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Tema 20. La sublevación militar y el estallido de la Guerra Civil. Desarrollo y consecuencias.

Introducción.

La Guerra Civil española (1936-1939) comenzó con la sublevación de un grupo de altos cargos militares
que pretendían aniquilar por la fuerza de las armas la legitimidad de una República democrática, en abierta
reacción contra el Frente Popular.
Lo que en principio pretendía ser un golpe de Estado rápido para imponer un régimen autoritario se
convirtió en un largo conflicto civil de casi tres años de duración, cuyo balance final fue dramático si tenemos en
cuenta los muertos en los frentes, en las retaguardias, los daños materiales, los encarcelados, los represaliados de
todo tipo y los exiliados.
Durante este conflicto, y a medida que se consumaba el desmoronamiento político, militar y económico
del bando republicano, los sublevados fueron construyendo en la zona controlada por ellos, un nuevo Estado de
carácter autoritario, militar y caudillista, ya que el general Francisco Franco asumió el poder político, la dirección
de las Fuerzas Armadas y la Jefatura del partido único. Dando lugar a una Dictadura que duró hasta 1975.

La sublevación militar.

Al día siguiente de las elecciones de febrero de 1936, Gil Robles, el líder de la CEDA, y el general Franco,
Jefe del Estado Mayor, solicitaban al presidente Alcalá Zamora la proclamación del Estado de guerra. Había
aumentado la polarización política en España como consecuencia del clima de violencia y enfrentamiento entre
izquierdas y derechas.
Por un lado, se sucedían las acciones revolucionarias protagonizadas por obreros y campesinos, tales como
huelgas, ocupaciones de tierras, etc.
Por otro lado, la derecha conspiraba y buscaba el apoyo del Ejército para frenar la revolución social,
mientras que el terrorismo de extrema derecha practicado por Falange se dedicaba a la desestabilización mediante
atentados contra locales y líderes de la izquierda.
En este contexto, un grupo de generales monárquicos y conservadores, con la adhesión de grupos de
derecha, preparaba desde el triunfo del Frente Popular una conspiración militar que contaba con el apoyo
financiero de Juan March y de contactos extranjeros.
El 12 de julio apareció asesinado el teniente Del Castillo, perteneciente a la Guardia de Asalto y
republicano. Al día siguiente, un grupo de guardias, actuando por su cuenta, detuvo y ejecutó al diputado
derechista Calvo Sotelo. Éste fue el pretexto para la rebelión militar.
El coordinador de la conspiración era el general Emilio Mola, pero el denominado “alzamiento” se inició
el 17 de julio en Ceuta y Melilla, bajo la dirección del general Franco. Al día siguiente, la sublevación se extendía
por la Península. Se formaron dos franjas: una al Norte, desde Galicia hasta Navarra, pero sin la Cornisa
Cantábrica; y otra al Sur, en Andalucía Occidental, con extensión hacia Marruecos y Canarias. La Junta Militar
estaba presidida por el general Sanjurjo y la formaban, entre otros, los generales Goded, Franco, Mola, Fanjul,
Orgaz y Valera, etc. No obstante, los gobiernos de Azaña y Casares Quiroga no prestaron demasiada atención a la
preparación de la sublevación, a pesar de los rumores que circulaban en esos momentos.
La sublevación militar adquirió al principio la forma del clásico pronunciamiento, en el que la iniciativa
fue casi exclusivamente militar, y su objetivo era la implantación de un régimen autoritario. Sin embargo, lo que
estaba previsto como un golpe militar rápido se transformó en una larga guerra civil de casi tres años de duración.
