Vous êtes sur la page 1sur 18

El Asilo en la Historia

Edipo, rey de Tebas, solicita asilo a Teseo, rey de Atenas. Tras haber librado a
Tebas de la opresión de la Esfinge, Edipo había recibido como recompensa el trono
de la ciudad y por esposa a Yocasta, viuda de Layo, el rey anterior, muerto por un
desconocido. Yocasta y Edipo ignoraban que eran madre e hijo. Yocasta creía que
su hijo había muerto y Edipo se había criado fuera de Tebas sin conocer su origen.
Ambos gobiernan Tebas con sabiduría y Edipo es querido por su pueblo.

Sin embargo, la desgracia vuelve a azotar la ciudad y el oráculo vaticina que solo
podía salvarse cuando se castigue al asesino de Layo. Edipo ordena la investigación
y se entera entonces con horror que él mismo, en un incidente aislado y ya olvidado
en un camino, había dado muerte a su padre sin saber que lo era. Yocasta y Edipo
toman conciencia entonces de que han cometido incesto. Yocasta se ahorca y
Edipo, en una especie de autocastigo, se revienta los ojos. Ciego por su propia
mano, Edipo recibe la compasión y solidaridad de su pueblo. Pero tanto sus propios
hijos, Eteocles y Polinices, como Creonte su cuñado, ávidos de poder, le persiguen
y obligan al ciego Edipo a exiliarse de Tebas.

Así pues Edipo llega a Atenas y pide protección a Teseo. El propio rey Teseo ha
sido una especie de refugiado. Hijo único y extramatrimonial del rey Egeo ha debido
pasar su infancia y juventud en el extranjero para mejor protegerse de sus
enemigos. De allí su respuesta a Edipo, plena de simpatía y solidaridad. En las
inmortales estrofas de Sófocles, Teseo promete asilo a Edipo y lo trata como un
igual. Junto a sus dos hijas Edipo vivió en paz en Atenas y tuvo, al menos, el derecho
de una muerte digna.

El mito muestra cómo ya, en tiempos antiguos, era practicada la protección del
extranjero perseguido. Amenazado por su propia familia, Edipo obtiene protección
de Teseo. Este le autoriza a quedarse en Atenas e incluso más tarde impedirá el
secuestro de Edipo y sus hijas. Teseo hace de Atenas un santuario.

El asilo y el Santuario

La palabra asilo, de origen griego, está compuesta de la partícula privativa "a" y el


verbo "sylao", capturar, violentar, devastar. Textualmente significa "sin captura, sin
violencia, sin devastación".

Existían en la antigüedad zonas de asilo consideradas sacras cuyo territorio era


inviolable y donde no podía ejercerse la persecución. En la civilización azteca, todo
esclavo cuya condición se debiera a deudas o delito, podía recuperar su libertad si
alcanzaba a refugiarse en el Tecpan, el palacio real.
Solo su amo o los hijos del amo podían oponérsele y ningún otro tenía derecho a
impedir la acción de refugio del esclavo bajo pena de ser considerado él mismo
esclavo. En el Antiguo Testamento, se relata que Jehová ordena a Moisés que una
vez que el pueblo israelita se instale en la Tierra Prometida se funden seis ciudades
destinadas al refugio de los extranjeros inocentes perseguidos (Números 35:9-29).
La práctica todavía vigente del Santuario en las iglesias encuentra su causa en esta
antigua instrucción.

Los pueblos nómadas, creadores de la hospitalidad

Contrariamente a los pueblos sedentarios, que apenas lo mencionan, el asilo parece


nacer de las costumbres nómadas. Estos pueblos obligados o acostumbrados a
transitar lo aluden con asiduidad a través de la práctica de la hospitalidad, la acogida
de los "hombres de la tienda". Así, el poeta pre-islámico Urwa Ibn Al Ward decía
refiriéndose a su propia hospitalidad: "Mi lecho es el lecho del huésped, mi casa es
su casa, ni siquiera una bella velada me induce a distraerme de él. Lo entretengo
conversando porque incluso esto forma parte de la hospitalidad, aun sabiendo que
terminara cediendo al sumo".

Dos grandes pueblos, precisamente en su origen nómada, el musulmán y el judío,


contienen remarcables ejemplos de hospitalidad, práctica que es incorporada a sus
leyes.

La tradición hebrea

Abraham, a quien los judíos consideran como el padre de Israel y los musulmanes
como profeta, era nómada y conductor de su gente en el exilio. Es significativo que
la descendencia de Abraham, el pueblo israelita, se inicia con el nacimiento de
Isaac, hecho que está ligado a un acto de hospitalidad del propio Abraham.

Según relata el Génesis (Caps. 17-18-21), Dios había prometido larga descendencia
a Abraham pero éste no tenía hijos legítimos puesto que su mujer Sara era estéril y
ambos ya viejos. Un mediodía, estando sentado Abraham a la entrada de su tienda
de campaña, aparecen tres peregrinos requiriendo hospitalidad. Abraham los
atiende solícito. Les hace lavar los pies, les ofrece pan hecho de buena harina y
escoge el mejor de sus becerros para que se les prepare la comida.

Abraham no lo sabe pero en realidad sus huéspedes son el propio Dios y dos
ángeles que han asumido la forma humana. Al despedirse, Dios bendice a Abraham
prediciendo que el próximo año su mujer Sara le dará un hijo.
Teniendo en cuenta la edad de los esposos, la afirmación parece tan ridícula que la
propia Sara, que escucha la conversación escondida detrás de la tienda, se echa a
reír. Sin embargo, la promesa se cumple, Sara queda embarazada de Abraham y
da a luz a Isaac, iniciándose así la descendencia judía. El pueblo hebreo nace como
tal por este acto mítico de hospitalidad.

