las novelas de
caballerías.
La otra forma, el gran espectáculo de masas, a la que se
reconocía como escaramuza, estaba integrada a un com­
plejo más amplio en el que intervenían los torneos y justas
caballerescas, los juegos de cañas, los toros y las máscaras.
En este tipo de espectáculos participaban varios cientos de
personas. Ésta es la descripción, anónima y en verso para
mejor adorno, de una fiesta real realizada en Segovia en
1578 y que considero característica para todo el siglo:

Los asistentes:
El gran rey llegó primero
a ver si está aderezada
posada para la reina. . .
nuestra señora doña Ana
y el príncipe don Fernando. ..
y vienen también con ellos
las dos infantes hermanas., .
y el príncipe Vincislao. ..

Los participantes:
Salió luego a recibirlos
un viejo de barba blanca,
con un doncel a su lado
que es de gentileza extraña.
Don Diego de Sandovál
tío y sobrino se llaman,

17 Ibidem.
33
valerosos caballeros
aunque de edad extremada,
que el uno es de catorce años
y el otro de sesenta pasa.
Éste es veedor general
de toda la gente de arm as...
Éste es del marqués de Pliego. . .
De don Juan de Guzmán
otra cuadrilla pasaba. ..
La del conde Cifuentes
también de gente extrem aba.. .
La del conde B uendía...
Etcétera, etcétera.

El lujo, boato y derroche:


La color de ella era negra
en tela de oro aforrada.
Su sobrino lleva puesta
una ropilla galana,
es de terciopelo negro
con su garnición de p la ta ...
Tras éstos iba el teniente
con apostura gallarda>
en un caballo tordillo,
las armas de oro grabadas,
un faldón de terciopelo
que botones le sembraban
de tres perlas cada uno
de una grandeza extrem ada...
Buenos caballos llevaban
todos cubiertos de suerte
que no se parecen nada,
que todos, unos y otros,

34
llevaban las frentes armadas
con una plancha de acero
que la vista al sol quitaba. . .

El número de participantes y una ligera muestra del


nacionalismo del pueblo elegido por entonces:

Son catorce compañías,


que cualquier dellas bastaba. . .
por ser todos españoles,
gente no dom ada...
Con esfuerzo y osadía
todas se determinaban
a pelear con mil turcos
y a dos m il no huir la cara,
y que si tres mil viniesen
les harán temblar las barbas.
Son por todo ochocientos,
y en el valor muestras daban
que a más de ochocientos mil
presentaran la batalla...

Los acontecimientos. El primero, la escaramuza:

Salió luego una cuadrilla


que va a correr la campaña. ..
fueron todos recogiendo
delante de sí una vacada. .,
Llévanla delante sí
como quien la lleva hurtada. ..
Salió luego otra cuadrilla
con intento de quitalla.
Van los caballos ligeros
como si tuvieran alas.

35
Travo se la escaramuza,
toda la gente admirada. . .

El segundo, el desfile:
Después de todos sentados,
muchas trompetas tocaban;
tocan también menestriles
y atabales retumbaban,
agora unos, agora otros,
que a todos contento daban.
A punto pasó la muestra
por donde el gran rey estaba,
fue la primera cuadrilla
de una gente fuerte y brava,
y en m uy hermosos caballos. ..

El tercero, el intermedio:

y acabado de comer, . .

El cuarto, el torneo:
Para ver allí el torneo
que en el patio se ordenaba,
que se hizo de veintiocho . . .
con dos trompetas delante
que a la orden les tocaba. . .
catorce, a catorce aparta...
fuese el uno contra el otro,
tales encuentros se daban
que uno la rompió en el pecho
y el contrario en la celada.
De esta suerte tornearon
rompiendo cada tres lanzas,
y en habiéndolas rompido
echan mano a las espadas. . .
Cada cual ase la maza,
que a no ser los yelmos duros
un solo golpe bastará
a despedir de la cárcel
del cuerpo la inmortal alma. ..

Los acontecimientos. Lo inesperado:


En esto siente un ruido
en el tejado sonaba,
era de la mucha gente
que encima subida estaba;
y para la echar de ahí
subió un hombre de la guardia.
Hicieron tan grande estruendo
que todos se alborotaban,
porque entendieron se hundía
al mismo tiempo la casa;
y el gran rey se levantó
de la silla donde estaba,
tomó de la mano a la reina
y hasta el patio la sacara,
mas volvieron a sentarse
como vie?-on no ser n a d a ...

El fin del torneo:


Uno a uno comenzaba. . .
todos juntos batallaban. . .
Uno se vio entre todos
a quien la maza faltara,
mas como vio que sin ella
no puede entrar en la danza,
con soberbia y grande orgullo,
asió un trozo de lanza
de hacia la parte del cuento,
con que ningún golpe daba
que no dejase atordido
al que con él alcanzaba.
No venga Diego Machuca
que también lo machucara. . ,ts

Esta descripción requiere algunos comentarios. Respecto


a su veracidad hay poca duda. El anónimo poeta no inclu­
ye de su cosecha más que algunas citas mitológicas, para
así justificar su pertenencia al Parnaso, y desmedidos elo­
gios a personajes, lo que se justifica en el derecho que
aquel hombre tenía de vivir dignamente. Lo que resta es
similar y comparable a otras descripciones contemporáneas,
que seguramente también pecarán de exageradas. Respec­
to a la escaramuza, que es de los acontecimientos peor
descritos, es indudable que se trata del tema moros y cris­
tianos, ya que es igual a una de las partes de la represen­
tación realizada en la ciudad de México en 1531 y que
describe Bernal Díaz del Castillo; lo que también justifica
el que se considere a esta representación como característica
para todo el siglo xvi.
Sobre este patrón general, los espectáculos de moros y
cristianos registran variantes. U na fiesta realizada en T o­
ledo en el año de 1533, con el por demás peregrino pretex­
to del desembarco del emperador Carlos V en Barcelona,
nos ilustra sobre las dos principales variedades: la tom a del
castillo y la batalla naval. Ésta es la descripción de la toma
del castillo. “ . . . E otro día salieron los carpinteros e alba­
ñiles, que fueron más de setecientos gentiles hombres, muy

18 Alenda, Op. cit., 89-91.


38
extremadamente ataviados de seda y oro, en ordenanza de
punto de guerra, e hicieron un castillo en Zocodover muy
alto. E torreando con él moros bien ataviados a la morisca,
y dentro el gran turco defendiendo el castillo. . . e lo com­
batieron, e con gran placer le tomaron, e al turco y a todos
los moros prendieron, y con prisiones los trajeron por toda
la ciudad. . . y pegaron fuego al castillo. . . Había más de
cuarenta mil personas en las ventanas y p la z a .. . ” Y luego
la batalla naval: . .E otro día salieron los ortolanos por
el río con barcos enramados e m ucha artillería y ministriles.
La mitad cristianos e otro tanto m oros. . . y allí combatie­
ron que fue cosa de ver, e echaron a los moros de la otra
parte del río con sus barcos y saltaron los moros en tierra
huyendo, e desempararon los barcos, e subieron por la tie­
rra arriba e hiciéronse fuertes en la peña del rey moro, y
los cristianos a su alcance, que fue cosa admirable de
v e r .. ,”19
En 1570 tenemos una fiesta en que estos espectáculos
se repiten. En este caso en M adrid, para recibir a doña
Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II. Tuvo lugar
en el Prado con la participación de la nobleza. Para la
r batalla naval hubo que construir un estanque en el que
:: cabían ocho galeras, las que “ .. . rindieron un castillo cons-
■: truxdo a un extremo del e s t a n q u e . Otro día adelan­
te. .. fueron a ganar un castillo que estaba hecho en la
plaza de palacio, el cual estaba con muchos artificios de
fuego, y le ganaron a las ocho de la noche. Y luego vinie­
ron todos los caballeros a jugar alcancías.. . ”20
Estas dos variantes se comportan como esquemas a los
que se dota de un argumento, o mejor dicho, de una moti­
vación que sirva de pretexto para el carácter de los trajes.

19 Alenda, Op. c i t 31-32.


20 Ibid., 79.
39
Estos argumentos son a veces históricos y en otras, ya en
pleno auge las novelas de caballería, francamente legenda­
rias. Así, en Burgos, en 1570, se recibió a doña Ana con
un torneo en que se representó una parte de Amadís de
Gaula, con diez galeras, un galeón y una fragata.21
T al flexibilidad argumental e permitió que el espectáculo
de moros y cristianos reflejara la enorme conmoción cau­
sada por la nueva cruzada española que tuvo por escena­
rio al Nuevo Mundo. En el clima que vivía España, las no­
ticias de la conquista de América se incorporaron rápida­
mente a la leyenda y a la fantasía, a la historia sui generis
que practicaba el pueblo y que es la fuente de las morismas.
En Alcalá de los Gazules, pueblo de Andalucía cercano
a Cádiz, se celebró en 1571 esta extraordinaria represen­
tación, motivada por una recepción a los duques de Alcalá
y al marqués de T arifa: . .Entró un truhán cantando en
verso la prisión de Montezuma de cuya representación era
la máscara que se hacía; estaban más de doscientos hom ­
bres encamisados y tocados como indios en el rincón de la
plaza de palacio, donde estaba una tienda muy pintada
que representaba la casa de Montezuma, y él dentro con
sus caciques coronados. Allí llegó un embajador de parte
del Capitán don Hernando Cortés, y sobre muchas deman­
das y respuestas, vino con ocho caballos y algunos solda­
dos, y salió gran m ultitud de indios con Montezuma y sus
caciques, retrayéndose unas veces los indios y otras los cris­
tianos con gran grita y alarido de los indios, hasta que al­
gunos de los cristianos dispararon la artillería, cuyo fuego
puso tanto temor en los indios, que se desbarataron, y preso
fue Montezuma, y subiéronle a las ancas del caballo del
marqués y así anduvieron dando carreras delante de pala­
ci o. . . y así se acabó la fiesta a las once. . . Al otro día

^ Ib id ., 76-78.
4,0
los duques partieron hacia Tarifa, escoltados por gran nú­
mero de gente que les proporcionaba diversión por el cami­
no, entre otras cosas, escaramuzeando con fingidos moros
que salían de los pueblos inmediatos. En Tarifa se les pre­
sentó una escaramuza en la m añana, que concluyó con la
prisión de una hija del alcalde de Tetúan, que fue presen­
tada en cautiverio a la duquesa. . . ”32
í ; La danza de moros y cristianos no puede caracterizarse
en el siglo xvi como patrimonio de algún grupo o sector
social. Es un fenómeno que se enm arca en la cultura na­
cional. En su variedad de gran espectáculo de masas, las
morismas fueron practicadas por grupos diversos. Hemos
ya mencionado su popularidad entre la realeza y su corte,
uno de los estratos más asiduos, a este tipo de diversión.
Asociada a la de la nobleza, estaba la participación de la
gente a su servicio: pajes, músicos, caballerangos, sirvientes,,
poetas y escritores. También el alto clero, que de hecho
se integraba a la nobleza. Junto con la corte se hallaba
la masa de gente común dedicada al servicio de las ar­
mas; por voluntad o fuerza, el soldado tenía que compartir
los palos del patrón, disfrazarse de turco o de cristiano para
correr la suerte de sus jefes y llevar sus estandartes en los
desfiles.
La capa noble no cortesana, los hijosdalgo que tenían el
privilegio de las armas, también participaban activamente,
comandaban las cuadrillas, y organizaban los torneos en las
ciudades que eran poco visitadas por los altos dignatarios.
La fiesta de Gerona en 1492 es clara en este sentido; fue
tan fastuosa como si se esperara al rey y al Papa3 aunque
de hecho se conformaron con fingir la llegada de un car­
denal y un delegado apostólico inexistentes.
El estrato superior del estado llano, la burguesía ciuda-

22 l b i d 82-83.
4.1
daña, tomaba también parte importante. En ella descan­
saban los gobiernos locales; ella integraba los cabildos que
hemos visto interesados en organizar las fiestas ciudada­
nas, dotándolas del máximo esplendor al costo necesario;
asimismo, desfilaba con coblas, mostraba su prestigio y dig­
nidad mercantil y burocrática. La gente subordinada a ella
también participaba, al igual que los cuerpos indepen­
dientes, como las universidades, por ejemplo la de Alcalá
de Henares en 1556.23 Otros organismos ciudadanos de tipo
socio-religioso y con implicaciones políticas (como los ba­
rrios, los gremios, las hermandades y cofradías, también
participaban).
De esta vasta escala social exceptuamos a los campesi­
nos. Bien por defecto de documentación o por diferencias
culturales, su participación en las danzas de moros y cristia­
nos no tiene prueba documental en el siglo xvi.
Los datos de Alenda y M ira,24 permiten afirmar la exis­
tencia de la danza en puntos de Cataluña, Valencia, Anda­
lucía, las dos Castillas y las provincias vascas, a los que yo
agregaría, por datos asociados de otras época, León, Ara-
gón? Extrem adura y las Islas Baleares. Tam bién se posee
información respecto a Galicia y Portugal de la misma
fuente. Así que, exceptuando Asturias, y eso con ciertas
dudas, se puede afirmar que la danza era conocida y prac­
ticada en casi todo el territorio ibérico. Debe anotarse
que su práctica más usual se concentraba en el Levante
y sur de la península, así como en las más importantes ciu­
dades del centro.
Pero la península era ya el centro de un imperio. La
danza de moros y cristianos pasó a ser producto de expor­
tación, y no uno ocasional, sino uno de los más constantes

23 Ibid., 52-53.
24 Ibid., Passim.
42
y frecuentes. Este hecho se justifica en el carácter etno-
eentrista que siempre tuvo el tema de la danza. A donde
llegara el soldado español plantaba su estandarte y realiza­
ba un festejo de moros y cristianos, como una afirmación
de su estado de gracia, pues no era sólo el elegido, sino
la mano armada, el socio del Señor. Así, la danza apare­
ció en México y posiblemente en toda la América con­
quistada; en Flandes, hay una mención en 1549,25 en Gé-
nova, donde se realiza una batalla naval con participación
de los duques de Alba y de Sesa en 1548.20 Y en varios
sitios más, ya que su práctica no era casual. Respondía a
una tradición bien establecida y a motivaciones y símbolos
vigentes.
Aunque la danza de moros y cristianos ya había adqui­
rido una fisonomía propia en el siglo xvi, siguió formando
parte del complejo de diversiones públicas populares. Ya
mencionamos su estrecha relación, que llega hasta la confu­
sión, con los juegos caballerescos: torneo, cañas, alcancías,
etc., y con la nueva diversión que fue ganando importancia
hasta quedar como la única que subsistió en forma inde­
pendiente: los toros. U n a fiesta en Burgos, en 1570, ilustra
esta convivencia: en ella no se corrieron toros por faltar
el permiso, pero en cambio se corrieron alcancías, juego a
caballo que consistía en ensartar una argolla en la lanza,
y se realizó una escaramuza.27
Por otra parte, el espectáculo de moros era un tanto vio­
lento. Esto limitaba la participación efectiva, pero era tal
el entusiasmo por el festejo, que de él se derivaron formas
que satisficieron a los pocos dispuestos a sufrir en su perso­
na las consecuencias de la fiesta.

25 Ibid.j 48.
28 Ibid.} 45.
27 Ibid., 76-78.
43
U na de tales derivaciones consistió en presentar sólo el
desfile con el que terminaba el espectáculo, en forma de
cabalgadura, pintoresco cortejo de disfraces que imitaba re­
cepciones a personajes imaginarios y que era mero pretexto
para lucir galas costosas. Ejemplo de esto lo tenemos en
Toledo, en 1571, cuando salieron caballeros en cuadrilla
a recorrer las calles con . .ciertos moros cautivos que a
todos pareció muy b ie n .. .”28 En M adrid, al fin capital,
en el mismo año superaron la invención de Toledo, al pre­
sentar en carros alegóricos escenas del triunfo naval de Le-
panto.29 Estos cortejos irían ganando en importancia a todo
lo largo de los siglos xvi y siguiente.
En Ferrara llevaron esta tendencia a su última y más
satisfactoria consecuencia: “ . . . en el foso del castillo, con
barcas, principalmente las mujeres de Camacho, disfraza­
das todas y vestidas de librea de diversos colores, a la m o­
risca, con adufre, sonajas y panderos, en las mismas barcas
y encima del agua danzaron y bailaron y corrieron. . . ”30
Esto sucedía en 1598. Tam bién hacia finales del siglo, en las
fiestas de Toledo en 1571, aparecieron las primeras cuadri­
llas de matachines o tablachines, enmascarados que figura­
ban moros. Estas cuadrillas se convertirían después en
danzas independientes y aparentemente sin relación con la
de moros y cristianos.

**Ibid., 79-80.
2*Ibid.} 80.
™Ibid.} 115-117.
44
La d e c a d e n c i a

Con el siglo xvi terminó la borrachera de gloria en Espa­


ña y se inició el amargo tiempo de la resaca. El siglo xvn
fue una continuación del anterior en lo económico y lo po­
lítico, aunque los problemas que enfrentó la corona no tu­
vieron la magnitud y urgencia de los que enfrentó Felipe II.
Los monarcas del xvn no conocieron las derrotas que
éste sufrió, ni cosecharon sus triunfos. Felipe I I I y Felipe IV
se enfrentaron a una problemática menor y crónica. Las
rebeliones^ por cierto sofocadas, de Cataluña, Andalucía y
Portugal, aunque de poca magnitud, fueron extraordinaria­
mente significativas. Sus causas estaban ya presentes en el
siglo xvi, pero habían retrasado su estallido. L a nueva épo­
ca fue de casi imperceptible agudización en el contacto so­
cial, pero produciría un distanciamiento insalvable.
Por otra parte, había cesado el impulso expansionista. La
necesaria consolidación se volvió apenas mantenimiento. El
gobierno del imperio bajó de tono. La semilla de la deca­
dencia, plantada desde el inicio del ascenso español, inició
su rápido crecimiento. Las grandes promesas del siglo
anterior se habían cumplido; los pocos colmados disfruta­
ban de sus beneficios; los demás, los muchos que se vieron
defraudados, comenzaron a descubrir que aquello era defi­
nitivo. Ya no habría más que quimeras del oro para ellos;
los inmensos territorios nuevos eran, cuando mucho, posi­
bles campos de cultivo.
El ambiente enajenado de ficción que había vivido Es­
paña en el siglo xvi estaba desmoronado. Ya no eran sus
opositores los moralistas teñidos de ascetismo sino los rea­
listas, sin grandes proclamas y con un dejo de tristeza. Sur­

45
gió El Quijote, un poco el español del siglo xvi llevado a
sus últimas consecuencias, enfrentándose al siglo xvn. Las
inmensas posibilidades de la fantasía se sometían al peso
de la realidad, ya sin lugar para los caballeros andantes.
Nadie cree ya tan firmemente en su pertenencia al pueblo
elegido, llamado a cumplir todos los designios del Señor.
España se vuelve realista y desesperanzada. Si en ese am ­
biente florecen una literatura y un arte de vigor increíble,
languidecen en cambio otras formas de expresión. L a dan­
za de moros y cristianos, tan ligada al clima alucinado del
siglo xvi, inició su lenta decadencia casi a partir de la
muerte de Felipe II.
La danza no dejó de celebrarse; era ya, para entonces,
una tradición establecida. Pero puede presumirse una dis­
minución en su frecuencia; se observan además cambios
significativos en muchos de sus aspectos, mientras que
en otros, lo que es igualmente sintomático, permanece
inalterada. Lo primero que llama la atención es la inmovili­
dad en la forma del festejo. Los patrones creados en el
siglo anterior se repetían; había cesado la corriente inno­
vadora; la inquietud por la búsqueda de nuevos temas
que actualizaran la significación de la representación.
El gran espectáculo de masas aún se llevaba a cabo en
las consabidas recepciones, celebraciones de acontecimientos
y fiestas religiosas. Para la prim era m itad del siglo xvn
se ha localizado un intento de variar el tema, en Valen­
cia, en 1609. En un castillo con fuegos de artificio perma­
necía cautiva una dam a encantada a la que guardaban
animales salvajes y a la que se logró liberar tras un reñido
combate. Al otro día se fingió la toma de Troya.31 Pese
a la magnífica truculencia de los argumentos, éstos se
alejaban ya del motivo central de la morisma y se habían

31 Alenda} Op. cit., 148-149.


46
convertido en meros pretextos formales para el espectáculo
v Ja extravagancia. No se enfrentaban bandos señalados por
su significado real, sino grupos convencionales extraídos
de lecturas, lo cual es un índice claro de la pérdida de
entusiasmo de los españoles por sus cruzadas: los infieles
estaban pasando de moda. Las demás representaciones
repetían las sabidas variantes del castillo y del combate
naval.
Pasemos a terrenos donde el cambio es notable. El pri­
mero de ellos es el de la participación social. Lo más nota­
ble es la ausencia, casi repentina, de la realeza y sus cor­
tes. Para la primera m itad del siglo xvn no se posee nin­
gún documento que muestre una celebración de moros
y cristianos en que tome parte activa la nobleza ligada a
la corte, ni un espectáculo de esta índole que se haya ce­
lebrado ante los reyes. Lo repentino del abandono se ex­
plica en parte por el carácter de Felipe II I, pero el fenó­
meno en sí sólo puede explicarse en función de que tal
estrato estaba formando, o consolidando, una cultura pro­
pia y distintiva, que se diferenciara y alejara de la de otros
grupos. Es un claro indicio de distanciamiento social, de
pérdida del contacto y convivencia que antes existió, por
limitado que fuera.
Las cortes empezaron a preferir las diversiones exclusi­
vas, intramuros de los palacios. Ganaron su favor los bai­
les de salón, en los que por cierto siguieron practicándose
derivaciones cada vez más lejanas de las morismas. Así,
en 1623, en el palacio de M adrid, se celebró una mojigan­
ga ejecutada por los caballeros de la cámara de su majes­
tad, que representaba una danza de gigantes.32 En el mis­
mo año se despidió al príncipe de Gales, de visita en Espa­
ña, con una fiesta en la que “ . . . bailaron después con

™Ibid., 214.
47
castañetas, y por remate hicieron unos matachines con que
se holgó mucho su a lte z a ,. ,”33 Para esta época los m ata­
chines —vocablo al que la Academia da origen árabe, de
matauchihin: enmascarados-—• eran una especie de asaltos
de armas que se bailaban por el carnaval por gente enmas­
carada y disfrazada de modo ridículo, mientras que al son
de un tañido alegre se daban golpes con espadas de m a­
dera o vejigas llenas de aire.34
También en la prim era m itad del siglo el teatro ganó
popularidad en la corte. Las funciones eran muy exclusi­
vas, tanto que se iniciaron en la recámara de la reina M ar­
garita, aunque acabaron por contar con un local propio
en el coliseo del palacio del Buen Retiro, inaugurado en
1636 y en el que se dieron funciones costosísimas.35
L a corte vivía en los ámbitos palaciegos, formando un
círculo cerrado; su participación en los actos públicos
comenzó a disminuir y se declaró el santo horror por los
juegos violentos. Los torneos, que causaban más estragos
en la nobleza que las guerras, se convirtieron en juegos-
de sortijas y de cañas. Esta última diversión fue perdien­
do su forma de desafío para incorporarse a las corridas de:
toros que, según las descripciones, bien poco peligrosas:
eran, sobre todo para la nobleza. Por ejemplo, en 1632
toreaba el marqués del Valle, descendiente un poco confuso
de Cortés, rodeado de cien lacayos vestidos de turcos que
iban a pie al caballo del noble,36 lo que puede entenderse
como otra derivación del festejo de moros y cristianos.
Este cambio en el carácter de la corte española, cada vez
más palaciega y aislada, mucho debió a la influencia de la
corte francesa, convertida ya en un modelo por entonces.
33 Ibid., 216.
84 Capmany, Op. cit., II, 413.
85 Cotarelo, Op. cit., XXXII.
86 Alenda, Op. cit., 281.
48
Las diversiones creadas allí se difundían rápidamente por
las cortes europeas. No sólo se tomaban los festejos^ sino
también ideas y costumbres que serían características del
absolutismo.
El abandono de los moros y cristianos por parte de la
realeza y su corte cuenta con un documento que no deja
duda. En 1660, yendo Felipe IV a Vitoria, se le preparó
un gran recibimiento “ . . , con dos escuadrones de seiscientos
hombres con arcabuces y picas de infantería todos, y dos
capitanes a caballo. Y en oyendo las chirimías de que
venía el rey empezaron a disparar de una parte y otra que
parecían darse batalla. . El estruendo ocasionó tal sus­
to a las acémilas del primer carruaje que emprendieron la
carrera, por lo “ . . . que envió el rey a m andar que no dis­
parasen y ansí la obedecieron. . . ” Hay que anotar, en des­
cargo de los entusiastas participantes, que en cuanto pasó su
real majestad " . . . se hundía el campo a mosquetazos. Ba­
tieron diez banderas y las demás ceremonias acostumbra­
d a s ...”37
El abandono de la práctica de los festejos de moros y
cristianos por parte de la corte no pudo dejar de causar
efecto en los otros sectores que la cultivaban, aunque éstos
no se resientan de inmediato. Las representaciones de mo­
ros y cristianos fueron auspiciadas aún durante todo el siglo
: xvii por los gobiernos de las ciudades, que habían perdido
gran parte de su poder político en aras del absolutismo,
aunque seguían en manos de las capas más altas de la
burguesía.38 Junto con los gobiernos de las ciudades, parti­
cipaban en estos festejos los organismos representativos de

w Ibid., 358.
38 Miranda, José. Las ideas y las instituciones políticas mexica­
nas, primera parle 1521-1820. México, Universidad Nacional Au­
tónoma de México, 1952 (Instituto de Derecho Comparado, Edi­
ciones del IV centenario de la Universidad de México, X II), p. 94.
49
los sectores religiosos que mantenían un estrecho contacto
social con la burguesía, así como los nobles locales que per­
manecían al margen de la corte y que cada vez más se con­
fundían con las capas de la burguesía, como resultado del
proceso de concentración del poder y la riqueza que sufría
España.
Pero los síntomas de decadencia se perciben claramente
incluso en las fiestas ciudadanas. Ya nadie sostiene el espí-;
ritu de cruzada; ha pasado de moda. En 1626, en una fiesta
en Jaén, encontramos una declaración que hubiera sido
insólita en el siglo anterior: las cuadrillas salieron vestidas
para la corrida de m ontera y capa, “ . . . que por ser fiesta ;
tan cristiana no quisieron salir en traje de m oros. . . ”39
Otro síntoma de esta decadencia es la falta de entusiasmo
que los festejos suscitan, y que se percibe en la descripción
cada vez menos detallada de estas representaciones. No me­
nos significativa es la importancia, antes reservada a la re­
presentación de moros, que van ganando otro tipo de diver­
siones que en cierta forma pretenden im itar las diversiones
cortesanas,
El pleno ascenso está el espectáculo de los toros en las
fiestas ciudadanas. Lo siguen las representaciones teatrales
y las danzas. Las mojigangas, mascaradas y desfiles de
antorchas gozan también de gran predilección. Los comba­
tes de cañas y el estafermo —muñeco de madera que de­
vuelve el golpe al ser lanceado—, ya de pleno dominio po­
pular, también se mencionan ampliamente. Por último, el
castillo que ardía al final de la representación de moros se
ha independizado de ésta y se ha convertido en un espec­
táculo de fuegos de artificio, aunque conserva su nombre
hasta nuestros días.
Recurramos a una descripción de mediados del siglo xvii

38 Alenda, Op. cit., 246-247.


50
para resumir el cambio de carácter en las fiestas organizadas
por las ciudades. El motivo de la fiesta era un tanto pere­
grino: la partida de su majestad a Atocha, a dar gracias
por el feliz nacimiento de su hijo, y sucedía en M adrid en
1657. Para ella se adornaron las calles y frente a palacio,
en un tablado, representaba la compañía de teatro de Rosa;
mientras en el centro de la plaza se preparaba un castillo
¿e fuegos de artificio. En otro tablado representaba Pupilo
con su estrella, Juan R ana; en una esquina contaban con
sonoros instrumentos los hijos de Escamilla y otro conjunto
en los balcones del Ayuntamiento, donde estaban los seño­
res del Supremo y Real Consejo de Castilla. En diversas
plazas hubo danzas de espadas, de gitanos y de niños, los
plateros exponían su producto, así como otros gremios, au­
mentando, si esto era posible, el alboroto. Sobra decir que
Ja corte se mantuvo saludablemente alejada de la chusma,
aunque tal vez habrá observado arder el castillo desde los
balcones de palacio.40
Este tipo de celebraciones se hace más común a costa de
ila frecuencia de las morismas. Todavía en los años de
1657-1658, con el honorable pretexto del nacimiento del
príncipe Felipe, se realizan en cuatro festejos de moros,
conforme a datos recopilados por Alenda. Todos ellos su­
ceden en ciudades de bastante importancia e incluso en
dos de ellos la representación fue el acto principal. En
cambio en 1668, con un pretexto igual, es decir, el naci­
miento del segundo hijo, existe sólo una mención de moris­
mas en la ciudad de Valladolid y la representación fue uno
entre varios actos, entre los que destacan la escenificación
sobre carros, de autos debidos a Calderón de la Barca 41
A la misma ciudad de Valladolid debemos en el año de

i0 I b i d 330-331.
41 Ibid.} 385.
51
1670 otra grandiosa representación, cuando se festejaba Ia
boda de Garlos II con M aría Luisa de Borbón, y qUe
merece ser descrita un poco como postumo homenaje a la
morisma ciudadana: . .Al lado derecho de dicha plaza
había un castillo de fuego dentro del agua, que tenía cua­
trocientos pies de cuadro y doscientos de longitud, con su
foso,, contrafoso, puentes levadizos, almenas y baluartes. En
empezando a anochecer encendieron más de quinientas lu­
minarias . . . y se aparecieron cuatro hermosas galeras de
fuego muy bien adornadas. Empezaron a combatir el cas­
tillo, pegándole fuego, y él se las pegó a ellas, con que
a un mismo tiempo se encedieron galeras y castillo que era
una hermosa vista. . .”42 A partir de esta mención no se
localizó ninguna otra hasta entrado el siglo xvhi, con lo que
la decadencia de las fiestas de moros en manos de las ciu­
dades se confirma.
También lo hace un análisis de su difusión geográfica,
de la que pueden deducirse dos hechos significativos: una
reducción del área de difusión y un desplazamiento de la
representación hacia las ciudades de menor importancia.
Todas las menciones localizadas para el siglo xvn se concen­
tran en la franja mediterránea de la península ibérica, a
la cual se agregan Aragón, Valladolid en León, y el caso
excepcional de Toledo. Para la segunda m itad del xvii la
morisma ha sido desterrada de Extremadura. El otro he­
cho que debe anotarse es que la desaparición sucede pri­
mero en las ciudades importantes, M adrid en primer lugar,
y más tardíamente de las secundarias, para quedar relegada
finalmente a las villas y pueblos donde se conserva hasta
la actualidad. Respecto a este patrón general difieren Va­
lladolid y Toledo, ambas ciudades importantes, en que se
prolonga por razones inciertas la vigencia del festejo. En

