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Las lagartijas no se hacen preguntas

Director:
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON
Últimos títulos publicados
Leonard Mlodinow
Las Leonard Mlodinow es doctor en física por la
Universidad de California. Fue miembro del
claustro del California Institute of Technology
Las lagartijas
lagartijas
y obtuvo una beca de la funadación Alexander
Carl Sagan von Humboldt en el Instituto Max Planck de
El cerebro de Broca
no se hacen preguntas Física y Astrofísica en Múnich (Alemania).
Ha trabajado como guionista de las series
Carl Sagan de televisión Star Trek: The Next Generation y

no se hacen
Los dragones del Edén MacGyver. En Crítica ha publicado El arcoiris
Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana Hace millones de años, nuestros antepasados descendieron de de Feynman (2004), El andar del borracho (2008),
los árboles y se pusieron de pie, liberaron sus manos para crear Subliminal (2013) y, junto a Stephen Hawking,
Luigi Luca Cavalli-Sforza y Francesco Cavalli-Sforza herramientas y sus mentes para sobrevivir. Todo ello fue posible Brevísima historia del tiempo (2005) y El gran

preguntas
Quiénes somos
gracias a la capacidad y el deseo de entenderse a sí mismos y al diseño (2012).
Historia de la diversidad humana
mundo en el que vivían. Los humanos somos la única especie que
complementa el insitinto con la razón y, lo que es más importante,
John Brockman (ed.)
Las mejores decisiones nos hacemos preguntas sobre nuestro entorno. Tal y como
Aprenda a tomarlas de la mano de Daniel Kahneman, Nassim explica Leonard Mlodinow, uno de los físicos más destacados de
Nicholas Taleb, Vilayanur Ramachandran, Daniel C. Dennett,
Sarah-Jayne Blakemore y otros
la actualidad, si las lagartijas u otras especies se hubieran hecho
preguntas en lugar de actuar únicamente por instinto, viviríamos
en un mundo muy diferente.
Leonard

Leonard Mlodinow
Mlodinow
Richard Leakey y Roger Lewin
Nuestros orígenes Las lagartijas no se hacen preguntas es un viaje apasionante
En busca de lo que nos hace humanos a través de la historia de la evolución humana y los eventos clave
del desarrollo de la ciencia. Una aventura fascinante que nos lleva
Carlos Briones, Alberto Fernández y
José María Bermúdez Castro
desde la evolución de las herramientas de piedra al lenguaje escrito, El apasionante viaje
pasando por el nacimiento de la química, la biología y la física
Orígenes. El universo, la vida, los humanos
moderna hasta el mundo tecnológico actual. Por el camino, el autor del hombre de vivir
explora las condiciones culturales que han influido al pensamiento
Antonio J. Durán
El universo sobre nosotros científico durante años y las pintorescas personalidades de grandes en los árboles a
Un periplo fascinante desde el cielo de don Quijote al cosmos
de Einstein
filósofos, científicos y pensadores como Aristóteles, Galileo,
Newton, Darwin, Einstein y Lavoisier, entre otros, que comprender el cosmos
basaron sus vidas en la continua búsqueda de respuestas.
Brian Green
La realidad oculta
Universos paralelos y las profundas leyes del cosmos

Stephen Jay Gould


La montaña de almejas de Leonardo «Mlodinow siempre consigue convertir
Ensayos de historia natural PVP 22,90 Ð 10137043 la ciencia en algo accesible y entretenido.»
Stephen Hawking
www.ed-critica.es Diseño de cubierta: Departamento de Arte y Diseño,
Área Editorial Grupo Planeta.
9 788498 929331 Ilustración de cubierta: ©Diego Mallo

29 mm
LAS LAGARTIJAS
NO SE HACEN
PREGUNTAS
El apasionante viaje del hombre
de vivir en los árboles a comprender el cosmos

Leonard Mlodinow

Traducción castellana de
Joan Lluís Riera

BARCELONA

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Primera edición: marzo de 2016

Las lagartijas no se hacen preguntas


Leonard Mlodinow

No se permite la reproducción total o parcial de este libro,


ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión
en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico,
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contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes
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o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Título original: The upright thinkers

© 2015 Leonard Mlodinow

© de la traducción, 2016 Joan Lluís Riera Rey

© Editorial Planeta S. A., 2016


Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
Crítica es un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.

editorial@ed-critica.es
www.ed-critica.es

ISBN: 978-84-9892-933-1
Depósito legal: B. 2773 - 2016
2016. Impreso y encuadernado en España por Huertas Industrias Gráficas S. A.

