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Cacique Pintag

 PERSONAJES HISTÓRICOS

Altivo y valeroso caudillo quiteño que -ante la presencia del ejercitito


conquistador de Huayna-Cápac- escapó con cerca de mil hombres y se ocultó en
las montañas desde donde hostilizó constantemente a los invasores incas, a cuyos
ejércitos enfrentó en repetidas ocasiones, venciéndolos inclusive, hasta que, sin
recursos para poder seguir luchando, fue rodeado y finalmente capturado.

Huayna-Cápac intentó entonces ganarse su voluntad, para lo cual ordenó que sea
puesto en libertad a condición de que se mantenga quieto sin causar problemas,
pero se negó rotundamente despreciando todos los ofrecimientos del Inca,
resistiéndose inclusive a tomar ninguna clase de alimentos, razón por la cual
murió a los pocos días.
Ante esta actitud soberbia pero valerosa, y deseando mantener viva su fama de
haber rendido a tan heroico enemigo, Huayna-Cápac mandó que sea despellejado
y que con su piel se elabore un tambor para celebrar las fiestas del «Inti-Raymi».

Un hombre llamado Píntag

PRESENTACIÓN
Casi a diario, los ecuatorianos nos dejamos sorprender por las personas extranjeras y sus
logros. En contadas ocasiones, esas personas y sus logros, son dignas de admiración; en la
mayoría de los casos, producto de la exageración, cuando no de la mentira. Después de medio
milenio, esta actitud nos ha llevado a ignorar a nuestros propios héroes y sus logros, dejando
nuestra autoestima por los suelos.
Los niños, los jóvenes y los adultos, no tenemos referentes propios. Nuestros héroes, nuestros
ídolos, nuestros modelos, vienen de afuera y nos dominan. La violencia social que nos llega
por todos los medios –desde los superhéroes hasta la música metálica-, hacen de nosotros
torpes imitadores de un mundo ajeno.
Vemos con desprecio lo propio mientras recibimos con desmedidas atenciones, lo extraño.
Esta corta novela, basada en la vida de un personaje histórico, real y verdadero, quiere ser lo
contrario de lo antes expuesto. La poco conocida vida del líder militar PINTAG –el Primer y
más Grande Guerrillero de América-, que tal vez nació por Cayambe, en la segunda mitad del
Siglo 15; hasta el final de sus fuerzas defendió desde los páramos del Antisana a la Patria, allá
por los primeros años del Siglo 16; y que murió de inanición en el Quito inca; se convierte
aquí en una novela de visos emotivos y dramáticos. No es para menos; pocos pueblos han
tenido el honor de contar entre sus hijos a patriotas de la talla de PINTAG. Ninguno como el
nuestro, ha sepultado tal coloso en el olvido.
La primera parte de esta novela está inspirada en hechos imaginados; la segunda mitad que
consta en las Fuentes de este trabajo, está basada en los pocos pero reales datos históricos
que nos han llegado desde esos lejanos días y que nos fueran proporcionados por la Erudita
Historiadora Doctora Tamara Estupiñán Viteri. Muchas gracias damos a ella por ello.
En todo caso, vaya para los lectores la vida del más Grande Ecuatoriano. Aquél que hizo lo
que nadie se atrevió, después de él.
EL AUTOR

GLOSARIO
AAKUME: Gran Espíritu, en dialecto Cha´palaachi.
AJARA: valiente, bravo, en dialecto Cha´palaachi.
APALA: padres, en dialecto Cha´palaachi.
CHILLO: cielo, en dialecto Awa.
MÍRAMIN: sabio, en Tsafiqui.
MIYÁ: jefe; cacique, gobernador, en idioma Tsafiqui.
NARAA: hermosa, bella, brillante, en dialecto Cha´palaachi.
PATELÃ: sacerdote, en Tsafiqui.
PINDA: llama, relámpago, en idioma Tsafiqui.
QUELÁ: gato montés, en Tsafiqui.
SARANCE: nombre antiguo de Otavalo.
UÑI: Gobernador General, en Cha´palaachi.
CAPITULO 1
EL VALLE DEL CIELO
Los días eran frescos y alegres, las noches placenteras y serenas en el valle del Cielo; Chillos
era un hermoso y ancho paraje de verdes prados, bosques infinitos y risueños riachuelos que
corrían libres hacia el gran océano, al otro lado del cerro grande del Norte. El joven Pichincha
en el poniente, competía en majestad con los venerables ancianos de cabellos blancos
Cayambe, Antisana y Cotopaxi que desde el naciente, contemplaban extasiados la hermosura
del valle. Este paisaje se veía enriquecido con la presencia de incontables parcelas de
coloridos cultivos que enmarcaban, en algunos casos, pequeñas casitas de paredes de barro
y techos de paja traída desde los dorados páramos orientales. A un costado del valle, sin
embargo, el bullicio de Sangolquí y su enorme mercado regional, rompía la quietud de la vida
campesina. De allí, iban y venían por el camino de Amaguaña, Cumbayá y Perucho,
innumerables caravanas de mindaláes o comerciantes, transportando toda clase de
mercaderías útiles a la vida de las personas. Cántaros de arcilla, armas de piedra, adornos de
metal, telas multicolores, herramientas de madera y plantas alimenticias, medicinales y
decorativas de todos los tipos. En el gran mercado regional, los adultos adquirían los artículos
que necesitaban sirviéndose de una moneda de cobre, mientras los chiquillos se entretenían
observando los hermosos adornos de piedras y plumas procedentes de la amazonía o
escuchando las historias de los comerciantes de las cálidas costas.
Si bien es cierto que hacia mucho tiempo no se escuchaba de grandes avances en
el conocimiento como en los días de Valdivia y de Chorrera o de hechos gloriosos como los
de Quitumbe y Llira cuando civilizaban el continente, si se vivía con el recuerdo y el orgullo
de pertenecer a una raza de colosos, de fundadores y educadores de cien naciones.
Efectivamente, desde tierras como las del valle del Cielo, habían salido
logros materiales, intelectuales y espirituales que habían formado a buena parte del
continente. La primera casa, la primera ciudad, la primera cerámica, los primeros trabajos
en oro y platino, la navegación, la moneda, el comercio, la trepanación craneana, la raíz de
muchos idiomas, los fundamentos religiosos, los símbolos ideológicos y el arte eran, entre
muchos otros, aportes ecuatoriales a la civilización de América o Abya Yala, como se la
denominaba entonces. Por eso, el orgullo sano que sentían los descendientes de semejante
raza. En todo caso y volviendo al hilo de la narración, así transcurrían los días de los hijos de
la agonizante civilización de los Caranqui, en el corazón mismo del mundo, en la
legendaria Tierra de la Mitad, llamada por las generaciones Quito.