42 Ibid., 422-423.
52
yalladolid apenas unos años más, en Toledo hasta el siglo
j¿vin y tal vez más tarde.
Desde el último quinto del siglo xvii, hasta el siglo xx,
Ja danza de moros y cristianos desaparece, con unas cuan­
tas excepciones, de las fuentes consultadas. De las citas del
siglo xvm, algunas merecen ser comparadas. U na de ellas
procede de Toledo y está fechada en 1723. El documento
¿escribe la recepción dada a los monarcas que iban de paso
rumbo a Aranjuez, y en ella tuvo la parte principal una
batalla naval en el T ajo en la que participaron 30 barcos,
mitad moros y m itad cristianos, junto con otras festivida­
des, como toros y torneos, los que por cierto, eran por en­
tonces una forma de danza. Esta fiesta, ya en plena épo­
ca borbónica, aunque apenas iniciándose el despotismo
ilustrado, parece un intento tardío por revivir el esplendor
de las antiguas representaciones.
La otra referencia procede de Alicante en el año de 1715,
cuando se celebran fastuosos actos para festejar la boda
real: una carrera de gansos y un simulacro militar entre
moros y cristianos, en que los primeros se apoderaron en
la m añana de un castillo, “ . .. celebrando su triunfo con
gran comida y mucha algaraza. . para que poco les
durara el gusto., ya que “ . . .por la tarde, los cristianos re­
cobraron la fortaleza a cargas cerradas y cañonazos.. .,H3
Esta festividad tiene un carácter totalmente diferente, po­
pular, Su función se cumple en un grupo reducido, en los
límites de la comunidad, y la forma se perpetúa por medio
de la tradición.
Desde principios del siglo xvii hasta mediados del xvm,
el abandono de la práctica de la morisma por diversos es­
tratos, primero la realeza y su corte, después los grupos
ciudadanos, se traduce en limitaciones de toda índole que

*3 Ibid., 509.
53
la ajena de su valor como elemento de cultura nacional.
Parece que el abandono de la danza sirve para diagnosticar
un distanciamiento social y una acentuación de las dife­
rencias clasistas en la cultura. Este hecho considerado jun­
to a otros, como el que la morisma no sea sustituida por
otra forma en la que participen todos los grupos sociales,
permite aventurar una hipótesis: el distanciamiento de
clases provocó en España un empobrecimiento de su cultura
nacional^ es decir, una reducción en el número de elemen­
tos compartidos por diversos grupos.
Pero el mismo desplazamiento social del fenómeno du­
rante este periodo, que deja a la danza enmarcada en el
ámbito popular, nos permite considerar todo el proceso
desde otro punto de vista diferente al de la decadencia:
y es el que estamos ante un proceso de popularización de un
rasgo cultural. D urante este periodo encontramos los prime­
ros datos que nos confirman la antigüedad de las representa­
ciones actuales. L a prim era referencia a la representación
de Alcoy, la más afamada actualmente, se remonta a prin­
cipios del siglo xvn cuando la describe Vicente Carbonell
como sigue: “ . . . E n cuyo día (San Jorge) se hace una
regocijada procesión; ilustrándola una compañía de cristia­
nos moros y de católicos cristianos, cuyo Alférez es el que
elige el Justicia y éste el que nombra el Capitán de los
mor os . .. En la tarde se hacen algunos ardides de guerra
dividiendo la compañía en dos tropas, componiendo la una
de cristianos y la otra de moros, que sujetos a liciones de
milicia se están belicosamente arcabuceando.. .” .44
O tra representación hoy famosa, la de Ainsa, se remonta
documentalmente a 1678, cuando el reino de Aragón le
otorgó su subsidio de diez jaquesas al año para su celebra-

44 Ricard, Op. c i t 83-84.


54
ción y que la corona de España ratificó en 1716. 40 La ver­
sión de Las Palmas^ en las Islas Canarias, se remonta docu­
m entalm ente a 1789, cuando se realizó en la plaza un com­
bate entre un navio bárbaro y una galera española, en bu­
ques arrastrados por bueyes.46 Estas versiones, poco nume­
rosas en la bibliografía publicada, proporcionan evidencia
de que el proceso de popularización estaba avanzado en este
periodo y que debió iniciarse aún en el siglo xvi o tal vez
antes, aunque la documentación, siempre sujeta a discri­
minación social, no nos dé los elementos que permitan
establecerlo claramente.

45 Arco y Garay, Op. cit., 112.


46 Ricard, Op. cit., 205.
55
La é p o c a c o n t e m p o r á n e a

La danza, de moros y cristianos en España vuelve a des­


pertar el interés de los cronistas hasta bien entrado el si­
glo xx. Para entonces España ya no es el imperio más vasto
del mundo, sino una nación más entre la enorme lista
de los países subdesarrollados. Sus antiguas posesiones hace
tiempo que se han desligado de su tutela. La Revolución
Industrial la ha pasado de lado, como ya se preveía desde
el inicio de su ascenso; sus reservas de metales preciosos
se han agotado mucho tiempo atrás; la ruptura de su im­
perio colonial la dejó imposibilitada de participar en la ca­
rrera capitalista europea; ni siquiera, pese a los dramáti­
cos esfuerzos, ha modernizado su estructura política, una
de las más conservadoras del mundo.
A partir del siglo xix España se mantuvo lo más aislada
que pudo, con lo que se acentuaron sus diferencias con el
resto de Europa, y llegó a caracterizarse como una de las
naciones más reacias al cambio. Ese carácter ha permitido
la persistencia de formas de cultura tradicionales en una
escala más amplia que en cualquier otro país europeo.
Esas formas de cultura, que llamaremos populares, se
extienden sobre todas las actividades humanas, desde la
economía hasta la religión y las costumbres. También se
extienden por todo el territorio de la península ibérica, a
través de innumerables variantes regionales y locales, inte­
grando un complejo mosaico cultural de muy difícil carac­
terización. Sin embargo la difusión de algunos rasgos reba­
sa los límites regionales. Tales rasgos se entretejen en una
fina red y otorgan a la cultura española un cierto grado de
unidad.

56
Uno de los rasgos que rebasa el marco regional es la
danza de moros y cristianos. Su presencia corresponde a su
patrón de difusión histórica, y en especial a la etapa de
apogeo. Su persistencia se explica por el desplazamiento
social que dejó su práctica limitada a las comunidades ru­
rales más alejadas y por ende más conservadoras, donde se
fijó en las tradiciones. Lo que llamamos fijación no im­
plica que haya permanecido inalterable; más bien significa
que ha continuado una evolución a partir de modelos anti­
guos que siguen conservando su vigencia, es decir, su fun­
ción, dentro de la cultura. Esta función es difícil de pre­
cisar, más aún cuando esto se hace a distancia y sin conoci-
íniento directo de la fiesta y de su ámbito cultural. Pero
cíebe insistirse en que su práctica no es concebible sin
úna función, ya que esto diferencia la supervivencia cultural
del documento histórico o el resto arqueológico, que exigen
un tratamiento distinto. Las formas contemporáneas de la
i-danza no son equiparables a las antiguas, aunque tienen con
■éstas una indudable relación.
La danza de moros y cristianos se practica en las siguien­
tes zonas: las aldeas aragonesas y catalanas en las provincias
de Huesca, Lérida, Zaragoza, Tarragona y Castellón; las
islas Baleares, en Palma, Soller y Pollensa; en aldeas ali­
cantinas y sus vecinas de Valencia y Albacete; en Anda­
lucía, en las villas y aldeas de las provincias de Cádiz, M á­
laga, Granada, Almería y el im portante núcleo de Alpu-
jarra; las Islas Canarias, en el puerto de Las Palmas; en
aldeas toledanas de Castilla la Vieja; en la provincia ga­
llega de Orense; en Vaíladolid, en la forma de “entradillas
de moros y cristianos” ; en Europa fuera de España, se
practica en Portugal. En Francia se interpretó cuando me­
nos hasta principios de siglo en M artres Tolosanes,47

47 Foster, Op. cit, 382 y Ricard, Op. cit., 71-72.


57
La forma de celebrar la danza varía ampliamente en
cada región. La documentación disponible no permite una
clasificación, por lo que se h a preferido la somera descrip­
ción de algunas de las variantes. En Aragón y Cataluña,
la danza de moros y cristianos h a pasado a formar parte de
las representaciones llamadas dance aragonés, que se rela­
cionan además con la danza de espadas en su variedad
paloteada, y con el baile de cintas.48 Los dances que más
importancia otorgan a la parte de moros se localizan en
el alto Aragón, y se celebran los días de fiesta patronal en
la plaza del poblado, a la salida de misa mayor.
Principia el dance con la llegada de uno o más rabada­
nes —pastores—, que en verso romanceado hacen la presen­
tación de los danzantes y del mayoral; al mismo tiempo
hacen un comentario del ano agrícola y sus sucesos sociales.
Sigue a este acto la danza de los moros, que se inicia con
las provocaciones del Régulo moro. Tras un cruce de bra­
vatas y desplantes por ambos bandos, se inicia el combate
con espadas, arcaísmo que se debe a la severa prohibición
por las autoridades del uso de armas de fuego que fueron
muy populares. Ayudados por los diablos los moros casi
triunfan en su empeño, pero el contrapeso de un ángel
decide el triunfo cristiano y la conversión de los moros al
catolicismo. En seguida hay coloquios humorísticos y satí­
ricos entre el mayoral y los rabadanes, referentes a la gente
y sucesos del pueblo^ con los cuales se intercalan danzas
de espadas y garrotes, que rematan con la evolución llama­
da castillo que corona un ángel.
Las motivaciones del combate son las exigencias por par­
te de los moros al estilo M auregato, de un tributo de cien
doncellas, o el intento de los infieles para secuestrar la
48 Caro Baroja, Julio. Los pueblos de España> ensayo de etno­
logía:» Barcelona, Editorial Barna, 1946 (Colección histórica Laye,
5 ), p. 438.

58
imagen titular del pueblo. Los diálogos, que recaen en los
generales de ambos bandos, desarrollan esta tram a argu-
mental en versos casi siempre octosílabos.49 A mi juicio,
esta representación es el resultado de la integración de va­
rios elementos distintos que participaron alguna vez en las
fiestas del Corpus Christi: la forma teatral de los moros y
cristianos en el diálogo; su forma espectacular en el si­
mulacro de combate y en el castillo, aunque éste se realice
coreográficamente; danzas de espadas; y otras formas del
teatro popular. La multiplicidad de elementos sugiere una
formación bastante antigua, aunque la falta de pruebas
documentales permite sólo como hipótesis llevarla hasta el
esplendor de las fiestas de la Eucaristía en el siglo xvi.
No se dispone de ninguna descripción de las variantes
de las Islas Baleares, aunque sí se ha establecido la cone­
xión entre las fiestas insulares y las de Cataluña y Valen­
cia. La variedad alicantina tiene un carácter predominan­
temente teatral^ aunque la multiplicidad de comparsas, que
se sustituyen cada año, debe interpretarse como influencia
de la forma espectacular. Para la descripción del festejo
usaremos la que transcribe Foster, realizada en Al coy en
1935. La representación de este lugar sigue siendo una de
las más famosas de España y se h a convertido en un espec­
táculo turístico.
Las comparsas cristianas fueron nueve (contrabandistas,
esclavos negros, cides, mozárabes, visigodos, aragoneses,
etc.) y las de moros trece: (mudejares, bereberes, m arro­
quíes, judíos, etc.), todas magníficamente vestidas, espe­
cialmente las de moros, ya que se consideraba mejor la ac­
tuación en este bando. En la m añana del 22 de abril en­
traron las comparsas cristianas, cada una con su banda,

49 Capmany, Op. cit.} II, 390. Arco Garay, Op. c i t III. Foster,
Op. cit., 383-384.
59
y se posesionaron de un castillo construido en la plaza
principal, de más de seis metros de alto. Los moros desfi­
laron por la tarde. El día 23 un emisario de Alazrach llegó
al castillo para pedir la rendición, que los cristianos re­
chazaron. Otro embajador morisco que insistió con más
energía, recibió mofas por respuesta. Con cartuchos de sal­
va y cohetes se inició el combate, hasta que los moros gana­
ron el castillo, una vez que el gobernador moro mató al
cristiano en duelo a espada. Por la tarde? a la inversa, se
repitió el argumento y los cristianos recuperaron el castillo,
en el que se encendieron fuegos de artificio. Representa­
ciones muy similares fueron descritas alrededor de 1590 en
Ibi y en Petrel.50
Las fiestas andaluzas se asemejan a las alicantinas en
cuanto a tema y presentación. La motivación del simula­
cro es el secuestro de la imagen patronal, en cuyo día se
celebra la fiesta, por los moros llegados de la mar, quienes
la mantienen prisionera hasta su derrota y consabida con­
versión. Los textos muestran un alto índice de agregados e
interpolaciones; Ricard cree que las representaciones evocan
las incursiones de piratas moros.51 Desafortunadamente su
estudio es superficial e incompleto. Y esta deficiencia es
más sensible porque parece ser que de esta región se trans-
ladaron a América modelos tardíos de la danza.
En Las Palmas, Islas Canarias, el tema evolucionó a
tal grado que eliminó a los moros y a los cristianos, pero
conservó elementos suficientes para ver que se origina en
una representación de este tipo. El día de la fiesta se colo­
ca a la Virgen en un fingido navio de mampostería que tra­
ta de llegar a un puerto resguardado por un castillo que

50 Ricard, Op. cit., 205.


51 Notas bibliográficas en Bulletin Hispanique, París. T. XLII,
No. 2, 1940, y T. XLVIII, No. 3, 1946.
60
le pone alto. El navio intenta desobedecer la intimación
a lo que el castillo responde con amenazas de hundirlo.
Ante eso la nave se identifica como portadora de la V ir­
gen, lo que provoca que el castillo la salude con salvas
artilleras.52 Llevando la interpretación a extremos temera­
rios, me parece que estamos ante una derivación de las
versiones de desembarco andaluzas corregida y aumentada
por algún párroco celoso de sus deberes y preocupado por
la impiedad del relato de moros y cristianos.
La versión más verídica del festejo se celebra en Ma-
queda, villa toledana, en su fiesta patronal bajo la advora-
ción de Nuestra Señora de los Dados. Esta representación
tiene diez papeles hablados, cinco por bando. El conflicto
se origina cuando don Julián, caballero cristiano, recibe no­
ticia de que su hija Florinda ha sido ultrajada por don
Rodrigo, su rey, por lo que se pasa al bando moro a quien
entrega las llaves de España. Los moros se posesionan, tras
reñido combate, de la imagen y del general cristiano Aceta,
quien con lujo de dialéctica convence al rey moro de jugar
la virgen a los dados antes de seguir combatiendo. La
gana y los moros, contritos, piden el bautizo.63 Esta repre­
sentación está inmersa en un mundo legendario en el que
el autor de la descripción no profundiza y que merecía
conocerse cuando menos por su truculencia. La relación
entre la danza y una literatura oral tradicional puede ayu­
dar a comprender la persistencia del festejo en Toledo, apa­
rentemente aislado de las demás regiones en que la danza
se practica.

52 Pérez Vidal, José. “Tradiciones marineras; el castillo y la na­


ve” en Revista de dialectología y tradiciones populares, Madrid.
T. V III, 1951, pp. 697-703.
23 Brugarola, P. Martín. “Moros y cristianos en el castillo de
Maqueda” en Revista de dialectología y tradiciones populares. Ma­
drid, T. XI, No. 4, 1955, pp. 530-536.
61
En Orense, provincia gallega, la danza tiene también un
carácter eminentemente teatral. En Sainza los moros toman
posesión de un castillo en el que mantienen cautivos a
cristianos que su general pretende rescatar; al resultar in­
fructuoso el largo diálogo se inicia el asedio del castillo
con poderosa artillería de h o ja la ta ... sobra decir quién
es el vencedor.54 En Trez y R etorta las cuadrillas son me­
nores, entre seis y diez por bando, y el combate surge
cuando los moros intentan secuestrar la imagen escoltada
por cristianos durante la procesión.65 Se ha sostenido que
este núcleo de representaciones se relaciona más con las ver­
siones portuguesas que con las del resto de España. Las
versiones portuguesas son básicamente las mismas que en
España, aunque con cierta predilección por el tema caro- ;
lingio. En una de ellas, que se representa en Naves, los
cristianos son comandados por Carlomagno y los moros
por el almirante Balás. En el usual cambio de embajado­
res, Oliveras bate en duelo a Ferrabrás, quien está a punto
de convertirse cuando aparecen sus correligionarios que to­
man prisionero al paladín cristiano. Prisionero y todo ob­
tiene el amor de Florípez, representada por un joven dis­
frazado con opulentos postizos, que lo libera y huye con él.
Todo termina con una batalla general de resultados prede­
cibles.68
A las descripciones seleccionadas pueden agregarse más,
pero todas tienen un carácter semejante.
Es obvio que si la representación de moros y cristianos
ha persistido desde sus orígenes medievales hasta la actua­
64 Foster, Op. cit., 386.
55 Taboada, Jesús. “Moros y cristianos en tierras de Laza (Oren­
se)” en Revista de dialectología y tradiciones populares, Madrid,
T. XI. No. 3, 1955, pp. 334-352.
68 Nota bibliográfica en Bulletin Hispanique, París. T. XLI. No.
2, 1949.
62
lidad, debe eso a su función y no a su forma. L a supervi­
vencia de rasgos formales por sí mismo es excepcional, o
no existe. La morisma es algo común, al grado que podemos
afirmar que es la danza dramática más ampliamente difun­
dida en España hoy en día; luego, debe su práctica a la
capacidad de satisfacer una necesidad cultural vigente. Por
otra parte, forma y función difícilmente pueden concebirse
independientemente, están íntimamente relacionadas, al
grado que admiten un mínimo de variabilidad una con
respecto a otra. Form a y función evolucionan constante­
mente provocando ajustes mutuos, acondicionamientos. Si
la función desaparece no puede subsistir la forma, como
sucedió en la práctica cortesana y en otro lado, una función
no puede satisfacerse sin una forma, las más de las veces
específica.
■ Desgraciadamente las limitaciones documentales no nos
permiten profundizar en la función contemporánea del
festejo de moros y cristianos, por lo que nos limitaremos
a seleccionar los datos que pudieran volverse significativas
para un análisis cultural más profundo y una posible inter­
pretación funcional.
L a difusión geográfica de la danza corresponde a algu­
nas regiones poco desarrolladas económicamente. Su prác­
tica se da en centros rurales, generalmente de difícil acceso;
el tipo de actividad económica, el aislamiento y la ubica­
ción geográfica permiten caracterizarlas como comunida­
des pobres. El festejo se celebra casi siempre en la fiesta
patronal, por lo que debe ubicarse dentro de la vida reli­
giosa y por sus características, considerarse un elemento po­
pular, que no forma parte de la liturgia oficial pero con
la cual convive, aunque ocasionalmente se opongan. El sos­
tenimiento de todo un sistema religioso popular, en el que
las fiestas locales tienen máxima importancia, se apoya en

63
organizaciones o instituciones que tienen un doble fin;
uno individual como reafirmación de fe religiosa, y otro so.
cial, mucho más complejo, como medio de control, índice
de status , regulador del excedente económico, etc. Las
organizaciones como las hermandades y cofradías y las insti­
tuciones como la mayordomía datan de antiguo y, aunque
limitadamente, conservan muchas de sus funciones origina­
les, lo que es un índice de escaso cambio en las estructuras
sociales. En España, donde existe una religión oficial, en
las pequeñas comunidades hay una estrecha relación entre
tales organizaciones y el gobierno civil —el concejo— que
en teoría funciona paralelamente.
L a poca documentación disponible sugiere que la orga­
nización de la danza se hace atendiendo a los siguientes
patrones: en algunas partes es cargo de una cofradía especí­
fica que tiene sus propias jerarquías, como sucede en An-i
dalucía,57 en otras, como Toledo, se m aneja como una ma­
yordomí a, es decir, el alcalde o autoridad civil, otorga el
privilegio de organizar la representación al primer joven
que lo solicite y éste reparte los papeles entre sus amigos.08:
En otras partes toma una forma mixta, como en Alcoy,
donde las cofradías que se forman alrededor de la danza:
proporcionan las comparsas, mientras los actores que repre­
sentan a los jefes toman el papel a la m anera de las ma-:
yordomías.50
Gomo otros cargos religiosos, aunque en menor medida, la
participación en la danza es onerosa. Si a esto se agrega
que, salvo en los papeles principales, el peso recae en los
jóvenes, todos del sexo masculino, se puede sugerir que la
danza representa un estadio en la participación en la vida
57 Baroja, Op. cit., 410.
58 Bmgarola, Op. cit., 530-536.
59 Foster, Op. cit., 384.
64
religiosa de la comunidad reservada a los jóvenes. L a im­
portancia de esta participación no debe menospreciarse.
Basta recordar que la representación constituye el princi­
pal evento de la fiesta y que ésta es la expresión pública
de las organizaciones de tipo popular.

65
LA INTRODUCCIÓN DE LA DANZA DE
MOROS Y CRISTIANOS EN MÉXICO

Con la c u l t u r a d e c o n q u is t a e n s it u a c ió n

de c o n ta c to : el bando espa ñ o l

No e s mucho lo que conocemos sobre los hombres que se


desprendieron de España en el siglo xvi para conquistar
y colonizar el Nuevo Mundo. Conocemos en cambio su
motivación, que Irving A. Leonard sintetiza en tres pala­
bras: oro, gloria y evangelio. El impulso básico, la búsque­
da de la riqueza en la forma de posesión de metales pre­
ciosos, como la concebían las filosofías mercantiles de la
época, es la causa de la presencia de la mayor parte de los
conquistadores. Eso puede caracterizarlos hasta cierto pun­
to. Era la gente que no poseía riquezas ni tenía medios
de obtenerla en España. Pero no sólo eran pobres, sino
ambiciosos, ya que arriesgaban todo en la aventura. Eran
pues los desplazados sociales, los cristianos viejos que ha­
bían sido dejados al margen del ascenso o que estaban
arruinados. Eran los insatisfechos. L a gente que no estaba
ubicada en un medio que les ofreciera posibilidades de
realización personal; eran el resto de un sistema medieval
ya caduco en busca de una nueva ubicación.
El afán de gloria, de reconocimiento social, estaba en
íntima relación con la búsqueda de la riqueza y dotaba a
ésta de especiales características. L a concepción española
de la gloria era un producto de la guerra de reconquista.
Su obtención se asociaba a las distinciones militares, a las

66
hazañas guerreras, y nunca al trabajo metódico y prolon­
gado. Riqueza y gloria eran las consecuencias del arrojo
y del valor, la apoteosis del guerrero. Este concepto abstrac­
to de la gloria ayuda a la caracterización del conquistador.
Lo ubica como gente de armas, como antiguo soldado o
nuevo recluta en persecución de la fama y el poder, como
aventurero. La distinción entre el conquistador y el colo­
no es clara: uno persigue el ascenso social como conse­
cuencia de sus hazañas y el otro como resultado de su tra­
bajo. El conquistador prefiere el rescate de oro a la pose­
sión de tierras, el carácter privado y contractual de la em­
presa de conquista es la consecuencia lógica del ideal del
conquistador.
El último afán, el evangelio, lo trae el conquistador por
añadidura. Es también un resultado de la prolongada cru­
zada de reconquista en la que la fe del español se convir­
tió en fanatismo, en la certeza absoluta sobre la justicia de
sus actos, amparados plenamente por el poder divino. La
religiosidad del conquistador estaba lejos de la práctica de
:las observancias. Era un acuerdo privado con el Ser Su­
premo mediante el cual el conquistador se convertía en su
brazo armado, en su ejecutor, percibiendo a cambio rique­
za y gloria. Este contrato estaba legalizado desde las leyes
de partida que se proclamaron desde la reconquista y que
seguían vigentes en el siglo xvi. El evangelio es la justifica­
ción legal de los actos de guerra y conquista en un territorio
tan pródigo en infieles como América; es la puerta del cielo,
el camino lícito y claro de la gloria y la riqueza. Es tam­
bién la intemperancia.
Dentro de esta caracterización del conquistador como
un resabio de la cultura medieval cabía gente de dife­
rentes provincias. Al parecer dominaron los extremeños y
andaluces, donde las condiciones sociales aún no se estabi­

67
lizaban como en el resto del país, debido a la mayor du,
ración de las guerras de reconquista en esos territorios.
También cabía gente de diferente condición social, desde"
los hijosdalgo arruinados, soldados de fortuna y, en rué*
ñor grado, artesanos y campesinos inconformes. Pero el
contingente mayoritario procedía claramente del estado
llano y no por cierto de sus estratos superiores. Luego,
estaba más cerca de la cultura popular que de la acadé­
mica. Puede también aventurarse que en su mayor parte
los conquistadores procedían de los centros urbanos, ya que
no tenían las ataduras derivadas de la posesión de tierras.
Este contingente incluía en diferente grado muestras
de toda la cultura española del siglo xvi aunque con al­
gunas tendencias predominantes. Sin embargo, esta diver­
sidad de culturas de las que eran portadores los conquis­
tadores no se proyectó sobre el Nuevo Continente. Por el
contrario, éstas presentaron frente a las culturas aborígenes
una cultura unitaria y uniforme, resultado de diversas
condiciones: el contacto e intercambio entre gente de dife­
rente origen, todos en situación de desarraigo; una nueva
problemática que demandaba soluciones semejantes por
parte de todo el grupo y que se derivaba de las condiciones
de contacto con las culturas y la naturaleza americana; la
integración de grupos heterogéneos que requerían de una
respuesta solidaria para enfrentarse a las nuevas circunstan­
cias, es decir, el surgimiento de nuevos lazos de solidaridad
social. El resultado fue la unificación del patrimonio cultu­
ral de los conquistadores; una selección ecléctica de los
rasgos más útiles de entre la totalidad de los aportados;;;
la modificación de los rasgos seleccionados para ajustarlos
a las nuevas condiciones; finalmente, la inclusión de nue­
vos elementos, ya fueran creados o formados en el marco
ambiental del Nuevo M undo y ajenos al patrimonio origi-

