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Universidad Central de Venezuela

Facultad de Humanidades y Educación


Escuela de Artes
Cátedra de Teorías Socioculturales
Asignatura: Análisis de la realidad sociocultural
Profesor: Adolfo José Calero Abadía

TEORÍA SOBRE EL TOTALITARISMO


SIMONA FORTI (2008). El totalitarismo: trayectoria de una idea límite. Barcelona: Herder.

“Existe un primer significado de totalitarismo con el que, a grandes líneas, están de acuerdo las ciencias sociales
y las ciencias políticas. Referido exclusivamente a los regímenes del siglo XX, designa una situación política en la
que un único partido ha conquistado el monopolio del poder del Estado y ha sometido a toda la sociedad,
recurriendo a un uso total y terrorista de la violencia y otorgando un papel central a la ideología” (Forti, 2008:
29).

Emmanuel Mounier: “llamamos totalitario a cualquier régimen en que una aristocracia del dinero, de clase o de
partido impone su voluntad a una masa amorfa, por muy conforme y entusiasta que esta se muestre” (en Forti:
2008: 67-68).

“’Totalitarismo’ no sólo puede indicar un tipo de régimen que se opone a las formas democráticas,
parlamentarias y pluralistas, como significa en la ciencia política, sino que también puede distinguir, en aquello
que tienen en común, por ejemplo, nazismo y estalinismo, algo que no afecta únicamente a la intensidad y a la
organización de la opresión política, sino que afecta, además, a la raíz de las intrincadas relaciones que vinculan
vida humana y poder” (Forti, 2008: 11).

Raymond Aaron: “Los sistemas totalitarios no se contentan con eliminar la distinción entre Estado y sociedad, y
con acabar con cualquier tipo de pluralismo, sino que se organizan en torno a ideologías que, como las
doctrinas religiosas, ofrecen un horizonte salvífico diferido en el tiempo, pero alcanzable gracias al régimen
instaurado” (en Forti: 2008: 58-59).

“La política del siglo XX implica a los individuos en una “movilización total”, transformándolos a la vez en
“masa” y en pequeños engranajes de una dinámica cuyo único sentido es el propio funcionamiento. Los países
se convierten así en grandes “talleres metalúrgicos”, donde la vida del individuo coincide cada vez más con la
vida de un “soldado del trabajo”, engullido por la funcionalidad en todos los frentes. De modo que la técnica
irrumpe en las fibras más íntimas de la existencia, produciendo una auténtica transformación antropológica
que hace a los hombres susceptibles de movilización y de manipulación (Forti, 2008: 45-46).

“Si la consciencia burguesa se había fabricado ingenuamente la idea de un futuro en paz y si lo mismo había
hecho el feliz optimismo comunista, la aparición de los totalitarismos desmiente históricamente y para siempre
la confianza marxista y el optimismo liberal burgués, y contradice de una vez por todas la fe en el progreso
social que había sostenido la filosofía de la historia” (Forti, 2008: 63).

BRZEZINSKI Y FRIEDRICH (1965). Dictadura totalitaria y autocracia. México: Fondo de Cultura Económica.
Primero:
El imperativo de una ideología oficial a la cual deben adherirse todos los súbditos con el objetivo de transitar
hacia un “Estado final perfecto de la humanidad”.

Segundo:
La existencia de un único partido de masas, conducido de ordinario por un solo hombre, organizado de manera
jerárquica y por encima de la estructura burocrática del Estado.
Tercero:
El monopolio total de las armas, que si bien también se practica en mayor o menor medida en las democracias,
aquí supone el control del parque armamentístico por parte de miembros del partido único y de la burocracia
subordinada a éste.

Cuarto:
El control total de los medios de comunicación masivos, el cual debe ser un transmisor efectivo de la ideología
del partido.

Quinto:
Un sistema de control policial, encargado de aplicar el terror físico y psicológico sobre la población.

Sexto:
El control de todas las organizaciones e instituciones, desde las más grandes y generales (educativas,
económicas, administrativas) hasta las más pequeñas y particulares (agrupaciones culturales y sociales, entes
productores de bienes simbólicos, confesiones y religiones).