CAPITULO 2
DEL CIELO LLEGÓ UN RELÁMPAGO
Un día lluvioso, a inicios de otro año Caranqui, un hogar del vecino valle del Cayambe se llenó
de luz. Un hermoso y saludable niño, llegó para la felicidad de una joven pareja. El padre
sujetando la cabeza de la madre, ella abrazando a su hijo; los abuelitos mirando tiernamente
a su nieto. Todos estaban en silencio, estupefactos ante la belleza de la criatura. Los minutos
pasaban y el abuelo rompió el silencio preguntando cómo llamarían al bebé. El padre guardó
silencio; la madre se afirmó: "lo llamaremos Pinda porque ha llegado como
un relámpago desde el cielo". "Bien dicho –interrumpió la abuela—pues tiene la viveza del
fuego y el rayo". "Escuchen su llanto –añadió el padre—pues será privilegio solo nuestro
escucharle llorar". Los días pasaban y el pequeño crecía fuerte y juguetón, bajo el atento
cuidado de padres y abuelos. "Será un artesano de manos firmes, hijo, como lo fui yo",
vaticinaba el abuelo; "no lo creo papá, en verdad, será un agricultor de manos fuertes como
lo soy yo", sentenciaba el orgulloso padre. "¿Y si las dos cosas; y si ninguna de ellas?",
cuestionó la abuela, sorprendiendo a los desprevenidos hombres que disfrutaban adivinando
el futuro de Pinda. Las mujeres tienen una intuición innegable. Sin saberlo, la abuelita había
visto a través de la neblina del tiempo, al niño hecho hombre, estremeciendo al mundo como
solo lo hace el relámpago.
Dicen los ancianos con su natural sabiduría, que el tiempo no solo lo cura todo sino que
además lo descubre todo. Sabia sentencia que se aplica en este caso. Sin sentirlo, el pequeño
Pinda entró en la edad en que debía aprender un oficio digno que lo acompañe por el resto
de sus días. Como era por ley, su padre se esmeraba en enseñarle los secretos de los
ricos suelos y de las fragantes plantas que en ellos prosperan; de los milenarios
conocimientos de la agricultura de los Caranqui: cómo acompañar a un cultivo con otro para
que los dos se beneficien, cómo regar por las tardes para evitar que el sediento sol del medio
día se beba lo regado, cómo sembrar en los surcos gigantes de las riberas de los lagos de su
valle; en fin, como cultivar el campo sin dañar el bosque, eran entre otras, las enseñanzas de
un padre que envejecía confiando su sabiduría al niño que caminaba rápidamente hacia
la pubertad. En los días de descanso, entre las faenas agrícolas, Pinda iba con sus padres a
visitar a los abuelos. Eran los momentos que más disfrutaba el niño y que, pasados los años,
más recordaría de su niñez. Allí, mientras los adultos hablaban en torno al fogón familiar, el
niño jugaba con las viejasherramientas de carpintería del abuelo y que entre sus dedos,
parecían recuperar su perdida vitalidad. Las ramas, los retazos y hasta las astillas, se
convertían en arcos y flechas para el ágil cazador, en botecitos que navegaban raudos por el
viejo canal o en dardos para la bodoquera o cerbatana que su abuelo le fabricó un día, para
que espantara a los pájaros que asaltaban los maizales. En otras ocasiones, el niño y sus
padres viajaban con sus vecinos y otros caminantes, a las ciudades cercanas para vender lo
producido y adquirir lo necesario. Los caminos eran largos y rectos; bien trazados y
construidos. Saltaban sobre los ríos, sorteaban las quebradas, caían en los valles y trepaban
a los páramos. Pinda y sus jóvenes amigos, gustaban mucho de estos viajes pues además de
descubrir la vida en las ciudades y de adquirir una que otra cosa curiosa, pasaban a los pies
de innumerables pucaráes. Eran aquellos, esas temibles construcciones militares en forma
de anillos concéntricos, enlucidas con piedras y que en enormes barracas, albergaban a
centenares de soldados en vistosos uniformes de colores rojo y blanco, con penachos de
plumas y mortíferas armas que, desde sus atalayas, los observaban al pasar. Pinda los miraba
desde el camino y mientras se sujetaba a las manos de sus padres, soñaba despierto
pensándose así mismo en uno de esos gallardos trajes.
CAPITULO 3
EL JOVEN PINTAG
El pequeño creció y al pasar por la pubertad, le fue cambiado el nombre a Pintag. El joven
era muy hábil en el juego de las cañas –especie de lanzas sin punta, con las cuales debía
derribarse al oponente sin herirlo-, por lo que sus amigos lo llamaron Caña Brava, de donde,
pasado el tiempo, las personas creyeron que aquello se traducía en la palabra Pinda o Pintag.
En todo caso, era el tiempo en que Pintag debía tomarle la posta a su padre. La agricultura le
gustaba mucho; sin embargo, también le atraía la carpintería. El joven demoraba en su
elección, ante la preocupación de sus padres. Un día, decidido, Pintag se acercó a ellos.
"Queridos apala" –les dijo--, "deseo que ustedes conozcan la decisión que he tomado sobre el
trabajo que me acompañará de ahora en adelante. La agricultura produce exquisitos frutos y
la tomé de mi honorable padre; la carpintería pone a prueba mis habilidades y la aprendí de
mi recordado abuelo. Difícil elección era la mía, apala amados, hasta que un día cuando
hablaba con mi amigo Canto, descubrí mi verdadera vocación: servir a los míos como
soldado, como un valiente guerrero capaz de sacrificarse por los más altos ideales de
la nación. Para ustedes no es desconocido el hecho de que un poderoso como cruel imperio
avanza desde el sur. Tupac Yupanqui, su emperador, ha invadido cien naciones y se propone
conquistar mil más; solo requiere del desaliento de los defensores para crecer más y más.
Nuestra hermana Cañari está por sucumbir ante su avance y la centenaria nación de los
Duchicela se fortifica para enfrentar al ejército del rey tirano. Si Puruhá es derrotada, nos
tocará a nosotros detener a ese despreciable monstruo. Por eso, deseo estudiar la ciencia de
la guerra para un día, poder dirigir a los míos en contra del mal". Los padres guardaron
silencio por un instante; estaban perplejos. Sin embargo, ya recuperados del impacto causado
por las palabras de Pintag, le dijeron que respetaban y admiraban su determinación. "No
debíamos esperar menos de un joven valiente y animoso que ama a la nación y es estimado
por ésta. Hubiéramos deseado algo menos peligroso para ti, querido hijo, pero si eso es lo
que verdaderamente deseas, sé el mejor", anotó el padre mientras la madre abrazaba al
muchacho.Al día siguiente, muy por la mañana, Pintag y Canto, emprendieron viaje hacia el
pucará de Pesillo para enlistarse y recibir las primeras instrucciones en la ciencia de la
guerra. Los soldados allí estacionados, escoltaron a los decididos reclutas frente a su
nueva autoridad, el miyá Ajara. El señor Ajara, comandante de la guarnición de Pesillo, era
un hombre de mediana edad, de cuerpo delgado y, más bien, pequeño; poseedor de un gran
temperamento y personalidad, se lo conocía por su gran capacidad en las cosas de la guerra.