No es de extrañar pues, que la ley mosaica contenga diversos preceptos de


protección al extranjero, sea como asilo o como auspicio a la hospitalidad. Ya hemos
mencionado la institución del santuario con la creación de las seis ciudades- refugio.

Pero además hay varios otros ejemplos en el Antiguo Testamento: "No maltrates ni
oprimas al extranjero, porque también Vosotros fuisteis extranjeros en Egipto"
(Éxodo 22:20). "No oprimas al extranjero pues vosotros fuisteis extranjeros en
Egipto y ya sabéis lo que es vivir en otro país" (Éxodo 23:9). "No hagas sufrir al
extranjero que viva con Vosotros.

Tratadlo como a uno de vosotros; amadlo pues es como Vosotros. Además,


Vosotros fuisteis extranjeros en Egipto" (Levítico 19:33-34). Y aun otra, muy
importante porque se refiere a la extensión del principio del asilo a los esclavos que
hace recordar la práctica azteca: "Si un esclavo huye de su amo y pide a Vosotros
asilo, no lo entreguéis a su antiguo dueño. Dejadlo que se quede a vivir con Vosotros
en la ciudad que más le gusta y en el lugar que él escoja y nadie deberá molestarlo"
(Deuteronomio 23:16-17).

Estas leyes son formulabas por Moisés coincidiendo con la época del éxodo, una
suerte de pueblo en peregrinaje. El éxodo judío sirve entonces de contexto a una
bella elaboración del principio del asilo.

La tradición musulmana

También la era musulmana se inicia con otro exilio, la Hégira, punto de partida de la
verdadera propagación del Islam. Mahoma había nacido en la Meca y trabajaba
como pastor cuando recibió la revelación profética en el Monte Hira.

Su predicación, sin embargo, es considerada subversiva y ello obliga al profeta y


sus seguidores a refugiarse primeramente en Abisinia en el 615 y en una segunda
ocasión en Yathrib, luego llamada Medina. Y es en la fecha de comienzo de este
exilio, 15 de julio del 622 en el calendario occidental, que se inicia la era islámica.
Si bien Mahoma retornará a La Meca, Medina constituirá su hogar. Sus restos
reposan todavía hoy en la ciudad que le dio asilo.

La ética musulmana está impregnada de conceptos de solidaridad y generosidad.


No podía entonces estar ausente la defensa de la hospitalidad. En el cap. 8:72-75
del Corán, se expresa: "En verdad, aquellos que han emigrado y han combatido con
sus bienes y personas por la Fe, estos son amigos unos de los otros... Si se os pide
ayuda por causa de la Fe es deber vuestro ayudarles a menos que hayan combatido
con gentes a las cuales estáis ligados por alianzas. Aquellos que han creído y han
emigrado y han combatido por la Fe, y aquellos que les han dado asilo y asistencia,
estos son los verdaderos creyentes.

Allah mismo reconforta a Mahoma durante su exilio apelando a un ejemplo de


hospitalidad. Dice el Corán (93:3-11): "Tu Señor no lo abandona ni lo odia. La otra
vida será más bella que la primera... No lo ha encontrado huérfano y te dio reparo?
No te ha encontrado errante y te ha dado guía? No te encontró pobre y te ha dado
abundantes bienes? Entonces, no maltrates al huérfano. No rechaces al mendigo.

El asilo como imposición ética

Platón escribe en Las Leyes: "Toda falta cometida contra el huésped es una de las
más graves faltas que pueden cometerse contra una divinidad vengadora. El
extranjero, de hecho, aislado de sus compatriotas y su familia debe ser el objeto del
más grande amor de parte de los hombres y de los dioses. Por ello se deben adoptar
todas las precauciones para no cometer ninguna falta contra los extranjeros".

En Platón pues, la protección al extranjero se funda en el hecho de su indefensión.


Esta, a su vez, es consecuencia de su aislamiento (de compatriotas y familia). La
norma platónica resume en la justificación moral de protección al extranjero las
bases del asilo.

En otros textos, dichas bases se encuentran en el hecho de haber padecido el exilio


y, por consecuencia, la obligación de corresponderlo. Cuando Edipo pide asilo,
Teseo rememora: "Yo también crecí en tierra extraña". Moisés recuerda
permanentemente al pueblo hebreo que "vosotros también fuisteis extranjeros en
Egipto". En otras palabras, "fuisteis asilados, luego, debéis asilar". Es la
responsabilidad del nómada, el también peregrino. En la ética hebrea y musulmana
la hospitalidad se justifica porque Dios mismo ha prestado auxilio. Mahoma recuerda
que Allah te ha encontrado huérfano y te dio reparo". En los Salmos se lee: "El Señor
protege a los extranjeros" (146,9).

La tradición Cristiana

El Cristianismo parece avanzar todavía más. Haber asistido al extranjero es una


condición de Salvación. En la célebre escena del juicio Final (Mateo 25:31-46), Dios
llama a los salvos a su derecha y los bendice recordando: "...anduve como forastero
y me disteis alojamiento". Extrañados, los propios salvos preguntan al Señor cuando
le vieron en tal condición y Dios contesta: "Os aseguro que todo lo que hicisteis por
uno de estos hermanos míos más humildes, a Mi mismo lo hicisteis".

Cristo nace como extranjero sin techo, porque sus padres, que habían llegado a
Belén para un censo, no encuentran albergue y María se ve obligada a parir en un
pesebre. Además, la Familia Sacra es propiamente refugiada, puesto que debe huir
a Egipto buscando protección contra la persecución y matanza de Herodes.

