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EL NIÑO
Y EL OTRO
Pertinencia de los “cuatro discursos”
en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños
Dedico este libro a la memoria de mi amigo
Patricio Carlos Massolini
Índice
Palabras Preliminares . . . . . . . . . . . . . . . . . x
I. Reinventar el psicoanálisis . . . . . . . . . . . . . . . x
X. La burocracia psicoanalítica . . . . . . . . . . . . . . x
Palabras Preliminares
Hemos extraído el asunto que nos ocupa en este libro de una etapa de la
enseñanza de Jacques Lacan: se trata de la época en que, mediante lo que llamó
“cuadrípodos”, intentó dar cuenta de los modos de lazo social.
¿Qué motivo había para intentar su articulación, para mostrar su pertinencia
con la clínica psicoanalítica lacaniana con niños?
Quizás pueda fundamentarse el intento en un precepto de época y evocar
aquí el olvido de la lógica de un discurso sin palabras en favor de cierto retorno
al comportamentalismo y al biologismo; a un nuevo intento de reducción de
la noción de sujeto; a un olvido de lo real propiamente psicoanalítico; a un
modo de entendimiento de la posición del niño en el que resulta acosado por
el rendimiento y el culto a la performance en el marco de la familia conyugal
–aquella que transforma tanto la deuda simbólica en deuda económica, como
la adopción necesaria en prueba de sangre–.
¿No hay acaso en la presentación de esos cuatro discursos un poderoso
intento clínico que había sido históricamente descuidado en el psicoanálisis con
niños? ¿Cómo no descuidarlo si el niño “era” el sujeto y sus padres o parientes
quedaban fuera del consultorio, convocados siempre tarde en ocasión de algún
desastre? ¿Cómo no ignorarlo si el analista dejaba de dirigir la cura para quedar
cautivo de las intempestivas arremetidas parentales que vulneraban su política
y presionaban sobre su táctica? ¿Cómo reconocerlo si apenas contamos con
la lógica del “caso por caso” para escapar de la “burocracia psicoanalítica”?
Pensamos que dichos discursos constituían un valioso aporte a la
comprensión de la dinámica de la cura de un niño e intentamos extraer de
ellos –lo más rigurosamente posible– una matriz de lectura que nos permitiera
1. Lacan, Jacques, Le séminaire, Livre XVI, D’un Autre à l’autre, Seuil, Paris, 2006, p.
198 [traducción personal].
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Pablo Peusner
“Uno de mis alumnos, que había asistido durante todo el año a mi seminario
(...) vino a verme entusiasmado, hasta tal punto que me dijo que había que
meterme en una bolsa y ahogarme (...), era la única conclusión posible para
él (...).
Ya ven cómo son las cosas. Las cosas están hechas de extravagancias. Quizás
este sea el camino por el que puede esperarse un futuro del psicoanálisis –haría
falta que este se consagre lo suficiente a la extravagancia–”4.
Este libro recoge el curso que dictara durante el año 2007 en el salón
auditorio del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires, Distrito
XI, en la ciudad de La Plata. Quisiera agradecer aquí a los participantes por su
acompañamiento entusiasta y su colaboración en las primeras desgrabaciones
del material. También, a los psicoanalistas que contribuyeron a los desarrollos
teóricos mediante sus materiales clínicos y sus generosas muestras de confianza
para con mi trabajo. La Lic. Eugenia Merbilháa revisó el manuscrito original y
realizó valiosas sugerencias que lo enriquecieron notablemente, por lo que no
puedo hacer menos que manifestarle un especial agradecimiento. Finalmente,
mi eterna gratitud a mi esposa e hijos por el tiempo robado en vistas a la
redacción de este libro, otro libro, liber enim librum aperit...
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Buenos Aires, marzo de 2008
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Reinventar el psicoanálisis
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ción en la que a menudo caían sus auditores y que los conducía a preguntarle
qué debían hacer ante determinadas situaciones clínicas, con estas palabras:
“Porque una pregunta, por ser eludida tan frecuentemente por uno de los in-
terlocutores con el oscuro sentimiento de evitarle la dificultad al otro, no per-
manece menos presente esencialmente en toda enseñanza analítica y se trai-
ciona en la forma intimidada de las preguntas de las que se saca partido en la
formación técnica. Señor (dando por sobreentendido: Usted, que sabe acer-
ca de la realidad velada -la transferencia, la resistencia), ¿qué hace falta ha-
cer, qué hace falta decir (entiendan ahí: ¿qué hace Usted, qué dice Usted?)
en un caso igual?
Un recurso al maestro, que de tan desarmado va más allá de la tradición mé-
dica al punto de parecer extranjero al tono moderno de la ciencia, oculta una
incertidumbre profunda sobre el objeto mismo que concierne. «¿De qué se tra-
ta?» querría decir el estudiante, si no temiera ser improcedente. «¿Qué pue-
de pasar de efectivo entre dos personas de las cuales una habla y la otra escu-
cha? ¿Cómo una acción tan inasible en lo que se ve y en lo que se toca, pue-
de atrapar las profundidades que supone?»”3.
Les propongo que hagamos, todos, un esfuerzo para no caer en esa tentación
que tanto daña y traiciona nuestra posición. Ante esos casos difíciles, puede
ocurrir que nos preguntemos “¿qué puede pasar de efectivo entre dos personas
de las cuales una habla y la otra escucha?”... Allí pueden aparecer nuestras
dudas, porque es verdad que, en cierto sentido, nuestra acción es “inasimilable
en lo que se ve y en lo que se toca”, pero sin embargo es totalmente eficaz
“para atrapar las profundidades que supone”. Lacan sabía bien que dar recetas
no es la vía indicada para transmitir el psicoanálisis, y yo agrego que mucho
menos aún, si esas recetas están sustentadas en la supuesta “experiencia” de
quien las formula en vez de en sólidos argumentos teóricos.
Así llegamos al problema de la transmisión del psicoanálisis, bandera
frecuente de los analistas que intentan enseñar, pero que también conviene
revisar.
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“Esto es muy molesto, es tan molesto que cada psicoanalista debe ser forzado
a reinventar el psicoanálisis”5.
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Asistente: A veces al llegar ahí, los pacientes nos piden que les preguntemos
algo. ¿No?
S1 S2
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Lo dijiste maravillosamente. Linda figura esa: “el texto”. Hay ahí un texto.
Y nosotros, llamamos “sujeto” a ese texto sin autor que da cuenta de un asun-
to. Porque si bien existen diversas posiciones enunciativas desde las cuales de-
cir algo sobre aquello que le pasa al niño, ninguno es el autor directo del tex-
to que se compone entre todas las versiones; siendo que en ese texto es donde
debemos ubicar al niño, entre todas esas cadenas significantes. Y así es que el
niño está tomado, sujetado, por dicho texto. Ese texto, que exige la coopera-
ción interpretativa del analista, no es un texto ya escrito de antemano –como
podría estarlo un libro cualquiera al momento de comenzar a leerlo (y en tal
caso también sería necesaria esta estructura de “cooperación” para interpre-
tarlo)–, sino que curiosamente se escribe durante la lectura.
Y quizá, ya convendría intentar ubicar al sujeto en nuestro ultra-sencillo
esquema de los dos significantes y una flecha.
S1 S2
S
lugar de la verdad
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de lo que se escucha está claro que “algo pasa”. Esa pregunta que en ocasiones
nos atormenta, es la pregunta por el sujeto, y está claro aquí que por “sujeto”
no entiendo a una persona, sino que me apoyo en una idea del sujeto como
bidimensional, efecto de la estructura del significante.
Si introducimos una idea que proviene de la teoría de los cuatro discursos
de Jacques Lacan, este lugar en el que inscribimos al sujeto es el lugar de la
verdad. Y como la verdad es no-toda, como no podemos alcanzarla con el
lenguaje en forma completa, se justifica entonces nuestro rodeo a través del
S2, ya que resultaría imposible un intento de acceder allí en forma directa.
Parte de esta verdad no-toda está representada por un significante ante Otro
significante, y es por ello que la posición del analista –como me gusta decir
últimamente– debe coincidir con la flecha que los vincula. Esta función de
“flecha”, apunta directamente al S2, que en el modelo de los cuatro discursos
es llamado “saber”. Así es que el saber no le pertenece a nadie...
Demos un paso más: ese saber está inscripto en determinado lugar. Porque
así como les decía que el sujeto estaba alojado en el lugar de la verdad, el saber
está ubicado en el lugar llamado “del Otro”. Se trata de un saber que trabaja
en el Otro y, podríamos decir, constituye al discurso del Otro, lo que nos
deja muy cerca de la noción lacaniana de inconsciente: el inconsciente como
discurso del Otro. Este es uno de los motivos por el que Lacan afirmaba que
este discurso muestra bien la estructura del inconsciente.
Así justifico el recurso a trabajar con la madre de Julio. Dada la presentación
–que podemos perfectamente llamar “motivo de consulta”– realizada por
Ricardo... ¿qué es lo Otro de eso? Necesitamos ir en busca de un saber que
nos ayude a poder leer qué pasó allí.
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primero, una especie de duelo que hace que María esté más pendiente de su
madre muerta que de su hijo recién nacido. Y segundo, cierto abandono de la
maternidad en favor de un modo de vida que podríamos llamar “típico” para
una joven de veintidós años sin hijos.
También es curioso en su texto que ella nunca reparó en todo esto hasta que
su nueva pareja, Ricardo, se lo señaló. Tengan en cuenta que él no tenía hijos
al momento de comenzar a convivir con ella y que su apreciación de que algo
no andaba bien fue totalmente intuitiva, aunque escuchada por María. Es lo
más parecido a un padre que hay –no sé si ya estaban apuntándole a eso–. El
padre biológico despareció a los dos años del niño y la mamá de Julio inició una
relación conflictiva con él: si bien nunca lo demandó por dinero, sí le reclamó
que se hiciera cargo del niño, que le dedicara tiempo, que lo conociera más...
De hecho, ella describe que el papá biológico de Julio es como “un niño”, a la
vez que le reclama que sea “un poco más padre” de su hijo.
Hasta aquí la descripción, pero a mí el asunto no me cerraba... En este es-
tado de cosas, realicé dos intervenciones, muy sencillas, podría decirles que
hasta algo tontas, de esas que uno ni siquiera registra como intervenciones y
que, justamente por eso, son verdaderas intervenciones analíticas en tanto en
ese momento el yo del analista desaparece.
Le pregunté a María por qué durante tantos años había reclamado al padre
biológico algo que, evidentemente, este no podía darle a su hijo. Ella me dijo:
“Es que a mí me ponía loca que encima de no haberle dado el apellido...”. Lo
que sigue no importa. Inmediatamente me lancé a investigar por qué Julio
no llevaba el apellido de su padre. La respuesta fue la siguiente: “Hicimos un
pacto: como él no tenía trabajo y yo aún tenía la obra social de mi papá, él
aceptó que a cambio de no poner dinero para pagar la obra social, yo anotara
al nene con mi apellido”.
Es decir que él cambió la posibilidad de transmitirle su apellido a su hijo
a cambio de la cuota de la obra social, y Julio fue inscripto con el apellido de
la madre, que también es el apellido del abuelo. A mí me da la impresión que
esto trastoca en buena medida la lógica familiar. Les ahorraré la descripción
clínica del niño pero, créanme, se trata con toda claridad de una psicosis.
Supongo que a aquellos de ustedes ya iniciados en el estudio de la obra de
Lacan, les hará un poco de ruido que hable de psicosis utilizando el modelo
de los cuatro discursos. Ya retomaremos el problema teórico un poco más
adelante. Les ruego que me tengan un poco de paciencia.
Vuelvo al caso. Lo importante es que, más allá de que podamos diferir en
cómo interpretar el problema que surge, ahora sí aparece un asunto más apto
para intentar ubicar la posición del niño en el complejo familiar.
Mi segunda intervención –les dije que eran dos– fue más difícil, porque luego
de realizar este trabajo de investigación y de ver al niño tres o cuatro veces, volví
a encontrarme con Ricardo y María para hacerles una devolución y planear una
estrategia –yo soy muy cuidadoso con esto, nunca considero que se inició un
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Aquí voy a detenerme en el relato del caso. Sólo quería presentarlo para
utilizarlo como soporte de nuestra teorización con los discursos. Y en esa
línea, habrán visto que aún nos falta uno de los términos de la estructura de
los cuatro discursos. Es la letra a minúscula, que Lacan llama en el seminario
“plus de goce”.
S1 S2
S a
plus de goce
Primero, tenemos que despegar este plus de goce de aquello que ya pasó a
formar parte del discurso coloquial de los “analíticos” y que se enuncia diciendo
algo del estilo de... “¡cómo gozás de ese síntoma!”. O sea, el goce como algo de
lo que se puede acusar a una persona, o hasta hacerla responsable. Sin embargo,
aquí se trata del plus de goce y, entonces, podríamos verificar qué pasa en el
caso que hemos reseñado: pienso que allí resulta imposible hacer coincidir
a alguno de los operadores con una persona. Entonces hay que cambiar el
modo de interrogar al asunto, y preguntarse... ¿por dónde el discurso produce
un exceso de goce?
Me da la impresión que, si acaso había un plus de goce, la maniobra para
cortarlo fue proponer que el novio de la madre (Ricardo) participara del
tratamiento como si fuera el padre. Con lo cual, adviertan que la forma de
lectura es retroactiva: en este caso, se puede situar algo del plus de goce a
partir de un corte. Parece mentira... pero a veces decidir quiénes van a venir
a la consulta ya funciona como una intervención –aquí la mamá del niño
insistía en que yo llamara al papá biológico y, de paso, le echara la culpa de
la situación del niño–. Esta intervención, hizo serie con otra un poco más
calculada. Porque en otra ocasión, cuando hice una referencia a la posición
de Ricardo, ella rápidamente me opuso un “bueno, pero él no es el padre”. Mi
respuesta fue en realidad una pregunta: “¿Y a vos quién te dijo que él no es
el padre?” –lo que, curiosamente, produjo un efecto muy tranquilizador en
María y favoreció que pudiéramos seguir hablando–.
Entonces, para terminar, nos queda una pregunta. En esta primera aproxi-
mación al uso de los discursos como orientadores de la clínica psicoanalítica
lacaniana con niños, tenemos que preguntarnos qué lugar para el analista. No
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por nada elegí empezar por aquí, con el discurso del amo, discurso que Lacan
dice ser el del inconsciente. Allí, en el principio, el analista promueve la fle-
cha porque es la única manera de que se abra el inconsciente. Y para promo-
ver la flecha hay que estar vivo y no “muerto”. Todos conocen la metáfora que
Lacan tomó del bridge, pero como ninguno de nosotros jamás jugó al bridge,
este no nos sirve como referencia porque conduce a una interpretación intui-
tiva acerca de qué quiere decir allí “el muerto”. A nadie se le ocurrió jamás ha-
cer “el muerto” en una sesión de psicoanálisis con un niño...
A la consulta llegan personas, pero no el sujeto. Al sujeto hay que construirlo
y para eso tiene que haber un analista. No hay nadie más activo y menos muerto
que un psicoanalista. Si acaso no me creen, lean en nuestra nutrida literatura
psicoanalítica cómo trabajan los analistas de niños y fíjense si acaso alguno
pudo quedarse callado, quieto o mudo...
Se trata de promover la flecha, esa flecha que indica que el saber debe
buscarse en el Otro –que puede entenderse, si quieren, como “el Otro tema”
del tema que se nos propone–. Ese Otro tema es aquel respecto del cual, en
ocasiones, los padres de nuestros pacientes quieren desentenderse diciéndonos
“no me analice a mí”, “eso lo dejo para mi análisis”, o incluso “¿pero qué tiene
que ver mi padre o mi madre en lo que le ocurre a mi hijo?”. Seguramente,
ese Otro tema porta aquello que Lacan llamaba la “constelación familiar” a la
altura de la conferencia acerca de “El mito individual del neurótico...”, o incluso
“la deuda simbólica” en el escrito titulado “La cosa freudiana”.
En los casos de consultas por niños, es muy interesante el efecto que produce
en los padres abrir la investigación acerca de ese Otro tema. Ahora bien, cuando
me refiero a abrir la investigación no estoy sino proponiéndoles convertirse en
esa exigencia de hacer funcionar la flecha que vincula a ambos significantes, S1 y
S2, en el piso superior del discurso del amo. El caso que trabajamos hoy, además
presenta la particularidad de tratarse de una familia bien contemporánea: una
madre y su hijo, más su pareja. Exijo cierto “clasicismo” del psicoanálisis ante
estos temas: ya se trate de la sangre, del genoma, o del ADN, estos no alcanzan
para definir cabalmente a la noción de familia; lo que nos lleva finalmente a
rechazar estos aportes ultra-modernos y científicos, en favor de una lectura
mucho más cercana a ciertos modos, diría, casi “primitivos” de presentación
del lazo familiar. Recuerdo la referencia de Lacan al “Do Kamo” de Maurice
Leenhardt6 –un libro olvidado, valiosísimo, que tiene versión en castellano–,
de donde él confiesa, aparte, haber tomado el binario de “palabra y lenguaje”
con el que dio por iniciada su enseñanza.
Asistente: ¿No se puede saber por anticipado donde está el plus de goce,
siempre aparece a posteriori de la intervención?
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S1 S2
S
producción o resto
de la operación
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El niño y el Otro
II
Estuve reflexionando en estos días acerca del uso de la teoría de los cuatro
discursos que habitualmente hacemos los psicoanalistas lacanianos. Me di
cuenta de que en ciertas ocasiones la escritura de los cuatro discursos se torna
un modelo estático. Es decir: se tiende a pensar que dicha escritura muestra un
estado de cosas que no se mueve –algo así como una foto de cierta situación
clínica, en un determinado momento–. No sé si mi plateo de nuestra reunión
pasada habrá sido lo suficientemente claro como para negar esta idea, no
sé si logré mostrar todo el movimiento que está en juego al trabajar con los
discursos, quizás no, y por eso hago hincapié en este matiz. Creo profundamente
que los discursos son sumamente aptos para recoger algo del movimiento
que encontramos en la situación clínica y, por eso, hoy vamos a hablar de esa
dinámica.
En ocasiones recibimos consultas por niños que, con sus conductas,
parecieran encarnar el efecto del rechazo del discurso. Y puesto que a partir de
dicho efecto de rechazo del discurso Lacan define en el Seminario 17 al objeto
a... ¿Qué quiero decir cuando propongo que hay niños que encarnan el efecto
del rechazo del discurso? Quiero introducir dos recortes clínicos –cambiaré
un poco el estilo presentándolos en paralelo–, que iluminarán este problema:
la idea es que al realizar su articulación con los discursos, logremos poner en
escena esa dinámica de la que hablaba hace un momento.
