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Morir por todo o por nada

Crónicas Planeta / Seix Barral

Pablo Biffi
Morir por todo o por nada
Crónicas de la muerte amaestrada
en América Latina
Biffi, Pablo
Morir por todo o por nada.- 1ª ed. – Buenos Aires : Planeta,
2006.
288 p. ; 23x15 cm.

ISBN 950-49-1561-2

1. Crónicas Periodísticas I. Título


CDD 070.44

A mis padres y hermano.

A mi Don Antonio Lacattiva, mi abuelo materno,


por su coherencia.

A Alejandra y Tomás, por sus amores.

Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Editorial Planeta


Diseño de interior: Orestes Pantelides

© 2006, Pablo Biffi

Derechos exclusivos de edición en castellano


reservados para todo el mundo:
© 2006, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
Independencia 1668, C 1100 ABQ, Buenos Aires, Argentina
www.editorialplaneta.com.ar

1ª edición: octubre de 2006

ISBN-13 978-950-49-1561-4
ISBN-10 950-49-1561-2

Impreso en Grafinor S. A.,


Lamadrid 1576, Villa Ballester,
en el mes de septiembre de 2006.

Hecho el depósito que prevé la ley 11.723


Impreso en la Argentina

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida,
almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico,
mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el previo permiso escrito del editor.
Introducción

La muerte es moneda corriente en América Latina, ya desde los


tiempos de la Conquista. Esa oscura cotidianidad no está origina-
da en lo natural del fenómeno, sino en el desinterés por la vida, una
forma de desdén o falta de valor. Y también, en muchos casos, por
el desprecio que han sentido y sienten las autoridades de turno y
los actores políticos por vastos sectores sociales, por lo general los
más desprotegidos, a los que se reprime con violencia en las mani-
festaciones de protesta.
En este continente injusto se muere por todo y se muere por
nada. De tan habituales, las muertes gratuitas han dejado de ser
noticia, sobre todo en las últimas décadas, cuando las diferencias
entre ricos y pobres se comienzan a medir en distancias incalcula-
bles e inauditas para sociólogos y estudiosos. El historiador fran-
cés Philippe Aries hablaba de la muerte amaestrada, cuando se re-
fería a aquellos tiempos ––hasta el comienzo de la Edad Media––
cuando los hombres comenzaban a advertir que llegaba la muer-
te. Tenían la muerte “bajo su dominio” y sabían qué hacer ante su
presencia. Pero también, y éste es el sentido que tomamos, los
hombres recibían señales que indicaban su llegada. En cada una de
las historias de este libro, los protagonistas saben, de algún modo,
lo que va a ocurrir.
Como periodista, he recorrido en los últimos veinte años la
región de punta a punta, desde México ––en donde algunas comu-
nidades indígenas creen que la muerte es un “tránsito” hacia una
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vida mejor–– pasando por los pueblos centroamericanos y del Ca- la selva. Solo, perdido y abandonado por todos, luchó como pudo
ribe, hasta la Argentina, un país donde la muerte no puede ser si- y con lo que pudo para sobrevivir durante treinta años escapando
no sinónimo de tragedia, dolor y llanto. Aunque no es patrimonio de un conflicto que apenas duró cien días, en 1969. Y cuando to-
de argentinos, la desaparición de los cuerpos asesinados por la re- dos lo daban por muerto, sacó su cabeza del monte, ya viejo, pero
presión del Estado fue un sello local. aún con fuerzas para iniciar una nueva vida.
En cada uno de los países que visité y en donde trabajé hubo, Colombia ha sido y es para mí un desafío profesional. En los
hay y habrá muertes por todo o por nada. Y hay personajes, tam- últimos doce años he estado allí veintidós veces. Elecciones presi-
bién, que van hacia una muerte segura. denciales, presidentes acusados de vínculos con el narcotráfico, crí-
La selección de historias que aquí se cuentan puede resultar ar- menes políticos, una guerra sin cuartel de más de cuarenta años
bitraria, pero cada una de ellas tiene una marca, un sello que las de- entre guerrilleros, paramilitares de ultraderecha y el ejército, y un
fine como latinoamericanas. Acaso ninguna de ellas podría haber frustrado proceso de paz entre insurgentes y el Estado me han per-
ocurrido en otra región que no sea ésta, sobre todo por la manera mitido conocer la calidez de su gente, pero también historias tur-
como sus protagonistas se relacionan con la muerte, propia o ajena. bulentas cuando sobrevuela la muerte.
Dentro de esa arbitrariedad, cada texto muestra, espero, la Hay allí un deseo por sobrevivir. Como Alfredo, que huyendo
profunda pasión que siento por esta región, de la que soy parte, y de la guerra dejó su pueblo en el Urabá antioqueño para llegar a San
el enorme respeto que me merecen las luchas, los dolores, los su- José de Apartadó, en donde otros desplazados por la violencia de-
frimientos, las tristezas y alegrías de sus protagonistas, con los que jaron sus casas y sus cosas para buscar refugio en un sitio seguro.
––de un modo u otro–– he estado relacionado. Hay quienes pueden morir por un ideal o por defender a su patria,
De las doce historias del libro*, en diez de ellas he sido testigo como los campesinos y los policías del Caquetá, o los guerrilleros
––no protagonista–– como periodista. Las otras dos las he elegido que en San Vicente del Caguán vivían en paz en medio de la gue-
y reconstruido por el valor testimonial, por la audacia y los ideales rra. Y quienes se aferraron a la vida en medio de la destrucción: Ja-
de sus personajes. O por el afán de aferrarse a la vida cuando la net dando a luz a su bebé en la devastada Mitú, atacada por las in-
muerte parecía segura. surgentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
¿No es acaso un ejemplo de lucha, de deseos de libertad, de re- América Latina y el Caribe tienen muertos en vida. ¿Qué son
beldía, la “locura” imaginada y ejecutada por más de cien tupama- sino los zombis haitianos, utilizados casi como “animales de car-
ros uruguayos que escaparon de la muerte lenta, detrás de los mu- ga” para trabajos forzados en el campo, explotados hasta que sus
ros de la cárcel de Punta Carretas en 1971, burlando a la dictadura? corazones dicen basta? Haití es una muestra tangible de las para-
El salvadoreño Salomón Vides es la síntesis de América Lati- dojas latinoamericanas: aquella nación que en 1804 se erigía como
na. Dejó su país rumbo a Honduras para buscar trabajo, hasta que el paradigma de la libertad de los esclavos negros y de la indepen-
dencia de la Colonia es hoy un país devastado por la violencia, el
el miedo a una guerra que le era ajena lo empujó a la oscuridad de
hambre, en donde la esperanza de vida apenas supera los cincuen-
* Algunos nombres y circunstancias han sido modificadas para preservar las ta años. Y que pese a todo se aferra a la belleza de su arte, su pin-
identidades de las fuentes. tura, su música y su historia para sobrevivir.
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Los crímenes de Patricia Villalba y Leyla Nazar en Santiago del emitía el poder de la mano del presidente Alberto Fujimori. Por el
Estero son otro rasgo distintivo de la región: la impunidad que da otro, la sospecha o la sensación de que la muerte se posaría impla-
el poder. Pero también, la lucha de sus familiares exigiendo “justi- cable sobre esa casona aristocrática construida en 1942.
cia”, las masivas movilizaciones en silencio que retumbaron en to- Perú no sólo vio nacer y morir al MRTA. La organización
do el país, cambiaron para siempre la historia política de una pro- maoísta Sendero Luminoso sembró el terror durante más de una
vincia argentina manejada durante décadas con estilo feudal. década, de la mano de su mesiánico líder, Abimael Guzmán Rei-
Si los asesinatos de Patricia y de Leyla acabaron con el poder noso, arrestado en 1992. Miles y miles de muertos dejó en el país
de “los Juárez”, la muerte del fotógrafo Julio García en una noche la guerra desatada por las guerrillas peruanas contra un Estado,
de Quito ––en abril de 2005–– fue el principio del fin para el bre- conducido por Fujimori, que también recurrió a una política de
ve gobierno de Lucio Gutiérrez en Ecuador. No fue su muerte, cla- “tierra arrasada” para hacerles frente. Pero no sólo eso. Dejó ade-
ro está, el único motivo que propició la caída del coronel popu- más imágenes del horror, grabados a fuego en la memoria, como
lista. Pero fue la gota que colmó la paciencia de una sociedad la de Roberto, que aún recuerda cómo un comando senderista ase-
combativa, harta una vez más de las promesas incumplidas de los sinó sin piedad, en público y ante sus hijos, a María Elena Moya-
candidatos que llegan al poder con un discurso y gobiernan con no, un ejemplo de la lucha de los que no tienen nada, por organi-
otro libreto. Fue esa misma sociedad la que años antes se había zarse para pelear por sus derechos.
cansado de las extravagancias de Abdalá Bucaram ––un persona- La historia de Dominga es un viaje al México profundo, al sur
je clave en esta historia–– y del irrefrenable neoliberalismo de Ja- desamparado, a Oaxaca y Chiapas. Allí en donde los turistas ex-
mil Mahuad. tranjeros gastan sus dólares en balnearios exclusivos o en colonia-
El surgimiento de movimientos guerrilleros ha marcado a la les ciudades acogedoras. O en donde la mayoría de sus habitantes
región desde mediados de la década de los cincuenta, potenciados son indígenas que sobreviven como pueden en la sierra o en la sel-
luego por el triunfo de la revolución cubana. Casi no ha habido va. Dos mundos tan distintos ––el de los turistas y el de los indíge-
país que no haya pasado por la experiencia de la lucha armada. Aun nas–– que tienen en este caso algo en común: desconocen que a po-
desde distintas vertientes ideológicas y con distintos grados de cos kilómetros de Oaxaca capital, el guerrillero Ejército Popular
arraigo popular, todos los movimientos ––“revolucionarios” o de Revolucionario (EPR) se dio a conocer, en junio de 1996, con el fin
“liberación”–– crecieron y se desarrollaron al amparo de las desi- de “derrocar” en México al gobierno de Ernesto Zedillo e instau-
gualdades sociales, la marginación o la represión política. rar un régimen “revolucionario”, algo tan lejano como ilusorio. Ni
La toma por parte del Movimiento Revolucionario Túpac Dominga ni los turistas oyeron hablar de esa guerrilla, tan distin-
Amaru (MRTA) de la residencia del embajador japonés en Lima, ta en sus orígenes ––dudosos por cierto–– y en sus intenciones al
en diciembre de 1996, es una mezcla de sensaciones. Por un lado, “marketinero” Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)
el desafío de estar buscando historias alrededor de una casona co- del Subcomandante Marcos.
pada por 14 guerrilleros con cientos de rehenes en su interior du- He dejado para el final de este recorrido por el libro a Joe Fi-
rante 126 días. El tedio del verano limeño, las negociaciones para sura, un símbolo de una de las partes más oscuras de la historia de
la liberación de rehenes, las señales contradictorias ––o no–– que América Latina. Aunque su nombre sea otro ––el verdadero fue
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resguardado para proteger su identidad––, Joe representa el papel
de “gendarme” del Continente que ha ostentado Estados Unidos El país zombi
en los últimos dos siglos. Joe es de los que han matado porque les
pagan para ello, como los mercenarios que actuaron impunemen-
te en Centroamérica en la década de los ochenta en plena Guerra
Fría, a la caza de “comunistas”. Más tarde ––reciclado–– también
anduvo matando por Oriente Medio, hasta que decidió retirarse a
una vida más placentera, sin remordimientos y con sus tormentos
a cuestas. A él me lo encontré en Haití, ganando buen dinero pa-
gado por todos como personal de apoyo de las fuerzas de “estabi- […] por la dramática singularidad de los acontecimientos,
lización enviadas por la ONU tras la caída del presidente Jean Ber- por la fantástica apostura de los personajes que se encon-
trand Aristide, en febrero de 2004. traron, en determinado momento, en la encrucijada mági-
Estas doce historias son un pequeño homenaje a América La- ca de la Ciudad del Cabo, todo resulta maravilloso en una
tina, a una región que sufre y trata de sobrevivir a cada instante historia imposible de situar en Europa, y que es tan real, sin
también con alegría y esperanza. Y que tiene historias de gente co- embargo, como cualquier suceso ejemplar de los consigna-
mún* que merecen ser contadas. dos, para pedagógica edificación, en los manuales escola-
res. ¿Pero qué es la historia de América toda sino una cró-
Buenos Aires, agosto de 2006 nica de lo real-maravilloso?