En diversas ocasiones, el Nuevo Testamento considera a los mismos cristianos


como peregrinos en la tierra. San Pedro llama a los cristianos "extranjeros de paso
en este mundo" (1a S. Pedro 2:11).

Precisamente por esta condición Jesucristo les previene: "Vosotros no sois del
mundo, - se lee en Juan 15:19 - así como a Mi me han perseguido a vosotros os
perseguirán".

Es en el marco de Iglesia en peligro en el que se escribe el libro con el cual finaliza


el Nuevo Testamento: el Apocalipsis. Fue escrito por Juan de Patmos en una época,
bajo los Emperadores Domiziano y Nerón, en que la Iglesia Cristiana era perseguida
con violencia. Por un lado, era necesario fortalecer la fe de los creyentes, de ahí su
estilo heroico y victorioso. Por otro lado, debía recurrirse a un lenguaje casi
criptográfico a fin de que sólo fuera entendido por los iniciados. De ahí su variedad
de símbolos, alegorías y cifras que han inspirado profusamente el arte cristiano.
Este libro-visión que algunos han querido comparar a un drama sinfónico por el
modo en que se desarrolla, es el mismo una obra notable de la cultura del asilo.
LOS PUEBLOS DEL ASILO

Las minorías "atrapadas"

Los investigadores sociales suelen hablar de "Estado" al referirse a la unidad


jurídico-política de una sociedad, y de "Nación" cuando se hace mención a una
comunidad ligada por factores interpersonales (raza, historia, religión, cultura,
lengua) no necesariamente contenidos en el Estado. De hecho, una buena parte de
los Estados modernos son creaciones artificiales en el sentido que son producto de
coyunturas históricas o acuerdos arbitrarios que han dividido comunidades que, sin
embargo, mantienen su identidad ajena a las fronteras políticas. Los indios
"misquitos" a un lado y otro del Río Coco (frontera entre Honduras y Nicaragua)
constituyen un solo grupo étnico y para ellos el Río Coco es apenas un accidente
geográfico, un camino de circulación, pero no ciertamente una frontera. Los
beréberes se encuentran hoy en día diseminados en casi todo el Magreb y las
fronteras políticas no parecen haber perturbado su identidad cultural a pesar de tal
dispersión y de hablar cerca de cinco mil diversos dialectos. Y podríamos así
mencionar los armenios, vascos, eritreos y tantas otras comunidades que perviven
ignorantes de los territorios estatales.

Precisamente por el hecho de su diferenciación se les ha llamado "minorías" y aún


últimamente "minorías nacionales", quizás rememorando el contenido
esencialmente cultural de la voz "Nación". Pero el propio término "minoría" es
ambiguo y quizás peligroso. Se podría hablar, por ejemplo, de una minoría negra
discriminada en Sudáfrica cuando ella representa el 65% de la población?

Mantendremos, sin embargo, el término sólo para poder entendernos no creyendo


que esta sea la ocasión para proponer neologismos. En cambio, nos interesa
señalar que tales minorías se han encontrado muchas veces encerradas, de hecho
"atrapadas", por circunstancias históricas que han causado persecución y exilio. No
siempre es fácil juzgar estas circunstancias. Para cada caso de persecución
abundan justificaciones. Sin embargo, no se puede ignorar a la postre el sufrimiento
de pueblos enteros y entre estos, de los grupos más vulnerables: niños, mujeres y
ancianos, que son los que más han padecido aunque seguramente fueron los más
inocentes.

La intolerancia

La "trampa" puede ser el hecho de considerar que las creencias o costumbres de


tales minorías sean peligrosas para el orden establecido. Este fue el caso de los
Hugonotes o Reformados en Francia en los siglos XVI y XVII. La Reforma
Protestante, iniciada en Alemania en 1517, se extendió por toda Europa. Los
enfrentamientos religiosos fueron en particular virulentos en Francia durante el siglo
XVI, culminando en 1572 con la triste noche de San Bartolomé que inició las
masacres de reformados en todo el Reino.

Pero en 1598 el Edicto de Nantes promulgado por el Rey Enrique IV, protestante
convertido al catolicismo, reconoció la existencia de la religión reformada y
reglamento su culto. Este Edicto trajo la paz religiosa al reino. Sin embargo, el
desarrollo y crecimiento de las comunidades hugonotes durante el siglo siguiente
generaron nuevos enfrentamientos. Temiendo la desintegración del Reino, el 18 de
octubre de 1685 el Rey Luis XIV firmo la revocación del Edicto de Nantes que
desencadenó una nueva persecución contra los hugonotes. Cuesta creer que
algunos espíritus elevados de esa época como Bossuet, la Fontaine o Racine hayan
aprobado esa decisión, pero seguramente ello obedeció a las mencionadas
"circunstancias" sobre las cuales siempre habrá polémicas. El juicio de SaintSimón,
un cronista implacable, no es por cierto benévolo: "La revocación del Edicto de
Nantes - escribe - fue un complot execrable que despobló un cuarto del reino, que
arruinó su comercio, que autorizó los tormentos y suplicios en los cuales murieron
inocentes de ambos sexos por miles, que arruinó un pueblo numeroso, que desgarro
un mundo familiar".

