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-Dios es Espíritu.
-Dios es amor, caridad.
-Dios es el sumo y único bien.
-Las palabras de Dios son espíritu y vida.
-El Espíritu es el que vivífica, la letra (la carne) mata.
De ahí que sobre todas las cosas debamos adorar, amar, alabar al altísimo Dios Padre,
darle gracias y agradarle, en espíritu y verdad, con pura mente y limpio corazón.
He aquí, como ejemplo, algunos textos donde aparecen estas expresiones típicas de san
Francisco:
«Y adoremos al Señor con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer;
pues el Padre busca tales adoradores. Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que
lo adoren en espíritu y verdad» (1 R 22,29-31).
«Y porque todos nosotros, miserables y pecadores, no somos dignos de nombrarte,
imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien bien te
complaciste, junto con el Espíritu Santo Paráclito, te dé gracias por todos como a ti y a él
os place, él que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos hiciste» (1 R 23,5;
cf. 2CtaF).
Con mucha frecuencia exhorta también san Francisco a secundar las inspiraciones divinas
(1 R 2 y 16; 2 R 2 y 12; Test, etc.), a proceder conforme al beneplácito divino, a cumplir
la voluntad de Dios (1 R 10 y 22; 2CtaF, CtaO, etc.), a obrar según Dios (1 R 5; 2 R 2 y
7), en el nombre del Señor, con la bendición de Dios (1 R 8 y 21; 2 R 2; Test, etc.), según
la gracia dada. Los frailes procedan siempre entre sí y con los demás hombres
espiritualmente y no carnalmente, esforzándose en estar sometidos a toda humana
criatura. Observen la Regla espiritualmente (según el alma) (1 R 2, 4, 5, 7 y 16; 2 R 10).
Como hermanos espirituales ámense mutuamente, más que la madre ama a su hijo carnal,
es decir, como a sí mismos (2 R 6). La expresión «como a sí mismos» aparece diez veces
en los escritos de san Francisco. Sírvanse y obedézcanse unos a otros y háganlo así
también con los demás hombres, por caridad de espíritu (Gál 5,13; 1 R 5), por obediencia
del espíritu (SalVir); más aún, por pobreza de espíritu (Adm 14) procuren amar a los
enemigos y perseguidores, como si fuesen amigos suyos.
Mas, «sobre todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación,
orar siempre a él con puro corazón y tener humildad, paciencia en la persecución y en la
enfermedad, y amar a esos que nos persiguen, nos reprenden y nos acusan, porque dice
el Señor... el que persevere hasta el fin, éste será salvo» (2 R 10,8-12). Pues solamente
nos podemos gloriar en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Adm 5). De entre todos los
carismas del Espíritu Santo, éste es el mejor.
Al espíritu de oración y devoción deben servir todas las demás cosas temporales, como
el trabajo, el estudio, la predicación (2 R 5,2). Francisco ruega en caridad, que es Dios, a
todos los hermanos dedicados bien a la predicación, a la oración o al trabajo, que no se
gloríen de las buenas palabras y obras, ni siquiera de bien alguno que Dios dice o hace y
actúa alguna vez en ellos o por medio de ellos. Porque el espíritu de la carne (del amor
propio) quiere y se preocupa mucho de hablar, pero poco de obrar, y busca no la religión
y santidad interior del espíritu, sino que quiere y desea una religión y santidad exterior,
aparente a los ojos de los hombres. El Espíritu del Señor, por el contrario, quiere que la
carne sea mortificada y se esfuerza en cultivar la humildad y la paciencia, la pura
simplicidad y la verdadera paz del espíritu; «y siempre desea, sobre todas las cosas, el
temor divino y la sabiduría divina y el amor divino del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo», devolviendo en acción de gracias todos los bienes al Dios altísimo, ya que Él solo
es bueno (1 R 17).
A la multitud de preces, devociones y penitencias practicadas por amor propio, opone
Francisco la pobreza de espíritu, por la que se ama al enemigo. En el misterio eucarístico
tan sólo el Espíritu del Señor, que habita en nuestros corazones, es el que puede recibir
dignamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo: «El Padre habita en una luz inaccesible, y
Dios es espíritu, y a Dios nadie lo ha visto jamás. Por eso no puede ser visto sino en el
espíritu, porque el espíritu es el que vivifica; la carne no aprovecha para nada» (Adm 1,5-
6). Ruega encarecidamente a sus hermanos sacerdotes que, puros y limpios y con rectitud
de intención, ofrezcan el sacrificio eucarístico, tratando de agradar solamente al Soberano
Señor, «porque allí solo él mismo obra como le place» (CtaO 16). Les suplica así mismo
que se unan a Cristo el Señor que se humilla en grado sumo en el sacrificio del altar, no
reteniendo nada de sí propios, «a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo
entero» (CtaO 29). Finalmente, recomienda que los hermanos recen el Oficio divino con
devoción en la presencia de Dios, «no atendiendo a la melodía de la voz, sino a la
consonancia de la mente, de forma que la voz concuerde con la mente, y la mente
concuerde con Dios, para que puedan agradar a Dios por la pureza del corazón» (CtaO
41-42).
SENTIDO ÍNTIMO DE LAS EXPRESIONES
Sintetizando todas estas expresiones, que hemos tomado casi siempre al pie de la letra de
los escritos mismos de san Francisco, aparece claro que su núcleo o centro puede y debe
reducirse al único y mismo Espíritu del Señor y a su santa operación; dicho con otras
palabras: lo que por encima de todo, siempre y dondequiera, interesa es tan sólo la
obediencia total o plena disponibilidad a este Espíritu del Señor, que realiza todo bien y
toda santidad en el hombre. Por parte de éste se requiere una apertura y entrega a la santa
operación del Espíritu del Señor, sin dejarse arrastrar por el amor propio o egoísmo, antes
bien, viviendo en pobreza y humildad, en paciencia, obediencia, pureza de corazón y de
mente, con toda simplicidad, lo mismo cuando ora que cuando trabaja, amando a Dios
con puro amor y al prójimo como a sí mismo. Este Espíritu del Señor es el Espíritu del
mismo Cristo, Hijo de Dios, que se comunica al hombre en la medida en que sigue las
huellas de Jesús pobre, humilde, crucificado y eucarístico. Se refiere al mismo y único
Espíritu lo que nosotros llamamos espíritu de oración y devoción, de pobreza, de
penitencia, obediencia y caridad, en una palabra: el espíritu de toda la vida evangélica de
los hermanos menores. Este es el Espíritu deseable sobre todas las cosas, siendo como es
el espíritu y la vida de los hermanos.
Animados, pues, de tal Espíritu, los hermanos por puro amor (sin amor propio), en espíritu
y verdad pueden amar a Dios, adorarle y alabarle, darle gracias y agradarle y, al mismo
tiempo, como hermanos menores, amar a los demás como a sí mismos, en la medida en
que el Señor les conceda la gracia. En la santa operación de este Espíritu del Señor queda
íntimamente vivificada y ensamblada la vida toda de oración y de acción de los hermanos
menores.
UN MISMO Y ÚNICO ESPÍRITU