Un hombre forjado en los cuarteles, al que no detenía nadie ni nada; él mismo asesoraba a
los militares de la querida nación Puruhá para enfrentar de ser necesario, con guerra de
desgaste o de guerrilla, al invasor Tupac Yupanqui. Ajara era un alto oficial cuyas enseñanzas
debían atesorarse más allá del deber y del tiempo.Pintag y Canto pronto aprendieron el arte
de ordenar y de obedecer. "El equilibrio entre estas dos conductas, es la clave
del éxito cuando uno se encuentra combatiendo; depender obstinadamente de los designios
de otro o abandonarse a la fascinación del mando, es dirigirse a una derrota segura", les decía
el miyá, durante las largas horas de estudio. "Combatir de frente y sin ventaja a un ejército
numéricamente mayor, es de valientes más no de estrategas" –afirmaba el comandante--; "...
de ser ese el caso, jóvenes cadetes, golpeen en los flancos que son de las partes más débiles
del adversario, retirándose después por un sendero distinto y áspero", les compartía el señor
Ajara, en los momentos de descanso, entre las prácticas de guerra. El aprendizaje de
las estrategias militares y las marchas forzadas por las alturas de la cordillera --la teoría y la
práctica de la mano--, se combinaban inteligentemente para hacer de los jóvenes prospectos
verdaderos oficiales del lucido ejército de los Caranqui. Ahora, Pintag hacía realidad su sueño
de la infancia: vestir el uniforme rojo y blanco de los aguerridos soldados y vivir en las
entrañas de las fortalezas, allá en los solitarios páramos, junto a los camaradas de armas.
CAPITULO 4
LA NOBLE NARAA
Un día, cuando Pintag y una patrulla de soldados encargada a su mando, regresaba a la
fortaleza de Pesillo, se encontró con una agradable sorpresa. Naraa, la hija del comandante,
estaba visitando a su padre en el pucará. Era la muchacha más bonita que Pintag había visto
jamás. Como su padre, Naraa era delgada y baja de cuerpo, vivaz pero controlada; energía
invisible pero perceptible, brotaba de todo su cuerpo. Su piel de bronce y su cabello café le
daban un aire de escultura; sus ojos marrones, en cambio, proyectaban la vida que fluía por
su juvenil estructura. Sus miradas se confundieron; la muchacha no bajó la vista. Tiempo
después, Naraa le confesaría al joven estudiante de su padre, que ella también quedó
atrapada por el porte del oficial y el guerrero que descubrió en Pintag. Un soleado día de
verano, el joven se animó a hablar con el señor Ajara; buscaba su permiso para cortejar a
Naraa. El miyá lo miró de reojo; le agradaba el joven cadete para compañero de su hija. Sin
embargo, se mantuvo en silencio por un rato; al fin y al cabo, el comandante era un buen
estratega. Luego le dijo: "quien se atreva a cortejar a mi hija tiene que ser un verdadero
valiente, todo un discípulo de nuestro Thome, el que inventó la guerra; como hija única, ella
es impetuosa y caprichosa. Difícilmente se somete a la autoridad del padre; impensable que
se deje gobernar por un hombre de tu edad. En todo caso, si te permito pasar un tiempo con
ella y si eres capaz de sobrevivir a sus demandas, tendrás que pasar el doble de ese tiempo
practicando para lo que verdaderamente viniste, teniendo que satisfacer todas mis órdenes.
Como hasta ahora, joven Pintag, gozarás de las muchas obligaciones y de los pocos beneficios
que te confiere tu grado y tu ejercicio. Y nunca olvides esto: no será a mi a quien tengas que
derrotar; Naraa será tu primer objetivo militar y quizá el más difícil", dijo el miyá, mientras
sonreía. Pintag se inclinó frente a su comandante y sin darle la espalda, se retiró lleno de
discreto contento y alivio.
El apuesto y joven cadete no perdía ocasión para visitar a Naraa. El deseo de estar con ella
era cada vez más fuerte; lo mismo le ocurría a ella. Eran dos jóvenes que tenían mucho en
común: orgullosos, enérgicos, valientes, determinados y enamorados de un solo futuro para
los dos. Sentían dentro de sí el creciente poder para conquistar juntos el mundo que se les
mostraba. Soñaban ya con el momento de unir para siempre sus destinos; ver crecer a los
hijos que proyectaban tener y educarlos en los principios y valores de la nación. De envejecer
juntos honrando sus años con una vida ejemplar. Una sola cosa les inquietaba. El tirano
Yupanqui había doblegado por fin, a los orgullosos cañaris. Los señores Dumma, Pisar, Cañar
y Chica, líderes de la resistencia Cañari, habían sido asesinados por orden del inca, después
de hacerles conocer que sus hijos, mantenidos por la fuerza en el Cuzco, también habían sido
ejecutados. Y semejante individuo no tardaría en asaltar a la altiva nación de los puruháes.
Pintag veía la guerra cercana y Naraa se consolaba pidiendo al Aakume por su padre y por su
amante.
Llegó el día en que el joven cadete dejó de serlo para convertirse en oficial del ejército. Recibió
las insignias de manos del estado mayor. Frente a la atenta mirada de su maestro y
comandante Ajara, los Uñi o generales Pillahuaso, Incurabaliba, Conllocando y Poochina,
saludaron al nuevo oficial. Igual cosa hizo la Quilágo o comandante Pacha, en representación
de su padre el Shyri Cacha. Las felicitaciones llegaron de Naraa y sus padres, que orgullosos
veían en el joven Pintag a un soldado digno de toda honra. El ejército pensaba igual; por eso
destacaron al flamante oficial a la guarnición de Rumicucho. Allí, dirigiría un batallón
dispuesto a proteger el camino de Quito a Sarance y el de Calacali a la costa. No tardó en
llegar el día en que Pintag y Naraa unieron sus vidas. La boda fue sencilla pero los festejos
posteriores muy animados. Los novios, sus parientes y amigos, disfrutaron mucho de la
ocasión. Unos días después, Pintag dejó a su joven esposa al cuidado de sus padres, mientras
volvía a sus ocupaciones militares; Naraa empezó la construcción de su propia casa en los
terrenos que sus suegros les obsequiaron con motivo del matrimonio.
CAPITULO 5
PURUHÁ ENTRA EN GUERRA
Al sur, Tupac Yupanqui inició con éxito sus operaciones en contra del estado Puruhá. En las
provincias centrales de Chimbo, los señores Chauan Callo y Cantu se fortificaban para la
defensa; en la región de Liribamba, Hualcopo Duchicela y su hermano Epiclachima, se
organizaban para una larga resistencia. Los demás miembros de la regia familia Duchicela
visitaban las guarniciones de frontera para elevar el ánimo de los soldados; no se descuidaba
el envío constante de embajadores al Shyri caranqui, en busca de alianza y apoyo militar. El
Shyri no era ajeno al dolor que sentía el rey Duchicela al ver asaltado su estado por un ejército
de doscientos mil soldados extranjeros, perfectamente dispuestos. Por eso, no solo ordenó
que los graneros de Puruhá fueran abastecidos por los excedentes de la producción caranqui,
sino que además, mantuvo el envío de tropas auxiliares del norte para que se sumarán a las
fuerzas militares de su amigo Hualcopo. A pesar de estas movilizaciones masivas de soldados
del norte, Canto quedó al mando de la fortaleza de Achupallas, en las alturas orientales del
valle de Chillos, al pie del imponente Antisana, y su amigo desde la infancia Pintag,
permaneció al frente de Rumicucho, al norte de Pomasqui; su suegro no corrió igual suerte.
