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LA CIVILIZACION
DEL
EGIPTO FARAÓNICO
Él H lN S M U O
D f C O U C A f ION. CULTUIU
YO&Ottl
StCW TAl-U
O f ESTACO
DECUTUfcA
Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cul
tura y Deporte.
P<¡g
P R Ó LO G O ................................................................................................ 11
Aspectos generales.............................................................................. 17
El correr de la vida.............................................................................. 19
El naám iento y la infancia............................................................ 20
La adolescencia y transición a la vida adulta.............................. 23
La vida adulta y la vejez................................................................ 24
La división social fundamental: productores y no productores... 33
Campesinos y artesanos................................................................. 34
La élite que gobierna y gestiona................................................... 41
Mujer y matrilinealidad...................................................................... 47
El ejército y la guerra.......................................................................... 49
Los recursos de la guerra............................................................... 51
Pág■
CAPÍTULO III. EL ESTADO, LAS INSTITUCIONES Y LA
ECONOMÍA............................................................................................. 87
La organización del poder...................................................................... 87
Familia real y poder................................................................................. 89
La Administración central del Estado................................................ 90
Elfaraón y la Casa R eal ................................................................. 91
El visir .................................................................................................... 94
La Casa d el Tesoro y otros departam entos centrales del
Estado ................................................................................................... 96
La Administración provincial................................................................ 99
El Derecho y los tribunales de justicia................................................ 103
La organización del proceso económico............................................ 108
La propiedad de la tierra........................................................................ 114
El intercambio entre las dependencias del Estado....................... 117
Pág■
C A P ÍT U L O V I. EN T O R N O A L O F U N E R A R IO .......................... 193
C A P ÍT U L O V IL C R E E N C IA S P O P U L A R E S Y M A G I A ............ 223
El te m p lo .......................................................................................................... 249
C A P ÍT U L O IX . L IT E R A T U R A Y P E N S A M IE N T O ..................... 293
C A P ÍT U L O X . C IE N C IA , T E C N O L O G Í A Y M E D IC IN A ....... 321
B I B L I O G R A F Í A ................................................................................................ 357
ÍN D IC E D E IL U S T R A C IO N E S .................................................................. 3 69
ÍN D IC E D E N O M B R E S ................................................................................ 371
PRÓLOGO
Aspectos generales
reyes de las dinastías XII y XIII, en donde los tres modelos de casa
para artesanos demuestran las diferencias en los cargos y funciones
de sus habitantes. No en vano se ha venido a considerar que el arte
sano está emplazado en lo que podría llamarse «clase m edia» egip
cia, con todas las salvedades propias de su tiempo y sus circunstan
cias, tan diferentes del mundo moderno de los países desarrollados,
pero no tan alejadas de las condiciones de vida de los países del lla
mado «tercer mundo».
El c o rre r de la vid a
En general, se esperaba del hijo mayor que velara por sus progeni
tores, tanto en vida como a la hora de proporcionar todo lo necesario
para un buen enterramiento cubriendo todas las necesidades funera
rias. A cambio, los hijos (tanto varones como hembras) heredaban las
posesiones de sus padres, por lo menos en ciertos casos conocidos de
familias de la clase dirigente, pero también entre las clases trabajado
ras podía ocurrir algo análogo, dado que los hijos recibían del padre
la enseñanza de su oficio, tal vez el mejor legado que les podían dejar
en las circunstancias de aquel tiempo. Así, se conoce el testimonio del
La sociedad egipcia 29
C am pesinos y artesanos
«Bien está: razón tienen los egipcios para hablar así de los grie
gos; pero atiendan un instante a lo que pudiera a ellos mismos suce-
derles. Si llegara, pues, el caso en que el país de que hablaba, situado
más debajo de Menfis, fuese creciendo y levantándose de manera
gradual como hasta aquí se levantó, ¿qué les quedará ya a los egip
cios de aquella comarca sino afinar bien los dientes sin tener dónde
hincarlos? Y con tanta mayor razón, por cuanto ni la lluvia cae en su
país, ni su río pudiera entonces salir de madre para el rico de los cam
pos. Mas por ahora no existe gente, no ya entre los extranjeros, sino
entre los egipcios mismos, que recoja con menor fatiga su anual cose
cha que los de aquel distrito. No tienen ellos el trabajo de abrir y sur
car la tierra con el arado, ni de escardar sus sembrados, ni de prestar
ninguna labor de las que suelen los demás labradores en el cultivo de
sus cosechas, sino que, saliendo el río de madre sin obra humana y
retirado otra vez de los campos después de regarlos, se reduce el tra
bajo a arrojar cada cual su sementera, y meter en las tierras rebaños
para que cubran la semilla con sus pisadas. Concluido lo cual, aguar
dan descansadamente el tiempo de la siega, y trillada su parva por las
mismas bestias, recogen y concluyen su cosecha».
(Heródoto, Historia, op. cit., II, XIV.)
La vida del campesino egipcio queda mejor reflejada por las pro
pias fuentes egipcias, entre las cuales destaca la «Sátira de los Ofi
cios» (también conocida como las «Enseñanzas para Duaf, hijo de
Khety»), texto que ha llegado hasta la actualidad a través de nume
rosas copias fragmentadas del Reino Nuevo, pero cuya redacción
original data con toda probabilidad de los comienzos de la dinas
tía XII, en el Reino Medio:
Mujer y matrilinealidad
El ejército y la guerra
la esposa principal o «gran esposa real»; tal vez por el hecho de que
la m ujer trasm itía la realeza, aunque normalmente no la ejercía. En
cualquier caso, la im portancia de la obra es inmensa dado que m u
chos de los datos de archivo que Manetón recogió tenían más de
dos mil quinientos años.
Los «Anales de la Realeza» conocidos son escasos, teniendo en
cuenta el lapso cronológico que abarcan. La pieza más antigua con
servada es la Piedra de Palermo, esculpida en el Reino Antiguo du
rante el reinado de Neferirkara Kakay, en la dinastía V (aunque es
posible que la pieza de Palermo sea una copia del Reino Nuevo).
Existen otros fragmentos de otra estela análoga en el Museo de El
Cairo y en el Museo Petrie del University College de Londres. Es
muy probable que el ejemplar de Palermo se encontrase en Menfis,
en el templo del dios Ptah, aunque es una conjetura, dado que llegó
a Italia sin conocerse su procedencia. Además de ser un documento
historiográfico de primera mano es un ejemplo de culto a los antepa
sados que reinaron antes incluso de la supuesta unificación del m í
tico Menes. Recoge los nombres de reyes anteriores a Menes, fun
dador legendario de la dinastía I, a los que denomina «Seguidores
de H orus», sen su -h or (snsw-hr). Los pormenores de cada año de rei
nado concluyen con la indicación de la subida de la crecida del Nilo
en codos y dedos, expresando la preocupación de las autoridades
por la necesaria cosecha y sus impuestos subsiguientes. Está rota en
parte. Otro ejemplo del mismo tipo de documento es el conocido
como «Anales de Sakkarah Norte», pero debido a su deterioro, pues
fue reutilizada como tapa de un sarcófago, apenas pueden leerse los
nombres de Teti y Pepy I, reyes ambos de la dinastía VI.
H ay que remontarse a la dinastía XVIII para encontrar otro do
cumento que aporte un listado de reyes. La «Cám ara de los Ante
pasados», del reinado de Tutmosis III. Procedente del templo de
Amón en Karnak, contiene una lista de sesenta y dos reyes represen
tados en sus estatuas. Hoy se encuentra en el Louvre.
Ya en la dinastía XIX, la «Lista de Abydos», mandada realizar por
Sethy I en el templo de dicha localidad, recoge los jeroglíficos con los
nombres de setenta y seis reyes, desde Menes hasta el propio Sethy I,
pero omitiendo a los que no se consideraban legítimos, como es el
caso de Amenhotep IV Akhenaton. Está todavía en su emplazamiento
original. Una segunda lista fue mandada esculpir por Ramesses II en
su templo de la misma localidad, hoy en el Museo Británico.
En la tumba de un escriba llamado Tunroy se encontró una ta
blilla que contiene cincuenta y siete nombres de faraones, se conoce
con el nombre de Tablilla de Sakkarah.
La monarquía, cabeza del sistema 61
Atum-Ra
I
Geb
1
Osiris
1
Horus
1
Rey del Alto y del Bajo Egipto
La coronación
Pocas son las fuentes conservadas pero entre ellas destacan los
relieves de algunos templos del Reino Nuevo, los «Textos de las P i
rám ides» y el texto contenido en un rollo de papiro que detalla la
subida al trono de Senusert I (Sesostris). Entre los primeros destaca
el «m isterio» de la concepción divina de Hatshepsut en Deir el-Ba-
hari. En cuanto a los «Textos de las Pirám ides», interesan los con
juros o capítulos 220, 221 y 222, en donde se menciona la corona
ción, aunque solo en lo referente a la entronización de la corona del
Bajo Egipto.
M erece la pena detenerse en el manuscrito que describe los
hechos realizados con motivo del ascenso al trono de Senusert I.
Aunque datado en el Reino M edio, es evidente que el ceremonial
contiene elementos que permiten remontarlo al Reino Antiguo. El
misterio de la sucesión transcurría desde el momento en que el rey
anterior fallecía hasta la coronación de su sucesor. Durante este in
tervalo, el monarca iba recorriendo el Nilo en una gran barca real,
visitando diversas localidades egipcias, rindiendo homenaje a los
dioses locales y reforzando los vínculos con estas ciudades, las cua
les eran depositarías de una conexión muy cercana entre la monar
quía y el Estado desde tiempos muy lejanos. Sin embargo, el cénit de
la ceremonia de sucesión se producía durante los actos celebrados
en la capital, los cuales tenían una duración de cinco días. Tanto los
actos celebrados en algunas ciudades como los llevados a cabo en la
capital tenían una única función, a saber: la restauración del orden
cósmico, alterado profundamente por el fallecimiento del rey ante
rior, y el restablecimiento del equilibrio universal con el ascenso del
nuevo monarca.
