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El sufrimiento vincular en la vida cotidiana

(Ponencia del Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis de las Configuraciones


Vinculares, julio 2011)

El psicoanálisis de los vínculos propone un sujeto en trama al considerar como punto de partida
una red donde los sujetos se anudan: red afectada por la incompletud y el devenir, en la cual vacío
y vínculo se habilitan de modo simultáneo. Dimensiones que se entretejen de modo indisociable y
emergen en simultaneidad; no hay la una sin las otras, aunque no se recubren en su totalidad ya
que cada una genera excesos productivos respecto de las demás.
Si sujeto/vínculo/cultura constituyen una trama, sólo nos es posible pensar predominancias en
relación al sufrimiento en sus tres dimensiones: subjetivo, vincular o social. Cada vez será un
determinado tipo de sufrimiento el que salga a escena, pero sin olvidar que los anudamientos
vinculares suponen otras zonas de sufrimiento en la sombra, llevando muchas veces a fronteras
inciertas y difusas.
En todo vínculo, la tensión paradojal entre lazo/diferencia, posible/imposible, sujeto/ vínculo/cultura,
exige un trabajo psíquico y vincular, fuente de sufrimiento tanto a nivel de lo psicopatológico,
como en relación a su necesario procesamiento. Llamamos sufrimiento vincular al ineludible resto,
a la discordancia imposible de suturar entre las exigencias de trabajo psíquico para el armado
vincular y las legalidades propias de un sujeto. Pertenecer a un vínculo implica un monto de
renuncia pulsional a los sujetos del vínculo que puede ser leído como sufrimiento y emergerá
primordialmente respecto de las vicisitudes de la presencia y del procesamiento de las
diferencias. (Gomel y Matus, 2011)

Recorridos del procesamiento de la diferencia


La complementariedad narcisista o semejanza, la alteridad y la ajenidad conforman tres vicisitudes
del procesamiento de la diferencia siempre presentes en la vincularidad y de sus enlaces y
desenlaces dependerán las modalidades del vínculo. Cuando predomina la semejanza, el
sufrimiento se da por exceso de desanudamiento de lo imaginario, con su efecto de déficit en lo
simbólico. Son ejemplos de sufrimiento relacionados con el desborde de lo imaginario aquellas
situaciones ligadas a la ilusión de completud, el congelamiento del tiempo, el no registro del
cambio situacional o la violencia, entre otras.
Si reina la ajenidad, nos topamos con la hegemonía de la imposibilidad vincular -con su correlato
de caída de la ilusión- y su efecto de déficit de lo simbólico y lo imaginario, vale decir de la
semejanza y la alteridad. Algunos ejemplos de sufrimiento relacionados con la aparición de la
imposibilidad vincular surgen en las situaciones donde se da el pasaje al acto, la eclosión psicótica,
la implosión corporal, o las impulsiones.
Cuando la alteridad es hegemónica, podemos suponer su anudamiento a las otras dos
dimensiones, pero teniendo en cuenta que siempre se producen vacilaciones fantasmáticas, la
diferencia está reprimida y el sufrimiento se da por las vicisitudes del reconocimiento de
sentimientos de soledad, del otro, de los límites en los vínculos y de los propios límites para estar
en un vínculo.
La construcción vincular necesita el anudamiento de estas tres dimensiones de lo ajeno, lo
semejante y lo diferente, por lo cual sin ilusión y sin reconocimiento del otro como diferente, no
sería posible armar un vínculo. La clínica muestra que el reconocimiento de las diferencias entre
los sujetos facilita bordear el registro de la imposibilidad vincular de una manera menos
descarnada, permitiendo construir un camino sublimatorio vincular y acceder a un cierto registro
de la ajenidad. (Matus y Moscona, 1995) Podríamos ubicar como expresión del predominio de la
alteridad el lazo fraterno logrado, y los diferentes vínculos en paridad. Relaciones que suponen el
reconocimiento del otro y constituyen un espacio privilegiado para procesar el sufrimiento efecto
de la tensión producida por la simultaneidad diferencia / lazo.

