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La imagen asociada con el nacimiento del peronismo, la de las masas avanzando hacia
la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945, le dio a este movimiento político una
identidad “plebeya” y “antiintelectual” que lo acompaña desde entonces. La
intelectualidad vernácula reaccionó en su mayoría con una mezcla de horror y estupor a
lo que se les aparecía como la reivindicación de la barbarie y como la confirmación de
la amenaza más temida: la instauración del fascismo en el país. Los años posteriores, los
de Perón presidente, no recibieron tampoco una pintura más auspiciosa. Diagnósticos
contemporáneos hablaban de la “indigencia espiritual”. De un país que – como afirmaba
el escritor Héctor Murena en la revista Sur en 1950 - “toda actividad cultural [resultaba]
… un equívoco … un tenue vapor del invernadero que un viento helado [dispersaba] en
pocos segundos.”1. Estas descripciones se sumaban a la quejas por un nacionalismo
exacerbado, un “patrioterismo” que trazaba una estética estatal definida por el “color
local”.2 No obstante, este gobierno que en la visión de sus detractores censuraba y
desdeñaba a sus elites cultivadas, llevó adelante un conjunto de transformaciones en el
terreno de la administración cultural. Es en esos años cuando el estado incorporó una
serie de dependencias para coordinar la administración de la cultura creando la
Subsecretaría de Cultura luego Dirección de Cultura e incrementó notablemente el gasto
público en cultura. Fundó además un organismo – la Junta Nacional de Intelectuales –
tendiente a organizar y patrocinar las actividades de la intelectualidad. Es decir, el
gobierno expandió su esfera de acción hacia ámbitos que atañían a la vida intelectual y
cultural tanto en su dimensión más simbólica como material. ¿Cómo leer estas
iniciativas a la luz del vehemente rechazo que el peronismo suscitó en la
intelectualidad? ¿Pueden ser unilateralmente interpretadas como la prueba de los ánimos
censuradores del régimen? ¿Existía, en lo ideológico, tal hiato entre la política oficial y
el campo intelectual? ¿Se mantuvo la política cultural inamovible a lo largo de todo el
periodo? A través de una breve lectura del derrotero institucional de la administración
cultural bajo el peronismo este capítulo se propone acercar algunas reflexiones sobre la
gestión cultural del peronismo y sobre las reacciones que ésta última suscitó en la
intelectualidad local.3 La intención es observar las luchas que se tejieron alrededor de
una institución que era fundada con la manifiesta intención de adjudicarse el monopolio
de la definición de la política cultural a nivel nacional dado que en este proyecto de
transformación burocrática se dirimieron posiciones y debates cruciales a la hora de
delimitar las relaciones entre el estado y el campo intelectual.4
7 ¿En que medida las lecturas de los intelectuales sobre los ánimos de la gestión cultural
eran acertados? ¿Buscaba tan sólo el gobierno centralizar e intervenir con un proyecto
como el de la Junta? ¿Lograr la domesticación de un sector que le era hostil? Si bien no
es posible descifrar los fines ocultos del gobierno sí podemos rastrear las causas que
explican la negativa reacción de los intelectuales locales. Los recelos de la
intelectualidad antiperonista frente al nuevo proyecto tenían concretos fundamentos en
la realidad: la exoneración de sus cargos de un número importante de profesores
universitarios hablaba por sí solo de los impulsos censuradores del régimen. A esto se
sumaban los efectos de la politización que se había dado en el campo intelectual desde
los años treinta donde el antifascismo era dominante. Desde dicha postura iniciativas
como las de la Junta resultaban sospechosas. El gobierno, por su parte, actuó con
torpeza si buscaba vencer las resistencias de la intelectualidad. La selección de nombres
desconocidos para conformar la nueva dependencia, sobre todo incapaces de lograr
apoyos alimentó un conflicto típico del campo: el de los reconocidos y las figuras
menores. Tal como advierte Pierre Bourdieu, el campo intelectual tiene sus dominados y
dominantes, constituye un campo de fuerzas y de luchas que buscan conservar o
transformar jerarquías internas. En 1948 ya hacía varios años que el campo cultural
argentino operaba con cierta autonomía. Contaba con espacios de sociabilidad
específica y había logrando la imposición de criterios de distribución de prestigio
internos, aún en aquellos ámbitos donde su labor se realizaba en conjunción con la del
estado.18 Aún cuando el peronismo no se propuso en ningún momento una completa
renovación de los círculos intelectuales sí permitió a muchos personajes de trayectorias
deslucidas, figuras del interior poco reconocidas a nivel nacional, la posibilidad de una
mayor visibilidad integrándolos a instituciones estatales o haciéndolos acreedores de
galardones que difícilmente sus pares les hubieran concedido. El caso de Castro no
escapaba a la denuncia de Rojas: director de un museo en la provincia de Entre Ríos dos
años después dirigía la dependencia estatal encargada de definir la política cultural
nacional.
