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El documento resume las enseñanzas de San Francisco de Asís sobre la fraternidad universal en sus Admoniciones. San Francisco invita a una fraternidad basada en la persona de Jesucristo, más que en pequeñas fraternidades. Ve a todos los hombres como hermanos y los exhorta a servirse mutuamente para llevarse al amor de Dios. Las Admoniciones se dirigen no solo a los frailes, sino a toda la humanidad, invitándolos a una fraternidad en Cristo basada en el servicio desinteresado.
El documento resume las enseñanzas de San Francisco de Asís sobre la fraternidad universal en sus Admoniciones. San Francisco invita a una fraternidad basada en la persona de Jesucristo, más que en pequeñas fraternidades. Ve a todos los hombres como hermanos y los exhorta a servirse mutuamente para llevarse al amor de Dios. Las Admoniciones se dirigen no solo a los frailes, sino a toda la humanidad, invitándolos a una fraternidad en Cristo basada en el servicio desinteresado.
El documento resume las enseñanzas de San Francisco de Asís sobre la fraternidad universal en sus Admoniciones. San Francisco invita a una fraternidad basada en la persona de Jesucristo, más que en pequeñas fraternidades. Ve a todos los hombres como hermanos y los exhorta a servirse mutuamente para llevarse al amor de Dios. Las Admoniciones se dirigen no solo a los frailes, sino a toda la humanidad, invitándolos a una fraternidad en Cristo basada en el servicio desinteresado.
La fraternidad en la admoniciones de san Francisco
[Texto original: La Fraternité dans les Admonitions, en Évangile
aujourd'hui n. 183 (1999) 32-36] Un apasionamiento cultural por las pequeñas fraternidades encuentra poco apoyo en las Admoniciones de Francisco de Asís. Él invita a una fraternidad universal enraizada en la persona de Jesús. Todo hombre es mi hermano. Y es ocasión de servirlo para llevarle al amor de Dios con todo gozo y alegría. TODO HOMBRE, MI HERMANO
Tal vez nos habituamos demasiado fácilmente a representarnos los
escritos de Francisco llegados a nosotros con el nombre de Admoniciones como exhortaciones dirigidas a sus hermanos reunidos en capítulo. Un análisis gramatical y un examen más atento de los vocativos siembran alguna duda. La cantidad de frases estructuradas por el empleo del infinitivo o la tercera persona del singular o del plural, o incluso de sujetos poco precisos traducidos en español como "que (con valor de sujeto), se, uno, una, éste/aquel que (con valor de sujeto); estos/aquellos que; cualquiera que; cada uno; nadie", no deja de sorprender. ¿Es así como interpela Francisco a sus hermanos? No una u otra vez, sino en la mayoría de los casos. ¡No menos de veintinueve ejemplos ¿No es, de entrada, una manera de dirigirse a todo hombre, mi hermano? Las Admoniciones 5,1 y 18,1 confirmarían este sentido: "Attende, o homo, in...", "Considera, oh hombre..."; "Beatus homo qui...", "Feliz el hombre que...". Por lo que respecta a la segunda Admonición, comienza así: "Dixit Dominus ad Adam", "El Señor dijo a Adán". Una relectura meditada de las Admoniciones hizo inclinarme por esta intención de Francisco: llevar a todo hombre a la conversión, al amor de su Señor. Sin remitirme a los especialistas, yo llegué hasta ahí. No me he molestado al leer en Manselli: "Este opúsculo ha sido -y continúa siéndolo- objeto de una vivísima discusión, que busca resolver la cuestión de su naturaleza y su finalidad: ¿se trata de un discurso ordenado, de un sermón de Francisco, o, por el contrario, de unos dichos reunidos y coordinados por el mismo Francisco o por otros?... Se han dado numerosas respuestas y, como es obvio, discordes...".[1] Encontrarás también en este número, amigo lector, propuestas de tesis diversas y argumentos moderados para apoyarlas. Sin pretensión docta por invalidarlos, me contento con hacerte partícipe de mi reciente impresión de una relectura meditada: "No nos parece que se trate de un sermón, porque no corresponde ni a las leyes del ars predicandi, ni a las exhortaciones vibrantes del ars concionandi; estaría más cerca de la exhortación fraterna, de la amonestación amistosa, que hemos encontrado en las cartas precedentes".[2] Francisco no ha escrito sólo a León, a Antonio, a un Ministro, a todos los guardianes, a todos los Custodios, a toda la Orden, a todos los clérigos; sino también a los jefes de los pueblos, alcaldes y cónsules, jueces y gobernadores de todo el universo, e igualmente a todos los fieles. ¿Qué representan éstos últimos a sus ojos? Todos los cristianos: religiosos, clérigos, laicos, hombres y mujeres, y todos los habitantes del mundo entero (1CtaF 1). Los últimos destinatarios de las Admoniciones son éstos últimos también, a mi parecer. Francisco no se cierra en un círculo de íntimos, aunque algunos lo piensen todavía: "Es evidente que nos encontramos ante un caso de reportatio: un oyente ha puesto por escrito y en debida forma la enseñanza dada oralmente por Francisco con ocasión de los capítulos".