Siguiendo la clasificación de Frankfort, se podrían distinguir seis
partes en el ritual de coronación:
1. Preparación de accesorios y sacrificios.
2. Extracción de la «Sala de comer mientras se está de pie» de los
artículos e insignias propias de la realeza (cetros, mazas reales, etc.).
3. Continuación de los preparativos: equipamiento de las barca
zas, sacrificios hem ek t (del mismo tipo que el llevado a cabo en la fun
dación de un templo) destinados a consagrar el lugar donde se pro
cederá al ritual, erección del pilar djed, djd, simulacro de lucha, etc.
4. Presentación ante el monarca de la tierra y productos del
país y celebración de la comida hetep, la última que celebra el futuro
monarca antes de ser coronado.
72 jesús J. Urruela Quesada y Juan C o r t é s Martín
El ritual h eb sed
del recinto en una carrera con tintes de danza para simbolizar los ín
timos nexos que unen a la monarquía con cada rincón del Estado,
con las divinidades del país y legitimando de esta forma su perm a
nencia en el trono como garante del orden social.
Rituales de clausura: traslado del rey en litera portada por los
«G randes del Alto y del Bajo Egipto» hacia la capilla de Horus,
donde recibe el cetro ivas, el cayado y el mayal, simbolizando la en
trega de la prosperidad que le acom pañará durante el resto de su
reinado. El poder del rey es proclamado hacia todas las fronteras,
entronizado cuatro veces y, simbolizando su universal poder, lan
zándose una flecha a cada uno de los cuatro puntos cardinales. El
festival se cierra con el regreso a la «Sala de los G randes», donde
se rinde homenaje a los antepasados reales, representados a tra
vés de deidades que no han participado en la celebración hasta ese
momento.
A este acto solemne asisten los príncipes reales, produciéndose
así una continuidad entre los antecesores en el trono sagrado, el mo
narca presente y el futuro encarnado en los sucesores del actual rey.
Por tanto, la unión entre el monarca y su tierra no solo es presente,
sino también pasada y lo será futura, subrayando el carácter eterno
de la institución monárquica, tan atemporal como el mismo carác
ter sagrado de su función. La «Cám ara de los Antepasados», situada
en un recinto del templo de Amón en Karnak, subraya este carácter
antes descrito, puesto que en ella se rinde culto a las estatuas de los
reyes del pasado que favorecieron, o estuvieron relacionados, con el
templo en el pasado.
Estas representaciones estaban asimismo vinculadas al culto fu
nerario de los faraones difuntos, a los que se divinizaba tras su óbito.
Ahí se fundamentaba su carácter sagrado, el sustento del sistema
para el adoctrinamiento de la gran masa de población que estaba su
peditada a la clase dirigente. Los templos funerarios o «castillos de
millones de años» realizaban una labor que estaba más allá de la pu
ramente cultural, dado que eran escenario de actuaciones políticas,
y lo fueron tanto para el faraón reinante como para otros posteriores
a aquel para el cual había sido edificado el recinto.
Será el hijo de una mujer de Ta-Sety [parte sur del Alto Egipto]
y primogénito de la casa real de Nekhen.
Él recibyrá \_sic\ la Corona blanca,
él portará la Corona roja;
él unirá a las Dos Poderosas [las dos coronas]
él satisfará a los Dos Señores [Horus y Seth] con lo que deseen [...]
La gente de este tiempo se regocijará
pues este hijo de un hombre establecerá su nombre
para siempre en la eternidad.
Pero aquellos que cayeron en el mal,
aquellos que elevaron el grito de la rebelión,
ellos han acallado sus voces por temor a él.
Los asiáticos caerán ante su espada,
los libyos [í /c] caerán ante su fuego. [...]
Entonces la Maat volverá a su trono,
e Isifet [el caos] será expulsado.
Gozoso estará aquel que vea [todo esto]
aquel que sirva al rey».
(Véanse Goedicke, 1977, y Lichtheim, 1974, pp. 139 y ss.)
nándose con los dioses. En efecto, tanto la seguridad del país como
la celebración de los rituales diarios y las más altas labores adminis
trativas eran llevadas a cabo por el rey. Quizás sea por esta razón por
la que se asocia a la idea de la sucesión al trono al hijo primogénito
y no a las hijas (salvo en los casos de no existir hijo varón), pues to
das estas funciones, en especial la militar, recaían directamente so
bre el aspecto masculino de la monarquía egipcia. Sin embargo, no
se conoce ningún documento que niegue que las hijas reales no pue
dan heredar el trono de Horus. De hecho, Manetón menciona a una
reina llamada Binothris, en la dinastía II, a partir de la cual, al de
cir de los epitomistas manetonianos, quedaba establecida la posibi
lidad de que las mujeres pudieran heredar de la corona. Es muy po
sible que Manetón o sus copistas confundiesen nombres y fechas,
pero hay que recordar que en su tiempo los archivos de la realeza re
cogían información de más de dos mil quinientos años y dichas con
fusiones también es posible que procedieran de los mismos archivos
utilizados, que, como es notorio, recogían tradiciones diferentes en
función de intereses locales.
Se conoce el nombre de tres reinas que ejercieron desde su toma
de posesión del trono un dominio solitario de facto, aunque breve,
sobre el país (Nitocris, Sobeknefreru y Tausret). Otras tres parecen
haber regido los destinos del Estado en su calidad de reinas regentes
o corregentes (Mery-Neith, Hatshepsut y Nefertiti). En cualquier
caso, solo se disponen de pruebas arqueológicas muy limitadas de la
mayoría de ellas, con la excepción de Hatshepsut.
Aunque Mery-Neith no figura en ninguna lista de reyes, su nom
bre salió a luz en una estela descubierta por Flinders Petrie en 1900
en el cementerio real de Abydos. Su nombre fue aceptado como el
del tercer rey de la dinastía I, si bien carecía del nombre de Horus
(siempre presente entre los cinco nombres de un faraón). Más
tarde, cuando se hizo evidente que el nombre correspondía a una
mujer, se la «recalificó» como una poderosa reina consorte. Más
tarde se descubrió otra tumba en Sakkarah que le fue atribuida (la
idea de que los reyes y reinas pudieran hacerse construir dos monu
mentos funerarios ha sido contestada en los últimos años de la in
vestigación). Es posible que la tum ba de Sakkarah fuera de algún
alto funcionario, pero es mucho más probable que perteneciera a la
misma reina, dado que en ella figura a bordo de una barca solar, en
compañía del dios sol Ra, privilegio reservado en general a los re
yes. El hecho de haber disfrutado de dos lugares de enterramiento
(con la problem ática ya indicada) también podría expresar el cam
bio de situación social de Meryt-Neith. Es por ello por lo que al
La monarquía, cabeza del sistema 81
más añadidos. Sin embargo, desde finales del segundo año los da
tos apuntan a un acaparamiento mayor del poder real por parte
de Hatshepsut, y hacia el séptimo año ella misma se denomina co
rregente, adoptando el protocolo real: Horus Weser-kau Maatka-ra
Hatshepsut. A partir de ese momento en las representaciones apa
rece como un auténtico faraón, incluyendo la barba real de varón.
También de este momento parecen datar los inicios de la construc
ción de su templo de Deir el-Bahari, así como de su nueva tumba,
algo más acorde con su condición real que la que se había iniciado
años antes como princesa.
Mucho se ha especulado sobre la relación entre Hatshepsut y
Tutmosis III y cómo este último permitió durante tanto tiempo que
su tía y madrastra ocupara también el trono sobre el cual él tenía le
gítimo derecho. No es caso de entrar aquí en tan amplia discusión,
aunque sí interesa destacar la constante propaganda de la reina para
justificar su posición preeminente. Entre todos estos testimonios des
tacan los relieves del templo de Deir el-Bahari, conocidos como los
del «Nacimiento divino». Las escenas comienzan con una represen
tación de Amón-Ra y una versión non-nata de Hatshepsut. A conti
nuación, los dioses toman la decisión de que la madre de Hatshepsut,
la reina Ahmose, sería la perfecta portadora del heredero al trono, a
saber, la misma Hatshepsut. Entonces, Amón-Ra, bajo la forma de
Tutmosis I, baja a la tierra y se introduce en la habitación de la reina
Ahmose, la despierta y, utilizando su aliento divino, la fecunda. An
tes de abandonar la estancia, Amón-Ra revela su verdadera identi
dad a la reina, a la cual le anuncia que dará luz a una hija que gober
nará el país. A continuación, Amón-Ra dirige sus pasos hacia el dios
Khnum para que moldee un cuerpo para Hatshepsut. Seguidamente,
Ahmose es conducida por la diosa Heket y el dios alfarero Khnum
a la habitación de los alumbramientos, donde otros dioses asisten al
nacimiento, incluyendo a Meskhent, diosa comadrona. Tras el naci
miento, la diosa Hathor amamanta a la recién nacida, mientras que la
diosa Sefkhet anota el importante acontecimiento.
Hatshepsut desaparece de los documentos en el año veintidós de
su reinado conjunto con Tutmosis III. No hay ningún indicio que in
cline a pensar en alguna conspiración o abandono prematuro de sus
funciones. Más bien todo lo contrario, pues, en general, es admitido
que la reina murió de muerte natural a una edad entre los cincuenta
y dos y setenta y dos años. La damnatio m em o ria e de la que fue ob
jeto en años posteriores, tal vez por el propio Tutmosis III, pero más
probablemente en la época de Ramesses II, sigue causando gran
controversia hoy en día.
La monarquía, cabeza del sistema 85
La cúpula del poder del Estado estaba formada por altos digna
tarios, personajes con un largo currículum de cargos en la Adminis
tración que habían hecho su «carrera» en las escuelas de escribas.
Ser escriba era, por lo tanto, la condición fundamental de todos los
que formaban parte de la élite del poder. De hecho, el orgullo de
ser escriba se plasmaba de tal manera en todas las manifestaciones
de la cultura que ciertas tumbas de personajes que habían llegado a
desempeñar altos cargos se hacían representar en su estatua funera
ria como simples escribas, sentados al estilo sastre, esperando se les
El Estado, las instituciones y la economía 91
sobre todo del Alto Egipto. Pero también en Menfis y en otras pro
vincias, -spawt- (con frecuencia se denominan «nom os», término de
época helenística), se situaban «dominios reales», conocidos como
-pr-nswt-. Se trata de fincas en explotación cuyos productos iban
destinados a la Casa Real; otras explotaciones eran los «dominios
funerarios», -Huí ka-, que alimentaban tanto al personal de las fun
daciones funerarias como al -ka- del rey. Y esto ocurría tanto en el
caso de los reyes difuntos como de otros familiares reales o persona
jes privilegiados.