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1

El anhelo de conocimiento

M i padre me habló en cierta ocasión de un escuálido preso del cam-


po de concentración de Buchenwald que tenía conocimientos de
matemáticas. Lo que a una persona le viene a la cabeza cuando oye la
palabra «pi» nos dice algo sobre ella. Para el «matemático» era la rela-
ción entre la circunferencia de un círculo y su diámetro. Si le hubieran
preguntado a mi padre, que apenas tenía educación primaria, me habría
contestado que era un círculo de masa de harina rellena de manzana.*
Un día, a pesar del abismo que los separaba, el preso matemático le pro-
puso a mi padre que resolviera un problema. Mi padre le dio vueltas
durante unos cuantos días, pero no logró desentrañarlo. Cuando volvió
a ver al preso, le preguntó por la solución. El hombre no se la quería dar,
le decía que tenía que descubrirla por sí mismo. Pasó algún tiempo, y mi
padre volvió a preguntárselo, pero el otro preso se aferraba a su secreto
como si fuera un lingote de oro. Mi padre intentó reprimir su curiosidad,
pero no pudo. En medio del hedor y la muerte que lo rodeaban, se obse-
sionó con la respuesta. Por fin el otro preso le propuso un trato: le reve-
laría la solución si le daba su mendrugo de pan. No sé lo que pesaría mi
padre por aquel entonces, pero cuando lo liberó el ejército estadouni-
dense no llegaba a los cuarenta kilos. Pese a ello, su anhelo de saber era
tan fuerte que se había desprendido de su mendrugo de pan a cambio de
la respuesta.

* En inglés, la letra griega «pi» se pronuncia igual que «pie», tarta. (N. del t.)

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12 Las lagartijas no se hacen preguntas

Fue al final de mi adolescencia cuando mi padre me contó este


episodio, que me afectó profundamente. La familia de mi padre había
desaparecido, sus posesiones habían sido confiscadas y su cuerpo pri-
vado de alimento, debilitado, golpeado. Los nazis los habían despoja-
do de todo lo palpable, pero su deseo de pensar y razonar y conocer
había sobrevivido. Era prisionero, pero su mente era libre para vagar,
y lo hizo. Comprendí entonces que la búsqueda del conocimiento es el
más humano de nuestros deseos, y que, por diferentes que fueran
nuestras circunstancias, mi propia pasión por entender el mundo tenía
su origen en el mismo instinto que la de mi padre.
Cuando me dediqué a estudiar ciencias, en la universidad y des-
pués, mi padre no me preguntaba tanto sobre las cuestiones técnicas
de lo que aprendía como sobre su significado subyacente: de dónde
venían las teorías, por qué me parecían hermosas, qué nos decían so-
bre nosotros como seres humanos. Este libro, escrito décadas más
tarde, es mi intento de dar por fin respuesta a aquellas preguntas.

Hace varios millones de años, los humanos empezamos a erguir-


nos, alterando nuestros músculos y esqueleto de manera que nos per-
mitiera caminar en una postura erecta, lo que liberó nuestras manos
para reconocer y manipular los objetos de nuestro entorno y ensanchó
el panorama de nuestra visión, que ahora nos permitía explorar en la
lejanía. Pero al tiempo que erguíamos la postura, nuestra mente se
elevaba por encima de la de otros animales y nos permitía explorar el
mundo no ya con la vista, sino con el pensamiento. Caminamos ergui-
dos pero, por encima de todo, somos pensadores.
La nobleza de la raza humana radica en nuestro anhelo de conoci-
miento, y lo que nos hace únicos como especie queda reflejado en los
logros que hemos alcanzado, tras miles de años de esfuerzo, en nues-
tro empeño por descifrar el enigma que es la naturaleza. Si a un hu-
mano de la antigüedad le hubieran dado un microondas para calentar
su carne de uro, tal vez pensara que en su interior había un ejército de
laboriosos y minúsculos dioses que encendían hogueras diminutas
bajo la comida, y luego desaparecían milagrosamente cuando se abría
la puerta. Pero igual de milagrosa es la verdad: que un puñado de le-

