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"Nueva" experiencia de lectura

En la actualidad, cada uno de los libros de la Biblia se encuentra dividido en capítulos y versículos, lo que
permite ubicar con mayor rapidez y exactitud las frases y palabras deseadas de un determinado pasaje,
sin perjuicio de la página adoptada por la edición.

Sin embargo, es importante destacar que los textos originales (hebreos, arameos y griegos) del Viejo y
Nuevo Pacto, y las copias manuscritas más antiguas en las lenguas originales, no presentaban división
alguna. Los escritores sagrados compusieron un texto largo y continuo desde la primera hasta la última
página. Es importante resaltar que dichos escritos tampoco cuentan con signos de puntuación.

Divisiones Antiguas

Probablemente, la primera división sistemática de una sección del Viejo Pacto (VP), surgió de la
necesidad que tuvieron los judíos de implementar un plan de lectura organizado de la Toráh. Alrededor
del año 586 a.C., la Toráh fue dividida en 154 secciones llamadas sedarim (lectura para tres años). Unos
cincuenta años más tarde, la Toráh se seccionó en 54 divisiones llamadas perashiyyot (lectura para un
año). Complementando estas lecturas, se seleccionaron 54 trozos de los libros de los profetas, a los que
llamaron haftarot (o despedidas), porque con su lectura cerraban las funciones litúrgicas de cada sábado
(Hechos 13:14-15 y 13:27).

Lucas (4.16-30) narra que conforme a la costumbre, el Señor Jesús, entró en la sinagoga el día sábado, y
levantándose a leer (a Isaías), sorprendió a sus oyentes al decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura en
vuestros oídos.

Además de la Toráh, tiempo después, se dividieron en párrafos los demás textos del VP. Estos se
indicaban por dos letras del alfabeto hebreo (Pei y Samej). Se pueden observar en algunos ejemplares
más antiguos conocidos (Desierto de Judea - 150 a.C.).
En el Nuevo Pacto (NP) encontramos indicios de cómo se citaban las porciones bíblicas en los primeros
siglos. Los escritores del NP hacían referencia a un evento determinado, a un personaje, a un autor o a
un libro, pero con poca especificidad. El Señor Jesús se refirió a lo que hoy conocemos como el capítulo 3
del Éxodo, llamándolo el pasaje de la zarza (Mr. 12.26, Lc. 20.37) y al Salmo 110.1, diciendo que eso fue
dicho por David en el libro de los Salmos (Mr. 12.36, Lc. 20.42). Pablo se refirió a lo que hoy conocemos
como 1 Reyes 19.14-18, diciendo que se trataba de un pasaje de la historia de Elías (Ro. 11:2-4). Y Mateo
refiere en su evangelio lo que hoy se conoce como Isaías 53.4, diciendo que eso fue dicho por el profeta
Isaías (Mt. 8.17).

Se puede decir que la cita más específica es aquella donde Pablo dice: como también ha sido escrito en
el salmo segundo: Mi hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy (Hch. 13.33). Por otra parte, están las
referencias generales que simplemente dicen: está escrito en los profetas (Jn 6.45), para que se
cumpliera la Escritura (Jn. 19.24), lo dicho por el Señor mediante el profeta (Mt. 1.22-23), como está
escrito en la ley del Señor (Lc. 2.23), contiene la Escritura”(1P. 2.6), la Palabra escrita (1Co. 15.54),
porque la Escritura dice (Ro. 10.11), etc.; o simplemente comenzaban a mencionar porciones de la Biblia
incluidas en el discurso que venían desarrollando (Por ejemplo Heb. 1.5-14).

Al parecer, con el tiempo y en el copiado manuscrito, muchos copistas se sintieron en libertad de insertar
divisiones a su antojo. Tertuliano (150-222 d.C.), escribió a finales del segundo siglo, acerca de capítulos
de diferentes libros de la Biblia. Dionisio (190-264 d.C.) declaró que algunos habían examinado el libro
del Apocalipsis capítulo por capítulo.

A mediados del tercer siglo, Amonio de Alejandría completó una armonía de los evangelios dividiendo
estos en secciones temáticas (estas secciones fueron mucho más pequeñas que las de nuestros capítulos
actuales). Dicha división se adoptó en muchos manuscritos que contenían el texto en latín y en griego.

Hacia el final del cuarto siglo, se añadió una nueva división llamada titloi (títulos), que eran porciones de
los evangelios con resúmenes colocados en la parte superior o inferior de la página, y que a su vez
agrupaban a las secciones temáticas.

