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Narrativa 1

caso de doña Paula, era una paciente de aproximadamente 87 años de edad, con
diagnostico medico de diabetes tipo 2, a la cual le habían amputado sus miembros inferiores
años atrás, y además presentaba úlceras por presión en su región sacra y glútea, tenía una
complicación respiratoria y era ese el motivo por el cual se encontraba hospitalizada.
Durante varios días doña Paula estuvo internada en el servicio de medicina interna en un
hospital, en Nayarit. Obviamente, los cuidados de enfermería que doña Paula requería eran
bastantes, ya que a pesar que estaba consciente sus limitaciones físicas hacían que
dependiera en gran manera de la enfermera y de sus familiares. Sin embargo, lo que ella
más necesitaba en ese momento era ser escuchada, tenía tanto que decir, pero nadie a su
lado dispuesto a escucharla.

Al conocer a la estudiante de enfermería que se encontraba a cargo de ella, se formó un


vínculo afectuoso y de empatía por ambas partes, una señora agradable, con muchas
limitaciones físicas pero con tanto que compartir a una estudiante de enfermería con mucho
entusiasmo, con ganas de cuidarla, conocer su historia de vida, y dispuesta a escuchar lo
que ella tenía que decir. Recuerdo que a pesar de su estado de salud ella sonreía, siempre
positiva ante todo. Cada vez que yo llegaba a la habitación donde ella se encontraba,
saludaba a los pacientes pero en su peculiar forma de ser doña Paula siempre esperaba a
que yo (u otras enfermeras) escucháramos lo que ella quería expresar. Buenas tardes doña
Paula ¿Cómo se siente?, y ella no solo decía que bien, que estaba mucho mejor y que ya
mero se va a su casa y empezaba a hablar; siempre estaban sus hijas con ellas, por lo
regular eran dos personas las que se quedaban con ella.

Cuando los nutriólogos traían la comida, ella decía que no quería comer, cuando sus hijas
le insistían parecía que ella se hacía del rogar, era entonces cuando sus hijas me hablaban
para que yo tratara de convencerla; una vez en la habitación yo platicaba con ella, le hacía
ver las cosas y le pedía de favor que comiera para que se recuperara más pronto, y accedía
a comer, era un momento muy satisfactorio porque ella realmente comía. Sin embargo el
estado de salud de doña Paula se fue deteriorando día con día.

En ese fin de semana, recuerdo que me dedique a buscar información sobe cuidados de
enfermería a pacientes con problemas respiratorios, y también los procesos de duelo, para
poder entender la situación por la que pasaban tanto la familia de doña Paula como ella
misma. Paso un fin de semana, el lunes que yo llegue nuevamente al hospital, la encontré
en un aislado (no recuerdo el motivo por el cual la aislaron), pero cuando entre podía ver
en el rostro de sus hijas el cansancio, el dolor, el estrés, la incertidumbre, recuerdo que les
comente que si necesitaban algo me podían encontrar en la central de enfermería, esta vez
salude a doña Paula pero ella solo respondía con sonidos como si estuviera quejándose de
algo. Primera vez que enfrentaba una situación como esta, me sentía atada de manos, me
daba ansia saber que estaba sufriendo, que esta vez no podía expresar lo que sentía, que
en mi limitación humana no podía ayudar a restaurar la salud de esa persona como yo
hubiese querido, solo me quede con ella a un lado de la cama, la tome de la mano y sentía
una sensación vaga dentro de mí porque presentía que algo le iba a pasar, pero de algo
estaba segura, que aunque mi presencia en ese cuarto no iba a cambiar la salud de Paula,
ella se sentía que alguien estaba ahí y de alguna manera la hacía tranquilizarse. Finalmente
ella logró conciliar el sueño y me retiré de la habitación, reiterando mi compromiso con sus
familiares.
No paso mucho tiempo cuando una de sus hijas me hablo para que las ayudara a cambiar
el pañal, y fui en distintas ocasiones, y en una de ellas una enfermera me dijo que ya no
fuera, que no les hiciera caso, pero yo no me sentía bien haciendo eso, no tanto porque no
fuera mi responsabilidad sino porque yo sentía que me necesitaban. Obviamente no le hice
caso a la enfermera lo que me ocasiono problemas con la enfermera. Sin embargo no me
arrepiento de lo sucedido porque horas después doña Paula murió. Poco antes de que doña
Paula falleciera, fui a administrarle medicamento, recuerdo que una de sus hijas me pidió
mi opinión, si su mama se recuperaría o no, lo cual me sorprendió mucho, no esperaba que
me preguntaran eso, yo no sabía que responder, y recuerdo que lo único que dije fue que
yo no podía saber eso, pero que tuvieran fe y recuerdo que les pedí de favor que no
preguntaran eso delante de ella porque ella entendía todo lo que estaban diciendo.