ALEJO CARPENTIER, El reino de este mundo

Está inmóvil, con el cuerpo apenas retorcido y su espalda arrum-


bada en el asfalto frío. Sus grandes ojos de córneas amarillentas mi-
ran el cielo buscando una explicación. En la boca entreabierta se
dibuja una mueca de dolor. Alrededor de su cabeza negra, una au-
reola espesa, color vino tinto, se extiende en semicírculo hasta ha-
cerse un hilo delgado que muere en la alcantarilla. Es la hora en
que las sombras se alargan hacia el oeste y Puerto Príncipe ––esa
capital real y maravillosa de Haití–– camina frenéticamente hacia
todos lados. O hacia ninguno. Diez cabezas, también negras, lo ob-
servan desde lo alto, de pie, a una distancia prudencial. Todos es-
tán en silencio ––aunque murmuran–– con sus orejas pegadas a la
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radio y la mirada clavada en esa camisa blanca, ahora manchada depotismo, en el Palacio de Sans Souci, al sur de la imperial y nor-
de rojo, y en ese jean gris, gastado de tanta pobreza. Podrían ser él, teña Ciudad del Cabo, hoy Cap Haitien. No fueron mejor las co-
pero al menos hoy no lo son. sas con Jean Pierre Boyer, quien tuvo el raro privilegio de ver có-
El cielo es azul oscuro, a la espera de que el brillo del sol lo mo en 1844 la zona oriental de la Isla La Española se declaraba
vuelva color plata, transparente. Un olor a fritanga, cebolla, sudor independiente para dar nacimiento a la República de Santo Do-
y orina ya impregna el aire aún fresco del amanecer, se eleva hasta mingo, la actual República Dominicana. La historia posterior se
las casas bajas sin terminar y se mete por las ventanas, donde se- caracterizó por luchas desmedidas, deseos de poder y de gloria en-
ñoras a medio vestir espían detrás de finas cortinas blancas, tejidas tre negros y mulatos, como los de Faustin Elie Soulouque quien
a mano. Sólo el ruido de los Tap Tap ––multicolores camionetas en 1849 se proclamó “Emperador Faustino I”. Todo regado con
transformadas a punta de soplete en transporte de pasajeros haci- sangre. A excepción de pequeños períodos de calma, Haití siem-
nados–– rompe la monotonía en la Rue des Fronts Forts, en el ba- pre pareció encontrar motivos para resolver sus diferencias a pun-
rrio de Bel Air, en donde la capital haitiana se antoja un basural he- ta de pistola. Habiendo desplazado a Francia como potencia do-
diondo, una danza de moscas verdes que se regocijan a baja altura. minante, Estados Unidos no necesitó demasiadas excusas para
Desde uno de ellos ––“Dios cura todo” se lee en su frente y en sus poner un pie en la isla con el pretexto de imponer orden. Era 1915
laterales–– varias personas apenas estiran el cuello para mirarlo, y la Primera Guerra Mundial recién comenzaba. Los diecinueve
sin dejar de darle la espalda, mientras el Tap Tap se escapa por esa años de ocupación norteamericana finalizaron el 15 de agosto de
callejuela echando un humo denso, que flota sobre el cuerpo, más 1934, pero aquella no sería la última, ni mucho menos.
estático que antes, pero aún caliente. Vivió para morir, como mu- Las tres décadas siguientes serían un compendio de golpes de
chos en Haití. Estado, renuncias forzadas de presidentes, hasta que en 1957
irrumpe en la política haitiana la figura más diabólica de la histo-
ria del país: François “Papa Doc” Duvalier, quien inauguró una di-
La violencia, y más aún la violencia política, no es en Haití nastía montada en el terror, con grupos de paramilitares que sem-
patrimonio de estos años. Toda su historia está atravesada por la braron la tierra con cinco mil cadáveres hasta la mitad de la década
muerte, desde los tiempos remotos cuando los esclavos negros, de de los años 90. Reformada la Constitución a su medida y poco an-
la mano de Toussaint Louverture, lograron el fin de la esclavitud, tes de morir el 21 de abril de 1971, “Papa Doc” nombró sucesor y
en 1794. O diez años después, bajo la dirección de Jean Jacques “presidente vitalicio” a su hijo de diecinueve años, Jean-Claude
Dessalines, cuando la independencia de Francia se abrió paso a “Baby Doc” Duvalier, cargo que ejerció hasta comienzos de 1986.
punta de machete, pólvora y palos, envuelta en un deseo de ven- Destino manifiesto de todo presidente haitiano, el pequeño Duva-
ganza contra los blancos. La primera república negra del mundo lier huyó del país hacia la Riviera Francesa, en donde aún hoy sue-
no trataría mejor a los de su raza. Por ahí andaba Henry Chris- ña con volver triunfante a Puerto Príncipe.
tophe, quien apenas en una década pasó de cocinero a comercian-
te para morir en 1820 como Rey de Haití, abandonado por sus ofi-
ciales y su corte, y apaleado por una turba enardecida, harta de su
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Pero lo que más asombraba a Ti Noel era el descubrimien- so podrido, que se eleva desde el mar verdoso hacia los cerros co-
to de que ese mundo prodigioso, como no lo habían cono- lor panza de burro, diezmados e inservibles. Es un viaje a la “Re-
cido los gobernadores franceses del Cabo, era un mundo de pública Independiente de Gonaives”, en manos de los rebeldes del
negros. Porque negras eran aquellas hermosas señoras, de “ejército caníbal”, los opositores a Aristide. Las distancias en Hai-
firme nalgatorio, que ahora bailaban la rueda en torno a tí, como el tiempo, son relativas. Hay que pasar por tres horas y
una fuente de tritones; negros aquellos dos ministros de media de tormentos en un camino zigzagueante, mitad pavimen-
medias blancas, que descendían, con la cartera de becerro tado, mitad de piedras redondas color tiza, como las del lecho de
debajo del brazo, la escalinata de honor […] un río seco. Una ruta pegada al mar, que al amanecer tiene todos
los azules y los verdes.
ALEJO CARPENTIER, El reino de este mundo Una vez que quedan atrás los arrozales que explotan de ver-
de, las plantaciones de banano y varios caseríos detenidos al cos-
tado del camino y del tiempo, se llega al primer retén de los rebel-
La independencia de Francia fue declarada el 1° de enero de des. A unos diez kilómetros de la ciudad, un container corta la ruta
1804 en Gonaives, al oeste de la isla, por Dessalines, quien tomó e impide el paso: es la “aduana”. Allí está Leonel, junto a dos jóve-
prestado el título de “Emperador” para morir asesinado apenas dos nes armados con escopetas y decenas de curiosos que exigen dejar
años después con su uniforme azulado, salpicado de borlas dora- el auto y alquilar sus motos que aguardan a la sombra de los al-
das. Rebelde de nacimiento, hoy la ciudad es la cuarta en impor- mendros. La negociación con Leonel dura varios minutos hasta
tancia, con sus doscientos mil habitantes. Y fue allí, en sus calles que por cansancio acepta diez dólares para recorrer la ciudad e ir
polvorientas, en donde se comenzó a gestar el “asesinato político” a ver a los líderes de la revuelta. El segundo retén es otro container
de Aristide cuando el país entero se preparaba para sumarse a los atravesado tras un puente, que las motos esquivan con dificultad.
bailes del Carnaval. La entrada a la ciudad, la única por donde pueden circular vehícu-
Nada de eso parece importarle a Marc. Tiene cinco años, las los, es una larga avenida bombardeada de pozos y semidestruida.
piernas flacas y la mirada gris. Sin dejar de mirar el suelo pedre- Este grupo de “rebeldes” no es puro ni romántico y acaso no
goso, se frota la panza una y otra vez en una señal inequívoca. Tie- sepan quién fue el Che Guevara. Porque hasta diciembre eran la
ne hambre. El billete de cincuenta gourdes (poco más de un dó- fuerza de choque parapolicial ––en este país el ejército fue disuel-
lar) en sus manos ajadas le devuelve una sonrisa blanca, perdida to en 1995–– del Partido Lavalas, que amedrentaba y mataba a fa-
hace tiempo. Sentado en una lata de aceite, revuelve sus pies ne- vor del ex “cura de los pobres”. Pero el asesinato de Amiot Metayer,
gros sobre la tierra y se va sin decir nada camino al mar. Llegar a un jefe “Chemer” (“chicos malos” en creole) pro Aristide, rebeló a
la ciudad de Gonaives, a unos ciento cincuenta kilómetros al nor- su hermano Buteur, quien se llevó sus ideales y matones hacia la
te de Puerto Príncipe, es un viaje al olvido. Hacia una tierra de ni- lucha armada. Estas bandas han sido reconocidas como “ejército
ños desnutridos, como en todo el país. De hombres y mujeres ––en caníbal” a partir de un mito con mucho de verdad: en el pasado
Haití no hay ancianos–– de ojos amarillentos y ropas raídas por la hubo grupos de choque que solían comerse partes de sus víctimas.
pobreza. De olores indescifrables, mezcla de orina, estiércol y que- Como aquellos quinientos mil negros que a fines del siglo XVIII se
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alzaron contra los diez mil blancos que mandaban en la isla La Es- dad en esta ciudad que arde al mediodía y quema como un sople-
pañola y que para amedrentar a los franceses clavaban en sus lan- te: crema de afeitar, jabón, cremas para las manos y la piel, paña-
zas las cabezas de sus víctimas. Doscientos años más tarde, Gonai- les descartables, toallas femeninas, pilas, baldes de plástico. Por la
ves parece no haber cambiado demasiado. Sus casas de madera y tarde, este pueblo en armas ––todos armados, dicen los líderes re-
paredes de barro ––la mayoría–– o de ladrillos grises, siempre a me- beldes–– se vuelca al ron y a la cerveza, mientras desde las casas de
dio terminar ––las otras–– dudan entre derrumbarse o mantener- comida estalla la música afro ––la raíz de este país con un noven-
se en pie, erosionadas por el paso del tiempo y una pobreza más ta y cinco por ciento de negros–– que rompe el silencio de una ciu-
que bicentenaria. Sus calles están regadas de barricadas de cemen- dad en espera de bailar con la caída de Aristide.
to, chasis de autos, carrocerías fulminadas por el fuego, troncos, Buteur Metayer, el jefe rebelde del Frente Revolucionario de
maderas y cubiertas que ardieron cuando la ciudad cayó en manos la Artibonita, está en su “oficina”, una choza de cinco por cinco,
rebeldes y sus autoridades y la policía huyeron en busca de mejo- sin paredes, con piso de tierra y una terraza sostenida sobre vigas
res días. de madera de dudosa resistencia que antes era la escuela. Rodea-
La sede central de la policía ––de donde los rebeldes libera- do de jóvenes más parecidos a pandilleros del Bronx neoyorquino
ron a todos los presos–– es sólo una montaña de escombros cha- que a “revolucionarios”, Metayer no demuestra sus treinta y tres
muscados y alambres retorcidos. Las columnas y parte del techo, años. Parece más viejo: su cabeza rapada, su barba candado y sus
lo único que quedó en pie tras el ataque, están rociadas de bala- lentes para sol Rayban con marco dorado le dan un aire indisimu-
zos de distinto calibre. En igual estado quedó una gasolinera, de lable a jefe de una organización armada, pero no precisamente re-
