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EL AMOR A LA SABIDURÍA

TAMBIÉN CONOCE CELOS (I)

Francisco Javier Rivas Gil


Universidad de Sevilla

Este artículo pretende arrojar alguna luz sobre la problemática relación man-
tenida por la Filosofía y la Retórica, según la encontramos reflejada en los Diá-
logos de Platón. En este primer capítulo, nos centraremos en la mutua rivalidad
y afán de emulación que caracterizaron a los antiguos crochoí , para mostrar cómo
la nueva chtXocrocVa practicada en el círculo socrático, tuvo que beneficiarse —en
un sentido estrictamente retórico— de la etimología del compuesto, con vistas a
asegurar su liderazgo cultural sobre las formas tradicionales y polémicas de la
saber (como la Sofística y la Retórica), oponiendo así su genuina y estrecha re-
lación con la sabiduría (cim.M.a) a lo que se consideraba el chOóvoç de otros ri-
vales.

This paper aims to clarify the problematic relationship between the concepts
of Philosophy and Rhetoric as reflected in the Dialogues of Plato. In this first
chapter, we will focus on the mutual rivalry and emulation that characterized an-
cient crocteí as to show how the new chtXocrochía practised in the Socratic circle
ought to take advantage, in a strictly rhetorical sense, of the etymology of the
compound, in order to assure its cultural leadership over traditional and disputable
forms of ao(bía (like Sophistic or Rhetoric) by opposing its genuine and close
attachment to wisdom (.1uXía) to what was supposed other rivals cheóvog.

* La idea de este trabajo fue concebida en el transcurso de una charla sobre Retórica Clásica
impartida por el Dr. A. López Eire en octubre de 1999. Ahora sale a la luz su primera parte gracias,
sobre todo, al estímulo y la confianza del profesor y amigo A. Villarrubia. Pero no habría sido po-
sible sin la ayuda —a veces inadvertida— de A. L. Chávez y N. García. Con su sabiduría y su afecto,
todos ellos me han enseñado, en la práctica, el verdadero sentido de la 4.1Xoao4hía platónica.

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HABIS 32 (2001) 103-123
FRANCISCO JAVIER RIVAS GIL

1. FUNDAMENTOS DIALÉCTICOS

Es bien sabido que, para Platón, la discusión verbal representa la única vía
posible hacia el conocimiento del ser de las cosas, y que el diálogo —en tanto tra-
sunto literario de aquélla— constituye, por tanto, la única forma legítima que tiene
de manifestarse el logos filosófico'. No ya de Sócrates, sino en general, de la
cultura oral griega y, sobre todo, de esa constante presencia de un tú en la con-
ciencia del yo helénico 2 , ha heredado, sin duda, Platón la idea genial de que el
saber no es acumulación ni transmisión pasiva de conocimientos, sino acción dis-
cursiva, continuo preguntarse y responderse desde un estado de ignorancia me-
todológica, irónica y sabiamente asumida como principio existencial.
Pero tanta importancia como el diálogo mismo asume, en la mentalidad so-
crático-platónica, el hecho básico de que exista una voluntad manifiesta de con-
versar3 . Este interés consciente en la participación del interlocutor, que trasciende
con mucho la mera lógica de la situación o la convención del género y parece
encontrar una de sus justificaciones principales en la orientación ética y el valor
claramente terapéutico que su maestro había conferido a la discusión verbal'', es
buena prueba de cómo el diálogo socrático instaura y, a la vez, se subordina a
la existencia de una incipiente conciencia de grupo entre los interlocutores 5 , de
un vínculo cercano a lo afectivo —que encuentra su razón de ser en cierto deseo
compartido de conocimiento— sin el cual difícilmente puede tener lugar ese fruc-
tuoso intercambio de pareceres que resulta del diálogo 6 . Diálogo y amistad se
presuponen, pues, mutuamente en la filosofía socrática.
En efecto, de una parte, por su mismo carácter dialéctico y dinámico, la fi-
losofía platónica sólo se concibe en el contexto de unas relaciones personales que
permitan un mutuo y constructivo intercambio de ideas. De otra, ese amor filo-

Una buena introducción a una cuestión tan debatida como ésta, la encontramos en W. K. C.
Guthrie, Historia de la Filosofía Griega IV y V (Madrid 1990-1992). De referencia sigue siendo la
obra de P. Friedlánder, Plato (Princeton 1958).
2 Cf. E. A. Havelock, Preface to Plato (Oxford 1963). Del mismo autor, The Literature Re-
volution in Greece and its Cultural Consequences (Princeton 1982). Sobre la conciencia agonal del
hombre griego, M. Pohlenz, L'uomo greco (Firenze 1962 passim).
3 Cf. P. Hadot, ¿Qué es la filosofía antigua? (México 1998) 42-45. También, T. A. Szlezák,
Reading Plato (London 1999) 116-119.
4 No poco se ha insistido en el hecho de que la conciencia autorrefiexiva que el diálogo so-
crático suscita en sus interlocutores, sólo es posible si, previamente, el individuo entrevistado ha de-
cidido franquear los límites de lo personal y someterse gustoso a las exigencias supraindividuales del
discurso racional que sirve de puente entre él y su interlocutor. Pues sólo apoyado en una inclina-
ción voluntaria a dialogar, procura el logos filosófico ese profundo cotejo de individualidades que
constituye la esencia misma del acto comunicativo. Cf. S. L. Rappe, "Socrates and self-knowledge",
Apeiron 28 (1995) 1-24; H.-G. Gadamer, Plato's dialectical ethics: phenomenological interpretations
relating to the Philebus (New Haven 1991).
5 Cf. La. 187d ss.
6 Cf. Men. 75d: et ilSolrEp éyuí TE Kal. Gi/ VUIA. 4a01 ÓVTES' 13015XO1VTO QUIVn01.9 StaXé-
yEo-Ont... Asimismo, Grg. 481c; esp. 486e, donde Sócrates acepta las francas objeciones de Calicles
como prueba inequívoca de la amistad más sincera: chíXos yáp ioi eL Sobre esta cuestión, vid. J.-
C. Fraisse, Philía: La notion d'amitié dans la philosophie antique (Paris 1974) 151-167.

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sófico que sabe reducir las múltiples percepciones a una representación única de
la Belleza, difícilmente alcanzará su objetivo si no es en el seno de una filoso-
fía que tiene su fundamento metodológico en el análisis dialéctico'. De esa forma,
a pesar de haberla orientado en una dirección metafísica concreta y de haberla
erigido en disciplina especializada, Platón conseguirá que la nueva chiXoo-ochía
siga evocando en este universo dialéctico-afectivo, lo que aquella primera chtXo-
o-onVa helénica tuvo de reivindicativo y humilde amor al saber verdadero'.
Ahora bien, desde el momento en que el filósofo deseoso de conocer la ver-
dad por medio del diálogo y el trato de los amigos adopta, en opinión de Platón,
la actitud propia del más consumado é pao--dig 9 , podemos preguntarnos —siguiendo
fielmente el tópico afectivo— si el amor o la amistad estrictamente filosóficos pre-
suponen también, por su misma naturaleza afectiva, la existencia de otros riva-

7 Cf. A. W. Price, Lave and Friendship in Plato and Aristotle (New York 1989) 95 ss.: la elo-
cuente y, hasta ahora, equívoca combinación de amor y retórica-dialéctica en la temática del Fedro,
no parece apuntar en otra dirección. No en vano, el filósofo necesita del empuje emocional y deli-
rante que brinda la divina manía de Eros para escapar a la esterilidad de su aislamiento personal y
ascender, por el camino racional del análisis dialéctico, hasta una total equiparación con lo divino.
Cf. L. Robin, La théorie platonicienne de l'amour (Paris 1933) 151 ss.
8 Desde un punto de vista estrictamente filosófico, tiene razón M. Dixsaut cuando advierte
de la distancia conceptual que separa el filosofar enciclopédico de Pitágoras y la metafísica que es
la philosophia platónica. Pero si es verdad que "les termes composés sont, dans les Dialogues, ha-
bités par une tension interne et permanente... lis ne maintiennent leur sens véritable que contre leur
étymologie" (op. cit., n. 13, p. 45), no es menos cierto que, en los diálogos de Platón, por la propia
concepción "amatoria" del saber que encarna, la lx.Xocrockía se sigue beneficiando exotéricamente del
sentido etimológico del compuesto originario. Y así, es corriente encontrar la esencia afectiva del sa-
ber, glosada en las más variadas formas: rraiSiKét la llama Sócrates en Grg. 481c; ¿Trieu]da en Ti.
10b (cf. Smp. 203e); junto a otros compuestos en 47iXo- es un tipo de épwTiKén) en R. 475; etc. Por
su parte, el filósofo es definido como roírs TV Ei8GV (híXoug en Sph. 248a; ¿pciarris 4)pouñaecos:
Phd. 66e; e. etkneeías R. 501d, de ahí que el qieD8os provoque su [daos (ibíd. 485b); crolnias érri-
Ounlyrriv en R. 475b; etc. Que la etimología del compuesto sigue siendo productiva, es evidente, por
otra parte, en aquellos casos donde las aspiraciones al saber del (51Xóao4os o de la chiXoao.]: níct que-
dan delimitadas por contraste con las respectivas pretensiones de otros tantos tipos humanos como
son chaó-rip.os, chtXóviKos, liaoKepOs, cpiXóSolos, chiXo4eu8ns, chiXoncians, cinXóXoyos. Pero ello es
aún más claro en aquellos pasajes donde el contraste se establece, no respecto a otro compuesto al-
ternativo en InXo-, sino con un antónimo formado sobre el valor afectivo del compuesto: así, junto
a la idea de que aman a Sócrates y su filosofía quienes, en el fondo, se odian a sí mismos (Tht. 168),
o sobre el patrón semántico de una expresión como 4x.Xonni3oüvTi irn8e nicravri (Lg. 810e), se ha
acuñado una forma ti1dón-00g opuesta a .1xXóaochos (R. 456a), tal como sucede con otras parejas:
kochiXik (Mx. 237c)-8eopicrns (Euthphr. 7a), chiXóXoyog-p.taóXoyos (La. 188c). Sin duda, la impor-
tancia institucional adquirida por Eros en el mundo griego en lo relativo a prácticas educativas y ri-
tos de iniciación, ha permitido esta rápida incorporación de la tradicional fisiología del Amor al en-
tramado metafísico de la filosofía platónica (cf. C. Calame, The poetics of Eros in Ancient Greece
[Princeton 19991 177 ss.). En última instancia, esta asimilación filosófica de lo social-afectivo sería
una prueba más de la importancia que lo social, lo político y lo urbanístico, el espacio civil, etc., tu-
vieron en la formación de la mentalidad filosófica griega (vid. J. P. Vernant, Los orígenes del pen-
samiento griego [Buenos Aires 1976]).
9 Phdr. 249d-e. Sobre la idoneidad del término para denominar este tipo de aficiones, vid.
Smp. 205d. En Thg. 128a-b, el mismo Sócrates reconocerá que, a diferencia de los demás sofistas
expertos en tan bellas y dichosas ciencias, su única habilidad pertenece, precisamente, a la ciencia
del amor: éyili TuyxáInJ dIrros eirreiv 015&V ÉlTlaTállEVOg TTXTíli ye apuxpoD T1.1109 p.ctOrbia-ros,
Ta) é pOJTIKLZV.