Después de que aplique el medicamento y movilice a Doña Paula, le dije que regresaría un
momento más. Cuando doña Paula falleció yo me encontraba en otra sala del servicio con
otros pacientes que estaban a cargo de la enfermera y de mí. Cuando supe que había
fallecido fui a la habitación, estaba yo parada junto a la cama y veía el dolor y el sufrimiento
de sus hijas, yo quería de alguna manera decirles algo que las consolaran pero sabía que
eso era imposible. Sin embargo lo único que hice fue poner mi mano en el hombro de una
de sus hijas y le dije que la acompañaba en su dolor, ella me contesto con un gracias
entrecortado y me abrazó y lloró, después sus otras dos hermanas hicieron lo mismo; al
principio me sentí incomoda por que no esperaba esa reacción pero después entendí que
eso era el inicio de su proceso de duelo.

Posiblemente doña Paula en todas las limitaciones que poseía la que no toleraba era la de
la comunicación, para ella la necesidad de ser escuchada era apremiante; pudo haber
hablado horas cuando hubo la posibilidad, pero no había quien cubriera esa necesidad, ni
siquiera sus hijas, todas ellas cansadas, desveladas, con sus propios problemas y
preocupaciones, que perturbaban su tranquilidad y que no les permitía empatizar con su
mamá.

Narrativa 2

Un milagro de vida Era una noche del mes de mayo y me encontraba de turno en el servicio
de obstetricia. Estaba realizando notas de enfermería cuando ingresó Ana1 , paciente de
41 años que venía acompañada de su esposo quien le contenía con voz de aliento y le
limpiaba suavemente las lágrimas que salían de sus ojos. Ana era una mujer conocida en
el servicio de obstetricia, pues dos años atrás había sido atendida por la pérdida de su hijo.
Había tenido cuatro gestaciones, las tres primeras finalizaron antes de cumplir 12 semanas
de gestación, todo atribuido al Síndrome Antifosfolípido y a la incompetencia cervical. Hasta
este momento, para Ana todo era incertidumbre aunque día a día vivía con la esperanza de
que nada malo pasaría. En este día la esperanza perdida era su compañera; cursaba una
gestación de 28 semanas —concebida con tratamiento de fertilidad— y consultaba por
presentar salida de líquido amniótico, por lo cual se hospitalizó y se inició la medicación
para la maduración pulmonar fetal, tratamiento antibiótico, vigilancia de aparición de signos
y síntomas de infección y vigilancia del bienestar fetal. El ginecólogo de turno informó a Ana
que había una alta probabilidad de parto prematuro por la ruptura de membranas y que por
su edad gestacional la posibilidad de sobrevida del bebé por nacer (Mariana2 ) era mínima.
Ana se aferró a los brazos de su esposo en busca de consuelo. El ginecólogo y yo nos
acercamos, tomé a Ana de la mano y ella me sostuvo fuertemente buscando apoyo en mí.
Como Ana era una paciente conocida, yo sabía que tenía fuertes creencias religiosas y
antes de iniciar el tratamiento hicimos junto con su esposo una oración que alivió un poco
el dolor que tenían en su corazón. En ese momento quería que Ana y su esposo
encontraran en mí apoyo y fortaleza frente a su dolor. Durante la noche, Ana se encontró
inquieta y angustiada, su rostro y el de su esposo no sonreían, aunque él se veía un poco
más fuerte. Al finalizar el turno, Ana se despidió con voz pausada y con desánimo; el esposo
se acercó a mí, me agradeció y me pidió que orara para que todo saliera bien y el embarazo
se pudiera prolongar. Entregué turno a mis compañeras; a ellas y a mí nos preocupaba la
situación, sabíamos que había un riesgo altísimo de pérdida del bebé y sabíamos que las
posibilidades de una nueva gestación viable eran poco probables. En la noche siguiente
cuando llegué al hospital, Ana ya no estaba en su habitación, mi colega me informó que
estaba en cesárea por una infección intraamniótica. Pasada aproximadamente una hora de
haber recibido el turno, Ana regresó al servicio llorando y nos decía: “quisiera dormir y
despertar hasta cuando todo esté en calma, junto a Mariana”. Mariana, la hija recién nacida
de Ana, fue llevada a la Unidad de Cuidado Intensivo Neonatal; por la edad gestacional no
tenía una adecuada maduración pulmonar, era de bajo peso y tenía una infección pulmonar.
Ese día a la media noche el neonatólogo se acercó a Ana y a su esposo, les comentó el
estado de Mariana y les informó las posibles complicaciones. Ana estaba cada vez más
abrumada, pasé por su habitación y me comentó que tenía mucho dolor físico pero que el
dolor del corazón era mucho más fuerte. Brindé los cuidados necesarios para disminuir su
dolor físico, hablé con ella por largo rato y le apoyé en el mantenimiento de la fe, haciéndole
ver que debía mantenerla ahora más que nunca. Ana intentaba conciliar el sueño pero el
imaginar qué pudiese pasar con Mariana, no le permitió dormir esa noche.