En muchos lugares, la sublevación no triunfó porque se encontró con una fuerte resistencia. Los partidos
de izquierdas y los sindicatos crearon milicias con sus propios afiliados para enfrentarse a los sublevados ante la
quiebra de los aparatos del Estado. El Ejército había sido disuelto por el gobierno y en su lugar se crearon milicias
populares, que no destacaron por su disciplina y eficacia.
Los primeros días se caracterizaron por el desconcierto. El presidente del gobierno en el momento de la
sublevación, Casares Quiroga, se negó a entregar armas a los sindicatos y partidos de izquierdas. No obstante, la
República carecía de fuerzas suficientes y de capacidad de control sobre ellas, puesto que gran parte de las fuerzas
del orden público, la Guardia Civil y muchos mandos del Ejército se habían pasado al bando rebelde.
El nuevo gobierno de Giral era muy débil porque apenas disponía de mecanismos para imponer su poder
y, por lo tanto, estas organizaciones actuaban con una enorme autonomía a través de juntas y consejos.
En consecuencia, la sublevación militar supuso la desarticulación inmediata del Estado republicano, que
perdió el control de la situación y dejó un vacío de poder.
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En cuanto a la zona controlada por los sublevados, en julio de 1936 se constituyó en Burgos, la Junta de
Defensa Nacional, como órgano de gobierno, presidida por el general Cabanellas. Sin embargo, el verdadero poder
lo ejercía cada general en su sector. La Junta se caracterizó por su falta de programa político y las primeras medidas
que tomó se dirigieron a eliminar las huellas de la República, por ello se prohibieron los sindicatos, se disolvieron
los partidos políticos, se estableció una rígida censura de prensa y se destituyó a todos los cargos públicos
republicanos. Todo ello acompañado de una dura represión.
Ante la muerte del líder de la sublevación militar, el general Sanjurjo, en un accidente aéreo, la Junta de
Defensa se reunió en Salamanca y nombró a Franco en septiembre de 1936 Jefe del Estado y Generalísimo de los
ejércitos. A partir de ese momento el poder se concentró en manos del “Caudillo”, la Junta de Defensa se convirtió
en Junta Técnica del Estado -con funciones secundarias- y el verdadero centro de poder se situaba en el Cuartel
General de Franco.
Dentro de la zona republicana quedaban las grandes ciudades del país y las principales regiones
industriales y mineras. Sin embargo, la República también perdió el control sobre la economía, que pasó a
depender en gran parte de las organizaciones obreras, sobre todo en las empresas confiscadas por la huida o el
encarcelamiento de sus patronos.
De este modo, fueron frecuentes las colectivizaciones de empresas privadas, que quedaban bajo la
dirección de comités obreros. Este fenómeno fue una práctica habitual en Cataluña y Levante, donde el
movimiento anarquista pretendía hacer la revolución al mismo tiempo que la guerra. Por el contrario, en otras
regiones, como en el País Vasco, la propiedad fue respetada en la mayoría de los casos.
Por su parte, el bando sublevado disponía de la mayor parte de las tierras de cultivo, por lo que no tenía
problemas de abastecimiento. El control de la producción fue estricto, ya que contaba con la colaboración de los
propietarios rurales y del poder financiero. En cuanto a las tierras expropiadas, se devolvieron a sus antiguos
propietarios y se anularon todas las disposiciones y actuaciones del Instituto de Reforma Agraria.

El desarrollo de la Guerra Civil.

