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Una vez verificado el desencanto sólo resta encarar la evidencia o habitar el olvido.
En Colombia, después del nadaísmo y del estado anímico desencantado de los
años 70 y 80, en donde el poeta tiende a expresarse con una voz íntima y a través
de un trabajo solitario y presenta principalmente las influencias del realismo social
y de las formas norteamericanas de la nueva poesía que proceden de la generación
beat, se pueden ubicar más de dos generaciones posteriores que producen la actual
poesía vital en Colombia.
Entonces las tomas de posición que están más acentuadas, no obstante haber,
como lo dije, una pluralidad de estéticas, denotan visiones del arte y del escribir; la
necesidad del olvido, de acudir a una especie de salvavidas inconsciente mediante
el cual la cesación de la memoria que se tenía, el descuido de algo que se debía
tener presente que deviene como la única manera de impedir que la vida pierda
todo su sentido, adquiere una puesta en forma que pareciera llamar la atención
sobre la ruptura insuperable entre lo externo y lo que hay en la interioridad, optando
por esta última.
A diferencia de este, el poeta joven que se ha proyectado hacia afuera, intenta armar
el sentido de lo externo sin importarle develar el sinsentido vital; así recurriendo a la
secuela del desencanto, indagando por el espacio que ocupa, que en la mayoría de
las veces no es otro que el del dolor y el malestar, acude a una memoria
atormentada por la necesidad de liberarse de su influjo y de re-crear otras
realidades. Sea en la desmemoria o en la memoria, la pulsión de muerte se pasea
con cabal dominio sobre los versos de los poetas colombianos, en quienes es difícil
encontrar, mas no imposible, líneas de esperanza o aliento.
Es por ello que dicha exacerbada personalización del yo, surge desde lo más
profundo hacia la nada; ante la ausencia de Dios, ante la nada, estas generaciones
de olvidados, alzan la voz para nombrar el vacío, envueltos en una especie de fe
oscura, de fe en lo incierto. Por su parte, los atisbos de despersonalización poética
y su urgente necesidad de dar noticia vital de la época se circunscriben con mayor
rigor hacia el mundo social, en donde la presencia de Dios es exigida a manera de
indicio de una humanidad como proyecto viable.
Como corolario cabe indicar que en mis observaciones, ha sido factible percibir que
ese movimiento desde la subjetividad hacia una incipiente objetividad -la crudeza-
no se está dando entre los autores que guardan una disciplina rigurosa con los
espacios literario, es decir, aquellos que han hecho “carrera” y parecieran infaltables
en los eventos, festivales y noticias; sino entre los jóvenes que se han liberado del
influjo del reconocimiento y de la necesidad de “gustar” a quienes pertenecen. En
este sentido, los primeros -el olvido- tienden a contar su anécdota personal, pero
pocos de ellos la trascienden tornándola reflexión de grupo, ya que la mayoría se
queda en la "fábula omitiendo la moraleja".
En esta misma línea de pensamiento, que refleja una descentralización del poder
simbólico en el ámbito de la poesía, he hecho otra observación que habla por sí
misma del tiempo actual, y es la cada vez mayor calidad de la poesía escrita por
mujeres; muchas de éstas ya han librado su propia batalla contra los clises del
erotismo del cuerpo y revelan una poesía vigorizada en donde se percibe superado
el rol de género, logrando vibrar con las tendencias propias del espíritu de la época
que oscilan entre la crudeza y el olvido.
Noviembre de 2011.