Como consecuencia, cerca de doscientos cincuenta mil hugonotes franceses se


esparcieron por Europa pasando a Inglaterra, Holanda, Alemania o los cantones
protestantes suizos. Algunos siguieron el camino de ultramar hacia América del
Norte y otros partieron desde Holanda rumbo a Sudáfrica. En una escala más
modesta este hecho se repitió en Italia puesto que el Duque de Saboyá, Victorio
Amadeo 11, emitió un decreto similar en enero de 1686 que provocó la huida de
cerca de veinte mil valdenses hacia Suiza, particularmente en la región de Ginebra.
Pero la aplicación fue blanda y así años más tarde, con precisión en la noche del 27
de agosto de 1689, una parte de estos Valdenses emprendió el camino de retorno.
Este episodio, conocido como la "gloriosa repatriación", todavía se recuerda vivo en
la memoria de los valdenses.

En 1492 concluyo la reconquista de la Corona Española de los territorios que en la


península ocuparon los árabes por cerca de siete siglos. Como consecuencia de
este evento fue dispuesta la expulsión de judíos y moros.

Pueblos enteros emigraron. Los moros se dirigieron en especial hacia el norte de


África, los judíos, en cambio, escaparon hacia la Europa continental. No era la
primera vez que los judíos debían soportar la persecución y no ha sido
desgraciadamente la última. Acusados de crímenes diversos y más de una vez de
actividades económicas perniciosas (recuérdese que podían practicar el préstamo
con interés, actividad prohibida a los cristianos), los judíos sufrieron discriminación
o persecución en diversas partes de Europa.

Esta expulsión de España coincidió con el descubrimiento de América y la entrada


en la historia de este reino por haber auspiciado la expedición de Cristóbal Colón.
Un autorizado historiador español, Salvador de Madariaga, sostiene la polémica
tesis de que Colón era en realidad de familia judía catalana refugiada en Génova a
fines del siglo XIV como consecuencia de la persecución a los hebreos. Apoyado
en esa tesis Madariaga imagina a Colón, futuro glorioso descubridor de América, en
marcha hacia el puerto de Palos, encontrando a sus paisanos que recorrían el
mismo camino pero hacia el exilio. Suponiendo que así fuese, Génova habría sido
en su momento la generosa patria de asilo de la familia Colón.

Las fronteras que dividen

Desde ya la función de la frontera es dividir, separar. Es el modo tangible en que los


Estados contemporáneos expresan su identidad y ejercen su soberanía. Es cierto
también que en más de una oportunidad estas fronteras son producto de coyunturas
históricas muy variadas y por cierto sujetas a la arbitrariedad. Las fronteras han sido
entonces vehículo de separación de comunidades que han quedado ligadas por
acuerdos políticos en los que no han participado o bien no han sido tenidas en
cuenta.

En muchas ocasiones comunidades diversas se han mantenido en paz y armonía


con sus vecinos dentro de las mismas fronteras. En México existe un número
enorme de etnias y se han detectado cerca de setenta dialectos diferentes. No
obstante esta heterogeneidad, el país ha podido aglutinarse armoniosamente y sus
eventuales "minorías" se han adaptado a la organización política con relativo éxito.
En otros casos, en cambio, los acuerdos de fronteras han dividido artificialmente
comunidades. Algunas han aceptado con resignación estoica esta condición y han
persistido los rasgos de comunidad más allá de las fronteras sin provocar graves
fricciones políticas ni generar persecuciones. Los impertérritos flamencos continúan
hablando su lengua, común a la de sus vecinos holandeses, pero manteniendo su
condición de belgas de pura cepa. El problema se presenta cuando estas minorías
han quedado atrapadas en el círculo del acuerdo político y su identidad no ha sido
tolerada o se les ha obligado a una asimilación para la cual no estaban culturalmente
preparadas.

Reconozcamos que el modo de protesta frente a la constitución de la frontera


artificial ha sido muchas veces violento. Reconozcamos también que cada pueblo
trata, como las personas, de mantener su identidad y se defiende con todos los
medios a su alcance.
Los kurdos son un pueblo con una historia conocida cercana a los tres mil años. De
hecho, se trata de una variada mezcla de población probablemente descendiente
de los antiguos medas pero con presencias étnicas armenias y una cuota
significativa de sangre semita. Su lengua más difundida parece pertenecer a un
grupo iraní de la familia indo-europea principalmente canalizada en el kurmanyi
hablado en la región de Mosul y la kurda en el sur del territorio Kurdistán.
Originalmente nómadas, los kurdos se asentaron finalmente en un territorio que
abarca las actuales regiones fronterizas de Iraq, Irán, Siria, Turquía y del sudoeste
de la Unión Soviética.

Durante siglos el pueblo kurdo vivió sometido a la hegemonía de los imperios de la


región. Sin embargo, después de la Primera Guerra Mundial guardó razonables
esperanzas de lograr su independencia. Desafortunadamente para la comunidad
kurda esto no fue posible. La Conferencia de Lausanne, abierta el 13 noviembre de
1922, finalmente resolvió la subdivisión del territorio kurdo entre los países de la
región. La comunidad kurda quedo así esparcida con suerte diversa, a menudo
víctima de discriminación y persecución.

En marzo de 1992, inmediatamente después de terminada la llamada Guerra del


Golfo, se produjo un nuevo brote de violencia al norte de Iraq. Cerca de dos millones
de kurdos-iraquíes se desplazaron hacia las fronteras de los países vecinos, hacia
Irán, principalmente, y Turquía, donde quedaron atascados en las montañas
fronterizas. En el curso de pocas semanas se desplegó una operación de
excepcional emergencia para asistir a todos los nuevos refugiados. Sin embargo,
retornada la calma a la región y siguiendo acuerdos que brindaron garantías
precarias a la población, la situación se revertió. En menos de dos años retornaron
un 80% de los exiliados. El conflicto de fondo sigue sin resolverse.

