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1. Parte de la información que se le ha dado en sus cursos en la escuela no es verdadera.

¿Cómo
empezarías a demostrarte a ti mismo que toda ella no es falsa?
2. Supongamos que un amigo te desafiara, “¿Cómo sabes que 2+2=4?” ¿Cómo responderías?
3. Supongamos que otro amigo, de un humor provocativo, te preguntara cómo sabes que no estás
soñando en este momento. ¿Qué dirías? ¿Cómo te probarías a ti mismo que esto es no es verdad?
4. ¿Pensar racionalmente siempre es la mejor manera de pensar? ¿Las respuestas científicas son
siempre las más verdaderas?

¿Qué es verdadero?. Una definición pobre y quizás circular podría ser que decir algo verdadero
es decir algo que exprese la realidad tal como es. Decir cómo son las cosas verdaderamente no
puede ser una cuestión de opinión. Las opiniones, las diversas opiniones son siempre respecto a
algo y en última instancias tienen que ver con algo, con el mundo debido a que estas diversas
opiniones tienen que ver con algo, a saber, el mundo. Y por ende es razonable preguntar si esas
opiniones representan o no la forma en que realmente es el mundo. Y aquí nos encontramos con
un problema general, más allá de la visión general del mundo (metafísica) que tengamos, ¿Qué
significa que un conjunto de creencias u opiniones sea verdadero? ¿Cómo sabremos cuando
nuestras creencias son verdaderas? A veces esto parece ser obvio (evidente por sí mismo). ¿Pero
qué sucede si lo "obvio" no siempre es así? Estas preguntas son la base de la disciplina llamada
epistemología o gnoseología, o más simple: teoría del conocimiento o el problema del
conocimiento.
La pregunta “¿Qué hace verdaderas a nuestras creencias u opiniones?” tiene una respuesta
tentadora y fácil: una creencia es verdadera si y solo si corresponde a los hechos. Por lo tanto, mi
creencia de que tengo 100 pesos en mi bolsillo es verdadera si y solo si en realidad hay 100 pesos
en mi bolsillo. Mi creencia de que River ganará la copa es cierta si y solo si, de hecho, River gana
la copa. La creencia del astrónomo Galileo de que Júpiter tiene cuatro lunas es verdadera si y solo
si, de hecho, Júpiter tiene cuatro lunas, y así sucesivamente. Una creencia es verdadera si
corresponde a los hechos. Pero eso resulta que no nos ayuda demasiado.
Primero, considere las declaraciones “2 x 5 = 10” y “La raíz cúbica de 64 es 4” ¿son estas
declaraciones verdaderas si y solo si corresponden a los hechos? ¿qué hechos? Por supuesto,
podría decir que si hubiera 2 series de 5 cosas en el mundo, entonces sumarían un total de 10
cosas (si tengo aquí dos conjuntos de 5 manzanas, en total tendría 10 manzanas, por ejemplo).
Pero aunque no haya tales series, "2 x 5 =10" parece ser cierto incluso si no hay hechos en el
mundo para que la declaración corresponda. Por lo tanto, presumiblemente, hay declaraciones
verdaderas que no (o no necesitan) corresponden a ningún hecho.
Segundo, considere el estado de una gran cantidad de declaraciones de "sentido común". Por
ejemplo, decimos que el sol sale cuando la astronomía desde muy temprano nos enseña que el Sol
no se mueve sino que es la Tierra la que lo hace. Otro ejemplo, solemos creer que una persona
que viaje 10 veces en avión durante un año tiene más probabilidad de un accidente aéreo que otra
persona que viaje sólo una. Otro ejemplo, se dice que utilizamos sólo el 10% del cerebro (mito
de la neurociencia). ¿Cómo sabemos que lo que creemos como una cuestión de sentido común
está justificado de hecho y no solo un conjunto de falsedades plausibles que se han transmitido
de manera acrítica de persona a persona, de generación en generación?
En tercer lugar, compare declaraciones como “Aquí hay una taza de café sobre la mesa”, que es
el informe de una percepción inmediata y particular, y la ley natural en la ciencia de que "Hay
gravedad entre dos masas". Al parecer, ambas declaraciones son basadas en la experiencia, pero
el último obviamente implica un proceso de confirmación mucho más complicado que el anterior.