El objetivo prioritario de los sublevados fue desde el principio tomar Madrid. Los ataques contra la
capital debían llevarse a cabo deforma simultánea por el ejército del Norte, dirigido por Mola, y el del Sur,
liderado por Franco. En los primeros momentos de la guerra, el ejército de África, cruzó el Estrecho de Gibraltar
con la ayuda de Alemania e Italia, que le prestaron aviones para evitar la flota republicana. Esto le permitió la
ocupación de gran parte de Andalucía y Extremadura en los meses siguientes. Además, el general Queipo de Llano
ocupó el suroeste de Andalucía.
Por su parte, el general Mola se apoderó del Norte, desde Navarra a Galicia, pasando por Castilla-León,
pero no consiguió dominar la franja cantábrica desde Asturias a Vizcaya. Más tarde, la conquista de Badajoz
permitió unir las dos zonas controladas por los sublevados.
En su avance hacia Madrid, Franco liberó el Alcázar de Toledo, que había resistido desde el comienzo de
la guerra un asedio republicano. Esta resistencia fue utilizada como propaganda por los autodenominados
“nacionales”. Los ataques contra Madrid chocaron con una férrea resistencia y ante la imposibilidad de realizar un
ataque frontal, Franco optó por rodear y aislar la capital. Sin embargo, las victorias republicanas de Jarama
(febrero de 1937) y Guadalajara (marzo de 1937) impidieron temporalmente el éxito de esta ofensiva.
Mientras tanto, en septiembre de 1936, el nuevo gobierno de Largo Caballero se propuso crear un
verdadero ejército con mando unificado y restablecer el poder del Estado, lo que exigía la disolución de los poderes
locales de carácter revolucionario que habían ido surgiendo desde el comienzo de la guerra. Por motivos de
seguridad, el gobierno se había trasladado a Valencia y la capital había quedado bajo el mando de la Junta de
Defensa de Madrid, presidida por el general Miaja.
En el éxito en la defensa de Madrid había influido también la llegada de voluntarios de las Brigadas
Internacionales, unos 60.000 hombres, y de armamento procedente de la Unión Soviética, que se había
convertido junto con México –aunque éste en menor medida- en el único país que vendía armas a la República, ya
que ni Gran Bretaña ni Francia quisieron venderle armamento, amparándose en los principios del Comité de No
Intervención. La deuda contraída por la República con la URSS, en concepto de ayuda militar, se pagó finalmente
con las reservas de oro del Banco de España. Sin embargo, el bando franquista recibió ayuda militar de Alemania e
Italia, principalmente, y pudo negociar los plazos para pagar su deuda.
Ante el fracaso temporal de los sublevados, se interrumpió la ofensiva contra Madrid y la contienda entró
en una fase de guerra de desgaste, que favoreció los propósitos de Franco de consolidar su posición y sus
conquistas y, de paso, aniquilar cualquier señal de republicanismo en los territorios ocupados.

