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1. La fe cristiana es la respuesta libre y confiada del ser humano a Dios, que se revela a
través de su Palabra, hecha carne en Jesús de Nazareth.
Es posible creer, porque Dios se manifiesta al ser humano y porque el Espíritu de Dios
ilumina la inteligencia y el corazón, capacitando para ofrecer una respuesta que brota de
la libertad y que compromete toda la vida.
Quienes mejor han confesado su fe han sido los mártires. Ellos han dado el testimonio
más convincente: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida". Pero también los
santos canonizados, aunque no mártires, son considerados como confesores de la fe,
porque su vida ha sido un constante testimonio del Dios en quien han creído. Ellos
constituyen una referencia permanente para los creyentes de todos los tiempos.
Bastará recordar la anécdota de la vida de San Ignacio de Loyola, referida por sus
biógrafos. Se cuenta que, cuando Ignacio de Loyola tuvo que permanecer largo tiempo
de convalecencia en su casa natal de Loyola, curando las heridas sufridas en la batalla
de Pamplona, el inquieto militar pidió libros de caballerías para entretener su tiempo. Al
no disponer de ellos, le dieron a leer el Flos Sanctorum, las vidas de los santos. De esta
lectura se sirvió Dios para llegar al corazón de Ignacio. "Si éstos han sido capaces de
hacerlo, ¿por qué yo no?", se preguntó Ignacio. De este modo el testimonio de los
santos, confesando con su vida la fe en Jesucristo, resultó definitivo en la conversión de
Ignacio de Loyola. Confesar la fe a través del testimonio de la propia vida es, pues,
el modo idóneo de comunicar a otros la experiencia gozosa del descubrimiento de
Dios y de la entrega a El.
Es evidente que, en esta Confesión de Fe, el creyente estará volcando una gran
parte de su experiencia personal. En este sentido podemos afirmar que la
Confesión de Fe, en nuestro mundo de hoy, adquiere un valor más significativo en
la medida en que sea capaz de expresar la experiencia vivida en la historia
personal de cada uno: cómo la fe en Jesucristo y en el Dios de Jesucristo nos
impulsa a una realización humana más plena personal y socialmente.
De lo dicho hasta ahora podría deducirse que cada uno tenemos derecho a "fabricarnos"
una imagen de Dios a la medida de nuestras conveniencias. Este peligro es real. Por
esta razón la propia Confesión de Fe precisa del contraste con otras Confesiones de Fe
de otros creyentes, teniendo siempre como referencia obligada la Confesión de Fe
expresada por el Magisterio autorizado de la Iglesia.
El mundo necesita confesores. En algún tiempo se repetía con frecuencia que nuestra
sociedad necesita menos teólogos y más testigos. En esta afirmación resuena el
aforismo clásico "obras son amores y no buenas razones". En todo tiempo ha sido
necesaria la presencia de testigos que, con un estilo de vida fuertemente marcado por la
fe, ofrecieran un modelo de contraste con otra forma de vivir, guiada por criterios
mundanos. Los santos han ejercido esta influencia en la sociedad de su tiempo y en
generaciones siguientes. Pensemos en la influencia multisecular de San Martín de
Tours, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, etc.
(SOBRE ALGUNOS RETOS DEL PRESENTE Y LAS CFB) Con la llegada de la
modernidad, la confrontación entre los ideólogos humanistas y los teólogos
cristianos obligó a un esfuerzo de reflexión, que permitiera hacer comprensible la
razonabilidad de la fe. Han sido superados, al menos de momento, los conflictos
entre ciencia y fe, entre humanismo y teísmo; se ha puesto de manifiesto
suficientemente que no es incompatible creer en el hombre y creer en Dios. Sin
embargo, en el orden práctico, se sigue percibiendo la diferencia entre creyentes e
increyentes. Unos se entregan, por la fe, al Dios que se nos ha manifestado en
Jesucristo y que nos llama a continuar la obra del Reino de justicia y liberación de
los hombres. Otros dejan a un lado esta cuestión, porque afirman que de Dios
nada se puede saber, que está más allá de nuestra experiencia.
Por esta razón se aprecia, con mayor urgencia, la necesidad de confesar la fe, siendo
testigos de ella en la forma de vivir. Un estilo de vida que resulte interpelador, por su
carácter excéntrico, al servicio de la causa de los pobres, de la defensa de la justicia, de
la transformación de la sociedad. Quien vive o intenta, al menos, vivir de esta manera
está confesando su fe; es testigo del Dios Padre de todos; convierte el amor generoso y
desinteresado en el primer plano de sus motivaciones. De esta manera puede hacer
significativa su Confesión de Fe. Está prestando un servicio impagable a nuestra
sociedad. Contribuye eficazmente a la transformación del mundo. Y vuelve a hacer
creíble el corazón de la fe cristiana.
Quienes son guiados por el Espíritu están en condiciones de confesar su fe, de manera
que pueden comunicar, a quienes les escuchan, que vivir al servicio del reino es una
opción razonable y, además, profundamente gozosa. Una opción libre, plenificadora,
que ofrece un profundo sentido a su condición de hombre o mujer.
http://www.mercaba.org/Pastoral/C/confesion_de_fe.htm