Cuando uno es joven, practica la filosofía menos para buscar en ella
una visión que un estimulante; se dedica uno a las ideas, adivina el delirio que las ha producido, sueña con imitarlo y exagerarlo. La adolescencia se complace en el malabarismo de las alturas; en los pensadores ama el aspecto saltimbanqui; en Nietzsche nos gustaba Zaratustra, sus poses, sus payasadas místicas, verdadera feria de cumbres…Su idolatría de la fuerza es menos un signo de esnobismo evolucionista que una tensión interior proyectada hacia fuera, una embriaguez que interpreta y acepta el devenir.
De ello tenía que resultar una falsa imagen de la vida y de la historia.
Pero era necesario pasar por ahí, por la orgía filosófica, por el culto de la vitalidad. Quienes se negaron a ello no conocerán jamás sus consecuencias, el reverso y las muecas de ese culto; no comprenderán nunca las raíces de la decepción.
Como Nietzsche, creíamos en la perpetuidad de nuestros trances;
gracias a la madurez de nuestro cinismo, fuimos aún más lejos que él. La idea del superhombre nos parece hoy una mera lucubración; entonces la encontrábamos tan exacta como un dato experimental. Así se eclipsó el ídolo de nuestra juventud.
Pero ¿Qué Nietzsche –en el caso de que hubiera varios- permanece
aún? El experto en decadencia, el psicologo agresivo –no solamente observador como los moralistas- que escruta como un enemigo y se crea enemigos; pero sus enemigos los extrae de sí mismo, como los vicios que denuncia. Si se ensaña con los débiles es porque practica la introspección; y cuando ataca la decadencia, describe su propio estado. Todo su odio se dirige indirectamente contra sí mismo. Proclama sus debilidades y las erige en ideal; si se detesta, el cristianismo o el socialismo sufren las consecuencias. Su diagnóstico del nihilismo es irrefutable: porque él mismo es nihilista y lo confiesa. Panfletario enamorado de sus adversarios, no habría podido soportarse de no haber combatido contra sí mismo, de no haber instalado sus miserias en otro lugar, en los demás: se vengó en ellos de lo que él fue. Habiendo practicado la psicología como héroe, propone a los apasionados de lo inextricable una diversidad de callejones sin salida.
Medimos su fecundidad en las posibilidades que nos ofrece de
repudiarle continuamente sin acabar con él. Espíritu nómada, es un experto en variar de desequilibrios. Ha sostenido siempre el pro y el contra de todo: es el procedimiento de quienes se dedican a la especulación por no haber podido escribir tragedias o dispersarse en múltiples destinos. –Lo cierto es que Nietzsche, exponiendo sus histerias, nos ha desembarazado del pudor de las nuestras; sus miserias nos han sido provechosas.