Entre las dos afirmaciones hay muchas generalizaciones basadas en la experiencia (hipótesis)
formuladas y confirmadas por un argumento inductivo, como "El agua hierve a los 100ºC" y "Los
gatos huyen cuando se pone un pastor alemán frente a ellos". ¿Pero todas las afirmaciones en la
ciencia deben ser confirmadas por la experiencia? ¿Podría ser que dos teorías muy generales no
tengan observación o experimento que pueda distinguir entre ellas y verificar una mientras refuta
la otra? ¿Y qué hay de las verdades religiosas: no solo "Dios existe" sino afirmaciones como
"Moisés dividió las aguas del Mar Rojo con la ayuda de Dios"? ¿Son estas ciertas porque
"corresponden a los hechos"? ¿pueden ser verificados en algún sentido? ¿O hay un tipo de verdad
que depende de la fe y es muy diferente de la verdad científica?
Por último, ¿qué pasa con las verdades o los lugares comunes muy generales, como "Todo pasa"
y "Los niños serán niños"? Las tautologías son verdaderas (de hecho, necesariamente
verdaderas), aunque no parecen decirnos nada sobre el mundo (por ejemplo, o mañana llueve o
mañana no llueve [hacer tabla]; o los solteros son no casados; ). ¿Y qué vamos a hacer con esas
grandes declaraciones pronunciadas por los filósofos: "Son las formas lo más real" y "Hay una
sola sustancia"? ¿Son ciertas o no? ¿Alguno de ellos es cierto? ¿Cómo podemos saberlo? ¿De qué
depende en última instancia nuestro conocimiento de tales asuntos? ¿Qué es la verdad y cómo lo
sabremos cuando (o si) la encontremos?
Dos tipos de verdad. Las afirmaciones verdaderas (o, simplemente, la verdad) podrían dividirse
en dos categorías separadas: (1) verdaderas por los hechos y (2) verdaderas por el
razonamiento. Ejemplos de la primera sería la verdadera afirmación de que no hay nada en mi
bolsillo, la verdadera afirmación de que Suiza no ha luchado en una guerra en este siglo y la
verdadera afirmación de que el agua hierve a 100 ° C. Ejemplos de la segunda, sería la verdadera
afirmación de que "2 + 2 = 4", la verdadera afirmación de que "A + B = B + A", y la verdadera
afirmación de que "Ningún soltero está casado". Estas "verdades de la razón" se llaman verdades
necesarias porque no hay posibilidad de que sean falsas.
Verdad empírica. Una afirmación que es verdadera debido a los hechos se llama verdad
empírica, es decir, verdadera debido a la experiencia. (La palabra empírico significa que tiene que
ver con la experiencia.). Las verdades empíricas pueden ser conocidas como verdaderas solo
cuando hemos visto el mundo. (Por supuesto, no siempre lo hacemos nosotros mismos; la mayor
parte de nuestro conocimiento empírico depende de las observaciones y los experimentos
realizados por otras personas. Tomamos su palabra.). Por ejemplo, la afirmación “Boca le ganó a
River” sólo podemos decir que es verdadera si observamos el partido y Boca le gana a River (es
decir miramos el mundo) o si no pudimos ver el partido, consultando a alguien que lo hizo (un
amigo, un diario, la televisión, etc.). Debido a que una verdad empírica sólo puede conocerse
observando los hechos del mundo, una afirmación como “Hay árboles en este colegio” o “Boca
ganó a River” podrían ser o bien falsos o bien verdaderas. Los filósofos se refieren a esto como
contingencia; las verdades empíricas son contingentes, esto quiere decir que “Hay árboles en este
colegio” puede ser verdadera ahora pero también puede ser falsa (por ejemplo, si vamos ahora y
cortamos los árboles). El asunto es que podemos imaginar cómo sería de otra manera; Si alguien
cortara los árboles que hay, entonces la afirmación se volvería falsa, pero solo de forma
contingente, ya que algún día podría plantarse otra vez árboles. Como regla general en filosofía,
todas las afirmaciones empíricas son, si son verdaderas, solo contingentemente verdaderas.