El comandante Ajara volvió como asesor de los oficiales puruháes. Allí y a las órdenes de
Epiclachima, ayudaría a diseñar la estrategia de guerra.
El inca avanzó territorio adentro, conquistando hasta la región de Tiocajas. Ahí, chocaron los
dos ejércitos con tal estrépito que se dudó por algún tiempo de quién sería la victoria.
Finalmente, el triunfo quedó en manos de Yupanqui, dejando muertos en el campo amigo a
Epiclachima y 16,000 de los suyos.
A pesar de su agotamiento, el ejército puruhá continuó causando sensibles bajas entre las
tropas del inca. Inclusive, llegaban momentos en que se pensaba en la probabilidad de una
victoria aplastante por parte de la nación Puruhá y la posibilidad de devolverle la libertad al
noble pueblo Cañari. Sin embargo, todo fue vana ilusión. Batalla tras batalla, el inca rehacía
su desgastado ejército con reclutas traídos de distintos y distantes puntos de su ya inmenso
imperio. Mapuches, collas y chimúes, entre muchos otros, engrosaban las filas peruanas; los
norteños, por el contrario, veían disminuidas sus fuerzas cada día. Sin embargo, la resistencia
era pertinaz, al punto de encolerizar hasta el extremo al malvado Tupac Yupanqui.
La muerte de su hermano y sus soldados en Tiocajas y las sucesivas derrotas, fueron
suficientes para restarle vida a Hualcopo quien murió por una grave depresión. Le sucedió
su hijo Cacha Duchicela quien tenía en coraje lo que le faltaba en salud. Tomó éste la
determinación de reconquistar su reino y lo consiguió tras larga y dura campaña.Los tiempos
pasan y cambian. El mundo ya no era igual al que Pintag conoció durante su infancia
y adolescencia. En esos momentos, el bárbaro Tupac Yupanqui moría y le sucedía su hijo
Huayna Cápac. Éste era peor que su padre; enamorado de las tierras ajenas, no reparaba en
los medios con tal de lograr sus oscuros fines. Más que su padre, éste odiaba todo lo que le
recordaba la Tierra de la Mitad; será porque él mismo representaba muy bien a una tierra
mitad arena, mitad granito. El imperio que heredaba, era de gente gris, miserable, hecha a la
guerra por la necesidad. Totalmente diferente a la raza diáfana y generosa que vivía en la
mitad del mundo. De Cariamanga al norte, la gente se volvía persona; de Cajamarca al sur,
un número. Era este hombre intransigente e irritable el que volvería a desbordarse con su
poderoso ejército, sobre la hermana Puruhá. Sin importarle, su codicia costaría muchas más
vidas humanas. Conforme avanzaba el ejército sureño, los soldados puruháes incendiaban
los cultivos y demolían las casas para que los extranjeros no encuentren pan y abrigo en
tierras que no les pertenecían. Las batallas, cuando se daban, eran feroces. Con defensa
frontal y ataques laterales, los soldados de la Casa Duchicela, desangraban a las armadas del
emperador cuzqueño. Estos últimos, de su lado, ejecutaban a los prisioneros que tenían la
desgracia de caer en sus manos; otros pocos eran deportados como sirvientes de los grandes
señores de la corte de Huayna Cápac.
En medio de este terrible panorama, se volvieron a dar batallas en sitios como Achupallas de
Chimborazo, Tiocajas y Mocha, más siempre desfavorables al Rey Cacha. El agotado y casi
deshecho ejército del norte se dispuso a la retirada. El inca, mientras tanto, avanzó en la
reconquista de buena parte de la nación Puruhá. Lo demás fue cuestión de tiempo; Pillahuaso
murió en la defensa de Latacunga y su ejército se dispersó. En el campo de batalla y entre los
cuerpos de sus camaradas, quedó también el cuerpo sin vida del comandante Ajara que tanto
defendió a sus hermanos puruháes. La resistencia cesó y el tirano Huayna Cápac sentó
los límites septentrionales de su imperio en los páramos del Cotopaxi.Ahora, los caranquis
tendrían que combatir solos al poderoso enemigo que los observaba desde los altos de
Tiopullo.
CAPITULO 6
LA GUERRA CONTRA CARANQUI
No pasó mucho tiempo después de la caída de Puruhá para que el avezado Huayna Cápac
declarara la guerra al debilitado país Caranqui. Movilizó un enorme ejército de trescientos
mil soldados a sus guarniciones de frontera. De su parte, los norteños fortificaron más aún la
línea sur de sus pucaráes, moviendo decenas de miles de efectivos a las fortalezas que
protegían los valles de Machachi, Quito y Chillos. La región de Tulipe, en el occidente del
cerro Pichincha, fue militarizada para proteger a la capital ancestral de la Tierra de la Mitad
o Quito. Los complejos astronómicos de pirámides truncadas que servían para regular el
calendario productivo, recibieron un estatus especial como centros estratégicos. En tal
virtud, buena parte del ejército de los caranquis fue distraído en la protección de esos lugares.
