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Parábola del fariseo y el publicano

Vamos a estudiar bíblicamente esta conocida parábola, para que usted


pueda conocer cuál es la enseñanza que Cristo nos quiso dejar, porque
pareciera que fácilmente es forzada por muchos para tildar a otros de
religiosos o para tener excusas en seguir pecando, pero cuando
conocemos el propósito de la enseñanza, entenderá cuán importante y
necesario es realizar una correcta interpretación, para que no hagamos
un eiségesis de cualquier pasaje. Leamos las escrituras en Lucas 18:9-
14:
9 A unos que confiaban en sí mismos como justos, y
menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: 10 Dos
hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro
publicano. 11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de
esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros
hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este
publicano; 12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo
lo que gano. 13 Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun
alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
Dios, sé propicio a mí, pecador. 14 Os digo que éste descendió a
su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se
enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
El versículo 9 es totalmente clave para el significado correcto de la
enseñanza, note como empieza “A unos que confiaban en sí mismos
como justos” la versión NTV dice: “a algunos que tenían mucha
confianza en su propia rectitud”. La versión TLA enseña que Jesús
estuvo hablando con personas “de ésas que se creen muy
buenas”. Por supuesto estaba refiriéndose a los fariseos. Como ya
sabemos, los fariseos enseñaban que Dios solamente otorga su gracia
a aquellos que se ajustan a sus preceptos, de esta manera, la piedad
se hizo formalista, dándose menos importancia a la actitud del corazón
que al acto exterior, los fariseos llegaron prácticamente a endiosar la
ley, imponían sobre el pueblo una masa de preceptos recogidos de la
tradición, y que no figuraban en la Ley de Moisés, ellos vivían apartados
de lo considerado impuro, por eso su actitud hacia los demás, la
expresión “menospreciaban a los otros” significa tratar o
considerarlos como nada.
El versículo 10 enseña que un fariseo y un publicano subieron al templo
a orar, no exactamente al santuario, sino a los atrios donde se
acostumbraba a orar, por lo que debe entenderse como un acto común
en la época, pero definitivamente la actitud con la que cada uno se
presenta, nos muestra que no todos se acercan a Dios de una manera
correcta, y que no a todo se le puede llamar oración
V11 El fariseo “puesto en pie”, el orar en pie era común para los
israelitas, sin embargo orar de rodillas era una postura de mayor
devoción o reverencia (2 Crónicas 6:13; Esdras 9:5; Daniel 6:10;
Lucas 22:41) y como señal de humillación inclusive se oraba con el
rostro hacia el suelo (Josué 7:6; 2 Crónicas 20:18; Nehemías 8:6),
pero el problema no era la posición que tenía, sino su intención de
hacerlo en pie para ser escuchado por otros, inclusive por aquel
publicano que se encontraba cerca de él, además las escrituras indican
que “oraba consigo mismo”, es decir oraba estas cosas para sí
mismo, note que toda su “oración” estaba dirigida a él mismo, sus
palabras eran: no soy como, ni aún como, ayuno, doy, es decir, todo se
centra en sus actos. ¿Realmente a esto se le puede llamar oración?
Este fariseo sólo se elogiaba al compararse con un publicano que
practicaba cosas que quizás él no hacía, era más una recitación
orgullosa y altiva que hablaba de sus supuestas cualidades, pero que
en nada glorificaban a Dios, aún dijo: “ayuno dos veces por
semana” resaltó que ayunaba más veces de lo que exigía la
ley (Levítico 16:29-31; 23:27) es como si Dios debería agradecerle su
compromiso con él, porque ante los hombres parecía un buen ejemplo
de espiritualidad, pero que a su vez, despreciaba a su prójimo.
V13 “Mas el publicano” eran hombres muy adinerados y casi nunca
eran judíos, pero aquellos que si lo eran, eran calificados como traidores
por trabajar como agentes de los romanos para cobrar un impuesto para
un gobierno gentil, eran tildados de ladrones, injustos y pecadores
porque se les permitía recaudar más dinero del necesario. Otra fuente
teológica enseña que quienes recaudaban los impuestos trabajaban
para los publicanos, estos iban recolectando el dinero en las áreas
restringidas donde vivían, eran judíos, pero por lo general no muy
adinerados y se les podía ver en el templo. Pero aun con ese oficio y
sintiendo el desprecio de sus compatriotas, Jesús enseña que este
publicano “estando lejos” distante de las demás personas, “no quería
ni aun alzar los ojos al cielo” podemos ver que era una actitud
totalmente contraria y opuesta a la del fariseo, el publicano siendo
consciente de su pecaminosidad se sentía indigno para acercarse a un
Dios 3 veces Santo, él sabía que no podía aportar nada que mejorara
su situación con Dios, que autojustificarse no arreglaría las cosas, así
que en una postura de humillación y sin pretensiones decía: “Dios, sé
propicio a mí, pecador”. Clamaba por compasión y misericordia, con
la esperanza que Dios escuchara su súplica, no debe entenderse como
“un pecador” sino como “el pecador”, similar a cuando Pablo reconocía
que él era el primero o el mayor de los pecadores, acá no vemos una
oración muy extensa, fueron breves palabras, pero con un verdadero
corazón arrepentido, el cual tuvo su respuesta en el siguiente versículo.
V14 “Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el
otro” Es decir, del último a quien se refería (el publicano) si fue
justificado, recibió perdón y fue aprobado por Dios, pero el otro no (el
fariseo). Es que realmente el fariseo expuso que tenía una vida
intachable, pero no se daba cuenta que el desprecio hacia los demás,
su soberbia y altivez eran pecados que si debía reconocer y confesar,
pensaba que por su conducta era justificado ante Dios. “porque
cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla
será enaltecido”. Jesús deja bastante claro el contraste entre estas
dos personas para enseñar sobre el orgullo y la humildad, porque el
hombre que es orgulloso no admitirá pecados ni fallas en su vida, llegará
al punto de orar por los pecados de otros, pero nunca confesará los de
él. Este fariseo aborrecía literalmente a su prójimo, ¿Cómo podía
considerarse justo delante de Dios? ¿Acaso el menosprecio, el odio, el
rencor, no son pecados que también debemos abandonar? Pero aquel
que con corazón sincero, se acerca a Dios, aquel que genuinamente se
arrepiente y se rinde ante la misericordia de Cristo, es el que será
enaltecido.
LO QUE ENSEÑA LA PARÁBOLA:

 En la parábola anterior, Jesús enseña la necesidad y el poder de la


oración, esta se encuentra en (Lucas 18:1-8) pero en la del fariseo
y el publicano, enseña cuál debe ser la actitud correcta y apropiada
para acercarse a Dios. La mera insistencia en la oración, no es
suficiente para que sea respondida.
 La justificación es sólo mediante la fe, en esta parábola pudimos ver
como un pecador que carece en lo absoluto de justicia personal, fue
declarado justo luego después de su sincero arrepentimiento.
 Las obras no justifican a los hombres, aún ni el fariseo más devoto,
podía ser justificado por guardar la ley o sus tradiciones, por eso es
importante reconocer que la única manera de recibir perdón, es
acercarnos con fe ante Aquel que nos puede justificar. Las escrituras
enseñan que los pecadores son justificados tan pronto la justicia de
Dios es imputada en su favor (Romanos 4:4, 5; 2 Corintios 5:21;
Filipenses 3:4-9). Para más información sobre este tema lea
también la reflexión ¡No somos salvos por obras!
 No todo el que se acerca a Dios, tendrá respuesta a su oración, es
como el impío que piensa que Dios le escucha, pero desconocen que
Dios no oye a los pecadores (Isaías 1:15; Juan 9:31), sin embargo
cuando un pecador clama a Dios con un genuino arrepentimiento,
Dios en su gracia y misericordia lo perdona y lo justifica, tal como
sucedió con el publicano.