Verdad necesaria. Una afirmación que es verdadera debido a la razón, por otro lado, es
necesariamente verdadera; es una verdad necesaria. Necesario es lo contrario de contingente:
siempre podemos imaginar lo que sería si una verdad contingente no fuera verdadera (o una
falsedad contingente no fuera falsa). Ni siquiera podemos darle sentido a la sugerencia de que una
verdad necesaria podría no ser verdadera (o que una falsedad necesaria podría no ser falsa). “2 +
2 = 4” es una verdad necesaria, ya que no podemos imaginar, sin importar qué tan imaginativos
seamos, qué circunstancias pueden hacer que esa afirmación sea falsa. Por ejemplo, la falsedad
necesaria "1 + 1 = 1" no se puede imaginar como verdadera bajo ninguna circunstancia. Se puede
decir que las verdades necesarias son verdaderas, en consecuencia, antes de la experiencia; o (en
latín) a priori mientras que las verdades empíricas son a posteriori (después de la experiencia).
[Es importante señalar nuevamente que a priori no significa "antes" en el sentido de
temporalmente "antes de cualquier experiencia", es decir, no significa que supiéramos estas cosas
antes de que naciéramos. Algunos filósofos sí creen que hay ideas innatas (con las que nacemos).
Sin embargo, debemos llegar a reconocer estas verdades después de haber aprendido un idioma
y, presumiblemente, hemos adquirido una considerable sofisticación intelectual.]
Siempre que nos limitemos a un número limitado de ejemplos estándar (afirmación de “hay 100
pesos en mi bolsillo” o la afirmación de que “2 + 2 = 4”) la distinción entre verdades empíricas y
contingentes, por un lado, y lo que algunos filósofos llaman "verdades de la razón" o verdad
necesaria, por otro lado, parece suficientemente claro. Sin embargo, la distinción se vuelve
extremadamente problemática cuando tratamos de considerar el estado de las cuestiones
científicas y filosóficas. ¿Dios existe? ¿Qué es la realidad? ¿Hay un significado para la vida
humana? ¿las Leyes de la Física son verdades empíricas o verdades necesarias? ¿Son las
respuestas a estas preguntas verdades empíricas o necesarias, y debemos apelar a nuestra
experiencia o razón (o ambas, o ninguna) para responderlas?
Creer en la existencia de Dios, por ejemplo, parece ser una creencia en un hecho; muchos filósofos
han argumentado que la existencia de Dios es el hecho final, máximo. Pero supongamos que
imaginamos una discusión entre un teísta (que cree en la existencia de Dios) y un ateo (que no lo
hace). ¿Qué hechos puede mostrar el teísta al ateo que obligaría al ateo a creer en Dios? El teísta
puede mostrar al ateo uno de los muchos pasajes de la Biblia en los que se afirma con fuerza la
existencia de Dios; pero, por supuesto, el ateo no aceptará esto como evidencia porque un ateo no
cree que la mayor parte de la Biblia sea verdadera. Unos cuantos teístas pueden incluso afirmar
que tienen evidencia directa de la existencia de Dios porque él realmente ha hablado o se les ha
presentado. Pero, nuevamente, el ateo no pensará nada de esta supuesta evidencia porque
descartará tales experiencias como meras ilusiones. El teísta menciona los milagros que se han
registrado en la historia como evidencia de la presencia de Dios en la tierra; el ateo los descarta
como accidentes o como sucesos aún no explicados (pero no inexplicables). El teísta señala la
complejidad del mundo (a modo de argumento por diseño) como evidencia de que debe haber un
Dios para crear tal obra maestra; el ateo insiste en que todo es una casualidad, y, de todos modos,
el mundo no es una "obra maestra" después de todo. Todo depende de cómo se mire.

La inutilidad de este debate nos muestra que creer en Dios no es simplemente una cuestión de
aceptar los hechos, sino algo más. ¿Qué más? La "fe" es una respuesta tradicional, pero la fe no
es tanto una afirmación de saber la verdad como una cuestión de confianza de que lo que uno
cree es verdad. Sin embargo, se ha argumentado que creer en la existencia de Dios es
perfectamente racional y demostrable, no como un hecho sino mediante un razonamiento
abstracto. (Ver unidad). Si tal argumento es exitoso, entonces "Dios existe" es una verdad
necesaria.