Esa división de la fuerza, a la postre, resultaría perjudicial para los quiteños. Primero
escaramuzas y luego batallas campales, los dos ejércitos enfrentados se disputaban palmo a
palmo, los riquísimos suelos agrícolas y de pastoreo inmediatos a las faldas septentrionales
o norteñas de los páramos del coloso Cotopaxi. Las fuerzas del inca por su cantidad y por su
experiencia bélica, resultaban difíciles de contener. Por ello, el alto mando caranqui decidió
abandonar la defensa de los valles, fortaleciendo las alturas desde donde podría lanzar
ataques de reconquista. Mantuvo así fortificados los pucaráes de la cordillera oriental sobre
las tolas de Sangolquí y Quinche y las guarniciones inmediatas al complejo astronómico en
Cochasquí. El ahora Capitán Canto mantuvo la comandancia de los pucaráes de Oñaro y
Achupallas, al pie del Antisana; el también Capitán Pintag, en cambio, tuvo que dejar
Rumicucho a los peruanos y avanzar hacia Mojanda para ponerse a las órdenes de la
comandante encargada de la defensa de Cochasquí.Ya allí, Pintag se reportó con la
comandante de la guarnición. La Quilágo que ese era su alto grado militar, era una mujer de
mediana edad, alta y delgada, más atractiva que hermosa. Mujer altiva, dicen que hablaba
poco y que nunca reveló su nombre de bautizo por cuestiones de seguridad. Así, sus soldados
se acostumbraron a llamarla por su rango: Quilágo. Dicen los que entienden, que esa palabra
viene de quelá que quiere decir "gato montés" y equivale a persona muy astuta e
inconquistable. En todo caso, era entre las mujeres del ejército de esa época, equivalente al
grado Uñi de los varones; o sea, uno de los dos rangos más altos en la escala militar de los
caranquis. Tenía pues, la autoridad para dirigir una importante sección del ejército y para
sus decisiones, descansaba en su estado mayor. Justamente Pintag se integraba a ese estado
mayor en calidad de Capitán de Campañas u Operaciones. Cómo extrañaba Pintag a su
comandante y suegro el señor Ajara, muerto, como dijimos, en la defensa de Latacunga. Sus
consejos siempre le aliviaban las preocupaciones. Más ya el tiempo se agotaba para los
recuerdos pues el enemigo había alcanzado con relativa facilidad, la ribera sur del río Pisque,
inmediato al complejo astronómico de Cochasquí. Los dos ejércitos tomaron posiciones en
sus respectivos campos. Huayna Cápac que se encontraba en una posición desfavorable,
envío embajadas a la Quilágo en busca de negociaciones; sin embargo, la comandante nunca
respondió. Por un lapso interminable de dos años, la diplomacia inca y las armas quiteñas
hablaron por varias ocasiones, en busca de resolver el problema. Al cabo de ese tiempo,
demasiado extenso para la paciencia y prepotencia de los sureños, se dio una gran batalla en
medio de la cual los hombres de Huayna Cápac lograron sortear el Pisque; al cabo de la pelea,
los del inca quedaron dueños de Cochasquí. Los soldados caranquis fueron desarmados y la
Quilágo junto con su estado mayor, fueron arrestados. El inca había pagado muy caro
esa conquista y no quería perderla por nada. Con el pasar de los días, sin embargo, el
emperador cuzqueño empezó a fijarse en la mujer que se ocultaba tras el uniforme rojo y
blanco. La Quilágo que más que una mujer era un soldado, no desperdició la oportunidad
para reconquistar el espacio perdido. Como buena estratega, fingió aquietamiento y
complacencia; el inca avanzó seguro hacia la conquista de esa mujer - felino. Un día, Huayna
Cápac ordenó la excarcelación de la comandante y la de sus oficiales. Quería así congraciarse
con la mujer, sin darse cuenta que su interés por ella le hacía olvidar que también era una
guerrera. Con el pasar de los días, el inca perdió la desconfianza y se dejó llevar por los
encantos de la oficial. Ella continuó enamorándolo al punto de invitarlo a su palacio. El inca
accedió y cuando acudió, se encontró con una trampa. A tiempo reaccionó éste y en vez de
caer en la celada, aprovechó del orificio lleno de guadúas puntiagudas que la Quilágo había
mandado hacer para él, para hacer caer en él a la mujer.
En vez de aprovecharse de los devaneos del emperador peruano, la Quilágo murió peleando
por la dignidad de la nación y sus oficiales y soldados se rearmaron para vengar su
muerte.Pintag y los restantes oficiales sobrevivientes, arengaron a los soldados. La consigna
era combatir hasta el último aliento a los invasores y, de ser posible, matar al mismo Huayna
Cápac. Con esa resolución, se dirigieron a marchas forzadas hacia Sarance, como entonces se
conocía a la ciudad de Otavalo. Allí, se enteraron de que el Shyri estaba acuartelado en la
fortaleza de Atuntaqui. Sin embargo, con el ejército del inca pisándoles los talones, no
tuvieron otra alternativa que organizar una defensa improvisada al pie del lago Imbacocha,
posteriormente llamado de San Pablo. Para entonces, Huayna Cápac preocupado por su
seguridad y convencido de que los caranquis vengarían la muerte de la Quilágo, nombró
comandante de su ejército al príncipe o auqui Tuma y se desvaneció camino de Tomebamba.
Sin embargo, el viaje del inca duró poco porque a los dos días de emprendida la fuga, se
enteró por los chasquis, que si bien sus hombres habían desalojado a los caranquis de
Otavalo, en el enfrentamiento, su hermano el príncipe Tuma, había caído herido de muerte
por una bala de honda norteña.
Lleno de ira, el inca volvió hacia el norte para retomar el control de su asustado ejército. Les
increpó por haber dejado morir a su hermano y los comprometió a matar a todos los
caranquis. Luego y a toda velocidad, marchó con ellos hacia la fortaleza de Atuntaqui. Allí lo
esperaba el Rey de Quito y su hija la Quilágo Pacha, princesa Shyri, con las últimas fuerzas
que le quedaban. Pintag y los demás soldados de Cochasquí, se habían sumado para apoyar
en algo a los combatientes del Rey legítimo.Antes de llegar a la fortaleza de Atuntaqui, el
soberano inca dividió su ejército en tres cuerpos: la facción central se mostraría frente a la
fortaleza y las dos laterales flanquearían ocultamente al pucará. Una vez en esas posiciones,
la facción central fingiría fuga para animar a los caranquis a perseguirlos. Desamparada la
guarnición, las facciones laterales asaltarían la fortaleza matando a cuanto defensor
encontraran. Así ocurrió y la suerte del ejército Caranqui quedó sellada pues no solo
perdieron muchos hombres sino que el mismo Shyri murió en la contienda.
Los que sobrevivieron, intentaron alcanzar el pucará de Aloburo que protegía el complejo
astronómico en Yahuarcocha. Sin embargo, las fuerzas del inca los alcanzaron cuando se
encontraban junto a las playas del lago. Allí, la retaguardia de los caranquis fue golpeada con
tal severidad por los sureños, que muchos quedaron tendidos en el campo de batalla. Los que
se rindieron, fueron desarmados y asesinados en el sitio. El bárbaro Huayna Cápac y sus
oficiales, disfrutaron del espectáculo que brindaba la matanza. Sin embargo, no conforme el
inca con la atrocidad, una vez concluida ésta, ordenó que los hijos de los veinte mil muertos
fueran traídos a la presencia de los cadáveres de sus padres y en medio de los llantos y
gemidos de los pequeños, el peruano concluyó su más sincero discurso con la ya famosa frase
de: "ahora no me harán más guerra porque solo son muchachos". Únicamente Pintag y mil
hombres más entre oficiales menores, cadetes y soldados alcanzaron la fortaleza del complejo
astronómico, desde donde a ocultas miraron aterrados la carnicería genocida que se
practicaba con sus camaradas y amigos y cómo el lago de transparentes aguas, se tornaba
rojo.
En ese momento, Pintag y sus hombres juraron vengar al Shyri y a los compañeros de armas
tan vilmente asesinados. Así mismo, el Capitán pensó en Naraa y en sus padres. Su mente
estaba confundida y atormentada; más que nunca extrañaba el consejo de sus mejores
comandantes, Ajara y la Quilágo de Cochasquí. Finalmente, recuperado del impacto, recordó
a su amigo de la infancia Canto. Meditó en la probabilidad de refugiarse en las fortalezas del
Antisana, si es que éstas todavía no caían en manos del inca. Estaba seguro de que el Capitán
Canto le ayudaría a vengar a los suyos y a la nación toda conquistada ya por el tirano.Llegada
la noche del peor día que la nación recuerde, Pintag y sus hombres emprendieron en silencio,
el largo y frío camino que las montañas orientales les ofrecía, en dirección de las fortalezas
de Achupallas y Oñaro, en el valle del Cielo.