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les o antagonistas en el afán de conocimiento. Y así ocurre de hecho: el nuevo


amor que Sócrates y Platón sienten por la supuesta sabiduría de siempre, porta
en sí mismo, a pesar de todo su carácter dialógico y comunicativo (o quizás pre-
cisamente por ello), el germen de la envidia y de los celos. No puede ser de otra
manera. Si el del amante celoso es tópico literario que, ni siquiera en la lectura
más personal y afectiva del tema, descuidan el Banquete o el Fedro platónicos'°,
justamente porque la experiencia filosófica se reviste en Platón del ropaje inme-
diato de un amor sublimado, la idea de los celos o la envidia debe reflejar tam-
bién, en buena lógica, la razón de ser misma del ministerio filosófico". De suerte
que la rivalidad puramente afectiva de los enamorados y la polémica disciplinar
por la autoridad intelectual, son sólo dos manifestaciones paralelas e indisolu-
blemente unidas de la misma aspiración filosófica al saber'2.

Así pues, la tensión amorosa y el afán de rivalidad que la acompaña, con-


forman, en lo esencial, el contexto pasional en que se desenvuelve el universo
erótico-filosófico de Platón, y sientan, por tanto, a mi juicio, un atractivo punto
de partida para comprender cabalmente, no ya los fundamentos mismos del filo-
sofar platónico, sino incluso de la difícil relación que, por definición, estaba lla-
mada a contraer esta nueva luXoo-ochía nacida posiblemente en el círculo socrá-
tico, con otras formas tradicionales de aochía y prácticas educativas igualmente
ambiciosas en sus miras. En especial, buena parte de esa imagen tradicional que
se nos ha transmitido de la supuesta rivalidad entre partidarios de la Filosofía o

I ° Phdr. 232d, 239 a ss. Cf. E. Ruiz Yamuza, "Los dos primeros discursos del Fedro de Pla-
tón: Topoi homoeróticos", Corolla Complutensis in memoriam J.S. Lasso de la Vega contexto (Ma-
drid 1998) 447-457.
M. J. Mills, "(1)80NOE and Its Related FRAN in Plato and Aristotle", Phronesis 30 (1985)
1-12.; E. Milobensky, Der Neid in der griechischen Philosophie (Wiesbaden 1964); E. B. Stevens,
"Envy and Pity in Greek Philosophy", AJP 69 (1948) 171-89. Con acierto y no poca retórica han sa-
bido expresar G. Deleuze y F. Guattari (¿Qué es la filosofía? (Barcelona 1993) 9 ss.) esta faceta ama-
toria crucial de la philosophia griega postplatónica cuando nos recuerdan que, mientras las demás ci-
vilizaciones sólo tenían Sabios, los griegos fueron, además, pioneros en presentarse como los ami-
gos del saber; pero que, justamente el haber convertido la calidad de amigo o amante en condición
intrínseca al ejercicio del pensamiento, habría de comportar, sin embargo, "tanta desconfianza emu-
ladora hacia el rival como tensión amorosa hacia el objeto del deseo".
12 Cf. Hipparch. 229 ss. donde el dv-rayanna-riís encarna tanto la rivalidad amorosa como la
educativa. El enfrentamiento era inevitable desde el momento que, junto a los partidarios del saber
encarnado en Sócrates, los autoproclamados aochoí también tenían sus simpatizantes: a Protágoras lo
aman sus amigos é ni Ta6-r9 Tíj cto44 —R. 600d— y de ello se vanagloria en sus conferencias —Prt.
317c—; también Gorgias tiene sus épact-rás érri aockíq al llegar a Larisa —Men. 70b—. Por eso, la cro-
cbía era una cualidad que despertaba tanto afecto —Ly. 210d— como envidia en manos de otros —vid.
infra—. Así pues, si puede admitirse sin dificultad que el nuevo amor a la sabiduría hubo de desper-
tar el consiguiente "despecho" en otros "pretendientes al saber rivales", tampoco falta razón a quie-
nes prefieran insistir en el aspecto contrario, es decir, en que fuera precisamente la presuposición de
esta competencia la que moviera a determinadas figuras, en un momento concreto de la Historia, a
asegurarse, bajo una denominación oportuna, una nueva, más estrecha y exclusiva alianza con el sa-
ber verdadero. Con especial aplicación a la supuesta rivalidad entre Filosofía y Retórica/Sofística, E.
Schiappa, The Beginning of Rhetorical Theory in Classical Greece (New Haven 1999). En el mismo
sentido, T. Cole, The Origins of Rhetoric in Ancient Greece (Baltimore 1991); G. Striker, Essays on
Hellenistic Epistemology and Ethics (Cambridge 1991).

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la Retórica como sistemas educativos en el mundo antiguo, está —a mi juicio—


hábilmente proyectada sobre ese fondo de amor y envidia en que Platón tradujo
plásticamente su aversión a las prácticas formativas de otros educadores con-
temporáneos. Mi propósito en las páginas que siguen es el de presentar al lector
algunos indicios que ayuden a comprender cómo la idea platónica de la filoso-
fía se ha beneficiado de un hábil uso de la etimología del compuesto y de un
consciente aprovechamiento del rico juego de connotaciones afectivas que la (¢1-
Xíct conlleva, para imponerse, en clave básicamente amatoria, a otras formas de
sabiduría.

2. TODOS QUIEREN PARECER `SABIOS'13

En tanto testimonio del magisterio y la excelencia demostrados en el ejerci-


cio de cualquier actividad, la aochía fue un valor crecientemente celebrado desde
antiguo, y, una vez incorporado al campeonato helénico de la virtud, un valor ne-
cesitado del reconocimiento público' 4 . La autoridad intelectual y la influencia
cultural que emanaban de una cualidad oscilante entre lo místico y lo técnico,
provocaron —según Platón nos lo presenta— que todos cuantos creían tener algo
que decir en el mundo espiritual griego, reclamaran para sí el apetecible título
de ao(I)óg y trataran, por ello, de hacer de la suya la única pretensión legítima a
la vista de los demás. Fue así como la validez del viejo ideal del 'saber hacer'
quedaba indisolublemente supeditada a una idea de importancia crucial en el si-
glo V a.C.: la idea de 661et'5.
Ahora bien, en la Sóla griega encontraban unívoca expresión tanto la idea
de prestigio como la de opinión o creencia falible en que aquél se basaba l6 . Por

13 Las páginas que siguen se han beneficiado enormemente de dos libros que creo fundamen-
tales: A. M., Malingrey, "Philosophia". Étude d'un groupe de mots dans la littérature grecque, des
Présocratiques au siécle aprés J.-C. (Paris 1961); M. Dixsaut, Le naturel Philosophe. Essai sur
les dialogues de Platon (Paris 1985).
14 Así, en Hdt. I 30 la fama (Xóyos) acompaña a la ao451q de Solón (cf. Pl. Sph. 316b: Hipó-
crates recurre a las enseñanzas del sofista Protágoras para hacerse éXXóyillos en la ciudad); Jenófa-
nes (Diels I 129 1-4) establece una escala de valores donde la crochíri figura, en estima del pensador,
por encima del vigor físico; especialmente valiosa es la afirmación que Aristóteles atribuye a Alci-
damante en Rh. 1398 II: TretvrEs. Totig crochoiís. Ttiukriv, donde la sophia se alaba como una cuali-
dad genérica y no necesariamente como una habilidad específica. En cambio, Pl. R. 488a ss: 01cht-
Xóaochei oü -rtpLv-rai. év TOIS TróMai, no sólo porque la rivalidad que enfrenta a los timoneles-po-
líticos por el gobierno de la nave del Estado, les lleva a injuriar al oponente que profesa la filosofía,
sino también porque esos mismos que la han denigrado, la degradan cuando la invaden en busca del
prestigio (étlítdiva) que no encuentran en sus propias TÉXVal (ibíd. 495 d). En cualquier caso —reco-
noce Platón— la filosofía no parece preocupada por la Sóla (ibíd. 581b), y la TII11í de que puedan
gozar el rico, el valiente o el ao4Os es incomparablemente inferior al placer de la contemplación que
sí es exclusivo del filósofo (ibíd. 582c). A este respecto, no deben olvidarse las connotaciones ma-
teriales que entraña en griego una distinción honorífica como la que procura 1111111.
13 Vid, la definición que Protágoras da de acxkós y c:rochía en Tht. 166d.
16 Cf. P. Chantraine, Dictionnaire Étymologique de la langue grecque (Paris 1968) 1119. Un
espléndido ejemplo del aprovechamiento de este doble valor es Tht. 162c (cf. 172c). De ahí la ne-
cesidad de inducir persuasivamente a la muchedumbre hacia dUoíctv SóZav (R. 499).