En el Reino Nuevo, los «castillos de millones de años», o templos
funerarios, funcionaban también como palacios reales o residencias
de la familia en sus desplazamientos, y también como residencias ha
bituales fijas. Prueba de ello es la existencia en dichos edificios de
la llamada «ventana de las apariciones», pórtico en donde el rey se
mostraba a su corte. En otras capitales y a lo largo de los siglos exis
tieron también palacios reales con fines específicos propios, pero el
caso más significativo fue el palacio que se construyó en El-Amarna
para Amenofis IV Akhenaton, que, aunque destruido por completo,
ha sido reconstruido de manera virtual gracias a la disposición de los
cimientos.
El rey estaba asistido por un «Consejo de los Diez», nombre que
se deduce de los cargos de algunos personajes de la corte, que porta
ban títulos como «intendente de los Diez de Palacio» o «grande de
los Diez del Gran H ut» (-Hwt-), llamado también «consejo de H o
rus», en alusión al rey, siempre un nuevo Horus. Es posible que el
consejo tuviera atribuciones internas sobre el funcionamiento de la
propia Administración y la vigilancia de los mismos funcionarios.
En el palacio real había cometidos y funciones muy diversos con car
gos como el «mayordomo de palacio», -hry-pr-n-pr-nsw-, conocido
desde la dinastía IV, o el «am igo de palacio», -smr-pr-aa-, junto con
otros cargos de no menor importancia en el centro de poder, como
el «director de palacio», -jmy-r-pr-aa-, que tenía un adjunto o subdi
rector, jm y-ht; junto con el nombre de instituciones o secciones del
palacio, como es el caso del harén real, -jpt-nsw- o de ciertos talleres
específicos adscritos al mismo.
Tanto en el palacio, literalmente «casa del rey», -pr-nsw-, como en
la residencia, en donde se situaba la Administración central del Es
tado, tenían su cometido otros muchos altos dignatarios, que tam
bién estaban vinculados a la oficina del visir, aunque su cargos y
competencias variaron con los siglos. Algunos personajes próximos
al rey portaban títulos que hacían referencia a cometidos o funcio
nes determinadas, pero otros títulos parecían tener una especifica
El Estado, las instituciones y la economía 93
El visir
1
2. Pescador tejiendo una nasa, tumba
de Ipuy, 1295-1223 a. C
Página anterior.
3. Dama de la nobleza, tumba
de Tausret, ca. 1550-1504 a. C.
Izquierda.
4. Estatua de un miembro de la élite,
Ihy, ca. 2200-2100 a. C.
Derecha.
6. Dibujo de un fragmento de la pintura de la tumba de Khnumhotep en la que se representa
a beduinos que comercian con el Egipto Medio, 1897-1878 a. C.
. Representación de la diosa Thueris, protectora
de los alumbramientos, 664-332 a. C.
La Administración provincial
Diógenes Laercio, que vivió en el siglo III d. C., reflejó en sus es
critos el elevado sentido de la justicia de los antiguos egipcios. Pero
esta justicia no era otra cosa que el concepto egipcio de Maat, ya se
ñalado. En realidad nada que ver con la práctica de la justicia, arbi
traria y corrupta, aunque no siempre.
El sistema jurídico egipcio no parece apoyarse en código alguno,
se conoce a través de una masa de documentos muy diversos a los
que podría denominarse con cierta libertad «jurisprudencia», pero
que no lo es en sentido estricto, como se deduce de sentencias arbi
trarias y a veces contradictorias entre sí.
El primer código conocido es del período ptolemaico, de clara
influencia griega, aunque algunos autores han señalado que ciertos
aspectos del Derecho consuetudinario egipcio pudieran haberse re
cogido en dicho texto. Pero en época faraónica nada indica que exis
tiera alguno, aunque sí se constata la existencia de bibliotecas, tanto
104 Jesús J. Urruela Quesada y Juan Cortés Martín
en los archivos centrales como en los templos; bibliotecas que de
bían contener miles de papiros que recogerían tanto los decretos
reales como las sentencias de los tribunales centrales o locales.
Ante la ausencia de un código escrito parece explicable que las
sentencias y decretos parezcan arbitrarios, pero tal vez existía un
conjunto de jurisprudencia para litigar, como en el caso de las adju
dicaciones de tierras. Sobre este aspecto se conocen decisiones ju
diciales en las que parece darse una ausencia de derechos o razona
mientos fuera de la lógica. En otras sentencias se rechaza la denuncia
por «ausencia de pruebas», o porque el reclamante no pertenece al
organismo o dependencia palacial correspondiente al que la finca o
el territorio está adscrito.
La administración de la justicia parece por principio competen
cia del visir y de aquellos cargos subordinados a tan importante per
sonaje. Sin embargo, en los primeros tiempos del Reino Antiguo, y
en algunos datos conservados de épocas posteriores, estos cometi
dos, aunque en teoría subordinados al visir, parece que eran ejerci
dos por funcionarios que en algunos casos eran nombrados de m a
nera directa por el faraón para un hecho o delito específico. Tal es el
caso de Weni, destacado funcionario que vivió bajo los reyes Tety y
Pepy I de la dinastía VI y que informa en su autobiografía funeraria
de su pertenencia al tribunal que juzgó a la esposa de este último rey
por un delito que no se cita en el texto. En su tumba, el funciona
rio Weni indica con claridad que formó parte del «trib unal» sin que
estuviera presente el visir. Hoy se sabe que Weni llegó a visir, pero
nada indica que lo fuera ya en el momento en que ocurrió el mencio
nado acontecimiento.
Esta posible jurisprudencia, como es el caso de ciertas senten
cias, permite asegurar la existencia de un Derecho consuetudinario
vigente, aunque con grandes desviaciones según los casos, las épo
cas y las personas implicadas.
Existía un término para ley, -hp-, o -hpiv- en plural. Designa, no
una ley cualquiera, sino una suerte de reglamento de naturaleza
compleja, ritual, reglada, confirmación de una costumbre o pro
ducto de una decisión real, contrato, juicio, etc. La voluntad real es
la fuente suprema del Derecho, pero esta prerrogativa es manipula-
ble por las élites, de lo que se deduce en ciertos casos y documentos
concretos, o a través de hechos deducibles, una posible contradic
ción con quien tiene de hecho el poder en un momento determ i
nado. El término hpiv aparece en todas las inscripciones relativas a
la acción legislativa del rey, aunque fueran emitidas y/o redactadas
por la oficina del visir, como administrador de la justicia.
El Estado, las instituciones y la economía 105
La propiedad de la tierra
Es por ello que uso del término «usufructo» resulta extrem ada
mente útil para calificar la adscripción de tierras a un cargo o título
con el desempeño de una función necesaria para el Estado. Como
equivalente en Derecho civil moderno, la palabra resulta adecuada
y, por otra parte, no excluye el concepto de «tenencia» o «pose
sión», más corrientes en otros contextos. Cuando el hijo heredaba
el puesto del padre seguía disfrutando de la finca o fincas adscritas
al cargo.
En este ámbito es buen ejemplo la mencionada inscripción de
M etjen. Si este gran personaje del reinado de Snefru «intercam bia»
tierras, o las «adquiere», o las «enajena», lo está haciendo en fun
ción de sus atribuciones. Su cometido como funcionario se hace evi
dente: explotar tierras para producir excedente. Si se le permite «h e
redar» de sus padres y recibir para su culto funerario «fundaciones
de M etjen », lo hace expresamente por privilegio y decretos reales, in
sertos en la biografía. Resulta, cuando menos, razonable aceptar la
afirmación de que en el Reino Antiguo «la disponibilidad de las tie
rras parece haber estado lim itada a la generosidad real y a la transmi
sión hereditaria (autorizada por la autoridad real), no produciéndose
transacciones entre los particulares» (aunque hubo excepciones no
tables). Esta situación es más bien el resultado de aplicar una prác
tica política, matizada por las circunstancias y los grupos de poder,
que una cuestión de Derecho consuetudinario. En cualquier caso pa
rece algo alejada de la posibilidad de un Derecho codificado.
No hay que olvidar, sirva de ejemplo, que la mayor parte de las
donaciones conocidas, aparte de la de M etjen, coinciden con el au
mento de títulos y cargos mencionados en inscripciones funerarias
de personajes que vivieron durante las dinastías V y VI. Resulta ra
zonable asegurar, o por lo menos posible, que es difícil que la ex
plotación o la adscripción de tierras en explotación a personajes de
terminados pudiera ser objeto de regulación alguna, dado que se
trataba de la base del sistema y era controlada desde las instancias
más altas del gobierno central.
El uso de la tierra agrícola era contemplado de forma evidente
mente diferente por los dos grandes grupos sociales interesados en
el problema: los explotadores, es decir, el Estado y su élite gerencial,
y los explotados, es decir, los campesinos adscritos a la tierra de la
misma forma que los animales, las plantas o los utensilios; estos cam
pesinos heredaban la carga, el trabajo, la choza familiar incluso, ya
que, como la gleba medieval, estaban, de generación en generación,
ligados al territorio. El campesino, por lo tanto, no se planteaba la
noción de propiedad y aceptaba la explotación en nombre de la co
El Estado, las instituciones y la economía 117
La religión primitiva
porcionó cinco días más de luz, pudieron nacer los cinco dioses que
componen la descendencia de Geb y Nut, a saber, Osiris (en el p ri
mer día), Horus (en el segundo día), Seth (en el tercero), Isis (en el
cuarto día) y Neftis (en el quinto). Sin embargo, la versión tradicio
nal de lu n u limita dicha progenie a las dos parejas compuestas por
Isis-Osiris y Neftis-Seth, configurando así, junto con Geb-Nut, Shu-
Tefnut y Atum-Ra, la Enéada de la cosmogonía heliopolitana.