68
jiál En síntesis, siguiendo a Foster, fue un modelo de “cul­
tura de conquista”, que se comportaría como “ . . . la tota­
lidad de influencias donadoras^ cualquiera que sea su ori­
gen» que se ejercen sobre una cultura receptora. . .,,:L
El concepto de la cultura de conquista como aquella
que se pone en contacto con las culturas aborígenes, debe
tenerse presente, ya que de ella emanarán los rasgos o
complejos culturales difundidos y no de las culturas origina­
les, en este caso las sustentadas por los pueblos de Es­
paña. El uso de este concepto convierte el estudio de la
difusión cultural en un análisis funcional en condiciones
íiistóricas. En su prim era fase, la formación de la cultura
de conquista es un proceso inconsciente. La selección de
elementos no se hace en virtud de que éstos vayan a pro­
yectarse sobre una cultura receptora, sino atendiendo a ne­
cesidades internas del grupo conquistador. A esta primera
fase o cultura de conquista inconsciente de su trascenden­
cia, nos referiremos en el presente capítulo.
El clima alucinado que vivía la España del xvi, resultado
de su trayectoria histórica, no sólo se prolongó sino que
se acentuó en la cultura de conquista. Los conquistadores
no sólo creían en las ficciones sino que las vivían. El nuevo
continente alimentaba su fantasía y hacia él proyectaban
todo el conjunto de creencias forjadas alrededor de la his­
toria milagrera de la reconquista, que para ellos se con­
cretaba frente a los nuevos infieles. Los símbolos de la gue­
rra de reconquista recibieron nuevo aliento en la conquista
de América; Santiago volvía a cabalgar junto a sus hijos
predilectos, segando vidas infieles.
Así sucedió en México, en la batalla de Gentla, donde el
pecador Bernal Díaz no pudo atestiguarlo. Sólo en la con­
quista de Jalisco tres veces hubo el paladín apóstol de aco-
1 Foster, Op. c i t 33-37.
69
meter ferozmente a los indígenas.2 De nuevo la Santa Cruz^
refulgente en el cielo aterrorizaba a los indios, los hacía
deponer las armas y aceptar el bautizo, como sucedió en
el cerro del Sangremal en Querétaro, en 1531.3 El espíen»
dor de la fiesta de Corpus se avivó en América, donde su
significación como símbolo y pública expresión del cristia­
nismo frente a los infieles adquirió nueva vigencia.
A tal grado se sentían los conquistadores de América dig­
nos y sucesores de los cruzados medievales de la recon­
quista, que alguno de sus cronistas, como Baltazar de
Obregón, no vacila en aplicar a los aborígenes americanos
el término de “alárabe”, que hace especial hincapié en
una de las características que más cautivaron a los con­
quistadores y que es la categoría de infieles que tenían los
nativos americanos. En el mismo sentido, abundan las re­
ferencias a las pirámides como “mezquitas” y a los sacer­
dotes como “alfaquis”.
Este sentimiento de prolongación de la cruzada acoge:;
también otras manifestaciones de origen medieval como los;
cantares de gesta y los romances, que los conquistadores:
repetían con asiduidad como Bernal hace constar. El fan­
tasioso contenido de las novelas de caballería es incorpo­
rado a la cultura de conquista con una modificación im­
portante: en España era pura ficción, en cambio, para el
conquistador se toma verdad realizable. Bernal ve en Te-
nochtitlán la superación de las visiones de Amadís. Las
ciudades de plata existen y la fuente de la juventud se per­
siguen con febril delirio. No hay conquistador que no haya
estado a unas cuantas jom adas de la tierra de las amazo-
2 Santoscoy, Alberto. La fiesta de los tastoanes, estudio etnológi­
co histórico. Guadalajara, S. G. Montenegro, 1889, pp. 2-3.
3 Fernández, Justino. Danza de los concheros en San Miguel
de Allende. Estudio histórico, costumbrista y coreográfico de. . .
México. El Colegio de México* 1941, pp. 39-40.
70
rías, mito predilecto derivado de Don Belianís de Grecia.
]Sfo hay que olvidar que estas novelas, aunque posteriores
a la guerra de reconquista en su edición, no lo son en su
tema, ya que sus héroes realizan sus hazañas luchando con­
tra infieles musulmanes. Las novelas de caballerías, que
tanto gustaron a los conquistadores, son el colofón de la
n iística de la reconquista que éstos practicaron.
Esta exacerbación de las alucinaciones de la España del
xvi que muestra la cultura de conquista en su primera
fase se expresa fielmente en los festejos que sus sustenta­
dores practicaron. El patrón parece ser el mismo aplicado
en España, pero muestra algunas significativas alteraciones.
La función primordial de las fiestas como manifestación
pública de la presencia del grupo adquiere en América
otros significados adicionales. Se convierten en una decla­
ración de unidad frente a un ambiente hostil; una reafir­
mación de la continuidad de las tradiciones originales; una
reiteración del papel de los conquistadores como parte del
pueblo elegido, depositarios de una santa cruzada sucesora
digna de la que realizaron sus antepasados. Las ocasiones
para la realización de fiestas también guardan fidelidad a
las que seguían en España. Las fiestas religiosas, la celebra­
ción de acontecimientos y la recepción de funcionarios, eran
los motivos más socorridos para un festejo.
La fiesta religiosa predilecta de los conquistadores fue
la de Corpus Christi, que prolongó en América su esplen­
dor por mucho más tiempo que en España, gracias al vi­
gor inicial que le otorgó la cultura de conquista. Los con­
quistadores encontraban cercano y directo el simbolismo
de la fiesta como reafirmación pública de resistencia con­
tra los infieles, de ahí el entusiasmo de su participación.
Mientras en España la fiesta había cambiado de significa­
do para convertirse en una manifestación contra el protes­

71
tantismo, en América conservó su sentido original contra
los infieles. Igualmente, mientras en España perdía poco
a poco su gran arraigo el culto a Santiago, éste vivía aún
plenamente en el nuevo continente y su festejo era de los
más importantes para los conquistadores y sus descendien­
tes. Tanto así que desde 1541 fue instituida como fiesta
titular de la ciudad de México.4 Además, pronto surgieron
festividades de tipo religioso más o menos características
de la cultura de conquista, como el famoso “paseo de pen­
dón’^ en el que se festejaba el triunfo de los conquistado­
res sobre los aborígenes y del que se tienen noticias en
México y en Lima.5
En cuanto a la celebración de acontecimientos, fiestas
más bien de tipo civil, también respondían al patrón penin­
sular del siglo xvi, aunque la lentitud en las comunicacio­
nes retrasaba esos festejos de m anera notable; así encon­
tramos grandes fiestas para celebrar la paz de Aguas M uer­
tas en 1538.° Por otra parte, adquiere m ucha importancia
la celebración de sucesos locales, como el bautismo de los
4 Rangel, Nicolás. Historia del toreo en México, época colonial
1529-1821. México, Imprenta de M. L. Sánchez, 1924, pp, 9-11.
(Esta obra ofrece mucha información sobre el tema. Desgraciada­
mente carece del aparato erudito, es decir, que el autor se rehúsa
sistemáticamente a señalar sus fuentes. En algunos casos he locali­
zado éstas y comprobado su veracidad, lo que me ha decidido a
utilizar su información que fue tomada de las actas de cabildo de
la ciudad de México y de diversas ramas del Archivo General de
la Nación. Pese a ello sólo utilizo esta obra para apoyar las inter­
pretaciones, que se basan en fuentes directas.)
6 Romero de Terreros y Vinent, Manuel (Comp.). Tórneos,
mascaradas y fiestas reales en la Nueva España. Selección de do­
cumentos y prólogo d e.. . México. Editorial Cultura, 1918 (tomo
IX, No. 4), pp. 11-19.
6 Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista
de la Nueva España. Prólogo de Joaquín Ramírez Cabañas. 2a.
Ed. México. Editorial Porrúa, 1962, pp. 503-505.
72
Jiijos de don M artín Cortés en 1556, que en España no pro­
vocaban el menor entusiasmo. Cada batalla ganada implica
lin festejo, aunque a veces el boato de éste superaba la im­
portancia del hecho militar e incluso causaba más heridos
y maltrechos. Es interesante notar la importancia que se da
a noticias procedentes de otras colonias americanas como
motivos de festejos, como el de 1555, cuando se celebró
en México la derrota de Hernández en Lima.7
En cuanto al modo de realizar los festejos se observa la
misma situación, es decir, se conserva el patrón generali­
zado en la península ibérica con ligeras modificaciones. La
más notable es la acentuación de la importancia de los
juegos de destreza, con detrimento de los actos de salón,
en relación a las fiestas contemporáneas en España. Esta
acentuación es congruente con el tipo de gente que eran
los conquistadores y con el tipo de empresas que empren­
dían. Además, la misma composición de los grupos conquis­
tadores daba poco o ningún lugar a los actos de salón. Po­
demos observar en este caso cómo la selección de elementos
para la cultura de conquista en su prim era fase obedece a
razones funcionales y no al azar.
Entre los juegos predilectos que los conquistadores prac­
ticaron en sus fiestas, destacan las corridas de toros; la
primera se celebró en 1529 en las fiestas del 13 de agosto,
en honor de San Hipólito para festejar la toma de Tenoch-
titlán y desde entonces quedó instituida la celebración de
corridas en esa fecha; se m ataban dos toros que se rega­
laban a monasterios y hospitales.8 En la misma fiesta apa­
recían otros juegos de destreza^ como el juego de cañas, las
alcancías y las entradas y escaramuzas.
Entre todos estos festejos sobresale por su importancia
7 Rangel, Op. c í t 17.
8 Rangel, Op. citt> 7-11.
73
el de moros y cristianos. Aunque no se disponga de datos
que permitan confirmar su práctica en las Antillas, lo tem­
prano de su aparición en México y lo frecuente de su repe,
tición permiten inferir su celebración casi desde el momento,
del descubrimiento.
L a confirmación documental más antigua de la danza
de moros y cristianos en América se debe a Bernal Díaz.
Éste nos dice que yendo Cortés rumbo a las Hibueras, lle­
gó a Coatzacoalcos, donde “ .. .el gran recibimiento que
le hicimos con arcos triunfales y ciertas emboscadas de cris­
tianos y moros, y otros grandes regocijos e invenciones de
ju e g o s ...”9 Este suceso puede fecharse entre finales de
1524 y principios de 1525, apenas transcurridos tres años
desde la calda de la gran Tenochtitlan. L a importancia
que adquiere la danza está relacionada con su carácter de
juego de armas, pero más aún con su simbolismo y tema,
que tan bien se prestaba para reflejar la aventura que co­
rrían los conquistadores.
En México se identifica la danza de moros y cristianos
con el término escaramuza y se relaciona íntimamente con i
el juego de cañas. Con ese nombre y en tal contexto encon- ■
tramos varias referencias a la celebración de la danza de \
moros y cristianos como parte de la cultura de conquista:
las ya mencionadas de 1524 y 1529, así como la perpetua­
ción de esta última cada año y la del bautizo de don An­
tonio Cortés en 1562.
Al decir que la danza era parte de la cultura de con­
quista en su etapa inconsciente respecto a su trascendencia,
se implica que era un festejo que celebraban los conquista­
dores para ellos mismos como respuesta o necesidades inter­
nas de su grupo. Veamos, a través de una descripción del
inevitable Bernal Díaz del Castillo, la forma y carácter de
0 Díaz, Bernal. Op. cit., 425.

74
una de estas celebraciones: la que tuvo lugar en la ciudad
de México en el año de 1538 con motivo de haberse reci­
bido la noticia de la firma de la paz de Aguas Muertas
entre Carlos V y Francisco de Francia, por lo que el virrey
]Vfendoza, Hernán Cortés y la Real Audiencia “ .. . acor­
daron de hacer grandes fiestas y regocijos; y fueron tales
que otras como ellas no las he visto hacer en Castilla.,
así de justas y juegos de cañas, y correr toros, y encontrarse
unos caballeros con o tro s.. . ”
El primer día se dedicó a las celebraciones realizadas
por indígenas que mencionaremos más adelante. “ .. .Des­
pués de esto, amaneció otro día en m itad de la misma
plaza mayor hecha la ciudad de Rodas con sus torres y
almenas y tro n eras... y tan al natural como es Rodas, y
con cien comendadores con sus encomiendas todas de oro
y perlas. . . y por gran capitán general de ellos y gran maes­
tre de Rodas era el marqués Cortés, y traía cuatro na­
vios . . . y tan al natural que se elevaban de ello algunas
personas de verlos ir a la vela por mitad de la p la z a ...
Dejemos los navios y su artillería y trompetería, y quiero
decir cómo estaban en una emboscada metidas dos capita­
nías de turcos muy al natural, a la tu rq u esa... y estaban
en celada para hacer un salto y llevar ciertos pastores con
sus ganados que pacían cabe una fuente, y el un pastor de
los que guardaban se huyó y dio aviso al gran maestre
de Rodas. Ya que llevaban los turcos los ganados, salen los
comendadores y tienen una batalla entre los unos y los otros,
que les quitaron la presa del ganado; y vienen otros es­
cuadrones de turcos por otra parte sobre Rodas, y tie­
nen otras batallas con los comendadores, y prendie­
ron muchos de los turcos; y sobre esto luego sueltan
toros bravos para despartirlos.. . mo Luego de una cena
1QIb¡d.} 503-505.
75
pantagruélica en la que el cronista se desempeña con mu­
cho entusiasmo, nos dice “ . . . Dejemos las cenas y banque­
tes y diré que para otro día hubo toros y juegos de cañas,
y dieron al marqués un cañonazo en un empeine de un pie,
de que estuvo malo y cojeaba; y para otro día corrieron
caballos desde una plaza que llaman Tlaletulco. . . y asimis­
mo corrieron unas m u jere s,.. e hicieron muchas farsas,
y fueron tantas, que ya no se me acuerda, y de noche hicie­
ron disfraces., , ’ni
Esta fiesta merece un comentario para mejor visualizar
su papel en la cultura de conquista. La organización del
festejo queda en manos de las autoridades quienes se en­
cargan de garantizar una participación activa, a veces un
tanto violentamente como cuando en 1528 el cabildo orde­
nó, para celebrar el paseo del pendón, que “jueguen ca­
ñas, e que todos cabalguen, los que tovieren bestias, so pena
de diez pesos de o r o .. .”12 A veces las mismas autoridades
costeaban el festejo en su totalidad; otras la gente más dis­
tinguida tomaba a su cargo parte de las erogaciones, como
cuando llegó la noticia de la derrota de Hernández en Li­
ma, por lo que el virrey don Luis de Velasco ordenó festejos
con juegos de cañas, en los que él tomaría una cuadrilla
que sería vestida por su cuenta.13 Este sistema sería institu­
cionalizado más tarde y se generalizaría en muchos festejos.
Respecto a la participación, ésta es colectiva para todo
el grupo. Es verdad que desde el inicio de las empresas
de descubrimiento y de conquista existían diferencias so­
ciales entre los participantes; nada más claro al respecto
que la contratación en las empresas particulares, en las que
se reciben beneficios de acuerdo con la aportación indivi­
11 Ibid., 507.
12 Rangel. Op. cit., 12.
i *lbid., 13.
76
dual de capital y de servicios. Pero esas diferencias socia­
les no se convierten en variantes culturales más que en las
sociedades estables, y los conquistadores estaban muy lejos
de serlo. La comunidad de intereses frente a un mundo
hostil se traduce en la participación general en la cultura
de conquista. La situación de contacto, mientras perduró,
determinó el mantenimiento de una cultura común por
parte de los conquistadores, aunque entre ellos mismos se
distinguieran rangos y diferencias sociales. En cuanto al pa­
trón formal, en una primera etapa, la cultura de conquista
inconsciente no produce innovaciones radicales respecto a
los modelos hispánicos; pero muy pronto aparecen variantes
que indudablemente se originan en el nuevo continente
y cuyas influencias traspasarían su ámbito reflejándose en
la metrópoli.
A partir de los rasgos anotados como un diagnóstico del
carácter general de la cultura de conquista, se puede obser­
var que éstos surgen en la parte final de la Edad Media,
es decir, están rezagados en relación a las innovaciones que
se introducían en las élites metropolitanas. Luego, los mo­
delos de la cultura de conquista fueron los rasgos que aún
persistían de aquellos surgidos en la guerra de reconquista,
ya que sus propósitos y orientaciones se ajustaban más efi­
cazmente a la problemática que planteaba la conquista de
un continente. Confirmación a esto la encontramos en otro
tipo de manifestaciones de la cultura de conquista que van
desde las pretensiones de señorío, es decir de instauración
feudal, hasta la simplificación de los ritos religiosos. La
cultura de conquista tiene raíces medievales y puede decirse
que es conservadora en relación a la cultura metropolitana.
Este carácter conservador de la cultura de conquista es de
máxima importancia para la explicación del proceso de
aculturación en México y debe tenerse presente.

77
C on l a c u l t u r a d e c o n q u is t a e n s it u a c ió n

DE CONTACTO: EL GRUPO INDIGENA

El primer contacto de las culturas indígenas de México y


la española fue a través de las expediciones de exploración
y rescate de oro que comandaron Francisco Hernández de
Córdoba y Juan de Grijalva. Este contacto, demasiado su­
perficial, casi no causó impacto cultural. L a expedición di­
rigida por H ernán Cortés, iniciada en 1519, aunque planea­
da con los mismos propósitos, tuvo consecuencias distintas
ya que venía determ inada a lograr el poblamiento, es decir,
la conquista del nuevo territorio. A partir de ese momento
se inicia un proceso de intercambio de elementos culturales
entre los conquistadores y los pueblos mesoamericanos. El;
intercambio no es equitativo; en lo que a proporción e im-:í
portancia de los elementos y rasgos transcuíturados se refie-'í
re, el grupo europeo se comporta mayormente como dona­
dor, mientras que las culturas indígenas lo hacen, por vo­
luntad o fuerza, como receptoras.
Mientras los bandos se enfrentan violentamente, el inter­
cambio es superficial y se hace inconscientemente, es decir,
sin pretender realmente la modificación de las estructuras
del grupo antagónico. Los fingidos requerimientos que hace
el bando español solicitando el vasallaje, que tienen por
objeto dar una apariencia de legalidad y acallarlos remo­
tamente posibles reclamos de la conciencia cristiana, no
cambian esta situación. Pero cuando el grupo conquistador
triunfa al destruir la metrópoli imperial mexicana, y de­
cide radicarse permanentemente y a costas de los poblado­
res, la intensidad y el tipo de elementos que se transcultu-
ran cambia radicalmente a través de dos procesos.

,78
El inconsciente, en el que se transmiten elementos por
simple necesidad en una situación de forzada convivencia.
Sobre él, Motolinía nos da un interesante y exagerado tes­
timonio, cuando dice “ . . . y lo que se han tomado y des­
prendido de nuestros españoles; y cada año se esmeran y
Jo hacen más primo, y andan mirando como monas, para
contrahacer todo cuanto ven hacer, que hasta los oficios,
con sólo estando mirando sin poner la mano en ellos, que­
dan m a e stro s...”14 El otro proceso es consciente y está
destinado a cambiar las normas de vida del grupo vencido.
Aparece esta conciencia cuando el grupo conquistador des­
cubre que no bastaron ni el rescate de oro ni la usurpación
de los beneficios fiscales del antiguo imperio para satisfacer
sus ambiciones de riqueza y gloria, por lo que tiene que
modificar la forma de producción del pueblo vencido para
que sus beneficios, que él acapara, puedan convertirse en
riqueza mercantil.
Este descubrimiento estuvo lejos de satisfacer al conquis­
tador, por lo que muchos de ellos, congruentes hasta el fin,
emigraron para perseguir nuevas quimeras del oro. Pero
otros se resignaron a la pérdida de la gloria en aras de la
simple riqueza, y decidieron aceptar las encomiendas, con
su implicación de alteradoras de las normas de vida del
grupo vencido. Se inició la destrucción sistemática de las
culturas indígenas con tanto entusiasmo, que se hizo patente
el peligro de que éstas pudieran extinguirse físicamente
como sucedió en las Antillas, por lo que fue necesario un
cambio de actitud. Las autoridades convinieron en no m a­
tar a la gallina de ios huevos de oro, sino en transfor­
m arla para que siguiera rindiendo beneficios. Surgió con la
legislación un primer intento de transformar la cultura

14 Benavente, Fray Toribio de Motolmía. Historia de los indios


de Nueva España. México, Chávez Hayhoe, 1941, p. 19.
79
indígena en europea y se aplicaron las primeras medidas I
prácticas para lograrlo. Entre éstas destacó la presencia
de un grupo que debería comportarse como agente direc­
to de cambio: los evangelizad ores.
Este cambio de situación también se tradujo en modifi.
caciones en la cultura de conquista, que adquirió concien­
cia de su trascendencia. Uno de los cambios consistió orí
agregar a esta cultura los elementos necesarios para su si­
tuación de permanencia. Otro, en una selección de elemen­
tos de esta cultura que fueron implantados conscientemente
en la cultura vencida. Esta selección debió tomar en cuen­
ta los antecedentes que cada rasgo tenía en la cullura
prehispánica, ya que de otra manera su implantación no
habría sido factible, por no responder a ninguna necesi­
dad entre el grupo receptor.
Uno de los elementos desprendidos de la cultura de con­
quista para imponerlo al grupo vencido fue la danza de
moros y cristianos. Su difusión se hizo conscÍentemei¡H;
por parte del grupo evangelizador y tuvo un auge notible.
Uno de los aspectos del proceso de aculturación que
gozó de atención preferente fue el religioso, por mol. ivos
doctrinales obvios y razones prácticas no menos claras, ya
que la religión constituía uno de los fundamentos de la
cultura prehispánica, sin cuya modificación difícilmente se
lograría el cambio en otros sentidos. La práctica de la le-
ligión se realiza a varios niveles: como conjunto de doc­
trinas con un contenido filosófico y moral sólo la practica
y conoce un grupo reducido y selecto en el que participa
el clero y grupos de la élite; como norma social se practica
amplia y generalmente, es decir, con hincapié en los as­
pectos formales, mientras los preceptos morales adquieren
la categoría de normas sociales de comportamiento y los
contenidos filosóficos la de conocimientos de tipo tradicio-

80
i. Danza de la Conquista. Ciudad de México
Danza de la Conquista. Ciudad de México
3. Danza de moros y cristianos. Tejupilco, Méx.

4. La morisma. Valle de Bravo, Méx,


La morisma. Valle de Bravo, Méx.
Danza de la luna. Chalina, Mex.
Danza de santiagueros. Papantla, Ver.
Danza de la luna. Ghalma, Méx.
9. Danza de l¿i Cotiquistci. Ciudad de México
nal que se mezclan con leyendas, supersticiones, creencias y
litos de tipo popular. Cuando este tipo de creencias y prác­
ticas adquiere supremacía sobre el aspecto doctrinario, es­
tamos ante una religión popular. Entre ambos extremos, el
doctrinario y el popular, hay varias gradaciones, aunque
sus grupos sustentadores coinciden en la participación de
los aspectos formales ya institucionalizados y oficializados
c o m o ritos.
Las religiones prehispánicas, aún muy mal conocidas en
su aspecto institucional, parecen compartir este carácter.
Así lo sugiere el hecho de que existiera un sacerdocio de
tipo profesional con una formación especializada y distin­
tiva respecto a la que recibía el resto de la población.
Ésta se impartía en instituciones exclusivas como el Calme-
cac entre los aztecas. Los sacerdotes, generalmente selec­
cionados entre los miembros de las clases altas, eran los
depositarios del aspecto doctrinal de la religión. Los otros
grupos eran posiblemente ajenos a este saber, pero eran
participantes activos de los ritos que se asociaban con él.
La frecuencia y complejidad de estos ritos era, con m u­
cho, superior a los que se practicaban en el catolicismo
oficial contemporáneo a ellas. Sigamos a Soustelle en la
;valoración de la vida ceremonial entre los aztecas y que
podemos generalizar, con diferente grado de esplendor,
para toda Mesoamérica: “ . . . N o hay duda de que en
México todo el mundo participaba en m ultitud de fiestas
y de ritos complicados que éstas ocasionaban. .. Sacrificios,
danzas, procesiones y desfiles que tenían lugar no solamente
en la ciudad, sino más de una vez alrededor de la laguna,
requerían la mayor parte de las veces su presencia. El año
solar estaba dividido en 18 meses de 20 días (más los cinco
días intercalares y nefastos durante los cuales todas las
actividades se reducían al m ínim o), y a cada uno de esos

81
meses correspondía una nueva serie de manifestaciones
ceremoniales, algunas de las cuales suponían un esfuerzo
enorme para multitud de personas, un inmenso trabajo de
organización y un importante consumo de bienes. Los sa­
cerdotes no estaban solos en la celebración de los ritos, sino
que, por el contrarío, según los meses, tal o cual par­
te de la población: los jóvenes, las doncellas, los gue­
rreros, los dignatarios, algunas corporaciones como la de los
pochteca o los orfebres y con frecuencia el pueblo entero
tomaba en ellos parte a c tiv a .. . ”15
Esta compleja vida ceremonial incluía gran variedad de
actos y festejos, entre los que se ha hecho destacar la gran
variedad de sacrificios humanos, prestándose en cambio
poca atención a un gran número de celebraciones coinci­
dentes con las que practicaba la cultura occidental. Entre
ellas destacan: el baile y la danza que participaban en to­
das las festividades, la cacería que practicaba la élite, el
desarrollado teatro con magníficos escenarios naturalistas,
la poesía con que se halagaba a los comensales, las proce­
siones y desfiles, los juegos y deportes, bien al aire libre, í
como el de pelota, o de “salón”, como el patolli y, por
supuesto, los combates fingidos, que se practicaban, más ;
allá de toda duda, en el México prehispánico.
En la fiesta de atemoztli, sacerdotes y guerreros jóvenes i
se formaban en bandos enemigos y combatían con ramas y
cañas. Si los guerreros capturaban a un sacerdote . .lo
frotaban con hojas de maguey, lo que le causaba escozor y
quemaduras y, si uno de los guerreros bisoños caía prisio­
nero, los sacerdotes, con una espina, le arañaban las ore­
jas, los brazos, el pecho y las piernas hasta hacerle dar de
15 Soustelle, Jacques. La vida cotidiana de los aztecas en vísperas
de la conquista. Versión española de Garlos Villegas: México.
Fondo de Cultura Económica, 1956 (Colección de obras de an­
tropología), p. 149.
82
gritos. Y si los sacerdotes llegaban a hacer retroceder a
los jóvenes hasta dentro del palacio; penetraban en él a
viva fuerza, tomando todas las esteras, los tapices tejidos,
los asientos, las camas, los taburetes. Si encontraban sona­
jas o tambores también los tomaban, se llevaban todo. Y
si los guerreros bisoños perseguían a los sacerdotes hasta
su monasterio (calmecac) también los robaban y se lleva­
ban las esteras, los caracoles y los asientos., .” 16 En el mes
de tititl el combate fingido se desarrollaba entre hombres
jóvenes y las mujeres y doncellas. Los primeros se arm a­
ban de sacos que rellenaban de hojas con los cuales golpea­
ban a las mujeres, que se proveían de palos para defen­
derse.17 También se mencionan combates fingidos entre m u­
jeres curanderas y cortesanas en el mes de ochpaniztli, así
como en las fiestas del mes panquetzaliztli, en que comba­
tían fingidamente los guerreros.
Fue precisamente en las formas coincidentes de las festi­
vidades prehispánicas con las de la cultura occidental don­
de los evangelizadores se apoyaron para forjar el cambio,
aprovechando el hecho de que con sólo ligeras alteraciones
formales se podía sustituir la forma anterior por la de la
cultura de conquista, lográndose al mismo tiempo una
transformación radical en el contenido doctrinario. Diver­
sas noticias permiten inferir que este proceso de sustitución
no sólo fue aprovechado por los frailes, sino propiciado
conscientemente por ellos, que realizaban las modificaciones
necesarias en la cultura donadora para lograr el ajuste
formal, siempre y cuando tales alteraciones no fueran con­
tra la doctrina católica.
El éxito de este proceso, aunque no está bien evaluado
aún, fue aparentemente notable. Puede atribuirse en gran
16 Ibid., 151, citando al Códice Florentino.
” Ibid.