LO QUE NO ENSEÑA LA PARÁBOLA:

 Que las personas que procuran una vida en santidad, caen en la


autojustificación. Este argumento no es similar al ejemplo del fariseo,
nótese que no está mal obedecer la ley moral de Dios, ¿Acaso no es
bueno vivir alejados del pecado? ¿Acaso Dios estará enojado con
los que no practican pecados sexuales, o con los que no roban, no
codician ni son injustos? Por supuesto que no, pero ya estudiamos
que el fariseo quiso compararse con otra persona sintiéndose más
alto y moral que el publicano, pensaba que el abstenerse de hacer
ciertas cosas, era lo que lo hacía justo delante de Dios, pero aún en
su manera de expresarse, pudimos notar un tono de orgullo,
soberbia, altivez y desprecio hacia su prójimo, pecados que
abundaban en su corazón.
 No induce al cristiano a relajarse en el pecado, algunos argumentan
que mientras nos acerquemos a Dios en humillación, Él siempre nos
va a perdonar, porque es grande en misericordia. Un verdadero
cristiano conoce que si por alguna circunstancia llega a pecar,
debemos confesar nuestros pecados, porque Él es fiel y justo para
perdonarnos (1 Juan 1:9), pero el mismo apóstol Juan no nos está
enseñando a perseverar en el pecado, él nos exhorta a que NO
debemos pecar (1 Juan 2:1 Hijitos míos, estas cosas os escribo
para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado
tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo).Nótese que no
dice “y cuando pequen” ¡No! No debe leerse como algo habitual y
cotidiano, Él dice: “y si alguno hubiere pecado” es decir: “si en algún
momento pecares”, “si en alguna ocasión pecares” entonces
Jesucristo es justo para perdonarnos. Recordemos lo que Jesús dijo
en Juan 8:34 “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que
hace pecado, esclavo es del pecado”. Todo aquel que hace, es
decir, un practicante, uno que vive pecando, es esclavo del pecado.
También el apóstol Pablo nos enseña en (Romanos 6:1, 2) que los
que han nacido de nuevo, no viven más en el pecado.
 No enseña a humillarnos con la intención que Dios nos enaltezca, no
enseña a humillarnos para que Dios nos eleve y de alguna manera
sintamos mérito por ello, es como el que ofrenda y diezma para que
Dios le prospere en todo, pero no lo hace porque sabe que tiene una
responsabilidad con la iglesia, no lo hace sin intención de recibir
algún beneficio, todo tiene que ver con el propósito por el que
hacemos las cosas. Dios es quien exige que cuando nos
acerquemos a Él, lo hagamos confiadamente pero de la manera más
sumisa y humilde, reconociendo que nada somos sin Él y que si
somos verdaderos hijos de Dios, entenderemos que nuestra posición
es de siervos, sujetos completamente a su soberanía y voluntad.

Juan 8:32 “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”

LA PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO

LUCAS 18:9-14

INTRODUCCIÓN

· Me encantan las historias bíblicas. Y no sólo a mí, creo que a


muchos que nacimos y crecimos en el evangelio las historias bíblicas
han sido una fuente hermosa de enseñanzas que nos acompañan
hasta hoy: David y Goliat; Elías; José; Moisés contra los israelitas en
el desierto, el arca de Noé, etc.

· Sin embargo, existen algunos inconvenientes con todas las historias,


y esto incluye -sobre todo- a las bíblicas. En la casa tenemos algunas
películas que las niñas han visto más de 10 veces. Y cada vez que me
siento a verlas, me paso regañándolas porque ya se conocen tan bien
la película que hasta se han aprendido los diálogos de los personajes.
En otras palabras se vuelve totalmente predecible la siguiente escena.
Y aparentemente, la emoción de no saber cuál es el siguiente episodio
que se va desvaneciendo hasta perderle la emoción de disfrutarla
como si fuera la primera vez que la vemos. Y esto es especialmente
cierto al leer de nuevo las narraciones de la Biblia: ya sabemos cuál es
el fin.

· Creo que debemos de poner más empeño y esforzarnos por revivir la


emoción de escucharlas de nuevo para volver a disfrutar de su efecto
sorpresivo como cuando la contó Jesús por primera vez. Ese es el
caso de la parábola que tenemos frente a nosotros.