Maxi tiene siete años. El motivo de consulta que presentan sus padres es que
tiene serios problemas de conducta en la escuela: no obedece a la autoridad,
1. Lacan, Jacques. Le séminaire, Livre XVIII, D’un discours qui ne serait pas du semblat,
Seuil, Paris, 2007, p. 101 [traducción personal].
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ni consigna alguna –salvo que tenga ganas–. Ahora bien, el problema es que
cuando la maestra o alguna autoridad escolar lo confronta para decirle algo
acerca de lo que hizo, el niño se tapa los oídos y, por ejemplo, comienza a cantar.
Hace ruidos grotescos con diversas partes del cuerpo, se pega cachetazos, se
golpea la cabeza contra la pared y se arranca mechones de pelo. Y como todas
estas extrañas conductas surgen cuando el otro intenta hablarle, es posible
conjeturar una posición de rechazo del discurso.
El otro niño tiene once años y se llama Franco. Llega a la consulta porque
presenta un cuadro de retención anal: retiene la materia fecal hasta que no
puede más y, entonces, se hace encima. También padece de temores nocturnos
que son poco claros: manifiesta que no quiere dormirse, le pide a su madre o a
su padre que se queden con él, en ocasiones se pasa a la cama del padre o de
la madre –ellos están separados–. Aquí conviene indicar que cuando alguien
intenta hablar de esto con él –sus padres, cierta autoridad de la escuela o
yo mismo–, se acurruca en una clara actitud de retraimiento, tiende a dar la
espalda, hace “pucheros” y, si acaso dice algo, comienza a hablar con lenguaje
de bebé. Les propongo que en este caso también nos enfrentamos con cierta
posición de rechazo del discurso.
Ahora bien, lo curioso en ambos casos es que en el ámbito escolar los niños
tienen un excelente rendimiento. Incluso en el primer caso, el caso de Maxi, en
el que hay problemas de conducta en la escuela, esos problemas de conducta
no afectan en nada su rendimiento escolar. En el otro caso, la escuela está
implicada sólo porque, en ocasiones, no pudo sostener la retención estando allí
y se hizo encima. Los padres y maestros afirman que los chicos son inteligentes,
a veces muy inteligentes...
Si consideramos a los problemas de conducta de Maxi y a la retención anal
de Franco como síntomas –en un sentido amplio del término–, notamos que
sus padres consideran que tales manifestaciones “quieren decir algo”. Es decir
que portan un mensaje, un mensaje que todavía está oculto y que, a partir de
la consulta, tienen la esperanza de poder descifrar. Esta suposición resulta muy
valiosa: dichas manifestaciones no son consideradas irracionales o efectos de
una “mala voluntad” de los niños. Al contrario. Sus padres confían en que existe
una racionalidad a la que ellos no están en condiciones de acceder. Podríamos
decir que suponen la existencia de una red significante, de un saber (S2), que
organiza y estructura a las manifestaciones por las que nos consultan.
Les propongo escribir ese saber como un S2 debajo de a.
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La posición del saber bajo la barra, indica la dificultad del acceso con que
el otro se encuentra cuando intenta apresarlo. Cualquier recurso a la autoridad
–aún en los casos en que sería legítimo utilizar dicho recurso– para intentar
acceder a dicho saber, refuerza aún más la dificultad inicial, es decir, la dificultad
que originó dicho recurso. Y entonces, cualquier tipo de intervención directiva
o, incluso, cualquier propuesta de diálogo sobre la cuestión, dispara el rechazo.
Conviene aclarar aquí que, tanto Maxi como Franco son niños que al ser
interrogados acerca de los motivos de la consulta no dicen nada; no sólo no
dicen nada, sino que también despliegan sus modos de actuar el rechazo. Pero,
si acaso uno les propusiera jugar a alguna cosa, hacer un dibujo o cualquier otra
actividad, aceptarían gustosos y todo transcurriría en un clima muy favorable.
Esta posición tan particular produce un serio inconveniente para aquellos
que se le enfrentan en carácter de Otro: ante este estado de cosas es muy di-
fícil ser la maestra, es muy difícil ser el padre, la madre o, incluso, el analista.
Si tal como recién ubicábamos, el saber queda localizado de un lado, del Otro
lado –o si prefieren, del lado del Otro–, el saber no está.
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Pablo Peusner
Creyendo que ese saber está del lado de los niños establecen una suposición
de saber, y esta situación exige que reflexionemos acerca de cierto problema:
existen motivos para sostener en la obra de Lacan la idea de que, habitualmente,
los niños desarrollan respecto de sus padres una “neurosis de transferencia
natural”, bastante similar a la que se produce entre un paciente y su analista
(aunque esta última está lejos de poder ser considerada “natural” ya que
depende de cierto artificio que se introduce junto con el dispositivo analítico).
Encontrarán extensos desarrollos acerca de este tema, junto a las citas que
lo justifican, en mi libro “Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana
con niños”2. Aquí me interesa dejar en claro que no debemos perder de vista
cierta caída del supuesto saber de los padres...
Y digamos que esta situación pone en jaque la posición del Otro, porque el
Otro no puede sino declarar su impotencia ante estas cosas: los padres no saben
qué pasa, y tampoco saben qué hacer ante eso. Aquí encuentra su justificación el
recurso al analista, aquí se comprende que se produzca la consulta: es un intento
por devolver cierto saber a ese Otro que se presenta en la impotencia.
Y si pensamos que debajo está el lugar de la producción, de la pérdida,
podríamos preguntarnos qué es lo que produce como pérdida esta modalidad
del discurso: Lacan afirma que allí, se inscribe el S1, el significante-amo.
S
S1 lugar de la pérdida
o producción
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El niño y el Otro
Como habrán visto en el esquema, el lugar del Otro está ocupado por el
sujeto dividido. En los casos que estamos estudiando, los padres se presentan
a partir de su propia división subjetiva, confesando la ausencia de recursos,
de efectividad, de saber, lo que termina en una demanda masiva para que
nosotros, analistas, les digamos cómo tienen que actuar.
Veamos a continuación cómo se presentan los padres, teniendo en cuenta
que vamos a considerar estos modos de presentación como inscriptos aquí
arriba a la derecha (como sujeto barrado en el lugar del Otro) de nuestra matriz
discursiva.
Con respecto a los padres de Maxi, podemos decir que su madre está muy
alterada con la situación y se comporta como si padeciera de una especie de
hipomanía: pone al niño en penitencia, le acumula penitencias, se presenta en
la escuela y discute con la maestra echándole la culpa de los problemas de su
hijo, luego organiza un pijama party e invita a todos los compañeros de gra-
do de Maxi, se vuelve a enojar, lo sube a la camioneta y se lo lleva a Mundo
Marino (haciéndolo faltar para eso dos días a la escuela...), otro día le pega
un cachetazo...
Observen esta posición de la madre, porque demuestra que esta señora
“perdió la brújula”, queda bien claro que no sabe muy bien qué lógica aplicar:
primero tiene la teoría de las penitencias y luego la de las compensaciones...
Cada vez que el niño vuelve de la escuela con una observación en su cuader-
no de comunicados, ella se dirige al padre de Maxi para señalarle “Mirá, otra
vez una nota”. El padre –que trabaja por su cuenta y cuyo trabajo le permite
viajar–, responde cada vez: “No, no... No me vengas con problemas que ma-
ñana temprano tengo que irme de viaje” —y se va—. Es una presencia que no
dice nada. En el consultorio, su posición es silenciosa y al interrogarlo sale del
paso diciendo “qué se yo, yo no sé qué puedo decir”, y no dice nada.
Los padres de Franco están separados y eso dificulta aún más las cosas.
Primero cada uno le echa la culpa al otro de la situación. Luego ocurre algo
más raro: ambos afirman que la aparición sintomática sólo ocurre cuando el
niño está con el otro. Esto dura poco, es insostenible y, entonces, muestran sus
estrategias. El padre aplica la autoridad pero fracasa: lo reta con un tono de voz
muy alto, lo llama a la responsabilidad, lo obliga a lavarse los calzoncillos, lo
conmina a que se duerma. La madre hace lo contrario, aplicando una lógica de
total amor y contención. Es capaz de dormir con él toda la noche para que no
tenga miedo y relegar sus cosas por el niño. Pero tengan en cuenta que, todo eso,
es presentado como un mandato, es algo que “hay que hacer”, que “tiene que ser
así”, y nadie acepta de ningún modo reflexionar o cuestionar su sistema.
Así fue que el espacio de las entrevistas con los padres se convirtió en un
ámbito de denuncia: porque si bien asisten por separado, cuando viene él no
hace más que denunciar los movimientos y estrategias de ella; y cuando viene
ella, hace lo mismo pero respecto de él. Desde el punto de vista discursivo,
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Pablo Peusner
podría decirse que ambos se dirigen a mí como si fuera un juez –es decir,
demandándome que determine quién de los dos tiene razón–, pero hace rato
que dejaron de hablarme como si yo fuera el analista de su hijo. De hecho, ya
casi no me hablan de su hijo.
Lo más curioso está en la dimensión afectiva, puesto que ambos tienen la
total y absoluta certeza de que la culpa es del otro –la culpa de lo que sea–, y
no hay posibilidad alguna de hacer funcionar el beneficio de la duda sobre esa
posición del otro. A modo de ejemplo: él está totalmente seguro de que ella
es la responsable de los llamados que recibe en mitad de la noche (escuchan
su voz y cortan, pero no le dicen nada); ella está segura de que la casa en la
que él vive con su nueva pareja es un bien ganancial que él hizo desaparecer
del patrimonio que había que dividir. No hay manera de hacerlos dudar en
estas ideas.
a S
S2 S1
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El niño y el Otro
Una vez escrito el cuadro, Lacan dice:
“Retomo estos términos en los dos niveles, el del amo en la primera línea y el
del esclavo en la tercera línea. Completo el medio con una línea que ya había
escrito la última vez aunque de otra forma, y que concierne a la relación de
la mujer con su otro goce, tal como acabo de articularlo”4.
S1
Esclavo Amo
a S2
Mujer
4. Lacan, Jacques. Le Séminaire, Livre XVI, D’un Autre à l’autre, Seuil, Paris, 2006, p.
397 [traducción personal].
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Pablo Peusner
S1 S2
S a
Observen ustedes que se trata de una escritura muy simple, ya que incluye
sólo una flecha en el piso superior. Promediando el seminario –específicamente
en la clase VII– Lacan agregó un triángulo negro que parece funcionar como
una barrera que impide cierto tipo de relación entre los términos del piso
inferior del discurso analítico. Este triángulo sólo aparece dos veces en el
seminario (en la edición española lo encontrarán en las páginas 114 y 138)
y siempre en ocasión de introducir el discurso analítico, pero habría que ver
si es posible suponerlo en los otros discursos. Creo que es posible responder
afirmativamente a esta cuestión sólo después de considerar algunas líneas de
la séptima pregunta de Radiophonie, tal como veremos en un momento.
a S
S2 S1
S2 a
S1 S
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El niño y el Otro
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Pablo Peusner
Como ocurre casi siempre en los seminarios de Lacan, nunca se sabe bien
dónde termina uno y comienza el siguiente. Así, el seminario XVIII se inicia
con interesantes comentarios acerca de los discursos a los que Lacan califica
de “tetraédricos”. También explica en la lección introductoria del seminario,
que él podría haber diversificado mucho más la escritura de sus discursos, pero
la redujo sólo a la escritura de cuatro –le dedicaremos algo de tiempo a este
asunto un poco más adelante–. Si nos dejamos guiar por la edición francesa
del seminario titulado D’un discours qui ne serait pas du semblant, no hay
escrituras de los discursos hasta la sexta clase. En la página 101 de la edición
de Seuil, Lacan retoma al tetraedro bajo la forma del siguiente gráfico:
S1 S2
S a
“Ahí tienen el discurso del amo, como quizá se acuerden de él, caracteriza-
do por lo siguiente: que de las seis aristas del tetraedro, una está rota. Es en
la medida en que se hace girar estas estructuras sobre las cuatro aristas del
circuito que en el tetraedro se siguen –esta es una condición–, que se engan-
chan en el mismo sentido, que se establece la variación de lo que forma par-
te de la estructura del discurso, muy precisamente en tanto que ella permane-
ce en cierto nivel de construcción que es el nivel tetraédrico. Uno no podría
contentarse con él desde que se hace surgir la instancia de la letra. Es incluso
porque uno no podría contentarse con él, que al permanecer a su nivel, hay
siempre uno de esos lados de lo que hace círculo, que se rompe”7.
36
El niño y el Otro
37
Pablo Peusner
“… en todos los casos podrán, por la supresión de uno de los lados, obtener
la fórmula por la cual esquematicé mis cuatro discursos: que es la propiedad
de uno de los vértices, a saber la divergencia, pero sin ningún vector que llegue
para nutrir al discurso sino inversamente; del lado opuesto, ustedes tienen este
trayecto triangular”9.
Nosotros deberíamos ahora reemplazar los puntos negros que ocupan los
vértices, por las letras del álgebra lacaniana de los discursos: , , y . Y, en
función de las primeras escrituras que realizamos partiendo de nuestros casos
clínicos, convendría trabajar con la misma presentación que introdujimos para
leerlos, es decir con el discurso analítico.
a S
S2 S1
38
El niño y el Otro
Este verano tuve ocasión de leer el libro del psicoanalista francés Marc
Darmon, titulado Essais sur la topologie lacanienne, que podríamos traducir
como “Ensayos acerca de la topología lacaniana”. Es un libro con varios ensayos
acerca de cuestiones topológicas y matemáticas que abordó Lacan. Uno de
los capítulos está dedicado a los discursos, y allí Darmon presenta una lectura
de este gráfico que nunca había sido destacada, que yo sepa, por ningún otro
psicoanalista. Traduzco de la versión francesa:
Costa
Isla a Isla b
Costa
10. Darmon, Marc. Essais sur la topologie lacanienne, Éditions ALI, Paris, 2004, p.347
[traducción personal].
39
Pablo Peusner
Tierra
Isla a Isla b
Tierra
Quizás no les interese mucho este asunto pero, para los más curiosos,
conviene decir que un vértice es “par” o “impar”, según sea par o impar el
número de arcos que llegan a él.
Entonces, dado el problema inicial, Euler descubrió que no se puede hacer
el trayecto, comenzando y terminando en el mismo punto, si la gráfica sólo
contiene vértices pares. Así es como comienza a descubrir propiedades de estos
grafos, más allá del problema de los puentes de Königsberg, iniciando todo el
despliegue de la teoría de los grafos...
Bueno, sigo la pista de Darmon, aunque él no lo diga todo. La referencia que
nos propone, es la clase que ya citamos de “El saber del psicoanalista”. Leo:
11. Ibidem.
40
El niño y el Otro
“El interés de esta disposición es el de definir –por una parte– un lugar que
es sin retorno, aquel de la verdad, y –por otra parte–, tres lugares que forman
un circuito”12.
a S
S2 a S S1
S2 S1
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Pablo Peusner
42
El niño y el Otro
articulación está puesta en marcha por algo que, desde el lugar de la verdad,
resulta inalcanzable para cualquiera de los operadores. Se trata del saber en
el lugar de la verdad: alguna verdad articulada como cadena significante, que
resulta inalcanzable si entramos en el juego del circuito…
En fin, a pesar de no haber escuchado nunca a ningún psicoanalista
proponer esta escritura de los discursos bajo la forma de grafos, creo que hay
una ganancia en esta presentación: es como reinventar la escritura de los
discursos. O sea, siguen siendo los discursos de Lacan —porque respetamos sus
articulaciones y sus operadores—, alcanzamos el objetivo de poder ver cada vez
con mayor nitidez qué lugar ocupa la verdad en los casos de nuestra clínica.
Aquí surge un problema agregado sobre el que me gustaría que
reflexionáramos, porque habitualmente nosotros entendemos en forma muy
directa que es el analista quien debe encarnar el supuesto saber en el análisis
(no digo que esa idea sea incorrecta, sino que tendemos a comprenderla muy
rápidamente). No sólo pensamos así sino que aparte afirmamos con mucha
seguridad que, por ejemplo, los perversos no se analizan porque ellos “saben”,
y entonces no establecen transferencia con el analista… Ahora bien, ¿y los
niños? Porque si ustedes creen en serio en la propuesta de Lacan articulada
con esta relectura que les propongo de que la posición de efecto de rechazo del
discurso enmascara un saber en el lugar de la verdad, entonces entraríamos en
disputa con el saber del niño. Y de hecho… ¿no se afirma que los niños son
perversos polimorfos? O sea que son perversos, entonces... ¿cuál es su relación
al saber? Tal vez muchos de los analistas que han decidido retroceder ante los
niños lo hayan hecho porque descubrieron este problema, intentaron resolverlo
y no pudieron: le disputaron el saber al niño y salieron perdiendo.
Creo que, al menos, habría que reflexionar un poco si este modo de
presentación de un niño en la clínica no es una forma de perversión –digo, ya
que la perversión es “polimorfa” y entonces se presenta de diversas maneras–
que no es igual a las clásicas y divertidas maneras de entender los primeros
contactos del niño con la sexualidad. Es algo que está muy extendido en la
infancia, no hace falta estar en el consultorio para tomar contacto con eso,
es posible verlo todo el tiempo en las escuelas, en los cumpleaños, en las
reuniones familiares: niños situados de manera tal que producen la división
subjetiva en el Otro.
Es una posición frecuente, está en el discurso social la idea de la crueldad
de los niños. ¿Cómo se la justifica? Curiosamente, por la verdad. “Los niños
son crueles porque dicen la verdad” —se escucha por allí—. Es decir que, aun
desde el discurso social, desde lo que se dice en la cultura, ya está planteada
cierta relación entre el niño y la verdad que deja pasmado al Otro, que lo
divide y que –una vez que atravesó el enojo y verificó lo inútil del recurso a la
autoridad– cae preso de la angustia.
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Pablo Peusner
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El niño y el Otro
III
Del ADHD
al discurso universitario
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Pablo Peusner
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El niño y el Otro
Está aplastado, pero tiene miedo. Se trata de una conducta que a ellos se les
sale del patrón. Lo curioso es que si ustedes buscan en un diccionario qué es
el miedo, la primera palabra que aparece es ‘inquietud’. Es paradójico, pero se
trata de una especie de retorno de la inquietud bajo la forma del miedo en un
niño medicado para que se quede quieto, para que no sea inquieto. El motivo
de consulta da cuenta en forma directa de una falla de la medicación.