[3] Veinticuatro de las veintiocho Admoniciones no contienen el vocablo "hermanos", ni en vocativo ni en ningún otro caso. No tomamos en consideración el versículo 3 de la admonición 19: "Vae illi religioso, qui ab aliis positus est in alto", que ciertas traducciones francesas presentan así: "Malheur au religieux qui, appelé par ses frères à des hautes fonctions...".[4] Quedan cuatro Admoniciones con el vocablo "hermanos". Son estas: "Y si por ello ha de soportar persecución por parte de algunos, ámelos más por Dios. Porque quien prefiere padecer la persecución antes que separarse de sus hermanos, se mantiene verdaderamente en la obediencia perfecta, ya que entrega su alma por sus hermanos" (Adm 3,8-9). "Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor..." (Adm 6,1). "Por lo tanto, todo el que envidia a su hermano por el bien que el Señor dice o hace en él, incurre en un pecado de blasfemia..." (Adm 8,3). "Dichoso el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo y no puede corresponderle como cuando está sano y puede corresponderle" (Adm 24). "Dichoso el siervo que tanto ama y respeta a su hermano cuando está lejos de él como cuando está con él, y no dice a sus espaldas nada que no pueda decir con caridad delante de él" (Adm 25). UNA FRATERNIDAD EN CRISTO
La base de todos los consejos prodigados por Francisco, no sólo a los
miembros de su familia religiosa, no sólo a todos los cristianos, sino a todos los hombres, es la persona de Jesús. No hay que olvidar nunca que para salvar a sus ovejas ha sufrido la Pasión y la Cruz: "Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó la pasión de la cruz" (Adm 6,1). Su presencia salvadora, Jesús la actualiza hoy por su presencia eucarística. Francisco no se enreda en sutilezas dogmáticas para probarla: "Diariamente viene a nosotros Él mismo en humilde apariencia; diariamente desciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote" (Adm 1,17-18). Marchar en su seguimiento, a través de los sufrimientos y toda suerte de pruebas, es lo que propone a sus ovejas. A cambio, ellas reciben de Él la vida eterna. Ellas entran en la gran familia de los santos, mientras que nosotros nos contentamos con relatar las acciones con vistas a obtener honor y provecho. ¡La flecha no apunta más que a los hermanos en esta sexta admonición, en la que son especialmente interpelados (En el seguimiento del buen Pastor): "Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la debilidad y la tentación, y en todo lo demás; y por ello recibieron del Señor la vida sempiterna. Por eso es grandemente vergonzoso para nosotros los siervos de Dios que los santos hicieron las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir gloria y honor" (Adm 6,2-3). Jesús no ha ocultado su deseo de atraer hacia Él a todos los hombres. Francisco lo sabe y no olvida las palabras puestas en la boca del Maestro por san Juan: "Y cuando sea elevado en la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). El amor del otro conlleva para cada uno el paso de la muerte a la vida: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte" (1 Jn 3,14). "En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1 Jn 3,16). Es la muerte de Jesús la que permite a los hombres vivir como hermanos. La primera vez que la palabra "hermanos" aparece en las Admoniciones, se establece un lazo con el don de la vida de Jesús por los suyos: "Porque quien prefiere padecer la persecución antes que separarse de sus hermanos, se mantiene verdaderamente en la obediencia perfecta, ya que entrega su alma por sus hermanos" (Adm 3,9). La referencia a san Juan está subyacente: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13). Este desasimiento de su vida en favor de los suyos, de sus ovejas, de sus hermanos, Jesús lo ha realizado en perfecta obediencia a su Padre. En conformidad con este paso fundamental del Maestro, Francisco pondrá la obediencia como piedra angular de su compromiso y el de sus hermanos y de los cristianos. Para llegar a ser discípulo de Jesús, es necesario abandonarlo todo, y para salvar su alma, perderla. La obediencia favorece semejante paso. ¿Cómo hacer para abandonar todo lo que se posee? ¿Cómo perder su cuerpo y su alma? "Abandona todo lo que posee y pierde su cuerpo aquel que se entrega a sí mismo totalmente a la obediencia en manos de su prelado" (Adm 3,3). Este prelado que designa aquí a un superior religioso puede también designar a un superior eclesiástico. Toda obediencia cristiana se enraíza en la obediencia de Jesús a su Padre. Aquí, en la tierra, esta obediencia viene a contrarrestar la desobediencia de Adán que evoca la Admonición 2. En el versículo 2 se dice: "Podía comer de todo árbol del paraíso, porque no cometió pecado mientras no contravino la obediencia". UN SERVICIO FRATERNO UNIVERSAL