En la mañana siguiente, Ana y su esposo se veían agotados, pero la ilusión de ver a


Mariana los reconfortaba. Me despedí de Ana, tomé su mano y le dije que no se preocupara,
que todo saldría muy bien. Salí de la habitación y el esposo de Ana una vez más me
agradeció por el acompañamiento y el apoyo. Con esas palabras del esposo de Ana entendí
que lo que yo estaba haciendo era muy importante para ellos y para mí. Justo antes de salir
de la clínica, pasé a la Unidad de Cuidado Intensivo Neonatal y mi colega me informó que
Mariana cada vez decaía más y que no sabía si iba a soportar. En la mañana siguiente
llamé a la clínica y pregunté por Mariana, pero las noticias no eran buenas: su estado de
salud iba empeorando. En la noche llamé a la enfermera que me estaba reemplazando para
saber cómo iba todo, me comentó que Mariana en la tarde había muerto, la corta edad
gestacional y la infección no permitieron que siguiera luchando. Supe que Ana y su esposo
estaban muy afectados, en este momento se veía frustrada la ilusión de ser padres y la
tristeza se acentuaba cada vez más. Cuando volví a turno Ana ya no estaba, pero sabía
que ella y su esposo vivían un inmenso dolor en sus corazones. A la semana siguiente, Ana
nos envió una carta de agradecimiento por el acompañamiento y el apoyo recibido por parte
de las enfermeras, las auxiliares de enfermería y los médicos. Días después, cuando Ana
ya se sentía un poco más recuperada de la pérdida de Mariana, volvió a la clínica, nos
agradeció por haber estado acompañándola en momentos tan difíciles y nos contó que junto
con su esposo habían renunciado a la posibilidad de ser padres. Ocho meses después Ana
volvió a la clínica y nos dijo que Dios había obrado un milagro en ella, pues estaba
embarazada sin buscarlo. En esta ocasión no hubo tratamiento de fertilidad, sólo fue
cuestión del azar de la vida que ahora les daba una nueva oportunidad. Este embarazo
transcurrió con muchos más cuidados que los anteriores, siempre que consultaba estuve
presta a dar educación a partir de mi conocimiento, a brindarle apoyo y a permitirle
acrecentar su fe en Dios para que todo llegara a un feliz término. Finalmente Ana, su esposo
y la colaboración de todos nosotros lograron que la gestación llegara a las 37 semanas y
así fue como llegó Milagros, una pequeña que para esta pareja encarnaba un largo sueño
al fin hecho realidad.
Narrativa 3
Es urgente atenderlo
“Le dije que iba a tener momentos difíciles porque el tratamiento produce náuseas, y
vómitos pero el tratamiento le permite curarse o mejorar su condición de salud.”
Paciente joven profesional que ingresa en admisiones por un tumor de testículo que había
sido manejado extra institucionalmente desde hacía un año, con cirugía y controles
médicos. Ingresó en el Instituto con una enfermedad avanzada, con metástasis
retroperitoneal, paraespinal, pulmonar y mediastinal posterior; lo que inicialmente hizo
pensar que quizás no fue bien orientado sobre la rigurosidad o la importancia que debía
tener su seguimiento médico. Se recibe en la consulta de admisiones de enfermería junto
con su madre porque, a pesar de venir acompañado de varias personas, solo le permitieron
el ingreso a uno de sus acompañantes.
A este servicio, por lo general, los pacientes y familiares vienen un tanto preocupados por
la connotación del diagnóstico o porque se han enterado de que su enfermedad no fue
tratada a tiempo. Se percibe esa angustia porque siendo una persona en activo se
encontraba con una enfermedad avanzada que estaba alterando su funcionalidad y calidad
de vida.
Se consigue valoración del paciente el mismo día: la misma mañana para urología y para
el día siguiente con oncología. Se establece comunicación con el oncólogo y se le informa
de la situación y antecedentes de este paciente, solicitando que se inicie lo más pronto
posible su atención o tratamiento urgente en el Instituto. Se realizaron al paciente dos
valoraciones y en la cita de Oncología le fue pautada inmediatamente la quimioterapia.
Este paciente siguió el curso normal. Previamente se le informó de que a pesar de que la
quimioterapia iba a resultar un poco dura, particularmente el tratamiento que le iban a
suministrar, él no podía desistir porque su enfermedad era curable en la medida en que él
completase el protocolo. Se le comunicó que iba a pasar por momentos difíciles porque el
tratamiento le produciría náuseas y vómitos, pero que le permitiría muy probablemente la
curación. Aunque el paciente todavía no había empezado el tratamiento recibió mucha
motivación para que no lo abandonase.