Les voy a contar qué impresión me dio la presentación de esta señora y
qué escuché más allá de la presentación. Supongan que ustedes tienen un
problema con el auto y, entonces, lo llevan al mecánico. Uno puede decirle
al mecánico que el vehículo está haciendo un ruidito “ahí”, o que se enciende
una lucecita en el tablero que no debería encenderse, o que el motor se para...
En tales casos el mecánico nos presentará un diagnóstico del problema que
puede llevarnos a preguntarle “cómo ocurrió eso”, cómo fue que se rompió
tal cosa, por qué cierto mecanismo dejó de funcionar... Ahora bien, también
puede ocurrir que alguien llegue diciendo “el auto no enciende y es porque las
patitas que sostienen los carbones del burro de arranque se han desprendido.
Arréglelas”. Curioso diagnóstico, ya que si uno no saca el burro de arranque y
lo abre, eso resulta imposible de ser visto...
Yo tuve la impresión de que esta señora me traía a su hijo como quien lleva
el auto al mecánico y le dice al mecánico lo que tiene que hacer con el auto.
Esta señora me traía a su hijo con un problema respecto del cual ella sabía
perfectamente lo que había que hacer. Soy consciente de que para presentar
esto he comparado a un niño con un auto, pero es exactamente la idea que
les quiero transmitir: la de un mecanismo que debe funcionar aceitadamente,
pero no tiene margen alguno para la particularidad.
Analicemos un poco la posición de Lucio puesto que él es efecto de un
discurso, a diferencia de los niños de nuestra última reunión que encarnaban
el efecto del rechazo del discurso. En este caso les propongo que él es efecto
de discurso: hay un discurso que funciona de manera tal que este niño queda
en un determinado lugar como “efecto”. Les diría que a diferencia de los chicos
con los que trabajamos la última vez, que casi no hablaban, que tenían esas
técnicas para encogerse, para taparse los oídos, para empezar a hablar como si
fueran bebés, este habla mucho y dice muchísimas cosas, algunas de ellas muy
interesantes. La primera que dice es que no quiere tomar más la pastilla.
Y hablando con este chico –que les propongo situar como efecto de un
discurso– da la impresión de que su síntoma –entendiendo al miedo como el
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Pablo Peusner
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El niño y el Otro
3. V. Peusner, Pablo. “El sufrimiento de los niños”, JVE editores, Buenos Aires, 1999.
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Pablo Peusner
S2 a
S
Ahora bien, el niño quedaría colocado allí si y sólo si aceptara ser explotado
en el sistema que se le propone, de hecho ese lugar es el lugar del esclavo, del
que trabaja. En este caso, es la existencia de ciertos enunciados que se escriben
como un saber () los que intentan ponerlo a trabajar para que coincida con
el modelo que se espera de él. El asunto es que el chico rechaza esa posición.
Y cuando rechaza eso, da la impresión que lo mejor que puede hacer para
reinstalarse en el sistema es producir un síntoma –representado por el abajo
a la derecha–, que le permite cierto recupero de su dimensión subjetiva.
Creo que podemos afirmar que todo el sistema le propone a este chico un
trámite: ir a la escuela, aprobar todos los exámenes, irse a dormir en un horario
establecido, viajar solo en colectivo... Y si digo “un trámite”, es porque dichas
acciones le son impuestas sin una explicación, sin ningún argumento que lo
sostenga. Lucio no acepta cumplir con las condiciones de dicho trámite y
produce una respuesta subjetiva en términos sintomáticos. Su síntoma, insisto
que utilizo “síntoma” en un sentido un poco amplio, no resulta para nada
acorde a fines: un miedo raro, irracional –tengan en cuenta que este chico
comprende perfectamente lo infundado de su temores y sabe que nadie lo
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El niño y el Otro
S2 a
S
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Pablo Peusner
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El niño y el Otro
Sólo nos quedaría escribirlo con el grafo que hemos propuesto para
reescribir los discursos.
“El mito del Yo ideal, del Yo que domina, del Yo por el cual al menos algo
es idéntico a sí mismo, a saber el enunciador, es muy precisamente lo que
el discurso universitario no puede eliminar del lugar en que se encuentra su
verdad. Irreductiblemente, de todo enunciado universitario (...), surge la Yo-
cracia”4.
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Pablo Peusner
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El niño y el Otro
Para realizar tu pregunta, vos producís un corte entre las personas: la madre o
el niño. Lo que yo propongo es que se abra un enigma en el asunto, sin importar
tanto las personas. El enigma las afectará, seguramente, en diferente medida a
cada una. Lo interesante del enigma es que exige un desciframiento.
Yo introduje una pregunta en este sistema familiar. En una entrevista en la
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Pablo Peusner
que también estaba Lucio, les pregunté: “¿Es necesario salir con los tapones
de punta?” (supongo que conocen esa expresión que proviene de la jerga del
fútbol). Lucio, sentado frente a mí, se reía. La madre nos miraba a mí y al
marido alternativamente sin entender lo que yo había dicho. Y el padre del
muchacho me miraba encogiéndose de hombros... Ellos no sabían qué les estaba
preguntando. Fue una intervención por el lado del sinsentido. La frase tiene
un sentido, es sencillo saber qué quiere decir “salir con los tapones de punta”
(ser muy agresivo, estar en plena posición de ataque), pero introducida en el
sistema, circula y nadie sabe muy bien qué quiere decir. Mientras tanto, Lucio
ya les planteó a los padres que no quiere tomar más la pastilla, que a fin de mes
la deja… Es genial, ¡cumple con el procedimiento de regirse por el calendario!
¿Por qué no deja de tomarla hoy? La madre sabe que tiene quince días para
ver qué hace. El padre viene a mi consultorio, se queda diez minutos en la sala
de espera y abre la notebook. Me pregunto qué hace, ¿tanto vale su tiempo?
Ante todo eso, hay que animarse a trabajar con el sinsentido para que
aparezca el enigma.
56
El niño y el Otro
IV
El amo y el analista
Hoy quisiera retomar con ustedes algo que trabajamos en nuestra primera
reunión y articularlo con los inicios en los casos de clínica con niños. Me
interesa este tema porque, en ocasiones, el modo en que el analista se posiciona
en el inicio determina todo lo que seguirá. Tengan en cuenta que Lacan destacó
el carácter “anticipatorio” del significante y por eso, resulta tan importante
el modo en que se planteen las cosas desde el inicio. Considero que son
cuestiones que hay que tener pensadas, reflexionadas... Por supuesto que será
imposible estar preparado para todo lo que pueda ocurrir en las consultas,
pero hay un gran abanico de problemas que se sortean mucho mejor si hemos
problematizado ciertos temas.
Entonces, quisiera retomar algo de lo que vimos en nuestra primera reunión,
que es la escritura de un significante aislado, autorreferencial.
Les presenté en aquella ocasión un con una flecha que se dirige hacia sí
mismo, proponiéndoles que, en numeras ocasiones, suele ser la estructura de
lo que se llama “motivo de consulta”.
Cuando nosotros recibimos un caso no recibimos una demanda, lo que
recibimos es un motivo de consulta, un pedido –aunque a veces nuestra lengua
57
Pablo Peusner
Les quiero proponer un material clínico que me fue aportado por una
colega. Se trata de un niño de seis años cuyo nombre es Genaro, que padece
un síndrome físico pariente de la hemofilia que le ocasiona dificultades en
la coagulación de la sangre. Su madre cuenta que la enfermedad que el
niño padece lo pone en riesgo ante cualquier tipo de actividad física. Pero el
problema que es presentado como motivo de consulta es que Genaro no se
cuida y no quiere aceptar las restricciones que sus padres le exigen para que
la enfermedad no se manifieste. El niño tiene prohibido jugar al fútbol, ir de
campamento, visitar compañeros, ir al parque de diversiones, ir al pelotero...
en fin, cualquier lugar donde se desplieguen actividades físicas en las que
pueda lastimarse. Cabe aclarar que el niño toma una medicación para esa
enfermedad, y también sus padres disponen de otra medicación por si acaso
llegara a lastimarse. O sea, que no va a morirse desangrado si se lastima, tardará
un poco más en coagular la sangre, pero nada más.
Obviamente, el caso se abordó por el sesgo de lo que ellos plantearon como
un problema de descuido, y la analista les preguntó:
—¿Por qué piensan ustedes que Genaro no se cuida?
—“Bueno, porque él no entiende que tiene un síndrome” —respondieron
sus padres.
—¿Y qué se les ocurre con eso? —insistió la analista, intentando llamar al
otro significante—.
—“Y bueno... que es chiquito y no entiende lo que le pasa, entonces no se
cuida”.
—¿Y desde cuándo detectan ustedes que no se cuida? —vuelve a probar la
analista—.
—“Y... desde que descubrimos que tiene el síndrome”.
Se dan cuenta de que el diálogo se torna difícil, puesto que quedan como
pegados al problema y no pueden desplazarlo hacia otra cosa. Entonces,
aquí se verifica el funcionamiento autorreferencial del y la imposibilidad
espontánea de ligarlo con un . Esto puede tornarse una verdadera pesadilla
para el psicoanalista, puesto que todo el diálogo que he citado ocurrió en tres o
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El niño y el Otro
cuatro minutos y luego aparece ese silencio incómodo que frecuentemente suele
ser interrumpido por nuestros interlocutores pidiéndonos que le preguntemos
algo. Aquí los psicoanalistas más duros creen enfrentarse a una demanda que
no deben satisfacer. Se equivocan. Lacan nos dio una valiosísima indicación
clínica al vincular ambos significantes con una flecha. Y esa es la maniobra que
debe encarnar el analista: debe favorecer la instalación de la flecha, él mismo
debe convertirse en esa flecha si el caso así lo exigiera.
S1 S2
Este lugar al que conduce la flecha, es el lugar del Otro, o de lo Otro. Allí hay
que habilitar ciertas cadenas significantes que nombramos , vale decir un texto
que permita abrir Otra cosa —Lacan siempre recordaba la expresión eine anderer
Schauplatz, la otra escena, que Freud había tomado de Fenichel para nombrar al
inconsciente—. Nosotros bien sabemos que ese texto que se abre en el Otro es el
inconsciente, puesto que el inconsciente es el discurso del Otro.
Entonces, podemos afirmar que el planteo inicial está claro, ya sabemos lo
que le pasa al niño, ya dijeron por qué lo traen a la consulta, y ahora...
–Cuéntenme, ¿ustedes cómo se conocieron?
Puede ser que a los padres del niño, esta pregunta les resulte un poco extraña.
Quizás estén pensando... “¿pero qué me esta preguntando? ¿Qué tiene que
ver lo que me preguntó con el problema que le hemos planteado?”. El punto a
tener en cuenta es que si las preguntas están bien hechas, si uno da muestras de
saber lo que está haciendo, si uno no duda y se mantiene firme en la posición,
ellos podrían llegar a pensar: “Okay, esto no tiene nada que ver, pero si me lo
pregunta seguro que por algo será. Voy a responder...”. Y así se establece un
circuito que dista mucho de la idea del “psicoanalista muerto” –que es una
idea muy específica y que no quiere decir que haya que permanecer callado,
duro y sin emitir palabra–.
Produciendo esta operación sobre la flecha se pone en movimiento la
acción clínica por excelencia, ya que a partir de las respuestas que pueden
obtenerse es posible repreguntar. No hay que tenerle miedo a preguntar, es la
única manera para que comience a aparecer el texto del sujeto. Conforme esto
vaya ocurriendo, notarán que el motivo de consulta comienza a disolverse en
favor de alguna otra cosa. Por ejemplo, en este caso, el padre y la madre de
Genaro no están para nada de acuerdo en el modo de plantear las cosas. El
padre, que también padece la misma enfermedad pero se enteró después de
habérsela detectado a su hijo, dice que la madre es una exagerada porque no
deja que su hijo haga nada de lo que hacen los niños de su edad. De hecho,
él es grande, padeció la enfermedad desde niño, nunca lo supo, y en su niñez
hizo todo aquello que hoy ella no deja que haga Genaro. Ella, por el contrario,
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Pablo Peusner
S1 S2
S
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El niño y el Otro
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Pablo Peusner
logran ir más allá del motivo de consulta y habilitar ese otro saber, el efecto que
se produce es de alivio. Cuando pueden aceptar que quien les está preguntando
cosas sabe por qué se las pregunta, sienten un alivio enorme. ¡Ni les digo cuando
uno acierta con las preguntas que hace! (Recuerdo que hace un tiempo me
consultó una pareja, él tenía dos hijos de un matrimonio anterior y ella no tenía
hijos. Convivían todos juntos con gran armonía hasta que un día el hijo mayor
de él comenzó a agredirla con mucho enojo. Como el relato era muy medido y
tenían mucho miedo de hablar, le pregunté a ella si acaso estaba embarazada.
¡No se imaginan lo pálida que se puso! Estaba embarazada de apenas dos meses
pero, según confesó después, había omitido decírmelo cuando me presentó el
problema porque pensó que no se trataba de un dato relevante...).
Luego de cierto trabajo, el sujeto –también podemos decir “el asunto”–
aparece y el analista enfrenta la decisión de elegir por dónde abordarlo. Ahora
bien, observen ustedes que la aparición del asunto es imposible si el analista no
lo hace aparecer. Es el analista quien sitúa los cortes y establece una dirección.
Sin el analista allí, este sujeto, este asunto, no hubiera aparecido nunca. Aquí se
justifica nuestra diferencia entre motivo de consulta y asunto –o sujeto– a partir
de la posición del analista: el motivo de consulta está desde el inicio del proceso,
incluso puede ser enunciado en presencia de distintos tipos de profesionales,
lo que resulta evidente en los casos que llegan al hospital y, por ejemplo, pasan
por una admisión. Pero el sujeto no está de entrada, es un resultado, no es un
dato inicial, hay que producirlo, y para eso hace falta que haya un analista y
que, por supuesto, esté en el lugar indicado. Cuando el analista produce los
cortes necesarios sobre ese asunto, aparece una nueva cadena significante a
la que Lacan llama “saber”. Y esta nueva cadena, este saber, comienza a darle
cierta racionalidad al estado de cosas del asunto. Así es que establecer cuál es el
asunto y encontrarse con un nuevo saber que le brinda racionalidad, relanza el
ciclo para intentar que el asunto responda a la pregunta por la satisfacción que
se está jugando en el circuito, pero que el circuito no logra decir del todo.
En el caso es curioso pero esta madre insiste en que su hijo debe estar
enfermo: así fue que intentando destaparle el oído le perforó el tímpano.
También logró que un neurólogo lo diagnostique como ADHD y lo medique...
Y el padre, que sin embargo opina diferente, no interviene para detener esta
locura. Podemos suponer que él también obtiene alguna satisfacción de la
posición de su mujer...
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El niño y el Otro
2. v. Soler, Colette. El anticapitalismo del acto analítico (2004), en “¿Qué se espera del
psicoanálisis y del psicoanalista”, Letra Viva, Buenos Aires, 2007, p. 211 y ss.
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El niño y el Otro
1. Lacan, Jacques. Le séminaire, Livre XVIII, D’un discours qui ne serait pas du semblant,
Seuil, Paris, 2007, p. 9 [traducción personal].
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Pablo Peusner
, salvo que cometa un lapsus de escritura y escriba una “Z” en lugar de una
“S”, no hay posibilidad de equívoco. Al usar las letras se elimina la dimensión
del equívoco significante.
La particularidad es que como la operación que genera a los cuatro discursos
es una rotación dextrógira, lo imposible de ocurrir es que el orden correlativo
de los significantes se altere. Esto quiere decir que la matriz siempre permanece
inalterada. Si partiendo del discurso del amo realizamos el cuarto de vuelta,
rotarán los cuatro términos, o sea que no se producirá la modificación en el
lugar de ningún término más allá de la rotación.
Si estudiamos esta lógica podemos volver a decir que con ella se trata de
determinar un imposible a través de una escritura. Es un modo de escritura
el que determina que algo se presente como imposible. Si a ese imposible lo
llamamos “lo real”, entonces mediante una escritura que es simbólica, aunque
no necesariamente significante ya que se trata de letras, estamos creando y
determinando un real. La primera conclusión que les propongo es que este tipo
de real es el real con el que operamos en el psicoanálisis: un real generado y
producido por una escritura simbólica.
Hay otros tipos de real. Sin duda, una piedra en el planeta Venus es un real,
pero ese no es el real del psicoanálisis. El real del psicoanálisis se produce a
partir de lo simbólico. Es decir, puesto que la escritura simbólica determina
una específica correlación de lugares y términos, esa correlación determinada
no puede alterarse, es imposible, y por lo tanto determina un real.
Esta es la primera idea que me parecía importante señalar: los discursos
articulan algo de lo real. En la teoría de los cuatro discursos está presente
lo simbólico en la oposición de los términos y en la correlación de los
lugares. También está presente lo imaginario, ya que hay un gráfico que se
puede modificar mientras se conserve la estructura simbólica y el punto de
imposibilidad. Entonces, podemos decir que lo real de los discursos es el
imposible que los mismos discursos determinan.
Si extendemos un poco nuestro ejercicio de pensamiento y lectura de la
teoría de los discursos, podemos suponer diferentes niveles para pensar lo real
en los discursos. Hay un nivel muy básico, que exige necesariamente considerar
la posición enseñante de Jacques Lacan. Fue Lacan quien eligió los términos y
los lugares para escribir los discursos, produciendo que sea imposible que esos
términos y esos lugares sean otros de los que son. Cuando Lacan elige , ,
y a, y cuando elige como nombres de los lugares “agente”, “Otro”, “verdad”
y “producción”(aunque esos nombres fueran variando), deja de lado y torna
imposible producir otros. Tenemos, entonces, un nivel de imposibilidad aquí.
Es imposible escribir un discurso con las letras y los lugares que Lacan no
estableció. En la maniobra simbólica de producir un recorte en todo un campo
teórico, Lacan ya está creando su propio real.
Pasemos ahora a otro problema en el que también podemos leer cierta
incidencia de lo real en la teoría de los cuatro discursos. Para ello, debemos
66
El niño y el Otro
Asistente: ¿Dieciséis?