Pero la descendencia de Geb y Nut será protagonista de otro ci
clo mitológico, la muerte y resurrección de Osiris y la pugna entre su
hijo Horus con su tío Seth.
«Oh vosotros ocho dioses Hehu, guardianes de las salas del cielo,
a los cuales Shu hizo a partir del flujo de sus labios. [...] El fénix
[Benben] de Ra era aquel del cual Atum llegó a ser como Heh, Nun,
Kek, Tenem. Yo soy Shu, padre de los dioses [...] Yo soy Shu, quien
creó a los dioses...».
«Soy ese loto puro que sale del brillo del sol, que está en la nariz
de Ra; [...] ¡Oh loto que perteneces a la imagen de Nefertum, yo soy
el Hombre! Yo conozco tu nombre, yo conozco tus nombres, voso
tros dioses, vosotros señores del dominio de los muertos, puesto que
yo soy uno de vosotros».
«Oh Atum dame este aire dulce que está en tu nariz puesto que
yo soy ese huevo que está en el Gran Cacareador. Yo soy el guar
dián de este gran puntal que separa la tierra del cielo. Si yo vivo,
él vivirá; si yo envejezco, él envejece; si yo respiro el aire; el respi
rará el aire».
(Véase Barguet, 1967, y Carrier, 2009-2010.)
Lo sagrado y los dioses 149
El ciclo solar
«Ahora toman forma todas las palabras del Señor de Todas las
Cosas: Yo soy Atum cuando estaba solo en el Abismo; yo era Ra en
sus gloriosas manifestaciones cuando empezó a gobernar sobre lo
que había creado».
(Véase Barguet, 1967b.)
«Yo soy Benu, el ba de Ra, quien guía a los dioses por el Mundo
Subterráneo cuando marchan por él. Los baw en la tierra harán lo
que desean y el ba [del difunto] lo recorrerá bajo su guía».
Conjuro 29B, Conjuro para un amuleto del corazón de piedra
sehret (Baw es el plural de ba) (véase Barguet, 1967b.)
DIOSES Y POLÍTICA
lado con el buey Apis, del cual hay constancia desde los comienzos
de la dinastía I. En el mismo documento, y referido a la misma
época, se mencionan fiestas de Anubis, dios protector de las necró
polis, cuyo culto estará estrechamente ligado al mito de Osiris.
Algunos autores emplazan en Época del Primer Dinástico (o Ti-
nita) la redacción de la cosmogonía del dios Ptah, pero la crítica mo
derna no parece estar de acuerdo. Su fundamentación teológica es
un producto intelectual muy elaborado y no anterior al período ra-
méssida. Esto no quiere decir, por otra parte, que no pudiera exis
tir ya desde esta remota época una formulación religiosa relacionada
con Ptah, explicitada por escrito en papiros depositados en el tem
plo de dicho dios.
A través de Manetón se conoce que en época de Raneb, «Ra es el
señor» (dinastía II), se adoraba, además de al mencionado Apis,
al buey Mnevis de Heliópolis y también a un carnero en Mendes,
en el Delta. Algunas improntas de sellos ilustran a la diosa-leona
Mehit, protectora de Hieracómpolis (Ciudad del Halcón Horus, en
egipcio Nekhen), junto con la diosa buitre Nekhbet. También se do
cumenta a Mefdet, diosa gato, tal vez un precedente de la Bastet po
pularizada en la época tardía.
Pero al margen de la documentación del momento, y extrapo
lando hacia atrás el conocimiento que se extrae de los textos y del
material arqueológico del Reino Antiguo, hay dos dioses que se de
ben destacar de entre los citados, dado que ya gozan de un culto ex
haustivo y de una popularidad indiscutible: «H orus el G rande», el
gran dios halcón, y Hathor, su pareja, diosa vaca por excelencia y
cuyo nombre expresa de manera adecuada su función femenina y su
vocación de diosa madre universal. Hathor es la gran diosa de la pri
mera historia egipcia.
«Año 23, primer mes del verano, día 19, despertándome en [vida]
en la tienda real en la ciudad de Aruna. Camino en dirección norte
por mi majestad con mi padre Amó-Ra, Señor de los Tronos de las
Dos Tierras [quien abre los caminos] delante de mí, Harakhti forta
leciendo [el corazón de mi valiente ejército], mi padre Amón, fortale
ciendo el brazo [de mi majestad] y protegiendo a mi majestad».
Anales de Tutmosis III (véase Lichteim, 1976, pp. 29 y ss.).
168 Jesús J. Urruela Quesada y Juan Cortés Martín
«Este noble dios Amón, Señor de los tronos del Doble País, se
transformó tomando la apariencia de Su Majestad, el Rey del Alto
y del Bajo Egipto Aakheperkara, esposo de la reina. El la encontró
mientras descansaba en el esplendor de su palacio. Ella se despertó
al olor del dios y sonrió en presencia de Su Majestad. Enseguida, él
se aproximó a ella y, ardiendo de pasión, lleva su deseo hacia ella
obrando de forma que ella le vea en su forma de dios [...] Palabras
dichas por Amón, Señor de los tronos el Doble País a la reina: “En
verdad, Khenemet-Imen-Hatshepsut [Aquella que se une a Amón,
la más noble de las Damas] será el nombre de esta niña que ya he
puesto en tu cuerpo [...] Ella ejercerá esta función bienhechora en
todo el país”».
Urk., IV, 219-222.
La reina, además, no escatima medios a la hora de agradecer a
Amón su apoyo en la justificación de su poder:
«He dado para esto oro sin límites; lo medí en una balanza como
se hace para el trigo. Mi Majestad proclamó la cantidad a la vista
de las Dos Tierras reunidas. Tanto el ignorante como el sabio saben
ahora esto».
Urk., IV, 367-368.
El clero de Amón obtiene importantes privilegios: el «prim er pro
feta de Amón», H apuseneb, acumula en sus manos el cargo de «visir»
y el de «jefe de todos los profetas del Alto y del Bajo Egipto». Los re
yes favorecen al dios tebano otorgando a sus ministros, es decir, a las
familias tebanas vinculadas al templo, privilegios y beneficios cuyas
consecuencias a largo plazo socavaron un tanto su poder.
Sin embargo, no se debe observar la política religiosa de la dinas
tía XVIII como un conjunto de medidas concebidas por los diver
172 Jesús ]. Urruela Quesada y Juan Cortés Martin
cidas por el visir R ahotep. Los altos cargos religiosos del Alto Egipto
se hacen endogámicos en pocas familias, al mismo tiempo que se
van cargando de atribuciones administrativas, sobre todo con Me-
renptah. Así, en Thinis, el «prim er profeta de O nuris» acumula en
sus manos funciones religiosas, militares e incluso tareas relaciona
das con el palacio real, portando además el título de «grande de los
videntes de Ra». Sin embargo, la corona ejerce todavía el control so
bre el «G ranero de los Artesanos de Ptah», cargo que ostenta Hori,
hijo de K haem w aset, nieto este a su vez de Ramesses II.
Así pues, no son solo los sacerdotes de Amón los únicos bene
ficiados de la descentralización. Esta irá incrementándose durante
la dinastía XX, e incluso el único faraón fuerte de la familia, Ra
messes III, es degollado como consecuencia de una conjura pala
ciega, tras haber salvado a Egipto de una nueva invasión extranjera,
el famoso enfrentamiento con los «pueblos del m ar». Sus suceso
res, despreocupándose por completo del sur, preferirán atender con
prioridad los asuntos del delta. El estado de cosas que supuso esta
situación política afectó poco o nada a la marcha de las creencias,
que continuaron su largo camino ancestral. Sí se produjeron algu
nas matizaciones, como el aumento de las referencias a la familia osi-
riana, más importantes en la devoción personal, y no solo en la es
fera de lo popular.
La guerra de Panehesi
Del primer texto se desprende que antes del año diecinueve del
reinado de Ramesses XI hubo una conjura dirigida contra el primer
profeta, A m enhotep, para conseguir su expulsión del cargo. Grupos
extranjeros atacaron Tebas y la guerra continuó durante un tiempo
incierto. En el segundo texto se identifica a los nubios y al extran
jero con el ejército de P anehesi, el cual destruyó la ciudad de Har
dai y siguió atacando otras ciudades del nomo tebano. P an ehesi es
«hijo real de Kush», es decir, «virrey de N ubia», pero sin parentesco
real, como era norma desde hacía siglos. Los poderes que este cargo
otorga a su titular son enormes. Sin embargo, su influencia se ve in
crementada por otros títulos. Así, P an eh esi s también «portador del
flabelo a la derecha del rey», «escriba del rey», «general, supervisor
de los graneros del rey», «hijo real del Kush», «comandante de las
tierras del sur» y «jefe de las tropas [del faraón]». Es un cursus hono-
rum imponente, propio de las más altas dignidades del Estado.
En cualquier caso, su presencia en tierras tan al norte de su juris
dicción parece demostrar su enfrentamiento con A m enhotep. El mo
tivo de la guerra se desconoce. Quizás el «prim er profeta», envalen
tonado por el enorme crecimiento de su poder en Egipto, pidió más
autoridad sobre Etiopía y sus riquezas de las que P an eh esi estaba
dispuesto a conceder. El rey, sin importar si la intervención de P ane
h esi era de su agrado o no, tuvo que aceptar; también es igualmente
posible que el mismo Ramesses XI recurriera a P an eh esi como el
único capaz de atajar o expulsar a A m enhotep.
Se desconoce si el primer profeta sobrevivió al levantamiento,
pero lo que sí está claro es que no se conoce ningún documento pos
terior en el que se le mencione. P an eh esi permanecerá en Tebas una
temporada, cuya exacta limitación no ha podido ser establecida,
para retirarse después a Nubia, sin que se sepa nada más de él.
Varias conclusiones se pueden extraer: un «prim er profeta de
Amón», A m enhotep, se enfrenta en un cruel enfrentamiento con
tra un virrey de Nubia, Panehesi. Es la lucha entre el más impor
tante cargo religioso del momento y uno de los de mayor peso es
pecífico en el ámbito civil. A m enhotep posee una gran influencia en
186 Jesús J. Urruela Quesada y Juan Cortés Martín
del dominio de su dios o sobre Tebas, sino para im pedir que esta in
fluencia sobrepase sus límites lógicos, es decir, que al poder religioso
se le una un excesivo poder secular, pues esto sería atentar contra la
propia estabilidad del Estado, representado en el faraón. No obs
tante, las circunstancias se modifican y las normas puede cambiar:
un importante personaje m ilitar se hace con el poder religioso y ci
vil. Su nombre, Herihor.