la que sólo se distingue la cara tiznada de un tigre. A unos metros, volucionaria.
una camioneta 4x4 sin patente identificatoria, que hasta antes de Para llegar a él hay que atravesar todo el pueblo y detenerse
la toma era de la policía, vigila la escena. En su interior, cuatro mi- en una esquina, a una cuadra del mar, al costado del puerto. Hay
licianos rebeldes, con una ametralladora M-15 y una pistola cali- que “saludar” al busto de bronce cubierto de flores de Amiot Me-
bre 22, ambas oxidadas y con las culatas de madera carcomidas, tayer, el hermano de Buteur, asesinado en diciembre, y esperar que
como único arsenal, patrullan la ciudad en busca de ladrones de sus “lugartenientes” den la orden para avanzar. Al final de la calle,
poca monta. junto a unas barcazas que se pudren al sol, está su “cuartel gene-
A pocas cuadras de la comisaría está la feria, en la Avenida Ve- ral”. Antes de entrar, hay que sortear tres estatuas de bronce de los
né, en el cruce de dos calles tapizadas por un colchón de basura de líderes de la independencia de casi tres metros de altura, acostadas
veinte centímetros, acumulada hace ya varios días. El olor define a en el suelo, arrancadas de algún monumento.
esta ciudad y no es posible distinguir si es a agua estancada o se ––Vamos a seguir avanzando hasta que se vaya el dictador
desprende de los cerdos que, como los perros, se disputan alguna Aristide. Primero atacaremos Cap Haitien [la segunda ciudad del
que otra rata o restos de comida. En una alcantarilla de agua color país], luego tomaremos todo el norte para bajar después a Puerto
carbón, el esqueleto de un perro flota mansamente, mientras otro Príncipe y forzar su caída ––me dice. Huele a ron.
––que pronto lo será–– lo olfatea buscando algún resto de carne. ––¿Por qué tomar las armas para echar a un presidente como
En dicho mercado es posible encontrar de todo, de dudosa utili- Aristide elegido en las urnas? ––le pregunto.
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Ese nombre lo pone eufórico. moso del mundo, y no es para menos. Un informe judicial del 26
––Él es el culpable de lo que le pasa a este país. Es un dictador de enero de 1980 identifica como Clervius Narcise al individuo que
que le ha hecho mucho daño a este pueblo. Por eso debe irse ––di- fue hallado el 18 de enero de ese año, vagando semidesnudo y en
ce en correcto inglés. estado de shock, por las afueras de su pueblo natal. Sin embargo,
––Pero hasta hace unos meses usted era uno de sus hombres el 3 de mayo de 1962 se había certificado su muerte en el hospital
de confianza… Albert Schweitzer, de Gonaives.
––Sí, pero no se asesina a los amigos ––responde cortante. Gracias a una terapia, Narcise se recuperó parcialmente, lo que
Es vox populi en Haití que los hombres de Metayer se han no ha ocurrido con casi ningún otro caso de zombificación, y pu-
financiado con el narcotráfico y que han recibido sus armas de do de esta forma aportar datos para una investigación posterior.
los traficantes que operan en estas costas. Sin mover siquiera un Narcise contó en detalle cómo su alma había sido robada por un
músculo de la cara, Metayer es categórico: “El dictador Aristide Bokor (un hechicero especialista en el uso de venenos y en “sepa-
se olvida que fue él quien nos dio las armas, pero para otros fi- rar el alma del cuerpo”, según la creencia del vudú) y cómo su cuer-
nes”, sin duda, más “altruistas”: matar opositores de entonces, hoy po paralizado había sido enterrado vivo. Este “muerto en vida”, un
sus aliados. zombi en definitiva, detalló el terror de escuchar a los médicos cer-
El final de la charla es a toda orquesta. Una marcha encabeza- tificando su muerte, y su incapacidad de gritar que estaba vivo. Re-
da por dos jóvenes armados con ametralladoras AK 47 y seguida lató la agonía de permanecer encerrado bajo una tierra húmeda
por decenas de niños y mujeres, cantan, insultan a Aristide y con- horas interminables, y cómo fue desenterrado por el Bokor y sus
vocan a Egou, un dios menor del vudú ––la religión mayoritaria ayudantes, golpeado, atado y vendido como esclavo en una plan-
en Haití–– que personifica al espíritu de la guerra, que siempre sa- tación, donde había otros zombis como él. Cuando el capataz de
le victorioso y que fue quien inspiró a los negros de Gonaives ––ha- la plantación murió, los zombis comenzaron a vagar durante años
ce doscientos años–– para romper el yugo francés y declarar la in- por los caminos de Haití, hasta que la fortuna lo llevó nuevamen-
dependencia. te a su ciudad, donde fue reconocido por su familia. Narcise, casa-
do y padre de un hijo, fallecería para siempre años después. Hasta
ahora, no ha vuelto a levantarse de su tumba.
De Gonaives era Clervius Narcise. “Ésta es mi tumba, aquí es Haití es un zombi. Una muestra más de lo real y de lo fantás-
donde me enterraron. Cuando fallecí me metieron en esta tumba. tico de un pueblo que se dice católico, pero que en el más íntimo
Yo morí el 3/5/1962 y fui enterrado aquí al día siguiente. Me me- de los secretos profesa el vudú, una religión de origen afro que
tieron aquí debajo y estuve más de dos días sepultado. Después vi- adora a un solo dios, Bondye, y a toda una galería de “seres espi-
nieron a buscarme. Me llamaron. Oí que me decían ‘levántate’ y yo rituales” ––los Loas–– como Erzuli, la diosa del amor, o Agw, el so-
me levanté y salí de la tumba contestando a los que me llamaban. berano de los mares que ––dicen–– ejerce una gran influencia en
Estaba muy agitado. Me senté en la tumba y me amarraron los bra- la política. La zombificación es una pena capital, una condena in-
zos con cuerdas. Después me tuvieron trabajando en una planta- famante dentro del vudú. Y el zombi no es otra cosa que una per-
ción durante dos años y nueve meses”. Narcise es el zombi más fa- sona a la que le han arrebatado el ti bon ange (la “conciencia” en
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el mundo occidental y cristiano), como forma de castigo: una jus- rios buscaban tesoros entre los siglos XVII y XIX, aventuras pinta-
ticia a la haitiana, ilegal pero legítima. Tan fuerte y poderosa ha si- das con trazo fino por Emilio Salgari en El corsario negro y por Ro-
do la influencia del vudú en la vida política del país que la mayo- bert Stevenson en La isla del tesoro. Ya no está allí el “capitán Bill”
ría de sus presidentes y dictadores fueron Houngan (sacerdotes) en busca de un cofre de oro, pero por sus costas andan otros tu-
y miembros de las llamadas Sociedades secretas, instituciones po- nantes que cruzan el Canal de la Tortue traficando todo tipo de
líticas y judiciales encargadas de imponer las penas. Y tan legíti- mercancías, armas y drogas.
ma que el año pasado el Estado debió legalizar su práctica. En el hotel Mont-Joli de Cap Haitien, al costado de una pis-
Una cosa es lo que creen los haitianos sobre el proceso de cina de agua cristalina y dulce, el ex policía Guy Philippe y el ex re-
zombificación y otra muy distinta es cómo se fabrica científicamen- presor Louis-Jodel Chamblain dan los últimos retoques para lo que
te. Muchas familias de Haití, ante el temor de que sus familiares será el asalto final a Puerto Príncipe. Ambos tienen prontuario más
muertos puedan ser desenterrados y convertidos en zombis, los ha- que currículum: Philippe encabezó un intento de golpe de Estado
cen morir por segunda vez: les disparan un tiro en la cabeza o le in- contra Aristide en 2001 y debió refugiarse en República Domini-
yectan al cadáver un poderoso veneno. Otros los estrangulan y hay cana, desde donde regresó protegido y armado por sus colegas do-
algunos que han llegado a decapitarlos para impedir que los he- minicanos. Chamblain está acusado de dirigir un escuadrón de la
chiceros puedan hacerlos resucitar. Para la ciencia, en cambio, un muerte, que desde 1991 hasta 1994 violó, torturó y mató a cuanta
zombi no es otra cosa que un ser vivo narcotizado con un pode- persona quiso ver abandonada en una zanja.
roso veneno ––tetrodontoxina, sesenta mil veces más potente que
la cocaína y quinientas más que el cianuro–– extraído de algunas
plantas, algas marinas o peces y que los Houngan utilizan a la per- Es la hora en que las sombras son un pequeño punto negro.
fección. Ciencia o magia negra, el temor a la zombificación ha si- En esa calle de Bel Air, en la capital haitiana, el cuerpo se confun-
do utilizado siempre en Haití como mecanismo de control social de con un montículo de basura, abandonado. Su espalda se ha ar-
y político. queado un poco más y sus ojos fueron cerrados por compasión.
Unos cien kilómetros más al norte de Gonaives se encuentra El sol del medio día inflama la carne en descomposición hasta de-
Cap Haitien, la segunda ciudad del país con sus quinientas mil al- formarlo: los tobillos son como una pelota de tenis y su panza es
mas, convertida en “comandancia” de la otra vertiente de los rebel- una bola de piel estirada, como el parche de un tambor. Parece
des alzados en armas que controlan medio país, tan pequeño que otro hombre, pero es el mismo. Nadie se junta a su alrededor y ya
sólo es la mitad de Suiza y que tiene ocho millones de habitantes. no hay matronas que se asomen a las ventanas. Los Tap Tap si-
En tiempos de Henry Christophe era Ciudad del Cabo, y por sus guen su marcha indiferente. El olor es el mismo, nauseabundo y
callejuelas con “edificios de cantería, sus casas normandas guarne- caliente, más concentrado que al amanecer. La mancha alrededor
cidas de larguísimos balcones techados”, el Rey solía someter a de su cabeza es ahora una pasta negruzca, adherida a la calle pa-
cuanta mujer deseara y apalear a los de su raza. Desde los embar- ra siempre.
caderos del puerto, achinando los ojos hacia el mar, se puede dis-
tinguir la Isla de la Tortuga, en donde bucaneros, piratas y corsa-
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Cerca de allí, en Cité Soleil, Puerto Príncipe se extiende por venta, para defenderse de los grupos paramilitares que, con la dic-
un valle de calles pedregosas, de tierra seca y residuos acumulados tadura de Cedras en fuga, intentaban llevarse con ellos la mayor
desde siempre. Sus doscientos cincuenta mil habitantes viven en el cantidad de cadáveres. Y confiesa algo más, a modo de secreto
abandono y la pobreza más cruel, en casillas de chapas agujerea- ––tras la invasión norteamericana de 1994 que repuso a Aristide
das, sin agua potable ––como la mayoría en la capital––, rodeados en el poder, Estados Unidos montó una base militar a unos cien-
de cerdos y gallinas que se disputan a punta de mordiscos y pico- tos de metros de Cité Soleil––: “Nosotros les ofrecíamos mujeres
tazos los restos de basura. Es el bastión de los seguidores de Aris- y sexo, y los marines pagaban con armas y municiones”. Un ne-
tide y ahí, dicen, hay más armas que comida. gocio redondo.