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FRANCISCO JAVIER RIVAS GIL

eso, la nueva dependencia de la croa de los dictados de la fama, suponía, por


añadidura, toda una reinterpretación de aquella imagen tradicional del pensador
consciente de la superioridad de su saber respecto a las creencias de la muche-
dumbre". La irrupción del discurso filosófico socrático en el panorama cultural
ateniense (y con él, la de la tajante oposición entre verdad y apariencia que Par-
ménides legara en forma embrionaria al universo mental griego), había de supo-
ner, por su propia naturaleza crítica, un rechazo frontal a la precariedad de una
sabiduría entendida en términos de 861a, y, por ende, la fundación de una nueva
forma de practicar el saber que, sin pretender diferenciarse drásticamente de su
entorno, aprovechaba el frágil relativismo de la crochía contemporánea, para asen-
tar sus propias aspiraciones al liderazgo cultural, en los terrenos firmes e inmu-
tables del ser y la verdad parmenídeos. Pero, con semejante cambio de perspec-
tiva, representaba, sobre todo, la superación definitiva de la inveterada y vana ri-
validad que había enfrentado a sus contemporáneos en una desquiciada persecución
de un saber hecho de nombres y apariencias mudables".
Sin embargo, aunque inclasificable e incomparable en teoría' 9 , en la prác-
tica, la 1)1XocyocPía socrática había de vérselas, de igual a igual, con las formas
del saber tradicional. No puede decirse, en efecto, que la nueva cbtXocrocPía ges-
tada en el entorno socrático se hubiera despojado, por entero, de aquella depen-
dencia etimológica del saber que, en las conciencias del pueblo helénico, había
lastrado a aquella otra forma de 4htXop_át0Eta de vagas y universalistas pretensio-

17 Un conocido fragmento de Jenófanes (Diels 1 137 7), en el que éste sugería que su croOn,
aun estando por encima de la opinión del pueblo no era, en lo esencial, sino otra forma de 8ó1a, sólo
que más cercana a la verdad, prefiguraba el clima espiritual que habría de instaurarse con la llegada
a Atenas de los nuevos sabios de la enseñanza y su modelo de virtud cívica. Así lo vemos en R..
493a: aun compartiendo con los demás sus puntos de vista, los sofistas consiguen distinguirse apro-
piándose el nombre (KaXéo-Etev) de la sabiduría. Aunque, por lo general, no ocultan su desprecio ha-
cia los mismos que los sustentan: Prt. 317a.
18 Frente a la discusión propiamente filosófica, la disputa sofística adopta, con frecuencia, las
trazas de una Ipts KaTet TO óvo]ta (R. 454b), encaminada, las más de las veces, upós 8óenv (ibíd.
499a). Precisamente, la nombradía es también la preocupación máxima de Protágoras en Prot. 335
a. El carácter polemicista de tales disputas es, en gran parte, un reflejo de la naturaleza misma del
saber que se apoya exclusivamente en óvóúa-ra (Cra. 438d), de ahí el temor de Sócrates a estable-
cer el acuerdo de la conversación sobre una concordancia puramente verbal (Tht. I64c).
19 El concepto clave que mejor resume esta tajante separación de la filosofía y el filósofo del
saber tradicional es Cí-roTros: Grg. 494d; Tht. 194a, donde esta misma cualidad es atribuida a Sócra-
tes junto a otro rasgo distintivo de su actitud igualmente desconcertante: eurropáv. (Cf. E. Mirri,
concetto della filosofia in Platone [Bolonia 1966] 110.) Como bien ha observado M. Dixsaut (op.
cit., n. 13 pp. 87 ss.), a diferencia de lo que ocurre con la aockín, en los Diálogos no hay definición
positiva de la cbtXoaockía y ni siquiera Sócrates recibe tal nombre. De suerte que, mientras el sofista
proyecta en su mismo nombre la imagen que quiere aparentar (Prt. 312c), a Sócrates le basta su ac-
titud y su papel en el diálogo para definirse, justamente, por la imposibilidad de asumir un papel en
un mundo de aochoí. El silencio que Sócrates mantiene ante la intervención de Hipias y que provoca
la reiterada insistencia de Eudico (Hp.Mi. 363a), es, en verdad, desconcertante, pero sumamente elo-
cuente a este respecto. Este mutismo atópico que cierra, a la vez, toda posibilidad de disputa o de
diálogo, es la confirmación más tajante de que, lejos de lo que pueda parecer a simple vista, la In-
Xoaatía ni se opone ni se distingue de otras formas del saber como son (rala o TÉXVTI. Sencilla-
mente, se asume como la única forma de conocimiento válida y verdadera. (Cf. ibid. 369d.)

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EL AMOR A LA SABIDURÍA TAMBIÉN CONOCE CELOS (1)

nes 20 . El propio Platón gusta, con frecuencia, de emparejar ambas nociones, y


junto a una chiXoo-ochía profesional y acotada por lo metafísico, la otra chiXoao-
chía que es simple búsqueda del saber por medio de su práctica efectiva, conti-
núa siendo hábilmente explotada por el educador con fines exotéricos. Ahora
bien, incluso en un plano donde las únicas diferencias aparentes entre o-ochía y
chiXoaochía eran exclusivamente epistemológicas, la última demostraba su espe-
cial rango en el hecho de que, al contrastarse su genuina aspiración al saber con
la arrogancia de los aochoí., lejos de sucumbir a las usuales rencillas y disputas,
esta nueva forma del saber hacía gala de una desinteresada voluntad de aprender
capaz de asimilar reproches y discrepancias. Todo lo contrario de lo que aconte-
cía con los aochoí de viejo curio, encarnados ahora en los educadores del pueblo.
Pues, poco atentos al verdadero giro conceptual que la (I)LXoo-ochía socrática ha-
bía dado al mundo de la crochía griega, los herederos de los sabios tradicionales
no veían en el nuevo discurso filosófico más que una nueva alternativa al saber
de siempre disimulada bajo un nombre en exceso presuntuoso y, por ende, un ri-
val directísimo para sus propias ambiciones educativas.
Un espléndido pasaje de Eutidemo2I resume con acierto lo que, según Pla-
tón, había significado para el mundo espiritual ateniense aquel malentendido con-
ceptual. En 305c, Sócrates hacía el siguiente comentario a propósito de aquel crí-
tico anónimo cuya identidad ha suscitado tanta controversia entre los estudiosos
modernos22:

olovTat 8' ET.Val TrávTutv croctg oSTaTot dvelpárruw, upels . 6 T5 Eivcti mi 80-
KEIV ITáVI) napa TroXbig, (Zo-TE Trapet lTáCTIV Eti180K1.11EIV é 1117086.W CIMCYLV
eivatOil8éVag d.XXous. f TOi.;$ TTEpi. chtXoaochilav civelptá-trous. tjyavTat
Eetv T0úTOlig Elg 861(11, KaTaGTVICYCJCYLV 11118EVóg SOKEIV cibovs. Eivat,
civapcbto-Prirrírtúg 6T1 Trapá TráCTLV Tá VtK11TTP1t E ig SólaV OICTECT Igál GO-
(PLUS' 11-¿pl23.

Los que se creen los más sabios de todos los hombres —aseguraba Sócrates—
y creen serlo, sobre todo, en opinión de la mayoría, sólo ven amenazada su re-
nombrada autoridad por las personas que se dedican a la filosofía. Como puede

20 Cf. Malingrey, op. cit., n. 13, 29-55.


21 Sobre esta obra en particular y sobre el problema general de la relación entre philosophia
y sophia tal como está planteado en ella, vid. M. Canto, L'intrigue philosophique. Essai sur l'Euthy-
déme de Pluton (Paris 1987).
22 Para una revisión de la cuestión, vid. Guthrie IV p. 276.
23 Es muy posible que, con estas palabras, Sócrates se estuviese refiriendo al propio Isócrates
y su escuela, aunque, para lo que ahora nos interesa, poco importa si esta denominación genérica de
návrwv cia¿Wrarot ávOpoSncov es incluso extensible a toda la práctica sofística o la enseñanza retó-
rica en general. Es más: el hecho mismo de que exista semejante vaguedad en la referencia, es un
indicio suficientemente claro de que, a juicio de Platón, toda práctica que estuviese al margen de su
cliaociozbía, quedaba incluida indistinta e irónicamente en la categoría genérica de aoláa. De modo
análogo, cuando Isócrates reivindica el título de chtXoaoiga para su obra, erísticos y platónicos serán
atacados indistintamente como miembros de una misma categoría (cf. Isoc. Antid. 258 ss.; C. soph.
1-8).