Igualmente intrincado es el caso palestino, un pueblo que siempre ha vivido en una


región venerada por tres grandes religiones modernas. El último acto del drama
palestino está vinculado a una gran persecución de nuestro siglo, la de los judíos
en Europa durante los años 30 y 40. Después de la Segunda Guerra se generalizó
la idea, ya propuesta a principios de la década del 20, de buscar un "hogar hebreo"
precisamente asentado en las tierras en que transcurren los relatos bíblicos. La
instalación de una comunidad implicó el desplazamiento de otra, la palestina. Lo
que fue ligeramente considerado como un reacomodamiento de población, devino
una confrontación insoluble.

Un organismo especializado de Naciones Unidas, la UNRWA (Oficina de Socorro y


Trabajo de los Refugiados Palestinos en el Cercano Oriente) fue creada en 1950
con el exclusivo objeto de asistir a esta minoría. En el momento de escribir estas
líneas, se está asistiendo a un trabajoso proceso de paz, iniciado en 1991, que
permitiría a la población palestina tener una tierra propia. De tener éxito, se cumpliría
una etapa vital en la solución del problema de asilo de todo un pueblo.

Las invasiones

Las migraciones humanas, sean de pueblos enteros, o consecuencia de avanzadas


militares o comerciales, son un fenómeno largamente repetido en la historia. Son
pocas las civilizaciones que no tienen en su pasado un periodo épico de éxodo. Si
bien las conquistas han motivado muchos de estos movimientos, a veces es
simplemente la necesidad impuesta por las catástrofes naturales o humanas.

Aproximadamente a principios de la era cristiana los bantus, al parecer provenientes


de las sabanas de la actual Nigeria, iniciaron un formidable proceso migratorio hacia
el Sur del continente africano. Si bien las causas por las cuales una civilización tan
brillante como la Cultura Nok, emprendiera el exilio no están claras, parecería que
el problema de la superpoblación combinado con la inclemencia del terreno les
obligo a buscar tierras mejores. Para su largo viaje recurrieron a la vía fluvial,
principalmente los ríos Sangha, Ubangui y el curso inferior del Congo. Las
inmediaciones de la región de Kinshasa fue uno de sus emplazamientos en áreas
que hoy corresponden al Congo, Zaire y Angola.

En su proceso de ocupación desalojaron habitantes anteriores, entre ellos los


Pigmeos, una de las más antiguas etnias africanas, una parte de los cuales se vio
obligado a escapar hacia el Sur, más o menos a la actual Namibia. Otra parte se
refugió tierra adentro de la actual República Centroafricana, estableciéndose en los
altos del Sangha.

La República Centroafricana, ubicada en un territorio de paso continuo de


migrantes, constituye una de las zonas arqueológicas más ricas del mundo, signo
todavía persistente de las culturas que pasaron por ella, muchas de ellas refugiadas.
Los mismos bantus fueron también en su momento desalojados por los movimientos
de población provenientes del Sudán pero dejaron su marca en los pueblos del
África Occidental. Las primeras palabras del himno nacional centroafricano todavía
recuerdan el paso de aquella cultura ocupante y ocupada ("Oh Centroáfrica, Oh
cuna de bantus!").

En otro Continente, en América del Sur, la conquista del hombre blanco también dio
motivo a un exilio histórico. Cuando el conquistador Pizarro llegó al actual Perú,
sede del imperio inca, se encontró con una civilización evolucionada que dominaba
toda la región desde la Cordillera de los Andes y costas del Pacífico hasta el
Ecuador por el Norte y buena parte de Chile y Argentina por el Sur. Aprovechando
las luchas intestinas que en ese momento debilitaban el imperio y valiéndose de su
superioridad bélica, las tropas de Pizarro lograron desalojar al Inca. Manco Inca II
resistió astuta y heroicamente. Para ello busco refugio primero en el Cuzco, la
capital del Imperio, y luego en Machu Picchu. Machu Picchu se convierte entonces
en una especie de ciudad-refugio para los incas. Construida en la parte más
inaccesible de los Andes Centrales a más de dos mil metros de altura es
absolutamente invisible desde el pie de la montaña. Su único acceso es por el cauce
del Río Urubamba, pero aun por esta vía no se advierte la ciudad sino hasta último
momento. Machu Picchu es una joya arqueológica, secreta para la cultura
occidental hasta 1911, año en que fue descubierta por el explorador Hiram Bincha.
Es otro ejemplo asombroso de la cultura del asilo.

LOS HOMBRES Y MUJERES DEL ASILO

La historia de los pueblos es también la historia de los seres humanos. En todos


los tiempos, desde Eneas hasta el Imán Gomina, desde Toro Sentado hasta Lydia
Gueiler, primera mujer presidente de Bolivia, hombres y mujeres adoptaron la
terrible decisión de asilarse. Una especie de nueva personalidad va surgiendo de
este drama y no es extraño que el sufrimiento del exilio haya inspirado obras
artísticas y admirables reflexiones, producto de la experiencia del dolor y de los
nuevos lugares a los que son llevados en su exilio. Dice el escritor uruguayo Mario
Benedetti, él también asilado: "Así como la patria no es una bandera ni un himno,
sino la suma aproximada de nuestras infancias, nuestros cielos, nuestros amigos,
nuestros maestros, nuestros amores, nuestras calles, nuestras cocinas, nuestras
canciones, nuestros libros, nuestro lenguaje, nuestro sol, así también el paso (y
sobre todo el pueblo) que nos acoge nos va contagiando fervores, odios, hábitos,
palabras, gestos, paisajes, tradiciones, rebeldías y llega un momento (mas aun si el
exilio se prolonga) en que nos convertimos en un modesto empalme de culturas, de
presencias, de sueños".