Baltazar tiene treinta y tres años y el aplomo que le da su pis- Este conglomerado de tierra, perros flacos, aguas servidas que
tola calzada en el cinturón. Es uno de los jefes “Chemer” encarga- no sirven para nada y olor indescifrable comenzó a poblarse en los
dos de patrullar sus calles estrechas, senderos laberínticos que se años sesenta cuando campesinos sin trabajo abandonaron el inte-
pierden hacia el puerto. Sin policías a la vista, son los amos del lu- rior del país en busca de mejor suerte. Entonces se llamaba Cité Si-
gar. Sentado en el anfiteatro de la Plaza de la Unión ––a medio con- mon, un homenaje en vida a la esposa del entonces dictador “Pa-
cluir, como todo en Haití–– admite que la policía no los persigue. pa Doc” Duvalier. Pero en 1984 comenzó a transmitir Radio Soleil,
Por el contrario, trabajan junto con ella: “Ellos se encargan de la de la Iglesia Católica, en la que tenía un programa un sacerdote lla-
justicia formal”, me explica, y da por sobreentendido que existe mado Jean Bertrand Aristide. A los pocos años, esta barriada infi-
otro tipo de justicia y que no es precisamente divina. nita fue rebautizada como Cité Soleil.
––Si la policía cumple su rol, ¿cuál es el de ustedes? ––pregunto. Jose Ulysses se presenta como el jefe de Infraestructura de la
––Ayudamos a la policía a luchar contra los ladrones y para zona ––el encargado de concluir esta plaza de cemento que, al pa-
evitar que haya peleas entre bandas rivales de jóvenes. Pero princi- recer, no se inaugurará nunca––, pero tiene la actitud y el porte de
palmente estamos armados para defendernos de los que quieren un “comisario político”. Escucha el relato de Baltazar con atención
que Aristide se vaya del gobierno. e interviene:
En su cuello cuelga una cruz de madera con el nombre de Je- ––Nosotros vamos a defender a Aristide de esos que se dicen
sús tallado a mano, enlazada en un collar jamaiquino, que contras- rebeldes, hasta la muerte, porque él nos da todo y el resto nunca
ta con su enorme reloj “bañado en oro” ––aclara–– y su anillo con nos dio nada. El problema aquí es que los ricos no quieren que los
una piedra bordó. Miembro del Partido Lavalas de Aristide, Balta- pobres participemos en política.
zar cuenta que para patrullar la zona se desplazan en grupos de cin- Baltazar asiente. Que a la burguesía haitiana ––doce familias
cuenta a sesenta personas, “con machetes, palos, etcétera”. tan blancas que parecen puras–– le resulte abominable el poder que
––¿Armas? ––sondeo, invitándolo a una respuesta conocida. en la última década han tenido los pobres de este país ––el ochen-
“Muchas etcéteras”, responde y la primera sonrisa que lanza ta por ciento, ciertamente–– no caben dudas. Sobre dar la vida por
en la charla deja ver su dentadura blanca con algunas ausencias. su jefe, como asegura Jose, se verá…
Baltazar admite que fueron los hombres de Aristide quienes Es sábado y llueve sobre Puerto Príncipe. A las dos de la tar-
convirtieron esta zona en un arsenal, a mediados de los años no- de el cielo se volvió plomizo y las pocas luces de la Avenida Delmas
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se encendieron automáticamente. Es una lluvia fuera de contexto, que con su olor tiñe todo lo que toca. Y carne inclasificable, de un
en esta época de seca. Es unos de esos días en los que la melanco- color morado, salpicado de verde. Lucile apenas tiene para sobre-
lía lo invade todo. Y hace más triste el mundo de Lucile, que vive vivir con sus dos hijos y un marido que por mil seiscientos gour-
con menos de un dólar diario y menos luminoso el de Cristine, a des al mes (unos cuarenta dólares) trabaja en una gasolinera.
quien no le preocupan los precios en ese supermercado de Petion La lluvia de la noche anterior, bien tropical, implacable, depo-
Ville, la única zona exclusiva de la capital. En ese inmenso local re- sitó toda la basura de la parte alta de la ciudad en el centro y en los
frigerado que huele a pan recién horneado y en donde los celula- barrios periféricos. Y nadie parece dispuesto a quitarla de las ca-
res trinan histéricos, la vida es vida. No como la de Lucile, que de- lles. Un remolino de latas, bolsas, hierros retorcidos y ropa vieja se
be hundir sus pies en el barro y en la basura para recorrer esas trepa a las veredas, a las paredes y se cuela en las casas. Lucile pa-
calles del mercado de La Saline ––un barrio descascarado pegado rece tener más años de los que debe tener y su cuerpito es flaco, di-
al puerto–– para comprar su mudita de frutas, verduras, arroz y al- minuto. Compra allí lo necesario: diez gourdes (veinticinco centa-
go de pescado para combatir el hambre. vos de dólar) por un poco de carbón, indispensable para cocinar,
Además de sus callejuelas intrincadas que bajan de los cerros y un puñado de arroz por el mismo precio.
hacia el mar turquesa, Puerto Príncipe tiene una distribución geo- Al mundo de Lucile y al de Cristine no sólo los separan los
gráfica que parece pensada por un diablo, un urbanista perverso o cinco kilómetros que hay del puerto a los cerros. También el color
por Eshu, el Loa (Dios) de la Venganza para el vudú. Y es que los de la piel ––en este país es por lo general sinónimo de status so-
sectores más ricos de este país empobrecido ––en donde el ochen- cial–– y lo que pueden gastar para mantener a sus familias. Por los
ta por ciento de la población pasa hambre y la enfermedad más ex- pasillos del supermercado Caribbean pasean muchos mestizos, va-
tendida es la desnutrición–– viven colgados de los cerros, en sus rios blancos y pocos negros. El temor a un desabastecimiento ha
fortalezas blindadas por muros de concreto. Abajo, en apretadas llevado a Cristine ––y a muchos como ella–– a abarrotar sus pasi-
barriadas casi sin luz y sin agua potable, el “Haití real” se desmaya llos y a llenar los carros con lo indispensable: leche, muchas latas
por el hambre, se muere por la violencia o agoniza porque sí. Blan- de conserva, fideos y pollo. En sus góndolas aún hay de todo. Le-
co y negro de un país dirigido por mestizos y blancos, en un país che Parmalat y pollos Sadia, de Brasil, manteca de Finlandia, que-
con noventa y cinco por ciento de negros, de origen africano. sos franceses por más de treinta dólares, salames y jamones espa-
El mundo de La Saline, el de Lucile, es aquel de cubículos de ñoles por la misma cifra, agua mineral de Estados Unidos, fideos
chapa, piso de tierra, una alfombra de basura en descomposición, italianos, manzanas mexicanas. Nada, claro está, dice “Made in
que huele a formol y a aceite quemado, a agua estancada por siglos Haití”.
y a orina estampada en sus paredes. En una de sus avenidas, la Rue Lucile y Cristine son dos caras de esta realidad haitiana, que
Deschamps, está el mercado, con sus gritos dulces en creole (el dia- se parece tanto a una pintura naíf, de las que se venden en las ca-
lecto local) y decenas y decenas de puestos, en donde hay todo ti- lles de Puerto Príncipe. De lejos se ve ingenua, pero de cerca, es más
po de verduras, desde tomates a papas más bien raquíticas, luju- difícil de comprender.
riosas zanahorias en racimo, sacos de arroz, frutas tropicales como
el mango o el ananá, y banana, mucha banana. También pescado,
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Muy lejos había sonado una trompa de caracol. Lo que resul- de Puerto Príncipe. Ubicada en un lugar estratégico de la isla, la
taba sorprendente, ahora, era que al lento mugido de esa con- ciudad conecta tres carreteras: una al este, hacia República Domi-
cha respondían otros en los montes y en las selvas […] Era nicana; otra al norte, bastión de la “comandancia” alzada en armas;
como si todas las porcelanas de la costa, todos los lambíes in- y la tercera que baja de los cerros hasta la capital. Aislado y aban-
dios, todos los abrojines que servían para sujetar las puertas, donado por las superpotencias que alguna vez lo idolatraron, Aris-
todos los caracoles que yacían, solitarios y petrificados, en el tide sólo podía esperar un milagro ofrecido por algún Loa. De na-
tope de los moles, se hubieran puesto a cantar a coro […] To- da servirán las barricadas amenazantes que durante días ardieron
das las puertas de los barracones cayeron a la vez derribadas en la capital. De nada, tampoco, las armas que los Chemer decían
desde adentro. Armados de estacas, los esclavos rodearon las tener ––y tenían–– para defender a su líder. De mucho menos ser-
casas de los mayorales, apoderándose de las herramientas. virían, a esas alturas, los apenas cuatro mil policías mal armados
de todo el país que al paso de los rebeldes huían sin pelear o se su-
ALEJO CARPENTIER, El reino de este mundo maban a sus huestes.
El sol de las dos de la tarde se cuela por las ventanas del palacio
presidencial e ilumina el amplio salón de cortinas blancas y paredes
La llegada de Jean Bertrand Aristide al poder en febrero de beige. Allí, hace cuarenta años, Simon ––la esposa de “Papa Doc” Du-
1991 trajo algo de normalidad. Pero en Haití, los problemas siem- valier–– le ordenaba a sus sirvientes refrigerarlo hasta el congela-
pre están por comenzar. Sin embargo, este “cura de los pobres” que miento para poder lucir sus tapados de pieles. En el palacio ya no es-
se había impuesto en las primeras y únicas elecciones limpias de la tán ni Simon, ni “Papa Doc”, sino Aristide. Sentado en un sillón de
historia con el setenta por ciento de los votos sería víctima del gol- cuero verde, rodeado de bustos de la familia Kennedy y custodiado
pe de Estado número treinta y dos, encabezado por el general por una enorme pintura de Dessalines ––el héroe de la independen-
Raoul Cedras apenas siete meses después de haber asumido. Ce- cia––, Aristide me mira con serenidad. Dos enormes ventiladores de
dras siguió la tradición de muerte de los Duvalier, hecha carne en techo ronronean dando vida a un aleteo rutinario. Detrás de unas
las fuerzas armadas haitianas. Sólo los veinte mil marines enviados gruesas gafas, su ojo derecho se niega a seguir el recorrido del iz-
por Estados Unidos en septiembre de 1994 pudieron poner fin a la quierdo. Las manos bailan en el aire, se enroscan, se cruzan y se es-
dictadura y reponer en su sitio a Aristide. Paradojas del destino y trechan, como las de un sacerdote en misa. Es enfático y se lo ve se-
de la “real polítik”, con apenas un puñado de hombres que no ac- guro de su poder y de la devoción que aún despierta en los sectores
tuaban bajo su bandera ––al menos visiblemente–– Washington se populares. Pero en el fondo intuye que su suerte está echada si la co-
llevó al exilio a un hombre que fue clave en las dos últimas déca- munidad internacional no despliega una fuerza militar que detenga
das y volvió a instalar sus marines en el blanco y afrancesado Pa- el avance rebelde desde el norte hacia Puerto Príncipe. Luego de una