DOS PERSONAS

1. Un fariseo. Un hombre respetado por sus conocimientos, eran


hombres considerados como los más ortodoxos en la interpretación de
la ley (rectos en doctrina, conservadores); eran celosos de guardar y
hacer guardar la ley. Había como 6 mil fariseos en la época de Jesús.
Su fama y reputación eran muy apreciadas hasta antes de la aparición
de Jesús, quien fue el que los exhibió públicamente por su hipocresía.

2. Un publicano. Este era un hombre totalmente opuesto al fariseo.


Como se les acusaba de traicionar al pueblo judío por recaudar
impuestos para entregarlos al imperio de Roma se encontraban en el
último lugar de popularidad y junto con los gentiles eran de las
personas más repudiadas en la sociedad, pues eran extorsionadores,
y se aprovechaban de su puesto para exigir más dinero. Recuerden
que Jesús al hablar del último paso en la disciplina de la iglesia, dice
que al que insiste en pecar hay que considerarlo como gentil y
publicano.

3. Estos son los personajes de esta narración. CLARO: Hoy sabemos


de antemano quién es el “malo” y cómo termina este cuento, pero
cuando Jesús relató esta parábola nadie se imaginó el desenlace
inesperado que tendría, y que los dejó en shock. Imagínese que en
lugar del fariseo mencionemos a un eminente profesor del seminario y
en lugar del publicano mencionemos a un narcotraficante o un
secuestrador sanguinario. El impacto sería muy fuerte, similar al que
tuvo lugar en la mente de los que escuchaban las palabras de Jesús.

4. Jesús nos presenta, pues, de manera intencional a dos hombres


totalmente opuestos en costumbres, en prestigio, en profesión y al
final de cuentas opuestos en su condición ante Dios.

El contexto de la oración en el Templo: La primera línea de


la parábola levanta el telón del escenario y presenta de manera
increíblemente sintética el lugar, los personajes y la acción: “Dos
hombres subieron al templo a orar”. Jesús se refiere al Templo de
Jerusalén, el que conoció en su forma monumental con las reformas
arquitecturales queridas por el rey Herodes el Grande, y que en este
tiempo todavía tiene algunas partes en “obra negra”. Para la mentalidad
bíblica, el Templo de Jerusalén, era considerado como el lugar donde el
Dios de Israel moraba de un modo especial; era un signo de la presencia
del Dios de la Alianza que, sin perder su trascendencia, habita con su
pueblo. El Templo era lugar de oración comunitaria y también personal.
En tiempos de Jesús, muchos judíos iban al Templo con motivo de las
grandes fiestas y, para los que habitaban más cerca, el lugar preferido
para recitar las oraciones cotidianas sobre todo la de los sábados. Había
una convicción profunda de que éste era el lugar más propicio para ser
escuchado por Dios. Así se lo había pedido Salomón –el primer
constructor del Templo a Dios el día de la consagración del edificio: “Oye
pues la plegaria de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren en este
lugar. Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde el cielo, escucha y
perdona” (1ª Reyes 8,30).

Hasta el Templo “suben a orar” sugiere un acto formal y quizás


peregrinación. Se dejan ver enseguida dos personajes que el pueblo
identifica con facilidad por sus comportamientos públicos: el típico
santo (el fariseo) y el típico pecador (el cobrador de impuestos). dos
personas. dos formas de pedirle al Señor que reciba su oración; un
hombre soberbio y un hombre humilde.
CONCLUCION:

LUCAS 18:14. EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENSALZADO

14Os digo que éste descendió á su casa justificado (griego: dedikaiomenos) antes
que el otro; porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se humilla,
será ensalzado.

“Os digo que éste descendió á su casa


justificado (dedikaiomenos) antes que el otro” (v. 14a).
Interesantemente, Jesús no nos dice que el publicano ofrece devolver
dinero mal logrado, como hará Zaqueo (19:8). No dice que el
publicano cambiará su forma de ser y que se hará respetable. El
publicano no tiene ningún logro personal con el que negociar con Dios,
y no pretende jugar el juego de logro personal. No tiene nada que le
encomiende, y no hace ningún esfuerzo para ser encomendado. Su
única virtud es la humildad, que le permite pedir merced. Sin embargo,
Dios contesta su oración y, por lo tanto, desciende a su casa
justificado.