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El anhelo de conocimiento 13

yes abstractas, simples e inviolables, explican todo nuestro universo,


desde el funcionamiento de un microondas hasta los prodigios natura-
les del mundo que nos rodea.
A medida que avanzaba nuestro conocimiento del mundo natural,
pasamos de percibir las mareas como un fenómeno regido por una
diosa a entenderlas como el resultado de la atracción gravitatoria de la
Luna, y dejamos de ver las estrellas como dioses que flotan en el fir-
mamento a identificarlas como hornos nucleares desde los cuales nos
llegan fotones. Hoy entendemos el funcionamiento interno de nuestro
Sol, a cientos de millones de kilómetros de nuestro planeta, y la es-
tructura de un átomo más de mil millones de veces más pequeño que
nosotros. Que hayamos logrado descodificar estos y otros fenómenos
naturales no es solo un prodigio, es también una historia épica y fas-
cinante.
Hace algún tiempo formé parte del equipo de guionistas de una
temporada de la serie televisiva Star Trek: La nueva generación. En
mi primera reunión de guiones, sentado a una mesa poblada con todos
los guionistas y productores del programa, lancé una idea para un
episodio que me entusiasmaba porque en ella intervenía la astrofísica
real del viento solar. Todos los ojos estaban centrados en mí, el físico
de la sala, mientras excitadamente explicaba los detalles de mi idea y
la ciencia que había detrás. Cuando acabé (había tardado menos de un
minuto), miré lleno de orgullo y satisfacción a mi jefe, un taciturno
productor de mediana edad que en otro tiempo había trabajado como
detective de homicidios en la policía de Nueva York. Me miró un mo-
mento con un rostro extrañamente ilegible y luego pronunció con gran
énfasis: «¡Cierra el pico, jodido empollón!».
Cuando me sobrepuse al bochorno, comprendí que lo que intenta-
ba decirme de tan sucinta manera era que me habían contratado por
mi capacidad para contar historias, no para montar unas clases ex-
traescolares sobre la física de las estrellas. Asumí su opinión, y desde
entonces he dejado que me guíe en todo lo que escribo. (Su otra suge-
rencia memorable: si alguna vez sospechas que te van a despedir, baja
la calefacción de tu piscina.)
En las manos equivocadas, la ciencia, como todos sabemos, puede
ser aburrida hasta decir basta. Pero la historia de lo que sabemos y de

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cómo lo sabemos no es aburrida en absoluto. Al contrario, es tremen-


damente emocionante. Llena de episodios de descubrimiento que no
son menos cautivadores que un episodio de Star Trek o el primer viaje
a la Luna, poblada de personajes tan apasionados e idiosincrásicos
como los que conocemos en el arte, la música o la literatura, de bus-
cadores cuya insaciable curiosidad llevó a nuestra especie desde sus
orígenes en la sabana africana a la sociedad en la que hoy vivimos.
¿Cómo lo lograron? ¿Cómo pasamos de ser una especie que ape-
nas había aprendido a caminar erguida y vivía de frutos, bayas y raí-
ces que recolectaba con sus propias manos a una que vuela en aviones,
envía mensajes al instante por todo el mundo y recrea en enormes la-
boratorios las condiciones del universo primigenio? Ésa es la historia
que quiero contar, porque conocerla es entender nuestra herencia
como seres humanos.

Se ha convertido en un cliché decir que en la actualidad el mundo


es plano. Pero si es cierto que las distancias y diferencias entre países
se van reduciendo, también lo es que las diferencias entre el hoy y el
ayer van aumentando. Cuando se construyeron las primeras ciudades,
hacia el 4000 a.C., la manera más rápida de viajar a larga distancia era
en una caravana de camellos, que se desplazaba a unos pocos kilóme-
tros por hora. De mil a dos mil años más tarde se inventó el carro,1 que
elevó la velocidad máxima hasta unos 30 kilómetros por hora. No fue
hasta el siglo xix cuando la locomotora a vapor permitió al fin viajar de-
prisa, con velocidades de más de 150 kilómetros por hora a finales de la
centuria. Pero aunque a los humanos nos llevó dos millones de años
pasar de correr a 15 kilómetros por hora a atravesar un país a 150 kiló-
metros por hora, sólo hicieron falta cincuenta años más para alcanzar
el siguiente factor de diez, con la creación de un avión que podía volar
a 1.500 kilómetros por hora. Y en los años 1980, los humanos ya viajá-
bamos a más de 25.000 kilómetros por hora en la lanzadera espacial.
La evolución de otras tecnologías también muestra la misma ace-
leración. Es el caso de las comunicaciones. Aun en el siglo xix, la
agencia Reuters usaba palomas mensajeras para enviar las cotizacio-
nes de bolsa entre ciudades.2 Más tarde, a mediados del siglo xix, se

