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Internacional Situacionista?
T. J. Clarck y Donald Nicholson-Smith
¿Qué nos importan los juicios que puedan elevarse más tarde sobre nuestras
oscuras personalidades? Si hemos visto conveniente apuntar las diferencias
políticas que existen entre la mayoría de la Comuna y nosotros, no es para
repartir la culpa entre los fundadores y el elogio entre los continuadores. Es
simplemente para asegurar que, aunque la Comuna fuera derrotada, la gente
supiera que no fue lo que ha aparentado ser hasta ahora.
No ha sido antes de que las cenizas de Guy Debord fueran con toda seguridad
vaciadas desde el Puente de Vert-Galant en el Sena, ni antes de que la muerte
sofocase su implacable tendencia a responder a cualquiera que hiciese la
menor mención de él, que un envalentonado grupo de comentaristas a salvo en
sus perreras, están desesperadamente impacientes por posicionarse a favor, en
contra o de cualquier otra manera con respecto a la persona, escritos, hechos y
gestas de Debord.
Tal es el caso del intrépido diletante Régis Debray, una vez punto focal del
Guevarismo, luego asesor del presidente Miterrand. Debray, quien (con toda
seguridad) nunca antes había estado vinculado a Debord de ninguna manera,
siente ahora una urgente necesidad de denunciar las ideas de Debord, y
específicamente el concepto de espectáculo, por su supuesto idealismo, por su
adscripción al joven Marx y al joven Hegel, por su Feuerbachismo no
reconstruido - pero sobre todo por su estricta incompatibilidad con su propia
sociología positivista de la comunicación de masas, conocida por el nombre
de "mediología". [2]
Por eso mismo, alguien podría preguntarse por qué estamos contestando a este
particularfragmento de sinsentido. Quizá el fragmento de Debray sea tan
fastidioso porque nos condujo realmente a nuevos abismos, incluso en un
campo tan vehementemente discutido. Ciertamente nunca esperaríamos verlo
mejorado con la descarada amnesia de los rancios debates académicos acerca
de la parte tomada por los escritores en los debates referidos; sin mencionar la
más o menos lunática (pero por supuesto calculada) "estima" que Debray
termina confesando por Debord "en cuanto individuo" - y en cuanto rareza,
"un moralista profesional" que tiene realmente un "código moral personal".
Pero había algo más, nos damos cuenta, que pasaba por debajo de nuestra piel.
Sucedió que el periódico británico New Left [4] Review seleccionó para
publicar una versión (algo abreviada) del elogio de Debray en su número de
noviembre/diciembre 1995. [5]. Fue la segunda vez en su historia que
la Review trató - y falsificó - la cuestión de los situacionistas (la primera, de la
que hablaremos, fue en 1989, tras un cuarto de siglo de elocuente silencio[6]).
Pero las contradicciones se terminan manifestando, y como por azar (o mala
administración), el artículo de Debray se colocó en una bonita yuxtaposición
con las amplias y reverenciales discusiones, en el mismo número, de la
"historia del breve siglo XX" de Eric Hobsbawm -- su "informe", que diría un
gracioso "para un Comité Central que ya no existe". La propia idea de hostigar
demasiado las omisiones y excusas de Hobsbawm como historiador fueron
denunciadas a priori por NLR como "anticomunistas". Una norma para
jóvenes hegelianos, según parece, y otra para estalinistas irredentos. Haber
sido demasiado optimista acerca del potencial revolucionario del proletariado
es una cosa; y otra muy diferente haber pasado la vida de uno inventando
razones para la colectivización forzada, la acusación, el Gran Terror, la
supresión de las sublevaciones de Alemania del Este y Hungría y así ad
nauseam. Aquel es el vocerío de los rebeldes primitivos, ésta la alternativa
analítica dura de la historia marxista.