“La palabra ‘justificado’ del verbo dikaioo, se relaciona con la palabra


‘justo’ (dikaios) en versículo 9” (Tannehill, 267). No obstante, sabemos
por el contexto de esta parábola que esta justificación no se trata de
una justicia ganada, sino de un don de Dios. El publicano ha orado por
merced, y Dios ha contestado su súplica de acuerdo con su amor
constante. Dios ha cancelado sus transgresiones, le ha lavado de su
iniquidad, y le ha limpiado de su pecado (véase Salmo 51). El
publicano no merece estar en presencia de Dios, pero Dios le imputa
merecimiento – le concede estatus de merecedor – le trata como
merecedor.

“porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se


humilla, será ensalzado” (v. 14b). Entonces, tenemos un hombre
justo (el fariseo) descendiendo a su casa sin justificación y un hombre
injusto (el publicano) descendiendo a su casa justificado. El caso es
obvio. La justificación no es algo que podemos lograr solos. Solo la
podemos recibir como don de Dios.
Sin embargo, esta historia nos hace preguntar si santidad personal
cuenta para algo. Si sinvergüenzas son santificados antes que los
santos, ¿por qué no ser un sinvergüenza? La respuesta es que ser un
sinvergüenza no concuerda con quienes somos – de quienes somos:

• Ambos Testamentos enfatizan la importancia de la santidad personal.


Existen referencias demasiado numerosas para incluir aquí, pero
referencias en el Nuevo Testamento incluyen Mateo 5:6, 8; Lucas
6:45; Juan 5:14; 15:19; y Hechos 24:16.

• Pablo se dirige a este tema en detalle en Romanos 6. Dice, “porque


los que somos muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (v. 2).
Nos recuerda que hemos muerto con Dios en el bautizo “para que
como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en novedad de vida” (v. 4). Concluye, “No
reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal… antes presentaos á
Dios como vivos de los muertos, y vuestros miembros á Dios por
instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de
vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (vv. 12-14).

• La Parábola del Fariseo y el Publicano no celebra licencia sino que


nos recuerda que nuestra salvación depende de gracia. Ninguno de
nosotros – incluyendo los clérigos – tenemos motivo de buscar
nuestros logros espirituales (1 Corintios 1:31; 2 Corintios 10:17).
Ninguno de nosotros tiene razón de despreciar nuestros compañeros.
Todos nos acercamos al trono de la gracia con manos vacías.

REFLEXION:

EVANGELIO: LUCAS 18, 9-14:


En este Evangelio, se nos habla de lo contrario a la FE. ¿Qué sería
lo contrario a la Fe? Lo más seguro es que ustedes me dirían, que
es “No tener fe”, ¡pero no!, lo contrario a la fe, es lo que hicieron
los fariseos “no escuchar a Cristo”, ellos sentían que estaban tan
cerca de Dios, que se las sabían de todas, todas, ¿Qué como un
carpintero les iba a venir a enseñar? Y estos fariseos: “según ellos
tan cerca de Dios” “teniendo a Dios en medio de ellos, no lo
reconocieron”. Su soberbia, su orgullo, su prepotencia de creer
saberlo todo, de no querer escuchar, y lógicamente, mucho menos
querer “obedecer a Jesús” los llevo a su condenación: “porque
viendo no quisieron ver y escuchando no quisieron oír”. “El no
escuchar a Jesús, el desobedecer sus mandatos” hacen de todo
católico, un fariseo. En cambio, el hombre humilde, que camina en
fe, sabe escuchar la Palabra de Dios y hacerla vida. Y deja que esa
Palabra de Dios, le señale sus áreas enfermas, le haga reconocer su
pecado y le lleve al arrepentimiento y a la conversión. La Palabra
de Dios es luz en el camino. Por eso los fariseos “estaban ciegos”,
porque no querían escuchar a Jesús. Y por eso, el fariseo, en su
ceguera, se siente merecedor, en cambio el publicano,
humildemente, sabe, que orar, no es tanto hablar con Dios, sino
escucharlo. El publicano sabe escuchar a Dios, porque es capaz de
reconocer su miseria y su pecado e implora a Dios su perdón y
misericordia. Muchos católicos, por estar tan atentos “al qué
dirán” tratan de quedar bien con la gente, y se les olvida quedar
bien con Dios, que es El que nos salva. Ojala que siempre nos
acordemos “que Dios no nos va a hacer una Encuesta de
Popularidad para Salvarnos, sino un juicio personal” y que de
nada sirve parecer bueno, y estarme auto alabando, si mi obrar
ante Dios no es digno de alabanza, dice por hay un dicho “dime de
que presumes y te diré de que careces”. Hay personas que como el
Fariseo, queremos darle a Dios lo que yo quiero y no lo que Él me
pide.
Les voy a contar lo que le paso a Jenny.Jenny era una linda niña
de cinco años de ojos relucientes. Un día mientras ella con su
mamá visitaba una tienda, Jenny vio un collar de perlas de plástico
que costaba 2.50 dólares. Cuánto deseó poseerlo!! Preguntó a su
mamá si se lo compraría, su mamá le dijo: Hagamos un trato, yo te
compraré el collar y cuando lleguemos a casa haremos una lista de
tareas que podrás realizar para pagar el collar. Y no te olvides que
para tu cumpleaños es muy posible que tu abuelita te regale un
dólar!, ¿está bien?. Jenny estuvo de acuerdo y su mamá compró el
collar de perlas. Jenny trabajó con tesón todos los días para
cumplir con sus tareas, y tal como su mamá le mencionara, su
abuelita le regaló un dólar para su cumpleaños. En poco tiempo
Jenny canceló su deuda. Jenny amaba sus perlas, las llevaba
puestas a todas partes. El único momento que no las usaba era
cuando se bañaba, su mamá le había dicho que las perlas con el
agua le pintarían el cuello de verde. Jenny tenía un padre que la
quería muchísimo. Cuando Jenny iba a su cama, él se levantaba de
su sillón para leerle su cuento preferido. Una noche, cuando
terminó el cuento, le dijo: “¿Jenny tú me quieres? -“Oh si papá, tú
sabes que te quiero!”. Entonces, regálame tus perlas” -¡Oh, papá!
¡No mis perlas!” dijo Jenny “Pero te doy a Rosita, mi muñeca
favorita. ¿La recuerdas? tú me la regalaste el año pasado para mi
cumpleaños y te doy su ajuar también, ¿está bien papa? “oh no
hijita, no importa”. Una semana después, nuevamente su papá le
preguntó al terminar el cuento “¿Jenny, tú me quieres?”, “Oh si
papá, tú sabes que te quiero! “Regálame tus perlas”. “¡Oh, papa!
¡No mis perlas! pero te doy a Lazos, mi caballo de juguete, ¿lo
recuerdas? Es mi favorito, su pelo es tan suave y tú puedes jugar
con él y hacerle trencitas. Tú puedes tenerlo si quieres papá”. “Oh
no hijita, “le dijo su papá dándole un beso en la mejilla, “Dios te
bendiga, felices sueños”. Algunos días después, cuando el papá de;
Jenny entró a su dormitorio para leerle un cuento, Jenny; estaba
sentada en su cama y le temblaban los labios, “toma papá” dijo, y
estiró su mano. La abrió y en su interior estaba su querido collar,
el cual entregó a su padre. Con una mano él tomó las perlas de
plástico y con la otra extrajo de su bolsillo una cajita de terciopelo
azul. Dentro de la cajita había unas hermosas Perlas Genuinas. Él
las había tenido todo este tiempo, esperando que Jenny
renunciara a la baratija para poder darle la pieza de valor.
Y así es también con nuestro Padre Celestial. Él está esperando
que renunciemos a las cosas sin valor en nuestras vidas para
darnos preciosos tesoros. Esto me hace pensar las cosas a las
cuáles nos aferramos y me pregunto ¿qué es lo que Dios nos quiere
dar en su lugar? ¿Sabes tú qué es lo que Él tiene planeado para ti,
cuando decidas dejarlo entrar en tu corazón? ¿Cuándo lo vas a
dejar entrar en tu corazón? ¡Cuando te decidas a escucharlo y a
obedecerlo. Y te des cuenta que es más lo que ignoras, que lo que
sabes.

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