TZVETAN TODOROV (2010). La experiencia totalitaria. Barcelona: Galaxia Gutenberg.

“Sigo pensando que el proyecto totalitario se apoya en una tesis antropológica e histórica según la cual la
guerra muestra la verdadera naturaleza humana, y por eso, para tomar el poder y para conservarlo, legitima los
medios violentos: la revolución y el terror. Se otorga un fundamento que se presenta como científico, aunque
en realidad sólo es cientificista, que le permite deducir la dirección de la historia y los fines últimos de la
humanidad. Al mismo tiempo promueve un mesianismo secular, o utopismo, la promesa de traer el paraíso a la
tierra y la salvación para todos. Este pensamiento, fortalecido por sus objetivos, sus legitimaciones y su aparato
represivo, permite establecer un régimen totalitario que se fundamenta en la unificación y la no diferenciación
de la sociedad, y que exige suprimir las diferencias entre lo público y lo privado, y por lo tanto la libertad de los
individuos, y a la vez someter todas las formas de vida social, y sobre todo económica, al poder del Estado.”
(Todorov, 2010: 20).

“El objetivo de la seguridad del Estado totalitario no son los culpables, sino los inocentes, a los que es preciso
mantener todo el tiempo atemorizados para que colaboren con ella y la ayuden a alcanzar este otro ideal: una
sociedad totalmente transparente, bajo continua vigilancia, en la que el aparato de control pueda disponer de
un conocimiento total de la población” (Todorov, 2010: 28).

“El nepotismo y el favoritismo adquieren libre curso, y buscar a un tío, un cuñado o un primo influyente es la
única manera de gestionar mil problemas cotidianos. La tan cacareada igualdad de todos los ciudadanos
funciona en realidad como fachada de una sociedad de castas formada por círculos concéntricos alrededor del
núcleo de poder, el gabinete político del partido, con un secretario general en cabeza, y las instancias que
dependen también de los jefes soviéticos” (Todorov, 2010: 28).

“Lo grave en esta historia es que en un régimen totalitario en realidad no es posible quedarse al margen. A este
compromiso inevitable alude un libro que ha publicado hace poco Vesko Branev, un viejo amigo mío que se
quedó en Bulgaria durante toda la dictadura comunista: El hombre vigilado. Como el Estado ha pasado a ser el
único que ofrece trabajo en el país, es preciso recurrir a él para sobrevivir. Su aparato de control es tentacular:
policía corriente, organizaciones profesionales, organizaciones por edades, por barrios, por aficiones… Nadie
escapa a la vigilancia. Tampoco nadie puede ser del todo dueño de su comportamiento, aunque se sepa
vigilado. Es posible controlarse todo el tiempo ante algunas personas, o durante un tiempo ante todos, pero no
todo el tiempo ante todo el mundo. Vivir es comunicar, pero toda comunicación supone asumir un riesgo.
Ningún individuo puede evitar firmar un pacto invisible con el diablo en el que los bienes intercambiados son
muy desproporcionados. Lo que recibe son las migajas de “privilegios”, como el derecho a participar en un viaje
turístico a Grecia, pero lo que ofrece son pedazos de su alma, porque se le pide que se someta
incondicionalmente y que esté dispuesto a traicionar. Para la mayoría de los habitantes del país, la idea de huir
al extranjero y volver a empezar su vida desde cero es sencillamente inimaginable, ya que es demasiado tarde,
todo el mundo está atrapado en una red de relaciones que resulta difícil romper, y además esta lepra del alma,
el espíritu totalitario, lo ha cambiado por dentro. El hombre sólo tiene una vida y se ve obligado a vivirla en el
lugar donde está” (Todorov, 2010: 29).