Hay un nivel más para seguir pensando la incidencia de lo real en los cuatro
discursos, pero para poder verlo con más claridad es necesario que trabajemos
con la otra presentación de los discursos que es el tetraedro vectorizado al
que se le extrae una arista, que trabajamos en el seminario de Lacan Le savoir
du psychanalyste. Se trata de una presentación que decidimos cambiar y
transformar en un grafo, a partir de una indicación muy puntual del psicoanalista
francés Marc Darmon. Voy a dibujar ambas presentaciones, poniéndole letras
a los vértices para que la comparación resulte más intuitiva y sencilla.
a
b c
b c
a d
d
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Pablo Peusner
verdad
agente Otro
producción o resto
Para Lacan en el discurso hay Otro. Y este Otro se hace presente aportando
un lugar en el circuito: se trata de un circuito que no tiene principio ni fin,
aunque Lacan propone que el punto de incidencia en el circuito está dado por
el agente, que es el término que lo pone en movimiento. Entonces, el discurso
está determinado desde el lugar de la verdad, pero se pone en movimiento a
partir de la acción del agente.
Quisiera invitarlos a “leer” conmigo esta escritura. A intentar producir ideas
teóricas que se desprendan de esta manera de escribir los discursos.
Entonces, con el grafo, creo que podemos afirmar que partiendo de esta
escritura es posible ver con claridad que la verdad es no-toda. Hay una
incidencia de la verdad sobre el sistema, pero el sistema no puede volver ahí.
Que ninguna flecha conecte al circuito con la verdad, se puede leer como que
no hay ninguna posibilidad de que ese sistema alcance para decirlo todo. Es
una primera idea de la que conviene ver sus incidencias en la clínica. Si no
existe toda-la-verdad, el sujeto puede sentir algún respiro en la moderación
de cierta exigencia para decirla toda (lo que se conoce como el ideal cínico de
la parrhesía). Si uno parte de saber que toda-la-verdad no se puede decir, la
68
El niño y el Otro
exigencia de decirla cae por su propio peso. Quizás alguna vez hayan visto gente
sufriente porque dice que no puede hacer algo que, en realidad, es imposible
hacer. Así, transforman algo imposible en una impotencia personal. Pero si el
sujeto asume que la verdad es no-toda eso da un respiro, en el sentido de que
la prosecución de la verdad puede ceder un poco en la demanda que tiene,
incluso en el análisis.
También hay una ganancia para el analista en todo esto. Si la verdad es no-
toda, no hay ninguna interpretación que diga toda-la-verdad. Si uno puede
asumir que la verdad está determinando el sistema desde una posición tan
particular, no hay forma de alcanzarla plenamente desde el circuito. Lo único
que hay que hacer es el recorrido, hay que dar vueltas... Los cuatro discursos
presentan dos tipos de movimiento: una rotación interna, la del circuito (que
sólo se ve cuando el discurso se escribe como un grafo), y una externa que
es el operador, el giro dextrógiro de un cuarto de vuelta. Nunca un análisis
transcurre en un solo discurso. El análisis va pasando por diferentes momentos
y en esos momentos se introducen diferentes discursos. Aún dentro de cada
discurso, una vez instalado hay una cierta dinámica. Nuestra escritura, creemos,
es la más apta para mostrar ese movimiento, para dar cuenta de esa dinámica
propia del circuito. A su vez este modo de escribir el discurso genera un espacio
que antes no se veía con tanta claridad... Mientras el discurso gira, se produce
ese espacio intermedio entre los términos que conforman el ciclo del agente-
Otro-producción. En la escritura clásica de los discursos ese espacio no se ve.
Puesto que la verdad queda como algo real, como algo imposible de alcanzar
desde el discurso, se hace necesario poner en marcha un modo de intervenir
sobre lo real. El psicoanálisis es una praxis que, con lo simbólico, opera sobre
lo real. Nosotros, analistas, con nuestro trabajo a través del significante y sus
sucedáneos –juego, dibujo, modelado–, producimos efectos sobre lo real.
La teoría de los cuatro discursos fue desarrollada por Lacan entre los
Seminarios 16 y 18. Y la verdad es que como presentación teórica era realmente
muy operativa, muy rigurosa y, podríamos decir, casi cerrada.
Pero en el año 1972, con ocasión de dictar una conferencia en la ciudad
de Milán titulada justamente Del discurso psicoanalítico, escribió un quinto
discurso: el discurso del capitalista. Fue la única vez que habló del tema, y la idea
del discurso capitalista se convirtió en un hápax. Pero produjo un movimiento
muy difícil de subsumir en la teoría de los discursos que, en ese momento,
estaba considerada “cerrada”. Decía Lacan en esta conferencia de 1972:
69
Pablo Peusner
decir, un mejor uso del significante como uno, tal vez habría estado, pero ya
no será porque ahora es demasiado tarde”2.
Lacan afirma que habría que haber utilizado al significante como uno,
como , pero que ya es demasiado tarde porque no se siguió la enseñanza de
Freud.
“La crisis no es del discurso del amo, porque la del discurso capitalista la
sustituye y está abierta”3.
Entonces, propone una sustitución del discurso del amo por el discurso
capitalista.
“No les digo en absoluto que el discurso capitalista sea débil, al contrario, es algo
locamente astuto. Muy astuto pero destinado a reventar. En fin, es el discurso
mas astuto que jamás se haya tenido, pero está destinado a reventar porque es
insostenible. Es insostenible mediante un juego que podría explicarles, porque
el discurso capitalista está allí. Vean. Una pequeña inversión simplemente
entre el y el que es el sujeto es suficiente para que todo marche sobre
ruedas. Eso no podría ir mejor. Pero justamente eso marcha así, velozmente a
su consumación. Eso se consume, se consume hasta su consunción”4.
Les quiero proponer dos o tres ideas. La primera idea es que hay algo del
discurso del amo que es reemplazado por el discurso capitalista. Uno puede
escapar del discurso del amo. Esto se verifica a lo largo de la historia, puesto
que cada tanto hubo una sublevación de los esclavos. Entonces, del discurso
del amo hay escapatoria. El discurso del amo se plantea ofreciéndole a los
esclavos ser amo. La única condición es arriesgar la vida en la lucha a muerte
por el puro prestigio. El que arriesga la vida a muerte es amo. La dialéctica
del amo y del esclavo propone una situación de lucha, pero es una lucha que
nunca se realiza. El amo tiene el dispositivo y el esclavo tiene el saber y el
goce. El amo no goza. El amo, dice Lacan, lo único que quiere es que la cosa
funcione y nunca queda dividido por el objeto del deseo.
El problema está en el discurso capitalista. Lacan dice que el discurso
capitalista es astuto y marcha, funciona. Funciona velozmente hasta su
consumación, se consume. Es un chiste, porque el capitalismo propone que hay
que consumir. Lacan plantea que está destinado a reventar. Propongo tomar
en serio esta indicación y ver si la podemos trabajar con los discursos.
Encontramos un primer inconveniente en función de lo que habíamos
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VI
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“Los padres de Gabriel están separados hace cuatro años de una forma muy
conflictiva. El padre es contador, y ha formado nueva pareja con una mujer
que tiene un hijo de un matrimonio anterior de la misma edad que Gabriel,
pero que va a otro colegio. El año pasado tuvieron a Marcos que ahora tie-
ne un año y medio.
La mamá de Gabriel es médica. Trabaja para una institución, tiene consultorio
particular en su casa y tiene una ambulancia que le alquila a una empresa de
emergencias. Está en pareja con un hombre que tiene tres hijos de matrimonios
anteriores. Su relación con este hombre está sostenida en que él depende
económicamente de ella –de hecho, es el chofer de la ambulancia–.
Al momento de la separación, la mamá de Gabriel estaba embarazada y,
aparentemente, en una situación de forcejeo y violencia perdió el embarazo.
La actual mujer del padre es contadora igual que él y conocida de la familia,
de hecho ambas familias solían hacer programas juntos. La madre de Gabriel
no ha podido procesar esta separación. Ha circulado por diversos psiquiatras y
psicólogos pero no sostiene ningún tratamiento. Sólo toma medicación. Trabaja
muchísimas horas por día, y cuando Gabriel está en su casa se queda con una
empleada y su actual pareja, con quien se lleva bastante mal. Al principio de
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las consultas el niño refería que este hombre le pegaba en la cabeza a espaldas
de la madre. Se produjeron algunos encuentros entre el padre y el padrastro
para aclarar las cosas, llegando a la conclusión de que Gabriel a veces miente
o agranda las cosas.
El padre parece tener todo más organizado, hay horarios en su casa y allí
Gabriel se maneja solo y juega con su medio hermano, con quien se lleva
muy bien. Con la nueva esposa de su padre también se lleva muy bien y le
hace caso. El padre se describe como ‘duro’ con su hijo y sostiene que le pone
límites; pero la madre afirma lo contrario: es decir, ella no puede decirle que
no a nada.
Como dato adicional, Gabriel padece de episodios de asma.
Tiene muy buen vínculo con sus abuelos, tanto paternos como maternos”.
“La empleada es una chica que proviene del Paraguay y que no sabe leer.
No obstante, la madre de Gabriel le deja notas diciéndole lo que tiene que
hacer. Ella tampoco entiende el reloj analógico (o sea, el de agujas), por lo
cual suele complicarse con los horarios (parece que, por suerte, descubrió que
encendiendo el televisor puede ver la hora de forma digital). Las dificultades
siguen porque en la calle se pierde, ya que no conoce la ciudad... Es decir que
cuando esta chica debe llevar a Gabriel a la consulta, o llega muy tarde (tres
turnos después), o muy temprano (a veces, horas). Y Gabriel reconoce que
tiene mucho miedo de que ella se olvide de venir a buscarlo después...
Cuando asiste a la consulta con el padre, en cambio, es muy puntual”.
“Gabriel es un niño de estatura baja para su edad, muy menudito, que usa an-
teojos con muchísimo aumento. Se lo ve tímido pero rápidamente arma buen
vínculo conmigo. Invitado a jugar no logra elegir nada para hacerlo, cuando
lo invito a dibujar se niega. Sólo unas entrevistas después acepta dibujar, pero
por no poder decidirse a qué jugar. Al principio, pensé que se trataba del tipo
de juguetes que le estaba ofertando, pero luego observé que lo que él quería
era que yo decidiera con qué jugar para poder complacerme”.
En cierta ocasión, dice la analista, suena el timbre: era el padre que lo venía
a buscar. Gabriel se angustió y le contó a la analista que el novio de su madre
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le pega cachetadas cuando la mamá no está y que, cuando el tipo pasa por
detrás suyo, le da un golpe en la nuca y sigue caminando.
Otro párrafo:
“Se concreta una entrevista con el padre y su actual mujer. Este hombre tiene
un modo bastante exigente de solicitar respuestas o recetas para actuar con
su hijo. La esposa es más reflexiva y lo interroga sobre algunas cuestiones, lo
que me dio pie para indagar por su infancia, aunque se las arregló para no
decir demasiado.
La entrevista con la madre no se concretó. Tampoco aquélla a la que iba a
asistir con su novio”.
En todo este contexto, la analista siguió encontrándose con este niño. Hacia
el final del año escolar el boletín vino bien, los padres desplazaron el hacer
las tareas con él a una maestra particular. La psicopedagoga del colegio refirió
mejorías notorias en la integración de Gabriel al grupo, aunque notó las mismas
dificultades que la analista en los modos y manejos de sus padres.
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Hasta aquí cierto recorte del caso. Cuando recibí el texto de este caso
para supervisar, el problema planteado fue cómo detener el avasallamiento
de estos padres. Es una pregunta que exige un recorrido para ser respondida.
Emprendamos ese recorrido, y abordemos ciertas cuestiones en función de lo
que podría denominarse “una clínica del discurso universitario”. Para recordar
cómo funciona este discurso, voy a escribirlo en la pizarra en su forma clásica
del Seminario 17, y también con nuestro grafo.
S2 a
S1 S
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Hay otro ideal que también esta caído que es el que podría resumirse en
la fórmula “queremos para nuestro hijo lo que él quiera”. Si bien es cierto que
es un ideal difícil de sostener, me da la impresión de que, en este caso, no está
planteado el “lo que él quiera”, sino más bien “lo que nosotros queramos”. Está
muy clara cierta voluntad de funcionamiento de los padres y, si acaso, fuera un
ideal “tratar de mantener cierta comunicación después del divorcio puesto que
hay un hijo de por medio”, ese ideal también ha caído, porque ellos se llevan
muy mal. No sólo se llevan mal sino que no soportan verse y, por ejemplo, la
madre no soporta que el padre nombre a su nueva mujer, siendo que antes del
divorcio ellas eran amigas.
Indart propone un elemento más al afirmar que tampoco hay “anudamiento
del amor imaginario”. Esto es más complicado porque si no hay anudamiento
del amor imaginario, o sea, si la relación imaginaria no puede ser connotada
como una relación amorosa, queda fatalmente reducida a la tensión de la
competencia. ¿Cómo es la competencia? Si el otro califica, yo descalifico
y si yo descalifico, el otro califica. En esta tensión imaginaria siempre gana
uno. La relación especular imaginaria es una relación de absoluta tensión:
basta incluir en ella un objeto para que ese objeto quede de un solo lado y se
produzca una lucha fatal por obtenerlo... O sea, si el objeto queda del lado
del otro, el sujeto va por el objeto que está en el otro y viceversa. Ahora, en
esa misma articulación uno puede colocar la relación de tensión imaginaria
agresiva o puede contenerla en un marco de amor. De esta manera es un poco
más soportable que el otro tenga lo que yo no tengo, porque el amor enmascara
mi falta y hasta puede introducir la fantasía de compartir ese objeto.
¿Vieron alguna vez a dos niñitos peleando por un muñeco? ¿Prestaron
atención a lo que ocurre si, para evitar la pelea, uno intenta agregar otro
muñeco? No lo quieren, quieren ese por el que peleaban inicialmente. Uno
puede decir “tomá, uno para vos y otro para vos”. Eso no funciona, porque los
dos quieren el mismo. Extrapolen esa situación al mundo de la gente un poco
más grande. ¿Qué ocurre si tu cuñada se compra una casa en un country?
Allí la lucha es a muerte, salvo que mediante el semblante del amor, alguien
pueda llegar a sugerir la idea de que es bueno tener una casa grande allí como
para poder compartirla con toda la familia... En ese caso, quizás, la situación
se torne un poco más soportable.
El padre y la madre de Gabriel están en esa situación. O sea, están en una
lucha, si quieren, a muerte. Observen ustedes que también están en esa lucha
a muerte contra el colegio –aunque en ese caso hagan uno para enfrentarlo–.
También hay un enfrentamiento similar entre la madre y la terapeuta anterior
del niño, o entre la madre y Gabriel a causa del dominio del idioma inglés.
Les propongo salir otra vez del caso, para ver un ejemplo más claro. Todos
los presentes han pasado por la universidad. Ahora que ya salieron... ¿alguno
cree que en la universidad se transmite el saber, que la universidad es “el templo
del saber”? Parece que nadie... ¿Ven cómo aquí también hay cierta caída de
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Esta es una clarísima referencia y permite leer bien que, para los estudiantes
–que en realidad ya deberíamos llamar astudés–, la única manera de poder
estar dentro del régimen es aceptando que quedarán reducidos a unidades de
valor, positivo o negativo, un cero o un diez. Yo veo esto en muchos niños
que insisten en afirmar que son “buenos para nada”. Efectivamente, si hay un
sistema que es el que produce y lleva la calificación al máximo es el . Lacan
los enfrentó en Vincennes en el año ’69. Y el final del enfrentamiento fue muy
duro y en estos términos.
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“Los primeros en colaborar aquí con todo esto en Vincennes son ustedes,
porque ustedes juegan la función de los ilotas de este régimen”.
“El régimen los exhibe. Dice: «mírenlos gozar». Adiós por hoy. Bye.
Terminé”4.
S2 a
a
S
4. Ibid. p. 240.
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Pablo Peusner
Vuelvo al punto. Cuando los padres ocupan ese lugar del saber, cuando
hacen coincidir su enunciación con el , no es tan fácil hacer que lo transfieran
al analista... Así las cosas, ¿les parece prudente ir a disputar con esta gente el
saber? Es todo un problema...
Partiendo de estas reflexiones, quisiera que pasáramos a considerar la
posición del sujeto en este discurso. Estudiémoslo por diferencia con la posición
del sujeto en el discurso analítico, tal como venimos haciéndolo.
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a S S2 a
S2 S1 S1 S
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VII
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lado de los niños: algo justifica lo que les pasa, alguna cadena significante
organiza esa posición. Es por eso que nuestra maniobra consiste en generar
la idea de que ese saber no le pertenece a nadie en particular, sino que es un
saber que, como el inconsciente, es un saber no-sabido.
En el caso que trabajamos en nuestra última reunión, Gabriel, si acaso
podemos suponer algún tipo de posición afectiva para los padres que encarnan
el semblante del , se trata de la certidumbre. Prefiero el término “certidumbre”
a “certeza” que, para nosotros, está demasiado ligado a la clínica de la psicosis.
Este matiz afectivo, que no se presenta como un afecto patológico ya que no
hace sufrir a quienes lo padecen, coincide con cierto uso del saber: un saber
cerrado, que se verifica en la enunciación.
Esto es, a grandes rasgos, un resumen de nuestros últimos avances. Vayamos
entonces al texto de Žižek. Comencemos con un aporte que considero valioso
para seguir elaborando el modo de funcionamiento de la estructura de los
discursos.
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4. Ibid. p. 108.
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Pablo Peusner
Intenté reconstruir rápidamente la lógica del pasaje del discurso del amo
al discurso histérico. Pero quiero volver al discurso del amo para agregar
algunas puntualizaciones más. Vamos a trabajar un breve texto de Jean-
Claude Milner titulado Las palabras-amo, incluido en el libro “Los nombres
indistintos”5, publicado por la editorial Manantial de Buenos Aires en 1999.
En ese texto, Milner realiza una relectura de la lógica del significante-amo,
partiendo de cierta creencia común que organiza a este discurso: todo depende
del referente. En esta lógica del significante amo, el significante no es primero,
sino que depende del referente. Para nosotros que estamos muy influidos por el
psicoanálisis lacaniano suena raro porque es como afirmar que el significante
surge de las cosas –mientras que habitualmente trabajamos bajo la lógica de
la función creadora del significante–.
¿Cómo aparece esta posición en el consultorio, en la clínica cotidiana?