En nombre pues de tantos millones de refugiados desconocidos, que no poseían la


inteligencia de Einstein o el genio político de Lenin, permítasenos recordar algunos
pocos, más bien famosos, que hoy han pasado a ser símbolos de sus pueblos o
emblemas de una civilización.

Algunos asumieron una conducta pública, una militancia en contra del orden
establecido que implicaba el riesgo de la persecución; otros, en cambio, son solo
víctimas pasivas de los hechos de otros, producto de la violencia o la intolerancia
que no buscaron y de las cuales no eran culpables.
Pero todos ellos pasaron por el sufrimiento del exilio, del camino hacia afuera, todos
ellos habrán recordado en más de un momento los cielos y el sol de su patria todos
ellos compartieron en alguna medida la presencia y los sueños de los países que
generosamente los acogieron.

El Dante y su Infierno

La Florencia de fines del siglo XIII estaba dividida entre güelfos (defensores del
Papa) y gibelinos (que sostenían el poder del Emperador).

Dante Alighieri, nacido en una familia de la clase media florentina, era aliado de los
güelfos pero adoptaron la línea de los "blancos", más moderados que los "negros".
En el año 1300. Dante fue elegido prior de la República. Pero su posición cambió
cuando los franceses entraron en Florencia con el apoyo de los "negros". Más de
seiscientos "blancos" debieron exiliarse. Dante fue acusado de corrupción, sus
bienes confiscados y él mismo condenado a ser quemado vivo en caso de tornar a
Florencia.

Comienza así un exilio que dura hasta el final de su vida y que lo lleva por tierras
de la Toscana, Lombardía y Romagna. Varios años más tarde, en 1315, Florencia
ofreció el retorno a los asilados a cambio de un acto de contrición. Dante se negó.
Muere en el exilio, en Ravena, en 1321. Su tumba se encuentra todavía hoy fuera
de su patria florentina, en la tierra del asilo.

De esta época del exilio procede lo más importante de su creación. La Divina


Comedia es su obra última, propia de un hombre que reflexiona sobre el camino
andado. Un tanto irónicamente Carlyle sugiere que si Dante se hubiera quedado en
Florencia, su carrera política hubiese impedido desarrollar su genio literario y
entonces el mundo jamás lo hubiera recordado: "Diez centurias mudas! -Exclama-
Diez centurias que nunca habrían leído La Divina Comedia!".

En el Infierno de esta obra, Dante califica los diversos delitos que conducen a la
perdición. Son nueve círculos subdivididos, a su vez, en graduación de órdenes. El
círculo más profundo, el reservado a los mas malvados corresponde a los traidores
y entre ellos están los que traicionan los deberes del asilo. Dante denomina este
repugnante nivel Tolomea, seguramente recordando al Rey de Egipto, Tolomeo,
que mandó matar a Pompeya, quien había buscado refugio ante él.
Las penurias del exilio son recordadas en el Paraíso. Allí se lee: "Tú abandonarás
Florencia. Serás forzado a abandonar todo lo que te es más querido. Esta es la
primera flecha del arco del exilio. Tú probaras el amargo pan del exilio y cuando es
duro caminar por las calles de atrás."Pero, recordando a quienes le ayudaron,
agrega benévolo: "Tu primer refugio y tu primer albergue será la cortesía del Gran
Lombardo". El poeta rinde así homenaje a la familia de la Scala que le había dado
hospitalidad y protección en Verona.

Como en tantas otras vidas, el sufrimiento da cauce al genio. La amarga vida del
Dante florece en una obra bella y rica. El asilado fue, en especial a través de La
Divina Comedia, también el creador de la lengua italiana escrita.

Sun Yat-Sen

Sun Yat-Sen (o Sun Wen) es considerado hoy en día como el padre fundador de la
República de China. Nacido en el seno de una familia campesina cerca de Cantón
en 1866 cuando ya el imperio de la dinastía Manchu estaba en decadencia, mostró
desde muy temprano su protesta contra un régimen que estaba desgarrando el país.
Se dice que a los dieciocho años derribó un ídolo del templo de su pueblo, hecho
gravísimo que podía incluso castigarse con la pena de muerte. Se refugió por
entonces en Hong Kong donde estudió medicina. Pero su corazón estaba atento a
la lucha política, lucha que comprometió toda su vida, a fin de liberar a su pueblo de
la opresión imperial.

Vuelto a Cantón, participa de revueltas que para su infortunio fracasan y debe


refugiarse, esta vez en Japón, desde 1895. Es entonces que se corta su trenza de
cabellos, peinado impuesto por los Manchús, y que se convertirá en el gesto
simbólico de la resistencia antimperial. Durante cerca de dieciséis años viaje
extensamente por el mundo buscando la solidaridad de las comunidades chinas en
el exterior. Incluso llegó a ser secuestrado por la legación de la China imperial en
Londres, aunque luego liberado en razón de la reacción pública de repudio.
Finalmente, en 1911, cae la dinastía Manchu y Sun Yat-Sen es electo presidente de
su país. Su éxito fue efímero puesto que un golpe militar le obliga a renunciar y se
ve precisado a refugiarse nuevamente en Japón entre 1913 y 1916. Vuelto a su
país, reorganiza su partido, el Kuomintang, según el modelo soviético aliándose con
el partido comunista chino. Pero su muerte relativamente temprana, el 12 de marzo
de 1925, debido a un cáncer generalizado, interrumpe esta etapa constructiva de su
carrera política. Este hombre llamado "la vanguardia de la revolución democrática
china", que salvo su vida gracias al refugio, tuvo, al menos, la fortuna de morir en
su propia tierra.