83
parte al contenido que la religión tenía para quienes la
practicaban en los niveles cercanos a su extremo popular
y que constituían la parte mayoritaria de la población; a
este nivel, la participación se aplica más al contenido for­
mal que al ideológico. Tam bién debe tenerse en cuenta el
carácter politeísta de la religión prehispánica, por lo que el
éxito de la imposición de una nueva deidad no es nada
excepcional. Por último no debe olvidarse que los ritos
contrarios a la religión católica fueron reprimidos por la
fuerza, por lo que su práctica se hizo clandestina, es decir,
muy difícil de certificar con registros documentales, con lo
que aumenta el éxito aparente de los nuevos rituales. Pero
tampoco debe exagerarse la importancia de la represión,
ya que los españoles, aunque dominantes, en virtud de su
reducido número durante el primer medio siglo posterior
a la conquista, no tuvieron la posibilidad de ejercer una
vigilancia estricta sobre la población indígena.
U na muestra del proceso de sustitución la tenemos en la
introducción de las capillas abiertas y las capillas posas,
que por un lado permitían la asistencia masiva a los oficios,
mientras por otro, tal vez más importante, perpetuaban la
tradición prehispánica de celebrar los ritos religiosos en
espacios abiertos. Esta innovación permitía la celebración
de procesiones dentro del recinto religioso, costumbre que
se realizaba en las festividades prehispánicas antes de ini­
ciar las danzas.18 Se puede distinguir en toda la concepción
de los atrios de los primitivos conventos novohispanos un
intento por conservar lo más que fuera posible de las tra­
diciones prehispánicas.
En el mismo sentido se utilizó la música como vehículo
de evangelización. Gomo también se hizo con el teatro, se-
18 Flores Guerrero, Raúl. Las capillas posas de México. Pró­
logo de Manuel Toussaint. México. Ediciones Mexicanas, S. A.,
1951 (Enciclopedia Mexicana de arte, 15), pp. 19 y 24.
84
leccionando obras de contenido religioso que se traducían
al náhuatl o al idioma dominante en la zona, y en cuya
presentación se permitía el despliegue de las habilidades
indígenas en la realización de escenarios de tipo natura­
lista. Acorde con el carácter de la cultura de conquista se
propició que estas celebraciones coincidieran con la fiesta
de Corpus. Motolinía hace detalladas descripciones de
estos autos que se representaban en los atrios. El grupo es­
pañol parece haber sido menos afecto al teatro en los pri­
meros años de la conquista.
Donde los frailes se esforzaron más fue en otorgar a sus
ceremonias un carácter que les permitiera competir dig­
namente con los antecedentes prehispánicos. Uno de los
principales problemas consistía en que el rito básico del
catolicismo, la misa, dem andaba mayormente de una parti­
cipación pasiva de los asistentes, en contraste con la partici­
pación masiva y activa en las ceremonias prehispánicas. Por
ello los frailes seleccionaron una serie de actos que comple­
m entaran el oficio religioso, para dotarlo de una mayor
espectacularidad y propiciar la participación activa de los
asistentes.
Tuvieron dos fuentes para estas adiciones a la cultura
de conquista: los ritos indígenas que no contravenían el
espíritu católico y las tradiciones de tipo popular que prac­
ticaban los conquistadores.
Entre los de origen prehispánico tenemos las cacerías de
animales preparadas exprofeso, celebradas en un complejo
escenario que figuraba bosques con peñas y riachuelos in­
clusive, y que Bemal Díaz y Motolinía nos describen
prolijamente, mientras que a través de la obra de Tezozó-
moc, tenemos la certeza de que se practicaban en épocas
prehispánicas. La inclusión de dichas cacerías en las fiestas
novohispanas perduró, cuando menos, hasta finales del si­
glo xvi. También algunas danzas de origen prehispánico se

85
incorporaron a los festejos implantados por la cultura de
conquista y que se llamaron genéricamente mitotes -—de
m itotia, “hacer bailes”, en náhuatl — de los cuales nos dice
Acosta: “ . . . Aunque muchas de estas danzas se hacían en
honra de sus ídolos, pero no era eso de su institución, sino
como está dicho, un género de recreación y regocijo para el
p u eb lo .. .”,18 lo que no fue obstáculo para que se les pro­
hibiera posteriormente.
Entre las formas tomadas de la tradición española, aun­
que como ya se dijo con claros antecedentes prehispánicos
que hicieron posible su aceptación por los indígenas, desta­
can las procesiones y las danzas de moros y cristianos. Las
primeras menciones de la celebración de combates fingidos
por parte de indígenas una vez realizada la conquista, pre­
sentan cierta confusión respecto a si se trata de prolonga­
ciones de los festejos prehispánicos, o si tienen ya una
notable influencia de la forma introducida por la cultura
de conquista. Esta ubicación dudosa se debe a lo fragmen­
tario de las noticias y a que se han perdido las fuentes de
primera mano y se ha de recurrir a menciones posteriores.
En el año de 1531 tenemos dos noticias de estos festejos:
U na proviene de la ciudad de México, cuando el día de la
colocación de la imagen de la Virgen de Guadalupe en su
iglesia en el cerro del Tepeyac, hubo . .un festejo mili­
tar que hicieron los indios^ al uso de su nación, entre me­
xicanos y chichimecas. . ,”,20 careciéndose de otra informa­
19 Acosta, Joseph de. Historia natural y moral de las indias. Edi­
ción preparada por Edmundo O’Gorman. México-Buenos Aires.
Fondo de Cultura Económica, 1962 (Biblioteca Americana, serie
Cronistas de Indias), p. 508.
20 Florencia, Francisco de. La estrella del norte de México,
historia de la milagrosa imagen de María Santísima de Guadalupe,
escrita en el siglo X V II por el P. .. Guadalajara. Imprenta de
J, Cabrera, 1895, p. 115.
86
ción, además de ser dudosa la fecha. L a otra proviene de
Querétaro, donde “ . . . se hizo la guerra a puñetes, patadas
y a mordidas, como gallos. . . ”, entre mexicanos católicos y
chichimecas paganos. Al ser derrotados éstos gracias a la
aparición de “ . . . el señor Santiago Apóstol. . . y el señor
San Francisco y la Virgen Santísima. . quienes pararon
el sol y los aterrorizaron, en señal de arrepentimiento pi­
dieron la instalación de una cruz, a la que “ ...v e n ía n
bailando, haciendo escaramuza, tirando sus flechas arriba
y dando el alarido de co n ten to .. .”21 L a secuencia no re­
siste un análisis crítico y, considerando que la descripción
fue escrita en 174-4, soy partidario de descartarla en defi­
nitiva, cuando menos para la fecha pretendida de 1531.
U n a noticia posterior, debida, claro está, a Bernal, re­
quiere de un mayor análisis. En la ya mencionada fiesta de
1538, para celebrar la paz de Aguas Muertas, en el primer
día, con festejos a cargo de indígenas, hubo una escena de
cacería donde “ . . . los unos salvajes con los otros revuelven
una cuestión de soberbia entre ellos, que fue harto de ver
como batallador a p ie . .. Dejemos esto que no fue para la
invención que hubo de jinetes y de negros y negras con su
rey y reina, todos a caballo, que eran más de cincuenta. . .
y luego van contra los salvajes, y tienen otra cuestión sobre
la caza. . . ”22 Creo que esta celebración refleja un momen­
to en que la sustitución de elementos formales de los simu­
lacros se ha iniciado, como lo revela la intrusión de negros
que no sabemos si fueron reales o fingidos, pero sin llegar
aún a la forma de moros y cristianos.
Al año siguiente encontramos a la danza de moros y cris­
21 Apéndice 2: “Fragmento de la relación del cacique Don Ni­
colás de San Luis” “Instalación de la Santa Cruz en Querétaro”.
De la crónica de Michoacán, por Fr. Pablo de Beaumont. Tomo
II, p. 214-217” en Justino Fernández, Op. cit.> 41-42.
22 Bernal, Op. cit., 503-505.
87
tianos plenamente ubicada en el grupo indígena. L a des­
cripción de esta fiesta en Tlaxcala, en 1539, se debe a
Fray Antonio de Ciudad Rodrigo: “ . . . l os tlaxcaltecas
quisieron primero ver lo que españoles y mexicanos hacían,
y visto que hicieron y representaron la conquista de Rodas,
ellos determinaron representar la conquista de Jerusalén
. . .y por la hacer más solemne acordaron de la dejar para
el día de Corpas G hristi.. . abajo en lo llano dejaron en
el medio una grande y gentil plaza, en la que tenían hecha
a Jerusalén. . . Llegando el santísimo sacramento a la di­
cha plaza, con el cual iban el Papa, cardenales y obispos
contrahechos, asentáronse en su cadalso.. . Luego comen­
zó a entrar el ejército de España a poner cerco a Jeru­
salén. .. la gente de Castilla y León. . . iban Toledo, Ara­
gón, Galicia, Granada, Vizcaya y Navarra. En la retaguar­
dia iban Alemania, Roma e italianos. Había entre todos
poca diferencia de trajes, porque como los indios no lo han
visto ni lo saben, no lo usan hacer. .. Luego entró p<u la
parte contraria el ejército de Nueva España repartido en
diez capitanías, cada una vestida según el traje que rllm
usan en la guerra. . . Sacaron sobre sí lo mejor que to­
dos tenían de plumajes ricos, divisas y rodelas, porque todos
cuantos en este auto entraron, todos eran señores y princi­
pales, que entre ellos se nombran ieuhpiltin. . . su capuin
general, que era don Antonio de Mendoza, visorrey de
Nueva España. . . iban los huaxtecas, zempoaltecas, mixte-
cas, colhuaques. . . Luego salieron al campo a dar batalla
el ejército de los españoles. . . y como el soldán los vio ve­
nir, que era el Marqués del Valle don Hernando Cortés,
mandó salir su gente al campo para dar b a ta lla .. .”2S Tras
diversas batallas y la aparición de refuerzos por ambos ban­
dos, gente de Galilea, Judea, Samaria, etc., para los moros,
23 Motolinía, Op. cit.} 96.
y los reyes de Francia y H ungría y el mismo Emperador
para los cristianos, ganaron estos últimos.
Parece muy probable que la planeación y estructura de
este festejo se debió al mismo Motolinía, ya que hizo apa­
recer al mando de los ejércitos españoles nada menos que
a su protector.24 De todas formas no queda duda de que
la concepción de esta representación se debe a un fraile
español. Sobre esta base, resultan interesantes algunas ob­
servaciones. El modelo de la representación fue la realizada
en México en el año anterior y cuya descripción, debida
a Bernal, se incluyó en el inciso anterior de este capítulo.
Los elementos son los mismos y la estructura es idéntica.
Sin embargo, en los detalles hay diferencias importantes,
que parecen ser el resultado de una intención premeditada
que tiene por objeto adaptarlas a los usos y sentimientos
de los indios. Estas concesiones, por llamarlas así, son claras
al incluir contingentes indígenas del lado de la cristiandad,
y tienen, a mi juicio, dos objetivos: dar lugar a la perpe­
tuación de tradiciones nativas en el vestuario y costumbres
y, más sutilmente, ubicar a los indígenas ya no como here­
jes sino como cristianos en igualdad de circunstancias.
Otras concesiones, si de eso se trata, no son tan claras,
como aquella de hacer aparecer a un fingido Hernán Cor­
tés nada menos que como sultán y jefe de las tropas heré­
ticas e infieles, ya que si bien para entonces el Marqués
del Valle tenía mermada su autoridad y prestigio, seguía
siendo una de las principales figuras novohispanas. De to­
das formas, como sátira resultó espléndida.
También debe notarse la categoría de los participantes,
todos de buena condición dentro del grupo indígena y
24 d’Olwer, L. Nicolau. “Introducción” a Motolinía, Fray Tori-
bio de Benavente. Relaciones de la Nueva España. Introducción
y selección de. . ., 2a. ed. México, Universidad Autónoma de Mé­
xico, 1964 (Biblioteca del estudiante universitario, 72), p. XXIX.
89
presumiblemente jóvenes, a juzgar por el tipo de ejercicio
que la representación implicaba. Debe recordarse que para
esta fecha habían transcurrido 15 años desde el estable­
cimiento de los franciscanos en Tlaxcala, por lo que este
contingente representaba los primeros frutos de la cultura
de conquista ejercida conscientemente como donadora.
La relación entre las dos representaciones nos permite
observar con cierto detalle cómo se realiza el proceso de
difusión de la danza de moros y cristianos y considerarlo
desde varios puntos de vista. El primero es el de la extensión
de la cultura de conquista a los grupos vencidos; queda
claro que este proceso implica modificaciones en el acervo
donador. También que tales modificaciones las demanda el
grupo receptor. Dichos cambios en la cultura de conquista
y el incremento de sus sustentadores, al agregarse los venci­
dos, constituyen el prim er paso en la transformación de
una cultura de conquista en una cultura colonial.
El segundo punto de vista parte de la cultura indígena;
la transformación de ésta en una cultura colonial requiere
también varios pasos. Primero, la convivencia con la cultura.
Segundo, la integración de los elementos culturales coinci­
dentes a la forma apartada por el grupo conquistador. Y,
por último, a través de integraciones formales cada vez
más amplias, un cambio en las estructuras y contenidos
de la cultura.
Debe señalarse el muy importante papel que los evan-
gelizadores desempeñan en este proceso. Es interesante
hacer notar que este grupo era el más alejado de la cultura
tradicional y más próximo a la cultura académica metro­
politana. Aunque esto es cierto en términos generales hay
que tener en cuenta que la distancia entre estos dos polos
de una cultura era en aquella época mucho menor a lo
que es ahora, como se refleja claramente en la participa­
ción multisocial en los festejos metropolitanos. Pese a esta

90
diferencia de nivel entre los evangelizadores y conquistado­
res, es la cultura de estos últimos la que acaba por im­
ponerse. Entre otras razones que puedan explicar esto,
debe señalarse la siguiente: la cultura de conquista ela­
borada por el contingente laico estaba funcionalmente
adaptada a la situación de contacto, no así la del grupo re­
ligioso. Además, los conquistadores se establecieron antes y
fijaron las normas del desarrollo del nuevo territorio, lo
que era un hecho establecido y no modificable fácilmente.
Finalmente, la evangelización no era una ruptura con la
conquista, sino otra de sus etapas, y debió adoptarse a los
lincamientos generales del proceso colonizador que nunca
fue determinado por problemas espirituales.
El evangelizador se incorpora a la cultura de conquista
y en ella desempeña un importantísimo papel: el de inter­
mediario, el de agente del cambio cultural, proyectando
la cultura de conquista hacia los vencidos, y realizando
para ello los cambios necesarios, que después revertirían so­
bre el grupo donador. La presencia de tales agentes de
cambio no sólo trascendió en el aspecto religioso, sino que es
notoria en todos los aspectos culturales desde el nivel m ate­
rial al institucional. En este último nivel, que se relaciona
íntimamente con el desarrollo de la danza de moros y cris­
tianos, los evangelizadores fundaron desde épocas muy tem­
pranas los mecanismos para el sostén del complejo culto:
las cofradías, organismos que sirven de vehículo para la
participación activa de los laicos en el ritual religioso.
En la fundación de estas instituciones se repite el proceso
de sustitución de los rasgos coincidentes, imponiendo prime­
ro la forma occidental, que a la larga se convierte en el con­
tenido y función. La fundación de la prim era cofradía in­
dígena se debe a Fray Pedro de Gante y para la época de
la introducción del festejo de moros y cristianos, cada una

91
de las procesiones, de los festejos o actos públicos de culto,
estaban organizados y respaldados por la existencia de mía
cofradía.25
El éxito del proceso de sustitución religiosa parece ínte­
gramente conseguido, para la mayor parte de Mesoamérica,
antes de 1560. El catolicismo se ha modificado en algunas
de sus formas para ello: ha logrado una pompa y boato
semejante a la de las religiones prehispánicas, ha conseguido
la participación general, se ha sincretizado.

25 Ricard, Robert. La conquista espiritual de México. Traduc­


ción de Ángel María Garibay K. México. Editorial Jus. Editorial
Polis, 1947 (Colección de Estudios Históricos), p. 338. (Aun­
que esta obra sólo se cita específicamente en este caso, se utilizó
ampliamente en el presente inciso.)
92
L a e x p a n s i ó n y g e n e r a l iz a c ió n

La expansión de la cultura de conquista es un proceso inin­


terrumpido a todo lo largo de la época colonial, pero su
mayor impacto sobre la mayoría de la población indígena
se concentra en un lapso relativamente corto que puede
situarse en el siglo xvi.
Muchas fueron las razones que propiciaron esto3 una des­
taca sobre todas. Acabadas las expediciones de exploración,
que mantenían sólo un contacto superficial y esporádico
con la población indígena, sólo las regiones con una alta
densidad de población indígena tenían un atractivo para
el establecimiento de los conquistadores y de la encomienda.
;E1 descubrimiento de los yacimientos argentíferos vino a
■cambiar esta situación. El patrón de poblamiento se alteró
radicalmente y se crearon concentraciones de población en
zonas marginales, que incluían no sólo a los directamente
relacionados con la extracción de la plata sino también a
un enorme conglomerado humano que les proporcionaba
los servicios necesarios. Esta gran movilización hum ana fue
determinante para, la expansión de la cultura de conquista
y la intensificación de su difusión.
Durante ese periodo se concentró también la catástrofe
demográfica que sufrió la población indígena; hacia fina­
les del siglo había llegado a su más bajo nivel, tras la muer­
te de millones de individuos. Esta catástrofe tuvo gran im­
portancia para el proceso de aculturación y debe tomarse en
cuenta; la altísima m ortandad es uno de los factores que
contribuyen a explicar lo esporádico y débil de la resisten­
cia indígena, cuya cultura estaba sufriendo un proceso de
desintegración física. Lo acelerado del proceso constructivo
que la adopción de la cultura de conquista implicaba, no

93
puede entenderse sin la violencia del proceso destructivo que
afectaba a los pobladores nativos.
La rapidez de la expansión de la cultura de conquista lle­
va implícito un acelerado cambio en sus formas y ca­
rácter, como requisito indispensable de adaptación. En un
breve lapso, muchas de las modificaciones formales que se
hicieron en los rasgos culturales aportados por los conquis­
tadores para usarlos en el proceso de sustitución de los ras­
gos coincidentes indígenas, revirtieron y fueron adoptados
por el grupo donador.
Para captar este proceso, sigamos aunque sólo sea par­
cialmente, a la danza de moros y cristianos en el siglo xvi.
Por una parte, la danza de moros y cristianos sigue apa­
reciendo a lo largo de las rutas expedicionarias o de con­
quista. Así, los soldados españoles celebran, por ejemplo,
un festejo de moros y cristianos a orillas del río Bravo,
para celebrar la toma de Acoma en 1598, que tuvo carác­
ter dramático y fue descrita por el capitán Farfán.36
L a conquista y colonización, aunque fuera a nombre de
la corona de España, también la realizaron indígenas cris­
tianizados, que eran portadores del festejo. Aunque no po­
seo ningún dato preciso para el periodo, creo que la supo­
sición es razonable, y puede sustentarse en la descabellada
descripción de la danza de los chichimecas vencidos en la
ciudad de Querétaro, conquistada por indígenas cristiani­
zados, cuya descripción se incluyó en el inciso anterior del
presente capítulo. También puede ayudar a esta hipótesis
el que una danza de moros que se celebra en el Cuzco,
Perú, llamada “de mexicanos” fue introducida aparente­
mente por los sirvientes de dicho origen que llevó consigo
el Virrey Mendoza.27
20 Rey,Op. cit., 61, citando a Villagra.
27 Información verbal basada en documentos de Josefat Roel
Pineda del Conservatorio Nacional de Lima, Perú.
94
Indirectamente confirma lo anterior una noticia proce­
dente de San Miguel el Grande (hoy de Allende, en el es­
tado de G uanajuato), fechada en 1542. Según ella, se con­
cedía a los indios autorización para celebrar anualmente
una función de la iglesia, y dos semanas de corridas de
toros en la fiesta titular del patrono de la villa, sin que in­
terviniera ningún español por prohibición explícita de las
autoridades.28 De esta información se desprende que los
festejos indígenas, aunque segregados, correspondían al pa­
trón de la cultura de conquista. Este carácter de los festejos
indígenas se intensificó después de la decisión del Concilio
Mexicano de 1565 que prohibió las danzas profanas aunque
carecieran de carácter pagano,20 decisión que forzó la adop­
ción generalizada de los patrones de los festejos formal­
mente hispánicos. Sin embargo, resulta ilusorio suponer el
cumplimiento absoluto de esta disposición que favoreció
la expansión de la danza de moros y cristianos.
Los festejos de moros y cristianos hacen su aparición en
celebraciones de la más diversa índole, como el bautizo
de don Jerónimo Cortés en el año de 1562, cuando “más
de trescientos de a caballo. . , hicieron una muy concertada
escaramuza de muchas invenciones, que duró muchas ho­
ras. . .”,30 o como cuando el virrey y su esposa fueron a
descansar a Xochimilco en 1586, donde se los recibió con
grandes fiestas de moros realizadas por indígenas “ . . . aun­
que les costaron caras, porque en una dellas murieron dos
o tres dellos, con un tiro que se disparó y reventó, y al
principal indio de aquella cibdad hirieron muy m a l . . . ” 31
28 Rangel, Op. cit., 325,
29 Ricard, “Contribution.. 80-81.
30 Romero de Terreros, Op, cit., 5, citando a Suárez de Peralta.
31 Romero de Terreros y Vinent, Manuel. Exantiquis, bocetos de
la vida social en la Nueva España. Guadalajara. Ediciones Jaime,
1919, p. 4.
95
Resultado de la generalización fue la institucionaliza­
d o n^ que se tradujo en la inclusión de la danza en cierto
tipo de festejos, muy especialmente el recibimiento de fun­
cionarios peninsulares. También se reflejó en la reglamen­
tación de los participantes que no siempre fue del todo equi­
tativa. Por ejemplo en Puebla,, en 1551, los regidores acor­
daron “ .. . que todos los indios que vivieren dentro de sus
términos ayuden en los enramamientos y aderezos de las
calles el día de Corpus Christi e en las procesiones del Jue­
ves Santo e en el hacer las barreras a traer las garrochas e
varas en las fiestas de esta ciudad. . . ”32
La organización de este tipo de festejos, por lo general
costosos y llenos de pretensión, recaía en diferentes orga­
nismos: en primer lugar las autoridades de las ciudades,-
cabildos y regimientos, quienes los costeaban con frecuen­
cia, o bien ayudaban a pagar los gastos al regidor corres-:
pondiente, quien a su vez recibía ayuda de la gente de
su jurisdicción. Algunas raras veces los festejos tenían un
carácter privado y los costeaban sus organizadores. La par-;
ticipación indígena aparece confusa: a veces la determinan
las autoridades españolas, otras más sus propias autorida­
des civiles y otras aun las cofradías.
Pero el aspecto que más interés ofrece para esta época,:
por ser el mejor documentado, es de la variación formal
de la danza; es básicamente el que sirve para seguir la:
evolución de la cultura de conquista. Veamos primero el
carácter de los festejos celebrados por los españoles y sus
descendientes, utilizando el que se realizó en 1595 en Gua­
dalupe, para dar la bienvenida a don Gaspar Zúñíga y de
Acevedo. Los más ilustres caballeros de la ciudad forma-
•q2 López de ViJIaseñor, Pedro. Cartilla vieja de Puebla. Texto
preparado por J. I. Mantecón, introducción de Manuel Toussaint.
México, Universidad Nacional Autónoma de México (Estudios y
fuentes deJ arte en México, No. 2), p. 88.
96
ron dos bandos: uno de ellos se integró por “doce caballe­
ros de M alta” que, vestidos al estilo cruzado, defendían un
castillo de petates pintados en el que cabían 50 hombres
y sus cabalgaduras y 50 de infantería; el otro bando lo
formaban treinta y seis caballeros turcos con su acompa­
ñamiento, quienes debían asaltar el castillo; el combate se
escenificó con abundantes disparos de arcabucería, y por
la noche se iluminó el castillo con antorchas de ocote. Para
completar la semejanza con el festejo de 1538 que describió
Bernal, se realizó una escaramuza a cargo de indígenas en
un bosque artificial. Pero también hubo novedades impor­
tantes, como la realización de un simulacro naval en la
laguna, en el que participaron los indios de San Juan, Tla-
telolco, Ixtapalapa y Xochimiico, en canoas enramadas
y “empavesadas” . Finalmente se ordenó a los intérpretes
y gobernadores indígenas que reunieran a su gente para
hacer un mitote con “palos voladores y plumería”.33 La
descripción anterior indica varias cosas: que los modelos
^hispánicos se habían conservado al parecer con poca modi­
ficación, pero que su contexto se había modificado con la
participación de los indígenas, perfectamente segregada, que
Aportaban sus propias diversiones u otras, como el combate
naval, que eran el resultado de la difusión de la cultura
de conquista.
f: Pero ésta es sólo una variedad de los festejos que prac­
ticaban los conquistadores y sus descendientes. Otras mues­
tran claramente el impacto de la situación de contacto,
como la mascarada privada que en 1566 hizo don M artín
Cortés a Alonso de Ávila, quien por cierto lo visitaba para
conspirar. Llegó este último disfrazado de Moctezuma con
veinticuatro amigos representando caciques. El Marqués
del Valle lo recibió representando a su padre don H ernan­
83 Rangel, Op. cit., 33-34.

97
do, quien con gran respeto por la tradición histórica, lo re­
cibió con los brazos abiertos. Después cenaron al estilo in,
dio, ocasión que aprovecharon para fraguar la conjuración
y luego salieron a las calles realizando una delicada esca­
ramuza en que se combatió con balas de barro rellenas de
ceniza, a las que parece llamaban “alcancías”, con lo cual
alteraron la muy relativa paz nocturna de la capital dd
virreinato.34
En lo que respecta a las celebraciones indígenas ya vimos
que por una parte eran copias de los modelos hispánicos,
sobre todo en las ciudades en que convivían con nutriros
fuertes de población de origen europeo. Pero habían desa­
rrollado variedades propias bajo la dirección de los fútiles
regulares. El uso de la danza como elemento de sustitución
fue propiciado por las tres órdenes principales y ni is
tardíamente hasta por los jesuítas, como lo demuestran
los patrones de difusión contemporánea, pero la iniciativa
y la más constante práctica, como consta en referencias
documentales, se debe a la orden de San Francisco. El re­
sultado de esta actividad puede percibirse en el recibimien­
to que hicieron los indígenas purépechas de Patam ba a
Fray Alonso Ponce, comisario de la orden, alrededor de
1590, bajo la dirección de los frailes de Tarécuato:
“ .. . Salieron media legua antes de llegar al pueblo más
de veinte indios a caballo medianamente aderezados, ves­
tidos todos como españoles. Llevaban muchos dellos unas
varas largas a m anera de picas, sin hierro, otros llevaban
espada de palo y uno un arcabuz, y otro una espada blan­
ca de un español. Éste llegó a caballo delante del padre
comisario, y en lengua castellana le dijo que fuese bien
venido a su tierra, y porque había allí chichimecas, venía
él con sus compañeros a aseguralle el paso y a guardarle,
34 Romero de Terreros. “T orn eo s...”, 22-24, citando a Suárez
de Peralta.
98
q u e no tuviera miedo, que allí estaba él; luego comenzaron
todos a correr a una parte y a otra por entre aquellos pi­
nos, dando voces y diciendo y repitiendo muchas veces San­
tiago, Santiago, y a cabo de un rato salieron de entre las
xnatas de improviso diez o doce indios de a pie, vestidos
como chichimecas, con sus arcos y flechas, y comenzaron a
hacer monerías y ademanes, dando gritos y alaridos con que
los caballos se alborotaron. Pasando adelante con su fiesta y
arremetiendo los unos a los otros.. . hasta llegar al pue­
blo, los de a caballo dando carreras por entre los pinos a
una parte y a otra, repitiendo muchas veces y diciendo
Santiago, Santiago, y los de a pie danzando a uso de chi­
chimecas, llevando en medio de todos a uno a caballo con
una cabellera blanca (¿Santiago?) . . . Los indios se fueron
a la plaza que estaba pegada con el patio de la iglesia, y
Jos chichimecas se subieron a un peñol y castillo de made­
ra muy alto que tenían hecho, en el eual bailaban mientras
los de a caballo andaban corriendo al rededor, pero viendo
que anochecía se apearon los de a caballo, y bajaron los
del castillo, y todos juntos hicieron un baile y bailaron a
su modo un rato al son de un teponastle, hasta que la noche
los hizo ir a sus casas.. .”35
I Aunque la estructura de esta representación es básica­
mente la misma de las de tipo hispánico, ha aceptado una
serie de cambios que la diferencia. El más notable es la
sustitución de los moros por chichimecas, personajes que
bien pueden simbolizar la herejía ya que no estaban cristia­
nizados, y que no resultaban tan remotos como los exóti­
cos moros; hay que considerar que en las zonas de fron­
35 Ponce, Fray Alonso, Relación breve y verdadera de algunas
cosas de las muchas que sucedieron al padre fray Alonso Ponce
en las provincias de la Nueva España, siendo comisario general de
aquellas parte, 2 v. Madrid. Imprenta de la viuda de Calero,
1875. T. I., pp. 5 14-554.
99
tera o cercanas a ella, los chichimecas significaban un
peligro real. O tra modificación es la integración de danzas
a la representación, que pese a la decisión del Concilio,
emanaban de la tradición profana. Además es interesante
señalar la presencia de Santiago barbado y en un caballo,
caracterización que se conserva hasta la fecha.
H asta casi finales del siglo xvi todas las variedades de
la danza de moros y cristianos corresponden a lo que en
España llamamos gran espectáculo de masas., sin que se
tengan menciones de su variedad teatral. Esto, a mi juicio,
debe atribuirse a deficiencias de documentación, que tam­
bién registramos en España, derivadas de la misma natura­
leza de los tipos de representación. La variedad espectacu­
lar aparece sólo en los festejos de importancia en los que
participan grandes masas, es decir, en aquellos que mere­
cen ser descritos. La variedad teatral, más modesta y limi­
tada, más doméstica y acaso más frecuente, no atrae tanto
a los cronistas y puede pasar inadvertida.
L a primera mención de la variedad teatral combina­
da con la espectacular, la tenemos en 1585, cuando la
ciudad de México recibió al marqués de Villamanrique,
En esa ocasión se hizo una escaramuza en los llanos de
Guadalupe que principió con una invención debida al
clérigo Baltazar de Ballarino, que se había comprometi­
do a sacar cuatro ninfas y doce monteros que recitarían
versos de su composición. Hay que decir, al margen,
que en esa fiesta se corrieron toros con bolas de fuego
en los cuernos y cohetes, origen de los vistosos ‘'toritos”
de fuegos de artificio.36 L a impresión de que la intro­
ducción de la variedad teatral fue más temprana, se con­
firma con datos fechados posteriormente. En 1595, los co-
misarios de la fiesta del Corpus en la ciudad de México,
88 Rangel, Op. cit., 24-25.