“En una población así enmarcada se dibujan dos grandes tendencias. Por una parte, los astutos, los que se
enorgullecen de haber aprendido rápidamente las reglas del juego, las aceptan sin escrúpulos y se apresuran a
cumplir todos los ritos de paso para lograr situarse entre los beneficiados por el régimen. Por la otra, la mayoría
sumisa, que ha interiorizado en miedo y se limita a no moverse para evitar los golpes. Pero tanto los unos como
los otros sufren los mimos daños internos, Se ven abocados a la hipocresía hasta el punto de que olvidan sus
aspiraciones de partida y ya no saben distinguir entre ser y parecer. Se les incita a observar con recelo a los que
los rodean, a cultivar los celos, la envidia y la calumnia para perjudicar a sus vecinos o a sus posibles rivales. A
fuerza de tener miedo, se vuelven indiferentes ante el sufrimiento de los demás e intolerantes con sus
elecciones, huyen sistemáticamente de toda confrontación y se refugian en comportamientos estandarizados y
en fórmulas estereotipadas. Su consciencia sufre daños irreparables, la enfermedad de su espíritu es incurable
y su destino queda destrozado. Para escapar de esta degradación suelen cultivar las relaciones íntimas,
amorosas y amistosas, pero tampoco ahí están fuera de peligro, porque los amigos pueden convertirse en
chivatos [delatores] y el matrimonio puede servir como medio de promoción social o de huida (las chicas
soñaban con casarse con un extranjero)” (Todorov, 2010: 30).

“La identidad de grupo de las víctimas es mucho más fuerte en el nazismo que en el comunismo. En el primer
caso se trata de grupos étnicos que se reconocen como tales: judíos (con excepciones), gitanos y eslavos.
Cuentan realmente con rasgos distintivos: lengua, religión, costumbres, una memoria común y una consciencia
de grupo. No sucede lo mismo en el caso de la mayoría de los grupos perseguidos por el comunismo. Aparte de
determinadas minorías nacionales, los demás quedan definidos en función de un criterio político o profesional,
como los rusos blancos, los burgueses o los kulaks. Lo que les convierte en grupo es que los califiquen de
“enemigos del pueblo”. Los kulaks como tales no tienen cronistas, ni tradición, ni una identidad fuerte, y por lo
tanto es más difícil recordarlos como una entidad diferenciada” (Todorov, 2010: 33).

“Bajo el régimen comunista toda la existencia individual estaba sometida al control de la colectividad”
(Todorov, 2010: 42).

HANNAH ARENDT (2004). Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Taurus.

“A la verdadera naturaleza de los regímenes totalitarios corresponde el exigir el poder ilimitado. Semejante
poder sólo puede ser afirmado si literalmente todos los hombres, sin una sola excepción, son fiablemente
dominados en cada aspecto de su vida” (Arendt, 2004: 553).

“El totalitarismo busca no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en el que los hombres
sean superfluos. El poder total sólo puede ser logrado y salvaguardado en un mundo de reflejos condicionados,
de marionetas sin el más ligero rasgo de espontaneidad” (Arendt, 2004: 554).

“Los que aspiran a la dominación total deben liquidar toda espontaneidad, tal como la simple existencia de la
individualidad siempre engendrará, y perseguirla hasta en sus formas más particulares, sin importarles cuán
apolíticas e inocuas puedan parecer” (Arendt, 2004: 553).

“La falacia trágica de todas estas profecías, originadas en un mundo que todavía era seguro, consistió en
suponer que existía algo semejante a una naturaleza humana establecida para siempre, en identificar a esta
naturaleza humana con la historia y en declarar así que la idea de dominación total era no sólo inhumana, sino
también irrealista. Mientras tanto, hemos aprendido que el poder del hombre es tan grande que realmente
puede ser lo que quiera ser” (Arendt, 2004: 553).
“El sentido común entrenado en el pensamiento utilitario carece de defensas contra este supersentido
ideológico, puesto que los regímenes totalitarios establecen un mundo que funciona carente de sentido. El
desprecio ideológico por los hechos todavía contenía la orgullosa presunción del dominio humano sobre el
mundo: después de todo, es este desprecio por la realidad el que hace posible cambiar el mundo, la erección
del artificio humano. Lo que destruye el elemento de orgullo es el desprecio totalitario por la realidad (y por
ello lo distingue radicalmente de las teorías y actitudes revolucionarias) es el supersentido que da al desprecio
por la realidad su fuerza lógica y su consistencia. Lo que logra un recurso verdaderamente totalitario de la
afirmación bolchevique de que el sistema ruso es superior a todos los demás es el hecho de que el gobernante
totalitario obtiene de esta afirmación la conclusión lógicamente impecable de que sin este sistema la gente no
podría haber construido algo tan maravillo como, por ejemplo, un Metro. De este punto de vista extrae luego la
conclusión lógica de que cualquiera que conozca la existencia del Metro de París es un sospechoso, porque
puede ser causa de que la gente dude de que sólo se pueden hacer cosas en el sistema bolchevique. Esto
conduce a la conclusión final de que, para seguir siendo un bolchevique leal, uno tiene que destruir el Metro de
París. Sólo importa ser consecuente” (Arendt, 2004: 555).