Considere de la misma manera una declaración sobre el significado de la vida: si la vida es
significativa o no y cuál podría ser ese significado. Supongamos que un amigo tuyo insiste, sin
entrar en detalles, en que la vida humana es significativa. ¿Qué hechos hacen esto verdad? Tu
amigo señala los placeres del amor, las alegrías del conocimiento, la emoción de esquiar, las
delicias de una buena copa de vino frente a una chimenea. "La vida es buena", concluye tu amigo,
como si lo hubiera probado. Pero tú, que crees que la vida es absurda, no estás de acuerdo. "El
amor nunca dura", insistes; estadísticamente, al menos, ciertamente tienes razón. Señala la
inutilidad del conocimiento, el número de piernas rotas entre los esquiadores, el costo del vino y
la leña decentes. Repasamos los hechos más crudos de la historia humana, las atrocidades de la
guerra y las crueldades y los callejones sin salida, incluso en aquellas sociedades que vivían bajo
la ilusión de que la vida “mejoraba todo el tiempo”. Señala las tragedias de la vida. Y, en cualquier
caso, lo corta que es la vida. Usted concluye: "La vida no es buena". Cada uno tiene los hechos
de su lado. ¿Quién tiene razón? Está claro que los hechos no nos lo dirán. En otras palabras, lo
que importa son la interpretación de los hechos, no los hechos en sí mismos.
Finalmente, considere la afirmación de que lo más real son las Formas de Platón, no las cosas y
los hechos de la experiencia cotidiana. Si esto es cierto, ¿es cierto porque la declaración
corresponde a los hechos? No, porque la teoría misma dice que los hechos de nuestra experiencia
no son la base de la verdad. ¿Podría decir que esta teoría, a su vez, corresponde o no a los hechos?
Si lo haces, entonces generas una paradoja, a saber, que la teoría es verdadera porque corresponde
a los hechos que niega que sean la base de la verdad. Una vez más, podemos ver que esta
afirmación filosófica, si es verdadera, debe ser verdadera de tal manera que los hechos no sean la
consideración central.
Tal vez, la afirmación es defendible a través del pensamiento puro y sin tener en cuenta si los
hechos aparentes del mundo lo apoyan. ¿Son todas las verdades filosóficas verdades necesarias,
el producto del razonamiento? ¿Puede la razón cumplir con una promesa tan enorme? Algunos
filósofos ciertamente lo han pensado; otros tantos lo han negado. Pero casi todos pensaron que si
había una respuesta a cualquier pregunta filosófica (o cualquier otra pregunta de conocimiento),
tendría que ser una verdad empírica basada en la experiencia o una verdad a priori que fuera a la
vez producto de la razón. Una cosa es decir que una afirmación es verdadera o falsa y otra cosa
es decir qué tipo de verdad es y cómo sabríamos que es así. Una definición tradicional de
conocimiento es: un conocimiento es una creencia verdadera justificada. La verdad es solo una
de las condiciones necesarias del conocimiento. También es necesario creer en ella y poder
justificar nuestra creencia. Y es el intento de justificar las creencias filosóficas que ha dado lugar
a tal vez la mayor división en la filosofía moderna.
Racionalismo y empirismo. En los últimos siglos, dos
escuelas de filosofía han llegado a dominar gran parte de la
discusión de estas preguntas sobre el tipo de verdad que se
encuentra en la filosofía. Por lo general se les da los nombres
de racionalismo y empirismo. Los nombres solos deben darle
una buena indicación de las posiciones que representan.

El racionalismo es una designación amplia para una variedad


de teorías, todas las cuales tienen en común la confianza de
que la razón humana puede proporcionar las respuestas finales
a las preguntas filosóficas más básicas y esenciales. Además,
todas estas respuestas serán verdades necesarias. Los grandes racionalistas en los tiempos
modernos incluyen a los filósofos Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant y Hegel; en la antigüedad y
en la época medieval, la mayoría de los grandes filósofos eran racionalistas. Todos creyeron, de
una u otra manera, que el razonamiento filosófico puede darnos las respuestas, y que estas
respuestas son todas verdades necesarias y se encuentran en nuestros procesos de pensamiento
mismos, ya sean inspiradas por Dios, provistas por las “Formas”, construidas en la estructura de
nuestras mentes, o innatas en nuestros cerebros. La experiencia podría proporcionar algo del
material para nuestro pensamiento, así como algunas pistas y quizás el desencadenante de la
respuesta, pero la experiencia no puede, por sí misma, enseñarnos nada en absoluto. La verdad no
está sujeta a las vicisitudes de la experiencia.
El empirismo, por otro lado, es un método filosófico que rechaza esta concepción de ideas innatas
e insiste, en palabras de John Locke, en que “todo el conocimiento proviene de la experiencia”.