100
g a s t a r o n seiscientos pesos en la comedia de la conquista.
También por aquellas fechas, el ayuntamiento construía ta ­
blados para la presentación de “conquistas” o “farsas de
guerra”,37 que parecen introducidas desde tiempo atrás.
Por último, Del Paso y Troncoso hace la traducción del
náhuatl de una obra que él atribuye al siglo xvi, al parecer
con buenos fundamentos. L a obra “ . . . asienta su vida del
Señor Santiago Apóstol. Como aconteció / que Vespaciano /
a ella, la gran ciudad de Jerusalén, la destruyó combatiendo
a los judíos y a Pilatos. . . ”38 y es un dram a de moros y
cristianos con ocho personajes por bando, uno comandado
por Vespaciano y el otro por Pilatos, uno de los villanos
predilectos de las morismas. El hecho de que la obra se
haya escrito o traducido al náhuatl, nos da claro indicio
de que era parte del teatro edificante que hacían los mi­
sioneros con propósitos didácticos y utilizando intérpretes
;indígenas, y de cuya existencia y práctica en relación a las
fiestas del Corpus tenemos noticias, debidos a Motolinía,
desde 1530.
Luego, se puede concluir la existencia y amplia difusión
:■de la variedad teatral en el siglo xvi, sobre todo interpre­
tada por indígenas, quienes, al parecer, tenían una mayor
afición que los españoles y sus descendientes por este tipo
de representaciones. Hacia finales del siglo la imagen de
la danza de moros y cristianos es, pues, variada. Ya han
aparecido casi todas las variantes que después se desarrolla­
rán por todo el país. Su práctica está generalizada en los
principales grupos étnicos, pero se realiza segregadamente
por cada uno de ellos. Algunas de sus variedades, como la

37 Olavarría y Ferrari, Enrique de. Reseña histórica del teatro


en México. Prólogo de Salvador Novo, 3a. edición, 5 v. México.
Editorial Porrúa, 1961. T. I., pp. 24-25.
38 Paso y Troncoso, Francisco del. (Traductor). “Destrucción
de Jerusalén” en Biblioteca Náhuatl, Vol. I, cuaderno 4.
101
del enfrentamiento de cristianos y chichimecas, ya se ha
establecido como patrimonio del grupo indígena, mientras
que las demás son compartidas por ambos grupos.
L a cultura de conquista empieza a diversificarse con­
forme al origen étnico y social de sus sustentadores, I0
que implica que deja de funcionar en las regiones en que
la conquista se h a estabilizado. Su función sintética y do­
nadora, fruto de las condiciones de desarraigo y comu­
nidad de intereses, se h a cumplido. H a dejado de existir
como tal aunque sus elementos perduren.
La cultura de conquista, entendida como un conjunto
ecléctico de formas que se constituyen en la totalidad de
influencias donadoras, sólo puede explicarse como el re­
sultado del desarraigo de un grupo de su marco socioeco­
nómico y opera sólo mientras este desarraigo persiste.
Guando los grupos se reintegran a un marco de ese tipo,
o bien lo crean, como sucedió en México, y se ubican como
estratos de un conjunto social más amplio, cesan de com­
portarse, en virtud de sus intereses de grupo, como sinteti-
zadores de cultura y con ello cesa la vigencia del concepto
de cultura de conquista. En México un grupo de con­
quistadores en condición de desarraigados, eran porta-
dores de una cultura de conquista. Su impacto sobre
las culturas nativas se tradujo en el desajuste de és­
tas; sus sustentadores, también desarraigados, están en
capacidad de volverse sujetos de la cultura donadora.
Mientras continúan las condiciones de contacto, am­
bos grupos, aunque posean intereses particulares, están en
capacidad de modificar su cultura mediante la adopción de
elementos diversos. Estabilizadas las condiciones, la capaci­
dad de absorción se limita seriamente, al arraigarse a una
estructura. Eso sucede, para Mesoamérica, aun dentro del
siglo xvi, no así en el resto del país, donde la cultura de
conquista seguirá campeando por largo tiempo.

102
PESARROLLO DE LA DANZA DE MOROS
Y CRISTIANOS EN LA NUEVA ESPAÑA

En el grupo p e n in s u l a r

E s t a b l e c i d a firmemente la colonia en México, es decir,


afianzados los sistemas de explotación económica que con­
vertían el territorio de la Nueva España en un engranaje
ajustado a la enorme m aquinaria del imperio español, apa­
rece la duplicidad en las estructuras sociales.
Operan en la organización social novohispana dos cate­
gorías paralelas que señalan la ubicación y posibilidades de
los grupos. L a primera, medíante numerosas leyes, los se­
grega por su origen étnico, conforme al cual se imponen
limitaciones que afectan desde la posesión de bienes de cier­
to tipo y eí lugar de residencia, hasta el vestuario y posesión
de armas. La otra, no oficializada, opera como resultado de
la realidad socioeconómica y conforme a ella se agrupan en
clases y estratos los participantes de un origen étnico co­
mún. El establecimiento de este sistema vuelve a los gru­
pos cerrados, hereditarios y, valga la expresión, introspec­
tivos. Esto se refleja inevitablemente en su cultura, a la que
llamo cultura colonial.
La cultura colonial no es estática; evoluciona constante­
mente. Pero la dirección de la evolución es divergente entre
los diferentes grupos, con tendencia a distanciarse, a per­
der los elementos compartidos. Ninguno de los grupos ni
su cultura son compartimientos estancos; hay naturales
transferencias de elementos, bastante numerosas, pero que

103
no bastan para alterar la dirección general de la evolución
cultural. Creo, por ejemplo, que el abismo cultural era ma­
yor entre la aristocracia criolla y las comunidades indígenas
al finalizar el siglo xvm que al finalizar el siglo xvi. Este
hecho se disfraza por la presencia de estratos cada vez más
numerosos que establecen una gradación entre ambos ex­
tremos y que son el resultado del complejo juego de dos
estructuras sociales simultáneas.
L a danza de moros y cristianos;, que dejamos establecida
como un patrimonio compartido, hasta donde esto es posi­
ble, por todos los grupos, puede servir de diagnóstico del
proceso de desintegración de la cultura de conquista y del
establecimiento de una cultura colonial. Sigámosla primero::
a través del grupo español. Entre 1600 y 1650, la danza;
tiene su periodo de mayor esplendor, que puede caracteri­
zarse por dos fenómenos: la participación y el interés de
las autoridades en su celebración, y la aparición de nue- ;
vos grupos de sustentadores del festejo.
Diversas noticias nos ilustran sobre la participación ac­
tiva de las autoridades. Verdad es que ya no hay noticias:?
de que el virrey haya tomado la lanza o la dirección d e­
una cuadrilla; hay que recordar que las cortes españolas:
ya habían casi abandonado la práctica de esos bruscos jue­
gos por entonces. Los corregidores, alcaldes y oficiales, todos
ellos hombres respetables, por su edad al menos, tampoco ■
estaban para esos ejercicios. En cambio, condescendían en
disfrazarse y encabezar las mascaradas para que al son de
. .trompetas y chirimías y los atabaleros, m archaran en
veinte caballos, también encubertados. . . 5,1
Pero mucha más actividad y severidad desplegaban las
autoridades para hacer participar a otros, llegando al ex­
tremo de ser espléndidos en el apoyo económico a ese
1 Rangel, Op. cit., 65.

104
festejo, con los fondos del erario claro está, bien ellos los
organizaran directamente o delegaran su organización en
otros grupos. Entre los primeros casos tenemos la recepción
a Cerralvo en 1624, en la que se ordenó que “ . . . las cua­
drillas se vistan de telas de plata y oro, tejidas a propó­
sito . . . ”,2 o la recepción al marqués de Villena, el primer
grande de España que venía a gobernar México, en la que
el derroche alcanzó niveles extraordinarios.3
La forma más generalizada de organización era el nom­
bramiento de mayordomos que tom aran a su cargo el fes­
tejo. Así en Puebla, en 1619, para celebrar la fiesta de
la Concepción con “ . . . un castillo de m adera a cuero y car­
ne., con su chapitel, foso y dos fuerzas, para que se comba­
tiere uno de los días de las fiestas. . . ”,4 el cabildo acor­
dó. .. . .de nom brar para sargento mayor, que guarde
el castillo que ha de combatirse. . . a Miguel Ruiz Calero,
el cual se encargará de hacer alguna cantidad de solda­
dos. .. y se le den de ayuda cien pesos de oro común, de
propios de ciudad y se le notifique proceda con toda quie­
tud y sosiego en la ciudad, sin tener fuego en su casa
ni en otra par t e. . . ”5
También correspondía a las autoridades de las ciudades
españolas la iniciativa para que los indígenas tomaran par­
te en las fiestas, en lo que a veces lucían su equidad: en
1602, al celebrarse una corrida de toros en la ciudad de
México, con gran fausto, se ordenó “ . . . que trajesen todas

2 Ihid,, 69.
3 Gutiérrez de Medina, Cristóbal. Viaje del virrey marqués de
Villena. Introducción y notas de Manuel Romero de Terreros.
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1947 (Ins­
tituto de Historia), p. 78.
4 Leicht, Hugo. Las calles de Puebla. Estudio Histórico. Puebla.
Imprenta de A. Mijares y Hno., 1934, p. 472.
BLópe 2 de Villaseñor, Op. cit.j p. 193.
105
las trompetas y chirimías que hubiera en cuatro leguas u
la redonda, poniendo en cada puerta un encargado de
cuidar que no se ausentaran los trompeteros indios, y en
cada tablado y puesto de las dichas trompetas y chirimías
se les diera una arroba de vino después de cada corrida
para evitar que se em borracharan.. . ”8
En este periodo hacen su aparición otros grupos susten­
tadores del festejo. Destacan los gremios, que emergen por
entonces como un estrato social y una fuerza política dife­
renciada dentro del grupo peninsular. Desde 1619 apare­
cen como los principales colaboradores en las fiestas de
la ciudad, ya que tom an a su cargo algunos de los días
de fiesta a través de un sistema semejante al de la mayor-
domía: el de “mantenedores” de la fiesta, cargo que ocu­
pa voluntariamente uno de los veedores del gremio con el
apoyo económico de todos los afiliados. Entre los gremios
que más se distinguieron están los del arte mayor de la
seda, sastres, juveteros y gorreros, muy especialmente el
de panaderos, y por supuesto, los aristócratas del ramo de
platería, quienes en 1621 sacaron una máscara que perso­
nificaba a todos los héroes de las novelas de caballería,
incluso a don Quijote, Sancho y Dulcinea, que entonces
sólo tenían dieciséis años de haber salido de las prensas,
así como gran variedad de personajes exóticos, como Salo­
món, el duque de Moscovia, el marqués de Brandemburg,
y por supuesto, el Gran Turco con su hermosísima sul­
tana.7
En 1651 el gremio de carniceros, para festejar la Santa
Cruz, organizó una fiesta memorable, que se inició con
“ . . . lucida mascarada de indios, Moctezuma y Cortés, mo­
ros y el Gran Turco, vestidos costosam ente... llegaron de
6 Rangel, Op. cit.s 36.
7 Romero de Terreros, Torneos. . .a 30-39.
106
tropel dos moros y la robaron (a la Santa C ruz), y a media
haciendo escolta al que la llevaba, la entraron en
rie n d a ,
un castillo que tenían de m adera en medio de la placeta
delante del rastro. . a las tres de la tarde apareció el T u r­
co en el remate del castillo, sentado con notable gravedad
y acompañamiento, y la Cruz en lugar eminente; marchó
la infantería y entró por la plaza disparando, entrando por
una parte y saliendo por o t r a . .. pasó el virrey por delante
del castillo, y el Turco se estuvo sentado en su trono; ba­
jóle la cabeza y el virrey se quitó la g o rra .. . ”8 Este mis­
mo festejo lo habían realizado el año anterior los del barrio
de San Juan, organismo que también fue importante sus­
tentador del festejo, aunque su documentación es más de­
ficiente.
Otro grupo que participa es el de la Universidad y cole­
gios que, más culteranos, prefieren desfilar cómodamente
en carros alegóricos en los que representan comedias que
ocasionalmente toman el tem a de moros y cristianos o de­
rivaciones de éste en un marco clásico, por ejemplo en
1651 el del robo de Elena, en el que se quemó el carro
que representaba Troya para celebrar a la Purísima Con­
cepción.0
La mejor ilustración del esplendor del festejo en la pri­
mera m itad del siglo x v e nos las dan las fiestas que celebró
la ciudad de Puebla en ocasión de consagrarse su catedral
(1649). Vale recordar que Puebla, por el mismo carácter
de su fundación, era uno de los bastiones de la tradición
peninsular. L a organización del festejo corrió a cargo de
las autoridades de la ciudad, quienes decidieron hacer un
torneo, pero luego encargaron a dos señores “ . .. que se
8 Guijo, Gregorio M. de. Diario 1648-1664. Edición y prólogo
de Manuel Romero de Terreros, 2 tomos. México. Editorial
Porrúa, S. A., 1953. T. I., 156-157.
*Ibid.t 89.
107
haga una fiesta de justas, en la plaza pública, de moros y
cristianos, para lo cual tienen personas muy a propósito,
que encargándose esta ciudad de darle libreas de marlotas
y capellanes y prestarles aderezos de caparazones, lanzas
adargas y cascabeles... se acordó q u e . .. (el)mayordomo
de propios, dé ocho arrobas de colación a las personas que
han de jugar las ju sta s... hagan allanar y aderezar la pla­
za para que en las fiestas que en ella se han de hacer no
tengan impedimento y se pueda correr sin riesgo. .. ”10
Con asistencia de las autoridades en pleno, las perso­
nas más distinguidas, los prelados, quienes asistieron a
todos los actos, así como los habitantes de la ciudad y un
gran número de indios de los alrededores, se iniciaron las
fiestas públicas en la plaza principal “ . . . y en su centro
se erigió un castillo en cuyo combate y defensa lidiaban
varias cuadrillas, vestidas de españoles e indios de diversas
naciones, algunos de éstos de pieles de animales y adorna­
dos de plumajes a su usanza, que ejecutaron con destreza
varias escaramuzas y ataques. Entraron después dos cuadri­
llas de máscaras, vestidos de cristianos y moros a caballo
con crecido número de lacayos a pie, todos ricamente
vestidos, que corrieron con igual destreza sus parejas. .
luego entraron carros triunfales con músicos que cantaban
alabanzas, “ . .. hasta que después del anochecer, que en­
traron (por) segunda vez las cuadrillas de máscaras con
hachas encendidas y con ellas en las manos volvieron a
ejecutar diversas evoluciones y m ovim ientos.. . ” Tras una
suspensión de dos días, debida a enfermedad del virrey con­
tinuaron las fiestas públicas con profusión de carros triun­
fales de los colegios de San Pedro y San Juan y una corrida
de toros. O tro día, los mismos escolares corrieron cañas.
Intervención muy destacada tuvieron los indios de Amo-

10 López de Villaseñor, Op. cit., 182-186.

108
zoc “en dos cuadrillas de cristianos y moros tan ricamente
vestidos como bien montados, que en dos días salieron a
realizar escaramuzas.11
A partir de este momento de esplendor, aparecen los
primeros síntomas de decadencia de los espectáculos de mo­
ros y cristianos en el grupo que se consideraba español.
Sus primeros signos aparecen entre 1650 y 1700 y, aunque
un poco tardíos, son los mismos que se presentaron en Es­
paña, es decir, la ausencia del virrey y su corte, la más
rancia aristocracia criolla de la ciudad de México, en este
tipo de festejos. Desde 1658, cuando por el peregrino mo­
tivo del parto feliz de la reina, se realizaron mascaradas
que el virrey “ . . . caballero en brioso corcel, vestido de
color rosado, elegantísimo. . . ” encabezó,12 no se vuelve a
tener noticia de su participación en otro acto semejante.
En cambio se hacen más frecuentes los saraos y besamanos
en palacio, los días de campo y las idílicas excursiones.13
Por fin cuenta la colonia con sus diversiones de salón.
Si esto parece intrascendente en sí mismo, es un impor­
tante índice de un cambio de carácter en la cultura de la
aristocracia mexicana. Este grupo se encierra en sus pro­
pias diversiones y se aísla de otros. Vuelve los ojos a la
metrópoli en busca de modelos los cuales im itar y los que
le son transmitidos por virreyes y funcionarios. Esta ten­
dencia contagia a quienes viven en contacto directo con
este sector, y si la nobleza novohispana no pasa de ser un
núcleo provinciano en relación a la metrópoli, sus seguido­
res voluntarios quedan más atrás todavía.
De dicho contagio resulta la pérdida de interés de las au­
11 Fernández de Echeverría y Veytia, Mariano. Historia de la
fundación de la ciudad de Puebla de los Ángeles en la Nueva
España, 2 v. México, 1931. V. II., 79-82.
12 Range!, Op. cit., 92.
18 Romero de Terreros, Exantiquis. . . , 39,
109
toridades capitalinas en festejos de esta índole, cuya cele­
bración descansa ahora en otros tipos de organismos, entre
los que destacan los gremios. En este periodo los gremios
son los organizadores de las más fastuosas representaciones
de moros y cristianos a través de sus cofradías, organiza­
ciones auxiliares en el culto religioso. Sólo entre 1680 y
1690 tenemos menciones de espectáculos de moros y cris­
tianos organizados por los gremios para celebrar las fiestas
de la Santa Cruz, que han sustituido a las de Corpus Christi
como ocasión para festejos públicos y de tipo popular. La
decadencia de las fiestas de Corpus, tan favorecidas por la
cultura de conquista, es otro índice de su disolución. Esta
fiesta ha perdido su objeto como símbolo de lucha contra
los herejes, individuos cada vez más difíciles de localizar :
sobre todo en el centro del país, donde para entonces:
los indígenas superan en fervor y entusiasmo religioso apa-::
rente a los demás grupos de la cultura colonial. La parti­
cipación de las universidades se vuelve más culterana cada
vez„ más elaborada y compleja, y se aleja con ello de los
temas de moros.
Así es que para 1700 ha desaparecido virtualmente de;:
los grandes festejos capitalinos la danza de moros y cris- ;
tianos, aunque posiblemente se conservó en fiestas de carác­
ter más exclusivo como las de los gremios, las que no de-:
jan huella documental. Las grandes fiestas, al igual que
en España, dan preferencia a los toros como el espectáculo
de masas predilecto, mientras que en otros sectores gana
importancia el teatro y las clases más altas se lanzan a la
vida de tertulia y de salón.
Pero la desaparición no es absoluta. La danza de moros
y cristianos, bien como tal, bien a través de derivaciones,
aún está presente en la capital del virreinato. Para la se­
gunda m itad del siglo xvm la encontramos todavía en los

110
festejos populares. El cronista Juan de Veyta cuenta cómo
al celebrarse las festividades del Corpus, se vendían más­
caras de moros y cristianos por toda la ciudad para uso
de los niños, que cubiertos por ellas se daban el lujo de
lanzar feroces mandobles con espadas de palo y se disol­
vían en un piadoso anominato. También encontramos a la
danza de moros formando parte de las corridas de toros,
que ya para entonces se celebran en recintos cerrados,
como espectáculos remunerativos y ya no como festejos
populares. Así por ejemplo en 1788,, su majestad ordenaba
a los virreyes que anualmente organizaran corridas de to­
aros para resarcirse de los fondos que el conde de Gálvez
había usado en la construcción del castillo de Chapultepec.
;En la primera temporada intervino en los intermedios “la
gustada diversión de moros y cristianos” ;14 aunque datos
;contemporáneos hacen suponer que para entonces no era
un simulacro militar sino un conjunto de concentradas
evoluciones a caballo.
;;; Hasta 1803 encontramos la danza de moros integrada al
espectáculo del toreo. El programa de la temporada dice:
. .y a la tarde se presentarán dos cuadrillas de moros y
cristianos, vestidos con toda propiedad, y montados en
buenos caballos, con el respectivo séquito de cautivos y
esclavos: jugarán, correrán y escaramuzarán con potros
que no han tenido silla: sus evoluciones serán caracoles,
paynes3 parejas, otros círculos y labores de mucha vista
y destreza: los precederá un gran golpe de música, con
cajas e instrumentos, para el gobierno y manejo de
e llo s ...”16 Q ué distancia hay del festejo popular a este
profesional espectáculo que persiste hasta nuestros días
como la “escaramuza charra”, conjunto de evoluciones a
14 Rangel, Op. c i t 191-192.
15Ibid., 335.

11,1
caballo que realizan las mujeres que practican el “deporte
nacional” .
Sin embargo, la permanencia de este espectáculo basta
fechas tan tardías, ilustra sobre el profundo impacto que
en México causó la danza de moros y cristianos, así como
sobre su importancia en la creación de los modelos de las
fiestas mexicanas contemporáneas.
Para 1733, volviendo hacia atrás, la ciudad de México
deja pasar la noticia de la reconquista de Orán, inmejo­
rable ocasión para la celebración de morismas, sin más
festejo que el colgar adornos,10 mientras que en otras ciu­
dades los moros caían por bandadas. Utilizaremos esta fe­
cha como la que sitúa la desaparición de la danza de mo­
ros y cristianos de la ciudad de México. Ésta representaba
lo más avanzado de la sociedad novohispana como sede v
del gobierno y residencia de los funcionarios peninsulares,^
quienes actúan como agentes del cambio entre las clases
más altas. Los procesos de cambio de la población llama­
da española se retrasan conforme a la importancia de las
ciudades y al número de pobladores hispánicos. Así, por
ejemplo Puebla celebra sus dos siglos de fundada en 1732
con una semana de festejos, entre los que el combate entre
moros y cristianos por el castillo fue el más importante;
aunque hubo carros, espectáculos teatrales, galgos y lie­
bres.17 Todavía en 1755, la misma Puebla recibe al virrey
Ahumada y Villalón con grandes corridas de toros y ca­
rreras de moros y cristianos ejecutadas con gran destreza.18
Todavía durante todo el siglo xvin se encuentra la danza
de moros y cristianos en las fiestas principales de ciudades
de relativa importancia y con buen número de pobla-
™lbid., 129.
nihid., 125.
^Ibid., 139.

112
clores españoles. Por ejemplo en Pachuc.a, con motivo de
Ja jura de Carlos I I I en 1762, se realizaron grandes feste­
jos organizados por un alférez real, y en los que participa­
ron las autoridades, “ .. . haciéndose por las tardes más
lúcida la función con las carreras de moros y cristianos.. .
hasta colocar al Gran Turco en el suntuoso y bien ador­
nado castillo. . . y se dividieron en cuatro, haciendo diver­
sidad de juegos y bien encadenados e n la c e s ...” 19 M oda­
lidad en que ya se nota la influencia de la forma espec­
tacular que elimina el simulacro m ilitar para salud de sus
cultores.
|v Cuando Orizaba fue nominada villa en 1774: . .En
medio de su centro (de la plaza) se colocó un elevado
■castillo de tres cuerpos, y por remate una media naranja
con el pavellón, y media luna africana. . . Finalizada ésta
(la loa) se destacó de la comitiva un soberbio y feroz
turco, insultando atrevido y arrogante al campo de los
españoles emplazándolos a pública campaña para otro día,
lisongeándose jactancioso de que obscurecería las glorias
de Carlos Tercero y regocijo de sus vasallos, a que respon­
dió en metro otro nada menos valiente español, admitien­
do con gran complacencia el desafío. ,. A las tres y me­
dia de la tarde entró el despejo de la plaza que executó
la tropa miliciana con sus uniformes nuevos. . . se intro­
dujo . . . un gentil joven que representaba al Gran Señor,
rodeado por doce captivos a pie y otros tantos turcos a
caballo... Por otra entró otro joven español, sobre un lo­
zanísimo caballo naranjado. . . a quien seguían doce gine-
tes bizarros de la misma n a c ió n .,. Retiróse el Gran Señor
al castillo y el Príncipe Católico a las casas capitulares...
Las dos capitanías quedaron en la plaza haciendo evolu­
ciones. El castillo disparó y por los cuatro ángulos entra-
19 Romero de Terreros. T o r n e o s 69-80.
113
rón los 24 españoles y africanos e hicieron una escaramu­
za con gran destreza militar arrojando al mismo tiempo
flores y palomas. A un tiro de cañón se retiraron y siguió
el juego de toros. . . El diez y seis se volvió a continuar
la corrida de toros verificándose el desafío en público com­
bate, para lo cual se dejaron veer de nuevo los príncipes
ya referidos con el propio acompañamiento, que los antece­
de y hecho el paseo ordinario por lá plaza se dieron los
contendientes una descarga general de fuego. . . desembai-
nando después prontamente la espada para acometerse de
nuevo. . . los moros que guarnecían el castillo dispararon
ocho piezas de b a tir .;. el valor de los españoles fue tal
que vencieron a aquéllos haciéndolos prisioneros de gue­
rra . . . El Gran Señor no pudo contenerse y descendien­
d o . .. acometió brioso con espada en mano al Príncipe
Cristiano, pero al fin tuvo que rendírsela humilde y tam-;
bién el castillo. . . ”20 M e he extendido en esta descripción;
porque en este festejo se sintetizan todas las variantes usua­
les por entonces del festejo: el simulacro, las evoluciones
y la dramática con texto en verso. Incluso, por el número
de participantes, no es descabellado sugerir que puede tra­
tarse de una versión con tema de Carlomagno y sus doce
pares, una de las más socorridas actualmente.
Todavía hasta antes de 1820 encontramos a la danza de
moros en Colima, convertida en un paseo que encabezan
el. Capitán de Cristianos y el Alférez de Moros, con sus:
20 “Descripción circunstanciada de las Solemnes fiestas que con
motivo de haverse dignado el Rey conceder el Título de Villa
a este que antes era Pueblo de Orizaba executaron sus vecinos
desde el día 11 hasta el 20 de noviembre de 1774. Escrita por
D. Pedro Rubio Verriz, Contador e Interventor de la Real Renta
de Tabaco que de cuenta de S. M. se administra en la Ciudad de
Veracruz, quien las presenció todas”. Manuscrito transcrito por
Arróniz, Ensayo de una historia de Orizaba. Orizaba. Imprenta
de J. B. Alverto, 1867, pp. 407-421.
114
respectivas compañías, cargos disputados que habían de ri­
farse por el prestigio que otorgaban.21 Tenemos, pues, que
en localidades de relativa importancia la danza de moros
y cristianos sigue siendo una de las principales formas de
la diversión pública hasta finalizado el periodo colonial.
Sin embargo, las referencias que poseemos a partir del
siglo x v i i i no son muy precisas respecto a la filiación de
quienes la celebraban. Esto hace suponer que, salvo cuan­
do se las menciona específicamente y buen cuidado tenían
los cronistas de hacerlo, no pertenecían a la subdesarrolla-
da aristocracia local, sino a grupos menos selectos aunque
genéricamente considerados españoles. Para el siglo xvm,
como consecuencia del mestizaje initerrumpido que provo­
caba esos curiosos juicios de limpieza de sangre, los mes­
tizos en todas sus variedades habían pasado a ser casi
el contingente mayoritario de la población novohispana.
Entre los grupos de españoles y de mestizos, cada uno de
ellos multiestratificado y cada vez menos señalados por
diferencias raciales, pierden sentido las categorías sociales
dependientes del origen étnico. La mejor prueba de esta
situación nos la da la aristocracia criolla que, ínconforme
con ser distinguida sólo por su origen español, se lanza a
la compra de pánico de títulos nobiliarios que le permiten
señalar su superioridad respecto a lá m ultitud enorme
con quien comparte el título de españoles.
L a importancia que adquieren los títulos dentro de la
estratificación social interna de los llamados españoles, se
ve favorecida por la liberalidad del despotismo ilustrado
que, preocupado por la economía, sacrifica la rigidez en
las relaciones interétnicas en las colonias, y sólo ahí, a
21 Galindo, M. Miguel. “Colima, en el espacio, en el tiempo y
en la vida” en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía
y Estadística. México, T. 41, 1929, p. 246.
115
cambio de ingresos contantes y sonantes. Eso se tradujo
en la llamada revolución de las costumbres que sacudió
}
a la sociedad colonial en la última m itad del siglo x v i i i
básicamente una tendencia a romper el estrecho círculo
de una moral anticuada, adornada por añadidura con ri­
betes anticlericales y con un afán de modernizar la vida
colonial.
Éste es el primer síntoma de la decadencia de la cultura
colonial, y a su vez consecuencia del fracaso del imperio
para mantenerse como una unidad frente al resto del mun­
do. Aislamiento más que utópico cuando ese mundo, es de­
cir las otras potencias, están enfrascadas en una lucha mor­
tal por conseguir mercados y el americano no es, ni mucho
menos, un bocado despreciable. En estas condiciones no re­
sulta aventurado suponer que un gran contingente de los
que practicaban la danza de moros y cristianos en el siglo-
xvm eran mestizos. Este grupo fue mantenido por la legis­
lación colonial en condición de desarraigo, dadas las seve-'i;
ras limitaciones que se oponían a su propiedad y a su resí-:
dencia, aunque compensadas con una ausencia de tutoría
sobre sus costumbres, las que por supuesto eran considera­
das diabólicas. La desproporción entre el número de los
mestizos y lo que éstos podían hacer fue motivo de malestar
social y finalmente los lanzó a convertirse en el brazo ar­
mado de la guerra de independencia.