NARRATIVA 4
“La desesperanza: un reto para el cuidado de enfermería”

Hacia el año 2006, estando a cargo del programa de Dialisis Peritoneal de una Unidad
Renal de Bogotá, conocí a una hermosa joven de 25 años, casada, con 3 hijos (12, 10 y 3
años), cuyos padres habían fallecido desde que era una niña y demás familiares vivían en
su ciudad natal. El motivo de su presencia en ese servicio era porque necesitaba de un
tratamiento para una enfermedad que acababa de conocer; su diagnostico era
una Insuficiencia Renal Crónica Terminal y tenía que empezar un programa de Diálisis. Al
observar su rostro sentía que me hablaban sus gestos porque veía facies de preocupación,
tristeza, desesperanza, angustia e inseguridad ante su situación, era una comunicación
diferente e impactante por su forma de dialogar conmigo con confianza y empatía.
Siendo Yo la Enfermera encargada de orientar a los pacientes debía asesorarlos para que
eligieran la mejor opción (ventajas-desventajas) sobre las terapias de reemplazo renal y
que de acuerdo a su decisión vieran una esperanza positiva para sus estilos de vida, que
en éste caso repercutía en una familia muy joven y una paciente llena de temores por perder
a su esposo quién consideraba el alma de su existencia, manifestación que expresó durante
nuestra primera entrevista. Su desesperanza se convirtió para mí en un reto como
enfermera porque veía que mi labor como cuidadora de su bienestar debía ser la mejor para
ayudarla a continuar con su vida y utilizar todas las estrategias posibles para que ella lograra
continuar viviendo y disfrutando del amor de su familia.
Usualmente el tiempo determinado en la institución para dicha labor es corto, pero con ella
no era posible terminar con unas cuantas palabras de explicación con procedimientos y
rutinas, había algo más que hacía correr el tiempo tan lento que ni Ella ni Yo queríamos
que terminara; es así que duramos toda la mañana reconociendo realmente en detalle
todas sus expectativas e identificando todas las oportunidades que tenia de cuidado para
ella.

Por eso, comienza a decirme que deseaba quedarse allí conmigo, pues sentía que Yo la
comprendía. Al escucharle tanto amor hacia su esposo, comprendí que le preocupaba
perder su hermosa imagen corporal porque ésta era importante para Él y le atemorizaba
que él la abandonara por el cambio, por eso decía “me preocupa pensar lo que dirá mi
esposo al colocarme un catéter en el abdomen”. Reiteraba que sin su esposo no podría
vivir. Me sensibilizaba cada vez más al ver su realidad, donde la ciencia y el trabajo
interdisciplinario se fusionan para lograr el bienestar de todos los pacientes, pero en este
caso era una realidad muy difícil por todas las complicaciones que el grupo sabia se iban a
presentar, realidad llena de percepciones y sentimientos negativos por una vida que se
estaba esfumando y nuestros esfuerzos profesionales se quedaban cortos porque no era
posible detener el tiempo ni mucho menos sus síntomas ni tampoco sus sentimientos,
situación que generaba constantemente mis cuidados que permitían disminuir la forma
negativa de ver y sentir su enfermedad.
Me preocupaba mucho su condición, sus hijos, su vida en familia, así se lo manifesté pero
a pesar de mis explicaciones sobre los beneficios y desventajas de las terapias ella tomó
la decisión por la Hemodiálisis ya que su esposo era más importante para ella que su propia
salud. Accediendo a su deseo se programó para el implante del catéter para Hemodiálisis
explicándole los riesgos que se podían presentar durante la realización del procedimiento.
Los meses iniciales a su terapia la reconfortaron tanto que resplandecía su belleza, su
cuidado personal impecable y alegría tanto para su esposo que la acompañaba en todo
momento, como para los pacientes que asistían al mismo procedimiento. Se convirtió en un
ejemplo de vida que irradiaba para todos los pacientes que asistían a la misma terapia, pero
muy pronto vimos como su salud fue empeorando día a día y así mismo su estado
emocional, permanecía llorando todo el tiempo, se notaba ansiosa ya que no podía dormir,
no se alimentaba bien, perdió el interés por arreglarse, llegaba a la unidad gritando y
diciendo que no quería seguir así, todo el tiempo decía que la ayudáramos para que su
esposo no la abandonara, situación que se convirtió en un reto para mí pues desde el primer
momento de la relación vi en ella a una joven indefensa y con mucha falta de afecto,
llevándome a comprender la importancia de la familia, la salud y el amor.

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