lacio Presidencial, testigo desde su construcción, en 1920, de una larga charla, me despido con una pregunta temerosa.
sucesión interminable de presidentes. ––¿Daría la vida para defender a su gobierno?
La “llamada de los caracoles” fue, para Aristide, la caída en ––Sí, claro que sí ––responde en perfecto español. Como Bal-
manos rebeldes de Mirebalais, a sólo cincuenta y siete kilómetros tazar, lo dice con firmeza. Como Baltazar, no cumplirá.
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Los festejos, o los lamentos, por su caída deberán ser cada cua- Príncipe. “Nos liberó, nos liberó”, gritaba un grupo de mujeres
tro años. Aristide huyó del país el último día de febrero de un año cuando vio que Philippe se bajaba de su 4x4 todo abollado. Inten-
bisiesto, a las seis de la mañana, a la hora en que la sombra de los taron avalanzarse sobre él para darle un beso. No paraba de son-
cerros de la capital se estira sobre el mar. Era un domingo de mi- reír, enfundado en su uniforme negro y protegido del sol bajo las
sa, de atuendos pobres pero limpios, recién planchados. Un do- alas de su sombrero de miliciano. El recorrido a veces era lento, a
mingo de niños con camisas blancas y niñas con vestidos de colo- veces frenético por esas callecitas empinadas de la capital. Lento,
res vivos, zapatos negros de charol, medias rojas y trenzas al tono. porque la caravana debía parar a saludar y saludar a los cientos de
Pero también, fue un domingo de saqueos y muerte. Nada de eso personas que desde las veredas agitaban banderas haitianas, pañue-
vio Aristide desde la ventana del pequeño avión privado en que los y alguna que otra prenda íntima. Frenético, cuando tomaba ve-
partió al exilio, acaso con su esposa, Margot, sollozando en su locidad en alguna avenida en bajada, en donde las camionetas pa-
hombro. No vería tampoco el saqueo de su casa en el Boulevard 15 recían flamear por el viento. Las bocinas, a esa altura del recorrido,
de Octubre, en el barrio de Tabarre, ni sabría ––acaso nunca lo se- ya estaban roncas de tanto trinar.
pa–– que su coqueto piano de cola fue a dar al fuego lento de una Colgados de los techos de las 4x4 o con el torso afuera y las
cocina a leña. Su formación de sacerdote salesiano no le habrá al- armas apuntando al cielo, este grupo de ex policías, ex militares,
canzado para comprender por qué aquellos que diez años atrás ha- paramilitares y malhechores comunes entró en la plaza Champ de
bían movilizado su poderosa flota para devolverlo al trono hoy, con Mars en medio del éxtasis de las miles de personas que allí los es-
un puñado de hombres, lo forzaban a partir. Cuando el avión ca- peraban. Sólo faltaban los disparos al aire, pero supieron cuidar
rreteaba habrá recordado a James Foley, el “baby face” embajador las formas. Detrás de las altas rejas del palacio presidencial, des-
norteamericano, erigido en el nuevo poder de Haití. Cuando el pués de un amplio parque y sobre las escalinatas de acceso, dece-
avión despegaba, no habrá querido recordar que al menos cien per- nas de marines ––rubios, recién afeitados–– custodiaban al presi-
sonas murieron en medio de una violencia política que él ayudó a dente provisorio, el longilíneo Boniface Alexandre, que atendía en
fomentar. Menos aún imaginaría lo que sucedería al día siguiente. su despacho.
Bajaron del norte triunfantes. Aristide ya era pasado y ellos Ahora que la marcha termina, Philippe sube a su todo terre-
––coautores de un golpe de Estado encubierto–– tenían motivos no y emprende la retirada. Pasa despacio frente a la Casa de Go-
para festejar. Guy Philippe y un grupo de unos sesenta rebeldes del bierno, en donde Aristide dijo que lo esperaría para vender cara su
rebautizado Frente de Resistencia para la Liberación de Haití se derrota. El ex presidente ya no está. Allí sólo hay una decena de ma-
dieron un baño de fervor popular por las calles de la capital, en una rines que a su paso miran para otro lado.
interminable caravana de camionetas todo terreno. A su paso iban Al día siguiente encuentro a Philippe en un edificio blanco,
recibiendo aplausos, vítores, abrazos y postulaciones apresuradas frente a la misma plaza, que sirviera como comandancia de las
a la presidencia del país. Eran la nueve de una mañana calurosa, fuerzas armadas hasta la dictadura de Cedras. En verdad, luce pa-
cuando Philippe, Louis-Jodel Chamblain y su banda de soldaditos recido al actor Denzel Washington, con quien le gusta comparar-
de plomo comenzaron su recorrido por las comisarías ofreciendo se. No mide mucho más que un metro con setenta. En la piel mo-
sus hombres y sus armas para garantizar la seguridad de Puerto rena de su cara tiene unas marcas que le dejó, seguramente, la
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adolescencia. Está parado en el centro de un pequeño hall. A su es- Face” Foley: bien podría ser Faustin Elie Soulouque aquel “Empe-
palda, tiene una puerta de vidrio que conduce a los balcones del rador Faustino I” de mediados del siglo XIX. O también el Rey
edificio con aire colonial, blanco y brillante. Rodeado siempre de Henry Christophe, el de la muerte trágica por traicionar a los de
unos mastodontes que se chocan entre sí, se tropiezan y se caen por su raza. En los jardines prolijamente verdes de su residencia ––en
protegerlo de nadie, Philippe se dispone a responder mis pregun- alguna noche de fiesta de trajes largos y copas con burbujas–– de-
tas. Uno de sus custodios, un indudable haitiano llamado “US berá desmentir una y otra vez que Aristide fuera echado por la
Navy, S. Williams” ––según dice en el bolsillo de su uniforme–– es- fuerza. Por su fuerza. El ex cura y por dos veces ex presidente de-
cucha con desconfianza un idioma, el español, que no conoce. rrocado ahora le sobrará el tiempo para pensar en por qué sus
––Ustedes prometieron que si Jean Bertrand Aristide renun- mandatos terminan a los golpes. Y podrá imaginar otro regreso a
ciaba deponían las armas. ¿Están dispuestos a hacerlo ahora? su tierra y al poder. Como debió hacerlo Guy Philippe y su grupo
––Sí, estamos dispuestos a dejar las armas, pero para eso ne- de bandoleros, que tras su baño de fervor popular, fue forzado a
cesitamos garantías. Somos de cumplir nuestra palabra, pero no punta de presiones ––otra vez “Baby Face”–– a abandonar su au-
podemos desarmarnos así porque sí. toproclamado cargo de “comandante en jefe” de las fuerzas haitia-
––Usted se acaba de proclamar “jefe militar” pero es policía y nas y retornar a su mundo, en Cap Haitien, lejos de sus ambicio-
en Haití no hay ejército desde 1995… nes de poder. En Gonaives, la tumba del zombi Clervius Narcise
––Es que soy el jefe militar de los rebeldes que controlan la recibe la visita de curiosos, médicos, antropólogos y turistas. Mu-
mitad de este país. Además, ya hablamos con los mandos medios rió dos veces y al parecer no piensa hacerlo otra vez, aunque en
de policía y con muchos de sus jefes para que trabajemos juntos en Haití todo es posible. En Puerto Príncipe, ese muerto sin nombre
garantizar la seguridad de los haitianos. de Bel Air no tuvo sepultura, mucho menos velorio ni plañideras
––¿Quiere ser ahora presidente de Haití? que lo llorasen. No tuvo, si quiera, quien lo reclame.
––No, por ahora no. Hay un presidente que respetamos y só-
lo queremos paz para el pueblo haitiano.
––¿Y más adelante? El cuerpo es ahora un muñeco estático, inflamado por el calor
Antes de responder duda unos segundos, hace una mueca del Caribe, vacío de vida propia, atacado por vida microscópica. Las
––una sonrisa cómplice, en verdad––, me da la mano y dice: moscas bailan, enloquecidas, al compás de un zumbido endemo-
––Eso lo decidirá el pueblo de Haití. niado. La carne de los pómulos ha avanzado sobre los ojos y sobre
El pueblo haitiano, que se polarizó hasta la muerte entre los la boca, blanda y deformada. Los botones de la camisa que fue blan-
adoradores de Aristide y sus detractores, que tomó las armas para ca están a punto de estallar y los zapatos agujereados ya no pueden
defenderlo y para derrocarlo, no podrá decidir su destino, al me- contener esa masa informe que son los pies. La aureola alrededor
nos por ahora. Instalado en su fortaleza inexpugnable del Boule- de su cabeza ––que fue vino tinto caliente y luego una pasta negruz-
vard Harry Truman de Puerto Príncipe, protegido por enrolladas ca–– ha desaparecido para siempre, bajo la lengua húmeda de un
alambradas de púas, inmune a la malaria y separado por pesados perro de nadie. El Sol ya hizo todo su recorrido semicircular por
muros de los niños desnutridos de Haití, quien manda es “Baby Puerto Príncipe y va a derretirse en el mar, anaranjado, sobre la Île
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de la Gonave. La noche se eleva por detrás de los cerros, mientras
los helicópteros de los marines, rugientes y estruendosos, abren he- Colombia: el parto de Janet
ridas profundas en el cielo de la capital. La Rue des Fronts Forts, en
Bel Air, huele más que nunca a cebollín, fritanga y formol y sólo
acercándose demasiado es posible percibir el aroma dulzón de los
jazmines celestes y de las trinitarias rojas, blancas y violetas. Ese
hombre que fue vida, que gozó y sufrió como todos en este mun-
do, ya no es nada. Tal vez su alma se corporizó en ese pájaro negro
que hace equilibrio en los cables de luz y que duda en lanzarse en
picada. Aquella matrona de piel azulada y ojos color de pecado Janet tuvo los primeros dolores de parto en la madrugada del do-
––enfundada en un pantalón varios talles más pequeño de lo que mingo 2 de noviembre de 1999. Estaba por nacer su primer hijo y
exigen sus carnes–– cierra ahora lentamente las ventanas y corre, la ansiedad la acompañaba desde hacía varios días. Sentía un raro
para siempre o hasta el próximo muerto, las finas cortinas blancas cosquilleo en el cuerpo y sus manos se humedecían con facilidad.
tejidas a mano. Pero había algo más que la preocupaba y también se lo decía su
Haití, el pobre Haití que no soñaron Toussaint Louverture y cuerpo. Tenía la misma sensación de aquel día, unos años atrás,
Jean Jacques Dessalines, y que no sueñan ni Baltazar, Jose, Lucile, cuando aún vivía en la serranía de Abibe, Antioquia, en la fronte-
Cristine, Aristide, Philippe y Metayer, y mucho menos sueña Marc ra con Panamá. Era un vacío en el estómago, acompañado por la
y tantos seres de carne y hueso, es un zombi, un muerto en vida que contracción de los músculos de todo el cuerpo. Era miedo, simple-
camina con prisa involuntaria e incomprensible hacia el abismo. mente. Por entonces no estaba embarazada. Era la certeza de que
algo grave estaba por ocurrir. Diez minutos antes de las cinco de la
mañana de ese domingo de nubarrones color petróleo que oculta-
Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer ban la salida del sol, las guerrilleras Fuerzas Armadas Revolucio-
mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los narias de Colombia (FARC) comenzaron la toma de Mitú, capital
Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá to- del departamento del Vaupés. Camino al hospital, Janet se cruzó
do es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin con los primeros guerrilleros que ocupaban posiciones clave, alre-
término […] Por ello, agobiado de penas y de Tareas, her- dedor del destacamento de policía, frente a la plaza aún silenciosa.
moso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las En la sala de espera fue atendida por una enfermera de las FARC,
plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxi- que le dio consejos sobre cómo comportarse en su primer parto.
ma medida en el Reino de este Mundo. La calidez de su voz le resultó familiar. Cuando miró sus ojos y sus
uñas pintadas de rosa descubrió que “Helena”, que la había asisti-
ALEJO CARPENTIER, El reino de este mundo do durante todo su embarazo vestida con un guardapolvo blanco,
era ahora la “Comandante Cecilia”, de uniforme verde oliva y con
un fusil AK 47 en sus manos, quien estaba al mando de uno de los
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grupos de insurgentes que atacaban el pueblo. Intercambió con ella beldes a quince kilómetros del pueblo. Entre cuarenta y cuarenta
una mirada cómplice y algunas palabras de circunstancia. “Todo y cinco agentes de los ciento veinte efectivos destacados en la base
va a salir bien”, le dijo “Helena”. Durante todo el día, las contrac- antinarcóticos ubicada en la capital del departamento del Vaupés
ciones de Janet crecieron tanto como los combates de lo que en Co- se encuentran desaparecidos, posiblemente en poder de los rebel-
lombia ya se llama “la Batalla de Mitú”. Luego de pujar y pujar du- des. William Baquero, director del hospital local, dijo que el edifi-
rante todo el día, asistida a ratos por “Helena” y por un veterinario, cio fue semidestruido durante el ataque rebelde contra la base de
a las once y media de la noche nacía el primer hijo de Janet. Afue- la policía.
ra del hospital estallaban las bombas, y se colaban por las ventanas “Calculo que hay ciento cincuenta muertos. De ahí para arri-
las ráfagas de ametralladoras y los gritos desesperados de los poco ba”, dijo Baquero.
más de siete mil quinientos habitantes de Mitú, un poblado de Las FARC atacaron Mitú cinco días antes de que entrara en
quince cuadras por cuatro, capital de un departamento (una pro- vigencia una zona de despeje militar en las selvas del sur del país
vincia) creado en 1991. A esa hora, este apacible pueblo del sudes- que el presidente Andrés Pastrana ordenó liberar de soldados pa-
te del país, a treinta kilómetros de la frontera con Brasil y en el que ra emprender un diálogo de paz con los rebeldes. El repliegue mi-
antes la gente sólo se moría de vieja, había quedado en ruinas y el litar regiría en un área de 42.000 kilómetros cuadrados, que es el
olor a muerte era tan fuerte como el de la pólvora. El aguacero tro- territorio conjunto de las localidades de Uribe, Mesetas, La Maca-
pical que cayó durante todo el día empantanó las calles, diluyó y rena, Vista Hermosa y San Vicente del Caguán. Una región que es
mezcló con el barro la sangre derramada. Janet era ajena a todo dos veces la provincia de Tucumán, en Argentina, o dos veces el
eso. Todavía no había visto cómo había quedado el pueblo. territorio de El Salvador. Como consecuencia de la ofensiva, Pas-
Tres días de violentos enfrentamientos entre más de mil gue- trana debió suspender su estada en Venezuela, a donde había arri-
rrilleros, ciento veinte policías y un batallón del ejército, además bado para sostener una visita de dos días. Todos en Colombia su-
del bombardeo incesante de la fuerza aérea, habían dejado a gran ponían que el proceso de paz que aún no había comenzado
parte de Mitú convertido en una pila de escombros, de hierros sufriría las consecuencias. Pero al ser consultado, un abatido pre-
retorcidos y de inmensos cráteres en las calles abiertos por las sidente exclamó: “No”. Y agregó que “para la paz hay que tener pa-
bombas. ciencia”. La revelación de que las FARC continuarían atacando co-
Nadie se animaba a dar con precisión la cantidad de muertos, rrió por cuenta del defensor del Pueblo, José Fernando Castro,
pero las primeras informaciones afirmaron que serían unos dos- durante una reunión sostenida el fin de semana con el máximo lí-
cientos los soldados, policías, civiles y guerrilleros que murieron der de las FARC, Manuel Marulanda, alias “Tirofijo”, en algún lu-
en el ataque, según el delegado del Comité Internacional de la Cruz gar de las montañas de Colombia. “Si el gobierno quiere un pro-
Roja (CICR) en la región este de Colombia, Teddy Tormbaum. Se- ceso de paz, éste se deberá desarrollar en medio del fragor de la
tenta soldados y diez civiles cayeron el domingo durante el fulmi- guerra, el incremento de los ataques y de los muertos”, le dijo “Ti-
nante ataque de los insurgentes. Otros veinte soldados y ocho po- rofijo” a Castro.
licías que fueron enviados a la ciudad para contener el ataque El director de la Policía Nacional, general Rosso José Serra-
fueron abatidos al caer en una emboscada que les tendieron los re- no, se negó a confirmar o desmentir las cifras de muertos. Tam-
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bién recomendó a los periodistas que no compararan sin funda- Atrapada entre el río Vaupés y la pista del aeropuerto, Mitú es la
mento el ataque a Mitú con el de meses atrás contra la base anti- imagen de la desolación. La calle principal, la única con pavimen-
drogas de Miraflores, en las selvas del sur y la más importante de to y sin nombre, como todas las del pueblo, que se extiende desde
la Policía Antinarcóticos. Entonces, las FARC mataron a más de la pista de aterrizaje hasta la ribera del río, desapareció de la geo-
un centenar de policías y militares y tomaron cautivos a ciento grafía. La escuela comercial nocturna y el cuartel de policía ––el
cincuenta. Con estos rehenes, la guerrilla más poderosa del país principal objetivo guerrillero–– son sólo solares arrasados, cha-
elevó a doscientos cuarenta y ocho el número de miembros de la muscados por las bombas incendiarias y por las explosiones de las
fuerza pública que tiene en su poder y que busca canjear por casi garrafas de gas rellenas de esquirlas, que la guerrilla utiliza como
medio millar de guerrilleros que están detenidos. Las FARC, con bombas de asalto. Al final de la calle, tapizada por una alfombra de
diecisiete mil hombres en armas es la guerrilla más poderosa de casquillos de AK 47 y manchas de sangre, sólo queda en pie un pa-
Colombia. Surgida en 1964 como un desprendimiento de los gru- sacalle que parece una broma macabra: “Diviértase en la fiesta tra-
pos irregulares que del bando de los liberales enfrentaban a los dicional de integración de colonias”, dice el cartel, que a ambos la-
conservadores, está comandada por Pedro Antonio Marín, alias dos muestra el logotipo de Coca-Cola.
Manuel Marulanda Vélez, alias “Tirofijo”, quien lleva casi medio Nada de esto pudo ver Janet. Estaba preocupada por los pri-
siglo clandestino, escondido en las selvas del país, pese a sus se- meros cuidados de su hijo, un regordete que pesó casi cuatro kilos
tenta y cinco años a cuestas. y que luego de la primera teta de su vida se durmió plácidamente
El ataque fue de tal magnitud que hasta provocó un fuerte in- en brazos de su madre. “Helena”, aún en el pueblo, pasaba a verla
cidente diplomático entre los gobiernos de Brasil y de Colombia, por momentos y a controlar que estuviera bien atendida, en ese
cuando aviones militares colombianos aterrizaron sin autorización hospital que de golpe se había vuelto un ir y venir de camilleros
en el aeropuerto de la ciudad brasileña de Querarí, en la frontera con heridos, muertos y desahuciados. Un sitio que olía a formol y
entre ambos países, próxima a Mitú. El gobierno de Fernando que el piso de mosaicos blancos y frescos se había llenado de gotas
Henrique Cardoso no ocultó su disgusto. Luego de una reunión de de sangre.
emergencia con la plana mayor de las fuerzas armadas y el minis- La incursión rebelde dejó al descubierto la estrategia de las
tro de Relaciones Exteriores, Felipe Lampreia, le exigió a Colom- FARC: golpear en lugares alejados en donde no hay posibilidad de
bia el “cese” inmediato de la presencia militar de este país en terri- respuesta rápida del ejército. Pero también, el hecho de que las
torio brasileño. Y expresó su más “enérgica protesta por esta grave” FARC hayan podido permanecer setenta y dos horas dentro de una
situación. capital, por pequeña que sea, desnuda otra realidad. Las FARC go-
zan de la simpatía de amplios sectores de la población, que no le
reconoce legitimidad y autoridad al Estado o a sus instituciones.
Un olor fétido, mezcla de pólvora, madera quemada y cuer- Los rebeldes abandonaron Mitú recién el miércoles al mediodía,
pos descompuestos al sol, hacen más difícil respirar en esta tierra aunque por la tarde todavía se combatía en los alrededores. El jue-
selvática habitada por indígenas, que vivió un momento de efíme- ves, cuando llegó el presidente Andrés Pastrana, ya habían sido le-
ra gloria por la fiebre del oro primero y el narcotráfico después. vantados los cuerpos de soldados, policías y civiles ––la guerrilla se
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lleva a sus muertos–– que durante tres días quedaron tendidos al humanitaria. Todo el poblado parece un gran cuartel militar, de-
sol, al calor, a la lluvia tropical, orgía de carne para los cerdos, las vastado por la guerra.
ratas y los gallinazos, que vuelan rasante, picotean y vuelven a ele- Cuando volvió la calma, los pocos niños que quedaron en Mi-
varse, en extrañas piruetas. tú ––la mayoría de ellos fueron llevados a provincias vecinas, a ca-
Ese día la calma había regresado doce horas atrás. Y con ella, sas de parientes–– quisieron salir a jugar a las calles, como todos
sus habitantes reconocieron en el terreno los horrores de una gue- los días. Pero las tropas del ejército lo impidieron. El motivo es co-
rra. “Yo estaba en la parte de atrás de mi casa ––cuenta Carmen mún en todos los escenarios de guerra: decenas de explosivos, aún
Paredes–– cuando sentí una explosión muy fuerte. Al ir hacia la ca- activos, quedaron desparramados sobre el terreno, con el riesgo la-
lle, vi que todo el frente había desaparecido”. El baño había queda- tente de estallar en cualquier momento. Aún se los ve en la mitad
do expuesto a la mirada de quienes pasaban por la calle, igual que de las calles, junto a una pared de una casa derruida, entre la fron-
su cuarto y la cocina. Donde hubo un techo, hay ahora una lona da de algunos jardines. Son petardos, bombas comunes o garrafas
gruesa y negra que sirve para aplacar los rayos del sol, pero que na- de gas, usadas por la guerrilla en la ofensiva. Algunas tienen leyen-