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Vicisitudes de la presencia
Para cada sujeto la propia presencia y la del otro supone una exigencia de trabajo psíquico para
procesar aquello que excede a las representaciones. En toda situación vincular la presencia
constituye un tope, en excedencia a las marcas psíquicas que cada uno tiene de sí mismo, del otro
y del vínculo. La presentación puede producir diferentes efectos: traumático, elaborativo o
acontecimental. Cuando la presencia se presentifica y aparece sin envolturas simbólico-
imaginarias, exhibe una característica traumática que orilla lo siniestro. En ese sentido, el exceso
de presencia puede ser equivalente a ausencia, en cuanto al fracaso en la constitución del vínculo.
Por otra parte, la ausencia no garantiza la no presencia: ubicamos aquí el fracaso en duelar las
pérdidas, tanto dentro de una generación o transgeneracionales. La no presencia, a su vez, puede
darse en presencia. También los movimientos de exclusión, de arrojar fuera, así como los de
autoexclusión, exceden la figura de la ausencia.
El sufrimiento vincular puede oscilar entre dos polos: un exceso de acercamiento del otro,
verdadero trauma por presentificación de la ajenidad y consiguiente borramiento de la diferencia,
propio de las situaciones de abuso, sea éste sexual o psíquico; y un exceso de alejamiento, que
pone de manifiesto sentimientos de aislamiento, abandono y nadificación. La clínica nos trae en
este punto las situaciones de falta de holding que llevan en muchas circunstancias a la
accidentofilia, la implosión de los cuerpos y las conductas impulsivas. Ambos extremos traen a
primer plano la imposibilidad vincular, en cuanto a que se produce un fracaso en el velamiento de
la ajenidad y en el reconocimiento de la alteridad.
Sin embargo, surgen otras situaciones de sufrimiento vincular donde se conserva el reconocimiento
del otro y de uno mismo como otro, que atenúan la intensidad de los efectos de estos movimientos
de acercamiento/alejamiento. Ejemplo de ello son ciertas conductas parentales de sobreprotección
o por contrario de autonomía prematura de los hijos. El encuentro y/o desencuentro con el otro
inevitablemente provoca un exceso y en este sentido, un cierto sufrimiento vincular y subjetivo.
Dependerá de los caminos elaborativos que el sufrimiento lleve a lo psicopatológico, o conduzca a
la complejización del vínculo y de las subjetividades.

El sufrimiento vincular en la vida cotidiana

Los modos del sufrimiento difieren con los tiempos, los lugares, las subjetividades y las
modalidades sociales y vinculares.
¿Cuáles son algunas de las condiciones de emergencia del sufrimiento en nuestro tiempo?:
pérdida de referentes, amenaza de vacío representacional, pertenencias inestables y
fragmentarias; todo lo cual se relaciona con el predominio de la desligadura que implica el avance
de lo imposible por sobre lo simbólico y lo imaginario.
Por otra parte el sufrimiento aparece también a través de la masificación, el autoritarismo, los
vínculos adictivos, entre otros, relacionados con otro aspecto de la cultura actual: la tendencia a las
pertenencias alienantes, donde el predominio de la especularidad constituye un intento fallido de
velamiento de la imposibilidad vincular. (Matus y otros, 2002)
Sin embargo, no todo es vacío y masificación en nuestra cotidianeidad, también es posible
encontrarnos con situaciones de crisis vitales como la asunción de la paternidad/maternidad, la
entrada a la adolescencia, los casamientos, los divorcios, los cambios laborales, la elección
profesional, la entrada a la tercera edad, la migración, la pérdida de seres queridos, entre otras,
que constituyen una oportunidad para que el sufrimiento en sus diferentes dimensiones -subjetivo,
vincular, social- permita transformar lo traumático en momentos de elaboración y producción de
marcas inéditas.
Trabajaremos en esta oportunidad cómo las vicisitudes de la presencia y el procesamiento de las
diferencias atraviesan a tres situaciones pasibles de sufrimiento vincular en nuestra vida cotidiana:
el nacimiento de un hijo, la separación conyugal y las migraciones.

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María y Ángel tienen una beba de 6 meses, desde que nació Lila todo cambió y nada es como
ellos imaginaban. Se preguntan: ¿cómo puede ser que no tengamos ganas de compartir este
momento, y más bien cada uno prefiere aprovechar el tiempo para hacer cosas propias?
La llegada de un hijo instituye los lugares paterno y filial en simultaneidad. Si bien el
deseo/proyecto de hijo viene sostenido desde los adultos, en ese mismo momento comienza el
proceso de narcisización del infante.
Pero la presencia del niño a partir del nacimiento tiene efecto sobre los padres y va co-
construyendo en un ida y vuelta el modo en que la nueva configuración familiar será significada.
Como vemos, la renuncia pulsional que impone a los padres la necesidad de amparo del niño, pasa
necesariamente por un primer encuentro donde el exceso de demanda del infante pone en juego
diferentes sentimientos: desde la ilusión de completud hasta el rechazo y la exclusión. Transformar
el trauma del nacimiento en la resignificación del lugar filial con los propios padres y la construcción
de un lugar inédito para este bebé, constituye un proceso necesario e inevitable, que demanda un
tiempo y un espacio psíquico y vincular.
Para María y Ángel, hacerle lugar a Lila, supone poner en juego el reconocimiento propio y del otro,
así como velar la ajenidad que en un principio su llegada produjo, lo cual les permitirá la
construcción de un “nosotros” novedoso y placentero.
Pienso que el “cada uno prefiere aprovechar el tiempo para hacer cosas propias” constituye un
intento de procesar las diferencias. En muchas oportunidades, esta situación, al ser leída desde un
sentimiento culposo, no permite a los padres registrar la exigencia de trabajo psíquico que el
armado de lo semejante y el consecuente velamiento de lo imposible vincular ponen en juego.