Reflexiones finales
Notes
1 Hector Murena, “Los penúltimos días (Calendario)”, Sur, 183 (1950), p.71.
2 Estela Canto, “Crónica de cine”, Sur, 185 (1950), p.70.
3 El interrogante sobre la política cultural conlleva una serie de complicaciones. En
principio, el mismo objeto de estudio - la política cultural - resulta sumamente complejo
de delimitar dada la dificultad de definir aquello que puede ser englobado bajo este
concepto. En lugar de definir a priori aquello que se entiende como política cultural, se
recurre aquí a un camino inverso: observar aquello que el estado designa como área de
acción de su burocracia cultural.
4 Esta lectura no se plantea estudiar la política cultural del peronismo, si no los
esfuerzos de una dependencia estatal creada para definirla y coordinarla. La aquí
propuesta es necesariamente una mirada recortada: existían una multiplicidad de otras
dependencias estatales que se ocupaban de la cultura.
5 Ver Paul DiMaggio, “Emprendimiento cultural en el Boston del siglo XIX: la
creación de una base organizativa para la alta cultura en Norteamérica, en Javier
Auyero, Caja de Herramientas- El lugar de la sociología norteamericana, (Universidad
Nacional de Quilmes, Bernal 1999), pp-163-198.
6 Esta tendencia fue evidente en el capítulo económico. A partir de la crisis de 1930 el
estado argentino asume un rol más preponderante en la regulación de las fuerzas de la
economía. Fue en ese entonces que se estableció el Banco Central y las Juntas
Reguladoras.
7 Decreto de la creación de la Academia de Letras, 13 de agosto de 1931. Sobre los
pormenores de la creación de la Academia ver Manuel Gálvez, Recuerdos de la vida
Literaria II,(Buenos Aires, Taurus, 2003), pp. 93-104 y Carlos Ibarguren, La Historia
que he vivido,(Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1969) 452- 467.
8 Ver detalles en Jesus Mendez, Argentine Intellectuals in the Twentieth Century, 1900-
1943, (PhD Tesis, The University of Texas at Austin, 1980), pp. 314-188.
9 Según el decreto tanto el secretario de educación como la Secretaria tenían
prerrogativas de ministro y ministerio respectivamente.
10 Ver Boletín del Ministerio de Educación, N 7, febrero de 1948.
11 Boletín del Ministerio de Educación, N 2, febrero de 1948, p. 12.
12 La Subsecretaría se organizó en cinco departamentos que hablan de las tareas que se
proponía esta agencia al ser creada: Departamento de Difusión Cultural; Departamento
de Bellas Artes; Departamento de Investigaciones Culturales; Departamento de
Conservación de la Cultura y Departamento de Política Cultural ejercido por el mismo
subsecretario. Boletín del Ministerio de Educación, 31 de marzo de 1949
13 Ver detalle en Decreto 1709, 24 de enero de 1949, incorporado al Boletín del
Ministerio de Educación, N 13, Enero de 1949. Esto representa una proporción
claramente mayor a la que aumentó el gasto público real en su totalidad, que creció en
el período que va de 1947 a 1948 en aproximadamente un 40% para luego estacionarse.
Proporcionalmente, el incremento para cultura es también mayor a aquel que fue
considerado “el principal motor de las inversiones estatales”: el gasto en defensa que se
incrementó en dicho período en un 60 %. Estos datos están calculados o recabados en
base a una tabla de gasto público real reproducida por Pablo Gerchunoff, Lucas Llach,
El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas,
(Buenos Aires, Ariel, 2003), p. 179.
14 Elías Castelnuovo, Carta a Manuel Gálvez, 3 de marzo de 1947, Archivo Gálvez,
Academia Argentina de Letras.
15 Decreto N 15484, 28 de mayo de 1948, N 5, Boletín del Ministerio de Educación,
p.1530.
16 La Nación, 21, 22 y 23 Diciembre 1947, La Prensa 22 y 23 de diciembre 1947.
17 Sobre la Junta ver Flavia Fiorucci, Neither Warriors Nor Prophets: Peronist and
AntiPeronist intellectuals, 1945-1956, (Tesis Doctoral, Universidad de Londres, 2002)
18 Entre ellos podemos mencionar los mecanismos de elección independiente de los
miembros de la Academia de Letras, la creación de la Sociedad Argentina de Escritores,
la extensa lista de premios y hasta la tácita y compartida aceptación de una jerarquía de
publicaciones.