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extendió el telégrafo, y en el siglo xx, el teléfono. Hicieron falta ochen-


ta y un años para que el teléfono fijo alcanzara una penetración de
mercado del 75 %, pero el teléfono móvil logró lo mismo en veintio-
cho años, y el teléfono inteligente en tan sólo trece. Durante los últi-
mos años, primero el correo electrónico, luego los mensajes de texto,
suplantaron en buena medida a las llamadas telefónicas como medio
de comunicación, y hoy el teléfono cada vez se usa menos para hacer
llamadas y más como ordenador de bolsillo.
«El mundo actual», decía el economista Kenneth Boulding, «es
tan distinto del mundo en el que nací como aquel mundo lo era del de
Julio César.»3 Boulding nació en 1910 y murió en 1993. Los cambios
que presenció, y muchos otros que se han producido desde entonces,
fueron productos de la ciencia y de la tecnología que ésta alimenta.
Esos cambios forman parte de la vida humana más que en cualquier
otro tiempo pasado, y nuestro éxito en el trabajo y en la sociedad de-
pende cada vez más de nuestra habilidad para asimilar las innovacio-
nes y para innovar nosotros mismos. Hoy, incluso quienes no trabajan
en la ciencia o la tecnología se enfrentan a retos que los obligan a in-
novar para seguir siendo competitivos, y por eso la naturaleza del des-
cubrimiento es un tema que nos importa a todos.
Para ganar perspectiva sobre nuestra posición actual y albergar
alguna esperanza de entender adónde nos dirigimos, es necesario sa-
ber de dónde venimos. Los mayores triunfos de la historia intelectual
del hombre (la escritura y la matemática, la filosofía natural y las di-
versas ciencias) suelen presentarse aislados, como si cada uno de ellos
no tuviera nada que ver con los otros. Pero esa manera de ver las cosas
hace hincapié en los árboles, no en el bosque. Olvida, por su propia
naturaleza, la unidad del conocimiento humano. El desarrollo de
la ciencia moderna, por ejemplo, que a menudo se proclama como la
obra de «genios aislados» como Galileo o Newton, no surgió de un
vacío social o cultural. Hundió sus raíces en el modo de acercarse al
conocimiento que inventaron los antiguos griegos, creció con las
grandes preguntas que planteaba la religión, se desarrolló de la mano
de nuevas formas artísticas, fue influido por las lecciones de la alqui-
mia y habría sido imposible sin progresos sociales que van del desa-
rrollo de las grandes universidades de Europa a invenciones munda-

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nas como la de los sistemas de correo que conectaron ciudades y


países cercanos. La ilustración griega, a su vez, nació de las asombro-
sas invenciones intelectuales de pueblos más antiguos, en tierras como
Mesopotamia y Egipto.
A causa de estas influencias y conexiones, la historia de cómo
llegaron los humanos a entender el cosmos no consiste en viñetas ais-
ladas, sino que forma, como la mejor ficción, una narración coheren-
te, un todo unificado cuyas partes tienen numerosas interconexiones,
y que comienza en los albores de la humanidad. En lo que sigue,
ofrezco una guía selectiva de esa odisea de descubrimiento.
Nuestro viaje se inicia con el desarrollo de la mente de los huma-
nos modernos y se centra en las eras críticas y los puntos de inflexión
durante los cuales esa mente realizó saltos hasta nuevas maneras de
mirar el mundo. A lo largo del camino, presentaré algunos de los per-
sonajes fascinantes cuyas únicas y personales cualidades y modos de
pensar desempeñaron un papel importante en esas innovaciones.
Como tantos otros relatos, éste se divide en tres partes. La parte I,
que se extiende a lo largo de millones de años, sigue la evolución del
cerebro humano y su propensión a preguntarse «¿por qué?». Nuestros
porqués nos empujaron a nuestras primeras indagaciones espirituales
y, con el tiempo, nos llevaron a desarrollar la escritura y la matemáti-
ca y el propio concepto de ley, que son las herramientas necesarias
para la ciencia. En su momento, aquellos porqués nos llevaron a con-
cebir la filosofía, la idea de que el mundo material responde a ritmos
y razones que, en principio, podemos comprender.
La siguiente fase de nuestro periplo explora el nacimiento de las
ciencias duras. Es una historia de revolucionarios que gozaron del don
de ver el mundo de otro modo, y de la paciencia, la determinación, el
ingenio y el coraje para persistir en su empeño durante los años o in-
cluso décadas que precisaron para desarrollar sus ideas. Estos pione-
ros, pensadores como Galileo, Newton, Lavoisier y Darwin, lucharon
largo y duro contra la doctrina establecida de su tiempo, de manera
que sus historias son inevitablemente historias de lucha personal en
las que, a veces, estuvo en juego hasta su propia vida.
Por último, como en tantos buenos relatos, el nuestro da un giro
inesperado justo cuando sus héroes tienen razones para pensar que se