Según Locke, la mente humana al nacer es un tabula rasa, en la que la experiencia escribe los
principios generales así como los detalles de todos nuestros conocimientos. Los empiristas
todavía creen en la razón, por supuesto, especialmente en las actividades bien definidas de cálculo
y lógica, como en las matemáticas, por ejemplo.
Los racionalistas, por otro lado, tampoco rechazan el testimonio de los sentidos, pero insisten en
que la observación y el experimento, en resumen, la experiencia, no pueden darnos verdades
filosóficas. Tanto los racionalistas como los empiristas estarían de acuerdo en que la pregunta
“¿Cuánto dinero hay en mi bolsillo?” Debe responderse solo por apelación a la experiencia, y que
la afirmación "Si A es una B y todas las B son C, entonces A es a C ” es una verdad necesaria en
virtud de la razón. De lo que no están de acuerdo es cómo las cuestiones fundamentales de la
filosofía deben ser respondidas y si pueden ser respondidas.
Los racionalistas creen que se les puede responder y responder con certeza, es decir, como
verdades necesarias. En general, los empiristas creen que, si se les puede responder, tendrán que
ser respondidos ya sea como declaraciones triviales sobre el significado de nuestras palabras (por
ejemplo, la palabra realidad simplemente significa "lo que es material y sensible"). Porque, para
los empiristas, todo el conocimiento se basa en la experiencia (y los argumentos inductivos), el
conocimiento es (en el mejor de los casos) altamente probable y no es seguro. No es sorprendente
que muchos empiristas hayan argumentado que algunas de las grandes cuestiones de la filosofía
no pueden responderse, y gran parte del empirismo ha sido una reexaminación de las preguntas
en sí mismas, un intento de demostrar que no pueden responderse. Uno de los principales puntos
de debate entre los racionalistas y los empiristas, tanto en el siglo XVII como en el presente [por
ejemplo, en el debate entre el lingüista Noam Chomsky, quien sostiene que tenemos una aptitud
innata para el lenguaje, y empiristas contemporáneos como Nelson Goodman], se refiere a la
existencia de ideas innatas. Ya hemos visto que las ideas innatas son aquellas que están en
nosotros desde que nacemos, pero esto no significa (lo que sería absurdo) que los bebés recién
nacidos ya "saben" que 2 + 2 = 4. En pocas palabras, los racionalistas generalmente aceptan la
idea de ideas innatas; Los empiristas suelen rechazarlo.
El problema aquí es que todo nuestro conocimiento no consiste en percepciones individuales
("Aquí hay una taza de café"), sino que se basa en afirmaciones universales como "Cada acción
tiene una reacción igual y opuesta" o “todos los metales se dilatan por el calor”. ¿Cómo sucede
qque pasamos de percepciones individuales de nuestra experiencia a afirmaciones universales
como las Leyes de la Naturaleza? Los racionalistas insisten en que es solo a través de algunas
ideas innatas o intuiciones racionales que esto es posible, y que las verdades más necesarias sobre
el mundo (las afirmaciones de las matemáticas) no pueden basarse en la experiencia, sino que
deben basarse en ideas innatas. .
Las presuposiciones del conocimiento. Hemos visto que hay dos tipos de verdad; También
hemos visto que no está del todo claro qué clase de verdad (si la hay) encontraremos en la
filosofía. Pero en este punto de nuestra discusión, también debemos señalar que otros principios
comparten este estado problemático con preguntas tan grandes como la existencia de Dios, el
significado de la vida y la naturaleza de la realidad. A diferencia de las grandes cuestiones de la
filosofía, estos principios no suelen considerarse un tema de debate; rara vez, si acaso, se sugiere
que se trate de una mera opinión o fe. Son las presuposiciones de nuestro pensamiento, sin las
cuales no podríamos creer nada, no saber nada, no pensar nada más. Por ejemplo, la creencia
filosófica básica de que el mundo existe es la presuposición de cualquier cosa que cualquier
científico quiera decir sobre el mundo. Se presupone, también, en nuestras declaraciones más
ordinarias, como "Debemos pintar la puerta de la casa de verde en lugar de rojo", porque eso
presupone que hay una puerta, una casa, pintura y el mundo. De manera similar, uno de los
principios filosóficos que ha sido discutido y debatido durante mucho tiempo es el principio de
que todo lo que sucede tiene una causa (a veces llamado el principio de causalidad universal). No
podemos imaginar la química sin este principio, de hecho, y no podemos imaginar incluso los
acontecimientos más cotidianos sin ella. Considere lo que pensaría de un mecánico que dijera
cuando su auto no arranca: "Nada está mal: este es uno de esos eventos sin una causa". No
cuestionaría el principio de que todo lo que sucede tiene una causa irías a otro mecánico.