Los orígenes de este singular individuo permanecen bastante os
curos. En sus inscripciones nunca hace mención a sus familiares, lo
que hace pensar que H erihor, aparte de su condición de mercena
rio, no debió pertenecer a una familia ya acomodada en el seno de
los cargos más importantes. En una estela del Museo de Leiden que
conserva probablemente la más temprana mención conocida de su
nombre, los títulos de H erihor consisten solo en «com andante del
ejército» y «prim er profeta de Amón-Ra, rey de los dioses», m ien
tras que en un ostracom que contiene una carta a H erihor se añade
otro título militar, «capitán que está a la cabeza del ejército en todo
Egipto». H erihor ostentó los dos títulos militares hasta que traspasó
el mando del ejército a su hijo Fiankhy. Los cargos son también por
tados por todos sus descendientes y sucesores en el sumo pontifi
cado hasta la extinción de la línea. Esto parece ser un claro indica
dor de que la jefatura del ejército fue el origen del poder de H erihor,
así como el de sus sucesores. La explicación más sencilla se deduce
del hecho más que probable de su ascendencia libia.
En efecto, como «jefe supremo del ejército», H erihor es el único
poder con capacidad de maniobra que permanece en Tebas tras la
guerra entre A m enhotep y Panehesi. Una vez expulsado el «prim er
profeta de Amón» y habiéndose retirado ya a Nubia el virrey, H erihor
tiene las manos libres para actuar, sin temer a una posible reacción
de un poder monárquico que ya hace tiempo que ha limitado sus in
tereses al norte, y apoyado en unas fuerzas armadas que le son fieles.
Así, asume inmediatamente el prestigioso título de «prim er profeta
de Amón» como medio para equipararse a un faraón legítimo, obte
niendo, de esta forma, justificación ideológica al desempeñar el más
importante cargo religioso, si exceptuamos al del monarca.
Lo más significativo de sus títulos reales es su prim er cartucho,
el p ra en om en que un rey elige en su ascensión al trono. Si para este,
H erihor no pudo encontrar nada más adecuado que su título sacer
dotal de «prim er profeta de Amón», es evidente que él reclamaba la
realeza principalmente por su sacerdocio. Fue este cargo el que él
juzgó le conduciría hacia la sagrada posición de un rey egipcio. Al no
poder ejercer como máximo dirigente del país, es decir, como mo
188 Jesús J. Urruela Quesada y Juan Cortés Martin
Muerte o transfiguración
todo Egipto, por lo que Isis debe recorrer el valle para recuperar los
fragmentos del divino cuerpo. Pide ayuda a Neftis, en su calidad de
hermana, aunque depende de la versión que se aprecie la ayuda de
otros dioses, consternados por el asesinato de Osiris. Isis recupera
todos los fragmentos del cuerpo de Osiris, menos el miembro viril,
que se lo ha comido el pez oxirrinco, lo que explicaría el sabor inco
mestible de dicho pez según la tradición egipcia. Isis, ayudada por
otros dioses, pero sobre todo por su poder de maga, resucita a Osiris
y realiza los conjuros necesarios para ser fecundada por el dios, que
se convierte en el «Prim ero de los O ccidentales» (en referencia a la
procreación de Horus, Isis es representada en forma de milano so
bre la pelvis de Osiris, que reposa boca arriba como un difunto).
El esposo y hermano de Isis ya no es rey de Egipto, cargo y poder
que le ha arrebatado Seth, y contra el cual el hijo postumo de O si
ris, Horus, deberá enfrentarse para vengar a su padre y recuperar el
trono. Según otra versión, el sarcófago de madera en el que Seth en
cierra a Osiris es conducido por las aguas del Nilo hasta el mar M e
diterráneo y navega hasta Biblos, donde es engullido por las raíces
de un frondoso árbol. Isis tiene que recuperar el tronco del árbol,
que ha sido convertido en una columna del salón del rey de la re
gión, y liberar el sarcófago y, después, a Osiris. Lo lleva a Egipto y,
ayudada por otros dioses, celebra los ritos necesarios para volverlo a
la vida y que recupere, incluso, el potencial sexual fecundador, cues
tión a la que los egipcios daban un enorme y significativo valor como
síntoma evidente de vitalidad.
El motivo referido al descuartizamiento del cuerpo del dios fue la
causa de que numerosos santuarios de todo el valle reivindicaran en
época tardía poseer fragmentos del divino cuerpo, lo que tal vez sig
nifique que dicha fragmentación del cuerpo de Osiris fue una reela
boración posterior a la época de expansión del mito original.
Convertido en «Señor de los O ccidentales» o, lo que es lo mismo,
rey del Más Allá, Osiris desaparece de la narración y del mundo de
los vivos, y el mito se centra, a partir de ahora, en las aventuras del
joven Horus. Al nacer, Isis lo esconde entre los marjales del delta,
para que Seth no pueda encontrarlo. Tras vivir una infancia oculto,
Horus, sucesor de su padre en el trono del Alto Egipto, tendrá que
luchar y vencer a Seth, y tras serias dificultades convertirse en «S e
ñor de todo Egipto. En su ajetreada batalla, Horus deberá obtener el
beneplácito de los dioses para apartar a Seth del poder terrenal del
valle. Al final, y tras largos debates en la asamblea de los dioses, le es
concedido el trono de las Dos Tierras. Será este cometido el que asu
mirán los reyes históricos como herederos del dios. Horus y Seth son
202 Jesús J. Urruela Quesada y Juan Cortés Martin
ris. En los tiempos más antiguos, antes del Reino Nuevo, los cuerpos
de los difuntos «im portantes» eran tratados con natrón, una mezcla
de sales que se encontraba en yacimientos del W adi Natrón, al no
roeste del delta. En el Reino Nuevo importaron betún del mar Ne
gro, de ahí que las momias aparezcan ennegrecidas en algunos casos.
La palabra para betún en árabe era m um mia, y de ahí el término uti
lizado modernamente para referirse a la técnica que se adoptó para
conservar lo más posible los restos mortales de los egipcios: la mo
mificación.
Se conservan dos ejemplares del ritual de momificación, aunque
se trata de textos de Epoca Tardía. En el caso de los reyes, los ritua
les duraban setenta días y eran presididos por su sucesor al trono.
En muchos casos en que se ha dudado de cuál era el siguiente rey en
la lista dinástica, la alusión o representación en la tumba de quien
preside las exequias fúnebres ha desvelado al sucesor. Caso del sa
cerdote Ay, representado en la tumba de Tutankhamon como sacer
dote setem , que efectúa el ritual de revivificación o «apertura de la
boca» (véase Reeves, 1990).
La preservación de la momia necesitaba de un lugar cerrado y de
difícil acceso, de ahí la imaginativa suerte de trampas arquitectóni
cas, que resultaron inútiles incluso en su propio tiempo, dado que
los que las construían sabían cómo burlarlas. La evolución arquitec
tónica hacia la forma de la pirám ide fue además una búsqueda de un
símbolo solar, dado que la luz se reflejaba en sus caras pulidas de pie
dra calcárea, pero solo fue utilizada para la realeza, incluyendo al
gunas mucho más reducidas para las esposas reales y, en algún caso,
para princesas. El viaje del rey difunto hacia Ra estaba de cierta ma
nera garantizado, al mismo tiempo que el propio monumento fune
rario se convertía en un símbolo solar. Se tienen noticias de que al
gunos cultos de faraones todavía se realizaban dos mil años después
de su muerte, aunque con períodos sin información y es posible que
con interrupciones, pero se trataba de reyes que gozaron de gran
popularidad, como fue el caso de Djeser o Snefru, ambos del Reino
Antiguo.
Fuera en una tumba o pirám ide real o en la de un individuo de la
élite, el culto al difunto se dirigía a su ka. El soporte del ka era la es
tatua o estatuas, la cabeza sustitutiva, el nombre inscrito en la pared
o cualquier otro recurso material que permitiera, al menos en teo
ría, la presentación de las ofrendas funerarias. Si el culto funerario
se interrumpía pasado un tiempo, las representaciones de ofrendas
grabadas en la tumba permitirían que el difunto siguiera gozando
de dichos presentes de igual manera. No es fácil determinar cuánto
206 Jesús J. Urruela Quesada y Juan Cortés Martín
tiempo gozaron de un culto organizado las tumbas de los particu
lares. En algún caso el propio difunto dejó constancia, inscrito en las
paredes de su tumba, de una relación contractual para su culto fune
rario, como es el caso de H apidjefa (importante personaje del Reino
Medio), pero se ignora en general la duración de los cultos. Es evi
dente que existía la costumbre, entre los personajes de la élite, de
contratar en vida al personal especializado (sacerdotes funerarios
y servidores varios) para el culto funerario, y es posible que se esta
bleciera un tipo de contrato escrito en papiro, dado que es la única
forma de explicar el caso de H apidjefa, solo que él lo mandó escul
pir en su tumba, por lo que la egiptología le debe un eterno agrade
cimiento.
La experiencia arqueológica ha podido conocer la destrucción
sistemática de tumbas y capillas funerarias y el uso de sus materiales
para construir otras. Lo mismo ha ocurrido con los sarcófagos reu-
tilizados y los ajuares funerarios, con cientos de pequeños templos y
con miles de estelas en piedra. Los decretos de exención de im pues
tos de capillas funerarias, como los de Pepy II, por citar un ejemplo,
no fueron respetados durante mucho tiempo, pues sus inscripciones
se han encontrado reutilizadas en los cimientos de otras construc
ciones posteriores. Los robos de joyas de las momias, a veces con la
consecuente destrucción de las mismas o como en el caso de los es
condrijos reales del Oeste de Tebas en los que se apilaban momias de
reyes desprovistos de sus joyas y ajuares, pero con sus nombres es
critos sobre las vendas, son solo un ejemplo. En algunos casos se ha
demostrado que los encargados del traslado se confundieron en la
asignación de los nombres, como ocurre con ciertas momias de so
beranos de las dinastías XVIII y XIX, dado que los nombres escritos
sobre los vendajes no se corresponden con la edad atribuida a dicho
rey por los historiadores y la que los patólogos forenses han dedu
cido del estudio de la momia. Los testimonios de los robos de tum
bas de las dinastías XIX y XX solo son la punta del iceberg de algo
más profundo y constante en la historia de las necrópolis egipcias: el
pillaje sistemático y la corrupción generalizada.