19 Decreto N 11.415, 22 de abril de 1948, Boletín del Ministerio de Educación, N4,
p.1058.
20 Boletín del Ministerio de Educación, N 18, 19 de Julio de 1949.
21 Se estipulaba que el jurado debía estar formado por la Asociación Argentina de
Actores, la Asociación gremial de Actores, Sociedad de Autores (Argentares), la
Asociación de Críticos Teatrales de Buenos Aires y la Sociedad Argentina de
Empresarios Teatrales.
22 Decreto 3371, 31 de diciembre de 1949.
23 El folklore no fue una preocupación exclusiva del peronismo. cuando el peronismo
llegó al poder ya estaba instalado en las elites.
24 Ver Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanian, “Héroes Patricios y Gauchos
Rebeldes. Tradiciones en Pugna”, en Políticas de la Historia Argentina 1860-1960,
(Buenos Aires: Alianza Editorial, 2003), pp. 217- 262 y Alejandro Cattaruzza,
“Descifrando pasados: debates y representaciones de la historia nacional”, en Alejandro
Cattaruzza (comp.), Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política
(1930-1943), (Buenos Aires: Sudamericana, 2001), pp. 426-476. Sobre la aparición del
gaucho en la iconografía del peronismo ver Gene, Un mundo, pp. 108-116
25 Las misiones empezaron a funcionar en 1947 y tenia como misión “educar al
campesinado rural”. No sólo se les enseñaban técnicas agrícolas, artesanía, nociones de
economía sino también se organizaba una biblioteca y una discoteca.
26 Ver Jesús Martín-Barbero, De los medios a las mediaciones Comunicación, cultura
y hegemonía, (Ediciones Gilli, México, 1988), pp.18. Los escritores que se afiliaron al
peronismo tampoco vieron en “lo popular” un lenguaje para operar un cambio en lo
literario. Ver Andres Avellaneda, El Habla de la Ideología, (Buenos Aires,
Sudamericana, 1983), p. 22.
27 “Hasta en el pueblo más lejano”, Mundo Peronista, N 1, N9, 15 de noviembre, p. 1.
28 Mundo Peronista, subrayado es mío.
29 Sobre el “ideal urbano” en América Latina y su relación con la cultura letrada ver
Ángel Rama, La Ciudad Letrada, (Montevideo: Arca, 1995).
30 La voluntad de recambio se puede relacionar a las dificultades que enfrentó el
gobierno para lograr apoyos en la familia intelectual. Según Luis Ordaz el apoyo del
peronismo al teatro vocacional se explicaba por su conflicto con el teatro independiente
liderado por figuras opositoras como la de Leónidas Barletta. Luis Ordaz, El Teatro en
el Río de la Plata, (Buenos Aires: Leviatán, 1957).
31 El sueldo de un maestro que recién se iniciaba en la docencia era de 300 pesos.
32 Ver “Los escritores y la SADE: entre la supervivencia y el antiperonismo. Los
límites de la oposición (1946-1956)” Prismas-Revista de Historia Intelectual, N°5,
2001
33 Las academias tendrán por objeto la conservación, fomento y difusión de la cultura
en sus diversas manifestaciones, así como el asesoramiento permanente de los poderes
públicos, cuando le fuera requerido.
34 Sobre los usos de lo popular ver Pierre Bourdieu “Los usos del pueblo”, en Pierre
Bourdieu Cosas Dichas, (Madrid, Editorial Gedisa, 1993), pp. 152-157.
35 El PEN tenía además el derecho de elegir sobre quien recaería la presidencia entre
aquellos ternados por el recientemente fundado Consejo Académico.
36 Ver La Nación, 3 de octubre de 1952.
37 Federico Neiburg, Los intelectuales y la invención del peronismo, (Alianza Editorial,
Buenos Aires, 1998).
38 Plotkin, Mañana, p. 126. Sobre su labor en la Subsecretaría de informaciones ver
Marcela Gené, Un Mundo Feliz – Imágenes de los trabajodres en el primer peronismo
1946-1955,(Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006), especialmente capitulo
1.
39 Daryle Williams, “Gustavo Capanema, ministro da cultura”, Angela de Castro
Gomes, Capanema: o ministro e seu ministério, (FGV, 2000) p.256.
40 Ver Milton C. Cummings Jr, Richard S. Katz, The Patron State Government and the
Arts in Europe, North America and Japan, (Oxford: Oxford University, 1987).
41 Ver Elisa Pastoriza y Juan Carlos Torre, “La democratización del bienestar en los
años peronistas”, en J.C Torre (comp), Los Años Peronistas, Tomo VIII, Nueva
Historia Argentina, (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2002).
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