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verse, semejante cuadro del saber contemporáneo descansa sobre dos presupues-
tos íntimamente relacionados: primero, que la sabiduría se ha convertido en una
cuestión de reputación; segundo, que el afán de reputación origina rivalidad y
ésta, a su vez, concede reputación de sabio.
Aunque siempre dentro de la relatividad del juicio personal (oiovTat,
tjyavrat), es significativo comprobar cómo, en opinión de Sócrates, quienes se
autoproclamaban los más sabios de los hombres, estaban casi más interesados en
aparentarlo ante los demás que en conformarse con serlo propiamente. Esta ob-
sesiva preocupación por el éxito y la fama —considerada por Platón un rasgo dis-
tintivo de la mentalidad sofística- 24 traducía el convencimiento de que, tampoco
en el terreno del saber, existía una vinculación tan estrecha entre la realidad y
las apariencias como para eliminar cualquier posibilidad de discusión o enfren-
tamiento 25 . Justamente porque esa correspondencia no existía —si es que algo
como la realidad existía siquiera— el cro(1)óç se debía a la opinión pública, y esta
obediencia condicionaba, en consecuencia, la orientación última de su función
educativa:
TrEst Old Val/ KáCYTT, I ITÓXEl &ACULÓ. KCII KaXa 8ok-17, TaüTa KCIL 1,
10)9 01.)TÓL 1/0//t'Crr GLXV 6 00065" CiPTi Trovripa) ÓVTCOV CL6TO-19 KÓ10-1-WV
XVICTTÓ iroíricrEv d'yac Kai &Keil/ (Tht.167c)

Por el contrario, el programa que Sócrates abrazaba para su particular inda-


gación filosófica tenía como último objetivo la búsqueda de lo real y nacía, por
tanto, con la intención declarada de oponerse a esta alegre canonización de las
opiniones particulares. Para ello, nada mejor que limitar la validez del juicio a
la esfera personal de la intención moral, y trasladar, de paso, el certamen público
del saber a la esfera del perfeccionamiento individual:
KOCI. yuí [la 801C.5 él/ Ti
(4 Tia pÓVTI. T0a0ÚTOV IIÓVOV KEí VWV 810LCJE 1 V • 01.)
yáp 8TrwgToiÇ Trapao-iv éy(i) Xéya) 8ó&L áXnefi Eipat upoOupliaopat, El
irápepyov, áXX' &nen al:11-4 ¿poi 6Tt IláÁLCITa (WEL Oi;TWS" E3(Ell/.
(Phd. 91a)26
De suerte que, si lamentable era de por sí, para Sócrates, la condición de
aquéllos que creían saber lo que ignoraban, tanto más deplorable era la situación
de quienes, para creerse los únicos que sabían, debían persuadir primero a los
demás de ello. Y debían persuadirlos porque sus diferencias con la multitud y el
resto de sabios eran tan aparentes como la sabiduría de que presumían:

24 Sph. 225-226.
25 Cf. Hp.Ma. 29441
26 Con elocuencia sobrada ha condensado X. Zubiri, Naturaleza, Historia, Dios (Madrid 1944)
185-265, el clima espiritual que rodea el nacimiento de la filosofía socrática, cuando afirma que, en
ese momento de la historia del pensamiento, "la primera intuición de que algo es verdad, proviene
de algo en que todos están de acuerdo", dado que, desde la irrupción de la sofística en el panorama
cultural ateniense, "los problemas del ser se convierten automáticamente en problemas del decir" y,
a falta de verdades, las opiniones firmes y mejores marcan el ritmo de la vida cívica.

110
EL AMOR A LA SABIDURÍA TAMBIÉN CONOCE CELOS (I)

" EKaaT09 T65V [licrOctpvoúvi-ctiv ISiti.yrclav, oiiç 811 015T01 0.00.0.Tág KaX0tial
etvriTéxvobs. fryavi-at Tra18EúE1V i TatiTa Tel. 1- 15V TroXX6iv 8óy-
110.TO, a soutcoualv 8-rav apoicrOcZaw, Karl ao«av TaúTT11) KaXEIV (R. 493a)

Con esto llegamos al segundo de los presupuestos antes mencionados: al ca-


recer de una validez intrínseca y depender casi exclusivamente de la aprobación
social, la reputación de sabio sólo podía afirmarse por contraste con la presunta
ignorancia de un antagonista. Así, la polémica y el enfrentamiento dialéctico —con-
ducidos al más puro estilo de un proceso judicial o una justa deportiva— se eri-
gen con frecuencia en condiciones indispensables de una sabiduría que se ca-
racteriza, no por ser el fruto obtenido de un diálogo constructivo, sino por la in-
apelable imposición de los propios puntos de vista:
Ot)8é ye (tú Xóywv, p.aKápLE, KaXCJV TE Kal éXE118épCOV T.K01116i9 élTñKOOL
yeyóvctow, dictiv CriTE-1.1, [1.11) Tó CtXT1019 GUVTETalléVeJg éK ITOLVTóg -rpórrou
-mí) yv6ivai xetptv, Tb. 81 K01145á TE Kal épiaTtKet 11118a1lóGE CIXXocre
TEíVOVTa f Trpóg SólaV Ipiv Kal. 8íKalS" ÉV 18íctis. o-uvouolictis
TróppweEv daTraCokévwv. (R. 499a.)

No extraña, entonces, que Sócrates nos presente a esos presuntos sabios tan
absortos en la tarea de desprestigiar al rival en beneficio de su propia reputación
(€i)8oKiii.Eiv), tan obsesionados por la victoria (viKiTri iipia.), que, con frecuencia,
descuiden deliberadamente los principios mismos (d.vapxhiaPirrYroig) que, como
bien señalaba Pródico a Sócrates y Protágoras, debían presidir toda confronta-
ción dialéctica digna y capaz de otorgar un sólido prestigio:
éyW 1111, al:/Tóg, Ilpan-ayópa TE Kal ZOSKpaTES', C111.6:1i,títç auyxwpdv
CtXX1V01.9 Xóyow cipslm.cifl-rp-Eiv IV, épíCeiv Si iní -C4101.0"-
ATOikt [1111 yetp Kal Si' Ei5voictv 4)íXol TOi Xois. , épiCouatv Si 0'1
81aChOpOí TE Kal ¿xepol COIX19n019- Ka 0i511.139 KaXXíaT11 i1pTiv 1 01/VOU-
aía yíyvouro . 41E-19 TE yetp ol Xéyov-rEs- dn-ws. ¿V Tds.
áxoúoucriv Eb801C11107TE Kai. Oi/K élTOLIV01013E- (Prt. 337a.)

Mientras la condición de chiXoç resultaba indispensable para que se entablara


un auténtico diálogo entre los interlocutores 27 (aun cuando este deseo compar-
tido de conocimiento no se tradujera en un feliz entendimiento) 28 , el método de
discusión empleado por estos sabios presuponía, por el contrario, la enemistad
de los contendientes 29 . En la Apología, el propio Sócrates lamentaba haber te-
nido que comprobar en su persona las tristes circunstancias en que se desarro-

27 Cf. Men. 75c-d a propósito de este principio y sobre la diferente calidad del diálogo filo-
sófico y la refutación erística.
28 Como ocurre entre Sócrates y Calicles en Grg. 481c. En cambio, el sofista siempre estará
sólo en la discusión (Prt. 310d) pues su deseo no tiene la dimensión dialógica que sí es consustan-
cial a la chi.Xoí1d0e.a.
29 Cf. R. 454a sobre la diferencia entre ¿píCEiv y SiciMyEa0ai, o Tht. 167e, sobre la que existe
entre dywvt(óptevos y StaXEyóptEvog.

111
FRANCISCO JAVIER RIVAS GIL

liaba ese círculo vicioso de rivalidad y prestigio que caracterizaba la sophia de


su tiempo:
EK 81] Tfig ÉlETaGEW9, dv8pes. 'Aerivaia, iroXXcd. drr¿x-
OELCd. 1101 yeyóvaat. OtOL XaXE1115TaTa1 PapíiTaTal, ¿SO- TE TroXXets.
81.<13oXág CUT' aiT117.")V yeyovévcti, óvolict TODTO XéyEa0a1, crochóg dvai•
OVOVTal 'yetp p.€ é KétaTOTE Oi TiapóVTES' TatiTa al51-6V dVal GOOV
áXXOV élEXÉ71(1). (Ap. 22e.)

Y lo lamentaba porque Sócrates había negado repetida y explícitamente que


él fuera sabio 30 , al menos, en el sentido de aquella sabiduría surgida de la ene-
mistad erística. Sócrates, es cierto, practicaba como servicio al dios un método
de refutación muy próximo al que, en Sofista, constituía el rasgo capital de lo
que él mismo consideraba la auténtica y verdaderamente noble sofística 3 '. Sin
embargo, a diferencia de quienes buscaban en este procedimiento el medio de
conseguir un apetecible prestigio como sabios, Sócrates no podía ver en una re-
putación ganada a costa de odios y desavenencias otra cosa que una infamante
8la(30X11j32.
A pesar de ello, ni siquiera aquella atópica actitud que lo mantenía a la vez
dentro y fuera de su tiempo, conseguiría evitar que también él quedara sometido
a la dinámica reputación-rivalidad que caracterizaba —según Platón lo entendía—
la sabiduría de sus contemporáneos. A falta de un saber positivo, era precisa-
mente esa modestia o esa ingenuidad irónica que el filósofo derrochaba, la que
se volvía insultante y desafiante a ojos de los 0-01)0133.
En efecto, ésa es la idea capital del pasaje del Eutidemo antes mencionado:
la rivalidad de los que se consideran los más sabios no sólo ha llegado a afectar
también a quienes practican el nuevo discurso filosófico socrático, sino que, de
hecho, los ha convertido en sus principales antagonistas. En vano insistía Sócra-
tes, en un conocido pasaje de la Apología 34 , en el carácter estrictamente humano
de ese extraño saber que —aun con el nombre de o-ocga— le atribuyera el oráculo
y que sus detractores le reprochaban. Al contrario que esa suerte de o-ochía ma-
tizada y aceptada a regañadientes 35 , la de los otros aol)oí —añadía Sócrates— de-

3° Por ejemplo, en Tht. I50d; Ap. 20-23; R. 337e-338a; Hp.Mi. 372b-c; Euthd. 296e; etc.
Cf. Ap. 23a ss; Sph. 230e SS.
32 Ibid. 21b.
33 La ignorancia que el propio Sócrates se atribuía, le obligaba a adoptar una actitud inquisi-
tiva (Hp.Min. 369 d, 372b) que fácilmente podía malinterpretarse como un deseo expreso de pro-
blematizar y confundir al interlocutor (Men. 80), cuando no de disputar y rivalizar al más puro es-
tilo erístico (cf. ibíd. 76b: una actitud deliberadamente evasiva como la que muestra Menón con sus
continuas preguntas, puede provocas el enfado hasta del propio Sócrates). No era, pues, extraño que
sus contrincantes reprocharan al filósofo esa misma thiXovitcía (Prt. 360e; Grg. 515b), esa cbtXtyrtitía
(R. 336c) o incluso la Cryciivía (Tht. 168d; Hp.Mi. 369c) que Platón había considerado rasgos defini-
torios de la práctica sofística. Cuando, en realidad, el diálogo socrático no sólo era ajeno a cualquier
afán de disputa, sino que incluso resultaba ser su mejor antídoto (Ly. 211b).
34 Ap. 20d-e.
35 "Aie,n, Elití ao4,69 dirá en Euthphr. I Id.