En los textos funerarios se agrupan tanto descripciones como
preces correspondientes a rituales, así como conjuros necesarios
para salir airoso del tránsito y de las pruebas ante el Tribunal de O si
ris. Los rituales responden a momentos diferentes dentro de lo que
se podrían llam ar funerales por el difunto, pero también incluyen
textos que se refieren más en concreto al culto funerario posterior de
la tumba. No puede excluirse que dichos rituales no se repitieran en
fechas concretas, bien en fiestas religiosas o en fechas señaladas que
En torno a lo funerario 207
neraria del occidente tebano: Valle de los Reyes, Valle de las Reinas
y Valle de los Nobles en sus nombres modernos. Los reyes y nobles
eran momificados mediante un proceso de desecación doble con na
trón y betún, se añadían las joyas más preciadas, a veces de una cali
dad extraordinaria, lo que fue motivo de expolio y pillaje durante to
das las épocas. La cantidad de piezas de orfebrería en oro y piedras
preciosas que se han perdido irremediablemente es difícil de calcu
lar, pero a partir del ajuar recuperado de la tumba de Tutankhamon
el estudioso puede apreciar que debió ser inmenso. Existe, sin em
bargo, un buen número de joyas reales en diversos museos de Eu
ropa y América, pero el conjunto de la tumba de Tutankhamon, en
el Museo de El Cairo, excede con mucho todo lo conocido antes.
La tumba de hipogeo real tiene unas características determ ina
das, aunque no es posible asegurarlo en todas las conocidas. En la
de Tutankhamon surge la duda. Según Reeves (1990), fue enterrado
en una tumba que estaba preparada para un personaje de la fami
lia real, quizá el ya anciano Ay, que luego le sucedió en el trono.
Esa hipótesis es posible que se pueda ver modificada en un futuro
próximo. En la tumba del desafortunado y joven rey se encontró una
representación de su propio entierro, lo que es un hecho que no se
repite en ninguna otra. Ni de sus predecesores ni de sus sucesores en
el trono. En las tumbas de los reyes no era normal incluir represen
taciones de los funerales, pero sí de los libros funerarios; pero en las
de los nobles, como en las mastabas de Menfis de la misma época,
los funerales y algunos ritos, como el de apertura de la boca, siguie
ron siendo los temas más utilizados. Un buen ejemplo de las pecu
liaridades y diferencias entre los diferentes tipos de tumba podría
ser la comparación entre las dos de Horemheb, la de su mastaba en
Sakkarah, preparada cuando solo era un militar al servicio de la co
rona, y la que se utilizó para su enterramiento definitivo en el Valle
de los Reyes, una vez que accedió a la realeza.
En el período final del Reino Nuevo y en el Tercer Período Inter
medio siguieron utilizándose textos funerarios en ataúdes antropo-
mórficos. H ay indicios de que los funerales se fueron haciendo más
complejos, aunque no se conoce al detalle la sucesión de los ritos. A
partir de finales del Tercer Período Intermedio escasean las repre
sentaciones de funerales, pero los conjuros rituales siguieron utili
zándose, incluso con una cierta vuelta atrás en el uso de texto del
tipo de los «Textos de las Pirám ides», siguiendo una moda que hizo
que lo antiguo se intentara recuperar en los ritos religiosos y en la
cultura en general.
210 Jesús J. Urruela Quesada y Juan Cortés Martin
luz del día», por lo general conocido como «Libro de los M uertos»
(nombre que le dio Champollion), tuvo su nacimiento en esta dinas
tía. Su material, facilidad de uso y tamaño permitieron una mayor
difusión de los textos funerarios; difusión que abarcó a casi todas
las capas sociales, a excepción del pobre y desheredado campesino,
cuyo estatuto personal de semidependencia no le permitía un nivel
más allá del sustento.
Por lo que respecta a la realeza de la dinastía XVIII, y sus suce-
soras, la XIX y XX, la capacidad de los artesanos y las necesidades
del real difunto crearon un mundo nuevo de ilustraciones im presio
nantes. Se incluyeron textos copiosamente ilustrados en los cuales
escritura y figura son inseparables; estas representaciones están in
mersas en una teología más profunda, aunque con idénticas inten
ciones apotropaicas. Se trata de lo que hoy día se conoce como « L i
bros del Mundo Inferior».
El «Libro de lo que hay en el Am duat», junto con el «Libro de las
Puertas» debían proceder de fondos religiosos y documentales de
acceso más restringido, y recogen las doce horas de la noche. En el
«Libro de las Cavernas» las horas se agrupan en seis diseños, m ien
tras que en el «Libro de la Tierra» la disposición es diferente y de di
fícil interpretación.
Los primeros capítulos conocidos del «Libro de los Dos Caminos»
están ya recogidos de forma temprana en parte de los «Textos de los
Sarcófagos». Junto con el «Libro de la Vaca Celeste» (en el que se na
rra el mito de la destrucción de la humanidad), el «Libro de las Puer
tas» y el «Libro de las Cavernas», forman un conjunto que se aparta
de lo hasta ahora conocido. Entre estos dos últimos se dan interesan
tes paralelismos (lo que parece indicar que proceden de algún con
tenido teológico común más antiguo) y solo se conocen en su totali
dad por las representaciones de las tumbas del Valle de los Reyes. El
«Libro del Amduat» (tumbas de Tutmosis III y Amenofis II) y el «L i
bro de los Dos Caminos» se conocen por los hipogeos de la dinas
tía XVIII, pero por su contenido están relacionados íntimamente con
los «Textos de los Sarcófagos», como ya se ha indicado, en donde apa
recen capítulos que se presentarán más desarrollados en el «Libro de
los Muertos». Hay autores que remontan su origen a textos, no cono
cidos por el momento, del Reino Antiguo. La tumba de Tutmosis III
muestra el primer ejemplar del «Libro de los Dos Caminos» cuya teo
logía está relacionada con Ra y su viaje nocturno, tema que aborda las
inquietudes más escatológicas del mundo de las esperanzas vitales.
El «Libro de las Puertas» solo es conocido por tumbas reales ra-
méssidas de la dinastía XIX y su contenido puede estar relacionado,
En torno a lo funerario 215
28. Avenida de los carneros que une el templo de Amón en Karnak con el templo de Luxor.
29. El Mammisi del templo de Isis en Philae, hoy en la isla de Agilkia.
Creencias populares y magia 225
La heka era considerada por los antiguos habitantes del valle del
Nilo como una de las fuerzas usadas por la «potencia prim igenia»
para crear el mundo, la cual otorga efectos prácticos a los actos sim
bólicos. Sin embargo, lejos de lo que pudiera parecer, se consideraba
que tanto las divinidades como las personas poseían también una
cierta heka, en mayor o menor medida, sobre el uso de la cual exis
tía toda una serie de reglas.
Los principales especialistas eran los llam ados «sacerdotes lec
tores», que eran vistos como los depositarios y guardianes de los
antiguos escritos entregados por los dioses a la hum anidad para
preservarla del Mal. A su gran consideración contribuía el hecho
de que ellos eran capaces de leer estos antiguos documentos, los
cuales (se supone) eran guardados en las bibliotecas de templos o
palacios y cuya principal función era otorgar protección al rey m e
diante rituales específicos, así como ayudar a los muertos en su ca
mino hacia la Vida, la Otra, la Verdadera. Sin embargo, no debe
olvidarse que en el Antiguo Egipto no había individuos que dedi
casen exclusivam ente su tiempo a la práctica de la magia, sino que
más bien esta labor era realizada por sacerdotes cuyas atribucio
nes eran mucho más amplias que la aplicación de rituales relacio
nados con actividades mágicas. De hecho, los relatos egipcios que
hablan de estas prácticas casi siempre tienen que ver con persona
jes históricos relevantes, a los cuales se les atribuyen poderes m ági
cos o conocimientos elevados de este tipo de sabiduría, siendo ta
les los casos del arquitecto Im hotep, del hijo de Khufu, H ordjedef,
Creencias populares y magia 233
«Esta fórmula debe ser recitada sobre un huevo de arcilla que ha
brá sido colocado en la mano del hombre que se sitúe en la parte de
lantera del barco; si el cocodrilo va a salir, que se lance el huevo al
agua».
Papiro Mágico Harris VI, 14-VIII.
vos han sido siempre sustituidas, cuando ha sido posible, por sus
equivalentes no animados, siendo mutilados cuando su sustitución
era imposible. Así, el toro, el perro o el león son representados par
tidos en dos, mientras que los peces, considerados animales im pu
ros, son dejados de lado por completo en las representaciones. En
cuanto a las figuras humanas, solo son representadas en parte, de tal
forma que no puedan constituir ningún peligro para el difunto rey
en su viaje por el Más Allá.
En la misma línea se deben situar las actuaciones a nivel oficial
o particular referidas a la «aniquilación del nom bre» y la destruc
ción de imágenes. Como se ha mencionado un poco más arriba, el
nombre y su representación son en el Antiguo Egipto algo mucho
más que una mera designación de un individuo concreto destinada
a su diferenciación del grupo al que pertenece, más bien se trata de
un elemento constitutivo de su personalidad, tanto como puede ser
cualquier miembro físico de su cuerpo. El hecho de destruir el nom
bre de alguien no significa borrar su existencia, condenarlo al ol
vido, sino algo aún más terrible para el pensamiento de un habitante
del valle de hace tres mil años, a saber, la negación de la misma exis
tencia, el borrado de todo recuerdo de su paso por la vida, la más
absoluta aniquilación de cualquier eco vital que pudiera haber per
durado en este mundo.