En momentos de incertidumbre, la mayoría de nosotros nos preguntamos si hay un Dios o si la
vida tiene sentido. Muchas personas se preguntan de vez en cuando, aunque solo raramente en la
medida de los filósofos, cómo es realmente el mundo. Pero nadie en su sano juicio se pregunta si
el mundo existe o si las cosas suceden por que sí, caprichosamente. Pero por muy obvios que
puedan ser para nosotros principios tales como la existencia del mundo externo o el principio de
causalidad universal, su estatus como conocimiento es cuestionable. Estas declaraciones no son
claramente sobre cuestiones de hecho. No son demostrables a través de la experiencia. (Es por
eso que sabemos antes de ir al mecánico, o a priori, que algo debe ser la causa, aunque no sabemos
qué). Tampoco son evidentemente verdaderas en virtud de la razón. No es contradictorio pensar
que el mundo exterior podría no existir. Sin embargo, seguramente la existencia del mundo no es
una mera cuestión de opinión. Entonces, ¿qué vamos a decir acerca de la verdad filosófica?
¿Cómo podemos probar, sin lugar a dudas, que estas verdades obvias son verdaderas?
Escepticismo. Puede que no sea una pregunta que nos formulemos en la vida real, pero
supongamos que alguien le pregunte cómo sabe que no está soñando en este momento.
Supongamos que la misma persona, le preguntara cómo sabe que el mundo existe o ha existido,
cómo sabe todo lo que ha experimentado, desde el pecho de su madre hasta ahora, no ha sido solo
ideas en tu propia mente. ¿Cómo responderías? ¿Qué dirías?
Es importante notar la suposición detrás de estas preguntas, no necesariamente porque la
suposición es falsa, sino más bien porque es la suposición de la mayoría de nuestros pensamientos
metafísicos, así como nuestra forma de hablar de nosotros mismos. La suposición es que hay dos
reinos distintos de la realidad, uno "externo", el mundo físico, y otro "interno", el mundo de
nuestra experiencia. El mundo físico existiría, presumiblemente, incluso si no estuviéramos aquí
para experimentarlo, pero el mundo de nuestra experiencia podría ser el mismo, de acuerdo con
este supuesto, incluso si solo estuviéramos soñando con él.
¿Cómo nos metemos en este supuesto bastante extraño y preocupante? Parece bastante obvio,
dada la forma en que hemos estado hablando, que cada uno de nosotros conoce el mundo, desde
nuestra propia perspectiva, a través de nuestra propia experiencia personal. Tanto los empiristas
como los racionalistas estarían de acuerdo en que lo que sabemos directamente (ya sea a través
de la razón o la experiencia) es ante todo nuestras propias ideas y sensaciones. Pero estas ideas y
sensaciones están en nuestras mentes. El mundo, obviamente, está fuera de nuestras mentes, un
mundo externo. Asumimos, naturalmente, que nuestras ideas o representaciones se corresponden
con las cosas del mundo, pero ¿cómo sabemos esto? Muchos empiristas, siguiendo a John Locke,
argumentarían que las cosas en el mundo afectan a nuestros órganos sensoriales de ciertas
maneras que hacen que tengamos cierto tipo de experiencias y que inferimos de la naturaleza de
estas experiencias cómo deben ser las cosas que las causaron. Los racionalistas, por otro lado,
pueden asumir que hay alguna conexión inherente entre nuestras ideas y el mundo, tal vez, como
argumentó Descartes, garantizado por Dios.
El supuesto de dos mundos, sin embargo,
nos lleva a un grave dilema. Podemos ver
la naturaleza del problema si
reafirmamos nuestra suposición en forma
de dos afirmaciones aparentemente
razonables: (1) hay un mundo externo, es
decir, un mundo más allá de nuestras
creencias y experiencias, que no se ve
afectado por lo que sucede para creer al
respecto, y (2) nunca podemos hacer
contacto directo con el mundo en sí, sino
sólo con el contenido de nuestras propias
mentes, con nuestras ideas, nuestras
creencias, nuestras diversas experiencias
y los principios que consideramos como
verdades necesarias (como los principios
de la lógica y la matemática).