112
EL AMOR A LA SABIDURÍA TAMBIÉN CONOCE CELOS (I)

bía pertenecer a un orden superior al humano que él mismo reconocía descono-


cer, pues, por lo que hacía a la suya, él se creía mero instrumento que el Dios
—el único propiamente sabio— había escogido para ilustrar, precisamente, la va-
nidad de cualquier saber humano y, más exactamente, vincular la cualidad de
o-o:huí-raros- al reconocimiento de la propia ignorancia. Sin embargo, frente a los
imperativos de la 8(51a, la realidad de la postura socrática se hallaba en franca
desventaja. Por ello, ni siquiera esta modesta dimensión humana de la sophia so-
crática planteaba, en el Eutidemo, ningún obstáculo a la equiparación cualitativa
entre sophia y philosophia llevada a cabo, a juicio de Platón, por la opinión pú-
blica. Antes bien, la facilitaba: pues si era respecto a ircív-roiv d'AMO-n(1)v que es-
tos sabios necesitaban conservar su reputación de aochára-rot, con más razón ne-
cesitarían mantener a raya a quienes Platón gusta de presentar deliberadamente
como T0159 TrEpl cl)iXoaochíav civepárrous, esto es, como simples hombres —y no
un cuerpo profesional de filósofos— cuyas vidas transcurren por entero en las sen-
das del saber tal y como las vidas de los demás adquieren su razón de ser de la
vocación cívica36.
Ahora bien, bajo esta primera lectura superficial de los sabios tradicionales,
el pasaje de Eutidemo oculta la propia interpretación platónica de la realidad.
Para Platón, en efecto, quienes pretenden involucrar su philosophia en la tónica
competitiva del ámbito sofístico cometen un error grave de apreciación. En rea-
lidad, en Eutidemo Platón nos está pintando a unos sabios de reconocida maes-
tría —crolx;rra-roi— que, ya en posesión de esa cualidad común de aockia que los
distingue como gremio, parecen moverse en un mundo distinto al humano del
que proceden y estar exclusivamente interesados en arrogarse la superioridad en
su rango por medio de rencillas internas. Por el contrario, en un plano distinto,
donde la acxp1a es una pretensión no contemplada y donde ni siquiera se ha asi-
milado del todo la aspiración a aquélla —TOÚÇ Trepi chiXoacxbíav civOpTroug se
los llama, no ciiiXoo-4ous—, encontramos simples particulares sin más rasgo en
común que el de ser seres humanos 37 . Por ello, plantear a estos particulares que
practican la filosofía sin reparar en los avatares de la 8ólet, una confrontación en
tales términos, es un empeño que carece de toda lógica38.

36 Otras expresiones similares son ol év 4)1:X00014 Starpífiov-rEs. o (c7)v-rEs: cf. Phd. 68c; Grg.
500c; Hp.Mi. 363a; R.. 56Id. La filosofía socrática como él-1i-0E1w en Ap. 28b.
37 Como acertadamente ha observado R. Velardi (Enthousiasmós: possessione rituale e teoria
della comunicazione poetica in Platone [Roma 1989] 47) el contraste entre Sócrates y la maestría
técnico-profesional de los aocIpí alcanza sus máximas cotas cuando Platón gusta de presentar al fi-
lósofo otov eiióç t8u,STriv átiOptoTrov (Ion 532e; cf. Euthd. 295e: réxirriv Ixwv i81(1)-rou etv0Orrou;
también Tht. 154e), como un anónimo particular que, en ocasiones, llega incluso a excusar irónica-
mente su insolente actitud inquisitiva por rarezas de su carácter personal (Hp.Mi. 372b-d).
38 Cf. R. 58 lb; Phd. 82b-d. Como queda dicho en Phlb. 23a, a propósito de un certamen fi-
gurado entre -118ovi'l y vas, la vuerrrApta de uno de los contrincantes supone automáticamente en el
otro, d-riptía Trpóg atirrfig Ipaa-rwv. La dripla y la Molía no eran solamente los principales
temores del cliaóTtp.og y el ch1Xo Xp1í1 1aTos (Phd. 82b-c), sino también los principales recursos di-
suasorios del sofista (R. 492d). De ahí que hasta Gorgias pida prudencia a quienes abusan de la ora-
toria con este fin malintencionado (Grg. 457a-b).

113
FRANCISCO JAVIER RIVAS GIL

El simple hecho de autoproclamarse o-ochós ha acarreado, pues, en opinión


de Platón, una devaluación del término. Eso es lo que sucede con esa aockla ma-
noseada de sus contemporáneos. De tener rango divino y validez absoluta, se ha
convertido en un producto mercantil cuya cotización depende, ahora más que
nunca, de las apariencias y el reconocimiento público. Ante todo, se ha conver-
tido en eso: en una cuestión de reputación 39 . La calidad de aockós admite, en-
tonces, ante la falta de un referente único y la multiplicidad de puntos de vista,
grados comparativo y superlativo't0 , y, puestos a pujar, el mismo Sócrates se anima
a tomarse por más sabio que políticos, poetas y artesanos 41 . Pero sin afán de ri-
validad, ni envidia, porque la suya es una ao(Pla de otro orden42.

3. RIVALIDAD Y ENVIDIA EN TORNO A LA SOPHIA

3.1. Discutir no es disputar

"No incrimines a la multitud", es el ruego que Sócrates hace a Adimanto en


Resp. 499e. Es lógico que la muchedumbre se encone contra la ci)iXo1iá0Eta de
los verdaderos filósofos si su limitado juicio (861a) no es capaz de discernir en-
tre éstos y los intrusos (Toús 11(1)0Ev) que, al decir de Platón, la han invadido y
convertido en escenario de sus insultos y su odio recíproco (4)1XarrExerliióvcog
1xov-rag), atraídos —como siempre— por el prestigio (citloi[ta) que, aun en las
condiciones más deplorables de abandono, sigue conservando a los ojos de to-
dos (495d). Denigrar a la muchedumbre y pleitear con ella equivaldría justamente
a adoptar la misma actitud y ejercer el mismo tipo de coacción que estos falsos
filósofos utilizan entre sí mismos y con sus rivales (492d). La verdadera filoso-
fía, en cambio, sólo sabe responder a la discrepancia y a la polémica (diublaPrirr),
476d) mediante el diálogo reposado y el consejo dulce que mueven a la persua-
sión sin la concurrencia del rencor o la envidia por el saber ajeno (476e):
"ñ OVE' TLVá XaXETra(VELV Tú) XCOnETTCD f (f)001,Eil, 1-1) chOovEptí) 400-
tien, TE Kal upi;101., ÓVTIa; (R. 500a.)

39 La 4)IXoTtpla, la cim.Xot,ticía y la 41Ioicép&1a4tX0Xprip.a-ría que Platón opone con frecuencia


al talante natural del chtXócroctos. (cf. Grg. 457d; Phd. 68c, 82b-c, 91b; Phdr. 256b; R. 548c, 581b-d;
etc.) son rasgos que, en la mayoría de los casos, aparecen precisamente asociados a quienes profe-
san esos saberes técnicos que rivalizan con la filosofía socrática por la palma del saber. El enfrenta-
miento entre chiXocrabía y crochía responde, pues, en última instancia, a la confrontación de esas pre-
tensiones dispares.
4° Lo mismo puede decirse de la calidad de TExvitcós. (Euthphr. 15b; Cra. 400b; Grg. 455b;
Sph. 234b; Phlb. 56b; Phdr. 263d, 274e; La. 185b,e; Lg. 942c). En cambio, la filosofía no conoce
gradación semejante. Una sola vez menciona Platón el superlativo oi chiXocrocixiSTa-rot (R. 498a), pero
para referirse precisamente a la falsa filosofía de esos adolescentes cuya presunción no está en con-
sonancia con la parca formación filosófica que han recibido. En ese sentido, es elogiada la intención
del grupo de Calicles de no aspirar a ser crockUra-rot más allá de lo que es prudente (Grg. 487c).
41 Ap. 21a ss. Cf. B. Lincoln, "Socrates' Prosecutors, Philosophy's Rivals, and the Politics of
Discursive Forms", Arethusa 26.3 (1993) 233-245.
42 R. 500c.