Entre los siglos VI y X, el texto hebreo alcanza su forma definitiva. Los masoretas (escribas judíos) se
dedicaron a recoger y poner por escrito la Masora (tradición oral). Además, incluyeron un complejo
sistema para la pronunciación: vocales, signos o acentos musicales (que indican el tono recitativo con el
que el texto se tenía que leer), pausales (equivalentes a nuestros signos de puntuación), tónicos (acento
normal de la palabra) y otros signos diacríticos.
A partir del siglo VII, los masoretas subdividieron a los antiguos perashiyyot en 669 segmentos más
pequeños llamados sidrim, a fin de facilitar la ubicación de referencias. Para el siglo IX, establecieron la
división de todo el texto del Viejo Pacto en versículos y en secciones (pisqah).

División Actual

Capítulos

La actual división en capítulos fue esbozada por el monje Lanfranco de Canterbury en el siglo XI
(arzobispo de Canterbury y consejero de Guillermo I de Inglaterra).

Durante el siglo XIII floreció la Universidad de París (o La Sorbona) y esta se destacó como el mayor
centro de educación teológica del catolicismo romano durante la edad media. Uno de sus profesores,
Stephen Langton, de origen inglés, fue el encargado de implementar un sistema normalizado de
capitulación debido a la dificultad que tenían los estudiantes para identificar alguna parte de la Escritura.
Así pues, desarrolló el esbozo de Lanfranco y lo llevó a cabo. Debido al renombre de la Universidad de
París, esta edición alcanzó gran difusión y se propagó por toda Europa, llegando a ser el único texto
utilizado durante más de tres siglos.

La difusión de las divisiones capitulares fue tan bien recibida, que incluso por razones prácticas fue
adoptada por los propios judíos. El rabí Salomón Ben Ismael las insertó por primera vez en manuscritos
del texto hebreo alrededor del año 1330 d.C.

Posteriormente, Jacob ben Jayim (1525) publicó en Venecia una Biblia que recogía la división capitular
realizada por Langton.
Versículos

La clasificación de Langton se había limitado a los capítulos, pero era necesario aún subdividirla en
partes más pequeñas. El primer intento en este sentido fue el del dominico italiano Santos Pagnino
(1470-1536), judío converso y después dominico nacido en Lucca, quien en 1528 publica en Lyon su
traducción latina de la Biblia, la Veteris et Novi Testamenti nova translatio, subdividida en frases cortas
con un sentido más o menos completo o, en otras palabras, en versículos. Aún así, la subdivisión de
Pagnino nunca fue ampliamente adoptada.

Por otro lado, Robert Estienne (1503-1559) un prestigioso impresor y humanista francés, identificado con
el movimiento protestante, experimentó la hostilidad de los teólogos católicos de La Sorbona, por lo cual
se vio obligado a dejar París para radicarse en Ginebra (Suiza). En el año de 1551 imprimió un Nuevo
Testamento Griego, en el cual apareció por primera vez nuestra actual división de versículos para esa
parte de la Biblia. En el año de 1555, imprimió toda la Biblia en latín, y esa fue la primera vez que
aparecía la división completa de capítulos y versículos que poseemos en la actualidad. Para los libros del
Antiguo Testamento y para los deuterocanónicos, él adoptó con algunos retoques la división hecha por
Sanctes Pagnino. Los números de los capítulos y de los versículos no estaban inmersos dentro del texto
bíblico, sino en los márgenes.

En 1565, Teodoro de Beza inscribió los números de los versículos propuestos por Robert Estienne, en el
interior del texto mismo. Y en 1569, Casiodoro de Reina publicó en Basilea (Suiza), la primera traducción
completa de toda la Biblia al idioma español, y en ella incluyó la división actual de capítulos y versículos.

Arias Montano (1572) introdujo definitivamente la división actual de versículos en la Biblia hebrea, en su
gran obra exegética, la Políglota de Amberes.

Y en 1592, El Papa Clemente VIII, hizo publicar una nueva versión de la Biblia en latín para uso oficial de
la Iglesia Católica, y en ella se incluyó la división actual de capítulos y versículos.

Así que, finalizando el Siglo XVI, judíos, protestantes y católicos habían aceptado la división en capítulos
introducida por Stephen Langton y la subdivisión en versículos introducida por Robert Estienne. Desde
entonces, estas divisiones en capítulos y versículos ganaron aceptación como una forma estándar para
localizar las porciones de la Escritura y se impusieron en el mundo entero.

Críticas al Arreglo Actual de Capítulos y Versículos

El hecho de contar con un sistema normalizado de capítulos y versículos para referirse a las partes de la
Escritura es de una bondad indiscutible.