da puede hacer ante la ferocidad de los aguaceros tropicales. En la das destinadas a los policías del pueblo: “pa’ ustedes, carajo”, dice
misma manzana, o en lo que quedó de ella, junto al cuartel militar una en letras blancas sobre el fondo azul de la garrafa. Otra, me-
vivía la familia Morales. Pero apenas el ejército retomó el control, nos alusiva, luce una calcomanía: “Tienda Los Amigos”. Cada tan-
tras el repliegue rebelde, decidieron abandonar el pueblo y viajar to, una explosión rompe la calma del pueblo y cientos de pájaros
a Villavicencio, capital del departamento de Meta. La guerra entre negros se espantan, las ranas que saltan en la orilla del río dejan de
las FARC y las fuerzas de seguridad de Colombia no sólo provocó cantar y todos en Mitú vuelven a sentir el doloroso ruido de la gue-
decenas de muertos y destruyó los edificios de Mitú. También al- rra. Los estampidos son producidos por las tropas especiales del
teró las costumbres de sus pobladores hasta el extremo de que mu- ejército, cuando hacen estallar bultos sospechosos o bien tiran aba-
chos colgaron carteles en sus casas en prevención de delitos: “Por jo paredes a punto de derrumbarse.
favor, no entren a robar”, dice uno colgado en la pared agujereada A metros de la casa de los Morales vive la familia Calderón. “A
del frente de la casa de los Morales. mí me mataron tres hijos y un yerno”, dice con una tranquilidad
“No roben: aquí hay explosivos”, escribieron los Giraldo en la que asombra Alberto Calderón, sentado en una hamaca en la puer-
única ventana que no se derrumbó durante el ataque. Y es que na- ta de su casa, a la sombra que dan unos enormes jacarandaes de
die quiere perder lo poco que le quedó. Antes de que fueran con- flor violeta. Las puertas y las ventanas están abiertas y de adentro
sumidos por las llamas, la guerrilla vació los almacenes y las tien- sale un delicioso olor a ajiaco, una espesa sopa a base de cereales,
das. El pueblo quedó sin luz, sin alimentos, sin comunicaciones no apta para tierra caliente. En la sala (el living) no ha quedado na-
––también fue volada la central de teléfonos–– y sin agua, porque da. Sólo hay una silla caída y unos cables pelados que le daban vi-
el tanque estalló en medio de los combates. Pero además, dicen al- da al televisor y a un equipo de música que ya no están. La casa es
gunos de los pobladores, los mismos vecinos se roban entre ellos. de material y la planta superior está sin terminar. Es de las más pro-
Sólo hay para comer lo que distribuye el ejército, que llegó a Mitú lijas del pueblo, pero no hay lujos. Varios indígenas, de tez marrón
en masa tres días después en aviones de la Cruz Roja, con ayuda como la tierra y de mirada huidiza, se juntan a su alrededor. Al ver-
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los, la cara de “Don Calderón” se vuelve roja, inflamada por la ira: po de adolescentes trata de acercar un cuerpo inflado hasta la ori-
“¿Están contentos, indios malnacidos? Ustedes son todos guerri- lla, pero esa bola de nada gira sobre sí, deja su enorme vientre al
lleros”, les grita. Su hijo Félix era un diputado provincial de un par- descubierto y desaparece, arrastrado por la corriente. Era un sol-
tido de derecha que la guerrilla secuestró y mató el domingo del dado, joven, un cuerpo que muchos reclamarán y que acaso nun-
ataque. Nunca encontraron su cuerpo, pero no tienen dudas de la ca encuentren.
suerte que corrió Félix. Una nota que les dejaron pegada en la ven- También andan a la deriva los habitantes de este pueblo en el
tana decía: “No lo busquen, jamás lo encontrarán”. Los indígenas que no hay un solo auto, inútiles en una zona que no tiene carre-
no lo miran ––pocas veces miran a los blancos a los ojos––, pero teras que la comuniquen con el mundo que se extiende más allá de
murmuran algo incomprensible. Son seis o siete y están descalzos, la selva, hacia los Llanos Orientales. Caminan sin saber a dónde ir,
tienen el pelo negro y duro y ropas gastadas de tanta miseria. Lo porque no tienen destino. La plaza, que fue antes del ataque el cen-
miran de reojo mientras se retiran. En sus caras, impenetrables tro de reunión, es hoy un páramo, donde sobresale un busto sin
hasta ese momento, se alcanza a distinguir un pequeño movimien- nombre, que parece ser el de Simón Bolívar, el Libertador. A un la-
to en los labios. Es una sonrisa. do de la plaza está la alcaldía; al otro, la gobernación, y perpendi-
Eloisa Calderón es la madre de Félix. Es una matrona gorda, cular a ambas, la iglesia de piedras marrones agujereadas a balazos
de tez blanca y el pelo negro, recogido en un rodete. Está acos- y sin vidrios. “Aquí trabajamos para recibir el tercer milenio con el
tumbrada a sufrir los dolores de la guerra y a criar nietos huérfa- futuro esperanzador para nuestros hijos”, dice un cartel en el fren-
nos, como si fueran sus hijos. Los tres hijos que le mataron le de- te de la municipalidad, que tampoco se salvó de las bombas y el in-
jaron siete nietos entre los dos y los doce años. En esa casa amplia cendio.
y fresca viven sus tres nueras viudas y los dos hijos que aún no le Janet está sentada ahora en el patio de su casa, con su hijo. Su
mataron. “Esto es así. Si se está con un bando, te mata el otro. Y cuerpo es menudo, sus manos finas, coronadas por unas uñas pro-
si no estás con ninguno, te pueden matar los dos”, dice con resig- lijas, pintadas de rosa. A su lado está Andrés, su esposo. Ambos lle-
nación. garon a principios de año buscando la tranquilidad de Mitú, “hu-
Enfrente de la casa de los Calderón está el río. Por allí llega- yendo” de la caótica y peligrosa Bogotá. Pero antes, unos años
ron centenares de guerrilleros que, junto a los que atacaron des- atrás, habían llegado a la capital colombiana escapando de la vio-
de la improvisada pista de aterrizaje y calle principal, formaron lencia, de otro caos y otro peligro. Fue aquel día cuando Janet sin-
un cerco de muerte sobre Mitú. En una pequeña playa apenas ba- tió por primera vez sus manos húmedas y se le contrajeron todos
ñada por el agua calma y marrón, hay un grupo de jóvenes. Mi- los músculos del cuerpo. Vivían en un pequeño pueblo de la se-
ran hacia un lado y hacia el otro, como quien espera una lancha. rranía de Abibe, en una pequeña finca bananera. No tenían mu-
En ese río que se mete por la selva y que se enrosca como una ser- cho, apenas la comida y un techo, pero estaban llenos de sueños y
piente hasta desaparecer entre el verde dicen que también vive la esperanzas: un hijo, tal vez dos, progresar, la casa propia. Vivían en
muerte. Una danza de cadáveres de guerrilleros y soldados se des- “Los Esquimales”, un caserío de tierra caliente en el departamen-
plaza por el Vaupés, desde el domingo, como en un lento cortejo to de Córdoba, al pie de una de las ramificaciones de la serranía
fúnebre que no sabe hacia dónde va. Con una larga rama un gru- de Abibe. Una zona de fuerte presencia de los grupos paramilita-
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res, creados precisamente en esa región para hacerle frente a la ramilitares habían montado un campamento y escuela de forma-
guerrilla. Allí, en la frontera con Panamá, Carlos Castaño creó con ción política y militar. Una casa que hacía de “cuartel general”, con
el apoyo de los ganaderos y hacendados locales las Autodefensas su gigantesca antena parabólica sobre el techo, a la derecha las ba-
Unidas de Colombia. Allí montó su guarida y su bastión. Allí era rracas para los combatientes y a la izquierda, la “escuela”: un toldo
el amo y señor de la tierra. Carlos Castaño llegó una noche hasta de plástico negro atado a los árboles, y sobre un piso de tierra ali-
“Los Esquimales”, a esa casa precaria, con sus diez matones de sado y húmedo, las sillas, los escritorios, la televisión y una video-
guardaespaldas. casetera. Un pizarrón verde cerraba la parte de atrás.
Luego de una hora de espera y de comer bananas y un guiso
intratable, “Montador” me dice con mala cara que debemos seguir
Son las 7 de la tarde, es noche en la Serranía de Abibe. La ca- viaje, que el “comandante” no llegará hasta allí y que nos esperará
sa de una hacienda que se pierde en el horizonte es el sitio elegido en “la hacienda”. Faltaban aún cuatro horas más de un viaje en una
por Castaño para conversar. Llegué a él sin rodeos, contactándo- batidora repleta de polvo, sin aire acondicionado y que “Monta-
me con un número telefónico secreto, guardado entre siete llaves. dor” trataba por ese sendero de tierra como si fuera la última vez
Un número que resultó ser el del hospital de Montería, capital del en la vida que fuera a usarla. “¿Por acá no hay guerrilla?”, le pre-
departamento de Córdoba. Allí un contacto me indicó los pasos a gunto casi con ingenuidad. “Nooooooooo. Ni uno solito de esos
seguir. Debía llegar desde Bogotá en un vuelo que aterrizaba a las guerrilleros.”Y es cierto. Tampoco hay ni una sola patrulla del ejér-
siete de la mañana. En el aeropuerto, alguien se acercaría y me lle- cito y menos aún un cuartel. Llegar a “la hacienda” fue una bendi-
varía ante el jefe máximo de los paramilitares. Ingenuamente le di ción. El sol ya castiga menos y el fresco de la galería que domina el
mis señas particulares y hasta la ropa que iba a llevar puesta. No valle hace más respirable el día. Dos sirvientes negros me acercan
hizo falta. “Montador”, el hombre que me fue a buscar, sólo se una silla y agua fresca, mientras llegan cinco paramilitares de uni-
preocupó por acercarse al único extranjero que llegó en el vuelo. forme negro, con pistolas en la cintura y fusiles M-15. “Montador”
Simpático, hablador de temas banales pero reservado con los im- conversa por lo bajo con uno, que parece el jefe del grupo. Luego,
portantes, “Montador” me llevó hasta su 4x4 y me dijo: “ya nos va- me dice que “el jefe” llegará a las cuatro de la mañana, que viene a
mos”. Fueron nueve horas de recorrer la selva, atravesar una y otra pie desde el “Nudo del Paramillo”, y me hace saber que por favor
vez el serpenteante río Sinú ––alguna de esas veces en una balsa que lo espere, que me ponga cómodo y que descanse.
iba y venía tirando de un cable de acero––, pasando por poblados La casa es luminosa y tiene ventanas en todos los cuartos, los
perdidos y polvorientos, todos sin nombre. En dos de ellos en los cuales dan hacia uno u otro lado del valle, rodeado de montañas.
que paramos a comprar agua,“Montador” se ocupó de que no con- En uno de ellos hay una cama preparada y sobre ella, dos toallas,
versara con los pobladores. Nadie, tampoco, me hubiera contesta- jabón, shampoo, crema dental y un cepillo de dientes. El baño es
do. La figura del “Don” imponía respeto. “¿Cómo le va su merced?”, una invitación ineludible para sacarme el polvo y el cansancio. Un