114
EL AMOR A LA SABIDURÍA TAMBIÉN CONOCE CELOS (I)

Pero esta ausencia de Oóvoç no significa que la filosofía haya ignorado las
voces discrepantes. Todo lo contrario: justamente porque no es rencorosa, la fi-
losofía tolera (y aun necesita) 43 las opiniones divergentes para construirse. Si, en
cierto modo, el nuevo saber filosófico sigue conservando el mismo carácter ago-
nal que caracteriza a toda la sabiduría antigua, por su misma naturaleza dialéc-
tica, la filosofía socrático-platónica está definitivamente orientada hacia la dis-
cusión y el debate, y claramente adecuada a las exigencias y carácter de cada in-
terlocutor". Sólo que, a diferencia de las tradicionales formas del saber, el interés
inmediato por el éxito que, según Platón, desencadenaba la rivalidad en el seno
de aquélla:
d.XX ériv TrEpí. TOL/ dpOlC//37777/0W01// 4)15 Ó 1Tepog ITEpOV Óp8(719
Xéyav pT) act4xlig, XCIXETTOLVOVOL TE Kal KaTel (1)06V0V 01.0VTal TÓV ÉGUT(.1.)V

XÉyELV, (1)1X0VLKOÜVTag Ot.) CriTODVTag Tó ITpOKEGIEVOV ¿V 114) Xó-yá


(Grg . 457d.)

se transforma aquí en una búsqueda desinteresada y conjunta donde la única por-


fía es la encaminada al descubrimiento de la verdad:
otiiai1 yurye xpfivai ITáVTag ll1óS (1)LX01, LKW9 1XELV Tiv pÓg Tó E18¿Val Tó
ákrilkg Tí éGTIV (IV Xé-yop.Ev Kál Tí 45ED809 [...] ¿áV -r() inuzv In]
TE ÓVTa 80K(1) kioXoyáv É[ICIVTíti, XP1 áVT1X0.1436VEG8a1 ¡cal aéyxeiv. oi)81
vio TOL l'yury€ €18ág MyCLI Xéyw, dXXet Crirá KOLVti 11E9 l4.1171V, (:jáTE,
4>a(VT1TOL MyCJV Ó dpxpio-Pryra) éyá Trpárog auyxo)prkrop_cu.. (Grg.
505e.)
La discusión y la discrepancia son, en efecto, realidades consustanciales al
saber y el aprendizaje. Pero mientras el filósofo acepta la discusión como un en-
riquecedor preliminar al acuerdo final en su búsqueda conjunta de una verdad
desconocida 45 , el sabio encuentra en la confrontación un simple pretexto para de-
mostrar la supremacía de sus propios puntos de vista". De ahí que, con fre-
cuencia, su actitud orgullosa y suficiente le lleve a ver en la menor discrepancia
una voluntad manifiesta de poner en duda la validez de su presunta autoridad,

43 En este sentido, en más de una ocasión insiste Sócrates en su preferencia por ser refutado
antes que tener que refutar a nadie, cf. Euthd. 304c; Grg. 458 a.
44 Al contrario que la práctica sofística, cuyo método irrenunciable de discusión no podía tran-
sigir en lo formal, so pena de poner en peligro la superioridad del sabio: cf. Prt. 335a.
45 La discusión es el único método válido para dirimir un desacuerdo (Prt. 35a). Lo cual no
significa que lo acordado deje por ello de estar sometido a una nueva discusión (R. 452). Lo normal,
sin embargo, es que con el acuerdo se ponga fin a cualquier discrepancia (R. 436c; Grg. 505-506a;
Phdr. 237c), aunque, a veces, el deseo de victoria (ckiXovtida) es tan fuerte, que hasta resulta difícil
reconocer lo más obvio (Phlb. 50b). Lo que sí debe evitarse, en cualquier caso, es un acuerdo pura-
mente verbal, tan propio de la práctica agonística (Tht. 164c-cl.).
46 No en vano, su prestigio entre los jóvenes (861a) responde a su habilidad en este terreno:
Sph. passim, esp. 233 b. Dos casos concretos son los de Gorgias (Grg. 452c; 465a —aquí el sofista
hace alarde de su seguridad en la respuesta invitando a su interlocutor a que ponga en duda sus afir-
maciones, cf. Hp.Mi. 363c—d.) y Simónides (Prt. 343d). Por esa misma razón, como bien ha obser-
vado M. Dixsaut (op. cit., 95-96), en la discusión el crochós se halla siempre solo y enfrentado a todos.

115
FRANCISCO JAVIER RIVAS GIL

con lo que el debate acaba degenerando en puro enfrentamiento 42 . Recuérdese


cómo en el pasaje de Eutidemo arriba mencionado, Platón caracterizaba la pre-
suntuosa actitud de quienes se creían los más sabios de entre los hombres con la
observación de que trataban de desacreditar a los filósofos dwaptch10-Pr1-r1j-roig, es
decir, de forma inapelable y sin discusión posible. Frente a un saber impuesto de
forma tan incuestionable y unilateral no extraña que, con extrema e irónica hu-
mildad, Sócrates dé a su ignorancia, justamente, la forma provocativa de la dis-
crepancia48 . No en vano, ya el propio Sócrates había reconocido en el Banquete"
—con idéntica ironía— el carácter ilusorio y cuestionable (dpub1af31-r1lio-11.tos) de su
particular práctica del saber, de la misma manera que, en Fedro50, se incluía al
Amor (fundamento primero de la filosofía socrática) curiosamente entre las co-
sas sobre las que cabía discusión (Túl, Muo-Pn-r-riaíp.wv).
Ahora bien, una cosa es que Sócrates admita el carácter discutible de su postu-
ra y otra bien distinta que él asuma una actitud abiertamente contestataria respec-
to a las demás. Aunque dispuesto a refutar a los llamados sabios siempre que lo
crea conveniente, Sócrates es de los que prefieren ser refutados. En especial, difícil-
mente discutirá Sócrates la sabiduría de su interlocutor 51 , cuando bien sabe que
su afán desinteresado de prestarle ayuda 52 , va a ser necesariamente malinterpreta-
do como un conato de rivalidad posla autoridad de la sophia53 . Significativamen-
te, ni siquiera en el caso de tener que demostrar su propia ignorancia, encontraría
Sócrates la manera de discutir en los mismos términos que los demás pretendientes
del saber 54 . Pues, entre los sabios, la k145io131Tgo-is, que carece del constructivo
y desinteresado sentido filosófico que le otorga Sócrates, entraña esa idea de ri-
validad por la posesión de la sabiduría que no comparte la filosofía socrática.
La diibtafIlmaig, en efecto, como término clave del lenguaje forense", daba
nombre al procedimiento de reclamación hecho en concepto de propiedad y cus-
todia de una herencia. En un sentido más general, esta reivindicación estaba ín-
timamente asociada a la idea de cualquier KTficrig que interesara conseguir o de-
fender por medio de litigio 56 , con lo que su aplicación a la polémica del saber

47 Cf. Euthphr. 8a; Phd. 91a; Grg. 457d.


48 R. 372b-c. Y ello, aun a sabiendas de que la discrepancia es causa inmediata de enemistad
y enfrentamiento, como cuando hay juicios ético-morales de por medio: cf. Euthphr. 7a ss. Desde
ese momento, la enemistad aborta toda posibilidad de diálogo amistoso y provoca un violento en-
frentamiento (Prt. 337; Alc. I 112e). De ahí que sea un inconveniente especialmente temido por los
amantes (Phdr. 232).
46 175e.
5° 263c.
61 Hp.Mi. 369d.
52 Ap. 29e.
53 Grg. 457e.
64 Euthd. 296e.
55 Con tales connotaciones aparece usado en Euthphr. 8 c. Cf. la definición de ley y justicia
en las Def. 413d 9.
56 Así por ejemplo, en Lg. 954c encontramos un interesante pasaje en el que Platón fija es-
crupulosamente los plazos en los que los interesados podían reclamar la potestad de distintos bienes

116
EL AMOR A LA SABIDURÍA TAMBIÉN CONOCE CELOS (I)

estaba, en opinión de Platón, perfectamente justificada. Ya en Sofista", el análi-


sis dialéctico había llevado a Sócrates a la conclusión de que el o-Mito-T-(1g desem-
peñaba una de las variantes de la llamada -r¿xv-ri Cip4tapri-rri-rii" técnica de dis-
cusión que, a su vez, no era sino una clase específica dentro de la categoría ge-
neral de la Téxv-ri icriTudi, es decir, de aquel arte que, contrariamente a la técnica
productiva, no fabricaba nada, sino que se limitaba a acaparar o conservar por
todos los medios un producto intelectual previamente elaborado. Propia del so-
fista era, desde luego, la convicción de que el saber era una propiedad particu-
lar y, como tal, su difusión no era posible sino a cambio de una remuneración.
Por ello, la refutación o la simple discusión, amén de forzar una gratuita y ren-
corosa donación de los propios conocimientos 58 , representaban, para la mentali-
dad sofística, una clara tentativa de disputar al sabio ese saber atesorado por na-
turaleza y esfuerzo personal.