“Lo que tratan de lograr las ideologías totalitarias no es la transformación del mundo exterior o la
transmutación revolucionaria de la sociedad, sino la transformación de la misma naturaleza humana” (Arendt,
2004: 556).

FRIEDRICH HAYEK (2011). Camino de servidumbre. Madrid: Alianza.

“Parece casi una ley de la naturaleza humana que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un
programa negativo, sobre el odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea
positiva. La contraposición del “nosotros” y el “ellos”, la lucha contra los ajenos al grupo, parece ser un
ingrediente esencial de todo credo, que enlace sólidamente a un grupo para la acción común. Por
consecuencia, lo han empleado siempre aquellos que buscan no sólo el apoyo para una política, sino la ciega
confianza de ingentes masas. Desde su punto de vista, tiene la gran ventaja de concederles mayor libertad de
acción que casi ningún programa positivo. El enemigo, sea interior, como el “judío” o el “kulak”, o exterior,
parece ser una pieza indispensable en el arsenal de un dirigente totalitario” (Hayek, 2011: 219).

“Una vez se admita que el individuo es sólo un medio para servir a los fines de una entidad más alta, llamada
sociedad o nación, síguense por necesidad la mayoría de aquellos rasgos de los regímenes totalitarios que nos
espantan. Desde el punto de vista del colectivismo, la intolerancia y la brutal supresión del disentimiento, el
completo desprecio de la vida y la felicidad del individuo son consecuencias esenciales e inevitables de aquella
premisa básica; y el colectivista puede admitirlo y, a la vez, pretender que su sistema sea superior a uno en que
los intereses “egoístas” del individuo pueden obstruir la plena realización de los fines que la comunidad
persigue” (Hayek, 2011:232-233).

“Para que un sistema totalitario funcione eficientemente no basta forzar a todos a que trabajen para los
mismos fines. Es esencial que la gente acabe por considerarlos como sus fines propios. Aunque a la gente se le
den elegidas sus creencias y se le impongan, estas tienen que llegar a serlo, tienen que convertirse en un credo
generalmente aceptado que lleve a los individuos, espontáneamente, en la medida de lo posible, por la vía que
el planificador desea. Si el sentimiento de opresión en los países totalitarios es, en general, mucho menos
agudo que los que se imagina la mayoría delas personas en los países liberales, ello se debe a que los gobiernos
totalitarios han conseguido en alto grado que la gente piense como ellos desean que lo hagan” (Hayek,
2011:237).

“El efecto de la propaganda en los países totalitarios no difiere sólo en la magnitud, sino en naturaleza, del
resultado de la propaganda realizada para fines diversos por organismos independientes y en competencia. Si
todas las fuentes de información ordinaria están efectivamente bajo un mando único, la cuestión no es ya la de
persuadir a la gente de esto o aquello. El propagandista diestro tiene entonces poder para moldear sus mentes
en cualquier dirección que elija, y ni las personas más inteligentes e independientes pueden escapar por entero
a aquella influencia si quedan por mucho tiempo aisladas de todas las demás fuentes informativas” (Hayek,
2011:238).
“Las consecuencias morales de la propaganda totalitaria que debemos considerar ahora son, por consiguiente,
de una clase aún más profunda. Son la destrucción de toda la moral social, porque minan uno de sus
fundamentos: el sentido de la verdad y su respeto hacia ella. Por la naturaleza de su tarea, la propaganda
totalitaria no puede confinarse a la gradación de los valores, a las cuestiones de interpretación y la las
convicciones morales, sobre las cuales el individuo siempre se adaptará, más o menos, a los criterios
dominantes en su comunidad, sino que ha de extenderse a cuestiones de hecho que operan sobre la
inteligencia humana por una vía diferente. Tiene que ser así, primero, porque para inducir a la gente a aceptar
los valores oficiales, estos deben justificarse o mostrarse en conexión con los valores ya sostenidos por la
gente, lo cual envolverá a menudo afirmaciones acerca de las relaciones causales entre medios y fines; y, en
segundo lugar, porque la distinción entre fines y medios, entre el objetivo pretendido y las medidas tomadas
para alcanzarlo, jamás es en la realidad tan tajante y definida como tiende a sugerirlo la discusión general de
estos problemas; y, en consecuencia, la gente tiene que ser llevada a aceptar no sólo los fines últimos, sino
también las opiniones acerca de los hechos y posibilidades sobre las que descansan las medidas particulares”
(Hayek, 2011:239-240).