José Artigas

El General José Artigas, libertador del Uruguay, combatió no solo contra España
sino también contra argentinos y brasileños a fin de defender la independencia de
su país. Artigas nació el 19 de junio de 1764, cuando su país era todavía colonia.
Enrolado en el llamado cuerpo de Blandengues que custodiaba las fronteras
uruguayas, formo su carácter en las costumbres de los campesinos de su tierra y la
relación no siempre delicada con los contrabandistas. Su personalidad, calma y
sabia de un lado, apasionada y corajuda por otro, le dieron pronto la fama de
caudillo.

Ocurrido el levantamiento revolucionario en Buenos Aires en 1810, se plegó


rápidamente a los movimientos independentistas, participando en el asedio contra
los españoles en Montevideo y quedó finalmente a la cabeza del primer Gobierno
Nacional. Pero las ideas federalistas de Artigas bien pronto lo opusieron a las
tendencias centralistas de Buenos Aires y a las tendencias hegemónicas de los
portugueses todavía en Brasil. La incomprensión interna entre las Provincias
recientemente descolonizadas se fue agudizando y en 1820, al que llamaban el
"Protector de los Pueblos Libres" debió abandonar su patria y exiliarse en el
Paraguay.

Aun su primera época en el Paraguay fue difícil. Fue encarcelado. Pero el nuevo
Gobierno paraguayo encabezado por el Caudillo Carlos Antonio López le restauró
su bienestar en el país. Allí vivió Artigas hasta el fin de sus días.

Su modesta vivienda de tierra batida, techo de tejas y paredes de bambú con frente
a un gran parque todavía se conserva cerca de Asunción.

Con los años su propia patria, el Uruguay, cuya independencia había tanto
defendido, lo invita volver. Artigas se negó con gentileza: "Decid a aquellos que me
llaman que yo estoy muy reconocido de las gracias con las cuales se me honra.
Pero, no se puede pensar que vuelva ahora a mi patria. Solo pido el favor de quedar
en mi casa el resto de mi vida, que será seguramente breve en razón de mi
avanzada edad".
Su vida en el exilio fue modesta pero acompañada del respeto e incluso la
veneración de sus vecinos, la población guaraní le llamó Carai Guau (Gran Señor)
como signo de respeto. El tiempo y el destierro lo hicieron leyenda.

Los uruguayos le siguen considerando su prócer mayor y junto con Bolívar, Sucre,
San Martín, Morazán y otros, ha pasado a engrosar las filas de los héroes de la
independencia de América Latina.

León Trotski

Lev Davidovitch Bronstein es mejor conocido como León Trotski. De hecho, este
sobrenombre es producto de un ardid preparado al emprender su primer asilo hacia
Inglaterra. Detenido por su militancia política a los diecinueve años, el joven Trotski
fue deportado a Siberia. De allí escapa valiéndose de un nombre falso que con el
tiempo terminó siendo su "nom de guerre". En el exilio se encuentra con los que
luego serán famosos revolucionarios soviéticos, entre ellos Piekhanov y Lenin.
Volvió a su país en 1905 pero fue nuevamente detenido y exiliado en Tobolsk de
donde vuelve a escaparse, esta vez hacia Viena.

Su actividad política fue entonces intensísima. Debió soportar incluso una detención
en Francia. Pero en marzo de 1917 al conocer el levantamiento de San Petersburgo,
retorna. Aun esto le fue difícil. Las autoridades británicas lo detuvieron en el camino
y solo pudo ser liberado a petición del gobierno provisional ruso. Arribó por fin, poco
después de Lineen, otro exiliado que llegaba en retardo desde Suiza. Al producirse
la Revolución rusa de octubre es designado Comisario del Pueblo para las
Relaciones Exteriores y en tal condición negoció el tratado de Brest-Litovsk. Asumió
luego la responsabilidad de Comisario del pueblo para la guerra.

La muerte de Lenin, ocurrida en 1924, precipita la lucha por el poder, y un áspero


debate teórico y estratégico. La tesis de Trotski es, en sustancia, la defensa de la
internacionalización inmediata de la revolución frente a las concepciones del
"socialismo de un solo país", sostenidas en especial por Stalin.
Trotski pierde pronto sus puestos mayores y en noviembre de 1927 es excluido del
Partido Comunista. Exiliado en el Turquistán primero y después expulsado de la
Unión, empieza en 1929 su exilio definitivo. Pasa a Turquía, luego a Francia, mas
tarde a Noruega, por último a México. Todos estos cambios fueron provocados por
las presiones y amenazas que provenían de su propio Gobierno. "Nosotros vivíamos
en un planeta sin visa", dijo alguna vez. Sin visa, pero por muchas razones terribles
su hija Zina se suicidó en 1933, su hijo Liova cayó asesinado en París en 1937, sus
parientes en Rusia fueron alejados hacia el interior del país, ocho de sus asistentes
fueron asesinados en distintos países del exilio.