Estamos acostumbrados a que los pacientes nos digan: “pero esto ya pasó, es
un hecho”, “esto ocurrió, ¿qué vamos a cambiar de eso por más que hablemos
ahora...?”. Así suelen justificar cierto silencio, porque si la cosa ya pasó... La
apoyatura en el referente termina instalando el concepto de “realidad”. Milner
propone que en el discurso del amo prima la realidad por sobre la palabra. Y
entonces, como se trata de la realidad, hay que enunciarla afirmando que es
inútil decir algo distinto. En esta lógica existe una clara dificultad para operar
sobre la realidad con la palabra, puesto que primero está la realidad y luego
la palabra, entonces desde la palabra no habría acceso a la realidad, no se la
podría modificar.
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El niño y el Otro
6. Ibid. p. 72.
7. Ibidem.
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Pablo Peusner
“... es patente que a partir de una Palabra-Amo validada, cualquier otra debe
mostrarse dejando escapar lo esencial y verificar la radical insuficiencia de
las que se jactan de serlo”8.
Una vez que se afirmó el “soy lo que digo”, cualquier otra palabra se verifica
como insuficiente, como dejando escapar lo esencial, como que no alcanza.
Así es que esta posición desprecia y rechaza a quienes, en tanto analistas, nos
ocupamos sólo de palabras buscando habilitar el nexo entre y .
“... un desprecio especial parece golpear a quienes parecen ocuparse no más que
de palabras. Este desprecio es de sobra explicable en un mundo ordenado por la
Realidad (...). Lo necio es no advertir que esa Realidad y esa Referencia no tiene
más estructura que los nombres mismos: Palabras-Amo como las otras, ellas
reclaman, como las otras, una creencia, y siempre es posible negársela”9.
Este “soy lo que digo”, a pesar de ser un significante amo que no divide al
sujeto y que lo afirma en una especie de juicio performativo, no deja de ser un
significante que reclama otro. Entonces, Milner propone que hay una necedad
en sostenerlo como si no fuera un significante. Aquí es donde el psicoanalista
no debe engañarse, porque si no lo considera un significante no puede operar.
Es decir, si se pone a discutir con el paciente “si es o no es lo que dice” se está
cerrando el camino para habilitar al otro significante.
Un ejemplo clásico podría ser cualquiera de esos en los que alguien llega
con una posición afirmada en el ser: “soy adicto”, “soy anoréxica”, “soy fóbico”...
Uno podría instalar la discusión acerca de ese significante amo apelando a los
criterios de la realidad, ya que para ser adicto habría que consumir una cierta
cantidad de la sustancia en cuestión, manifestar determinados patrones de
conducta... Lo mismo para la anoréxica, porque habría que ver cuánto pesa,
cuánto quiere pesar, si ya ha manifestado trastornos de tipo endocrinos...
Recurrir al manual de trastornos psiquiátricos para ver si el “fóbico” cumple
con los criterios... Esa es una vía muerta para un psicoanalista. Nosotros
debemos extender una flecha entre ese significante inicial, autorreferencial, y
otro significante; no discutir si el significante amo que el paciente eligió para
8. Ibid. p. 74.
9. Ibid. p. 75.
92
El niño y el Otro
“... para advertirlo hay que suspender tal vez por un instante los poderes de
la Realidad, es decir, por un instante cesar de autorizarse en la Palabra-Amo
que fuere y autorizarse solo por sí mismo”10.
“... puede ocurrir que cierto sujeto que pasa por un amo, profiera una
palabra (...) con un acento de verdad. Entonces, por un instante la dispersión
significante se instala y los poderes de la Palabra-Amo aparecen suspendidos:
el enunciado que se profiere, al no autorizarse ya por ningún otro, se autoriza
nada mas que por sí mismo”11.
A mí me pareció que es muy buena la descripción que hace Milner del dominio
de la homonimia y de la afirmación de la sinonimia. Eso, articulado con el aporte
de Žižek del “soy lo que digo”, nos da una orientación enorme de trabajo.
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Pablo Peusner
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El niño y el Otro
Entonces, una vez ubicada esta relación tan particular entre el sujeto y su
valor como objeto del deseo del Otro, Žižek introduce al niño en el problema
de la siguiente manera:
“... lo que [el niño] espera del Otro-amo es el saber acerca de lo que es como
objeto (el nivel inferior de la fórmula)”14.
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Pablo Peusner
que ella ve en mi?”. Es cierto que estas podrían ser las preguntas de cualquier
niño, pero también las de Lacan frente a la mantis gigante con la máscara
puesta...
Recientemente entrevisté a un joven que tenía varios hermanos pero que,
curiosamente, no había recibido como regalo de sus padres al terminar sus
estudios un departamento como todos los demás. Él se hacía la siguiente
pregunta: “¿Qué tengo yo que ellos no? ¿Por qué piensan que yo no necesito
ese regalo?”. Planteado así, suena muy interesante.
Un niño de unos siete u ocho años me contaba la escena de la apertura
de regalos en la noche de Navidad. Su hermano menor había recibido una
estación de servicio de juguete. El del medio, una bicicleta y él la Play Station
3 (que vale unos mil dólares). Si bien todos podrían jugar, la diferencia era
demasiado acentuada y él se sentía mal por eso. Me pedía que le preguntara a
los padres por qué había tanta diferencia en el costo de los regalos... creo que
se sentía culpable de semejante regalo que, obviamente, lo dejaba muy mal
parado ante sus hermanos y sus primos que estuvieron presentes aquella noche.
Encubiertamente, se preguntaba qué tenía él que sus hermanos no tenían como
para ser claramente el preferido...
Žižek hace aquí una puntuación que me parece muy interesante.
Me resulta muy feliz el modo de plantear ese “efecto de castración” sin partir
de una falta, sino de un plus; lo que permite escapar de la impronta imaginaria
que consiste en hacer coincidir la castración siempre con algo que no está.
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El niño y el Otro
“El sujeto histérico es el sujeto cuya existencia misma entraña la duda radical y
el cuestionamiento, todo su ser esta sostenido por la incertidumbre en cuanto
a lo que es para el Otro; en la medida en que el sujeto existe solamente como
respuesta al enigma del deseo del Otro, el sujeto histérico es el sujeto por
excelencia”17.
97
Pablo Peusner
presente la dimensión del objeto. Creo que esta es una orientación valiosa para
la clínica psicoanalítica lacaniana con niños, que replantea con cierta claridad
un lugar común entre los autores: el del niño como objeto de los padres.
Seguramente habría mucho más para decir, revisen el texto y hallarán nu-
merosas líneas de investigación para articular con nuestros grafos.
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El niño y el Otro
VIII
Crítica de la noción
de “holofrase”
“Jacques-Alain Miller: ¿Exigen las mismas categorías, los mismos signos, la clínica
de las neurosis y la clínica de las psicosis? ¿Entiende usted que una clínica de las
psicosis puede arrancar de una proposición como «el significante representa al
sujeto para otro significante», con lo que de esto se deduce en cuanto al objeto
a? ¿, a, , son términos apropiados para la clínica del psicótico?
Jacques Lacan: La paranoia, quiero decir la psicosis, es para Freud absolutamente
fundamental. La psicosis es aquello ante lo cual el analista en ningún caso debe
retroceder.
J-A. M.: En la paranoia, ¿representa el significante al sujeto para otro
significante?
J. L.: En la paranoia el significante representa a un sujeto para otro significante.
J.-A. M.: ¿Y puede usted situar ahí fading, objeto a...?
J. L.: Exactamente.
J.-A. M.: Habría que demostrarlo.
J. L.: No hay duda de que habría que demostrarlo, es cierto, pero no lo demostraré
esta noche”2.
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Pablo Peusner
S1 S2
S a
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El niño y el Otro
Sin duda, tu respuesta se apoya en una lectura muy común, que circula
mucho... Pero, ¿realmente te satisface esa respuesta? ¿Entendés exactamente
lo que estás respondiendo? O sea: ¿cómo “se pegan” dos significantes que,
por definición, son opositivos y diferenciales, es decir, discretos?
Asistente: No, nunca me quedó claro del todo... Siempre alcancé a pensar que
no había intervalo entre y , aunque no sé muy bien cómo entender eso...
101
Pablo Peusner
que no comprendo cómo podrían contarse dos significantes sin que mediara
un intervalo... Me preguntaba: ¿hay otra manera de pensar a la holofrase
como la ausencia de intervalo que no exija, necesariamente, pegar dos
significantes?
Trabajemos algunas líneas del Seminario 11, específicamente de la clase
XVIII titulada “Del sujeto al que se supone saber, de la primera díada y del
bien”. En el segundo apartado de la versión establecida, Lacan afirma:
“La alienación está ligada de manera esencial a la función del par de significantes.
En efecto, es esencialmente diferente que sean dos o que sean tres”3.
“Si queremos captar dónde está la función del sujeto en esta articulación
significante, debemos operar con dos, porque no es sino con dos que el
sujeto resulta acorralable en la alienación. En cuanto hay tres significantes, el
deslizamiento se torna circular. Al pasar del segundo al tercero, se vuelve al
primero, pero no desde el segundo”4.
X S1
S2
102
El niño y el Otro
inferior: allí el toma su lugar bajo la letra X, que –en realidad– ya estaba en
el sitio del .
El efecto es claro: todo se corre de lugar, haciendo surgir un problema en
la puntuación. Así es como en las posiciones subjetivas que se articulan con
la holofrase, podríamos suponer una falla severa en el funcionamiento de la
puntuación, lo que provoca deslizamientos y ausencia de los englobamientos
significantes.
Si tomamos dos significantes cualesquiera, sólo a partir del punto final
podemos establecer cuál es 1 y cuál es 2. ¿Pero qué ocurre si ese punto no está,
si no hay operador que cumpla la función de puntuar esa mínima cadena? No
hay manera de saber cuál es el 1 y cuál el 2. Así es que la sucesión no puede
englobar a lo anterior...
Veamos esto con un ejemplo. Hoy es nuestra octava reunión de trabajo,
las anteriores siete reuniones valen como respecto de la de hoy entendida
como . Obviamente, puedo repetirme y retomar alguno de mis dichos,
pero seguramente les resultaría raro que hoy comenzara todo de nuevo...
La lógica del significante exige el funcionamiento de la puntuación y de los
englobamientos crecientes.
Clases 1 - 2- 3- 4- 5- 6- 7 Clase 8
S1 S2
Ahora bien, en nuestra próxima reunión, esta clase, la octava, pasará a for-
mar parte del y la novena, pasará a tomar valor de .
Clases 1 - 2- 3- 4- 5- 6- 7 Clase 8
S1 S2
S1 S2
Clase 9
El efecto que produce este tipo de escritura es que todo lo anterior puede
considerarse como “inscripto”; no es que cada vez que nos vemos es como
si fuera la primera vez, cada reunión no es la primera reunión. Producir
englobamientos es una función del significante. De hecho, este gráfico que
recién hicimos, podría ser el gráfico de todo el análisis de una persona, cada
clase podría ser una sesión, o incluso un significante que el analista aisló en
cada sesión. El englobamiento es “creciente” puesto que, como se ve, en cada
103
Pablo Peusner
nivel surge un elemento más como , ya que todo lo anterior queda subsumido
en el .
¿Qué ocurre si la articulación se produce, tal como dice Lacan que puede
ocurrir, entre tres significantes? Lacan plantea que si hay tres significantes
(tengan en cuenta que ya es un exceso llamarlos “significantes”), en vez de
intervalo hay deslizamiento, el término en francés es glissement. Aunque en la
edición española tradujeron por “movimiento”, considero que “deslizamiento”
muestra mejor lo que ocurre cuando uno intenta fijar un significante: el término
se corre, se desliza, se escapa... debido a una falla en la puntuación. Si alguna
vez conversaron con un paciente psicótico seguro que atravesaron esa increíble
experiencia de no lograr abrochar nada en sus palabras, de intentar fijarlas y que
se les escapen, que se les deslicen como agua entre los dedos... Si el asunto da la
impresión de estar representado por un significante para otro, el problema es que
el otro significante no aparece nunca, hay una tensión insoportable que pareciera
llamarlo, pero este no llega. He aquí el modo en que les propongo trabajar la
noción lacaniana de holofrase: es una noción racional y absolutamente clínica,
que puede verificarse sin mayores dificultades, y que consiste en la ausencia de
los englobamientos crecientes típicamente significantes.
El contraste con la clínica de la neurosis es claro: los pacientes neuróticos
nos cuentan lo mismo todo el tiempo –hasta se disculpan por ello–, y en
ocasiones saben cuántas veces ya nos han contado la misma historia, aunque
al contarla modifiquen elementos y hagan surgir variaciones. Este matiz falta
en la psicosis: el psicótico puede contarnos lo mismo numerosas veces sin
ninguna modificación; uno puede, incluso, conocer las palabras exactas del
relato. Sin duda, esta particularidad adquiere valor diagnóstico...
Entonces, luego de este brevísimo recorrido por el problema teórico, les
propongo una viñeta clínica para ponerlo a prueba.
Se trata del caso de un niño de once años que es llevado a la consulta por
su madre. Durante una de las primeras entrevistas ella cuenta los avatares de
su casamiento y de la concepción del niño. En ese marco, dice “nos casamos
a los siete meses de conocernos, empezó todo bien pero en la luna de miel vi
muchas pastillas... Me enteré que mi marido era maníaco-depresivo y, en ese
viaje, quedé embarazada del nene. No estaba muy segura de tenerlo porque
no lo veía a él (se refiere a su marido) como muy seguro de ser padre”.
El texto llama la atención: siete meses de novios, se casan, en la luna de
miel ella descubre que él toma muchas pastillas... ¿No se había dado cuenta
antes? Él le confiesa su patología la que, por otra parte, es bastante difícil de
ocultar... No obstante, tiene relaciones con él sin cuidarse y queda embarazada,
pero sólo luego de verificar el embarazo, enuncia sus dudas: no lo veía como
padre para sus hijos... ¿Entonces?
Seguramente alguno de ustedes está pensando en el famoso “hágase cargo”,
pero saben bien que yo nunca entro por allí. El texto abunda en cuestiones de
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El niño y el Otro
este estilo, así es que me llevó a preguntarme si acaso no habría algún problema
para que los significantes se engloben... ¿No será que cada afirmación de esta
señora desconoce las anteriores?
Asistente: Podría ser, pero me parece que con tan poco material no po-
dríamos afirmarlo.
S1
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S1
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IX
109
Pablo Peusner
Cierto tiempo después –el libro ya había sido publicado– propuse tener
en cuenta el significante que a menudo utiliza Lacan para hablar de niños
y padres: les parents. Porque si bien en el francés coloquial les parents son
‘los padres’... ¿quién podría asegurar que Lacan hablaba siempre en francés
coloquial? Les parents son también ‘los parientes’; o sea, aquellos miembros
de la familia con los que mantenemos lazos simbólicos y no de sangre. Creo
que el equívoco nos viene bien, sobre todo hoy en día, puesto que en el trabajo
clínico nos encontramos con diversos formatos de composición familiar no
necesariamente organizados por los lazos de sangre. Así, ya no nos genera
problemas, por ejemplo, la inclusión en las entrevistas del “marido de la madre”
o de la “nueva pareja del padre”, y decrece un poco la tensión al enfrentar
casos de niños adoptados. Todos pueden aportar acerca del asunto, cada uno
desde su posición subjetiva.
Inmediatamente después de la aparición del libro, en mi curso del año
siguiente, comencé a intentar desplegar más y mejor las particularidades del
matiz objetivo del sufrimiento de los niños. Los resultados de esa investigación
fueron publicados en un pequeño libro titulado “Non Liquet-Estudios de
Psicoanálisis”3 que, lamentablemente, está agotado. Voy a intentar contarles
brevemente los puntos salientes de aquella investigación.
Siguiendo la línea de trabajo de “El sufrimiento de los niños”, el abordaje
inicial podría calificarse de freudiano. Partí de lo que Freud denominaba “la
actitud de los padres tiernos hacia sus hijos”, de la que afirma que...
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Narcisismo resignado ∑ñ
111
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todo esto también se verifica y es mucho más evidente. Cuando hago referencia
a “lo real de la aparición del niño”, me refiero a esas particularidades que pueden
tener los niños y que los padres encuentran siempre en el mismo lugar.
Muchas veces esa diferencia aparece bajo la forma de lo que descompleta
lo que llamo “la foto de familia”—lo he comentado muchas veces—. Utilizo esa
imagen a menudo, cuando trabajamos casos en las supervisiones... Existen
familias que calculan determinada imagen ante el Otro, y basta con que
alguno de los niños desatienda a esa condición para que produzca un efecto
de descompletamiento de esa especie de unidad imaginaria de la estructura
familiar. Con frecuencia, los padres nos convocan para que “arreglemos” esa
diferencia, para que la achiquemos lo máximo posible, tanto como para que
no se vea y el niño pueda volver a tomar su sitio en la unidad de la foto...
Allí hay una lógica que es la lógica del funcionamiento del Otro –dijimos
que ese texto que preexiste al niño da cuenta de la preexistencia del Otro–.
Si pensamos que esa lógica intenta poner a funcionar cierta ecuación entre
una posible satisfacción tardía del narcisismo resignado mediante el niño, el
resultado ideal de la ecuación sería cero. Pero, como ya vimos, la cuenta nunca
da cero, siempre da un resultado que es mayor o menor que cero...
Propongo que en todos los casos de clínica psicoanalítica lacaniana con
niños debe ser considerada esta diferencia. Debe ser estudiada la relación del
texto preexistente con lo que el niño aporta de real, para lograr establecer
bien cómo se lee el modo de sufrimiento. A su vez, esto determinará el tipo
de abordaje que el analista propondrá –es decir si aceptaremos al niño como
analizante, si derivaremos a alguno de los padres, o cualquier otro tipo de
táctica–, o si incluso vamos a rechazar el caso.
Aquellos que hayan tenido ocasión de leer mi libro sobre los “Fundamentos...”,
habrán visto que allí comencé a jugar con una escritura parcial de ciertos
discursos. Así fue como, por ejemplo, escribí una parte del discurso analítico
como primer intento de reflexión sobre ciertas cuestiones.
a S
S2
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El niño y el Otro
para poder dar cuenta del sufrimiento; mientras que me incliné a pensar que es
el niño quien con mayor frecuencia encarna el lugar que aquí, en el discurso,
está nombrado por la a minúscula en el lugar del agente.
En uno de los capítulos del libro5, trabajé un caso clínico que me condujo a
esta escritura. Me había encontrado con una madre que, inconsistentemente,
preguntaba qué hacer ante su hija, una niña en una posición algo hermética
que no quería decirle nada. Aquella madre suponía la existencia de un saber
que organizaba la posición de la niña. Ella no podía acceder a ese saber, pero
pensaba que la analista sí, y eso fue lo que facilitó y promovió, digamos, que
el caso avanzara.