CAPITULO 7
ACHUPALLAS Y OÑARO: EL TEMPLO DE PINTAG
En el camino, el absorto Capitán recordaba los alegres días de la infancia cuando recorría esa
ruta de las manos de sus padres. De las pequeñas cosas de las que se aficionaba cuando iba
al mercado de Cayambe. También atesoraba la profunda impresión que le causaron los
grandes pucaráes y sus guardias, en lo alto de la cordillera. No dejaba de extrañar los
recuerdos de sus días de cadete cuando junto a sus camaradas de armas, hacía una parada
para escuchar las sabias enseñanzas de su Maestro, el buen señor Ajara. Tampoco olvidaba
la última arenga de su comandante, o Quilágo, cuando les dijo que "hay que morir por la
nación, nunca vivir por una traición". Sin embargo, era la imagen de Naraa despidiéndolo
desde la puerta de la casa familiar, la que más emoción le causaba al hombre curtido por los
años y la guerra injusta. Pero no todo eran buenos y dulces recuerdos en esos días de
movilización forzada, incertidumbre y desaliento; muchas noches sorprendieron a Pintag con
terribles pesadillas en las que se escenificaba una y otra vez, la matanza de Yahuarcocha o los
diálogos con los seres queridos muertos en campaña y que, en sueños, volvían de ultratumba
a visitarle. Encerrado en ese mundo, caminaba mecánicamente Pintag cuando de pronto se
halló a la altura de Cayambe. Allí acampó hasta que cayera la noche. Entonces, pidió a sus
hombres que le esperasen ocultos hasta su regreso. Cobijado por las sombras, se deslizó por
los maizales primero, y por las quebradas después, hasta alcanzar la casa donde dormía
Naraa. Allí, después de despertarla, abrazó tiernamente a su esposa que lloraba de alegría al
ver que su esposo vivía, desmintiendo así los rumores de que había muerto en la laguna
de sangre. Pintag consoló a su mujer y la invitó a tomar algunas cosas de valor para que luego
lo acompañara a las fortalezas de Oñaro y Achupallas. Ella accedió gustosa. Mientras Naraa
guardaba lo esencial, Pintag se deslizó hacia la casa de sus padres para hacerles igual
invitación; sin embargo, allí la respuesta fue diferente. Viejos y cansados, los padres del
Capitán preferían vivir sus últimos años en la casa que los dos levantaron muchos años atrás.
Entre lágrimas, los ancianos encomendaron a su hijo al cuidado de los dioses buenos y le
despidieron no sin antes recordarle que, posiblemente, esta sería la última ocasión en que
estarían juntos. Antes de retornar con su esposa, Pintag fue al sitio donde reposaban los
restos de sus amados abuelos y les prometió luchar hasta el final por el país.Cerca del
amanecer, Pintag y Naraa alcanzaron a los soldados que se hallaban ocultos por los cerros.
Ese día descansaron para retomar el viaje al día siguiente. Días después y sorteando a las
patrullas imperiales, divisaron el estandarte Caranqui luciendo orgulloso en lo más alto de
los pucaráes de Oñaro y Achupallas. Las fortalezas permanecían libres y en ellas se refugiaban
los soldados a las órdenes de Canto. Grande fue la alegría cuando los soldados y los dos
Capitanes se reunieron. Hubo música, comida y bebida en abundancia, pero lo que más
agradecieron los sobrevivientes de Yahuarcocha fue el descanso reparador al que se
entregaron después de departir con sus camaradas.Los días se hicieron meses y los meses
años. Mientras Canto mantenía el control de las fortalezas, Pintag y sus hombres, cavando
túneles y desviando ríos, se descolgaban sobre el valle y golpeaban a las columnas del ejército
imperial que, desde Sangolquí, tenían que pasar por el valle rumbo del norte. Los asaltos eran
asestados sobre los flancos –sobre todo el derecho-- que siempre son el sector más débil de
cualquier caravana. Producido el ataque por sorpresa, se iniciaba el rápido retorno a las
fortalezas, por caminos distintos a los empleados para el ataque. La noticia de las victorias
obtenidas por las guerrillas de Pintag, irritaban cada vez al tirano Huayna Cápac que reunía
más hombres para cercar a los que él llamaba los "rebeldes de Oñaro y Achupallas". Cada vez
más, los caminos que entraban y salían de las fortalezas, fueron bloqueados por los soldados
del emperador. Cada vez menos, Pintag pudo salir de sus pucaráes. Finalmente, el hambre y
el desaliento hicieron presa de los hombres del Capitán. Pintag comprendió la situación y
después de agradecerles por tantos años de compañía, siguiéndolo en su suerte, les invitó a
partir hacia sus respectivos hogares. Él sabía que Huayna Cápac, a pesar de su crueldad, con
el remordimiento de lo actuado en Yahuarcocha, se había vuelto un hombre de palabra y que
si tantas veces había ofrecido perdón y olvido para los hombres que abandonasen las armas,
lo cumpliría.
Con suma tristeza, muchos soldados caranquis dejaron sus armas y abandonaron las plazas
de Oñaro y Achupallas. Ese fue el instante que aprovecharon los comandantes incas para
atacar las guarniciones norteñas. La batalla fue cruenta y desigual. Finalmente, Pintag y
Canto fueron apresados y los últimos defensores muertos o dispersados.
CAPITULO 8
LA INMORTALIDAD AGUARDA A PINTAG
Los dos valientes Capitanes fueron separados. Pintag fue llevado a Quito donde guardó
prisión en la fortaleza de Huayna Cápac. Canto fue llevado al Cuzco. Enterado de la noticia
del cautiverio del Bravo Pintag, Huayna Cápac fue a conocerlo. Quiso hablar con él; le ofreció
la comandancia general de su ejército, el más poderoso de América. Le quiso hacer ver que
ahora el mundo era inca. Pintag no le contestó. El tirano le ofreció la gloria fulgurante pero
pasajera, más Pintag nunca le regresó a ver. El emperador seleccionó de su corte a las más
hermosas doncellas para que dieran de comer en la boca al Gran Capitán pero la respuesta
fue siempre la misma: Pintag se rehusó a ser comprado.Un día, los guardias de la prisión
interrumpieron al victorioso Huayna Cápac. "Señor –le dijeron—el Capitán rebelde ha
muerto; los cirujanos dicen que murió de hambre y sed". Efectivamente, el Bravo Capitán de
la saga de los caranquis, nunca regresó a ver al tirano, nunca le contestó, nunca probó bocado
de lo que le invitaban y, peor aún, sacó ventaja de lo que le ofrecían. Nunca se vendió a la
gloria enemiga. Él sabía que su patria había sido invadida y destruida; que su gente era sierva
de un señor extraño. Que su propia Naraa y sus dos pequeños hijos, con los que un día soñó
envejecer, habían sido hechos prisioneros por el déspota. Más nada de lo anterior sirvió para
que Pintag se doblegue ante el tirano. Él tuvo la oportunidad de ser uno de los hombres más
poderosos del incario y envejecer, entre lujos, junto a su esposa e hijos; sin embargo, su
inmenso amor por la Patria asesinada no lo hizo desmayar en su convicción de morir con
Ella. En sus horas finales y mientras perdía la vida por el hambre y la sed, el Capitán Pintag
soñó con el Míramin Patelé o Sabio Sacerdote de Cochasquí. Años atrás, éste le había dicho
que al empezar a dejar el cuerpo, al agonizar, se debía dirigir el espíritu hacia la Paccha, la
cascada sagrada del Tocachi. Allí, debe uno desear, con mucha fuerza, regresar al momento
más querido de la vida terrenal. Ese deseo se cumplirá inexorablemente.El Capitán Pintag
así lo deseó, aunque sus fuerzas lo abandonaban; entonces, como por encanto, se halló de la
mano del viejo Míramin Patelé, atravesando un túnel, tras de la cascada, abandonando la
media noche, camino de una luz intensa de medio día ecuatorial. Al otro lado, volvió a ver los
verdes campos de su niñez, volvió a oler el aroma de sus flores; ingresó en la casa familiar y,
en ella, sentados en torno al fogón, le aguardaban sus padres y abuelos. El Capitán, vuelto
niño, volvió a sentir el calor del hogar y la ternura de los seres queridos, pero sobre todo,
respiró el fresco y perfumado aire de independencia que corría por todo aquel lugar
maravilloso.