Las dos afirmaciones anteriores han sido aceptadas por muchos pensadores de los últimos siglos
(aunque el (2) no habría sido aceptable para la mayoría de los filósofos en la antigüedad). Y aún
hoy son aceptados por muchos filósofos. De hecho, en la vida cotidiana parece que también
aceptamos a ambos; la idea de que el mundo realmente existe parece tan cierta que, excepto en
una clase de filosofía, ni siquiera pensaríamos en cuestionarlo. Y la idea de que lo que sabemos
directamente son nuestras propias experiencias, no el mundo en sí, también parece indiscutible;
¿No tenemos a menudo experiencias sin saber si son verdad? Y a veces tenemos experiencias que,
de hecho, no coinciden (ni se corresponden) con el mundo (alucinaciones, por ejemplo, así como
sueños). ¿Podríamos saber algo sobre el mundo si no lo experimentáramos de alguna manera?
Pero por muy razonables que sean estas dos afirmaciones, juntas dan lugar a una conclusión
intolerable: a saber, que nunca podemos saber, o al menos nunca podemos estar seguros de que
conocemos, el mundo en absoluto. Lo que sabemos son nuestras propias opiniones, ideas y
experiencias; lo que no podemos saber es si esas opiniones, ideas y experiencias coinciden con el
mundo como realmente es. El mundo que pensamos que conocíamos tan íntimamente de repente
parece estar lejos de nosotros, inalcanzable por el pensamiento o la experiencia. Ahora bien, si
algo debe ser verdad, debe ser verdad por referencia a los hechos y objetos del mundo, o debe ser
verdad como una "verdad de la razón". Pero según el supuesto de dos mundos, lo que sabemos
directamente es nuestras propias ideas y experiencias, no el mundo físico en sí mismo. Por eso es
posible que podamos imaginar, sin cambiar nada en nuestra experiencia, que el mundo podría no
existir o que ahora estamos soñando. Además, podríamos plantearnos la cuestión de si los
principios que creemos a priori (nuestras verdades necesarias) podrían ser, de hecho, verdaderas
solo de nuestra forma de pensar, o verdaderas de nuestro lenguaje, pero no verdaderas del mundo
mismo, en otras palabras, no es verdad. Pero ahora hemos planteado una serie de preguntas
embarazosas, porque ¿podría ser que el mundo de nuestras ideas, creencias y experiencias, sin
importar cuán seguros estamos de ellas, no se parezca en absoluto al mundo físico fuera de
nosotros? Este conjunto de dudas de que tal vez no conozcamos realmente el mundo se conoce
generalmente como escepticismo. Veremos cómo dos de los grandes filósofos de los tiempos
modernos, el racionalista René Descartes y el empirista David Hume, utilizaron cada uno este
conjunto de dudas como el motor de toda su empresa filosófica.
René Descartes y el método de la duda
La primera regla es no aceptar nada como verdadero que no reconozco claramente que sea así; es
decir, cuidadosamente para evitar la precipitación y el prejuicio en mis juicios, y aceptar en ellos
nada más que lo que se me presentaba de manera tan clara y clara que no podía tener ninguna
oportunidad de dudarlo. - René Descartes, 1641.
El filósofo mejor conocido por sus deliberaciones acerca de todo esto es el filósofo francés René
Descartes (1596–1650; ver p. 28). Escribió una serie de ensayos, Meditaciones, generalmente
considerados como la base de la filosofía moderna. Descartes aceptó las dos afirmaciones
anteriores (p. 156); de hecho, los consideraba a ambos como obviamente verdaderos. Pero
Descartes era un racionalista. Él insistió en la prueba. Descartes estaba tan preocupado por probar
que sus creencias eran verdaderas, al separar sus verdaderas creencias de sus opiniones y falsas
creencias, que decidió, como cuestión de método, suspender su creencia en todo. Lo duda todo,
descartó Descartes; asuma que todo lo que uno cree es falso hasta que pueda demostrar que es
verdad. De hecho, una de las cosas que Descartes dudaba era la existencia misma del mundo
externo. "Supongamos que ahora estoy soñando", podríamos parafrasearlo. "Después de todo, me
he encontrado soñando antes, cuando pensaba (en el sueño) que estaba despierto. ¿No podría estar
soñando todo el tiempo? De hecho, probablemente no. Pero si no puedo saberlo con certeza,
entonces debo dudarlo, porque hasta que pueda demostrar que una creencia debe ser verdadera,
no tengo derecho a creerla en absoluto ".