En el camino de desprendimiento de su vida, Jesús ha tenido que
tomar también los modales de servidor y lavar los pies de sus discípulos. Francisco retendrá de buena gana la imagen del servidor simplemente y del servidor de Dios para designar los destinatarios de sus enseñanzas. El vocablo "siervo" aparece al menos diecisiete veces y la expresión "siervo de Dios" no menos de seis veces. Al servicio recomendado, al desasimiento de sí propuesto, se opone el orgullo, la dimensión carnal de cada uno, "no por ello enaltece su carne, pues siempre es opuesta a todo lo bueno" (Adm 12,2). "Cada uno tiene en su dominio al enemigo, o sea, al cuerpo, mediante el cual peca" (Adm 10,2). ¡Es más fácil achacar la falta al demonio o al prójimo Sólo el pecado ha de desolar al servidor de Dios, pero no debe turbarse, dejarse vencer por la cólera ante el pecado del prójimo. Si sucede, él permanece fiel a su vocación y exento de todo apego egoísta: "El siervo de Dios que no se enoja ni se turba por cosa alguna, vive, en verdad, sin nada propio" (Adm 11,3). Su paciencia y humildad se verifican cuando aquellos con los cuales él debería poder contar, lo contrarían (cf. Adm 13). Él se alegra tanto del bien que el Señor opera en el prójimo como en él. El servidor en el que piensa Francisco es el hombre en general, invitado al servicio del prójimo: "Comete pecado quien prefiere recibir de su prójimo, mientras él no quiere dar de sí al Señor Dios" (Adm 17,2). "Dichoso el que soporta a su prójimo en su fragilidad como querría que se le soportara a él si estuviese en caso semejante" (Adm 18,1). La referencia al espíritu de servicio y al lavatorio de los pies impregna las consideraciones de Francisco a propósito de las personas designadas por otras para los cargos y en el ejercicio de la autoridad, ya sea religiosa (Adm 19,3) o de cualquier otra naturaleza: "Y dichoso aquel siervo que no es colocado en lo alto por su voluntad y desea estar siempre a los pies de otros" (Adm 19,4). La traducción discutible propuesta por el llorado fray Damien Vorreux responde a esta juicioso intuición: "Dichoso el siervo que, llamado a su pesar a altas funciones, no tiene otra ambición que servir a los demás y abajarse a sus pies".[5] La vida fraterna, la vida cristiana abiertas al servicio de todo hombre, se ven enseguida estimuladas por varias proposiciones concretas que sería demasiado largo de analizar aquí: acogida de amonestaciones, de reproches, al igual que falsas acusaciones. Sin carecer de utilidad para todo hombre, son, en principio, destinadas a los religiosos. La apelación "religioso" aparece alrededor de seis veces en las Admoniciones, a la que hay que unir el "súbdito" de la Adm 3,5 dedicada a la obediencia religiosa principalmente, con el empleo cuatro veces de la palabra "prelado" o "superior". Si en algunos casos los primeros destinatarios parecen ser los hermanos de Francisco o los religiosos en general, la mayor parte del contenido de las Admoniciones interesa a todos los cristianos y a todos los hombres. El religioso favorecido por las gracias del Señor es invitado a no vanagloriarse, sino hacer que los otros obtengan provecho de sus acciones (Adm 21,2). Pues se sirve de todo lo que el Señor ha hecho para "incitar a los hombres al amor de Dios en gozo y alegría" (Adm 21,2). El ideal de la fraternidad pretendido en este opúsculo de Francisco que me parece ser prioritario es el de la fraternidad universal buscada por el buen Pastor que ha dado su vida por sus ovejas. *** N O T A S: [1] R. Manselli, Vida de san Francisco de Asís, Ed. Aránzazu, Oñati 1997, 298. [2] R. Manselli, Vida de san Francisco de Asís, Ed. Aránzazu, Oñati 1997, 298. [3] Th. Desbonnets, François d'Assise. Écrits, Cerf, et Ed. Franciscaines, 1981, p. 23. [4] La traducción de este versículo es la siguiente: "Ay de aquel religioso que ha sido colocado en lo alto por los otros...". [5] D. Vorreux, Les Écrits de Saint François... de Sainte Claire, Ed. Franciscaines, 19965, p. 10. [En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXXII, núm. 94 (2003) 141- 145]