Naturalmente esto nos trae a la mente los primeros esfuerzos de NLR para
inventar una historia del "situacionismo" que eludiese de alguna forma
enfrentarse al momento, en los últimos años de 1960, en que las formas
políticas de influencia situacionista se hallan realmente enfrentadas con las del
marxismo llamado "clásico" u "ortodoxo" del propio periódico. Enorme fue la
labor del redactor de NLR sobre asuntos artísticos, Peter Wollen, cuando fue
reclamado para el número de marzo-abril de 1989; y muchas fueron las
principales corrientes y las imaginativas genealogías y los esbozos en
miniatura de este importante -ismo y esas cosas: todo para apoyar la
declaración esencial en la última página de su más y más breve siglo XX, que
desde 1962 en adelante en el trabajo de la I.S. "la negación llevada a cabo por
Debord y sus seguidores de cualquier separación entre actividad política y
artística... condujo en realidad no a una nueva unidad dentro de la práctica
situacionista, sino a una eliminación total del arte excepto en sus formas
propagandista y de agitación... La teoría desplazó al arte como actividad de
vanguardia, y la política (para quienes quisieran tener las manos
absolutamente limpias) sería pospuesta hasta el día señalado en la agenda por
la revuelta espontánea de quienes ejecutaran las órdenes, y no de quienes las
dieran." [7]. De nuevo la autoridad de Michael Ignatieff es pasmosa. Sucede
que recordamos a Wollen en 1968, sin haber desplazado todavía sus simpatías
del centro trotskista a la periferia de la vanguardia, dando vueltas por los
principales lugares de la "revolución estudiantil" en Inglaterra como una
especie de observador de la Nueva Izquierda, y retrocediendo horrorizado ante
las impuerzas ideológicas que descubrió allí - reservando por supuesto su
Jonathan Edwards completo para "¡aquellos condenados situacionistas, lo más
profundo entre lo bajo!" Recordamos específicamente este comentario
(nosotros utilizamos tales veredictos como una insignia de honor).
***
Como todo buen travesti, estas cuatro proposiciones no son simples mentiras.
Todas ellas apuntan a los problemas reales en el trabajo de los situacionistas
después de 1960, y lo último que pretendemos es decir que no existen. Lo que
nosotros pensamos, sin embargo, es que cada una de ellas es una endeble
media verdad, nunca argumentada correctamente por los fabricantes de
opinión de la izquierda, y contradicha por un cuerpo de evidencias acerca de
las que estos fabricantes de opinión están informados, pero de las cuales
prefieren no hacer mención. La razón no hay que buscarla lejos. Cada
proposición tiene un corolario casi oculto, y es la verdad del corolario lo que
esta izquierda quiere (y necesita) afirmar.
Notarás que los corolarios ocultos tienen mucha más sustancia que los
argumentos originales acerca de la I.S. Y que son apropiados. Los argumentos
son ridículamente débiles. Son los corolarios lo que cuenta. Sería tedioso,
entonces, ir punto por punto a través de alegres tergiversaciones y presentar la
evidencia por su propia falsedad. Mejor tomar uno o dos tópicos al azar y
sacar de ellos el tono general.
***
¿Quién hubiera pensado nunca, en principio, que la I.S. tal y como aparece
descrita por el saber establecido tuviera tiempo, en los intervalos entre las
exclusiones y los anatemas, para el análisis de los sucesos políticos del mundo
exterior? Por ejemplo, la serie de intervenciones en los sucesos que se
producían en Argelia, a la vez que en Ben Bella y Boumedienne, que
culminaron en el extenso artículo "Les Luttes de classes en Algérie" publicado
en el periódico situacionista de marzo de 1966 y después como pasquín. O el
panfleto de agosto de 1967 sobre la Gran Revolución Cultural proletaria de
Mao "Le Point d'explosion de l'idéologie en Chine" (reimpreso más tarde en el
periódico de aquel año). Nuestro juicio es obviamente interesado, pero
seguimos pensando que aquellos textos son clásicos del análisis marxista. (En
ambos casos la I.S. se benefició de tener miembros que poseían un
conocimiento real de la lengua y de la historia de los paises referidos, que se
oponían a la opinión formada desde los libros por filocomunistas y los
editoriales de Le Monde). Nos maravillaríamos si aquellos que ahora rechazan
a la I.S. "política" pudieran aproximarse a comentarios sobre el mismo tema u
otro comparable del mismo período que les impacten, en retrospectiva, tan
violenta como precisamente. En el buen sentido desengañado y apasionado.
Lo obvio tiene que mostrarse, entonces, una vez más, ya que existe tal
determinación. Para los situacionistas, la realidad aplastante fue el stalinismo:
el daño y el horror cuya emergencia propició, y su capacidad para
reproducirse, en formas siempre nuevas y técnicamente más plausibles, dentro
de una Izquierda que nunca había afrontado su propia complicidad o
infección. (Nunca empezaremos a entender la hostilidad de Debord hacia el
concepto de "representación, por ejemplo, hasta que caigamos en la cuenta de
que para él la palabra siempre tuvo un regusto leninista. El espectáculo es
repugnante porque amenaza con generalizar, como si lo fuera realmente, la
pretensión del Partido de ser representativo de la clase trabajadora). La
sociedad del espectáculo forzó una conversación con el viejo Marx, y con las
sombras de Feuerbach y Hegel, es una respuesta a esta situación. "Forzó" en
dos sentidos: es ostentosa y obviamente llevada al exceso (de manera que ni
siquiera Debray la echó en falta): y estas cualidades son precisamente los
signos de la táctica como tal táctica, impuesta al escritor por la historia -el
desastre- que él estaba contando.