El Gran Capitán, que murió puesto su raído y desgastado uniforme rojo y blanco, sin
traicionar jamás a la Patria, a pesar de que por ello tuvo que separarse temporalmente de su
querida esposa e hijos, esclavos en el Cuzco por designio de Huayna Cápac, alcanzó la
inmortalidad.
El premio a su lealtad, tan puesta a prueba, es vivir ahora mismo en un valle del Cielo libre
de opresores y tiranos.
Cuando veamos la bóveda celeste arder presa del relámpago y desgarrarse en poderoso
aguacero, no temamos; dicen los ancianos que viven al pie del Taita Imbabura, que es la voz
de nuestro Pintag convocándonos a las armas para continuar la guerra justa contra los
injustos y sus injusticias.

FUENTES
(01) CABELLO BALBOA, Miguel. Obras, volumen 1. Quito. Editorial Ecuatoriana. 1945.
"De en medio del furor y armas se escapó un valiente y valeroso capitán, de la valía de los
Caranguis, llamado Pinta, y con él más de mil soldados que quisieron seguir su fortuna. Y
habiendo Guayna-Capac dado la orden y recado necesario para guarda y reparo de la bien
ganada fortaleza, enderezó su viaje para el Quito [o sea la ciudad], y de allí despachó gente a
prender al Capitán Pinta, que tenía noticia que se había hecho fuerte en una montañas
fronteras de Quito, sobre el valle de Chillo, con intento de inquietar y robar toda la tierra
sujeta al Inga, como lo había comenzado hacer, y aunque con gasto de vidas y tiempo, fue
habido en prisión y puesto delante de Guayna-Capac, el cual le perdonó lo cometido hasta
entonces, con tal que en lo futuro hubiese enmienda, más el bárbaro Pinta estuvo tan pertinaz
y tan obstinado en su coraje, que ni aun comer no quiso de lo que el Inga lo mandó dar, y
procurándolo amansar con halagos más se encendía en su bárbara cólera, y al cabo de
algunos días vino a acabarlo la tristeza y melancolía que recibió de verse preso, y cuando supo
el Inga que era muerto, tuvo pena por no haber podido atraer a su servicio un hombre tan
valiente e industrioso como era aquel bárbaro, más tomó por remedio, servirse de Pinta en
muerta, ya que en vida no había podido, y así, el día que murió, lo mandó desollar y hacer de
su cuero un atambor, para hacer en el Cuzco el Inti-Raymi, que con ciertos bailes en honor
del Sol, y para este efecto le envió allá el pellejo". (p. 358).
(02) CIEZA DE LEON, Pedro de. El Señorío de los Incas. Lima. Instituto de Estudios
Peruanos. 1967.
"Guascar de menos días; Atahuallpa de más años. Guascar hijo de la Coya, hermana de su
padre, señora principal; Atahuallpa hijo de una india Quilaco, llamada Tupac Palla. El uno y
el otro nacieron en el Cuzco y no en Quito, como algunos han dicho y aún escripto... (pp. 234-
235).
(03) MONTESINOS, Fernando. Memorias Antiguas Historiales del Perú. London. Hakluyt
Society. 1920.
"Mientras Huayna Capac estuvo allí, supo que la población al otro lado del río Pusque, se
había revelado y que una señora llamada Quilágo los comandaba. Huayna Capac, molesto
por este tumulto, marchó con su ejército hacia esa región, en donde se hallaban los enemigos
fortificados. Hubieron muchas escaramuzas, con quema de puentes y muchos muertos de
ambos lados. Estas luchas duraron cosa de dos años. Al cabo de ese tiempo, el Inca dio tregua
a sus soldados y entonces les preguntó que cómo hombres gobernados por una mujer podían
doblarles el ánimo. Les dijo, así mismo, que estaba determinado a luchar mano a mano, de
ser necesario, pues su padre el Sol le había prometido la victoria y que, además, le había
entregado una honda con tres cristales, una espada y una lanzadera. Esta patraña reconfortó
a los soldados. Sin embargo, los amautas la aumentaron diciendo que el Sol les había
advertido que los enemigos pretendían dejar pasar al inca y a los suyos, al otro lado y entonces
los emboscarían para matarlos a todos. Avisado así el inca, tomó uno de los cristales y lo
disparó con su honda; éste golpeó una gran piedra que se hallaba entre altos pajonales que
servían de escondite a los enemigos. La gran piedra se partió y de su interior, salió tanto fuego
que quemó los pajonales y a los soldados de la emboscada. Entonces, su ejército pasó al otro
lado del río y después de una batalla corta, conquistó la plaza de los enemigos. Tomó
prisionera a la Quilágo, con la que tuvo muchas deferencias. Le hizo muy ricos obsequios,
averiguando siempre sus deseos. Ella, sin embargo, siempre lo evadió diciéndole que se
hallaba enferma y que, en último término, una sierva como ella no podía fijarse en tan grande
señor. El inca le devolvió la libertad y la señora retornó a su palacio donde fabricó, en recinto
muy íntimo, una trampa profunda. Mientras tanto, el inca y ella cruzaban correspondencia;
la de él era sincera, la de ella estaba llena de mentiras. Es que la intención de la señora era
atraer al inca a su hogar y arrojarlo en la trampa. El inca fue informado de este ardid y empezó
a moverse con suma cautela. La señora fijó la hora de la visita y el inca fue. Ella lo recibió con
fingidas manifestaciones de júbilo y tomándolo de la mano, lo condujo hacia la trampa. En la
puerta, el inca se hizo a un lado y colocando su pie hizo, tropezar a la Quilágo quien
trastrabillando, fue a dar al fondo de la trampa, la cual finalmente se convirtió en el sepulcro
de aquella señora. Entonces, él hizo lo mismo con unas mujeres - sirvientes que estaban
gritando de horror. Así, salvó el inca del atentado.