WILLIAM EBENSTEIN (1965). El totalitarismo. Nuevas perspectivas. Barcelona: Paidós.

“Al contrario de la democracia, “el totalitarismo (…) releva a los hombres de la carga de responsabilidad y al
mismo tiempo restringe su libertad y el campo para expresarse individualmente” (1965: 35).

“El totalitarismo sostiene que el Estado es tan omnisciente y omnipotente que puede impedir que el individuo
cometa errores, y el modo más sencillo de impedir tales errores es privar al individuo de la oportunidad de
elegir y tomar decisiones por sí mismo” (1965: 135).

“El totalitarismo como forma de gobierno y como forma de vida se caracteriza por un propósito fundamental:
el control total del hombre por el Estado, no reconociendo límites en cuanto a metas o medios. En lo primero,
las metas, el totalitarismo reclama al hombre en su totalidad, en cuerpo y alma, y no existe ninguna actividad
humana –política, económica, social, religiosa o educacional- que se exceptúe del control y el dominio del
gobierno. El objetivo es máximo poder del Estado, conquistable únicamente mediante la represión máxima de
la libertad individual” (Ebenstein, 1965: 20).

“El gobernante totalitario no se satisface con el cumplimiento de sus deberes por parte del súbdito: quiere
poseer al sujeto en su totalidad, en cuerpo y alma y más que nada su alma” (1965: 40).

“Libertad de palabra no implica libertad de silencio, y esto es también rehusado por el régimen totalitario.
Fascistas y comunistas por igual entienden que el silencio no equivale precisamente a ausencia de palabra y
que a menudo se puede convertir en eficaz medio de comunicación. En un régimen totalitario los deseos de
escalar posiciones y a veces los que solo quieren continuar con vida, se ven obligados a elogiar a los dirigentes y
la política gubernamental, a fin de no despertar sospechas de que su silencio es sinónimo de crítica u
hostilidad” (1965: 24).

“En el sistema totalitario, el súbdito no es solamente oprimido, sino forzado a admitir que ama a sus opresores
(…) Es común que los fascistas o comunistas monten periódicamente procesos judiciales en los cuales los
culpables deben admitir, antes de ser ejecutados, los presuntos crímenes de que han sido acusados,
arrepentirse y hasta proclamar su imperecedera lealtad a sus verdugos (1965: 40-41).
“En las sociedades totalitarias se considera la escuela poco más que una fase previa a la instrucción militar o
vocacional. El énfasis puesto en ciencia o tecnología antes que en arte o humanidades, evidencia el propósito
de las escuelas totalitarias de incrementar el poderío del Estado ante que contribuir a que el estudiante se
forme como persona. La principal tarea del maestro es implantar la disciplina y el orden en la mente de los
alumnos. Al maestro le está vedada la libertad de expresión o de palabra y solo le corresponde impartir a los
alumnos la doctrina oficial del partido gobernante, sea cual fuere. La finalidad cardinal de este sistema
educativo es obtener ciega obediencia y pensamiento dogmático, en vez del descubrimiento creador y la
exploración intelectual” (1965: 137).

“La ideología totalitaria, comunista o fascista, no respeta el misterio de la existencia humana y, por ello,
tampoco al hombre ni sus innumerables posibilidades. Para llegar a monopolizar todos los aspectos de la vida
del hombre, el totalitarismo debe necesariamente ignorar la complejidad de los pensamientos y las acciones
humanas” (1965: 101).

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