I ífi
E n e l g r u p o in d íg e n a

A fines del siglo xvi, la condición de los indígenas se ha de­


finido más o menos a través del proteccionismo y la segre­
gación, que de hecho anulan la teoría de la igualdad y de
la sumisión a la corona. Más aún, la práctica del protec­
cionismo y la segregación es relativa y se pasa sobre ella
fácilmente cuando así lo requiere el grupo dominante.
Sin embargo, y a la larga, la segregación funciona al m ar­
gen de todo juicio ético., como puede probarlo el que a par­
tir de su nivel más bajo hacia finales del xvr, el volumen
absoluto de -población indígena se viene incrementando
hasta la actualidad, pese a las desventajas que se acumu­
lan contra ese grupo. No así el proteccionismo que de
hecho desaparece dentro de la época colonial, aunque
formalmente no lo haga hasta el surgimiento de las leyes
de reforma.
L a política de segregación es determinante en la forma­
ción de la cultura de ese grupo. A dicha política se suma
el proteccionismo, que se traduce en limitaciones al pro­
ceso de cambio. L a combinación de ambos se plasma en el
conservadurismo. No deja de resultar paradójico que el
grupo que más resabios conserva de la cultura de conquis­
ta no sea su creador, sino el receptor. Al mismo tiempo,
en ningún grupo contemporáneo subsisten más reminis­
cencias del resultado posterior de la conquista, la cultura
colonial, que en la población indígena. Esto no presupone
ausencia de cambio. El cambio cultural opera en la pobla­
ción indígena, pero en mucho, menor escala. Uno de los
motores del cambio cultural acelerado es la modificación
de las estructuras económicas, y ésta casi no h a tocado a la
población indígena más que tangencialrnenle.

117.
Antes de seguir adelante hagamos una salvedad. El im*
pacto de la conquista y de su cultura fue de proporciones
incalculables en la población indígena, al grado que entre
antes y después de ésta casi no hay más continuidad que
la genética. Claro está que muchos elementos culturales
persisten, pero lo hacen en un ámbito distinto, en una
dirección cultural totalmente trastrocada. Si la conquista
tiene sentido revolucionario, entendida como un cambio
súbito y radical en todos los aspee tos de la vida humana,
lo tiene precisamente para el grupo indígena. Luego he­
mos de distinguir muy claramente entre lo que indígena
significaba en 1519 y cincuenta años después.
L a tendencia de la evolución cultural del grupo indí­
gena es perceptible a través de la danza de moros y cristia­
nos, aunque en este grupo esté mucho más deficientemen­
te documentada. En efecto, una vez que la cultura indí­
gena ha perdido el exotismo de la novedad, los cronistas
se detienen poco en ella.
Dejamos a la danza de moros y cristianos establecida
como parte del patrimonio cultural indígena, incluso con
una variante característica, además de compartir las gene­
ralizadas a otros grupos. Estas versiones se van difundiendo
a través del mismo grupo indígena, que de receptor se ha
convertido en donador del festejo entre otros grupos indí­
genas en proceso de cristianización. Conforme se expande
la frontera novohispana va con ella la danza, bien con los
españoles, bien con los indígenas que los acompañan.
Al iniciarse la política de colonización a través de misio­
nes, se acomoda en ella la danza de moros. Así por ejemplo:
en 1606, en la serranía de Topia, al inaugurarse una nue­
va misión, mientras los tepehuanes y xiximíes celebraban
el acontecimiento con bailes a su usanza, los indios cristia­
nos naborías que acompañaban a los misioneros hacían
representaciones dramáticas, entre ellas algunas con temas

118
de moros y cristianos.22 En el centro del país la danza
se había generalizado, sobre todo en las fiestas patronales
y algunos festejos religiosos de excepcional prestigio como
Ja Santa Cruz y el Corpus. El patrón de organización y
pago del costo del festejo se había modificado poco, según
podemos comprobar en una descripción debida al cronista
La Rea, de la orden franciscana, que puede situarse en
Michoacán poco antes de 1643:
“ .. .Lo primero que hacen es elegir capitán, alférez y
sargento, ordenando una milicia al uso de nuestra España.
íLlegado el día de la Santa Cruz, ocho días antes sueltan
todas las campanas y tocan tambores y cajas militares a
recoger la gente a casa del capitán, donde hace sus gastos
ordinarios. L a víspera en la tarde reparten el escuadrón en
isus hileras con el orden que profesa la milicia. M archa
él campo hacia la iglesia, en alarde, disparando muchos
■tiros de arcabuces y mosquetes a costa del capitán que da
ración general de pólvora todos los días del alarde, .. En
la retaguardia va el gobernador, si lo hay o la justicia con
todos sus ministros. Llegados a la iglesia y oídas las víspe­
ras. .. se vuelve a la casa del capitán donde está la ban­
dera . . . A la noche hay iluminaciones y tiran cohetes. . .
El día de la fiesta. . . a las tres de la tarde marcha el
campo a la playa, donde está un castillo de chichimecas,
en que tienen a la Santa Cruz ca u tiv a .. . a las cuatro en­
tra la milicia marchando por la p la y a ... se planta el
campo frontero del castillo, y ordena una escaramuza con
los chichimecas. . . salen hileras contra las de los enemigos
disparando muchos tiros con la destreza que pudiera un
veterano. Después de sacadas todas las hileras se da el
Santiago y cautivan y vencen a los enemigos, ganando el
árbol santo de la Cruz. . . el capitán da su colación a
22 Rangel, Op. c i t 38.
119
las cabezas de la república y personas más principales. . .
Estas fiestas no son generales en tocios los pueblos de esta
provincia, sino sólo en aquellas que tienen caudal y
gente para ello s.. ,’>23 Nos hemos detenido en esta descrip­
ción por la información que da sobre la organización del
festejo, ya que en lo formal éste no difiere mayormente de
versiones anteriores de la variedad de cristianos contra
chichimecas que tanto arraigó en el Bajío y zonas aleda­
ñas debido al extraordinario culto a la Santa Cruz de
Querétaro que propiciaron los franciscanos. Salvo por la
nomenclatura de tipo m ilitar, que en mucho se debe a los
franciscanos que impusieron este modelo de jerarquiz ación,
estamos ante el funcionamiento de mayordomías y su sis­
tema anexo de cargos; es decir, en plena operancia la eco­
nomía de prestigio, en la que el excedente económico se en­
cauza a las celebraciones suntuarias que producen prestigio
para sus sustentadores, y que si bien ocasionan la falta de
capitalización, también funcionan como nivelador de las
diferencias económicas dentro de un grupo. Las variantes
contemporáneas del sistema de mayordomías y su patrón
de difusión, hacen pensar que el modelo descrito anterior­
mente era general para casi toda la población indígena,
desde el siglo xvii.
La versión de chichimecas, que conviene tener presente
en relación a la danza de los concheros, pronto produce
sus propias derivaciones. La prim era de ellas es la masca­
rada que encontramos documentada en Querétaro en 1680.
Ésta, exclusivamente para indígenas, se sacaba dividida en
cuatro partes: la prim era era “ . . . una desordenada con­
fusión de montaraces chichimecas, sin más ropa que
23 Rea, Alonso de la. Crónica de la Orden de N. Seraphico P.
S, Francisco. Provincia de San Pedro y San Pablo de Mechonean
en la Nueva España. 2a. ed., México. La Voz de México, 1882,
p. 224.
120
la que permitía la d e c e n c ia ...” ; en la otra figuraban
compañías de infantería muy disciplinadas; luego una
procesión de reyes prehispánicos de linaje chichimeco como
Xólotl, Quinatzin, Techotlala, Tezozómoc, en compañía
de otros de linaje azteca; cerraba la máscara el “ tonco tin
mexicano” con su atronador ruido de teponaztles.24 Esta
derivación parece efímera, ya que a los indígenas placían
más las representaciones que los desfiles, al parecer im--
puestos por las autoridades españolas. Sin embargo, algu­
nos de sus elementos permanecerán en versiones poste­
riores.
■ Algunos de los intérpretes indígenas alcanzaron tal fama
y prestigio con sus representaciones de moros, que su parti­
cipación era solicitada por las ciudades. En tal caso, que
no creo fuera excepcional sino por el contrario frecuente
.■en la segunda m itad del siglo xvn, están los danzantes
de Amozoc, quienes participaron destacadamente en las
fiestas de la consagración de la catedral de Puebla, y tam ­
bién en la Plazuela del Volador de la ciudad de México,
;en 1691, donde jugaron cañas, con castillo y tienda de
:campaña (?) ,20 Sin duda alguna, estos grupos fueron quie­
nes más resintieron la declinación del festejo en las gran­
des ciudades, ya que mermaba su prestigio,
■ Respecto a las variedades teatrales, aunque se carece de
información, se puede proceder por inferencias para deci­
dir que gozaban de gran popularidad. El primer elemento
que se puede aducir es la presencia de estas formas como
dominantes en la actualidad. Otro es la mencionada “des­
trucción de Jerusalén” que Paso y Troncoso considera del
xvi, y que fue encontrada en el Teatro del Hospital Real
de los Naturales en 1722, escrita en un tipo de letra de
24 Romero de Terreros. Torneos. . 42-48,
25 Rangel, Op. cit.¡ 100.
121
fines del xvn, de donde puede concluirse su representación'
reciente.20 Por último, la incongruencia histórica, geográ­
fica y de personajes que las obras actuales presentan, sólo
puede explicarse en virtud de la difusión de las versiones
originales agregadas con nuevos elementos intrusos, pro­
ceso que requiere de un amplio lapso.
En el siglo xvm la danza de moros y cristianos pasa a
ser patrimonio exclusivo de las comunidades indígenas y
de los pueblos y villas españoles que viven en estrecho
contacto con ellas. L a ciudad de Tlaxcala, verdadero bas­
tión de la cultura indígena por diversas razones, nos da
la pauta comparativa. En 1731, fecha que se señaló como
límite de la presencia de la danza de moros en la ciudad
de México, Tlaxcala celebra 3a noticia de la reconquista
de Orán con un “ . . . combate del bien trazado castillo,
que a imitación del de Almarza, se erigió en el centro de
la espaciosa plaza, en que assi los victoriosos Españoles,
como los Moros vencidos, hicieron alarde, tanto del valor
de su brazo, .como de la. preciosidad de los petos, morrio­
nes, y brazaletes, turbantes, marlotas y medias lunas. ...,,a7
En 1738, la misma ciudad repite el festejo para jurar a
la Virgen de Guadalupe.28
U n buen índice del arraigo de las festividades entre
los grupos indígenas nos lo da la noticia siguiente, fecha­
da en 1756 : disponiéndose el pueblo de Tlayacapa a ce­
lebrar su fiesta con corridas como era costumbre inveterada,
el cura del lugar se opuso a ellas alegando que iban a rea-,
lizarse en domingo; incluso fulminó excomunión mayor
26 Paso y Troncoso, Francisco del. (T rad.). “Notas” a Agustín de
la Fuente, Comedia de los Reyes. Escrita en Mexicano a princi­
pios del siglo X V II. Florencia, 1902.
27 Gaceta de México, No. 63, febrero de 1773. Editadas por la
Secretaría de Educación:Pública, en la p. 499 del tomo I.
28 Rangel, Op. cit.j 134.
122
contra el alcalde si las permitía. Al enterarse, el pueblo se
amotinó e incendió la casa del cura y las casas consistoria­
les, obligando al sacerdote a huir cuando el fuego casi pren­
día en su sotana.20 Esta noticia, que como hecho escueto
no pasaría de pintoresca, es un claro índice de que para
esas fechas el carácter de las celebraciones estaba fuera del
dominio del clero y era determinado por instituciones de la
comunidad y de acuerdo a normas tradicionales. Lo que
fue cultura de conquista se ha tradicionalizado en los gru­
pos indígenas que lo sustentan como propia. Llegada la no­
ticia de la proclamación de Carlos IV en 1789-91, se cele­
braron fiestas por todo el país. Tenemos constancia de que
la danza de moros se efectuó cuando menos en las si­
guientes localidades: Papantla, Pátzcuaro, Tehuantepec,
Chilapa y Aguascalientes, en este último sitio en su varie­
dad llamada “de mecos”,30 apócope de chichimecos.
Estas incompletas noticias nos permiten concluir algu­
nas generalidades sobre la danza de moros y cristianos en­
tre la población indígena durante la época colonial. En
primer lugar que la danza estaba ampliamente generalizada
y que continuó ininterrumpidamente a partir de finales del
siglo xvi. Que de forma impuesta por el grupo evangeli­
zado!' ha pasado a convertirse en propia y tradicional, sus­
tentada por instituciones que operan paralelamente a la
iglesia, y a veces, incluso al margen y en contra de ésta.
Estamos ya, aun en la época colonial, frente a una for­
ma que se sustenta, organiza y difunde conforme a los p a ­
trones que hoy llamamos populares. L a danza resiente en
el periodo colonial influencias derivadas de las formas que
practican otros grupos, pero a partir del cese de la operan-
cia de la cultura de conquista el ritmo de transmisión se

™Ibid., 142 .
3o lbid.> 211-221.

123
hace menos intenso, hasta volverse casi imperceptible ha­
cia el final de dicho periodo.
El grupo indígena participó en la cultura de conquista.
Elaboró una síntesis de elementos propios y de los absor­
bidos e impuestos por los vencedores, quienes lograron im­
poner además, a través de la alteración de las estructuras
socioeconómicas, la dirección general de la evolución de
la cultura. Si esta síntesis operó primero sólo en el nivel
formal, en el transcurso de la época colonial alteró los
contenidos y estructuras, condicionándolos a la forma.
La cultura indígena fue la más homogénea de las que
participaron en la cultura colonial como resultado de dos
procesos: el de Segregación, que separaba a este grupo dé
los demás, y el de nivelación económica a través de la prác­
tica de una economía de prestigio que disminuía las di­
ferencias económicas, que son un activo agente del cam­
bio cultural. El grupo indígena también se estratificó, pero
en virtud de la canalización del excedente económico ha­
cia las actividades suntuarias, sobre todo fiestas, esta eilra­
tificación no se tradujo, o lo hizo en menor grado, en ui-
ferenciación clasista. La estratificación indígena se disolvió
en niveles de status de. prestigio, operantes sobre todo den­
tro del mismo grupo y que provocan una mayor cohesión
para éste.
U na mayor cohesión e integración en un grupo, produce
inevitablemente el conservadurismo, debido a la muy furrle
presión que el grupo ejerce como control social sobre los
individuos. El grupo indígena va a caracterizarse ,a partir
de entonces por su cultura, pues desde el final del periodo
colonial la diferenciación racial, sobre todo a través de ras­
gos externos, carece de signficado. Luego, desde la época
colonial, las relaciones interétnicas en México deben en­
tenderse como relaciones interculturaíes.

124
la d a n z a d e m o r o s y c r is t ia n o s
EN EL MEXICO INDEPENDIENTE

En e l siglo xix se logra la transformación formal del país


como resultado de la actividad revolucionaria provocada
por la agudización de las contradicciones del régimen
colonial. La revolución se inicia con el movimiento de in­
dependencia y se prolonga en una ininterrumpida sucesión
de guerras civiles, pronunciamientos e intervenciones ex­
tranjeras. Sólo el último tercio del siglo goza de una rela­
tiva paz, que se ha caracterizado como la “paz de los
sepulcros” .
En su mayor parte los alzamientos de este periodo tuvie­
ron orígenes y propósitos de tipo político, de orden formal,
eran encabezados por caudillos que surgían o representa­
ban a las clases superiores. Era la lucha por el poder en­
tre grupos poderosos que defendían sus intereses y que
arrastraban consigo a grandes sectores de la población, en
un clima de agitación constante, a un paso de la anarquía.
Los triunfos y su disfrute fueron patrimonio casi exclusivo
de las clases superiores. Sus mayores alcances se plasman
en la legislación, que primero sanciona la independencia
política de España y luego institucionaliza la ideología li­
beral, plataforma política del capitalismo en su fase más
individualista. Brillan por su ausencia los planteamientos
'sociales y se fortifica libremente la estructura clasista de
-la sociedad. Esta estructura, que si en relación a la estrati­
ficación étnica del régimen colonial significa un avance,
•ya que permite más movilidad a nivel individual, no

125
significa en el fondo una transformación radical, ya que
perpetúa y hasta agrava las contradicciones y distancia-
miento entre los grupos.
Sin embargo, la presencia de partidas armadas en movi-
miento constante durante un periodo prolongado, tiene
consecuencias en la sociedad y la cultura. A ella, más que
a la infinita sucesión de leyes que se expiden en el siglo
xix, se debe la disolución real del orden colonial con muy
diversas consecuencias. Pero esta presencia modificadora
no puede impedir el constante distanciamiento social, que
se agudizará en el México independiente.
Este alejamiento es perceptible a través de la cultura,
que cada vez se conforma más de acuerdo con la estructura
clasista. Las élites y sus grupos asociados como la incipiente
clase media, que se fortificó constantemente a partir de
entonces, sustentan la corriente ilustrada originada hacia
finales de la colonia. Al cesar el relativo monopolio de Es­
paña como intermediaria y censora del pensamiento, la
corriente ilustrada se introduce al cosmopolitismo resuL
tante de la expansión del capitalismo europeo. Este ingreso
es. un tanto vergonzante y se hace por la puerta de servi­
cio reservado a las naciones bárbaras, pero es definitivo..
Costumbres, modas, diversiones y hasta escuelas de pensa­
miento originadas en Europa, prenden con un natural
retraso en las clases ilustradas mexicanas, que las hacen
suyaá con un fervor casi religioso. Así se inicia la concien­
cia de subdesarrollo.
La adopción de la cultura cosmopolita europea implica
la adquisición de sus mecanismos de transmisión, de tipo
académico y de carácter oficializado. En el siglo xix la
distinción entre cultura erudita, formalizada y de tipo
académico, y la popular, de tipo tradicional, se hace más
•clara por simple oposición. Esta distinción incrementa;

126
la conciencia diferencial de los sustentadores de cada tipo
de cultura y contribuye a la segregación. Todos los aspectos
de la vida, incluso las diversiones,- se traducen en prácticas
propias y segregadas para cada grupo. En las élites se im­
ponen el teatro, la ópera, el baile de salón, la tertulia
y la excursión campestre que frecuentemente se combina
con la romería. En estas últimas se demuestra la impor­
tancia de la conciencia diferencial. Ya desde la década
•de 1820, las buenas familias acostumbran ir de romería
a la Villa de Guadalupe, al santuario de los Remedios o
a Ghalma, para ver al pueblo practicar las danzas de se­
gadores, de tejedores/ del mitote y, por supuesto, de la
conquista.1
El romanticismo, la doctrina artística del liberalismo,
que caracterizó a casi todo el siglo xrx, ofrece la más
^significativa prueba del muro que h a levantado la con­
ciencia diferencial en las élites. Los pintorescos románticos,
entre desmayo y batalla, descubren constantemente y con
azoro el exotismo que el país conserva en sus capas po­
pulares. . El hallazgo los lanza de cabeza a un costumbris­
mo superficial y a un indigenismo trasnochado, que se
obstina, a falta de una Grecia propia, en lam entar el es­
plendor perdido de las clásicas épocas prehispánicas. Hasta
Altamirano, nativo de una comunidad indígena, vive per­
manentemente asombrado ante los profundos misterios del
México indígena. La cultura erudita ha excavado un pro­
fundo abismo-en el siglo xix, que se abi’e entre las élites
,y las manifestaciones populares, entre las que se encuen­
tra la danza de moros y cristianos.
La última mención que encontramos de una derivación
de la danza que se practique entre las clases no populares
: 1 Prieto, Guillermo. Memorias de mis tiempos, 2 v. México, Li­
brería Viuda de G, Bouret, 1906., t. I., p. 21.
127
es un tanto desairada y melancólica. En la década de
1850, durante la temporada del carnaval, las barberías de
la ciudad de México se tapizaban con trajes y máscaras
de todas clases, entre los que destacaban los de moros y
cristianos.2 La morisma, que dejamos establecida en el ám­
bito indígena desde la época colonial, sigue varias direc­
ciones en su evolución en el siglo xix, que una documen­
tación en extremo deficiente permite apenas seguir. Esta
multiplicidad en los destinos de la danza es una conse­
cuencia directa de las modificaciones en la cultura y la so­
ciedad, especialmente de las que afectaron a las clases
más bajas. El prim er destino es la desaparición.
En el siglo xix, en aquellas regiones del país que por su
situación geográfica o importancia económica se ven so­
metidas a una fuerte presión de cambio para adecuarlas a
los lineamientos de una economía liberal, desaparecen las
instituciones formales de gobierno de la comunidad y se
las sustituye por las de corte administrativo moderno. Las
funciones del gobierno de la comunidad quedan vacantes
y el grupo que en ellas participaba queda al margen. En
algunos casos estas instituciones se conservan marginalmen­
te, pero otras veces no sucede así, ya que la gente despla­
zada encuentra ubicación dentro del nuevo marco aunque
sea disgregándose. Guando ésta es la situación, las necesi­
dades y funciones del grupo se trastruecan y se sustituyen
por otras nuevas. En este caso, la danza de moros y cris­
tianos y sus intérpretes, que cumplían una función asocia­
da al gobierno cívico-religioso de la comunidad, quedan
sin función reconocida, pierde su propósito y tiende a de­
saparecer.
2 García Cubas, Antonio. El libro de mis recuerdos. Nociones
históricas, anecdóticas y de costumbres mexicanas, anteriores al
actual estado social. México, 1945. Editorial Patria, pp. 309-310.
128
Paulatina> pero inexorablemente, ese proceso avanza
en el siglo xix, sobre todo en los centros urbanos de la
altiplanicie y la zona de alta densidad económica del
Bajío, que se incorporan a las normas liberales de gobierno
laico y de feroz competencia. Sobra decir que las Leyes
de Reforma, al proscribir las comunidades, desempeñaron
un importante papel en este proceso.
El segundo destino es la modificación de la danza en
su forma y estructura para adaptarse a las nuevas condi­
ciones. En este caso opera el mismo fenómeno de la desa­
parición de las instituciones de gobierno de la comunidad
indígena, pero sus sustentadores no encuentran una ubica­
ción en el nuevo marco, sino que son simplemente des­
plazados de él y sustituidos por gente de otra condición.
En el mejor de los casos, este cambio no h a modificado
las condiciones de vida de la gente, ni sus necesidades y
funciones para satisfacerlas, sólo los ha marginado. Pero
se ha creado un vacío, un hueco que antes llenaban las
instituciones oficiales y reconocidas y a través de las que
satisfacían algunas de las necesidades del grupo. La inten­
sidad y el carácter de las luchas del México independiente,
hacen que el vacío no sólo se cree en relación a las institu­
ciones de gobierno civil, sino también al gobierno religioso
de las comunidades. En esas condiciones, los miembros de
las antiguas comunidades deben crear sus propias institu­
ciones sociales, que por estar al margen de la tutela de la
Iglesia y el Estado, adquieren pleno carácter popular.
Éste fue un proceso de adaptación que se realizó con una
intensidad y magnitud creciente en el siglo xix, como lo
demuestra la actual vigencia y difusión de las instituciones
sociales de tipo popular. L a danza de moros y cristianos,
ligada a este proceso por su estrecha relación histórica con
las instituciones sociales, tuvo que adaptarse en forma y
contenido a las nuevas condiciones con diferentes variantes.

129
La primera de ellas es la continuidad y desarrollo de las
formas ya presentes en la época colonial, e implica que
el cambio en las instituciones, de oficiales a populares,
se realizó sin grandes conflictos; en este caso la danza
permanece asociada con el sistema de cargos religiosos
de la comunidad, institución ya presente desde la época
colonial, pero que absorbió funciones que dejó vacantes la
desaparición del gobierno civil, así como también adquirió
independencia de las autoridades clericales al disminuir
la intensidad del dominio que ejercían, a partir del pro­
ceso de secularización.
En esta modalidad, el espectáculo de masa dotado de
una estructura dramática con textos y personajes, ya bas­
tante escasos desde la época colonial, fue limitando más
aún su ámbito de práctica. Así, dejó de celebrarse la dan­
za de moros en el templo de Santo Domingo de Puebla,
en la que participaban navios encohetados según una des­
cripción de Í826.3 Pero la continuidad de esta variedad
puede asegurarse por su celebración actual en diversos
sitios, además de la siguiente descripción procedente de Za­
catecas y fechada imprecisamente antes de 1910. La mo­
risma se celebraba el 24 de junio, día de San Juan Bau­
tista, en los alrededores de la capilla llamada de Bracho,
consagrada, a dicha imagen. La representación duraba tres
días y en ella intervenían cerca de mil personas, cuidado­
samente adiestradas por soldados retirados. Este aparente
refinamiento es sólo el resultado del impresionante arsenal
que se utilizaba y que incluía: cañones pequeños, rifles,
lanzas, morteros de bronce, mosquetes, espadas, hachas y,
por supuesto, machetes. Los participantes, con abigarra­
das vestiduras que ellos mismos conseguían, se agrupaban,
en dos campos, uno al comando del rey moro y del moro
3 Leicht, Op. c i t 438-439.

130
jvluza, y otro bajo don Juan de Austria y los Reyes Ca­
tólicos. Éstos eran los personajes que recitaban el texto
dramático, por lo que se prefería que los intepretaran ac­
tores con cierta experiencia (?). Como detalle placentero el
rey moro tenía su “harem ”, mientras que los cristianos
para no ser menos, se hacían acompañar por “odaliscas” ,
purante tres días se batallaba para que al final el rey
Aloro fuera decapitado en justa venganza por haber m an­
dado robar la cabeza de la imagen de San Juan. Final­
mente ardía esplendoroso el castillo de fuegos de artificio.4
piadosamente, no se registran las bajas.
Para la variedad que adaptó el tema de la danza a moti­
vos mexicanos., se tienen algunas evidencias de su continui­
dad. L a primera procede de San M artín de los Ranchos,
puebla, en 1823, cuando Bullock tuvo ocasión de ver una
representación en dos partes: en la primera un guerrero
mexicano recita un texto de despedida y en la segunda
parte el mismo guerrero celebra un combate fingido con
un enemigo al que no se menciona, al que vence y lleva
elegantemente arrastrado por los cabellos ante la presencia
de su soberano.5 Prueba de que se trataba de una represen­
tación asimilable a la de moros nos la da Paso y Troncoso,
quien reconoce muchas semejanzas, incluso en el vestuario,
entre esa representación y la de la danza de la plum a que
efectuó en M itla en 1900 ante el duque de Louvat,6 la
que a su vez es claro antecedente de las espectaculares
versiones que actualmente se celebran en el estado de
Oaxaca.
O tra de las variantes que presenta la adaptación de la
* Toor, Francés. A Treasury of Mexican Folkxvays, Nueva York,
Crown Publishers, 1947, p. 348.
5 Rojas Garcidueñas, José J. El Teatro en la Nueva España en el
siglo X V I. México. Imprenta de Luis Alvares, 1935, pp. 32-33.
* I b i d p. 33.
131
danza a las nuevas circunstancias, es la de permitir ele.
mentos que cambian radicalmente su forma y su contenido
y llegan a veces hasta lo descabellado. Inmejorable ejem­
plo de esto es la danza de los tastoanes —posiblemente
de tlatoani, “señores” en náhuatl— que se celebraba en
1899 en San Andrés, M ezquitán, Huentitlán y Tonalá, to­
dos lugares cercanos a la ciudad de Guadalajara, nada
menos que el 25 de julio, día de Santiago Apóstol.
Los tastoanes integran una comparsa de enmascarados
que figuran rostros humanos feroces o grotescos o caras de
animales; además, van armados de espadas y rodelas de
madera. Algunos de ellos tienen nombres en extremo su.
gerentes, como Barrabás, el principal entre ellos, Anás,
Satanás, Chambelico y Averrugo, que no dejan mucha
duda sobre su origen infernal. L a comparsa utiliza una
lengua propia^ totalmente ininteligible o mejor dicho, sin
sentido, con frases como las siguientes: “ . . . entre más chi-
meca más remolineca tlancoixqui. . . ” o (C. . . atehua nehua
la piscolota.. aunque debe anotarse una cierta influen- •
cia del idioma náhuatl. Este agradable grupo recorre e l;
poblado al mando de su sargento y con acompañamiento ;
de tamboril y chirimía; entran a las tiendas y toman mer­
cancías que no pagan: es su privilegio. Santiago, montado!
en brioso caballo y con sombrero jarano, también recorre
el pueblo por su lado. Cuando tropieza con los tastoanes,, i
éstos lo agreden, pero siempre logra escapar airosamente
tras una dura pelea. Hacia el final de la fiesta aparecen
otros personajes, los reyes, más estrafalariamente vestidos
que sus súbditos, ios tastoanes, a quienes ordenan medir el
campo con largos cordeles (?). Vuelve a aparecer Santiago
para ser asaltado una vez más, pero esta vez logran des­
montarlo y atarlo. En esa triste condición es llevado ante;:
los reyes, quienes con grandes muecas proceden a juzgarla:

132
Tras breve pero sonora e incomprensible deliberación, lo
condenan a muerte. L a sentencia la aplican los tastoanes
con regocijo enorme. Santiago, entre un m ar de sangre
que m ana de una vejiga oculta en su pecho, fenece, y
con ello termina la representación.7
Obviamente, esta versión es irregular. Su sentido básico,
ejemplar y didáctico, se ha perdido. Es posible inferir que
en un principio la representación pretendía ilustrar la lu­
cha del bien contra el mal, pero por diversas razones: in­
terpolaciones, intrusión de diversos elementos y sobre todo,
la falta de un objetivo religioso claro, el mal triunfa. El
objetivo de la representación fue trastrocado hasta llegar
al resultado inverso. Justicia poética que redime al bando
de los derrotados.
Desde otro punto de vista el proceso resulta revelador
sobre el carácter cada vez más independiente de la cultura
popular en el siglo pasado. Es claro que de existir una re­
lación estrecha, una tutela, entre el clero y las institu­
ciones que patrocinan la fiesta, esta versión no hubiera sido
posible. Su existencia implica una falta o pérdida de do­
minio sobre los organismos populares, la que a mi juicio se
incrementó durante el periodo de anarquía que culminó
en la reforma liberal, así como con la desaparición de las
autoridades oficiales de la comunidad.
Esto pudiera significar que el cambio de instituciones
oficiales a populares, puede originar modificaciones no
sólo en la forma de éstas, sino también en su orientación
y contenido, lo que a su vez presupone un cambio en las
funciones que deben desempeñar. Cuál es la m agnitud y
significado de estos cambios cualitativos es motivo de otro
estudio. Pero puede señalarse como últim a conclusión posi­
ble, que la cultura popular es un sector relativamente in­
' 7 Santoscoy, Op. cit., 5-12.