"Algunos de los señores que fueron testigos del desafortunado evento, viendo que la señora
Quilágo no había podido llevar a buen término su propósito, se retiraron liderados por el
señor de Cayambe. (pp. 118-120).
(04) MOORE, Bruce R. Diccionario Castellano – Colorado – Castellano. Quito. ILV. 1966.
Palabras Tsafiquis
(05) MURUA, Martín de. Historia General del Perú. Madrid. Edición de Manuel Ballesteros.
1987.
"Ese día entró la figura de Huaina Capac, que en las andas venía trayendo delante della todols
los que Huaina Capac por el valor de su persona había preso; traía la cabeza de un señor de
un provincia en la mano, alrededor de los más favorecidos y privados suyos y con él se habían
hallado en los aprietos de las batallas y se habían señalado con más animo. Juntamente venía
rodeado de infinitos indios con los instrumentos de músicas que ellos usaban. Venían detrás
de las andas todos los soldados que de las guerras habían escapado, y los que habían escogido
y señalado por más valientes, traían delante de sí mucha cantidad de cautivos, como gente
que por sus personas habían dado muestras de gran valor en la guerra.
"Otro día entró en el Cuzco todo el restante de la gente común de guerra, con lo que había
quedado del despojo; los cuales venían cargados de oro, plata, ropa de ahuasca
cumbi, algodón, plumería, armas de todos géneros, vestidos, llautos, ojotas y finalmente
todas las cosas más ricas y de más precio que habían huido y ganado a fuerza de brazos en
las provincias que habían conquistado. Duró este despojo en entrar en la ciudad desde que
amaneció hasta ponerse el sol.
"Pasado esto, otro día por la mañana, entró el cuerpo de Huaina Capac embalsamado, como
había venido desde Quito, en hombros de los más principales orejones, famosamente
arreados de vestidos y armas, como solían caminar con él cuando era vivo. Entró por encima
de la fortaleza triunfando, con grandísima cantidad de cautivos, entre los cuales venían como
más principales y de quien más caudal se hacía: La mujer e hijos de Pinto, señor de los
cayambis, que ya dijimos murió de rabia y enojo. Venían con el cuerpo de Huaina Capac
mucho número de señores y gente que habían salido del Cuzco a sólo a compañar el cuerpo
y entrar con él en el triunfo. Todos cantaban cantares tristes y de melancolía, refiriendo las
hazañas famosas de Huaina Capac y rogando al Hacedor por él. También venían infinitas
mujeres y doncellas, de las que le habían servido y habían sido favorecidas y regaladas suyas
en su acompañamiento, cantando con triste son al modo de quien llora, que causaba a los
que las oían por las calles dolor y provacaba a lágrimas. (pp. 149-150).
(06) PEREZ T., Aquiles R. El Idioma CUAYKER. Quito. Casa de la Cultura Ecuatoriana.
1980.
Palabra Awa.
(07) ROBALINO LARREA, Mesías (coordinador). Diccionario Cha´palaachi -- Español. S. c.
ITAPOA. 2000.
Palabras Cha´palaachis.
(08) SARMIENTO DE GAMBOA, Pedro. Historia de los Incas. Buenos Aires. EMECE
Editores. 1942.
"Guayna Capac prende a los caudillos de los Cayambis, llamados Pinto y Canto. Pinto se
escapó con mil valientes cañares.
"Una vez vencidos los Cayambis, los Cuzcos empezaron a escoger a los mejores de los
vencidos, éstos se mataron para no servir al inca:
"... creyendo que los escogían para los matar, quisieron más morir peleando que atados como
mujeres, y por esto se rehicieron y empezaron otra vez a pelear. Visto lo cual por Guayna
Capac, mandólos matar a todos. (p. 162).
"Guayna Capac manda a uno de sus capitanes perseguir al caudillo Pinto:
"Y le siguió, hasta quel Pinto se metió con sus compañeros en una montaña, adonde se escapó
por entonces, hasta que, después que Guayna Capac hubo descansado algunos días en
Tumibamba, supo de como andaba por las montañas y le hizo cercar y atajar las entradas y
salidas de todas aquellas montañas, y así, fatigado de la hambre, se rindió, él y los suyos. Fué
este Pinto valentísimo y tanto coraje tenía contra Guayna Capac, que aun, después de preso,
con hacerle el inga muchos regalos y buen tratamiento, nunca le pudieron ver la cara. Y así
murió emperrado, y por esto Guayna Capac lo mandó desollar y hacer de su cuero un
atambor, para que con él hiciesen en Cuzco taqui, ques danzar al Sol; y hecho, lo embió al
Cuzco, y así con esto se dió fin a esta guerra. (p. 162).
(09) SOSA FREIRE, Rex Tipton. Miscelánea Histórica de Píntag. Cayambe. Ediciones Abya
Yala. 1996.
"Posiblemente... la población de Oyacachi sea descendiente de los caranquis, específicamente
de los de Atuntaqui. Por desgracia el autor anónimo de la cita anterior no menciona a Píntag
y a sus guerreros quienes avanzando por las mismas estribaciones de la Cordillera Oriental,
siempre más hacia el sur, llegaron casi con toda seguridad a las cercanías del volcán Antisana
donde establecieron su campamento combativo. Desde allí el Capitán Píntag y sus seguidores
desarrollando estrategias de guerrilla, propiciaban duros golpes a las huestes del inca,
asentadas en Quito. (pp. 36-37). A la luz de la tradición oral de los pinteños sabemos que el
Capitán Píntag practicó algunas tácticas guerrilleras a efectos de concretar sus sorpresivos
ataques; citemos algunos: 1. Tuvo por costumbre desviar las aguas de ríos y/o acequias y por
sus cauces secos avanzaba sigilosamente cual una culebra junto con sus guerreros. 2. Cavó
túneles para trasladar a sus valientes guerreros, en forma secreta, e hizo cavar hoyos que
luego eran camuflados, en los que caían sus adversarios encontrando en su fondo miles de
flechas puntiagudas que traspasaban a sus víctimas, matándolas en el acto. (pp. 40-41).
(10) VELASCO, Juan de. Historia del Reino de Quito en la América Meridional; Historia
Antigua. Tomo II. Quito. CCE. 1978.
"Dada finalmente la última general y obstinadísima batalla /en Atuntaqui/, en que parecía
inclinarse a favor del Scyri /Cacha/ la victoria, cayó éste mortalmente herido de su silla, con
una lanza atravesada de parte a parte y cayó juntamente con él, todo el ánimo y el valor de
los suyos. Rindieron éstos al vencedor las armas; pero las rindieron contradiciéndolo al
mismo tiempo; porque no bien había expirado el Scyri, cuando aclamaron, en el mismo
campo de la batalla, por Scyri a Paccha, hija única y heredera del Rey difunto. (p. 109).
Autor:
Jaime Mauricio Naranjo Gómez Jurado
Director del Instituto de Investigación, Ciencia & Innovación Tecnológica
UNIVERSIDAD CRISTIANA LATINOAMERICANA
Quito, 2006

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