Fue la disposición del Gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas, con el sostén


público de los artistas Diego Rivera y Frida Kahlo, que permitió a Trotski, su mujer
y un nieto, hijo de Zina, refugiarse en la villa de Coyoacán, por entonces en las
afueras de la ciudad de México. En este lugar un desconocido, que pasó a la historia
bajo el nombre de Ramón Mercader y que había logrado penetrar en la intimidad
del círculo de Trotski, lo mató a golpes de pica mientras escribía en su propio
escritorio. La casa de Trotski, la del asilo y del crimen, aun se conserva en el
apacible barrio de Coyoacán. Su escritorio, sus libros, sus plumas, incluso sus
anteojos rotos se encuentran en el estado del día de su muerte en el exilio el 21 de
agosto de 1940.

La Sagrada Familia

La historia del exilio de José, María y su hijo Jesús es solo contada por el
Evangelista San Mateo y, curiosamente, no mencionada por los otros evangelios.
Después del nacimiento de Jesús, sabios de Oriente llegan a Jerusalén. La tradición
ha querido que fueran tres porque tres fueron las ofrendas presentadas (oro,
incienso y mirra) al Niño-Dios. En su ruta hacia Belén, los Sabios entrevistan al Rey
Herodes y le preguntan por el niño que acaba de nacer y que, según sus
predicciones será el Mesías, libertador del pueblo, o como dice la profecía el "nuevo
gobernante de Israel". Herodes, luego de verificar con sus consultores que estaba
profetizado que en Belén nacería el Mesías, les autoriza a seguir. Pero les invita a
informarle del acontecimiento. Según declara es para ir a adorarle pero su intención
íntima es eliminar a un futuro gobernante competidor y de paso evitar cualquier
subversión popular. Los sabios visitantes parten, encuentran a Jesús en el Pesebre
y le adoran.
Un sueño les advierte que no vuelvan a informar a Herodes. Regresan pues por otro
camino. Por un sueño también José es prevenido del peligro que se cierne sobre su
familia. Los tres, entonces, escapan a Egipto buscando refugio. Sus temores
estaban justificados, Herodes se da cuenta que ha sido engañado y entonces,
intentando en vano asesinar al Mesías, hace matar a todos los niños menores de
dos años que vivían en Belén.

De hecho, los exilios de la Sagrada Familia fueron dos. El primero, el ya relatado en


Egipto donde permaneció hasta la muerte de Herodes. El segundo se produce
inmediatamente después de su vuelta en Palestina. En Judea gobernaba el hijo de
Herodes, Arquelao, también muy temido. Ello obliga a José a emigrar a Nazaret,
país donde se asentó finalmente la familia. Jesús será conocido como "Jesús de
Nazaret", su tierra de asilo.

Anna y Sigmund Freud

Si bien Freud y toda su familia eran judíos, en marzo de 1937, fecha en que Hitler
anexa Austria, el motivo más preocupante de persecución era diverso.

Para ese entonces Freud tenía ochenta años y sus obras sobre el psicoanálisis
habían ya evolucionado la psicología clásica. Precisamente por estas
investigaciones Freud era no solo conocido sino discutido. Su pensamiento era
considerado pernicioso para el nazismo. El 10 de mayo de 1933, se habían
quemado públicamente libros en las plazas y ciudades universitarias alemanas y
entre ellas las obras de Freud, pero también las del poeta Heinrich Heine, de Hugo
Preuss, padre de la Constitución de Weimar, Franz Kafka, Thomas Mann y Albert
Einstein. El comentario de Freud dirigido a su amigo y luego biógrafo Ernest Jones
fue entonces sarcástico: "Qué progresos estamos haciendo! En la Edad Media me
habrían quemado a mí, hoy en día se contentan con quemar mis libros".

Freud se había negado enfáticamente a abandonar Austria. Desde mucho antes de


la anexión recibió invitaciones para buscar refugio fuera del país y hasta su antiguo
enemigo en la teoría, Carl Jung, le habría ofrecido asilo en Suiza. A todas estas
"invitaciones" dijo siempre que no. Según Jones, sería el mismo el que logró
convencerlo cuando, al contestar a Freud, quien consideraba el exilio como una
deserción", recurrió al ejemplo de Lightoller, segundo oficial del Titanic. Se preguntó
a Lightoller por que había abandonado la nave y él respondió: "Nunca dejé la nave,
ella me dejó a mi". Pero seguramente el hecho decisivo fue la detención de Anna
Freud, su hija, enfermera y ya entonces su continuadora en el pensamiento, en
particular en el campo de la psicología infantil.

Anna fue liberada pero ya no había caso. El hogar de los Freud había sido allanado
dos veces y sus obras quemadas, la imprenta de ediciones psicoanalíticas
clausurada; los otros hijos de Freud ya vivían en el extranjero.
El 4 de junio de 1937, teniendo Freud ochenta y un años, junto con su esposa y su
hija Anna abandona Viena. Como dice su biógrafo Peter Gay: "Nunca hubiera
soñado que iba a terminar su vida en Londres como exiliado".

Freud pasó los dos últimos años de su vida en el exilio con la misma intensidad
creativa de siempre. Publicó Moisés y el Monoteísmo y escribió el Esquema del
Psicoanálisis, su obra póstuma, quizás su testamento. Anna no solo lo acompañó y
atendió, también lo representó varias veces leyendo sus trabajos en congresos de
especialistas. Pero Freud sabía que se estaba muriendo: un penoso cáncer en la
mandíbula lo afligía desde hacía años. Prosiguió trabajando hasta pocos días antes
de su muerte. Solo el primero de agosto de 1939, con sus ochenta y tres años
encima, decidió clausurar la atención médica a pacientes.

Murió en la madrugada del 23 de septiembre. Como su arquetipo, Edipo, tuvo al


menos en el exilio el derecho a una muerte digna. También como Antígona, Anna
acompañó a su padre hasta ese último supremo momento.

Vous aimerez peut-être aussi