Hay algo muy interesante en la posición de los padres y es que cuando
las cosas no marchan, ellos se ven a sí mismos como si fueran otros, como si
no se pudieran reconocer. Esto llama mucho la atención, sobre todo cuando
estamos tan acostumbrados a cierto carácter autorreferencial que los padres
y madres declaran a cada rato... A diario nos encontramos con que padres y
madres justifican sus acciones por el mero hecho de ser... ¡el padre y la madre!
Como si con eso alcanzara. Tengo un paciente de doce años que no quiere
ir a visitar a su padre los fines de semana acordados en el divorcio. En una
entrevista con este hombre, él me decía que no estaba dispuesto a soportar que
su hijo no quisiera estar con él. Yo le pregunté por qué, cuál era el motivo de
semejante dureza en su posición. Su respuesta fue muy sencilla: “Porque soy el
padre, él tiene que visitarme” –jamás se le ocurrió a este hombre preguntarse
por qué el muchacho no quiere ir a verlo, les aseguro que tiene motivos más
que justificados...–. Aquí encontramos a alguien resistiendo hasta el final en ese
lugar, pero hay otros casos en los que la extrañeza es total y ellos no pueden
creer que siendo el padre y la madre de cierto niño, no sepan, no puedan, no
alcancen a resolver determinada situación.
Cuando una persona cumple funciones de madre o de padre, siempre
hay algo Otro en la función, nunca es uno en forma completa. Siempre se
hace presente cierta ajenidad respecto de esa función; uno toma decisiones,
resuelve, opera, sin saber muy bien de dónde salió el criterio para eso... Creo
que eso se escribe bien con el . Creo que esa Otredad es una condición del
ejercicio de las funciones paterna y materna. Tiene que haber una hiancia
–como diría Lacan– algún espacio intermedio que permita la pregunta de “¿lo
estaré haciendo bien?”, tanto como alguna posibilidad de transferencia de la
función para con algún otro (o sea, aceptar que alguna otra persona también
podría encargarse del niño).
Entonces, si completamos el discurso analítico incluyendo el , toda la
escritura permite ver bien que el sufrimiento de los niños en su matiz objetivo,
hace caer por tierra la autorreferencia propia del y, con él, todo recurso a
la autoridad.
113
Pablo Peusner
a S
S2 S1
“El síntoma del hijo ha despertado una inquietud por desentrañar el enigma.
Cuando una pregunta ha promovido el llamado, encontraremos la vertiente
más apta para intervenir, la cara simbólica de la transferencia. En ese caso
está funcionando la suposición de saber que ellos nos otorgan ante el goce
del síntoma del niño”7.
6. Flesler, Alba. “El niño en análisis y el lugar de los padres”, Paidós, Buenos Aires,
2007.
7. Ibid. p. 143.
114
El niño y el Otro
“Pero no todos los padres consultan, pueden llegar a vernos sin consultar. En ese
caso, no consultan pero demandan. El niño ha herido la imagen del narcisismo
paterno, o bien molesta por su falta de ajuste a lo esperado de él”8.
“En este estado de cosas los padres no alientan sino que llegue la respuesta
por ellos anhelada, que el niño se coloque en adecuación a la demanda que
recae sobre él”9.
Aquí no hay mucho para decir, estos casos están condenados al mismo final
con el que se encontró Freud. Básicamente, porque no están dirigidos a un
Otro: no hay consulta, no hay demanda. Cuando los analistas se encuentran
con este orden de cosas –en el hospital, en la escuela, en la cárcel, y, por
qué no, en el consultorio– terminan demandando ellos. Es realmente un
8. Ibidem.
9. Ibidem.
10. Ibidem.
115
Pablo Peusner
límite al campo de aplicación del psicoanálisis, aunque hay que estar allí
para intentarlo.
Resulta interesante que en las tres modalidades que propone Alba Flesler,
el recurso a la autoridad falle.
En el caso de Hans el recurso a la autoridad lo ejerce Freud mediante una
intervención algo salvaje y sugestiva: “mucho tiempo antes que tu nacieras,
yo sabia que iba a nacer un pequeño Hans que iba a querer mucho a la mamá
y que se iba a enojar con el papá, pero ahora se te va a ir la tontería...”. Y no
se le fue.
Dora ridiculizó a su padre denunciando, además del intercambio, de su
especie de práctica swinger con el Sr. K, su impotencia sexual. Y podríamos
agregar que hizo lo mismo con Freud, cuando este, luego de confundir su
identificación viril con una tendencia homosexual, quiso reconducir su elección
sexual al Sr. K.
La joven homosexual, luego de cruzarse con la mirada de su padre en la calle
en ocasión de caminar del brazo de su dama, se dejó caer en una vía muerta
por donde no pasaba ningún tren... y soñó para Freud el sueño heterosexual
que él quería escuchar... ¿Irónico, verdad?
Es curioso, son tres hombres, tres padres...
116
El niño y el Otro
La burocracia
psicoanalítica
Vamos a comenzar la reunión de hoy, nuestra última reunión del año, con
una breve cita de la segunda clase del Seminario 17; Lacan vuelve sobre el
discurso universitario y, por eso, les propongo que sigamos la cita a partir de
las escrituras de dicho discurso, escrituras que he dispuesto en la pizarra.
S2 a
S1 S
1. Lacan, Jacques. Le séminaire, Livre I, Les écrits techniques de Freud, Seuil, Paris,
1975, p. 14 [traducción personal].
2. Lacan, Jacques. Le séminaire, Livre XVII, L’envers de la psychanalyse, Seuil, Paris,
117
Pablo Peusner
“Entiendan «lo que se afirma por no ser ninguna otra cosa que saber» y que se
llama, en el lenguaje corriente, la burocracia. No se puede decir que no haya
allí algo que haga problema”3.
118
El niño y el Otro
119
Pablo Peusner
Asistente1: Sí, pero... ¿Hace falta traer al padre, a la persona del padre al
consultorio?
120
El niño y el Otro
efecto porque luego de que la analista pudiera leerlo así –esto se repetía, fue
siempre la misma escena durante tres o cuatro sesiones seguidas– propuso
una interpretación que le transmitió al niño en presencia de su padre: “Juan,
tu papá te da vergüenza”.
Si bien en la siguiente consulta Juan volvió a pedir la presencia de su padre
en la sesión, fue él quien comenzó a hablar para contar todo aquello que su
padre no sabía hacer:
“Cuenta sobre sus logros en el fútbol (los goles que metió, cómo los pateó,
etc.). Ante mi escucha interesada comienza a cargar al papá, diciendo que
es un muy mal jugador, burlándose y riendo. El papá queda mudo y muestra
un gesto de molestia durante toda la sesión, la primera en que Juan deja de
cubrirse el rostro con el almohadón y habla para reírse del padre”.
“El padre vuelve a la carga con que el niño no tiene disciplina y que eso le
preocupa, a la vez que aparecen otros elementos: hace pocos meses convive
con ellos la novia del padre, quien se relaciona muy maternalmente con Juan.
El papá está celoso, y el niño aprovecha para reírse de esto en las sesiones, di-
ciéndole: « ¡Susi me quiere más a mi que a vos, ja, já!». Otro motivo para el
enmudecimiento y la molestia del padre”.
121
Pablo Peusner
porque los desecharán, todo es para vehiculizar el poder que brota del lugar
de la verdad.
Ahora bien, en ocasiones los analistas practican exactamente lo mismo:
propongo llamarla “la burocracia psicoanalítica”. Y la practican como si fuera
la verdad del lacanismo. Les voy a dar un ejemplo muy sencillo: algo que ayuda
mucho a instalar la burocracia psicoanalítica es la lógica de “no responder a
la demanda”. Cuando Lacan planteó esa consigna fue taxativo acerca de para
qué caso tomaba valor. A la única demanda a la que no hay que responder es
al “dígame usted qué es lo que yo deseo”4. Con todas las otras no hay ningún
problema, habrá que ver después a dónde nos lleva esto, tomando en cuenta,
además, que no todos los pedidos tienen valor de demanda. Pongamos por
caso un paciente que llama por teléfono para pedir un cambio de horario. Sé
de analistas que, amparados en cierto semblante analítico, responden: “No,
usted debe venir a la sesión en su horario”, y cortan el teléfono. Cierto es que
esa respuesta podría valer para un caso en particular y habría que justificar
entonces su uso en las coordenadas que organizan el asunto de ese paciente.
Pero sé que esto que les cuento es aplicado a mansalva en un intento por ser
más lacaniano que Lacan. Por supuesto que uno podría negarse al cambio
por distintos motivos que, creo, convendría explicar sin mucho detalle. Pero
negándose sólo porque se trata de un pedido confundido con una demanda,
a la que además –erróneamente– nunca habría que responder, se instala la
burocracia psicoanalítica y, con ella, un sistema de poder algo oscuro.
Otro ejemplo, del cual he tenido ocasión de hablar con muchos de ustedes,
son las sesiones de duración variable. Tanto con niños como con adultos los
analistas lacanianos trabajamos con sesiones de duración variable, es una
herramienta fundamental para nosotros que no puede ser impuesta como un
trámite. Hay que justificarlo, el paciente tiene que estar advertido de que se
utilizará esa técnica con él. Hace falta ponerle un marco e introducirla como
una propuesta de tipo metodológica, porque si uno interrumpe abruptamente
a un paciente luego de quince minutos, pasan varias cosas... La primera es que
mirará el reloj y, seguramente, declarará: “Qué cortito hoy. ¿Qué pasó?”. La
segunda es peor porque dividirá los honorarios por el tiempo transcurrido y
llegará a un resultado ridículo, aunque causado por la burocracia misma. La
tercera, supone directamente la queja porque uno no lo ha dejado expresarse. Si
la aplicación de la técnica fue abrupta y burocrática, creo que tienen razón.
En los caso de niños es muy frecuente que los padres aprovechen el tiempo
de la sesión para salir del consultorio a tomar un café, para ir a pagar una boleta
o para visitar el cajero automático. Yo les pido a los padres de mis pacientes
122
El niño y el Otro
123
Pablo Peusner
pueden suponer que lo mejor es interrumpir la sesión allí. Tal vez así sea para
algún caso en particular y, con suerte, el paciente vuelva para hablar de ese
asunto la semana siguiente... ¿Y si no?
Creo que es mejor abordarlo en el mismo momento en que ocurre, pero de
una manera nada burocrática: “Mire, yo ya se que usted quiso decir «su papá»,
está claro, pero le propongo que hablemos de «su mamá», olvidándonos por
un momento de lo que pasó, vamos a hablar de su mamá. Métase por ahí, yo lo
acompaño”. ¿Es lo mismo o se nota la diferencia? En todo caso, si hay diferencia
es a favor del trabajo, a favor de que la situación no sea tan chocante.
Quizás el tema del dinero sea uno de los problemas más aptos para instalar
la burocracia psicoanalítica. Por eso, creo que nos conviene reflexionar un
poco acerca de su modo de funcionamiento, sobre todo en lo referente al
problema del pago de las sesiones a las que un paciente ha faltado, ya que no
existe –al menos que yo sepa– ninguna otra práctica profesional en la que un
paciente (o un cliente) deba hacerse cargo de los honorarios por un recurso
que no utilizó.
A este respecto, incluso, he notado que son los mismos pacientes los que
exigen la burocracia. Recuerdo una paciente que me preguntaba cuánto tiempo
antes tenía que avisar de su ausencia a la sesión para no tener que pagar los
honorarios. Ella quería que yo sancionara un tiempo puntual, que instalara
un plazo fijo y estático a partir del cual ella se movería en lo referente al tema
de ausencia-pago. Es decir, quería que yo creara el trámite de “excepción de
pago por ausencia con aviso anticipado conforme a plazos”. Dicho así, suena
muy burocrático, ¿no es cierto?
Reflexionando sobre estos temas, quizás lleguemos a tener alguna posición
al respecto, de manera tal que cuando los encontremos en la práctica clínica
no quedemos tan desorientados...
Entonces, me parece que para salir de la burocracia se ha recurrido siempre
a la lógica del “caso por caso”. El caso por caso evita la burocracia, es decir,
sanciona la inexistencia de un trámite que valga para todos los pacientes en todas
las ocasiones, y nos exige considerar cada situación particular, cada momento
del análisis y, especialmente, la situación transferencial en que se produce.
Pienso que la única manera de eliminar la burocracia es dar una explicación.
Es cierto que Lacan no daba explicaciones, pero también es cierto que ninguno
de nosotros es Lacan, ni ninguno de nosotros pretende tener con ninguno de
nuestros pacientes la relación que tenía Lacan con los suyos, que por otra
parte eran casi todos analistas. Recuerdo aquí la famosa frase de Lacan que
todo el mundo cita pero ignora: “Soy un payaso. Sigan el ejemplo, ¡y no me
imiten!”5.
124
El niño y el Otro
125
Pablo Peusner
Asistente: Pero... ¿por qué le dijiste que no te debía nada? ¿Por qué optaste
por eso en ese momento?
Y para llevar este planteo hasta el final, creo que muchas veces los aban-
donos del análisis no son otra cosa que un rechazo de cierta burocracia que
se ha instalado y que el analista no pudo deshacer con alguna maniobra (algo
así como cuando uno se cansa en mitad de un trámite, manda todo al diablo
y se retira de la escena).
Recibí hace un mes a una señora que venía a pedirme tratamiento para su
hijo. Según me contó, debido a una intervención del analista que lo atendía, el
muchacho pidió dejar el tratamiento con él, pero continuarlo con otro analista.
El muchacho, tiene once años, no quiso decírselo y le pidió a su madre que
le hiciera de intermediaria. Ella aceptó, fue a ver al profesional y le planteó
126
El niño y el Otro
con total transparencia la situación. Creo que hizo bien, no escondió nada e
intentó problematizar la cuestión. El profesional le respondió algo así como:
“Yo no puedo garantizarle el estado de su hijo, si él deja su análisis”. ¡La
señora quedó pasmada! Es cierto que el muchacho llegó con cierto síntoma y
que luego de unos meses de tratamiento, el síntoma remitió. Pero la frase del
analista escondía otra que él no dijo y que permitiría pensar que él, el analista,
garantizaba el bienestar del muchacho si permanecía en análisis. ¡Un analista
garante! Lástima que no pueda decir su nombre...
Es cierto que uno no puede permanecer indiferente ante la iniciativa de
un paciente de abandonar el tratamiento. Pero de allí a augurarle un mal
pronóstico... creo que hay un abismo. ¿No es peor sostener el trámite de tener
que ir al análisis todos los lunes a las dos de la tarde si alguien ha perdido el
interés por la pregunta que lo llevó allí? Creo que si la decisión es irrevocable,
uno debería facilitarle al paciente su salida. Quizás manifestarle el desacuerdo,
pero sostener la propuesta del análisis diciéndole que, en cualquier caso, uno
estará siempre dispuesto a volver a recibirlo si acaso decide retomar.
127
Pablo Peusner
Termino por este año recordando a una niña llamada Sara quien en su
primera entrevista hizo una pormenorizada exposición de su situación y
educación religiosa, mientras dibujaba con impecable precisión una estrella de
David. También contó que en las vacaciones de invierno realizaría un viaje a
Israel junto a su madre para visitar a sus tías y sus primos. Su discurso crecía
y la temática se hacía cada vez más intensa. De pronto, se detuvo y descubrió
que yo estaba sentado en frente suyo, y que no había mejor blanco para esa
pregunta inevitable:
–“¿Vos sos judío?”.
Sin atisbo alguno de vergüenza, pero lleno de expectativa por lo que pu-
diera ocurrir, respondí con la verdad.
–No.
Luego de un breve silencio, ella dijo:
–“Te juego un partido a los dados”.
Y eso fue todo.
128
El niño y el Otro
Apendice B
Acerca de la anticipación
en la clínica psicoanalítica
lacaniana con niños
(Volver al futuro)1
129
Pablo Peusner
No les voy a ofrecer el resultado final de una investigación sino que les voy
a proponer el backstage de mi investigación. Cuando digo “el backstage” lo que
quiero decir es que probablemente no haya grandes conclusiones, tampoco haya
grandes descubrimientos ni grandes sorpresas. Sí me comprometo a contarles
–casi paso a paso– cómo fue que ocurrió mi encuentro con el problema del
que quiero conversar esta noche con ustedes.
Hace apenas un rato yo estaba en la ciudad de La Plata, tratando de llegar
lo más rápido posible aquí, y me llamó un amigo por teléfono para preguntarme
si iría hoy a la noche a ver el partido de fútbol que disputaba el equipo del que
ambos somos simpatizantes (casi todo el mundo sabe que soy un sufrido hincha
de Ferro Carril Oeste). Cuando le dije que no podría porque tenía que estar
aquí, haciendo esta intervención, él –que ignora absolutamente los arcanos
del psicoanálisis– me preguntó acerca de qué iba a hablar. Cuando le dije que
iba a hablar acerca de la anticipación en la clínica con niños, respondió: “Ah,
¿vas a hablar de la anticipación? Entonces, te voy a contar un chiste”. Por eso,
a continuación y si ustedes me permiten, me gustaría contarles el chiste...
Resulta que un fotógrafo del National Geographic se interna en la selva
junto a una larga fila de muchachos de color... negro, los cuales cargaban todo
el equipaje a los fines del trabajo fotográfico. Y parece que el primero de estos
muchachos venía pateando un objeto durante buena parte del recorrido, hasta
que en determinado momento lo levanta y descubre con cierta sorpresa que se
trataba de la lámpara de Aladino. Bueno, luego de frotar la lámpara aparece
un genio que al ver que se trataba de muchas personas ofrece concederles sólo
un deseo a cada uno. Entonces, el primero de los muchachos deja el paquete y
le pide al genio que le cambie el color de piel: que lo transforme en blanco. El
genio por supuesto que le concede el deseo y el muchacho comienza a saltar
y a bailar de alegría. Cuando el genio se dirige al segundo de los muchachos
le vuelve a preguntar cuál es su deseo, y este obviamente arroja el equipaje
mientras le dice “yo también quiero ser blanco”. El genio le concede su deseo
y, al descubrirse con la piel blanca, el muchacho se pone a cantar y a bailar
de alegría. Esta escena se repite. Pero cuando va más o menos por el quinto
de los muchachos, el hombre blanco, el fotógrafo que está al final de la fila,
comienza a reír acaloradamente. El genio prosigue con todo el trámite, todos
los muchachos negros piden el mismo deseo: transformarse en hombres
blancos. Y el blanco que estaba al final de la fila ya se moría prácticamente de
risa cuando el genio lo enfrenta y le dice: “¿Cuál es tu deseo?”. El blanco lo
mira y esbozando una sonrisa le dice: “Mi deseo es que todos estos muchachos
vuelvan a ser negros”...
