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EL EMPODERAMIENTO DE LA MUJER

Una de las inquietudes fundamentales del movimiento feminista es la desigualdad entre el


hombre y la mujer

Tú, como mujer de Dios, fuiste diseñada fuerte y vulnerable. Poderosa, pero tierna. Más que
capaz, pero dispuesta a ceder. Eres inteligente, sabia, capaz, igual en valor y segura de ti misma al
relacionarte con los demás, pero contenta con la función que Dios te dio

Fuiste creada a imagen de Dios. «Y creó Dios al hombre a su imagen, [...] varón y hembra los creó»
(Génesis 1:27). Como mujer, no vales ni más ni menos que tu homólogo masculino.
Evidentemente, son distintos, pero solo en función (lo cual trataremos en el próximo capítulo), no
en valor.
La falsa percepción de que existe una desigualdad de valor entre hombres y mujeres ha permitido
abusar de la mujer

Sin embargo tú, hermana, no eres solo una compañera de igual valor en el orden creado; Dios
mismo te contempló y llamó «bueno» a lo que había hecho... «Bueno en gran manera» (v.31, NVI).
No solo bueno, sino también necesario.
Adán solo no podía llevar a cabo las tareas que el Creador le asignó a la humanidad. El hombre
necesitaba una compañera, alguien que lo ayudara a cumplir su mandato. Sin ella, no podría
cumplir su propósito.

Así que, desde el principio, Dios puso una marca de importancia en la mujer. Era (1) buena porque
llevaba Su imagen y (2) necesaria para cumplir Sus propósitos en la Tierra. Mira a tu alrededor, a la
esfera de influencia donde el Señor te ha colocado. Este círculo de personas y circunstancias te
necesita a ti. El toque, la experiencia, la sabiduría y el corazón femenino que aportas a estas áreas
son necesarios para que el resultado concuerde con el propósito de Dios.

Sin embargo, con la caída del hombre en el pecado y la corrupción de la humanidad, las mujeres
pronto fueron degradadas y relegadas a un segundo nivel. En los anales del Antiguo Testamento,
vemos que no las apreciaron, estimaron ni valoraron como el Creador quería.

Entra Jesucristo. Con la venida del Mesías en el Nuevo Testamento, Dios reafirmó el valor de la
mujer mediante la vida de Cristo, el cual se opuso a una cultura que degradaba la importancia y el
valor de la mujer. En cambio, Él ejemplificó el verdadero corazón de Dios.
El cuarto capítulo del Evangelio de Juan destaca una de las numerosas ocasiones admirables en
que Cristo demostró Su aprecio por las mujeres y su valor inherente: Vino una mujer de Samaria a
sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber (v. 7).

La llegada de esta mujer al pozo local donde estaba sentado Jesús presentó un problema extremo.
Para empezar, la antigua cultura tradicional judía no permitía intercambios amistosos entre
samaritanos y judíos. Además, y en un contexto aún más amplio, los hombres del primer siglo no
conversaban con las mujeres en público, ni siquiera con sus esposas. Así que, la conversación
entre Jesús y esta mujer no solo era inapropiada para la cultura, sino que los espectadores la
habrían considerado escandalosa. Más que una ruptura del protocolo, era algo ofensivo.
Deshonroso.

No solo entabló una conversación informal con ella, sino que también la invitó a expresar sus
opiniones sobre temas teológicos, algo que los hombres de Su época jamás habrían considerado
posible para una mujer. A pesar de la arrogancia rabínica y de un desprecio cultural prácticamente
unánime hacia la mujer, Jesús la trató como una persona, un ser inteligente, alguien importante,
tan digna del «agua viva» del Mesías (v. 10) como cualquier otro. En Su misericordia y amor, le
hizo un regalo del cual casi todos la habrían considerado indigna: Su gracia, Su amparo, Su
persona... para limpiarla, guardarla y sustentarla.
Por cierto, en Su trato con esta mujer divinamente designada, Jesús dejó en claro que la mujer es
tan importante como digna, y completamente calificada para recibir una responsabilidad, ya que
el Señor no solo le entregó el regalo de la salvación, sino que también le confió Su mensaje para
que lo comunicara a los demás. Luego de su encuentro con Cristo en el pozo comunitario, la mujer
regresó a su casa y les contó a todos lo que le había sucedido, alentándolos a verlo con sus propios
ojos. ¿Cuál fue el resultado? «Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la
palabra de la mujer» (v. 39).
Escuchar esta verdad de la Palabra de Dios debería hacer que queramos defender el rol bíblico
para la mujer en medio de nuestra cultura amoral. Porque Él dice que somos... Buenas.

 Necesarias.
 Importantes.
 Dignas.
 Confiables.

Ser mujer nunca fue una maldición para soportar ni un rasgo para tolerar. Es un regalo para
atesorar y estimar. Es la manera que Dios escogió para que nos relacionemos con Él como Creador
y Padre y para demostrar, junto con nuestros homólogos masculinos, la historia de amor de Cristo
con la Iglesia (Efesios 5:22-31). Es nuestra forma especial de experimentar nuestra relación con Él
y Su amor por nosotros en un mundo duro, crítico y destructivo. Y es nuestro regalo para esta
generación y para el entorno en que vivimos. He aquí, ¡qué privilegio que es ser mujer!
1. Prometo solemnemente ante Dios aceptar esta etapa de mi vida" y aprovecharla al máximo, sin
prisa ni evasiones, y vivirla con un espíritu de contentamiento.

2. Prometo defender el modelo divino para la mujer frente a una cultura posfeminista,
enseñárselo a mis hijas y fomentar el apoyo de mis hijos.

3. Prometo aceptar y celebrar mi singularidad; además de valorar y alentar los rasgos distintivos
que admiro en los demás.

4. Prometo vivir como una mujer responsable ante Dios y comprometida fielmente con Su Palabra.

5. Prometo dar lo mejor de mí, de mi tiempo y de mis talentos al rol primordial que el Señor me ha
confiado en esta etapa de mi vida.

6. Prometo ser rápida para escuchar y lenta para hablar, mostrar interés por las preocupaciones
de los demás y considerarlos superiores a mí misma.

7. Prometo perdonar a los que me hagan mal y reconciliarme con quienes yo haya defraudado.

8. Prometo no tolerar influencias impías ni en mí ni en mi hogar, por más justificables que


parezcan, sino procurar una vida de pureza.

9. Prometo buscar la justicia, amar la misericordia y ser compasiva.

10. Prometo ser fiel a mi esposo y honrarlo con mi conducta y mi conversación, para glorificar el
nombre del Señor; y aspiro a ser una compañera adecuada que lo ayude a alcanzar el potencial
que Dios le dio.

11. Prometo enseñar a mis hijos a amar a Dios con todo su corazón, con toda su mente y con todas
sus fuerzas, e instruirlos para que respeten la autoridad y sean responsables.

12. Prometo cultivar un hogar tranquilo donde se perciba la presencia de Dios no solo mediante
actos de amor y servicio, sino también a través de mi actitud afable y agradecida.

13. Prometo tomar las decisiones de hoy teniendo en mente el impacto futuro, y considerar mis
decisiones actuales a la luz de las generaciones venideras.

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