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1. Te has preparado durante mucho tiempo para este día, por lo que no te
enseñaría nada si te explicara una vez más el sentido de tu bautismo. Pero como
este debe marcar de manera decisiva tu entrada en la comunidad cristiana,
quisiera decirte al menos algunas palabras sobre estos hombres y mujeres a
quienes acabas de unirte. Algunas palabras, sencillamente, sobre su modo de
vivir en este mundo y sobre los lazos que les unen; algunas palabras sobre lo que
son (o deberían ser), sobre la esperanza que mora en ellos, sobre la fuente
profunda de sus palabras y de sus actos...
2. Si tratas primero de encontrarlos entre las muchedumbres, verás que, con
mucha frecuencia, no se distinguen ni por el país, ni por la lengua, ni por el modo
de comer o de vestirse: siguen las costumbres locales para alimentarse y vestirse,
practican la lengua de la gente que vive con ellos, cumplen sus deberes de
ciudadanos en las naciones donde viven. Sin embargo, atención: su misma
proximidad con los otros hombres esconde un gran secreto... Cada uno reside en
su propio país, pero como extranjeros domiciliados. Viven en un lugar
determinado, pero el mundo entero constituye su morada. Toda tierra extranjera
es para ellos una patria, y toda patria una tierra extranjera.
3. En efecto, por un lado, los cristianos están en el mundo y todos desean tener
su lugar. Tan noble es el puesto que Dios les ha asignado, que no les es permitido
desertar. No rechazan las responsabilidades de la vida familiar y profesional;
participan activamente en las tareas de educación que les incumben; se
comprometen incluso en asociaciones, sindicatos y partidos a los que atribuyen
un papel importante para su barrio o ciudad, para el país o para el destino de las
naciones. No sólo están en el mundo, sino que se interesan por este mundo hacia
el que dirigen una mirada en principio benévola. Ciertamente, les ha sucedido que
han sentido temor ante ciertos progresos de la ciencia: por ejemplo, los que
parecen poner en tela de juicio las afirmaciones de las narraciones bíblicas de la
creación. Pero han aprendido a superar estos temores y tú sabes cómo ellos
mismos han contribuido al prodigioso impulso de la técnica y de las ciencias. Si,
están verdaderamente en el mundo; no permanecen pasivos ante él, sino que se
proponen trabajar con los demás en su transformación. Aman este mundo, aman
lo que tiene de bello, desde el esplendor de una puesta de sol o la infinita dulzura
de una noche estrellada, hasta las obras maestras del arte y las más sublimes
creaciones del espíritu...