Me parece que, como bien sabemos, este chiste, al menos intuitiva y
jocosamente, dice algo del tema acerca del cual deseo reflexionar con
ustedes...
Y puesto que me han invitado a hablar de ciertos problemas referidos a la
clínica con niños, me gustaría contarles un poco cuál es mi posición respecto del
130
El niño y el Otro
modo en que los analistas, en general, se colocan frente a la clínica con niños.
En mi último libro, el que se ocupa de lo que di en llamar los “Fundamentos
de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños”, escribí cierta impresión que
tengo: me parece que los analistas de niños escasean y es difícil encontrarlos. Así
es que muchos analistas cuando son interrogados acerca de si se ocupan o no
de recibir niños en consulta, responden con la lógica del “caldero agujereado”
de Freud. Algunos de ellos rápidamente dicen: “No, yo no estoy formado como
para atender niños, la formación en clínica de niños en la universidad es un
área optativa”. Y si uno sigue la conversación con cierta paciencia, apenas poco
después el mismo interlocutor podrá decirnos: “Bueno, en realidad yo tengo un
problema con los niños, soy yo el que tiene un límite, no me gustan mucho, me
siento incómodo, me resulta complicado”. Y si acaso la conversación llegara
hasta el final, es probable que encontremos un... “No, no, no. Lo que pasa es
que el psicoanálisis con niños no existe, es imposible”.
Entonces, haciéndole frente a esta lógica, propongo desde siempre, desde
que me encontré con los problemas de clínica con niños, que sería deseable
para los psicoanalistas iniciarse en la práctica clínica como analistas de niños.
¿Por qué digo esto? Porque me parece que la clínica de niños exige reflexión,
exige revisión de ciertos conceptos que, en ocasiones, en la clínica con pacientes
adultos pasan de largo y son rápidamente olvidados.
Les voy a proponer un ejemplo muy sencillo: la noción de sujeto. Es tan
frecuente un historial o un caso clínico presentado a partir de la cláusula “un
sujeto de treinta y cinco años asiste a la entrevista...”. Esto favorece mucho
confundir al sujeto con la persona que nos consulta. Ahora bien, esta cuestión
es mucho más complicada en la clínica con niños porque, como ustedes
saben, están los padres que también hablan del problema, está el niño, pero
también en ocasiones está la nota de la maestra o el diagnóstico escrito de la
psicopedagoga y, entonces, intentar establecer cuál es el sujeto se torna una
tarea imprescindible.
Por otra parte, mientras que en la clínica con pacientes adultos uno puede
confundir rápidamente el pedido de quien nos consulta con cierta demanda,
en la clínica con niños esto es mucho más difícil. Incluso hasta es mucho más
difícil hablar de “demanda de análisis”, porque por lo general, cuando se nos
consulta por un niño lo que nos presentan es una demanda de adaptación.
Puede tratarse de la adaptación a alguna norma etaria que no se ha cumplido
o que se ha adelantado, otras veces se trata de la adaptación a ciertas pautas de
conducta, y en ocasiones está en juego la adaptación a cierto formato particular
que tenga la familia. Por eso insisto en que para poder hablar de “demanda
de análisis” o de “demanda” en el caso de un niño, hace falta todo un trabajo
que muchas veces –aunque seamos analistas advertidos del problema– cuando
trabajamos con adultos nos pasan de largo.
Por otra parte, también me gusta siempre –a modo de presentación–
recordar cómo proponía Lacan el lugar que la formación para los psicoanalistas
131
Pablo Peusner
Esto me gusta mucho porque es como si Lacan dijera que “hay que
saber psicología”. Pero hay que saber psicología para someter ese saber al
psicoanálisis. Y, en ese sentido, es que no hay ningún problema en estudiar
neurofisiología, las teorías de la inteligencia, las diversas corrientes que existen
132
El niño y el Otro
para leer los dibujos de los niños y tantas otras cosas, pero siempre y cuando
uno esté dispuesto a someter esos saberes a la disciplina psicoanalítica.
El párrafo que estoy citando continúa afirmando que al analista de
niños...
“sin duda esta es la frontera [otra vez usa el mismo término] donde se ofrece
al análisis lo más desconocido por conquistar...”6.
5. Ibidem.
6. Lacan, Jacques. Estatutos propuestos para el Instituto de Psicoanálisis, enero de 1953.
En Miller, Jacques-Alain, op. cit. p. 36.
133
Pablo Peusner
Cuando leí esto no podía creer lo que estaba leyendo. Me agarró un ataque
porque, y no creo que haga falta que les lea la cita del historial, en el texto de
Freud dice que las primeras comunicaciones sobre Hans fueron recibidas por
él cuando el niño aún no tenía tres años. Es decir que un poco antes de los
tres años Hans ya estaba algo angustiado, investigaba el hace-pipí... y entonces
llega el tercer cumpleaños, Freud le regala un caballo y Hans arma toda su
fobia a partir de un asunto vinculado con caballos.
Automáticamente recordé que en el Seminario 4, Lacan inventa –como le
gustaba hacer– que Hans había tomado el caballo de una ilustración de un
libro. No sé si se acuerdan, pero dice que Hans tenía un librito donde estaba
el dibujo de la cajita rosa de donde la cigüeña sacaba a los niños y que al
fondo –como en un segundo plano–, aparecía un caballo al que le estaban
poniendo una herradura. Sin embargo, me animo a desautorizar esta idea de
Lacan, porque me parece que tenemos motivos bastante serios para pensar
que el caballo había salido de otro lado...
7. Disponible en http://www.fort-da.org/fort-da8/graf.htm
134
El niño y el Otro
Me parecía que esto exigía ser teorizado de alguna forma, me parecía que
esto podía permitirnos realizar algunas elaboraciones acerca del problema del
significante de la transferencia. Me sonaba raro que Freud dos años después,
cuando se entrevista con Hans y su padre el 30 de Marzo de 1908, dijera:
“No sé si el jovencito se acordaba de mí”. ¡¿Cómo no se va a acordar de usted
si usted le regaló un caballo y el nene armó una fobia con caballos?! Como
si fuera poco, Freud afirma que el panorama que Hans presentaba no podía
explicarse con los datos que se tenían hasta ese momento. ¡¿Pero cómo no va
a poder explicarse considerando el dato que, parece, Freud prefirió olvidar?!
Me da la impresión de que tenemos aquí un efecto similar al del chiste que les
conté recién. Porque a partir de la aparición de este artículo de Max Graf –que
yo supongo que en general no es conocido, yo nunca había sentido hablar de
esto, al menos, en los últimos veinte años– se produce sin ninguna duda un
efecto de resignificación. Pero, sin embargo, cuando Freud regala el caballo
me parece que se produce un efecto de anticipación, que aparentemente nadie
–ni siquiera el propio Freud– pudo leer.
En el brevísimo texto de presentación que escribí para la reunión de hoy,
dice que “propongo revisar nuestra concepción teórica de la anticipación
para que el dispositivo de presencia de padres/parientes deje de ser un real
de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños”. Noten ustedes que apliqué
la lógica del significante: “anticipación” por un lado, y por el otro, “presencia
de padres/parientes” (después les voy a contar por qué hay una barra entre
“padres” y “parientes”). Y soy absolutamente consciente de que cuando escribí
“anticipación significante” estaba retomando algo que a mí me parece ser un
olvido de los psicoanalistas. Nosotros vivimos en el mundo del après-coup,
vivimos en el mundo de la resignificación, pero frecuentemente nos olvidamos
de la anticipación, es un matiz que está descuidado. Yo me preguntaba por
qué está descuidado este aspecto tan importante. Me resulta llamativo ya
que todo esto proviene y se deduce de un término alemán que Freud utilizó
mucho: Nachträglich.
Pienso que puede tratarse de un efecto propio del obstáculo lingüístico,
debido a que nosotros, los psicoanalistas lacanianos, estamos formados a partir
de la lectura lacaniana –o sea, en francés– de Freud. Y, tengo la hipótesis de que
el Nachträglich freudiano se desplazó hacia la forma francesa après-coup.
En esta línea, me llaman la atención varias cosas. Conviene recordar que
Lacan en “Posición del inconsciente” se jacta de haber sido el primero en
destacar el valor de ese Nachträglich, y por eso no creo que sea un problema
generado por el mismo Lacan quien, por otra parte, leía bastante en alemán.
Segundo: es notable que el mismo Freud, cada vez que escribía Nachträglich
lo ponía en itálicas en los textos originales. Y tercero, también me llama la
atención que en la traducción de José Luis Etcheverry (a la que llamamos por
el nombre de la editorial Amorrortu y sin lugar a dudas es la más técnica de
las traducciones con las que trabajamos), el mismo Etcheverry dejó indicado
135
Pablo Peusner
Me parece que queda clara la propuesta: este hombre quiere hacernos sentir
cómo se usa el término en alemán y no tanto discutir los problemas propios
de la traducción. Sigue:
136
El niño y el Otro
“Asombrosamente, esta amenaza produce efectos si antes [hasta ahí igual que
siempre] o después se cumple otra condición. Pero si a raíz de esta amenaza
puede recordar la visión de unos genitales femeninos [aquí sí se trataría de la
resignificación] o poco después le ocurre verlos...”12.
137
Pablo Peusner
Bueno, no hace falta que siga con la cita, todos saben cómo termina.
Es curioso pero parece que Freud contara en este párrafo con la lógica del
significante...
En resumen: no creo que el problema lo haya producido Lacan. Creo que en
una lectura, o mejor dicho, en una comprensión rápida del problema temporal,
el Nachträglich se desplazó hacia el après-coup y este lo reemplazó, siendo que
desde el punto de vista de la connotación el recubrimiento de uno por otro es
sólo parcial y contribuye a perder una parte del significado original.
Quisiera retomar mi argumento central. Les decía que había optado por
la lógica significante para organizar las ideas que quería compartir hoy con
ustedes porque, por un lado, propuse la “anticipación” y, por otro “la presencia
de padres/parientes” en la clínica con niños. Y soy consciente de que este
segundo tema es la pesadilla absoluta de los analistas de niños. Casi no hay
libros que trabajen este problema. No hay nadie que orgánicamente se haya
decidido a hacer un desarrollo riguroso y sistemático sobre el asunto. Encontré
solamente un libro titulado “El lugar de los padres en el psicoanálisis de niños”
(fue publicado en la década del ’90). Se trata de una recopilación de artículos
y no todos ellos están firmados por psicoanalistas lacanianos. Sí tenemos
dos o tres artículos firmados por psicoanalistas lacanianos desparramados
en los viejos libros de recopilaciones de la editorial Manantial, pero no se
trata de desarrollos sistemáticos sino, como en casi todos los casos, de algún
recorte clínico que no hace más que ofrecer alguna definición ostensiva del
problema. Puedo decirlo más sencillo: sólo encontré analistas que cuentan lo
que hicieron en un caso, algo que sin duda es necesario, pero no suficiente.
Prácticamente no hay elaboración teórica, no hay conceptualización sobre
este tema... Quizás una de las principales causas sea que a la hora de enfrentar
el problema desde el sesgo teórico el recurso al Lacan dixit no puede utilizarse.
No hay ninguna cita, ni siquiera una, que podamos tomar como referencia o
apoyatura en el corpus lacaniano. Si nos queremos mantener muy a la letra
de Lacan no encontramos nada. Y si comenzamos a inventar y a formalizar
nuevos conceptos o nuevas ideas, siempre corremos el riesgo de alejarnos
demasiado y abandonar absolutamente la referencia a su obra.
Sin embargo, en esos pocos textos que pude encontrar se repite una
frase que me llama mucho la atención, y es que la presencia de padres en la
clínica psicoanalítica con niños es un efecto inevitable –dicen los autores–
de la dependencia real de los niños respecto de sus padres, entendiendo esa
dependencia en términos de dependencia biológica.
No acuerdo en absoluto con este planteo. De hecho, en el texto de
presentación de esta reunión, yo afirmaba que proponía hablarles de “la
anticipación” para que la presencia de padres/parientes dejara de ser un real
de la clínica psicoanalítica. Pregunto: la dependencia de los niños respecto
de los padres, ¿hay que entenderla en términos de dependencia biológica?
138
El niño y el Otro
139
Pablo Peusner
140
El niño y el Otro
el nuevo sujeto humano hablante vino a parar. Y quizás, desde allí, podamos
anticipar ciertos efectos. He aquí otro valor posible para justificar la presencia
de los padres/parientes en el consultorio.
A partir de ese trabajo de construcción o de lectura se puede proponer
cierto dispositivo. Y ese dispositivo que vamos a proponer incluirá –primero–
la cláusula de si aceptamos o no al niño como paciente. En el caso de aceptarlo
también incluirá otra cláusula acerca de cómo será el trabajo con los padres.
Así es que estoy proponiendo que la presencia de padres/parientes en los casos
de clínica psicoanalítica lacaniana con niños surge a partir de un dispositivo,
no es un real.
Hace algunos días trabajando en supervisión, un joven analista me contó la
siguiente situación: recibió el llamado de una señora en carácter de madre de
una niña sobre la que se planteaba la consulta. Llamaba para pedirle la primera
entrevista. Ahora bien, esta señora, por teléfono le preguntó: “Licenciado, ¿la
primera vez tengo que ir yo o, directamente, mando a la nena?”. La respuesta
del analista fue: “Como usted prefiera, señora”.
Yo creo que esa no es la mejor posición para un analista, me parece que eso
es ceder la dirección de la cura. Y entonces quisiera recordarles un pequeño
párrafo de “La dirección de la cura...” que viene en mi ayuda para tratar
de demostrar por qué el analista tiene que haber reflexionado sobre estos
problemas, para poder tener bien en claro y bien en cuenta cómo proponer
un dispositivo. Cito:
14. Lacan, Jacques. La direction de la cure et les principes de son pouvoir (1958), en
«Écrits», Seuil, Paris, 1966, p. 586 [traducción personal].
15. Ibidem.
141
Pablo Peusner
“Las inflexiones del enunciado” se notan, por ejemplo, si nos tiembla la voz
cuando las decimos, si balbuceamos, si tenemos dudas... Dice Lacan que en esas
inflexiones se vehiculiza –primero– la doctrina que el analista se ha hecho del
problema. O sea, si lo estudió o no lo estudió. Si uno no estudió el problema
no va a estar en condiciones de situar esas consignas como corresponde. Y
segundo, lo más fuerte, es afirmar que hasta en esas inflexiones se verificará el
punto de consecuencia a que han devenido para él, o sea cómo fue atravesado
él mismo por esas consignas en su propio análisis.
Se trata sin ninguna duda de un dispositivo. Lacan habló muchas veces
de “dispositivo” pero nunca de “dispositivo analítico”. Les voy a dar algunos
ejemplos. El “esquema óptico” es nombrado como dispositivo, los “cuatro
discursos” son nombrados como dispositivo, el “seminario cerrado” es
nombrado como dispositivo, los grafos de la red “alfa, beta, gama y delta”
también son nombrados como dispositivos. Algunas máquinas que Lacan
inventaba mientras dictaba el seminario también son nombradas como
dispositivo, incluso el pase es un dispositivo, pero Lacan nunca dijo “dispositivo
analítico”. Considero que el gran autor que introdujo al dispositivo en el
discurso es Michel Foucault —creo que nadie se opondría a esta afirmación—.
Busqué alguna definición de “dispositivo” en Foucault para ver si nos servía
para sostener este dispositivo de presencia de padres/parientes. Foucault dice
que el dispositivo es una red, y a nosotros, “red” nos queda muy cercano a red
significante, a “conjunto de consignas”, como dice Lacan. Y es una red que está
formada por discursos, instituciones, decisiones reglamentarias, enunciados
científicos, proposiciones enunciadas y no enunciadas. El rasgo fundamental
de Foucault es que un dispositivo siempre está inscripto en un juego de poder,
algo que coincide con este problema de la violencia del que hablaba Colette
Soler en la conferencia que les cité.
Entonces, si contamos con un dispositivo y ese dispositivo es una red, si es
un conjunto de consignas, estamos lejos de considerar que se trata de un real.
¿Qué temporalidad le podemos asignar a una red? Yo no sé cómo responden
ustedes al problema, pero, como se trata de una red, yo trabajo con los padres/
parientes a partir de una “frecuencia fija”. Trabajar con frecuencia fija quiere
decir que cuando propongo el dispositivo de trabajo, así como establezco
una frecuencia fija con el niño (pongamos, una vez por semana), hago lo
mismo con los padres/parientes: puede ser que también les proponga trabajar
semanalmente, o puede ser quincenalmente o mensualmente (siempre tengo
en cuenta las posibilidades horarias, económicas, etc.).
Pero la frecuencia es fija. ¿Saben cuál es el primer efecto que he observado
a veces? Si están presentes, por ejemplo, el padre y la madre del niño, cuando
digo “voy a ver al niño los martes y a ustedes los jueves”, ella le pega un codazo
a él y le dice “¿viste que nosotros también...?”. Es muy interesante encontrarse
con eso. Aquí queda lo suficientemente claro –creo–, que proponiendo esta
consigna elimino absolutamente la idea de que el sujeto es el niño. Aquí
142
El niño y el Otro
143
Pablo Peusner
* * *
Alicia Donghi
Adhiero en un montón de cosas, (…) también adhiero en relación a la
fórmula de la frecuencia fija, en el sentido no solamente de que los niños exigen
rutinas: hay algo de la estructura de la constitución de un niño que tiene que
ver con esto de cierta rutina.
Lo que te quería preguntar es sobre esta cuestión que comentaste cuando
contaste la anécdota de la supervisión, en el sentido de que quizás hay algo de
lo preliminar, en el sentido de que quizás uno tiene que tomarse el tiempo de
lo preliminar para que después se pueda constituir la red o el marco de lo que
ahí va a acontecer. Si una madre dice “¿voy con mi hijo o no voy con mi hijo?”,
también puede ser una vacilación respecto del niño como verdad parental o el
niño como síntoma de la madre. Ahí me parece que la directiva puede no dejar
que el campo se ordene de acuerdo a determinadas significaciones, justamente
para poder armar la red…
144
El niño y el Otro
Pablo Peusner
Fue una anécdota que surgió en la espontaneidad del relato. Tengo que
seguir contando la supervisión un poco más. A mi me complica lo siguiente, me
complica cuando yo le pregunto al analista en cuestión por qué contestó eso y
él me dice: “no sé”. Porque yo acuerdo contigo en el sentido de que conviene
tener un margen para la maniobra del “caso por caso”, que es fundamental.