era el saludo, entre temeroso y formal. Al mediodía, cuando el ca- suculento plato de pollo con mandioca me espera sobre la mesa.
lor hacía hervir el agua de las botellas plásticas y el sol lastimaba También hay cerveza, gaseosas y agua. Siempre he creído que el
como un soplete, llegamos a un claro de la selva en donde los pa- momento de enjabonarse la cabeza es el peor de todos los momen-
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tos. O suena el teléfono o… golpean la puerta anunciando que ––Fusiles, ametralladoras MP-5, hablamos del fusil Galil.
Carlos Castaño ya está aquí, que se adelantó en su larga marcha y El clima ya es menos tenso y las cervezas pasan de mano en
que me espera en el comedor, una vez que haya terminado de sa- mano. Carlos Castaño está relajado y con ganas de ir a decir lo su-
carme el shampoo de la cabeza. yo. Lanza un discurso cargado de fuerza, sin perder la compostu-
Son las siete de la tarde y es de noche en la serranía de Abibe. ra y se define, buscando borrar de un plumazo cualquier imputa-
Lo que era luz y sol es ahora silencio, noche espesa y negra. Lo ima- ción de “asesino”, “mercenario”, o simplemente “paramilitar”.
ginaba más alto, pero no ha de superar el metro setenta. Carlos ––Somos una organización pluriclasista, tolerante, con un
Castaño lleva uniforme verde oliva, botas de goma y calza una pis- proyecto político. Somos una organización que no es de extrema
tola Baretta 9 mm en la cintura. Este hombre de historia sangui- derecha ni paramilitar. Ante todo queremos la unidad nacional.
naria, rodeado de diez matones que sonríen, se esfuerza por pare- Defendemos la libertad de empresa, la propiedad privada y que-
cer amable y lo logra. Tiene ojos marrones, su tez es clara y luce remos una economía solidaria. Y que dentro del transcurso del
barba de un día. Tiene treinta y cuatro años. Al verlo, me viene a conflicto se hayan presentado excesos militares, no escapa a na-
la memoria esa historia en “Los Esquimales”, años atrás, cuando die. Nosotros no hemos hecho nada distinto de lo que hace la
llegó a esa casa acompañado por diez matones. La tensión inicial guerrilla. Sucede que en este país estamos al margen de la ley por-
baja con una breve charla de fútbol, Maradona, mujeres, el buen que se penaliza el uso sagrado del derecho a la legítima defensa,
vino argentino y un viaje al país para comprar armas. No recuer- garantía inalienable del ser humano por encima de cualquier or-
da bien la fecha: quizá fue en 1991 o 1992. Pero Carlos Castaño via- den legal.
jó a la Argentina para entrevistarse en Monte Caseros, Corrientes, ––Usted dice que su organización es tolerante, pero de las dos-
con un presunto enviado de Aldo Rico para comprar armas, un ne- cientas treinta y cinco masacres contra civiles en solo un año, más
gocio que al fin no se concretó. de doscientas son responsabilidad de ustedes.
––Estuve para comprar armas porque la frontera con Panamá ––En esta guerra se miente hasta en las cifras. Aquí se acuñó
estaba difícil y había que conseguir otros mercados. Un argentino el término masacre por el propio discurso de la guerrilla. No hay
que estaba en Colombia me dijo que se podía conseguir allá con un solo antecedente de que las Autodefensas hayan entrado a man-
un militar retirado en Monte Caseros. salva a matar gente. Que en un trayecto de cinco kilómetros apa-
––¿Quién era el militar retirado? rezcan diez o doce muertos en una misma noche es verdad. Pero
––Aldo Rico. es que esta guerra se está haciendo casi entre civiles y es la guerri-
––¿Usted estuvo averiguando por armas con Rico? lla la que los mata.
––No, me enviaron un hombre de él, cuyo nombre no recuer- ––¿Ustedes no han ejecutado civiles?
do. Pero ese hombre me dijo que era enviado por Aldo Rico. El ne- ––No puedo negarlo tajantemente. Hemos matado a inocen-
gocio no se pudo hacer porque para traerlas había que pasar por tes, aunque son la minoría. Yo soy el responsable por lo que hacen
Chile y era difícil. Rico no me pudo recibir. Yo nunca pude hablar mis hombres y, sí, es cierto que he ordenado ejecuciones.
directamente con él. ––Usted se define como católico y conservador. ¿No es con-
––¿Qué tipo de armas iba a comprar? tradictorio matar y justificar esas muertes?
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––Desde luego, pero estamos en la Tierra y en un país en gue- FARC, tres mil de cuyos miembros fueron asesinados en cinco
rra. Somos humanos y aquí nadie es perfecto. Pero hay ocasiones años. En Colombia la política de estos grupos fue siempre de “tie-
en las que si no matas, te matan. Yo ordeno la ejecución de civiles, rra arrasada”. Tomaban caseríos completos, asesinaban a sus ocu-
es decir guerrilleros de civil, y lo hago porque sé que si no, más ade- pantes, incendiaban sus viviendas y se adueñaban de la tierra para
lante ellos me matan. Yo estoy tranquilo con Dios y con mi con- luego venderla a ganaderos o a narcotraficantes. Según las organi-
ciencia. zaciones de derechos humanos, cometieron doscientas matanzas
Vuelvo a recordar aquella historia de “Los esquimales”, cuan- en los últimos cinco años. Contra los comandantes del paramili-
do Carlos Castaño llegó con diez matones a esa casa, en la que dor- tarismo hay vigentes quinientas cincuenta órdenes de captura emi-
mían un matrimonio mayor, dos adolescentes y una pareja joven. tidas por la Fiscalía General de la Nación, veintiocho de ellas con-
Derribó la puerta a patadas, preguntó por el dueño de casa y de- tra su máximo líder, acusado además por la DEA de Estados
lante de todos le apuntó a la cabeza con su Baretta 9 mm. Unidos de dirigir un grupo narco que reemplazó al diezmado Car-
Los paramilitares surgieron en Colombia en la década del 60, tel de Cali.
pero después de los 80 tomaron mayor fuerza y combatieron a los ––¿Qué tipo de apoyo reciben de organismos del Estado, co-
grupos guerrilleros con el apoyo velado de las fuerzas armadas. El mo el ejército?
apogeo de estos grupos se inició en 1987 cuando llegaron al país ––La fortuna del Estado colombiano es que no se ha visto
mercenarios israelíes y británicos para entrenar a escuadrones de obligado a crear paramilitares, como ocurrió en todos los países de
la muerte, financiados por narcotraficantes en guerra con las dos América Latina. Mire qué fortuna: encontraron un grupo civil, con
principales guerrillas del país. Es decir, la mafia de la cocaína ha si- escasos recursos, que le está haciendo frente a la guerrilla.
do determinante en el crecimiento de la guerrilla y los “paras”. En- ––¿Usted niega que tienen vínculos con el ejército?
tre 1987 y 1990, luego de decenas de matanzas contra campesinos ––Nunca tuvimos actitudes concertadas con el ejército y ja-
que habitaban regiones históricamente guerrilleras, especialmen- más recibimos información de ellos. Yo lo que no puedo negar es
te en la zona de Urabá, cerca de Panamá, la ultraderecha clandes- que en los combates, los militares no nos atacan a nosotros y no-
tina empezó a recibir el apoyo de ganaderos, comerciantes y em- sotros tampoco a ellos, porque el enemigo común es la guerrilla.
presarios víctimas del asedio guerrillero. A esa altura contaban con Ésta es una guerra en donde el enemigo está en todas partes y hay
quinientos hombres en armas. Pero entre 1990 y 1995, gracias al que combatirlo.
movimiento llamado Autodefensas de Córdoba y Urabá, fundado ––¿Con cualquier método?
por Carlos Castaño y su hermano Fidel, muerto en combate, su ac- ––Bueno, no, el Estado no puede hacerlo con cualquier méto-
cionar se extendió. Sus militantes, según cifras de los organismos do. Y es por eso que las Autodefensas tienen éxito, porque pode-
de seguridad, pasaron a ser más de diez mil. Castaño se convirtió mos utilizar los mismos métodos de la guerrilla.
en el símbolo de la guerra contraguerrillera debido a que su padre, ––Ustedes afirman que no tienen recursos, pero se denuncia
un ganadero, fue secuestrado y asesinado por las FARC a pesar de que reciben dinero del narcotráfico y el FBI lo está investigando
haber pagado un millonario rescate. Su primer objetivo fue el ex- por narcotraficante.
terminio del partido Unión Patriótica, acusado de representar a las ––No tengo problemas en que me investiguen. Yo no tengo
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vínculos con el narcotráfico, porque tengo autoridad moral para Janet está sentada ahora en el patio de su casa en Mitú, con su
que así sea. hijo de apenas horas de vida. Su cuerpo es menudo, sus manos fi-
––Castaño, todos saben que en el sur del país ustedes se finan- nas, coronadas por unas uñas prolijas, pintadas de rosa. Acaba de
cian con los narcos. ver lo que quedó de su pueblo, ese rincón de selva al que llegaron
––Lo he dicho y lo repito: el sur es una zona cocalera y no hay buscando calma, deseando que nunca más las manos se le hume-
otra fuente de recursos que no sea ésa. Por eso se les cobra a los dezcan y se le tensen todos los músculos del cuerpo. A su lado es-
narcotraficantes y se les exigen recursos. Si no lo hago yo, lo hace tá Andrés, su esposo, quien no culpa a las FARC por lo que pasó en
la guerrilla. Eso no quiere decir que yo sea un narco. el pueblo sino, como casi todos aquí, a “los políticos corruptos que
––Usted tiene varias causas pendientes, ¿se presentaría a la Jus- se roban el poco dinero que hay para hacer obras”. Pese a todos los
ticia para rendir cuentas? días de guerra que vivieron, piensan quedarse en Mitú. Creen que
––No; yo no me considero un delincuente. Yo le estoy hacien- allí su hijo crecerá en un medio menos violento que en una gran
do un bien al país. ciudad. El pequeño, que aún no tiene nombre, duerme plácida-
––Entonces el fin justifica los medios. mente, ajeno a la destrucción que lo rodea. Todavía no sabe en
––No, por favor: yo no soy tan maquiavélico. Yo trato de ma- dónde nació.
tar la menor cantidad de gente que se pueda. Yo quiero que se me
dé el mismo trato que a la guerrilla, y si algún día las FARC dicen
que están dispuestas a presentarse a un tribunal internacional, yo
también lo hago.
Durante las tres horas que dura la charla estoy varias veces a
punto de preguntarle si recuerda aquella historia de “Los Esquima-
les”, cuando llegó con diez matones a esa casa, en la que dormían
un matrimonio mayor, dos adolescentes y una pareja joven. Y que
luego derribó la puerta a patadas, preguntó por el dueño de casa y
delante de todos le apuntó a la cabeza con su Baretta 9 mm. Aque-
lla noche que hizo salir a ese hombre mayor a la luz de la luna y le
descerrajó un tiro en la nuca.

Finalmente, nunca le pregunté si recordaba la cara de esa jo-


ven, aún adolescente que tenía sueños y esperanzas, acaso un hijo,
tal vez dos, y que lo miró con temor y odio, después del disparo.
Esa joven era Janet y ese hombre asesinado “por sospechas de co-
laborar con la guerrilla”, su padre.
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