Ahora puedes pensar que una vez que has hecho un movimiento tan drástico, no hay nada en el
mundo que no se pueda dudar. Pero este no es el caso. De hecho, es nuestra segunda afirmación
la que le proporciona a Descartes su primera creencia absolutamente indudable (es decir, más allá
de toda duda o incuestionable): lo que sabemos directamente son los contenidos de nuestras
propias mentes. "Supongamos", podríamos parafrasearlo de nuevo, "trato de dudar de la
existencia de mi propia mente. Lo que encuentro es que dudo que ahora estoy dudando. Pero si
dudo que estoy dudando, entonces, como una cuestión de necesidad, ciertamente debo estar
dudando ". La conclusión de Descartes:" No puedo dudar de que estoy dudando ". Más
generalmente, concluyó:" No puedo estar equivocado acerca de la el hecho de que estoy pensando,
por el hecho de que estoy pensando en pensar ya prueba que estoy pensando ". Y de este simple
principio lógico surge la declaración más famosa de Descartes:" Pienso, luego existo "(en latín,
Cogito ergo sum: este argumento se suele denominar simplemente "el Cogito"). Aquí hay una
declaración que no se puede dudar. Aquí, por lo tanto, hay una declaración que se puede usar
como una premisa con la cual probar, más allá de toda duda, la verdad objetiva de otras creencias,
incluida nuestra creencia en la existencia del mundo externo. El resto de la prueba de Descartes
sigue siendo uno de los argumentos más acaloradamente debatidos en la historia de la filosofía
moderna. En resumen, es esto: dada la certeza de la afirmación "Pienso, luego existo", Descartes
probó (o intentó probar) la existencia de Dios, a través de una versión del argumento ontológico.
Es decir, a partir del hecho de que existo y puedo pensar y tener una idea de Dios, debe darse el
caso de que Dios exista. Así que ahora Descartes tenía dos ciertas afirmaciones: "Yo existo" y
"Dios existe". Pero Dios, sabemos, es por definición un ser perfecto que incluye dentro de sus
perfecciones la bondad perfecta. Y si esto es así, Dios no nos dejaría engañar por la existencia del
mundo. Por lo tanto, si Dios existe, el mundo debe existir, porque de lo contrario "no veo cómo
podría ser reivindicado de la acusación de engaño, si en verdad [mis experiencias] proceden de
cualquier otra fuente o fueron producidos por otras causas distintas a las cosas corporales . "Así
que, también, Descartes podría ahora argumentar que todos los principios básicos de los que me
parecía tan seguro ahora pueden demostrarse como verdaderos, necesariamente. “Dios no me
engañaría; así que puedo saber que conozco el mundo, después de todo ".
El escepticismo de David Hume.
Una conclusión muy difícil surge de las deliberaciones del empirista escocés David Hume. Hume
aceptó las dos afirmaciones: que hay un mundo externo que existe independientemente de
nosotros y que cada persona está en contacto directo solo con el contenido de la propia mente de
esa persona, como obviamente cierto, pero él también insistió en la prueba de ello. Como
empirista, aceptó el principio de John Locke de que todo conocimiento proviene de la experiencia;
por lo tanto, para él, la pregunta era si nuestra creencia en la existencia del mundo externo podría
probarse como verdadera apelando a la experiencia. O, si no, ¿podría demostrarse que es verdad
como una "verdad de la razón"? Y esto también sería verdad de todas nuestras otras preguntas
filosóficas sobre el principio de causalidad universal, la existencia de Dios y la naturaleza de la
realidad. Pero mientras que Descartes emerge de sus Meditaciones con la conclusión positiva de
que podemos conocer las respuestas a estas preguntas y conocerlas con certeza (es decir, a priori
o como verdades necesarias), Hume surge de su estudio con la más negativa de las conclusiones.
—Que no podemos conocer las respuestas a ninguna de estas preguntas, que los principios más
básicos de nuestro conocimiento cotidiano, así como los principios rectores más importantes de
nuestras vidas, no tienen justificación.

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