No obstante, los estudios avanzados han puestos de manifiesto algunos inconvenientes puesto que estas
divisiones no son perfectas:

1. En ocasiones los capítulos de Stephen Langton no respetan la unidad del discurso o relato.

2 A veces los versículos de Robert Estienne aparecen en medio de una oración, pensamiento o frase, en
lugar de formar párrafos convenientes y lógicos. En algunos lugares su división resulta artificial,
improvisada, caprichosa y discutida.

3. La división nunca debió ser en sustitución del texto corrido, interrumpiendo la continuidad del mismo.

En el estudio de la Biblia, debemos ignorar esta división, entendiendo que su único propósito es el de
facilitar la referencia. Algunas ediciones modernas han intentado rescatar la unidad del discurso al añadir
subtítulos, pero aún así, el estudiante de la Biblia siempre debe tener presente que dichos subtítulos son
arreglos de los editores, y que estos no forman parte del Texto Sagrado original.

El lector bíblico, todavía, no es consciente de los beneficios que genera una lectura sin obstáculos,
puesto que no ha tenido la oportunidad de experimentar esta nueva forma ya que no dispone de un
texto sin numerar.
Ejemplos

Citamos dos ejemplos entre muchos:

► El relato de la creación en Génesis 1 no termina realmente en el versículo 31 sino en 2.4 con la frase:
Esta es la escritura del origen de los Cielos y la Tierra cuando fueron creados. Por lo tanto, el capítulo 2
del libro del Génesis debería dar comienzo en 2.5, donde se relata la historia de Adam en Edén, y que
comienza con la frase: El día en que Elohim hizo tierra y cielo...

►En Romanos 8.20-21 la división de versículos interrumpe el sentido de la oración dejando a en


esperanza en la frase anterior y deformando el mensaje:

20 Porque la creación fue sujetada a la frustración, no por su propia voluntad, sino por la del que la
sujetó en esperanza (¿?)

21 de que también la creación misma será liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad gloriosa
de los hijos de Dios.

Por el contexto inmediato el número 21 debería ir antes de en esperanza:


20 Porque la creación fue sujetada a la frustración, no por su propia voluntad, sino por la del que la
sujetó; 21 en esperanza de que también la creación misma será liberada de la esclavitud de la corrupción
a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Invitación a una LECTURA de INMERSIÓN

En un intento de reproducir lo más fielmente cómo leyeron los destinatarios originales los diversos
escritos del Nuevo Pacto, hemos trabajado en esta edición novel, eliminando del Texto Bíblico todo
aditamento humano de numeración capitulada y versificada: lo que algún autor reciente ha llamado
«librar a la Escritura de nosotros mismos» (Glenn R. Pauuw). Se ha indicado, sin embargo, en el
encabezado de cada página una simple referencia al capítulo o capítulos incluidos en la misma, con el fin
de que se pueda identificar mentalmente dónde nos encontramos leyendo según el sistema tradicional.

Sin duda, una lectura limpia y sin fragmentaciones nos ayudará a comprender globalmente el
significado de cada libro del Nuevo Pacto. Cuando los destinatarios de una carta la recibían, se reunían
para leerla juntos y la compartían con otras iglesias (Colosenses 4.16); y la leían al completo, como hoy
podríamos leer una carta de un amigo nuestro. Este tipo de lectura intensiva nos sumerge en el
pensamiento del escritor, disfrutando de las riquezas inherentes a la Escritura. Esto nos obligará a una
lectura de más tiempo, pero no dejará ser sino la imitación de lo que el pueblo de Israel hizo (Nehemías
8.3), aunque a escala reducida, pues una lectura de unos veinticinco o treinta minutos diarios nos
permitirá leer el NP en tan sólo dos meses.

«Todo tiene su tiempo.» Parafraseando al Qohelet, hay un tiempo para estudiar intensivamente la
Escritura y hay un tiempo para leer intensivamente la Escritura. La lectura en forma de narrativa, o
epistolar en otros casos, se llama de inmersión cuando se han facilitado por parte del editor las
condiciones óptimas a nivel de diseño y el lector le dedica tiempo suficiente como para comprender el
sentido global de todo un libro o carta. Esta edición pretende precisamente eso. Si el lector consigue
disfrutar de este tipo de lectura y ha sido llevado a una experiencia de inmersión en las profundas
riquezas de la Palabra de Dios, nos daremos por satisfechos, deseando que le pueda dar gloria a Dios por
su Palabra.

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