133
dependiente, con una dinámica propia condicionada por
sus circunstancias peculiares.
O tra de las variedades de la continuidad y desarrollo
de la danza a través de modificaciones en su forma y es­
tructura, para adaptarse a las nuevas condiciones gene­
radas en el siglo xix, es la danza de los mecos, en la región
del Bajío; nombre que adquirió la versión de moros y
cristianos que había sustituido al bando musulmán por
otro más cercano pero igualmente herético: el de los
chichimecos o mecos. En esta danza se habían introducido,
desde finales de la época colonial, innovaciones formales
de cierta trascendencia. En Querétaro, alrededor de 1820,
la danza de los mecos se interpretaba al son de teponaztle
y guitarrillas.8
El grupo conservador es el más ligado a las manife^
taciones tradicionales del grupo, las cuales representan, en
última instancia, la verdad probada por el tiempo, el deber
ser de las cosas sancionado por la experiencia. Las danzas
son elementos importantes del acervo tradicional, aunque
por lo general están ligadas o subordinadas a una institu­
ción central. En el caso de la danza de mecos, al desapa­
recer las instituciones centrales, el grupo conservador y
marginado se vuelca sobre la danza, que en sí misma no es
agredida directamente por la presión de cambio, y elabora :
alrededor de ella todo un sistema capaz de sustituir a las
instituciones desaparecidas. L a danza se convierte en un
organismo popular que pretende regir sobre todos los aspec­
tos de la vida de un grupo que participa voluntariamente
en ella, al margen de las autoridades civiles y religiosas
oficiales.
8 Romero de Terreros y Vinent, Manuel. “Festejos de meda­
llas y proclamaciones y fiestas en Querétaro” en Anales del Insti­
tuto Nacional de Antropología e Historia. México, 4a. época, v. 6,
p. 28 .

134
La prueba de ese proceso nos la ofrece este excepcional
documento, que de hecho equivale al acta constitutiva de
la danza de los concheros como una organización religiosa
autosuficiente y de tipo popular: “Acta: Proclamada
la Independencia de América Septentrional de los Estados
Mexicanos, es ya libre, es ya señora de sí misma. No reco­
noce ni depende de la España ni de otra nación. Es saluda­
da de todos como independiente y libre y son unos corazo­
nes bizarros, virtuosos y llenos de tranquilidad los que sos­
tienen esta dulce voz ¡Viva la Independencia!, vivan para
siempre nuestras tropas chichimecas, a la dirección del
caudillo general, al mando y voz de don Ignacio Teodoro
Sánchez, primer promotor en el año catorce. Sedle todos su­
misos y obedientes y estad siempre alerta con vuestro car­
caj, arco y flecha, vigilando y sosteniendo la sagrada y
santa independencia. Primero morir que dejar de sostener­
la; sed todos uno e íntimos hermanos; obedeced a vuestros
superiores; no abuséis de la religión santa de Jesucristo;
guardad siempre sus preceptos arreglados al catecismo del
Padre R ipalda; no deis mal ejemplo a vuestras familias y
detestad siempre los vicios; que resplandezca en vosotros
la pureza de corazón y entonces seréis unos chichimecas
valientes, honrados y de bastante orden y unidos todos a
una voz; \ Viva la religión! ¡Viva la independencia! y
¡ Viva la L ibertad! y entonces reunidos todos a las honradas
tropas de nuestra ilustre nación, diréis con decisión: an­
tes m orir que separarnos de tan sabia y heroica empresa.
—Dios y Libertad. Salón donde se juró nuestra legal Cons­
titución.—Marzo 10 de 1840— . Autor de la presente
Constitución y arreglada a los primitivos y antiguos pla­
nos y documentos.—Ignacio de Jesús.—Dos carcax y una
flecha. . . ”0
9 Vázquez de Santa Ana, Higinio. Fiestas y costumbres mexi­
canas, 2 v. México. Ediciones Botas, 1940, t. II, 252-253.
135
Los dos destinos de la danza de moros y cristianos du­
rante el siglo x ix : la desaparición y la continuidad a tra­
vés de diferentes procesos de adaptación, se relacionan con
ciertos caracteres de la población. L a desaparición del
festejo implica que sus sustentadores han abandonado el
marco cultural en que éste tenía una razón de ser. En el
caso de México en el siglo anterior, significa que se afilia­
ron a los grupos sustentadores de la “cultura occidental”
de corte liberal o a cualquiera de sus grupos dependientes.
Utilizo el término “cultura occidental” con plena intención
de rehuir otro: cultura nacional, ya que creo que en el
México independiente, la población que pudiera ubicarse
bajo cualquiera de los dos rubros, considerándolos sinóni­
mos, era minoritaria; luego aplicarle el segundo es darle
un ropaje holgado en demasía. Huelga decir que los dos
términos son igualmente equívocos.
La continuidad de la danza de moros y cristianos nos
refiere a los núcleos conservadores de la población. Por el
trayecto histórico de la danza, puede presumirse que estos
núcleos emanan principalmente de la población indígena
del periodo colonial. Dentro de la misma época colonial, el
término indígena se volvió equívoco, o m ejor dicho, multí-
voco, ya que se aplicaba a grupos de cultura por demás
variada y con diferentes grados de aproximación a la cul­
tu ra española. Sin embargo, el mismo hecho de ser consi­
derados indígenas y tratados en consecuencia, les daba un
elemento de unidad.
De este conjunto heterogéneo em anarán los núcleos
conservadores que siguieron sustentando la morisma en el
siglo xix. Su variación cultural se h a acentuado, como
también lo han hecho los grados de aproximación, en este
caso, a la “cultura occidental” . Pero vuelve a ser lícito
llamarlos indígenas por varias razones. En primer lugar
y en virtud de la conciencia diferencial de los sustentado­

136
res de la cultura erudita, siguen siendo llamados y trata­
dos como indios, o lo que es peor, como inditos. En segun­
do lugar, son descendientes de los llamados indígenas en el
periodo colonial. En tercer y más im portante lugar, sus­
tentan tradiciones e instituciones creadas por y para los
núcleos indígenas en la cultura colonial; luego pueden
asimilarse a ellos, aunque por supuesto haya cambiado la
expresión y forma de estas instituciones y tradiciones.
Así, la práctica de la danza se relaciona con el grupo
indígena sobre las bases anotadas, aunque sus integrantes,
como sucede ahora, no hablen una lengua nativa. Este
grupo fue marginado en el México independiente. En esa
condición logró sobrevivir a través del mantenimiento de
sus tradiciones propias y segregadas, Pero en ese periodo,
esas tradiciones, con todo lo que implican, adquieren carac­
terísticas plenamente populares en cuanto a su forma, su
práctica y sistema de transmisión.

137
LA DANZA DE MOROS Y CRISTIANOS
EN EL MÉXICO CONTEMPORÁNEO

P a r a la elaboración de este capítulo se utilizó toda la infor­


mación disponible a partir de 1920, independientemente
de su fecha. Este sistema, lícito en cuanto permite una
visión más amplia y generalizada del fenómeno, implica
el peligro de incluir referencias o descripciones de festejos-
que han dejado de celebrarse. L a misma intención de gene-;-
ralizar me hizo prescindir de las citas concretas en este;
capítulo.
El siglo xx se inauguró en México bajo el signo de la paz
porfiriana. Este idíKco panoram a no tarda en dar muestras-
de su descomposición interna debida al arrastre de con­
tradicciones socioeconómicas desde el surgimiento del país-
como una nación independiente. U na aristocracia terrate--
niente disfruta de los beneficios del sistema de la hacienda
acasillada, de la que dependen directa o indirectamente1
vastos sectores de la población que viven en condiciones^
misérrimas y desesperanzadas; para colmo, la hacienda es:;
un sistema extensivo y antieconómico que arrastra consigo^
a todo el sector rural hacia una pobreza crónica, que inclu­
ye también a los grupos marginales. El capital extranjero
domina la industria básica limitándola a su fase extractiva,
los servicios de infraestructura y las finanzas. U na muy in­
cipiente industria de transformación, que nos refiere a los
principios de la revolución industrial en Europa, impone
condiciones de trabajo también similares a las de esa épocas
Sobre todo esto impera una estructura política caduca, la

138
misma que impusieron los liberales medio siglo atrás, rígida
y anquilosada, así como corrupta y señoreada por un grupo
cerrado: los científicos.
El resultado es el malestar general, la tensión constante.
U n sector, la clase media, adquiere una conciencia social
y política ante la situación del país y el influjo de las doc­
trinas de pensamiento moderno. A ellos les tocará dirigir
el movimiento revolucionario. Los primeros signos de rom­
pimiento se expresaron a través de huelgas industriales que
tenían carácter sociopolítico. Pero la explosión definitiva,
la rebelión, se inició con un programa exclusivamente
político que logró aglutinar a todos los grupos descon­
tentos. Las tendencias más radicales de la revolución ar­
mada, por cierto las más alejadas del triunfo militar, mos­
traron la necesidad de transformaciones en la base de la
estructura socioeconómica como único remedio.
Al respecto se tomaron primero medidas legislativas, lue­
go programáticas y finalmente institucionales. Es prematuro
y peligroso tratar de evaluar los resultados definitivos de
esta acción, pero es obvio que ha producido cambios im­
portantes en la sociedad y la cultura del país. De éstos,
interesan los que tuvieron efectos sobre la danza de moros
y sus sustentadores: la población indígena con las salveda­
des expresadas en el capítulo anterior, o más estrictamente,
la población heredera de elementos culturales de filiación
indígena durante la época colonial.
Ya se mencionó que la danza de moros y cristianos sigue
diversos procesos evolutivos; uno de ellos es la extinción,
simultánea a la de las instituciones a las que el festejo se
asocia. Este proceso ha continuado otra vez en una medida
no cuantificable, pero que a título de hipótesis, presumo
inferior, relativamente, al ritmo que mantuvo en el siglo
anterior. Pese al avance de este proceso, la danza, a través
de todas sus variantes, permanece como la más amplia­

139
mente difundida de todo el repertorio popular mexicano.
Su difusión cubre una amplia zona del país alrededor de
los estados centrales. Diversas fuentes permiten trazar la
celebración usual del festejo y sus variantes dentro de los
siguientes límites:
Oaxaca, hasta la región ístmica, y Veracruz hasta la mis­
m a altura, constituyen la frontera sur documentada, con
excepción de una línea intrusiva hasta Ghiapas. Por el
norte la frontera se establece aproximadamente sobre el
paralelo 22, en una línea que va de la zona huasteca en
el Golfo a Nayarit en el Pacífico, y que cruza por los es­
tados de Jalisco, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Po­
tosí y Veracruz que deben considerarse en casi todo su terri­
torio. Por el noroeste, la danza se prolonga siguiendo la
costa del Pacífico hasta el estado norteamericano de Nuevo
México. Dentro de estas fronteras existen versiones de la
danza con diversos índices de frecuencia, a las que deben
agregarse versiones aisladas fuera de esos límites.
En donde la frecuencia del festejo es más alta, se cons­
tituyen lo que llamo bastiones de moros, entre los que deben
destacarse: los valles de México, Puebla, Tlaxcaía, Morelos
y Toluca; las zonas costeras a lo largo de Oaxaca, Guerre­
ro y M ichoacán; la zona purépecha de Michoacán y la re­
gión del lago de Ghapala; el Bajío en su parte sur, la sierra
norte del estado de Puebla; la franja costera del Golfo, de
Veracruz a Coatzacoalcos; y el valle de Oaxaca. Esta pri­
mera visión, que detallaremos con el registro de las varian­
tes, permite asentar que la frecuencia más alta del festejo
coincide con las zonas consideradas indígenas.
En cuanto a las variantes de las morismas, éstas presen­
tan cierta dificultad en su agrupación, ya que existe entre
todas ellas una gradación casi constante aunque en sus ex­
tremos no presenten casi ninguna semejanza. L a formación
de grupos tiene necesariamente algo de forzada pero es ine­

140
ludible. Los grupos enunciados deben ser tornados como
meras abstracciones que en la realidad se entretejen en
una fina red de festejos concretos que establecen lazos que
los grupos no pueden reflejar. H e distinguido seis grupos:
1) Moros y cristianos propiamente dichos. 2) Danzas de
Santiagos. 5) Ciclo de la conquista. 4) Espectáculos de
masas. 5) Danza de los concheros. 6) Derivaciones coreo­
gráficas diversas.
1 ) Moros y cristianos propiamente dichos. Esta variedad
tiene por tema el enfrentamiento del bando cristiano contra
otro que se reconoce como moro. Son representaciones de
tipo teatral^ en las que el texto, una relación en prosa o
verso, tiene preeminencia sobre la danza y la música, que
sólo sirven para acompañar los combates y pasar de una
escena a otra. Intervienen entre 3 y 30 actores con papel
hablado. El tono general es didáctico y gran parte de ella
se dedica al intercambio de embajadores que sustentan dog­
máticas discusiones teológicas sobre la superioridad de su
respectivo dios, aunque finalmente éstas se resuelven por
el poder de las armas cristianas y gracias a la aparición
oportuna de un ángel u otro ser sobrenatural. Completa el
tono moralista la vergonzante claudicación de los moros
que aceptan el bautizo. En todo esto ve Ricard la mano
de los evangelizadores, sobre todo de la orden franciscana.
Sobre este esquema la tram a es más o menos fija pero
los personajes varían ampliamente y pueden agruparse en
ciclos. El más frecuente es el de Santiago. En él aparece
el santo como personaje acompañado de otros que pocas
veces tienen nombres propios y se les reconoce por su título:
el embajador, el rey, alférez, cabo de escuadra, etc., aun­
que a veces aparece Vespaciano o alguna otra testa coro­
nada. Este bando se identifica por la cruz en su vestuario,
la que con cierta frecuencia se sustituye por el escudo na­

141
cional. Su principal oponente es Pilatos, que se acompaña
de personajes también identificados por títulos o tan va­
riadas como Galancito, su hijo al que a veces se agrega un
hermano llamado Xocoyotito, Savario, Alchareo, Tiberio,
etc. A veces se oponen a Santiago huestes realmente demo­
niacas que encabeza Satán acompañado por profusión de
diablos menores. El término moro es sinónimo de musul­
mán, sarraceno, turco, otomano y árabe, a los que se pueden
añadir romanos y judíos. Su emblema característico es la
media luna.
Entre muchos grupos las relaciones se recitan en idiomas
nativos, predominando el náhuatl en los valles centrales y
Veracruz. Se conoce un texto en totonaco y se tiene una
información verbal no comprobada, de que el grupo otomí
de la sierra norte del estado de Puebla utiliza un texto
en náhuatl al que otorgan valor ritual. Este ciclo se reco­
noce usualmente como danza de moros y cristianos; otras
veces como relación, y algunas más tiene un nombre espe­
cífico, como los alchüeos en Teotihuacán, el hijo del True­
no en Veracruz y reto en Teotihuacán y el estado de Gue­
rrero.
La mayor frecuencia del ciclo de Santiago se concentra
en los estados de Veracruz, Puebla, incluyendo la sierra
norte, Morelos y México en los alrededores de Teotihuacán,
También se tienen noticias de su interpretación en Jalisco,
Zacatecas, el Distrito Federal y el estado de Michoacán.
Otro ciclo importante es el carolingio, que a veces se
llama danza de los doce pares de Francia, En ella cabe
el papel principal a Carlomagno —figura que desde la
Edad Media se relaciona con Santiago— a quien acompa­
ñan sus esforzados paladines: Roldan, Oliveros, O rlando. . .
Se enfrentan al almirante Balán, su hijo Fierabrás, el gi­
gante Gurún y Florípez, la beldad árabe que se convierte en
manzana de la discordia al enamorarse de Oliveros, por lo

142
que causará la perdición de su padre, el almirante Balán.
El papel de hermosa doncella generalmente lo representa
un varón, ya que en la mayoría de los casos la participa­
ción en las danzas es privilegio y obligación masculina.
En la difusión de este tema tiene m ucha importancia la
Canción de Roldan que fue traducida desde el siglo xvi
por Nicolás de Piamonte y que ha sido una de las lecturas
populares predilectas en México hasta su últim a edición,
en la década de 1940, por la editorial Herrero. Puede ilus­
trarse con esta información directa hasta qué grado es
importante este libro en la permanencia del tema: hasta
hace pocos años, un fallecido maestro de la danza, poseedor
de la obra y radicado en San Baltazar Campeche, Puebla,
se dedicaba a redactar versiones sobre pedido de este tema,
de acuerdo con el número de intérpretes que la comuni­
dad deseara. L a zona más amplia de difusión de este ciclo
es el valle de Puebla. Tam bién se practica en el Distrito
Federal y en el valle de Toluca. En Ghalma vi una ver­
sión llamada la danza de la lunay nombre que tomó del
símbolo moro.
El otro ciclo podía llamarse histórico, desafortunada­
mente poco documentado, que desarrolla variantes con la
intervención de personajes históricos españoles, como el in­
fame M auregato que demanda el impuesto anual de don­
cellas, mientras que en otras se rememora la caída de
Granada. Lógicamente es eí menos difundido de los tres
ciclos señalados.
L a danza de moros y cristianos propiamente dicha, ilus­
tra la persistencia de los temas hispánicos introducidos a
partir de la cultura de conquista y en especial por los mi­
sioneros. Pero a estos temas se han agregado elementos
nuevos y claramente mexicanos, como Xocoyotito, con­
vertido en hijo de Pilatos. En el mismo sentido, el trata­
miento muestra también una pérdida del contexto histó­

143
rico, que se traduce en las interpolaciones temáticas, geo­
gráficas e históricas y temporales a las que ya nos hemos
referido, como la aparición de caballeros vieneses al lado
del emperador Vespaciano para destruir Jerusalén; estos
afectos también son perceptibles en España, aunque en me­
nor grado.
Las modalidades de interpretación también conservan
cierta fidelidad al patrón original, como la disposición del
“escenario” en dos campamentos o castillos. El de los moros
debe ser quemado, lo que frecuentemente se simula con
fuegos de artificio, desde unos cuantos cohetes hasta autén­
ticos castillos — en el sentido coheteril moderno— o arm a­
zones de otate sobre un poste que arden con movimiento.
En un solo caso se ha conservado la intervención de los
moros en carretas arrastradas por bueyes y con velamen
agregado para figurar navios. Esto sucede en Huamelula,
Oaxaca, donde por cierto interviene como personaje nada
menos que Mahoma. Desafortunadamente la versión com^
pleta de este festejo no se ha dado a conocer. En Chiapa
de Corzo se restauró la variante acuática desde principios
de este siglo, donde todos los años celebran un combate
naval sobre barcas. Los combates se realizan preferente-:
mente con armas blancas —machetes, sin eufemismos— y
con acompañamiento musical. El más generalizado es dé
banda de alientos, pero hay una enorme variedad en este
sentido, usándose desde el violín y la guitarra hasta la flauta
de carrizo y el tambor.
En el vestuario existe enorme variedad aunque con
ciertos elementos comunes: las capas de terciopelo o de sa­
tén, casi siempre negras para los moros y rojas para los
cristianos; las máscaras, de piel negra o color oscuro las
de los moros y rosadas y rubicundas las de los cristianos j
éstas pueden sustituirse o agregarse con barbas y bigotes
postizos, algunos de un rubio inverosímil, y con anteojos

144
negros para el so], a los que los intérpretes conceden im­
portancia para conservar el anonimato, actualmente muy
relativo pero que posiblemente tuvo un gran significado en
tiempos pasados. Existe una opinión generalizada entre los
cultores respecto a que ha bajado la calidad del vestuario,
opinión que yo comparto aunque admitiendo una deforma­
ción profesional por el anticuarismo.
La representación se realiza preferentemente en la fiesta
titular de la imagen patronal del pueblo o del barrio, re­
pitiéndose a veces la víspera y la octava. También es fre­
cuente la concurrencia de estas representaciones a los san­
tuarios en sus fiestas principales, como parte de la peregri­
nación de la comunidad y con el objeto de rendir home­
naje colectivo a la imagen milagrosa, bien sea como acción
de gracias o como petición de favores y milagros.
2) Danzas de santiagos. Bajo este rubro coloco las
versiones que tienen como elemento común la aparición de
Santiago a caballo. El animal puede ser real o simularse
con una figura de cartón o piel sobre un armazón de m a­
dera o varas que se atan a la cintura del danzante que re­
presenta al santo. La relación entre la figura del santo mili­
tar y el caballo se originó en Europa y aparece en México
desde el siglo xvr; en la danza aparece en el mismo periodo
en la versión de Patamba, Michoacán, descrita por fray
Alonso Ponce.
El agregado de un armazón para fingir un caballo tam ­
bién tiene viejos antecedentes en España en la danza de
los cavallets de Cataluña, pero su relación con la danza
de moros y cristianos, aunque existe, es excepcional. En
México, esta relación es frecuente y generalizada. En par­
te puede explicarse por la importancia del caballo como
factor en las luchas de conquista, lo que indudablemente
dejó un fuerte impacto en los vencidos. Además, el caballo
se convirtió en símbolo de status durante la época colonial,

145
ya que su posesión estaba vedada por ley a los indígenas
como consecuencia de una precavida medida que tomaron
las autoridades españolas. La concepción del caballo como
símbolo de poder y de prestigio parece em anar del grupo
indígena. Con bastante probabilidad el casi culto al caba­
llo también fue propiciado por los evangelizadores como lo
sugiere la imaginería popular.
De ahí que se complementen el santo y su caballo en
una nueva concepción por parte de los vencidos, origina­
da en el influjo de los “teules”, casi centauros, que pro­
yectaron los conquistadores.
Luego creo que las danzas de santiagos son un resultado
de las condiciones mexicanas, y que su evolución debe con­
siderarse a partir del grupo indígena, al que continúan re­
lacionadas hasta la fecha. Apoya esta impresión la relativa
falta de semejanzas entre estas danzas y las versiones es­
pañolas de moros. Las danzas de santiagos tienen muchas
variantes, aunque todas con tendencia a dar más impor­
tancia a la parte coreográfica que sólo algunas veces se;
complementa con diálogos.
Su principal núcleo de difusión es ja sierra norte del
estado de Puebla, donde aún se combina con una relación
dramática. La representación se inicia con un reto en el
que Santiago y sus caballeros discuten con Pilatos y sus
mahometanos los valores de sus dioses; frecuentemente la
discusión degenera en evoluciones en que se pelea con es­
padas. Injustam ente,. la discusión se zanja cuando avanza
Santiago con su caballo atado a la cintura y dice: “Dios
ha vencido”. Este modelo, de Cuetzalan, Puebla, se repi­
te por toda la zona. En la misma localidad se .practica la
creencia de que el caballo está dotado con vida por lo que
el bailarín electo para ser Santiago tiene que guardar la
figura en una caja, que hace de establo, y la coloca en el
altar familiar. Además, durante todo el año debe alimentar ;/

146
con maíz y dar agua diariamente al caballo de cartón, si
no lo hace así, éste se irá del pueblo.
En Veracruz, la danza de santiagos se practica en Pa­
pan da y el ámbito totonaco y se combina con una relación
en ese idioma. Ésta se celebra preferentemente en las fies­
tas de Corpus y el 16 de septiembre. Los participantes com­
baten con palos, excepto Santiago que lleva machete, me­
diante complicadas evoluciones que se relacionan con la
variedad del paloteo. La danza se prolonga hasta el estado
de México, en Tepetlaoztoc y alrededores de Texcoco,
donde intervienen dos Caínes como personajes adicionales.
También se utiliza esta versión en el estado de Hidalgo.
En Michoacán, en los pueblos purépechas del lago y de
la sierra, se practica otra variedad en la que sólo intervie­
nen tres o cuatro danzantes. Éstos, encabezados por San­
tiago, recorren a caballo el poblado y desmontan para
bailar frente a las casas y tiendas, donde se les obsequia
con comida y cigarrillos. En este caso estamos ante una
variedad puramente coreográfica. En Zacatecas, la varie­
dad es también coreográfica y la realizan ocho parejas
dirigidas por Santiago Apóstol, patrón de España. T am ­
bién interviene un moreno que con un látigo hace de ca­
pataz.
Los sones de la danza tienen nombres de animales, lo
que pudiera sugerir una formación o evolución poste­
rior a la segunda m itad del siglo xvii, periodo en que este
tipo de son aparece. Finalmente, en San Juan Peyotán,
Nayarit, moros a caballo persiguen a Santiago, que al final
es capturado, lo que sugiere una supervivencia de la danza
de los tastoanes. Esta danza, la de los tastoanes, que tras
algunas dudas asimilé a esta variedad, se sigue efectuando
en Tonalá, Jalisco.
Los patrones de fechas de celebración son los mismos
que para la variedad anterior, aunque debe resaltarse la

147
relación de la danza de los santiagos con la fiesta del
Corpus. El castillo y los elementos escenográficos han de­
saparecido en las danzas de santiagos. El vestuario es he­
terogéneo; aunque en bastantes casos aparecen Santiago
y los cristianos con trajes de charro. Lo dicho contribuye
a confirmar que estamos ante una variedad desarrollada
en México en una fecha relativamente tardía y difícil de
precisar.
3) Ciclo de la conquista. En este caso estamos ante una
versión definitivamente mexicana, tanto en su tema como en
su origen, creada aún dentro del período de contacto y
que se difundió hacia España como lo atestigua la versión
de Alcalá de los Gazules en 1578. El tema de este ciclo
es la conquista de México, al fin y al cabo un enfrenta­
miento de herejes y cristianos. La representación de este
episodio histórico contiene elementos suficientes para afir­
m ar que se trata de una adaptación de la variedad tea­
tral de moros y cristianos, ya que conserva el mismo corte,,
la misma estructura y en algunas versiones el mismo final:
la conversión de Moctezuma, aunque falsa, es eminente­
mente ejemplar. Es obvio que en la propagación de esta
versión se ve la mano inefable de. los evangelizadores a cu­
yos propósitos servía como anillo al dedo.
Los personajes son, por el bando cristiano: Hernán Coi-
tés, la Malinche, a veces Pedro de Alvarado, capitanes y
soldados; por el bando indígena: Moctezuma, Celinapila o
Cihuapilli, príncipes y vasallos. L a presencia actual de las
danzas de conquista se concentra en el litoral del Pacífico,
especialmente en Oaxaca y el sur de Guerrero, así como en
Jalisco, aunque parece que hay presencias discontinuas por
toda la parte intermedia. En Oaxaca, el valle del mismo
nombre constituye un verdadero baluarte de este ciclo. Este
patrón de difusión nos permite emitir una hipótesis respecto
a la época de propagación de esta variedad, que coincidiría

148
con la segunda m itad de la etapa colonial cuando esa zona
estaba cruzada por rutas de comercio.
L a danza de la conquista tiene un buen número de va­
riantes, entre las que resaltan por lo espectacular de su
presentación y el fastuo de su vestuario las versiones que
se llaman danza de la pluma que se celebran en Zaachila,
Guilapan, Teotitlán del Valle y Zimatlán, todos en Oaxaca,
las que se asemejan mucho y pueden considerarse como
una sola unidad. En ellas aparecen mujeres representando
a Malinche y Cihuapilli, lo que contrasta con el patrón ge­
neral de participación masculina hasta en los papeles de
mujer.
Las versiones jalisciences registradas en el santuario de
Zapopan, en Atemajac de Brizuela y la hacienda de los
CochimíaS; parecen ser más conservadoras y muestran una
relación más directa con el tem a de moros. Entre las seme­
janzas que pueden destacarse está el que el rey de Tlaxcala,
uno de los personajes, hable de sultanes y Mahomas, así
como el que aparezca la Virgen de Zapopan como auxiliar
de los conquistadores.
Las versiones de la Costa Chica están, desafortunada­
mente, mal documentadas. Todas las variantes deben refe­
rirse en lo formal, a las de moros y cristianos propiamente
dichas, con las que guardan innumerables semejanzas. El
vestuario es por supuesto incongruente aunque de mag­
nífica calidad; sirve de pretexto para revivir el lujo pre-
hispánico según la concepción popular, así como para re­
crear, a veces con inconsciente saña, a los conquistadores,
entre los que no faltan los anteojos de color.
Este ciclo ha demostrado extraordinariamente flexibili­
dad para ajustarse a otros acontecimientos históricos. Así
tenemos una danza de la pluma en Cuilapa, Oaxaca, que
tiene por tema la intervención francesa y en la que cabe
a Juárez el papel de Moctezuma y a Zaragoza el de su