De esa misma forma debe interpretarse la destrucción de im á
genes y relieves de algún personaje en concreto. Son bien conoci
das las agresiones sufridas por las representaciones de H atshepsut
en su templo de Deir el-Bahari y las de Amenhotep IV A khena
ton, perseguida su m em oria hasta el hecho mismo de destruir su
ciudad, ambas llevadas a cabo en un intento de condenar a la no-
existencia a quienes por alguna razón no fueron aceptados por la
posteridad.
En cualquier caso, el hecho verdaderam ente destacable de
este acto es que detrás de él había una fuerte creencia y convenci
miento en que m ediante ese procedim iento la memoria y el eco de
su existencia quedarían aniquilados de forma definitiva, borrados
de la conciencia y de la historia. Estas acciones no deben interpre
tarse como ataques indiscrim inados contra todo lo que mandaron
construir y elaborar ambos soberanos, sino que son más bien ac
tos directam ente dirigidos contra sus nombres y representaciones,
dejando intactos bajorrelieves y otros testimonios m andados rea
lizar por ambos faraones, que han sobrevivido en un estado m ag
nífico al lado de las representaciones o nombres m artilleados de
los monarcas.
240 Jesús J. Urruela Quesada y Juan Cortés Martín
«Yo recito para ti las fórmulas para rechazar el mal de ojo al ama
necer, y su poder no cesará de hacer maravillas con él».
(Véase Chassinat, 1984-1987, vols. III, 351, 9, y VI, 263, 5, y
300, 6-7.)
Existe una pieza arqueológica de notable interés para compren
der la concepción egipcia de la heka y su papel en el sistema religioso
egipcio: la Estela de Meternich. Las vicisitudes históricas de la pieza
son, como las de otras muchas piezas arqueológicas, anécdotas en sí
mismas. En lu n u (Heliópolis) se encontraba la tumba de los toros
Mnevis, consagrados o asociados al dios creador Atum, allí se con
servaban ciertas inscripciones relacionadas con aspectos del culto.
El sacerdote Nesu-Atum visitó el lugar en tiempos del faraón Necta-
nebo II, quedándose interesado por las inscripciones que allí se con
servaban, se fijó en unas de carácter mágico y las mandó copiar en
un monumento único, dedicado al faraón reinante. La estela perma
neció un tiempo en Heliópolis, pero fue trasladada a Alejandría en
el período grecorromano. Y allí estuvo sepultada hasta 1828 en que
fue descubierta, bajo el gobierno de Muhammad Alí. Este, debido a
sus intereses políticos, se la regaló al príncipe Clemens Metternich-
W inneberg, que la instaló en su castillo de Kónigswart, en Bohe
mia. En 1950 la compró el Museo Metropolitano de Nueva York, en
donde está en la actualidad.
La estela se atiene a un patrón estético típicamente tardío. Su
texto expresa intenciones claramente mágicas. Se trata de los con
juros necesarios para contrarrestar las picaduras de serpientes y es
corpiones. En ella aparece, además, un Horus niño que con sus ges
tos trata de neutralizar a un grupo de animales peligrosos. La técnica
se cifra en verter agua sobre la estela, agua que, habiéndose «apro
piado» del poder de la estela, se convertirá en curativa. Una parte
del texto permite apreciar el significado de su pretendido poder:
Buitre
ger la cabeza del fallecido.
Se ponía en el cuello del difunto en el día de su fu
neral, recibiendo de esta forma la protección de la
diosa Isis.
Collar de Oro Aparece en la Epoca Baja y es bastante inusual.
Otorgaba al muerto el poder de liberarse de sus
vendajes.
Escalera Frecuentes durante el Reino Antiguo y Medio, es
tos amuletos servían al difunto para acceder al
reino de los dioses, cuyo suelo sería nuestro cielo.
Estos amuletos eran de madera y otros materia
les varios.
Dos dedos Representa el dedo índice y el medio que el dios
Horus usó en ayuda de Osiris para ascender al
cielo por medio de una escalera. Su finalidad era
la misma para el difunto. Se realizaba en hematina
u obsidiana.
Ojo de Horus Muy común en todas las épocas, los materiales en
los que estaba hecho iban desde el oro hasta la ma
©
de color rojo, otorgaba a su portador buena suerte
o felicidad. Representa un instrumento musical.
/I Rana
verde y podría servir para elevar al cielo al difunto
o significar el trono de Osiris.
Colocado junto al difunto, tenía la función de
transferirle el poder de la diosa Heqt, la cual era
relacionada con la plenitud de la vida y la resu
rrección.
C a p ítu lo VIII
TEMPLO Y SACERDOCIO
El templo
Su co n cep to y características
La fundación de un templo
los que los faraones nacidos en el valle del Nilo gobernaban en sin
tonía con las tradiciones y creencias que habían alimentado las lar
gas familias de gobernantes que les precedieron.
El sacerdocio
El p erson a l d e l cu lto
mayoría, han estado con anterioridad ligadas a algún otro culto pro
vincial, siendo destinadas con posterioridad a la cabeza del clero fe
menino de Amón. Sin embargo, también fue atribuido a princesas
reales, como a Bentanta, hija mayor de Ramesses II, aunque el título
era ostentado al mismo tiempo por sacerdotisas de las cuales se co
nocen los nombres, con lo que se podría cuestionar el poder efectivo
de estos títulos en manos reales.
Según la estatua de Huy, los títulos de «superiora de las profe
sas de Amón» y de «adoratriz del dios» tienden a confundirse en
su representatividad y a desdoblarse. Al no ser de sangre real no
puede ostentar el título de «esposa del dios», pero sí el de «adora
triz divina», confirmando el desdoblamiento que el título sufre ya en
este momento. Pero, además, en los casos de Tuy y de A hm es N efer
tary, la identificación entre «superiora de las profesas» y «esposa del
dios», dada su condición de reinas, también se produce.
Todo esto conduce hacia una importante conclusión sobre los
principales títulos femeninos del clero de Amón. Estos tres títulos
se deben a una disociación práctica que se establece entre la «esposa
del dios», siempre una princesa, y la «adoratriz del dios» o «supe
riora de las reclusas de Amón», una sacerdotisa profesional que ase
gura la continuidad de la función y las tareas de culto.
No se debe ver una disminución de poder por parte de la fami
lia real en dejar las funciones principales en manos de otras sacerdo
tisas, en su mayoría esposas de sacerdotes, sino que es conveniente
apreciar una función práctica, dado que el desdoblamiento se pro
duce al no haber heredera al título de «esposa del dios», es decir, por
cuestiones internas dentro del cargo, y no por una política delibe
rada por ninguna de las partes (clero o corona). En cualquier caso,
baste mencionar que cualquiera de los tres títulos puede ser asu
mido por un miembro de la familia real (caso de B entanta), mientras
que una sacerdotisa no de sangre real nunca podrá portar títulos que
no le correspondan (caso de Huy). En suma, se puede dar la suce
sión «esposa del dios», «adoratriz divina», «superiora de las profe
sas», pero nunca en sentido inverso.
C a p ítu lo IX
LITERATURA Y PENSAMIENTO
La figura del escriba sentado (íí kd, literalmente «el que dibuja la
forma»), y no necesaria ni únicamente la famosa estatua del Museo del
Louvre, es representativa de la profesión y dedicación de los especia
listas de la escritura. Existía tal consideración al mero hecho de ser es
criba que ciertos personajes que alcanzaron altos puestos en la Ad
ministración del Estado quisieron ser representados en sus estatuas
funerarias, depositarías del ka, como simples escribas, y no como los
altos dignatarios que habían llegado a ser cuando se construyeron di
chas tumbas. La profesión se estudiaba durante unos doce años (se
gún algún testimonio concreto, aunque es posible que durara más), y
en los últimos años debía de existir una especialización en función del
destino del estudiante, pues había diversos cometidos administrati
vos, fueran estos de secretarios, contables —como los encargados del
recuento de bienes en templos, palacios y fincas agropecuarias— , ar
chiveros de templos y palacios, encargados de redactar textos oficiales
como los decretos reales, y cualquiera de los muchos destinos que exis
tieran (y no todos conocidos) en una sociedad tan burocratizada como
la egipcia, para lo cual era imprescindible una cierta especialización.
Para perpetuar los textos aprendían copiándolos, razón por la
que se han conservado los que debían de ser los más famosos y re
petidos para este cometido. Algunos, como el texto conocido como
K m yt, repertorio de conocimientos básicos construidos a manera
de consejos epistolares para el escriba, debieron de ser muy popu
lares y considerados en todas las épocas. El caso de K m yt, del que
solo se conocen pequeños retazos, algunos conservados en un sinnú
mero de ostraca (textos escritos sobre yeso, piedra o fragmentos de
cerámica) procedentes de la ciudad de los trabajadores de Deir el-
M edina, es una lamentable pérdida, aunque se ha supuesto que po
dría estar muy cerca del estilo de las «enseñanzas para la vida», aun
que muy especializado sobre las dificultades y cometidos del escriba.
En las «casas de la vida» (per-ankh) ubicadas en los templos, y auspi
ciadas por el dios Djehuty, los escribas copiaban, asimismo, tanto las
narraciones más célebres como los tratados religiosos. También ela
boraban nuevas interpretaciones teológicas, adaptadas a la política
religiosa de los templos, que se modificaban en función de los cam
bios políticos. Utilizaban plumillas hechas con cañas para las que
fabricaban estuches de madera; material del que también se elabo
raba una especie de tintero con sustancias que permitían colorear,
incluso, los jeroglíficos dibujados sobre papiro.
Literatura y pensamiento 297
« [ H a b la él]:
La única, la hermana sin igual,
bella más que todas las otras.
¡Ella semeja a la Estrella
la que aparece en el comienzo de un buen año.
Su perfección es brillante, su piel resplandeciente
encantadora es la expresión de sus ojos
dulce es el hablar de sus labios,
en ella no hay una palabra de más.
Su cuello es alto, su pecho
resplandeciente,
sus cabellos de verdadero lapislázuli.
Sus brazos superan al oro,
sus dedos son como botones de loto.
etc.».
Papiro Chester Beatty I, fragmento del primer texto (véase
Mathieu, 2008, p. 26).