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En la primavera de 1937 ocurrieron importantes acontecimientos en ambos bandos. En la España
franquista, Franco puso bajo su mando a las distintas fuerzas políticas que apoyaban el denominado “glorioso
Alzamiento Nacional”, a través del Decreto de Unificación del 20 de abril de 1937, por el que se fusionaban las
organizaciones políticas en una sola: Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional
Sindicalista (FET y de las JONS). De esta manera, Franco se convertía en el jefe supremo del bando Nacional.
Además, contaba con el apoyo fundamental de la Iglesia española, que justificaba y legitimaba el alzamiento
militar. En lo sucesivo la guerra se presentó como una “Cruzada” religiosa en defensa de la Fe y contra el
comunismo ateo de la República.
En la España republicana, las tensiones entre las facciones republicanas se agudizaron. El PCE defendía
que para ganar la guerra había que aplazar la revolución social y defender la posición de las clases medias y de los
pequeños propietarios. Su postura chocaba con la de los sindicatos, especialmente con la CNT. En este contexto,
se produjo en Barcelona en el mes de mayo de 1937 una enfrentamiento entre las fuerzas de seguridad,
controladas por el PSUC y la Generalitat, y los anarquistas y trotskistas del POUM, que acabó con una dura
represión de los mismos. Estos sucesos tuvieron como consecuencia la caída del gobierno de Largo Caballero.
El nuevo gobierno de Negrín supuso un giro considerable en la estrategia política, que concedería la
máxima prioridad a la guerra. Para ello era necesario tener un control absoluto del poder y garantizar los envíos de
armamento soviético. Negrín se apoyó principalmente en los comunistas por el papel fundamental de la ayuda
soviética y porque eran el grupo más disciplinado y decidido a luchar hasta el final. Por eso, los comunistas
ocuparon los puestos claves del ejército republicano.
Este gobierno representó el triunfo de la centralización y de la política frentepopulista. Se impuso sobre
los comités, recuperó poder en Cataluña, liquidó las colectividades y el Consejo de Aragón y dedicó sus mayores
esfuerzos a las tareas bélicas.
En cuanto a las operaciones militares, en la primavera de 1937 también se inició la campaña del Norte,
que se prolongó hasta la conquista de Asturias en octubre. Se consolidó así la ocupación de la franja cantábrica, de
vital importancia por su potencia industrial.
Durante esta campaña tuvo lugar el bombardeo de Guernica por la Legión Cóndor alemana en abril de
1937. En realidad, fue un ataque a la población civil, ya que esta población no constituía ningún objetivo militar.
Conquistado el Norte, las tropas de Franco iniciaron la ofensiva del Bajo Aragón durante los años 1937-
1938. Las tropas republicanas ocuparon Teruel, pero volvería a ser reconquistado por las fuerzas franquistas.
En la España “nacional” se dio un paso más en la creación de un nuevo Estado con la constitución del
primer gobierno de Burgos en enero de 1938, designado y dirigido por Franco, que era al mismo tiempo Jefe del
Estado y presidente del gobierno. Las carteras ministeriales se repartían entre monárquicos, católicos,
tradicionalistas, falangistas y militares. Se trataba de un régimen marcadamente personalista, en el que el
“Generalísimo” acaparaba todo el poder y desempeñaba los más altos cargos; se definía como un régimen
nacionalsindicalista, de inspiración falangista y católica; y su programa político se basaba en los “veintisiete
puntos” de Falange y en el Fuero del Trabajo (1938).
En la primavera de 1938 las tropas de Franco llegaron hasta el Mediterráneo, a la altura de Vinaroz
(Castellón), con lo que la República quedó dividida en dos territorios aislados entre sí. Ante esta situación, la
República lanzó en julio de 1938 su última ofensiva de importancia en el frente del Ebro. Su objetivo era unir de
nuevo sus territorios y prolongar la resistencia, a la espera de un cambio en el escenario europeo que le permitiese
cambiar el curso de la guerra. La Batalla del Ebro, que se prolongó de julio a noviembre de 1938, fue la más
sangrienta de toda la guerra y supuso la derrota casi definitiva del ejército de la República.
Ante la debilidad y el desánimo de la resistencia republicana, la ofensiva franquista en Cataluña fue rápida
y Barcelona cayó a finales de enero de 1939. El gobierno republicano se exilió a Francia, tras intentar negociar la
paz con Franco, pero éste sólo aceptaba una rendición incondicional.
El último objetivo de importancia era Madrid. Allí, el coronel Casado, apoyado por la mayor parte de los
socialistas y anarquistas, dio un golpe de Estado contra el gobierno de Negrín y los comunistas, que eran
partidarios de resistir hasta el final, y asumió el mando de un Consejo Nacional de Defensa que también intentó
sin éxito negociar la paz con Franco. El último enfrentamiento se produjo en las calles de Madrid entre
comunistas, por un lado, y socialistas y anarquistas, por otro. Las tropas de Franco entraron en Madrid sin
dificultad y, finalmente, el 1 de abril, un parte de guerra declaraba oficialmente terminada la Guerra Civil