149
principal asistente, y a “Lavrence” y “Vacén” el de inter­
ventores. L a Malinche permanece inamovible. En esta ver­
sión se toma revancha y pierden los invasores, con lo que se
compensan las versiones anteriores. Esta flexibilidad, que
contrasta con la relativa rigidez de los temas de moros,
puede atribuirse a la familiaridad del intérprete con el
suceso histórico.
4) Espectáculos de masas. Nos referimos anteriormente
a una variedad de moros y cristianos que no era propia­
mente una danza sino un espectáculo múltiple en el que
intervienen el teatro, la danza, el desfile y muchos elemen­
tos más. Gomo dem anda de un vasto contingente humano,
se decidió agruparlos bajo este inciso. Su celebración, que
requiere de la participación activa de las autoridades de
las ciudades, se h a ido perdiendo. Así por ejemplo, la es­
pléndida versión de Zacatecas que reseñé en el capítulo
cuarto, al parecer se ha reducido en su m agnitud y propor­
ciones. En cambio, en Chiapa de Corzo se reinstauró el
combate naval en el río desde principios de siglo, tras una
suspensión de más de medio siglo. Donde esta variedad ha
conservado todo su esplendor es en Huejotzingo, en el es­
tado de Puebla; su celebración dura cuatro días, del sá­
bado al miércoles de la fecha que corresponda al carnaval
y en ella intervienen más de un m illar de intérpretes.
El que se trata de una derivación de las fiestas de mo­
ros, lo sugiere el hecho de que el festejo se inicie con un
combate fingido, aunque los contendientes sean en este
caso mexicanos y franceses —transformación que ya se ha­
bía registrado en la danza de la conquista— representados
por batallones de zapadores, zacapoaxtlas, zuavos, y, para
tranquilidad de la historia, indios bárbaros y turcos -—que
confirman la relación con moros— ; así como cualquier
otro que se le ocurra a alguien con iniciativa, ya que
sólo tiene que reunir a los integrantes de la comparsa y

150
pagar un derecho municipal para ser nombrado general. El
desfile que celebran todas las fuerzas carnavalescas tam ­
bién nos refiere a la danza de moros.
Por otra par te, los personajes que le dan estructura dra­
mática al espectáculo: los bandidos ‘'Tierra Adentro” y
“Agustín Lorenzo” , parecían no tener relación con los de
los moros. Ambos se dedican a asaltar y a robar, así como
a raptar a señoritas de la mejor sociedad e hijas del ge­
neral en jefe. Ambos personajes legendarios parecen ema­
nar de las tradiciones sobre bandidos reales que operaron
en esa zona en la época de la intervención francesa. Am­
bos bandidos son perseguidos después del rapto de la dama,
joven vestido de m ujer que desciende casi airosamente
por una cuerda que cuelga de las ventanas del palacio
municipal. Ambos son capturados y sus guaridas quemadas,
lo que nos refiere a la quema del castillo en la danza de
moros. “Tierra Adentro” desaparece piadosamente, mien­
tras que a “Agustín Lorenzo” lo obligan a contraer público
matrimonio con su dama.
Tras este truculento disfraz es posible la relación del
tema del carnaval de Huejotzingo con otro no menos tru­
culento de la danza de moros y cristianos. En efecto, en
el ciclo carolingio, el paladín Oliveros rapta a Florípez,
hija del almirante Balán, a la que convierte al cristianismo
para contraer matrimonio legal. Considerando que el prin­
cipal núcleo de difusión del ciclo carolingio de la danza
de moros y cristianos es el valle de Puebla, en especial
alrededor de Cholula, la relación parece evidente. Para in­
sistir en estas relaciones, los festejos de Huejotzingo fina­
lizan con profusión de fuegos artificiales, al igual que los
espectáculos de moros.
Con estos elementos es posible tratar de reconstruir hi­
potéticamente la historia de la celebración del carnaval de
Huejotzingo, a partir de una versión espectacular de mo­

151
ros y cristianos con tema carolingio. El impacto que en esa
zona causó la intervención francesa y sus consecuen­
cias en el siglo pasado, provocó una modificación radical
de los elementos simbólicos que fueron sustituidos por
otros más cercanos y significativos. Para que esto suce­
diera era necesario que la versión anterior se hubiera
desligado de su participación en el rito religioso. Esto re­
fuerza la hipótesis sobre la pérdida de dominio del clero
sobre los organismos populares.
La persistencia de un festejo eminentemente profano de­
rivado de la danza de moros y cristianos, y aunque ligado
aún al calendario ritual, permite concluir que si estas
representaciones tienen las más de las veces un propósito
y justificación religiosa, su función dentro del grupo no
se circunscribe a esta esfera de actividad, sino que invade
sectores en los que acaso adquiera más importancia.
5) La danza de los concheros. En el capítulo anterior
se estableció -la línea que hace derivar la danza de los
concheros de la de moros y cristianos, en su variedad de
chichimecos o mecos. Los sustentadores de esa danza habían
promovido desde 1814 la formación de una organización
religiosa autosuficiente, que lograron constituir hacia 1840,
Para esa fecha ya estaba extendida por toda la región del
Bajío. A partir de entonces la organización se ha expandido
notablemente en dirección a la capital del país, donde se
establece, hacia finales del siglo xix. Tras una suspensión
temporal, la danza vuelve a instalarse en la ciudad de M é­
xico por 1920, debido a la influencia de los grupos de este
tipo que funcionaban en Tlaxcala.
Aproximadamente hasta 1930, la danza de los chichime-
cas, que ya se reconoce también como danza azteca, danza
de la conquista o danza de los concheros, conservó una
organización piramidal con una sola autoridad: el caudillo
y su junta. Después, por diferencias internas se fraccionó

152
en varios grupos, llamados mesas, las unidades mínimas
de la organización a cargo de un capitán, que se consideran
totalmente independientes y autosuficientes. Pese a esa
ruptura, la danza no resintió decremento en su expansión
y para 1940 se consideraba que tenía cerca de 40 mil
practicantes, de ellos 5 mil en la ciudad de México. En la
actualidad, y dada la cada vez más amplia fragmentación
de los participantes, no fue posible lograr ninguna estima­
ción cuantitativa, pero me atrevo a sugerir la continuidad
del proceso de expansión. Se registra la presencia de esta
danza en los estados de Querétaro, Guanajuato y San Luis
Potosí; su origen y permanente baluarte, en la ciudad de
México, y los estadós de Tíaxcala, Puebla, Hidalgo, Mé­
xico y Morelos. Es interesante observar que la danza se
extiende ampliamente a los grandes centros urbanos.
En lo formal la danza se ha distanciado cada vez más
de los modelos de la de moros y cristianos. Pero además
de la documentación histórica, la danza de los rayados,
que más adelante mencionamos, constituye un puente, un
eslabón entre ambas. L a danza de los concheros ha acen­
tuado su carácter de organización popular autosuficiente
con un propósito religioso. Tiene sus propias concepciones
teológicas que son variantes populares del catolicismo or­
todoxo; sus propios ritos, que se realizan con música, de
tipo privado y público, como cuando danzan en los atrios
de iglesias, y santuarios; un sistema peculiar de organiza­
ción, con sus jerarquías y mecanismos de ascenso perfec­
tamente establecidos y por último, poseen una conciencia
de sus derechos y obligaciones como participantes de una
comunidad.
En el medio urbano la expansión de la danza se realiza
entre los sectores más bajos y con especial intensidad con la
gente emigrada de comunidades rurales. Puede decirse que
prospera entre los sectores más marginados, más inadap­

153
tados y sin ubicación clara dentro del medio urbano. Esta
consideración no vale necesariamente para los núcleos ru­
rales, donde una observación directa y superficial sugiere
que la expansión se realiza captando a los núcleos más con-
servadores. En ambos casos, además de sus funciones evi­
dentes y relacionadas con el culto religioso, la sociedad
de danzantes de la conquista cumple funciones eminente­
mente sociales. Ubica a sus participantes en un marco defi­
nido y dentro de él les otorga un status o categoría precisa.
La participación garantiza un cierto tipo de trato, un reco­
nocimiento individual difícil de conseguir en los marcos de
la “cultura nacional” cuando se es parte de sus estratos
más bajos y numerosos. En el caso urbano esto es particu­
larmente importante.
En el caso rural sucede lo mismo con un sentido algo
diferente. La gente más conservadora tiende a ser margi­
nada de las funciones de gobierno salvo en el caso de
comunidades perfectamente integradas. Este desplazamiento
se suple con la participación en una danza o en el sistema
de cargos; cuando éstos no existen o son débiles, puede
aparecer la danza de los concheros para sustituir a estos;
organismos populares o complementarlos. En ese marco
popular, el conservadurismo, entendido siempre como el
apego a las normas tradicionales del grupo y sin ninguna-
intención de juicio de valor, sigue siendo un factor impor­
tante y reconocido para garantizar la supervivencia del
grupo. En última instancia la participación en estos orga­
nismos es un recurso de supervivencia.
6) Derivaciones coreográficas diversas. Bajo este rubro
agrupo un conjunto de danzas que muestran relación di­
recta con la de moros y cristianos en cualquiera de sus
variantes. En términos generales tales danzas son exclusiva­
mente coreográficas y consisten en una sucesión de evolucio­
nes concertadas al ritmo de la música. Ésta es un conjunto

154
de sones y difiere mucho en su instrumentación. Todas
estas danzas conservan elementos de la de moros, por lo
que he considerado a título de hipótesis, como derivaciones
de ésta, desprendidas en una época relativamente tardía
y conformadas deficientemente en el siglo pasado. Son
quizá resultado del proceso de alteración formal y estructu­
ral que se reseñó en el capítulo cuarto y que, si en uno
de sus extremos produjo la danza de ios tastoanes, en otra
dirección dio origen a danzas como la de los rayados que
se localiza en el estado de Guanajuato. Carece de texto
dramático y es puramente coreográfica. En ella se enfren­
tan dos bandos, uno de cristianos y otros de chichimecas,
los unos bajo bandera mexicana y los otros bajo una verde,
blanco y amarillo. Tras de bailar en conjunto con el estilo
de los concheros, con los que esta danza se relaciona for­
mal y genéticamente, los bandos celebran un combate. És­
ta es una de las pocas sobrevivencias, bastante alterada por
cierto, de la variante colonial entre indios cristianos y chi-
chimecos o mecos, que por su tema y función corresponde
a las danzas de conquista.
La danza del paloteo está difundida por la región del
Bajío en su parte correspondiente a los estados de Michoa­
cán y Guanajuato, también se le llama danza de los moros
paloteados. En ella, dos filas de danzantes vestidos con tra­
jes contrastados, que vagamente recuerdan los de los moros,
realizan complicadas evoluciones chocando sus garrotes o
palos con extraordinaria precisión; se repite el caso seña­
lado en España, en que el combate se desprende de la dan­
za de moros para dar origen a un baile de destreza, con
la sustitución de las espadas por garrotes. No hay fuentes
para precisar si esta danza se introdujo ya formada de
España o se desarrolló eñ México, aunque el que se llame
aún danza de moros sugiere esta última posibilidad. En
el mismo caso se encuentran las danzas de los machetes

155
del estado de Jalisco y de las huastecas —en Chiconamel,
Veracruz— aunque ahí se ha conservado el uso de armas.
Danza de las sonajas o del señor del estado de Michoa-
cán, probablemente originaria de Naranjo donde intervie­
nen una cuadrilla de cuarenta danzantes, tres negros, un
señor o Santiago y dos niños o malinches. La comparsa
presenta a los infieles y Santiago combate con cada uno
de ellos golpeándolos con las sonajas que han sustituido a
las armas. Esta danza, obviamente desprendida de la de
moros, se asemeja a la danza de los espejos de las huas­
tecas.
En la danza del indio del estado de Durango, los intér­
pretes consideran que simboliza la lucha de los indígenas
contra otras tribus o contra animales. Dirige las evoluciones
un monarca y le ayudan dos capitanes que encabezan
sendas hileras. Esta danza también se asemeja a una de
las huastecas, llamada danza de las coloradas, igualmente
dirigida por un monarca; se trata probablemente de deri­
vaciones más o menos lejanas de las danzas de moros por
su simbolismo de lucha y la presencia del monarca.
En la danza de los caballeros, de Jaumave, Tamaulipas,
participan dos cuadrillas: infantes y caballeros, los prime­
ros con machetes y los segundos sobre caballos de m adera;
también un diablo y dos malinches, una m uía y un viejo.
Tanto por el título de la danza y de las campanas, así como
por elementos como el diablo, los machetes y los caballos,
puede sugerirse que es una derivación directa de la de mo­
ros y cristianos.
En el capítulo referente a España se vio la relación entre
la danza de moros y la de matachines. Adicionalmente,
para A rthur L. Campa, moros y matachines son una misma
cosa; sin embargo, las versiones contemporáneas de ambas
danzas en México son distantes, lo que hace pensar que se
desarrollaron independientemente, es decir, que la danza

156
de matachines llegó ya formada desde España y se desarro­
lló en México a partir de ese origen y sin mucha relación
con la de moros. Está ampliamente difundida por todo el
país, muy especialmente en los límites que hacia el norte
señalamos para la danza de moros, o sea en las Huastecas,
San Luis Potosí, Zacatecas y Durango. También es muy
frecuente entre los grupos indígenas del noroeste: mayos,
yaquis y tarahumaras. Esta localización, diferente que la de
la danza de moros, soporta la hipótesis de desarrollo inde­
pendiente en tiempo y espacio y sugiere adicionalmente una
posible relación con las actividades misioneras de la orden
franciscana a partir del siglo xvin. Llevando la inferencia
hasta donde se convierte en intuición, creo que la danza
de los matachines desempeñó un papel importante en la
cultura de conquista elaborada para la colonización del
norte del país.
Además de las derivaciones directas de las danzas de mo­
ros, existen infinidad de danzas populares que reflejan
su presencia aun siendo totalmente independientes. A títu­
lo de ejemplos menciono: las danzas de negros que prac­
tican casi todos los grupos indígenas del país, las de lis­
tones y de cuadrillas, las comparsas del carnaval indígena,
que han absorbido uno o varios elementos de la danza de
moros y cristianos. También en el teatro popular, sobre
todo en las pastorelas y escenificaciones de la pasión de
Cristo que sustentan los grupos indígenas, es perceptible
la influencia de la danza de moros. En las artesanías, es­
pecialmente las máscaras y la imaginería, otra vez de los
grupos indígenas, también es notoria la influencia de las
morismas. Hasta la pirotecnia y la cohetería popular refle­
jan la influencia del festejo en sus castillos.
En términos generales puede decirse que la danza de
moros y cristianos es uno de los elementos que deben
tomarse en cuenta en el estudio de las manifestaciones

157
populares y muy especialmente en las referidas a las cultu­
ras indígenas, ya que ejerció una fuerte influencia en su
formación. La existencia del vasto complejo de las danzas
de moros y cristianos implica la participación de miles dé
personas en ellas. No existe un criterio uniforme que de­
fina a quiénes corresponde participar en las danzas; en
cambio, puede reconocerse un patrón casi generalizado
cuando menos en cuanto que el festejo se practica por
jóvenes varones y solteros. La justificación de este patrón
parece fundamentarse en la misma índole del festejo, no
muy apto para adultos así como por la condición de los
jóvenes, que no desempeñan otros cargos onerosos dentro
de la comunidad.
La excepción notable en este caso es la danza de los
concheros, donde no existe más límite que la voluntad de
los participantes. Gomo esta danza es en sí misma una orga­
nización autosuficiente, adopta formas particulares en las
modalidades y finalidades de la participación, por lo que de
aquí en adelante se diga, excluye a esta variedad. En los
demás casos la participación de otro tipo de personas, co­
mo los casados, no está explícitamente excluida aunque no
es vista con agrado, ya que se considera que deben tomar
otro tipo de cargos en el grupo. La participación de m u­
jeres, salvo en los casos anotados, está vedada por la tra­
dición. De este esquema se exceptúa, por supuesto, el
maestro o director de la danza, generalmente adulto y esta­
blecido, que goza de un tratamiento totalmente diferente,
similar que reciben otros cargos importantes dentro del
grupo.
L a selección de los participantes depende de ellos mis­
mos, aunque sometidos a la presión familiar y del grupo.
El ingreso a la danza es en algunos casos simple y llana­
mente voluntario, aunque recibe ayuda de largas sesiones de
convencimiento. Otras veces es producto de una manda,

158
ofrecimiento hecho a una imagen religiosa para solicitar
o agradecer un favor. En estos casos sucede que la m anda
no siempre es un compromiso del danzante sino que pu­
dieron realizarla sus padres a su nombre, lo que la hace
más inviolable todavía.
La participación es onerosa. ■Generalmente el danzante
debe costear su propio vestuario, que es notablemente
más caro que sus mejores ropas cotidianas o de gala. Ade­
más debe dedicar el tiempo necesario a los ensayos que
empiezan dos o tres meses antes de la fiesta y que se reali­
zan de una a cinco veces por semana. En los casos de
obras de tipo teatral, el intérprete debe adquirir el papel,
comprar la copia escrita de una parte a precios que varían
según la importancia del personaje por la longitud y fre­
cuencia de sus diálogos. Curiosamente, hay cierta predilec­
ción por los papeles de moros, lo que en algunos casos
devalúa severamente el precio de ser cristiano. Se ingresa
en la danza casi siempre adquiriendo un papel menor, y ya
dentro del mercado se inicia el proceso de intercambio,
de tal forma que el que desea adquirir un papel mejor
realiza esfuerzos por convencer a otro de que ingrese a la
danza en el lugar que él deja vacante, con lo que recupera
parte de la inversión y está en posibilidad de comprar
el nuevo papel. Cuando una danza goza de mucho pres­
tigio se produce un proceso inflacionario y los papeles lle­
gan a alcanzar un precio exorbitante. Otras veces se com­
pran otros medios de participación como máscaras, sona­
jas, etc,, conforme al mismo sistema.
A veces, los danzantes deben colaborar en efectivo para
pagar la música que los acompaña y los cohetes y castillos
que culminan la representación. En algunas peregrinacio­
nes la danza costea su viaje y manutención. Todos estos
gastos se compensan con valores intangibles y obviamente
con la diversión.

159
Los danzantes constituyen, a veces sólo de hecho y
otras también de nombre, una sociedad que, dado el ano­
nimato en que deben mantenerse sus miembros, según al­
gunas veces se supone, puede convertirse en secreta. AI
ingresar los jóvenes adquieren una serie de obligaciones
para que la danza se realice lo mejor posible, como apren­
der el papel, asistir a los ensayos, tener vestuario, obe­
decer al maestro y a sus superiores jerárquicos, etc. Estas
obligaciones se complican a veces con otras de carácter me­
nos placentero: abstención sexual y de cierto tipo de ali­
mentos, votos de silencio, abstención del alcohol, y en ca­
sos extremos, como los tastoanes que describe Agustín Yá-
ñez en 1925, hasta la flagelación. También tienen sus de­
rechos: ser tratados de cierto modo preestablecido, quedar
exceptuados de otras obligaciones en la comunidad, po­
der pretender ciertos cargos al abandonar la danza y ascen­
der dentro de ella, ser obsequiados con comida y bebida
durante la fiesta, y también en algunos extremos, recibir
una patente de corso que les garantiza inmunidad durante
el festejo para realizar actos usualmente vedados, y más
aún, en ciertos casos se llega a depositar la autoridad de
la comunidad en los danzantes durante la celebración.
Esta organización reconocida o factual tiene sus propias
autoridades: el maestro de la danza, sus asistentes directos
que son los principales danzantes y que en los casos de
bandos enfrentados comandan a éstos; así se establece una
jerarquía que depende de la experiencia y el gasto y que
expresa en lo sobresaliente de la participación. Con ello se
introducen los jóvenes en el sistema que rige en los cargos
de la comunidad.
L a permanencia en la sociedad es temporal. Generalmen­
te se deja de participar al cambiar de condición reconoci­
da, como al contraer matrimonio, tom ar un cargo o un
trabajo fuera de la localidad; a veces los danzantes sim­

160
plemente dejan de asistir, pero la forma de abandonar la
danza tiene efectos sobre el posterior destino del danzante
en la comunidad y lo limita en la toma de otros cargos.
La sociedad tiene un propósito concreto: celebrar la dan­
za en los momentos establecidos para ello. Ese propósito
concreto está ligado y enmarcado en otro más amplio que
es la persistencia y esplendor de las festividades de la co­
munidad. Este fenómeno ya es mucho más complejo. Siem­
pre está justificado en un motivo religioso. Así vimos que
el calendario de celebraciones de moros en la actualidad
está regido por el calendario de festividades religiosas: las
fiestas titulares en primer lugar, la asistencia a santuarios
en segundo y las festividades mayores del calendario, son
las ocasiones en que danzas y fiestas se realizan. En ese sen­
tido, las danzas tienen un objetivo religioso, en el marco,
siempre^ del catolicismo. Aunque existe conciencia absoluta
de este propósito, hay diversidad de opiniones sobre cómo
se ubica la danza en relación a la religión. El consenso
más general es que constituye una forma de adoración. Le
sigue en importancia la opinión de que si la danza no se
realizara el santo se pondría triste. Y en tercer lugar hay
quienes consideran a la danza como un efectivo medio de
presión para provocar la acción de los santos a favor del
grupo.
La presencia excepcional de fiestas y danzas francamen­
te profanas o sin ubicación religiosa clara, basta para reve­
lar que éstas tienen otras funciones además de las estricta­
mente religiosas. Estas funciones están presentes siempre,
independientemente del motivo de la celebración. Su defi­
nición no es sencilla, ya que tienen un propósito múltiple
y sutil. Procuraré seguii'las a través de un hilo: la fiesta
es expresión del grupo, el vehículo por el cual un con­
junto humano se comunica, como colectividad^ consigo
mismo y con el exterior. A través de la fiesta el grupo ex­

Í61
presa en primer lugar su existencia. La conjunción de es­
fuerzos para la organización de una fiesta y la participa­
ción directa o indirecta de un gran número de individuos,
implican necesariamente la existencia de un grupo, que es
además solidario en cuanto a reunir sus esfuerzos con un
propósito dado. En segundo lugar, el grupo expresa a tra­
vés de la forma de la fiesta su carácter. Al elegir los me­
dios de celebración, y en consecuencia de expresión, está
proyectando su condición, es decir, su cultura.
L a existencia de un grupo indica a su vez la existencia
de una institución o conjunto de instituciones representa­
tivas de éste. La danza de moros y cristianos, como parte
importante de la fiesta, está pues íntimamente ligada a un
grupo y a sus instituciones. En el ámbito de la danza de
moros y cristianos las instituciones se expresan en el siste­
m a de cargos que tiene como finalidad la organización de
las fiestas de tipo religioso del grupo. Este sistema está
presente, como ya se dijo, desde la época colonial, bien
directamente en la forma de mayordomías o en la de her­
mandades y cofradías. Después de la desaparición de las
autoridades oficíales de la comunidad, este sistema, que no
fue agredido directamente por los cambios institucionales,
logró sobrevivir y fue absorbiendo funciones que dejaron
vacantes otras instituciones. Pero los cambios también lo
afectaron en cierta medida y modificaron su carácter de
instituciones semioficiales dependientes del clero al de or­
ganizaciones populares relativamente independientes.
El sistema de cargos en la actualidad no presenta un
esquema idéntico en todo el país, aunque sí bastante simi­
lar en su forma y funciones. En el sistema se pueden reco­
nocer tres categorías: el cuerpo directivo, los cargos tem­
porales y los servicios permanentes. El cuerpo directivo se
forma por un conjunto de gentes de edad y con prestigio
dentro del grupo. Éste se adquiere m ediante el desempeño

162
de los cargos temporales y la participación en los servicios
permanentes, de tal forma que para llegar a la categoría
de director debe haberse recorrido el escalafón completo.
Los nombres más frecuentes para reconocer a estas perso­
nas son los de fiscal y principal, aunque hay muchos más.
Son varios, a veces electos y otras simplemente agrupando
a todos los vivos, y actúan como un cuerpo colectivo. Sus
funciones son más bien de tipo consultivo, aunque dispo­
nen de diversos mecanismos ejecutores de sus decisiones.
Obviamente la esfera de su acción se ha ido reduciendo,
pero sigue siendo absoluta en relación a las festividades
y usos tradicionales y pesa en diferente grado sobre los
demás aspectos de la vida del grupo.
Los cargos temporales tienen por objeto que se realicen
las festividades del grupo y cesan cuando éstos se han efec­
tuado. Este objetivo se traduce en la obligación de costear
el festejo o de prestar servicios para su mejor realización.
Estos cargos se reconocen generalmente con el nombre de
mayordomías. Las hay de diferente magnitud, desde costear
íntegramente todas las festividades en un periodo dado,
hacerlo con sólo una de ellas, o aportar sólo un aspecto
como podría ser proporcionar flores, ceras o cohetes. Otras
veces el cargo tiene un número de auxiliares que lo des­
cargan de algunas labores y costos. Su toma es onerosa
y puede llegar a significar en casos extremos las utilidades
normales de más de un decenio. De tal forma se establece
una jerarquía en los cargos temporales que se convierte
en un escalafón para el ascenso social a través del prestigio
que otorga su desempeño.
El funcionamiento de las mayordomías requiere de ser­
vicios permanentes con cierta especíalización. Algunos de
éstos deben ser contratados por el mismo grupo con el
apoyo del mayordomo que proporciona los materiales,
como el adorno del templo y las calles, la preparación

163
de alimentos a veces para toda la localidad, el servicio
de éstos, etc.
Entre los últimos tiene primera importancia la danza o
representación, que es a veces, el núcleo de la festividad.
Tanto así, que es uno de los pocos servicios permanentes
que se constituyen como una sociedad dentro del sistema
de cargos. La relación entre la danza y la mayordomía
se encuentra ampliamente documentada. La danza tiene
adicionalmente la función, ya mencionada, de introducir
a los jóvenes dentro del sistema de cargos en muchos
grupos.
Las funciones reales del sistema de cargos rebasan am­
pliamente su finalidad obvia de organizar lo festejos, y lo
convierten de hecho en el núcleo de toda la actividad social
y la vida de relación del grupo. Estas funciones han sido
reseñadas ya por diversos autores por lo que no me deten­
dré en ellas. Sin embargo, una de ellas tiene defirdtiva-
trascendencia en el destino histórico del grupo: a través
de las mayordomías se desarrolla el régimen de la economía
del prestigio que, al canalizar los excedentes económicos
—que por cierto raramente existen— hacia el gasto sun­
tuario en fiestas con el propósito de obtener prestigio o
elevar su status, nivela las condiciones económicas de los
integrantes del grupo, mientras que por otra parte impide
la capitalización y su consecuencia más directa: la estra­
tificación clasista. Es decir, se está impidiendo la disgrega­
ción del grupo, se está luchando por sobrevivir como colec­
tividad en un marco cada vez más adverso en este sentido.
La economía de prestigio ha caído en un círculo vicioso.
Su práctica es consecuencia y origen del conservadurismo,
otra vez entendido como apego a las tradiciones y sin im­
plicación de juicio ético. Se traduce esto en sociedades ó
comunidades cerradas, etnocéntricas. Así llegamos al se­
gundo objetivo de la expresión de la fiesta, el carácter del:

164
grupo, su cultura, y lo establecemos primeramente como
conservador. Si remontamos el hilo de ía danza de moros
y cristianos, vemos que por su trayectoria histórica este gru­
po conservador surge de los grupos considerados indígenas
en las épocas colonial e independiente. Además, por la aso­
ciación de la danza de moros con el sistema de cargos, que
emana de la misma fuente, podemos concluir que la danza
es un buen diagnóstico para el reconocimiento de la cultu­
ra indígena contemporánea.
Hagamos las salvedades del caso: indíge?ia no implica
en nigún caso prehispánico, ni una lengua, ni un traje o
una clasificación étnica. Es un concepto que adquiere
significado diferente en cada época o desde cada punto
de vista; luego, utilizo indígena dentro de esas dos con­
dicionantes: nuestra época y el particular punto de vista
de la antropología, que es, en última instancia, el estudio de
la cultura como un producto humano. Desde ese punto
de vista, indígena es un nombre para reconocer un tipo
de sociedad y de cultura. L a historia nos hace referir ese
término a los grupos que llevaron el mismo nombre en épo­
cas pasadas, y a partir de que dos culturas diferenciadas se
enfrentaron y se reconocieron como extraños. No son ni la
misma gente de antes ni iguales sus modos de vida, como
tampoco son los nuestros. Ninguna cultura es estática. Sólo
es permanente la conciencia de la diferencia y ésta perdura.

165
ÍNDICE

Prólogo .............................................................................. 9
L a danza de moros y cristianos en E s p a ñ a ................. 17
El periodo formativo .............................................. 17
El esplendor del siglo x v i ........................................ 28
La decadencia ........................................................... 45
La época contemporánea ...................................... 56
La introducción de la danza de moros y cristianos en
México ........................................................................ 66
Con la cultura de conquista en situación de con­
tacto: el bando español .......................................... 66
Con la cultura de conquista en situación de con­
tacto: el grupo indígena ........................................ 78
La expansión y generalización .............................. 93
Desarrollo de la danza de moros y cristianos en la
Nueva España ........................................................... 103
En el grupo peninsular .......................................... 103
En el grupo in d íg en a................................................. 117
La danza de moros y cristianos en el México inde­
pendiente ................................................................... 125
La danza de moros y cristianos en el México contem­
poráneo ....................................................................... 138

167
La edición estuvo al cuidado
de Marco Antonio Pulido

Tipográfica “Cuauhtémoc”
Tata Vasco núm. 90, México 21, D. F.
28-VIII-1972
Edición de 10 00Q ejemplares

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