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acercan al final de su viaje. En un extraño giro argumental, cuando la


humanidad creía que había descifrado todas las leyes de la naturaleza,
pensadores como Einstein, Bohr y Heisenberg descubrieron un nuevo
dominio de la existencia, un dominio invisible en el que había que
reescribir aquellas leyes. Ese «otro» mundo, con sus leyes sobrenatu-
rales, se desarrolla a una escala demasiado pequeña para que poda-
mos aprehenderla directamente: el microcosmos del átomo, regido por
las leyes de la física cuántica. Son esas leyes las responsables de los
grandes y cada vez más rápidos cambios que nuestra sociedad experi-
menta en la actualidad, pues fue la comprensión del mundo cuántico
lo que permitió la invención de los ordenadores, los teléfonos móviles,
los televisores, los láseres, la internet, los métodos de imagen en me-
dicina, el mapeo genético y muchas de las nuevas tecnologías que han
revolucionado la vida moderna.
Mientras que la Parte I de este libro abarca millones de años y la
Parte II varios siglos, la parte III apenas comprende unas pocas déca-
das, lo que refleja la aceleración exponencial del conocimiento hu-
mano, y la novedad de nuestras incursiones en este extraño mundo.

La odisea humana del descubrimiento abarca muchas eras, pero


los temas de nuestro empeño por entender el mundo no varían nunca,
pues surgen de nuestra propia naturaleza humana. Uno de estos temas
le resultará familiar a cualquiera que trabaje en un campo dedicado a
la innovación y el descubrimiento: la dificultad de concebir un mun-
do, o una idea, distintos del mundo o las ideas que ya conocemos.
En los años 1950, Isaac Asimov, uno de los mejores y más creativos
autores de ciencia ficción de todos los tiempos, escribió la trilogía Fun-
dación, una serie de novelas en las que la acción se sitúa a muchos mi-
les de años en el futuro. En estas novelas, los hombres se desplazan
cada día para trabajar en sus oficinas mientras las mujeres se quedan en
casa. En tan sólo unas pocas décadas, esa visión del futuro lejano ya era
cosa del pasado. Si lo traigo a colación es porque ilustra una limitación
casi universal del pensamiento humano: nuestra creatividad queda res-
tringida por el pensamiento convencional que nace de creencias de las
que no podemos despojarnos, o que ni siquiera pensamos en cuestionar.

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La otra cara de la dificultad de concebir el cambio es la dificultad


de aceptarlo, y ése es otro de los temas recurrentes de nuestra historia.
A los seres humanos, el cambio puede resultarnos abrumador. El cam-
bio es exigente con nuestra mente, nos aleja del ámbito en que nos
sentimos más cómodos, quebranta nuestros hábitos mentales. Produce
confusión y desorientación. Requiere que nos despojemos de nuestras
viejas maneras de pensar, y ese despojarnos no es elección nuestra
sino imposición. Más aún, a menudo los cambios desencadenados por
el progreso científico desbaratan sistemas de creencias que comparte
un gran número de personas, y que posiblemente afecten a sus profe-
siones y modos de vida. En consecuencia, las nuevas ideas científicas
suelen topar con resistencia, indignación y ridículo.
La ciencia es el alma de la tecnología moderna, la raíz de la civili-
zación moderna. Está en la base de muchas de las cuestiones políticas,
religiosas y éticas de nuestros días, y las ideas que la sustentan están
transformando la sociedad a un ritmo cada vez más rápido. Pero del
mismo modo que la ciencia desempeña un papel fundamental en la
formación de los patrones del pensamiento humano, no es menos cier-
to que los patrones del pensamiento humano han jugado un rol decisi-
vo en la formación de nuestras teorías científicas. Y es que la ciencia
es, como bien señalaba Einstein, «tan subjetiva y psicológicamente
condicionada como cualquier otra rama del empeño humano».4 Este
libro es un intento por describir los desarrollos de la ciencia con ese
espíritu: como un empeño determinado tanto intelectual como cultu-
ralmente cuyas ideas sólo pueden entenderse mediante un examen de
las situaciones personales, psicológicas, históricas y sociales que lo mo-
delaron. Ver la ciencia de este modo no sólo arroja luz sobre la propia
empresa, sino también sobre la naturaleza de la creatividad y la inno-
vación, y, en un sentido más amplio, sobre la condición humana.

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