Pero quiero aclarar que para mí el “caso por caso” constituye la excepción,
siempre. No sé si todos van a compartir conmigo esta posición y hasta quizás
me traiga problemas esta noche: para mí el “caso por caso” no es la norma,
sino la excepción. Yo propongo para todos los casos un comienzo a partir de
la anticipación de la presencia de padres/parientes, después habrá tiempo para
escuchar la demanda y para ver de qué lado viene, pero prefiero que de mi
lado no se transmita una vacilación respecto de quién dirige.
Comentario de un participante
No necesariamente la pregunta está hecha a un psicoanalista, a lo mejor
es al licenciado que es psicólogo, tampoco es que hay una elaboración previa
por parte de quien hace la consulta…
Pablo Peusner
Me parece que habitualmente las personas que no participan de nuestro
pequeño mundillo –porque ninguno de nosotros, en el caso en que llevara un
hijo al analista tendría alguna duda de cómo se inicia eso– asocian la clínica
psicoanalítica con otras clínicas, como por ejemplo la clínica médica. Yo he
tenido la ocasión de recibir a los padres de un niño y que en esa primera
entrevista el padre me pidiera mi currículum...
Cristina Toro
A mi me parece, Pablo, que vos lo de la anticipación de esta manera como
algo que te ha funcionado a vos.
A mí me ha pasado que alguien llegue al consultorio y me diga “¿me tengo
que acostar en el diván?” y todavía no me había dicho ni el nombre. Ahí nadie
dudaría en decir “no”. Entonces me parece que hay algo que estás aportando
vos, que es resultado de una práctica.
Pablo Peusner
Permitime agregar que en lo referente a la clínica con adultos hay un
funcionamiento del dispositivo mucho más claro, me atrevería a decir “más
universal”. Creo que nadie aceptaría que un paciente en la primera entrevista se
acostara en un diván. Mi propuesta es que convendría trabajar para construir
un dispositivo de presencia de padres/parientes acorde a la política de la
clínica psicoanalítica lacaniana con niños. Lo que noto es que los analistas
trabajan como los bomberos –ni siquiera de policía, porque a veces la policía
145
Pablo Peusner
llega antes, es un milagro pero a veces pasa– pero los bomberos nunca llegan
antes. Siempre tiene que haber fuego primero...
Silvia Migdalek
A mí me interesa conversar un poco acerca de esta idea de la anticipación,
que me parece muy interesante para pensar cómo jugar un poco con la función
de la anticipación. Entiendo que hay un modo de pensar la anticipación de la
que hababas –que me parece importante– que tiene que ver con las premisas,
eso que acentuabas de las consecuencias que ha tenido para cada uno, no sólo
en su formación, sino en su propio análisis, lo que se constituye como premisas.
Entonces si se trata de eso lo que se anticipa, o lo que a uno se le puede anticipar
–tanto en la clínica con niños, como en la clínica con adultos– hay algo que
me parece interesante en relación a este punto de trabajar ciertos temas que
aparecen como temas que en apariencia son técnicos, pero que no lo son porque
siempre la anécdota esconde alguna estructura. Incluso en esa anécdota que
contabas de Max Graf y Juanito, digamos esto de que Freud le hubiera regalado
el caballito... Uno podría decir que eso tiene valor anticipatorio. ¿Vos pensás
que eso podría haber sido tomado por Freud en su valor anticipatorio?
Y la otra cuestión para ahondar un poco más en el tema de la anticipación
es una cuestión que Freud trabaja... La anticipación por supuesto no es sin la
retroacción y la retroacción no es sin el trauma. Entonces en Freud hay una
idea acerca de la cuestión de la retroacción del trauma. Es alrededor de esos
primeros textos donde él por primera vez sitúa la cuestión del Nachträglich que,
como bien recordabas, Lacan dice haber sido uno de los primeros en sacarlo
a luz en “Posición del inconsciente”. Entonces, es alrededor de la cuestión de
lo traumático, pero ¿qué valor tendría la anticipación en el trauma? ¿Cómo
conectás el Nachträglich con la anticipación? Porque para Freud lo que se
anticipa ahí es cierto traumatismo de la sexualidad que siempre llega tarde.
Vos decís que en la clínica con niños los padres no deberían ser el real de la
clínica, ¿para eso pensás en un dispositivo que permita domeñar algo o correr
de lugar, el real de la clínica con niños? Son preguntas que se me armaron
mientras te escuchaba.
Pablo Peusner
Voy a tratar de contestarte todo junto. Hay un momento en el que me parece
que Lacan hace un movimiento. Todos conocemos este dibujo –que es la célula
elemental del grafo, pero también el modelo básico de la relación entre los
significantes–; hay otro modo de escribirlo, que es este: el bucle.
146
El niño y el Otro
Laura Salinas
No recuerdo bien si es en la “Conferencia 34” donde Freud alerta sobre la
transferencia que el niño tiene con sus padres. No sé como pensar esto con el
tema de la anticipación, no sé si tomás en cuenta esta advertencia de Freud
de que la transferencia del niño es con los padres…
Pablo Peusner
Absolutamente la tomo en cuenta desde la relectura de Lacan. Hay motivos
para pensar, con Lacan, que el niño establece una neurosis de transferencia
147
Pablo Peusner
espontánea con los padres. Lacan lo dice en el Seminario 5, algo así como que
es una de las primeras posiciones del Otro respecto del niño, que “el Otro sabe
todo de sus pensamientos”. Ahora, lo que se verifica con poco margen de error, es
que cuando un niño llega a la consulta esa neurosis de transferencia explotó, se
disolvió, y que el saber está más del lado del niño que de los padres. Los padres se
presentan sin saber qué hacer con eso, “no sabemos que hacer, no sabemos cómo
tratarlo, no sabemos cómo manejarlo”, y suponen que cualquier manifestación
que se pueda considerar sintomática en realidad es un mensaje cifrado, es decir
que oculta un cierto saber que ellos no están en condiciones de descifrar. Y lo
ocurre es algo así como una cesión de lugar, para que nosotros intentemos hacer
una maniobra respecto de transferir ese saber hacia otra posición.
Agustina Denari
Pensaba en distintas ventajas que puede tener plantear en la clínica con
niños la frecuencia fija con los padres. Cuando uno recibe a los padres y al niño,
una de las cosas que pasa es que los padres le dicen es “él tiene el problema”,
está el tema de las etiquetas, porque que las escuelas ayudan muchísimo a
etiquetar a los chicos. Por otro lado, también pensaba en esto de que “el chico
es el problema” –así lo señala la escuela–... Digo, hay mucho de los padres que
de eso no saben ni quieren saber mucho más, como que te tiran al chico en
el consultorio. Dicen: “¿ah yo tengo que venir?, ¿cómo?, ¿yo qué tengo que
ver con eso?, esto le pasa a él”. Hay un trabajo muy fuerte en relación a qué
tienen que ver ellos con lo que le pasa al chico, a mí por lo menos es lo que
más me cuesta. Que haya una pregunta de qué tienen que ver ellos con lo que
le pasa al chico. Pero por otro lado, en esta misma línea, como la mayoría de
las veces te tiran al chico, también veo tu propuesta como algo difícil de lograr
sin que no salgan corriendo.
Pablo Peusner
Es un riesgo que hay que estar dispuesto a correr...
Agustina Denari
Sí, son las condiciones, digamos, el analista también pone condiciones
para trabajar. Pero a mí por lo menos es algo que me cuesta bastante que los
padres confíen en hablar, que quieran hablar de su historia. La mayoría dice
“¿qué tiene que ver esto con lo que le pasa al chico?”.
Pablo Peusner
Solamente dejame contarte un pequeño truco. Un truco que funciona –total
es un dispositivo– es citarlos solos, separados, y pedirle a la mamá que hable
del papá (anunciarle, anticiparle que “yo la voy a convocar a usted para que
venga, pero le voy a pedir que hablemos de su marido”), y cuando venga él
hacer lo mismo, pedirle que hable de su mujer.
148
El niño y el Otro
Gabriel Lombardi
Es una pregunta en relación a la distinción que hacías entre sujeto y personas
o niños... Si no entiendo mal estás planteando que un niño en algún momento
introduce algo que interroga a los padres, que produce un efecto de que el saber
queda de su lado, ellos a lo mejor no quieren saber nada –como planteaba
Agustina– con la pregunta que ese síntoma plantea, pero evidentemente en el
dispositivo que estás proponiendo algo de la subjetividad en algún momento
puede recaer sobre los padres. Entonces la pregunta sería: ¿no se define el
sujeto sino que va rotando? ¿Cómo pensar la noción de sujeto?
Por otro lado pienso en relación al dispositivo analítico... El dispositivo
como lazo social. Este dispositivo que estás planteando me parece novedoso
para retomar algunas cuestiones que plantea Lacan en relación al acto
psicoanalítico.
Pablo Peusner
Tenemos diversas definiciones y diversos sesgos para pensar al sujeto en la
vastísima obra de Lacan. Yo tiendo a plantear que en clínica con niños el sujeto
es un asunto que involucra a varias personas –y a propósito digo “persona”,
para que quede claro que “persona” es un término discreto– y que cada persona
aporta desde una posición discursiva diferente algo sobre ese asunto, y entonces
se trata de que el analista decida. Yo hice un juego de palabras hace unos años
que dio origen a un libro que se llamó “El sufrimiento de los niños”. El juego
que proponía era que en ese “sufrimiento de los niños”, el genitivo se puede
leer como que “los niños sufren” o como que “alguien sufre de los niños”.
Entonces lo que sostengo es que en ese trabajo previo, en ese estudio que uno
hace del asunto familiar del que se habla desde distintas posiciones, el analista
tiene que tomar una decisión y asignar un cuerpo respecto del cual eso se va
a sintomatizar. No siempre es el del niño. Aunque nos ofertemos en la ciudad
como analistas de niños, yo no me considero especialista, sí me oferto como
analista de niños pero me parece que no se puede considerar per se el hecho
de que porque nos consultan por un niño, el análisis sea con el niño.
Gabriel Lombardi
En ese sentido, la oposición que estás planteando, ¿sería entre sujeto y
persona o estás hablando de cuerpo?
Pablo Peusner
No, yo decía “persona” para diferenciar bien la cuestión. Concretamente,
yo propondría que el sujeto es un asunto bidimensional pensado con una
lógica significante. Y ese asunto, una vez establecido, hay que hacerlo articular,
hacerlo embragar –como diría Lacan– con uno para que la situación analítica
se reduzca como –vos decías– a dos cuerpos.
149
Pablo Peusner
Gabriel Lombardi
“A lo sumo dos”, dice Lacan, no más de dos, no hay psicoanálisis de a tres.
Pablo Peusner
Estoy de acuerdo, de hecho, mi matriz de el sufrimiento de los niños, sólo
admite dos casilleros. Mi planteo exige entender que se trata de un punto de
llegada, que hay que hacer un trabajo para llegar a aceptar esa posición, para
decir: “sí, es acá con el niño, este es el asunto y es con este niño”.
Gabriel Lombardi
Me parece interesantísimo lo que has planteado. Y tiene resonancias, por
ejemplo, con uno de los temas sobre los que he estado reflexionando en función
del tema del tiempo, articulado con los dos momentos del trauma, y algunas
resonancias a Heidegger.
Pablo Peusner
Es un tema muy interesante el del tiempo... Cuando propuse la cuestión
me gustó esto de Volver al Futuro, porque lo que continuaría luego de mi
exposición, sería revisar el problema del “futuro anterior”, o sea, cómo operaría
el futuro anterior en relación al establecimiento de ese sujeto. Porque el futuro
anterior es el tiempo del sujeto. Pero bueno, lo dejamos para la próxima...
Alicia Donghi
Me acuerdo de una situación que me pareció muy interesante sobre todo
en relación al tema de la frecuencia fija, que me resultó sorprendente en este
estilo de “ya lo sabía”... Freud decía que “las resistencias siempre son de los
padres”, en el sentido de que el niño es el síntoma de los padres. Te quería
preguntar si hay resistencia propiamente dicha del lado del niño.
Pablo Peusner
Bueno, la idea de que los padres encarnan la resistencia es de Freud y
quien más se la discutió fue Melanie Klein. En el libro que publiqué el año
pasado, dediqué muchas clases a teorizar algo que llamo el “lenguaje infantil”
por diferencia del “lenguaje adulto”. Es un invento, en realidad es un modo
de leer algo que la clínica oferta. A mí me parece que más allá de ser niño o
adulto, y más allá de ser niño o padre, aquel que hable con lenguaje infantil no
podría nunca resistir, y que la resistencia se presenta a partir de la inclusión en
el discurso del triple principio lógico de Aristóteles. Propuse que la instancia
yoica, lo que nosotros conocemos como el “yo”, en realidad es un sistema
de afirmaciones y negaciones, como dice Lacan, pero estructurado a partir
del triple principio lógico de Aristóteles. Entonces, cualquiera que hable
organizando su discurso con ese triple principio lógico, resiste; mientras que
cualquiera que hable por fuera se analiza. Si hay analista, mejor...
150
El niño y el Otro
Apéndice B
¿Niños “inanalizables”
o resistencias
del psicoanalista?1
151
Pablo Peusner
I.
4. A modo de ejemplo de esta tesis, v. “El lugar de los padres en el psicoanálisis de niños”
de Ana María Sigal de Rosenberg (comp.), Lugar Editorial, Buenos Aires, 1995.
5. �������������������������������������������������������������������������������������
Lacan, Jacques - Cénac, Michel. “Introducción teórica a las funciones del psicoanáli-
sis en criminología” (1950), en “Escritos 1”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1984,
pag. 128.
152
El niño y el Otro
jes sin lazos de sangre con el interesado (les parents son, en francés coloquial,
“los padres” tanto como “los parientes”).
Si el analista dirige la cura, si establece las directivas que instalan la “si-
tuación analítica”, la “presencia de padres/parientes” se transforma en un dis-
positivo simbólico incluido en el contrato. Entonces habrá que definir quié-
nes participarán (porque ante las nuevas formas de la familia es conveniente
establecer quiénes asistirán a las entrevistas) y con qué frecuencia (porque la
frecuencia debe establecerse como “fija” si es que acaso no queremos llegar
siempre tarde). Tales directivas, las que contribuyen a que se instale un dispo-
sitivo de “presencia de padres/parientes”, deberán ser planteadas bajo la for-
ma de consignas en una comunicación inicial. Y el propio Lacan asegura que
las mismas “hasta en las inflexiones de su enunciado servirán de vehículo a la
doctrina que sobre ellas se ha hecho el analista, en el punto de consecuencia
a que han llegado para él”6. Entonces, las dudas que los analistas presentan
acerca de cómo incluir o trabajar con los padres/parientes de los niños en el
análisis (dudas que pueden manifestarse hasta en los balbuceos al enunciar-
las), dan cuenta del modo de resistencia a la teoría que antes citábamos.
Ahora bien, la adhesión al dispositivo de la “presencia de padres/parien-
tes” tal y como acaba de ser presentada, exige una noción bidimensional del
“sujeto” que lo aleje totalmente de su comprensión como individuo corpori-
zado. En la clínica psicoanalítica lacaniana con niños abordamos un asun-
to (sujeto) del que participan diferentes posiciones subjetivas. Desde todas o
cualquiera de ellas es posible decir algo que produzca efectos, levante inhibi-
ciones y resuelva síntomas. No es necesario mantener separadas las posicio-
nes enunciativas puesto que se trata de un único texto que se escribe al mo-
mento de ser leído, que no preexiste a sus lectores y que incluye, inevitable-
mente, a la posición del analista puesto que le es dirigido.
Pero entonces... ¿nadie es responsable por lo que se dice?
Abrimos así el segundo de nuestros problemas.
II.
153
Pablo Peusner
7. Lacan, Jacques. “Más allá del principio de realidad” (1936), en “Escritos 1”, Siglo XXI
Editores, Buenos Aires, 1984, pág. 75.
8. Ibid. pág. 77
9. Peusner, Pablo (2006).op.cit. especialmente capítulos II a V.
10. Lacan, Jacques. “El seminario. Libro 1. Los escritos técnicos de Freud” (1953-54)E.
Paidós, Buenos Aires, 1988, pág. 319.
11. Lacan, Jacques. Ibid. Pag. 335.
154
El niño y el Otro
Post-scriptum
Hace algún tiempo hice pública una idea que se me presentó más como
una conclusión lógica de un trabajo de estudio que como una opinión califi-
cada por la experiencia: propuse que la clínica psicoanalítica lacaniana con
niños resulta ser la mejor entrada en la práctica para los analistas nóveles y
justifiqué tal afirmación a partir de una característica importante que la difer-
encia de otras clínicas. La clínica psicoanalítica lacaniana con niños presen-
ta ciertas exigencias que no pueden ser resueltas con los recursos de la doxa
psicoanalítica, el sentido común o la intuición.
Así como con tanta facilidad se desplaza la noción de “sujeto” a la de “per-
sona” –lo que permite casi a diario afirmar que “un sujeto de sexo masculino
asiste a la entrevista...”– en los casos en que proliferan los personajes de carne
y hueso, afirmar que el niño “es” el sujeto resulta tan poco práctico como
fundamentado. Entonces, el mismo dispositivo de “presencia de padres/pari-
entes” favorece que el analista deba detenerse a reflexionar acerca del esta-
blecimiento del sujeto, el que –inevitablemente– debe ser abordado como el
asunto sobre el que se habla desde todas las posiciones enunciativas que par-
ticipen del proceso
Pero también, así como al recibir a un paciente adulto un analista poco ad-
vertido podría fácilmente confundir su pedido de análisis con una demanda,
los pedidos que recibimos de y por los niños son algo más complejos. Piden
adaptación al orden social (en los casos de problemas de conducta) o a la nor-
ma etaria (cuando algo no ocurre a tiempo o se extiende más tiempo del de-
bido). En ocasiones piden que juzguemos las funciones parentales, entonces...
12. Agamben, Giorgio. “Lo que queda de Auschwitz” (1999), Ed. Pre-Textos, Valencia,
2000. Especialmente el cap. 1.
155
Pablo Peusner
156