Jorge y Ana están en proceso de separación, muy enojados, no se sienten entendidos mutuamente
y comienzan con algunos forcejeos por el dinero y los fines de semana con los hijos. Sin embargo,
por momentos ambos plantean el temor a que le pase algo al otro por esta separación.
La construcción de una pareja supone el armado de pactos y acuerdos inconscientes y la
negativización de ciertas cuestiones de cada uno de los sujetos, para que dicho vínculo sea
posible. En otros términos, la construcción de un espacio compartido -lo semejante- , se halla
atravesado por el velamiento de lo incompartible -lo imposible- y el reconocimiento de lo no
compartido -lo diferente- entre los miembros del vínculo.
Cuando se produce la separación, los pactos necesitan transformarse y aquello que estaba velado
surge haciéndose visibles aspectos de ajenidad del otro que ponen en marcha una nueva exigencia
de trabajo psíquico y su consecuente sufrimiento vincular. Muchas veces la ausencia del otro, si
bien trae sentimientos de angustia y soledad, permite también aliviar esta sensación de siniestro
que pone en juego la aparición de lo imposible vincular: “no sé cómo estuve tanto tiempo con una
persona así, no lo puedo reconocer a mi ex”, son algunas de las frases que escuchamos en
momentos de separación.
Pero cuando este sufrimiento vincular no se coagula y deja lugar a la aparición de la ternura, el
reconocimiento del otro no se pierde. Así “el temor a que le pase algo al otro” que muestran Jorge y
Ana, nos habla de un cierto procesamiento del duelo por la pérdida de la pareja y al mismo tiempo,
la construcción de un nuevo vínculo: el lugar del “ex” y padre/madre de sus hijos, un nuevo lugar
familiar.

Débora cuenta que hace pocos meses la nena menor hizo un espasmo bronquial muy fuerte, justo
el día que llegó la carta para iniciar los trámites de búsqueda de trabajo en Estados Unidos. Fue en
ese momento que hicieron un clic y pensaron que algo estaba pasando en la familia y decidieron
consultar. Por otra parte la hija mayor no quiere jugar con amiguitas y está muy aislada en el
colegio.
Dijimos que sujeto/vínculo/cultura constituyen una trama indisociable de hilos que se dan en
simultaneidad tensando el borde entre vacío y ligadura por el que permanentemente circulan.
La pertenencia a un grupo social, a una nacionalidad, a un imaginario social determinado, da
identidad y permite construir el lugar de “uno más en la cadena social” que el contrato narcisista
ofrece. Cuando se produce una migración tiembla la trama y el hilo de la pertenencia cultural sufre
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algún desanudamiento produciendo una exigencia de trabajo psíquico para los sujetos y el vínculo,
exigencia que en algunas oportunidades aparece haciendo síntoma en el cuerpo de alguno de sus
miembros.
El sufrimiento vincular en la familia de Débora nos muestra los dos polos por los que éste puede
oscilar, en relación con las vicisitudes de la presencia: un exceso de acercamiento del otro
(espasmo bronquial de la hija menor) y un exceso de alejamiento del otro (aislamiento en la
escuela de la hija mayor).
Sin embargo, la familia consulta frente a estos síntomas haciendo una primera ligadura significante
entre aquéllos y la situación de migración. Probablemente la dirección de la cura deba transcurrir
por la elaboración del duelo por la pérdida de la pertenencia al país de origen y la construcción de
un espacio de ilusión para la nueva situación. En este caso, la imposibilidad vincular, lo ajeno de
otro, se halla relacionado fundamentalmente con el espacio social al que van a advenir, y la
necesidad de reconocimiento de las diferencias de códigos y costumbres que les permitirá incluir lo
novedoso sin perder sus propias marcas identitarias.

Como vemos, y en concordancia con lo que sostiene G. Bianchi (2005): “el sufrimiento es una
necesidad y un riesgo. Necesidad, porque obliga a los sujetos a reconocer la diferencia entre
realidad y fantasía y las diferencias entre sí, pero también es un riesgo porque ante el exceso de
sufrimiento se puede vía desinvestimiento, restringir o anular la relación al otro”. Podríamos acotar,
necesidad porque crea las condiciones para la búsqueda de una ilusión que calme la angustia
frente a lo ajeno, y un riesgo porque cuando esto no es posible, la desilusión y a veces, la
nadificación llevan esta angustia a un paroxismo insoportable capaz de promover el pasaje al acto.

Bibliografía

Bianchi, G: Sufrimiento en los vínculos. Presentación en el Congreso Mundial de Psicoterapia. Bs. As.,
2005.
Gomel, S. y Matus, S.: El sufrimiento vincular en las patologías de borde, Actualidad Psicológica,
mayo, 2011.
Matus, S.: Una clínica atravesada por la imposibilidad vincular, Publicado en
www.susanamatus.blogspot.com, Bs. As, 2011.
Matus, S. y Moscona, S.: Acerca de la desmentida y la vincularidad, Jornadas A.A.P.P.G, Bs. As., 1995.
Matus, S., Pachuk, C., Rojas, C., Ventrici, G., Zadunaisky, A.: El sufrimiento en sus tres dimensiones:
subjetiva, vincular, social, Jornadas de la AAPPG, Bs. As, 2002.

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