Así las cosas, era lógico que a la philosophia no le faltaran pretendientes ri-
vales 59 desde el momento que, de acuerdo con la naturaleza de ese amor que lo
inspiraba60 , también el filósofo apetecía la sabiduría en su totalidad". Sólo que
a diferencia del crolzkís-, éste enjuiciaba con prudencia esta presunta posesión del
conocimiento o de la virtud de que aquél se jactaba 62 . El filósofo reconocía, en
efecto, la necesidad y la dificultad de semejante adquisición 63 , pero, sobre todo,
advertía del error común de cofundir la iç y la KTfiais de la ciencia". La res-
puesta que, por ejemplo, encuentra en Sócrates la pretensión de los sofistas Euti-
demo y Dionisodoro de poseer el conocimiento de la virtud y la capacidad para
enseñarla65 , está precisamente elaborada sobre la oposición entre propiedad y uso
activo que veremos desarrollada legalmente en Leyes. Al igual que aquí el dic-
tamen de Platón favorecía a las claras a los usuarios ocasionales frente a las rei-
vindicaciones de sus presuntos propietarios, en Eutidemo la dimensión práctica
del saber quedará por encima de su mera posesión teórica 67 . Y precisamente por-
que conjugaba ambas dimensiones, y más la práctica que la teórica, la imagen
misma de la IiiXoo-ochía como K-rflais érrlo--riíwrig a la que aspiraba el propio Só-

disfrutados en usufructo por otros individuos, decretando que éstos se convirtieran en sus legítimos
propietarios una vez trascurrido dicho tiempo.
57 Passim. Esp. 225a SS.
58 Prt. 309d; Euthd. 304a. A falta de dinero, el sabio puede mostrarse mezquino (1)8óvos) en
sus enseñanzas (R. 337 d). De ahí el temor de Sócrates a parecer demasiado generoso a la vista de
los demás: Eurhphr. 3d-e.
59 Plt. 267e ss. dicho del rey-filósofo: Ovov élocpívov-res pupítov CíXXwv áp4terpryroúvTow.
6° Cf. Smp. 206a: " EITTLV dpa auXX08riv, 14511, ó pWÇ Toü TO dryaBóv dvai
61 F.R.475b: 011KODV ChLXÓCTOCI)OV Cr0<híag ChCJOIIEV éTTIOVIITITTIV 06 Tfig 1.1.111,
Tflg 8' oi5, dXXa Trcíang;
62 Cf. Ap. 29e; Prt. 319.
63 Ak. I 134c; Prt. 340e; R. 444, 445, 494d.
64 Tht. 197a ss.
65 Euthd. 274a.
66 Vid. n. 56.
67 Euthd. 280 ss.

117
FRANCISCO JAVIER RIVAS GIL

crates 68 , no podía confundirse con aquella acumulación de saberes y habilidades


a que, con tanta frecuencia, se reducía la sabiduría tradicional 69 . En efecto, la
grandeza de los bienes, como la de las virtudes —diría Platón en Leyes unas lí-
neas más arriba- 70 no consistía tanto en su posesión como en hacer participar de
ellos a los otros. De manera que, aunque era censurable escatimar y no compar-
tir voluntariamente los propios bienes en concepto de amistad, cada uno, en lu-
gar de menospreciarlos por causa de su mezquino dueño, debía intentar llegar a
poseerlos. También el saber —como tendremos ocasión de comprobar inmediata-
mente— estaba reñido en la mentalidad socrática con la posesión y el egoísmo. Y
en este terreno, a buen seguro, su philo-sophia haría valer todos sus derechos
frente a las reivindicaciones de cuantos creían ver perjudicados sus propios in-
tereses en la dirección de los asuntos humanos7'.

3.2. Discutir es compartir


La consecuencia inevitable de esta pose contestataria y reivindicativa era que
la posesión de la sabiduría en la que el crozkós basaba su superioridad, desem-
bocaba, por lo general, en una actitud egoísta y recelosa hacia todos los que po-
dían suponer una amenaza a su autoridad, ya fueran rivales en la profesión o sim-
ples particulares interesados en obtener algún provecho de su trato y enseñanzas.
Hasta ese extremo había conducido a la o-ochía la rivalidad y el tremendo afán
de imitación que despertaba, entre sus cultivadores, la posesión de una de las vir-
tudes del espíritu más estimadas y apetecibles en el mundo antiguo. Pero para
Platón semejante actitud respondía, además, a un grave problema de apreciación.
Y es que, esos cultivadores que se habían arrogado el título de aocS-ra-roi eran,
precisamente, los más ignorantes de los hombres y, por ello, los más celosos de-
fensores de su respetada, aunque en el fondo falsa, imagen pública. Por eso, el
cl)eóvog de los diálogos platónicos no sólo traducirá la risotada despectiva que el
croOç experimenta por el fracaso ajeno, sino muy especialmente la burla mez-
quina que los demás hacen de su lamentable ingenuidad".
Pero Oóvos entrañaba, ante todo, una faceta luctuosa: traducía el sentimiento
malsano de aflicción experimentado por el éxito ajeno", y, como tal, era des-

" Ibid. 288d.


Alc. 2 147a; Y no sólo por su práctica, sino porque, como es natural, el filósofo sólo aspira
a conocer la verdad que oculta una realidad tan abigarrada: R. 476d.
7 ° Lg. 730e ss.
71 Ph. 268c.
77 Departiendo con Protágoras en Phlb. 48 ss. sobre la naturaleza híbrida de cliElóvos y su re-
lación con la ignorancia, Sócrates distinguía tres formas básicas de falsa opinión en que se manifes-
taba el desconocimiento de uno mismo. De todas ellas —concluía— era la ignorancia relativa a los jui-
cios sobre la virtud personal, la que afectaba a mayor número de personas. Y para demostrar a Pro-
tágoras que ese falso concepto de uno mismo en lo espiritual era un mal de los que la envidia utilizaba
para su propio regocijo, le preguntaba: Tw cipé-r(1, 8 oti o-Mas rrépt -ró rrÁfieos rráv-rtas itv-
-rcxópévov itEaTóv épí8(av Solocrocli.ías écrri. tlicuSors; Sobre la respuesta maliciosa y burlesca
que encuentra la acKla, vid. La. 84c; Euthphr. c3.
73 Def. 416a: Xútrri érri. (hí.xwv ciya0oig.

118
EL AMOR A LA SABIDURÍA TAMBIÉN CONOCE CELOS (I)

tructivo en esencia. El envidioso sufría, nos recuerda Aristóteles 74 , no por la ca-


rencia de alguna cosa, sino por el hecho mismo de que otros la poseyeran. Y así,
en lugar de esforzarse por obtenerla él mismo —cosa que era propia de la vir-
tuosa emulación que representaba CriXos- 75 toda su atención estaba puesta en im-
pedir, por los medios más mezquinos, que otros la disfrutaran76.
No será, pues, difícil imaginar la importancia que, en los diálogos platóni-
cos, va a tener esta faceta destructiva de cpeóvoç aplicada a la polémica del sa-
ber. Para empezar, (513óvos- es un sentimiento que acompaña con frecuencia al so-
fista profesional en el desempeño de su arte, porque, bajo su influencia, los jó-
venes, con la esperanza de volverse mejores, abandonan a quienes los trataron
hasta entonces y se consagran por entero a un único preceptor77 . Pero tampoco
hace falta ser sofista para experimentarlo: en general, todo aquél que se distinga
por una especial sabiduría o incluso muestre la más mínima curiosidad por apren-
der, encuentra en el (peóvoç el natural rechazo de sus compatriotas al crecimiento
intelectual del prójimo 78 . Incluso la atópica figura de Sócrates —que tan lejos está
de sentir este tipo de envidia por nada o nadie- 79 es una víctima más de la mez-
quindad que reina en el mundo de la sophia s°. Pues, más que la posesión misma
de la sabiduría, cualquiera que ésta sea, lo que causa el rencor es la posibilidad
de que los conocimientos sean transmitidos a otros y cualquier individuo pueda
perfeccionarse a costa del magisterio ajeno s '. En ese sentido, una actitud tole-
rante", o incluso el interés de algunos en formar buenos ciudadanos llega a verse
como algo excepcional", toda vez que hasta los padres mismos aparecen con fre-
cuencia poniendo algún obstáculo a la educación de sus propios hijos".
Pero donde más significativamente se aprecian, sin duda, los estériles efec-
tos de esta envidia singular, es en el enrarecimiento de ese clima de participa-
ción y buen entendimiento que debe presidir, en buena lógica, toda conversación
o diálogo. No ya a la hora de revelar conocimientos o saberes propios, (donde
la reticencia sería esperable, según lo que venimos viendo)", sino incluso cuando
se trata de obedecer tan sólo la dinámica más elemental de preguntas y respues-
tas, 43,0óvos- puede convertirse en serio obstáculo a la comunicación 86 , o incluso
desencadenar un enfrentamiento allí donde se aspiraba a compartir puntos de

74 Rh. 1387b22 SS.


75 'bid. 1388' 3l SS.
76 Sobre la envidia en la consecución de la virtud, cf. Lg. 731a.
Prt. 316d-e; Hp.Ma. 282a.
78 Euthphr. 3c; Thg. 125a; La. I84c; Prt. 327a.
Ap. 33a.
89 Ap. 18d, 28a, 37d.
81 Euthphr. 3d; La. 200b; Euthd. 297b. Aunque esta capacidad de enseñar es precisamente lo
que, en opinión de Sócrates, caracteriza al sabio (cf. Alc.I. 118d).
82 Prt. 361e.
83 Hipparch. 228e.
84 Hp.Ma. 283e; Men. 93c.
85 Alc. 2 I47c; no hay envidia, en cambio, en la revelación a Solón en Ti. 23d.
Prt. 320b; R. 476e; 77. 23d; Lg. 64Id, 664a.

