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Luis Miguel, el lado oscuro del Sol, por Nora Mazziotti http://kiosco.clarin.

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Luis Miguel, el lado oscuro del


Sol, por Nora Mazziotti
La serie sobre el cantante mexicano causa furor en espectadores de todo el
continente y vuelve a inyectarle vida al melodrama latinoamericano.

Revista Ñ · 28 jul. 2018 · 33Ñ · NORA MAZZIOTTI

Luis Miguel, la serie, es la biografía del cantante, la historia desde que era un niño sen-
sible y con condiciones artísticas excepcionales y que inicia su carrera musical a los diez
años. La historia se cuenta en tres etapas distintas, Luis Miguel en 1981, a los 10 años, en la
adolescencia y alrededor de los años 90, cuando saca el álbum Romance y su carrera da un
nuevo giro.

Una de las miradas posibles a la serie es la del melodrama. Luis Miguel en su primera
etapa, guiado por el padre, Luis Rey, que descubre sus talentos y le enseña la tenacidad y la
dedicación necesarias que harán de él un artista. Ahí aparece la vulnerabilidad de Luis Mi-
guel niño, el sacrificio que lo obliga a ensayar y no tener amigos, no jugar. A medida que se
afianza como cantante, se ponen más en evidencia las ambiciones del padre, el villano de la
historia. Le consigue más contratos, por lo que lo obliga a dejar la escuela y lo agobia con
larguísimas jornadas de trabajo. Y como el niño está extenuado, le da efedrina para que no

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se quede dormido. Luis Miguel es el esclavo, ya que es quien genera la riqueza del amo, pero
este no lo reconoce.
El Luis Miguel adolescente es, como la etimología lo revela, el que adolece, el que sufre:
se le exige la separación de la madre, una herida inconmensurable y que, por injusta, gene-
ra, además de dolor, dudas y culpas. Y no cicatriza jamás. Es el más castigado de los tres
Luis Miguel, el que tiene que arreglárselas solo y se torna melancólico, casi sombrío.
Como en cualquier texto melodramático, hay exceso. Todo desborda. El padre cumple
las etapas de villano de melodrama: es el descubridor del diamante en bruto, y lo ciega la
codicia. Que se convierte en odio, en estafa, en venganza más o menos solapada. El melo-
drama no contempla arrepentimiento para el villano. No lo redime ni la muerte. Como últi-
ma represalia, Luis Rey en su lecho de muerte se impone y exige al primo guardar el secreto
sobre el paradero de la madre.
El maltrato a Marcela, la madre, la constante desvalorización de su rol, asombran, pero
es sabido que no solo eran (y son) frecuentes en muchas relaciones, sino que en esa época
estaban naturalizadas. Lo que sí desborda es el ofrecerla como carnada, intentar prostituir-
la. La escena clave de esta situación es aquella en la que Luis Miguel niño tiene que cantar
en el casamiento de la hija del presidente. Los padres se están peleando, porque Marcela
descubrió que el vestido que lleva puesto se lo había regalado un general que intenta llevarla
a la cama. Y que Luis Rey se lo había ocultado. La madre, avergonzada, se va de la fiesta y
Luis Miguel (le) canta “eres agua fresca donde se calma la sed (…) eres abrazo donde se acu-
nan mis sentimientos”.
Si Luis Miguel adulto encuentra en Hugo López, el manager argentino, un padre susti-
tuto, un consejero profesional (“tenés que tomar las riendas de tu carrera”) y de la vida
(“vas a llegar hasta donde quieras llegar”) jamás va a cerrar la herida de la separación de la
madre. La soledad y la añoranza lo definen. Ese niño, ese joven aislado y melancólico tiene
la hechura de los niños ricos de Dickens o de Mark Twain. Tal vez el hijo huérfano de Ana
Karenina se le hubiera parecido.
La madre es la auténtica víctima. Luis Miguel sufre, pero tiene su carrera. Marcela pier-
de todo, hasta se pierde a sí misma. No puede tolerar la separación, el desmembramiento de
la familia. Después de su tercer parto, tiene un puerperio depresivo. Es manipulada una y
otra vez por el marido. No solo la engaña con otras mujeres, sino que no le permite trabajar,
le oculta información económica, o que el hijo la busca. Todavía no se sabe (en la realidad)
qué fue de ella.
Es que, como siempre, el melodrama se entrelaza con la vida real. Esta incógnita sobre
la madre, si vive o falleció y qué pasó con ella, se hicieron carne en Luis Miguel, el verdade-
ro. Las respuestas evasivas en los reportajes, el misterio en relación a su vida privada, hacen
de él un personaje ocultador, con secretos y heridas. Por más que se lo conozca como el Sol,
el Rey, lo es por su talento y su calidad artística. Es en el escenario donde irradia luminosi-
dad. Ahí brilla, palpita.

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El Luis Miguel adulto de la serie está contado como un chico que se hizo grande de gol-
pe. A los diecisiete se muda y convive con una novia, mayor que él. Y empieza el arduo ca-
mino de separarse el padre. A lo largo de los años, tiene el amor de varias mujeres, dinero,
casas enormes con piscinas en playas paradisíacas. Sus lados oscuros se muestran en su
adicción al alcohol, o cuando se enoja con las fans, que lo agobian y él no sabe cómo tratar-
las. No entiende que la fan se construye en torno a su figura. Y que él vive gracias a las fans
que lo crean y recrean. Les debe quién es, su éxito. Y cuando ocurre el accidente en la ruta,
donde por su culpa casi muere una de ellas, cree que con autógrafos y fotos o regalando ál-
bumes es suficiente. Otra zona oscura es la de su paternidad. Cuando la novia se entera de
que tiene una hija, él la niega, pone en duda que sea el padre, no se hace cargo. Y nueva-
mente sigue el derrotero del melodrama, con la cuestión de la identidad como insumo fun-
damental.
El Luis Miguel maduro encuentra su camino cuando el bolero y él se descubren. Ahí sí
es luz, Sol que brilla. Y con Armando Manzanero como Espíritu Santo insuflándolo, se for-
ma un núcleo importante de la cultura popular y masiva latinoamericana. Reformulando el
bolero, diciéndolo de otra manera, musicalizándolo con su estilo pop, no sólo logró que el
público adolescente y juvenil que lo seguía cantara las canciones de sus abuelas, sino que
convirtió a esas abuelas en sus nuevas fans. Y el melodramático bolero volvió a poner en bo-
ca de nuevas generaciones las palabras que necesita el amor romántico para ser dicho.
Si la serie fue pensada para salvar al Luis Miguel real y a varios empresarios de una
quiebra, si fue un cuidado operativo de marketing para reanimar las ventas de sus shows o
de sus temas, son cuestiones que no hacen al caso. Lo que sí importa es que el lazo de los
públicos con Luis Miguel artista, con ese niño-adulto triste, atormentado y a la vez lumino-
so, cobró nuevas dimensiones. La serie, que no está en ningún canal de aire, es un éxito con-
tinental. Por más que se subieran a Netflix a razón de un capítulo semanal, imitando la ya
vieja manera de mirar televisión, la maratón, el binging, el atracón de capítulos es lo que la
hizo más atractiva.
Algunos héroes masivos pueden aletargarse y resucitar cuando el melodrama y la indus-
tria cultural lo permiten. Y Luis Miguel lo consigue.
El Luis Miguel maduro encuentra su camino cuando el bolero y él se descubren, con Ar-
mando Manzanero como Espíritu Santo insuflándolo.

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