***
...Es bien sabido que la I.S. nunca ha "reclutado" miembros, aunque [...media
línea ilegible en nuestra versión, N. del T.], y ambos aspectos de esta política
han sido determinados por las condiciones concretas en que nuestra visión ha
circunscrito nuestra actividad práctica -- concebida esta actividad,
inseparablemente, como medio y como fin -- y así el tema no depende
meramente de la capacidad individual para entender, o de la disposición a
adoptar, posiciones teóricas particulares. (Del mismo modo que esperamos
naturalmente que todos aquellos que son capaces, en el pleno sentido del
término, de apropiarse las posiciones teóricas mismas, hagan libre uso de
ellas). Muy esquemáticamente, podemos decir que la I.S. considera que lo que
puede hacer en el momento presente es trabajar, a nivel internacional, en la
reaparición de ciertos elementos básicos de una crítica revolucionaria en
nuestro tiempo. La actividad de la I.S. es un momento que nosotros no
confundimos con un fin: los trabajadores deben organizarse, sólo alcanzarán
su emancipación a través de su propio esfuerzo, etc... No podemos aceptar la
idea de que el "reforzamiento" numérico sea una virtud per se. Esto puede ser
dañino desde un punto de vista interno, si produce un desequilibrio entre
aquello que realmente tenemos que hacer y un miembro que pueda servir a
aquellos fines sólo de una manera abstracta, y que está así subordinado, sea
por razones geográficas o de otro tipo. Y puede ser dañino desde un punto de
vista externo, en la medida en que presenta otro ejemplo de la Voluntad o el
Pseudo-Poder, tras la moda de aquella gran cantidad de pequeños grupos
trotskistas poseídos por una "vocación de partido dominante..."
***
El "simple signo" todavía domina. Lo hace por todo tipo de razones, incluido
el fracaso total de la izquierda al encarar lo que el signo podía significar
para ella -- lo que podría decir acerca de sus cincuenta años de colaboración
con la contrarrevolución estalinista, y los tipos de monstruos teóricos y
prácticos que engendró tal colaboración. El signo todavía domina. Por
consiguiente no derivar hacia lo apodíctico o universal suena verdad, pero
nosotros nos reímos de la actual retórica de la destotalización: "Nosotros
derivamos de lugar en lugar y de tiempo en tiempo" [17] etc. Más pronto o
más tarde la historia de la I.S. está determinada a servir en la construcción de
un nuevo proyecto de resistencia. Mejor cuanto antes: no hay razón para
pensar que el momento llegará más tarde. Cómo será este proyecto es todavía
una conjetura. Ciertamente tendrá que luchar para volver a concebir la unidad
tentacular de su enemigo y articular los campos de una unidad capaz de
contestarlo. La palabra "totalidad" no lo pondrá en situación de pánico. Querrá
conocer el pasado. E inevitablemente se encontrará a sí mismo recontando las
historias de aquellos momentos de rechazo y reorganización -- la I.S. es solo
uno de ellos -- que la elaboración del sueño de la izquierda excluye
actualmente de su conciencia.
NOTAS
[6] Peter Wollen: "The Situationist International", New Left Review # 174
(marzo-abril 1989). Otras versiones de este artículo han aparecido después
en An Endless Adventure... An Endless Passion... An Endless Banquet. A
Situationist Scrapbook, de. Iwona Blaswick (London y New York, ICA Verso
1989 y en On the Passage of a Few People through a Rather Brief Moment in
Time: The Situationist International 1957-1972, ed. Elisabeth Sussman
(Cambridge, Mass. Y London: MIT Press, 1989.
[8] El lector está invitado a aportar otros nombres. Tuvimos un duro trabajo
pensando unos cuantos.
[12] Nadie pretende decir que el esfuerzo hacia la totalización de Debord esté
libre de riesgos, todavía menos que su esfuerzo deba hacernos volver a un
ridículo revival hegeliano. Pero es tiempo de retirar la afirmación de que "la
persecución de la totalidad" equivale necesariamente a la "indeferenciación",
la "unidad orgánica", el "rechazo de la especificidad y la autonomía, etc. Un
buen paso para ello partiría de una relectura de la sección analítica de
la Filosofía del Derecho
[16] Guy Debord: "Preface to the Third Edition" [París, Gallimard, 1992],
en The Society of Spectacle, New York, Zone Books, 1994, pp. 9-10.