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Consecuencias de la Guerra Civil.
La Guerra Civil española se cobró un alto precio en destrucciones materiales: carreteras, ferrocarriles,
puentes, edificios y todo tipo de bienes se perdieron en distintas proporciones.
La producción agraria y la industrial cayeron, la renta per cápita disminuyó casi en un 30 % y hasta 1952
no se recuperó el nivel de antes de la guerra. A ello hay que añadir el valor económico de la ayuda militar prestada a
los bandos, que se tuvo que pagar de una forma u otra.
Pero aún más importantes que los daños materiales fueron los costes humanos. Es difícil precisar
exactamente el número de muertos, pero podría superar las 300.000 personas, entre las víctimas de los frentes y las
de la represión en las retaguardias.
La Guerra Civil destacó por su crueldad, ya que salieron a flote antiguos odios o viejas rencillas y el marco
de la guerra fue el escenario propicio para los ajustes de cuentas. El período en el que se alcanzó la cota más alta de
violencia política fue entre el verano y el otoño de 1936.
En las zonas controladas por los sublevados se llevó a cabo una dura y sistemática represión contra
miembros y simpatizantes de partidos y sindicatos de izquierdas. El objetivo era eliminar al enemigo y se solía
utilizar el procedimiento de los juicios sumarísimos, en los que se aplicaba la justicia militar y el final solía ser el
fusilamiento o la cárcel.
Por su parte, en la zona republicana también fueron frecuentes las ejecuciones o “paseos” a sospechosos de
ayudar o simpatizar con los sublevados, las sacas de prisioneros en las cárceles, etc. No obstante, el número de
ejecuciones en esta zona resultó considerablemente inferior al del otro bando y fue, en muchos casos, iniciativa de
organizaciones políticas y sindicales que actuaban por su cuenta, al margen del Estado. De hecho, el Estado
republicano pretendió poner fin a esta violencia incontrolada con la creación de los Tribunales Populares.
Los dos episodios más simbólicos de la represión en ambos bandos fueron la matanza de la plaza de toros
de Badajoz, por parte de los sublevados, y la de Paracuellos del Jarama, por parte de los republicanos. Ambos
sucesos tuvieron lugar entre el comienzo de la guerra y noviembre de 1936.
Sin embargo, a pesar de la victoria militar en la contienda, el nuevo régimen franquista continuó
aplicando una represión institucionalizada que se cobró la vida de decenas de miles de personas y hubo
depuraciones en la Administración Pública por haber colaborado o simpatizado con la República. No fue hasta el
final de la II Guerra Mundial cuando el régimen de Franco comenzó a disminuir el número de ejecuciones.
Otros muchos prefirieron exiliarse. En torno al medio millón de españoles abandonó el país huyendo de
la represión franquista, la mayoría de ellos no regresó.

Conclusión.

La Guerra Civil ha sido considerado por muchos historiadores como el acontecimiento más importante y
traumático del siglo XX español. Sin lugar a dudas, es el tema más polémico de la historia reciente de nuestro país
y ha vertido ríos de tinta, muchas veces en forma de propaganda política, por parte de autores que defienden los
postulados de uno u otro bando.
La memoria de la Guerra Civil, constituye aún hoy –más de setenta años después- un asunto espinoso, ya
que aún quedan supervivientes del conflicto o sus familiares todavía recuerdan lo ocurrido y es muy difícil
aproximarse a él de forma completamente desapasionada.
La Guerra Civil nace del fracaso de un pronunciamiento militar, a la manera de los tradicionales del siglo
XIX, contra el gobierno del Frente Popular, ya que fue inmediatamente después de ese golpe fracasado cuando se
polarizan hasta el extremo las fuerzas políticas y sociales y se movilizan hacia un conflicto bélico de tres años de
duración.
En la dirección de las fuerzas sublevadas -los “nacionales”- se encontraba un grupo de generales contrarios
a la República, y detrás de ellos estaban los partidos de derechas, los terratenientes, los grandes industriales, los
medios financieros y un gran número de ciudadanos que no aceptaban las reformas republicanas.
En el bando republicano, el hundimiento del Estado y su consiguiente vacío de poder fue aprovechado
por sindicatos y partidos políticos de izquierda para intentar realizar la revolución social, en el caso de los
anarquistas, o de combatir a los sublevados. Los esfuerzos de los diferentes gobiernos por recuperar el poder del
Estado frente a las diferentes facciones se toparon con fuertes obstáculos en el mismo seno del bando republicano.
Durante el Franquismo, se recordó periódicamente la victoria en la Guerra Civil, haciendo prácticamente
imposible la reconciliación de los bandos y separando a los ciudadanos en vencedores o vencidos. Quizás habrá
que esperar unas décadas más hasta que se pueda estudiar este período sin que se reabran viejas heridas.

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