No hay muchas posibilidades de conocer métrica alguna, el funda
mento con toda probabilidad es el ritmo, aunque hay diversas teorías.
Se vislumbra la posibilidad de dísticos con unidades conceptuales dis
tribuidas en cuatro y tres grupos de forma alterna. No palabras, sino
grupos de palabras, como golpes sonoros, quizá pausas en el canto. El
caso anterior se contemplaría de la siguiente forma:
Música y músicos
Ciencia y conocimiento
K1 t
10.000 100.000
I1l
I
Para las fracciones se usaba «r», <==>, que era el símbolo para ex
presar la palabra «parte». Así pues <ZI> M equivaldría a la fracción
1/10. El signo « gs » , <==, se usaba para la palabra «lad o » o «m itad».
La palabra «hsb», también significaba «fracción», pero se utili
zaba para representar lA. Por su parte, «rivy», <^ >, significaba 2/3, y
«khm t rw», ^ era 3/4.
Ciencia, tecnología y medicina 325
El calendario
Estación Período
Akhet (inundación) Desde el 1 de Thot hasta el 30 de Khoiak
Peret (siembra) Desde el 1 de Tybi hasta el 30 de Farmuti
Shemu (cosecha) Desde el 1 de Pakhon hasta el 30 de Mesori
Epagómenos Significado
1 Celebración del nacimiento de Osiris
2 Celebración del nacimiento de Horus
3 Celebración del nacimiento de Seth
4 Celebración del nacimiento de Isis
5 Celebración del nacimiento de Neftis
ciendo cada vez más tarde, de tal modo que ni las estaciones, ni,
por tanto, los meses coincidían con la sucesión esperada; un día
cada cuatro años, diez días cada cuarenta años, un mes cada ciento
veinte años, de manera que el día de la celebración del año «oficial»
no coincidiría, en teoría, con el primer día de la aparición de Sirio
hasta pasados mil cuatrocientos sesenta años, período que es lla
mado soth íaco (Sopdep - S o t h is —Sirio). Un número de años igual a
cuatro veces el número de días del calendario, al cabo del cual la es
trella aparecía en el horizonte el mismo día que comenzaba el año
oficial y se producía, aproximadamente, la inundación. Esa coinci
dencia sothíaca hubiera sido posible solo si no hubieran corregido la
festividad del año «oficial».
Por tanto, se podía dar la paradoja de que en la estación de la co
secha se estuviera, según el calendario civil, en la estación de la inun
dación. La solución podría haber sido añadir un sexto día epagó-
m en o. Por qué no lo hicieron es objeto todavía de controvertidas
teorías. Como de hecho y a lo largo de los años fueron rectificando
la discrepancia, no es posible fijar con exactitud el momento histó
rico ^e aceptación oficial del calendario.
No fue hasta mucho después de la época faraónica, en concreto
en el año 238 a. C., cuando se reunieron el 17 de Tybi (I p rt ) del
año 9 de Ptolomeo III (7 de marzo de 238 a. C.), en Canopus, en
el Delta, en el templo de los dioses Evergetas, los denominados hie-
rográm atas (sabios sagrados) y algunas otras eminencias del saber
egipcio. Se trataba de llevar a cabo un intento de reforma del calen
dario; su intención era hacer coincidir el 1 de Thoth con el amanecer
helíaco de Sirio, mientras que Venus, identificado con la diosa Isis,
debía conservar su posición. Tras varias deliberaciones concluye
ron que habría que añadir un día extra a los epagómenos cada cua
tro años, pasando a durar ese año 366 días. No obstante, la reforma
no progresó debido a discrepancias entre los distintos grupos de es
pecialistas. Julio César se aprovechó de dicho conocimiento, y así ha
pasado a la historia.
El Papiro Ebers
Varias son las afecciones más comunes que han identificado los
patólogos forenses a través de los restos que han llegado en mejor o
peor estado de conservación hasta nuestros días. Basándose en es
tas evidencias y contrastándolas con las procedentes de las represen
taciones artísticas, los investigadores han detectado una serie de en
fermedades y afecciones que debían ser comunes en el valle del Nilo.
Entre ellas destacan las que se exponen a continuación.
Deformidades
Tabla d e equivalencias
Jeroglífico Egipcio fonético Alfabeto latino
-
5 A
i i
r a
& w w
w W
n
ij b b
□ p P
f /
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n n
n N
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z z
1 s s
1— 1 s S
J\ k q
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m g g
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Abu Simbel, 15, 58, 181, 252, 255, 147-151, 155, 159-160, 163, 230,
303,337 241
Abusir, 15, 93, 105, 117, 157, 219, Atum-Ra, 67, 138, 140, 142-143, 146,
277,294 149, 155, 161-162,200
Ahmes, 170,295,301
Ahmosis, 169-170,180,287-288, 295 Bastet, 75, 129, 136, 156, 162, 234,
Ahotep, 287 245, 259
Alejandro Magno, 13, 59, 75 Benben, piedra, 147, 150-151, 162-
Akhethotep, 105 163
Amenemopet, 98, 183 Bes, 20-21, 136, 225,228,244
Amenhotep, hijo de Hapu, 21, 27, 95 Buhen, 15,56, 98
Amenwosra, 95, 98
Amón, 21, 29, 36, 48, 58, 60, 70, 76, Cámara de los Antepasados, 58, 60,
83-84, 95-96, 98, 103, 107, 125- 76, 303
126, 129, 131-133, 135-137, 140- Canaán, 41, 169, 180
142, 144, 147, 153-157, 163-175, Canon Real de Turín, 59, 61, 303
177-191, 221, 252, 261-265, 268, Canto del arpista, 315
271, 273, 275-276, 279-291, 294, Capilla Blanca, 167, 260-261
302-303, 319, 337, 352, 369-370 Casa de Vida, 43, 126, 233, 276-277,
Amuletos, 22,203,223,225,227-233, 293,296, 321,354
237,242-247,253,270,341 Casa de los Libros, 276
Anales de Sakkarah Norte, 60, 303 Contienda de Horus y Seth, 125
Anales de Tutmosis, 167, 302 Coptos, 4,15, 101-102,105,137,165-
Ankhtifi, 101-102,220,300 167
Apis, 74, 129, 136-138, 157, 162,191, Cuento de los dos hermanos, 63, 308,
254,286 313
Apofis, 136, 138, 173,332 Cuento de Neferkarra y el general
Arukhons, 268 Sisenet, 308, 313
Asuán, 4, 15,51,336-337,352 Cuento de Sinuhé, 66, 308, 311
Atón, 39, 43, 45, 64-65, 74, 107, Cuento de Wenamon, 308, 313
136, 172-175, 177-178, 188,252, Cuento del campesino elocuente, 19,
303 91,308
372 índice de nombres
Ramesses XI, 29, 184-185, 188-190, 268, 279-280, 284, 288, 303, 306,
263 325.338
Ramesseum, 107, 109, 180-181, 221, Tefnut, 77-78, 138, 143-144, 146, 159
264-265,269,282,294 Tell el-Daba, 4, 24, 82
Rekhmi-ra, 94-95, 98, 301, 315, 318 Templo de Amón, 58, 95, 103, 107,
Renefert, 105 165, 174, 183, 186, 189, 181,221,
Rollo de cuero de Berlín, 297 262, 265, 268, 271, 279-303, 313.
319,369-370
Sakkarah, 4, 23-24, 60, 80, 110, 157, Templo de Amón de Djeme, 264
209,218,257-258,335 Templo de Horus, 251-252, 254, 266,
Sátira de los Oficios, 19, 35-36, 44, 370
306,310 Templo de Isis, 266, 370
Sebenitos, 15, 59, 303 Templo de Khonsu, 263
Seguidores de Horus, 60 Templo de Sethy I, 273
Senehet, 66, 91,298, 308 Templo de Sobek, 266
Senenmut, 45, 126, 275, 279, 294, Templos funerarios, 58, 62, 70, 76,
314.335 92-93, 107, 109, 117, 193, 204,
Senusert I, 65, 71, 74, 91, 98, 143, 218,221,250,262,267,293
167,261,282,298,310-311 Textos de las Pirámides, 71, 123,125,
Senusert II, 100, 221, 310 141-142, 144-147, 150, 164-165,
Senusert III, 103, 302, 310 175. 196, 204, 209-213, 216, 233,
Senyuker, 166 257,333
Serapeum, 129, 286 Textos de los Sarcófagos, 78, 125,
Serapis, 138, 191 141, 147-148, 208, 211, 213-214,
Seth, 63, 68-69, 79, 125, 133, 136- 216,219
138, 142, 145-146, 199-201, 203- Thekhe, 268
204,216, 236,308,313,325,330 Thinis, 4, 15, 183,220
Sethy I, 60, 106, 115, 180, 182, 215, Thueris, 20-21, 138, 224-228, 244
251,269, 273,284,289,301 Tiaa, 86, 289
Sethy II, 119,86, 182,284 Tunroy, 60
Setnakhte, 86 Tutankhamon, 18, 40, 55, 176, 178-
Sia, 152, 160,225 179, 205,209-210,348
Sinaí, 43, 312
Siria, 32, 41, 43, 157, 180 Unas, 123,204,211-212
Snefru, 28, 47, 78, 93, 100, 105, 110,
116, 118-119, 122, 205, 218-219, Valle de los Reyes, 4, 86, 96, 144, 160,
295.308.335 209.214.221.263.338
Sokar, 161,210 Viaje de Wenamon, 189, 308, 313
Sopdep, 138.252,328-329,331
Shu, 78, 130-132, 137-138, 143-148, Wadi Hammamat, 4, 337
153, 159, 175,231 Wadi Kubbaniya, 51, 54
Wadi Natrom, 205, 235
Tablilla de Sakkarah, 60 Wadjet, 62, 132, 138
Tanis, 15, 107, 180, 221, 265-266 Waret, 103
Tebas, 4, 15, 45, 51, 93, 95, 97, 101- Waset, 4, 36, 51, 95, 102, 153-154,
102, 107, 136, 151, 153-155, 164-165, 173,220,338
164-166, 172-175, 180-181, 184- Weni, 32, 104-105, 299-300, 333
188, 190-191, 206, 220, 251, 262, Wepwawet, 31