119
FRANCISCO JAVIER RIVAS GIL

vista 87 . De ahí la estricta aplicación que recibe, en el diálogo conducido de forma


verdaderamente filosófica, la divisa de tolerancia dialéctica que encontramos en
las cartas: CívEt, 4:,0óvtov épan-ño-tv Ka1 árroicplaEo-tv xpw[tbuiv 88 . Hasta tal punto
es consciente Platón del peligro que acecha a su filosofía dialógica desde esta
forma sofística del rencor, que la recurrente y estereotipada formulación que el
verbo itog óvEto conoce en sus diálogos en perífrasis exhortativas con verbos de
lengua, además de continuar siendo un modismo o una elección estilística con
larga tradición en la literatura griega desde Homero, parece conservar aún activo
un importante resto de su primitivo sentido específico. Así, una afirmación for-
mular tan corriente en los diálogos como la siguiente:
EL 8' 01511 a.XX1:1 171:1 SOKEi upós TaliTa 01)8EIS (1) 13óVOS' dp.(1)1411TíiCral
Ti,;) Xóyo. (Lg. 664a.)

o esta otra del Hipias menor:


'AXXet 81)Xov 8T1 O thOovVioEt écív TI atilTól) épkITC:(9, áTroxpívEa-
Oat. (Hp.Mi. 363c.)

sólo se entenderán cabalmente si se tienen en cuenta otros pasajes análogos donde


el sentido de (tioávEw es mucho más explícito. Como, por ejemplo, éste de Rep.
476e, donde a una posible objeción y reclamación de conocimiento verdadero
(Iripshto-Pro-fi) se responde indulgentemente:
TWVOCIVeóllEOGI Trctp' alToi,, Xé7OVTES' 659 EL TI 018EV OL:ZEIS CUL/TID 4)86VOS,
áXX etap.Evot etv ii80111EvEi..8óTct TI.

o esta cita de Eutidemo que complementa la de Hipias:


01:) yáp if1 dl/fig ép(üTC7)11, CYXEMV TI Eycl) ToDT' Eíí 618a, (1)901,(7)V 81(1K-
6.001.1W, ptij 818áb ilE El:Mí/81110g KE1110 TÓ Cr04)óV. (Euthd. 297d.)

Aunque, sin duda, el testimonio definitivo y más elocuente sobre el verda-


dero sentido de (heóvos en el diálogo platónico, nos lo brinda un pasaje de Re-
pública:
ti.XXá CraDTOD IVEKCI TÓ pEytaTov Trottl Tois Xóyovs, (1)0ovois pTiv oit8'
dXX4), Et Tíg TI 8151)OLITO ¿Uf ' CI.ÚT(.51, óvao-eat. (R. 528a.)

APÉNDICES

Apéndice 1: 4:fflóvos y crocla en Aristóteles. Según cuenta Aristóteles en Rh. 1387b


22, 03óvoç respondía, en líneas generales, a tres causas íntimamente relacionadas: pri-
mero, era imprescindible que existiese alguna similitud entre las dos partes implicadas que
propiciase la rivalidad y el enfrentamiento; en segundo lugar, este sentimiento afectaba a

Grg. 457d.
Ep. 34413.

120
EL AMOR A LA SABIDURÍA TAMBIÉN CONOCE CELOS (I)

quienes, por poseer una cualidad en grado máximo, siempre se mostrarían recelosos ante
la posibilidad de que alguien les escatimara algo de lo que, en su opinión, les pertenecía;
y, en tercer lugar, era consustancial también a la posesión de alguna distinción especial.
A la vista de lo dicho sobre la polémica del saber en las páginas precedentes, no nos ex-
traña que Aristóteles mencionase expresamente la Gubia entre los bienes más propensos
a provocar este tipo de sentimientos:
Kal 01 1111451.1EVOt é TÚ. TtVl SiackpóvTtos, Kat iletXlaTa éla 000.0 15 EDtSatilOVía. cal
01 (51XóT141.01 (58ovENS -rep01 TGiv tictaXoTíp.wv. cal oí 8olóa4oL • 4)1.XóT1[1.01. -yetp ¿T'a
aocbíq. real 8Xun ot </uXóSotoi TrEpí TI 4OóVE001 1TEpt TODTO. (Rh. 1387" 30-34)

Así expresado, 1) Bóvos era un afecto que —acorde con la fuerte proyección social del
problema de la virtud y la dicha en la Antigüedad— operaba para Aristóteles exclusiva-
mente en el ámbito de la 861a o la es decir, en el ámbito de los valores sanciona-
dos por la opinión pública y la estima social; lo que traducido al lenguaje de Platón, equi-
valía a decir el de la mera opinión respecto a las verdades absolutas, o, concretando aún
más, el de la sophia respecto a la philosophia (cf. R. 585c-e). No en vano, Móvog —nos
recuerda Aristóteles— era un sentimiento directamente motivado por las ideas de posesión
y éxito y, justamente, Platón no sólo había caracterizado repetidamente la sabiduría de sus
contemporáneos como una presuntuosa y falsa posesión del conocimiento, sino que ade-
más había concluido en Eutidemo que el tener éxito era un bien indisolublemente unido
al ejercicio del saber (Euthd. 280a). Pero es que, además, al presentarnos «divoç en es-
trecha relación con esos dos tipos humanos enfrentados por su afán de prestigio, como
eran los chiXóTipp t (de los que los Soóaochoi —no se pierda de vista— constituían una va-
riante específica en el terreno de la o-ocl)ia) y los cluXóSoloi, Aristóteles nos estaba remi-
tiendo casi literalmente, con su clasificación y, sobre todo, con su terminología, a la misma
oposición que, en clave epistemológica, encontramos expuesta en los diálogos de Platón.
En efecto, si en el caso de los clitXó8olot., es cierto que la oposición que en R. 475 ss. es-
tablece Platón entre los amantes del saber y los amigos de la opinión se centra preferen-
temente en el aspecto epistemológico, la inclusión aristotélica de los Solócrochoi bajo la
categoría genérica de chiXo-riúía, resume inequívocamente la importancia que, en el dis-
curso platónico, adoptaba la idea de la reputación y la fama como rasgo distintivo entre
la sophia tradicional y la nueva philosophia (cf. Phdr. 275b). Basta recordar las palabras
que Platón pone en boca de Protágoras a propósito de la disputa entre Pítaco y Simóni-
des (Prt. 343b), para comprobar que, desde sus orígenes, la chiXo-ripla había sido un fac-
tor decisivo en el carácter polemicista y agonal de aquella philosophia de viejo cuño que
Protágoras había introducido, profesionalizada, en Atenas del siglo V.
El testimonio de Aristóteles, corrobora, pues, en gran medida, esa imagen de cheóvog
por el saber que hemos tratado de reconstruir a partir de los textos platónicos. Pero ade-
más, al hacer de este sentimiento el nefasto complemento de cualquier aspiración o chiXíai
compartidas (como las que buscan el prestigio o la reputación, o incluso el apego a las
opiniones, como Platón lo entendería), Aristóteles va a señalarnos inequívocamente la otra
importante dimensión afectiva que la idea de cheóvos conocerá en el universo ideológico
de Platón: la de la rivalidad de los amantes del saber en torno al objeto de sus deseos:
¿Ud 81 Trpós. Toin ialTayúVlaTág Kat ciVTEpaaTág cal 8Xttlg TODS Tta, airrtliv
OLE[t¿vous. chiXoTtp.oDvTai, dvet-pol RáXio-Ta T0151- 019 CheOVEIV. (Rh. 1388 14.)

121
FRANCISCO JAVIER RIVAS GIL

Apéndice 2: Sofística y Filosofía en M. Heidegger. Partiendo de esta singular y re-


tórica perspectiva podríamos dar buena cuenta, por un lado, del pretendido conflicto sos-
tenido entre filósofos y quienes, como, sin ir más lejos, los propios oradores o rétores,
reivindicaban igualmente su ascendiente sobre el saber. "El entender —escribe M. Hei-
degger en su Introducción a la Filosofía (Madrid 1999) 29 ss.— necesita de un esfuerzo
particular y constante que de antemano ha de venir sostenido por una original inclinación
hacia las cosas. Esta inclinación, esta íntima amistad con las cosas es lo que se designa
como chiXía, una amistad que como toda amistad auténtica, por su propia esencia, pelea
por aquello que ama. Cuanto más el croOç es un entendido que, en una relación origi-
nalmente libre, en una relación de familiaridad y confianza con las cosas, pelea sin cesar
por la comprensión de ellas, tanto más se descubre como chiXóaochog". Pero, por otro, tam-
bién se explica así el carácter tan marcadamente sectario y polemicista que acabaría desa-
rrollando la escuela filosófica en época helenística, con la ocasional degeneración de la
reflexión filosófica en mera controversia dialéctica. Después de todo, el aparato dialéctico
y el entramado lógico que la filosofía antigua acabaría urdiendo tan minuciosamente para
dotar de fundamento y método a sus indagaciones, no tuvieron, en ocasiones, otra fun-
ción que la de apuntalar y defender el propio sistema doctrinal de los ataques de otras es-
cuelas y la de brindar al iniciado de un respaldo argumentativo suficiente para justificar
su adhesión a una nueva opción existencial. El riesgo inmediato que corría semejante ten-
dencia era el mismo que amenazaría a cualquier ciencia convertida en oficio: que, per-
dido el impulso emocional-intelectual primero, saberes y métodos consituyeran simple-
mente una técnica, pero no ya una vida intelectual. Líneas más abajo, el propio Heideg-
ger sentenciaría: "Y porque la filosofía tiene esta libre inclinación y representa por tanto
una libre posibilidad básica del existir, por eso precisamente corre el riesgo de ser malu-
sada y de pervertirse. La filosofía puede aparentar ser tal filosofía aunque no lo sea. Se
convierte entonces en apariencia y cobra entonces como apariencia su mayor poder y ca-
pacidad de seducción [...] y entonces el término crockcr-ri)g, a diferencia de (InXóaochog,
pasa a cobrar el significado de pseudofilósofo. Por consiguiente, donde hay filosofía tiene
que haber necesariamente sofística, no solamente en tiempos de Platón, sino en todo tiempo.
[...] Pero no es ni mucho menos que por un lado esté el filósofo y por otro el sofista,
sino porque la filosofía es esencialmente una posibilidad humana, es decir, finita, por eso
mismo se esconde en cada filósofo un sofista".

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