Vous êtes sur la page 1sur 4

Además, una importante característica de las religiones antiguas

—una vez más, con la parcial excepción del judaismo— era que el culto
nunca implicaba la aceptación o formulación de afirmaciones doctrinalmente
aceptables a propósito de un dios. No se elaboraban credos para proclamar
la verdadera naturaleza de los dioses y de su relación con el mundo, no existían
profesiones de fe doctrinalmente precisas para recitar durante los servicios,
no había algo semejante a la «ortodoxia» (creencias correctas) o la
herejía (creencias falsas). Lo que importaba eran los actos de culto sancionados
por la tradición, no las creencias.
Pero entonces llegó el cristianismo. Y tan pronto como algunos de los seguidores
de Jesús formularon su creencia en que éste había resucitado de entre
los muertos, los cristianos empezaron a pensar que Jesús mismo era, en
cierto sentido, la única forma correcta de relacionarse con Dios, el único camino
hacia la salvación.2 Sin embargo, una vez esto ocurrió, surgió un nuevo
factor en el escenario religioso de la antigüedad. Debido a su propia naturaleza,
los cristianos se volvieron exclusivistas y afirmaron que tenían la
razón de una manera tal que todos los demás tenían que estar necesariamente
equivocados. Algo que señalaban algunos de los primeros escritos
cristianos: «Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por
el que nosotros debamos salvarnos» (Hechos 4:12) y «El que cree en el Hijo
tiene vida eterna; el que rehusa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la
cólera de Dios permanece sobre él» (Juan 3:36). O como se sostenía que el
140
mismo Jesús había dicho: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va
al padre sino por mí» (Juan 14:6).
Y hay más. Puesto que lo cristianos aseguraban que (a) lo que importaba
en última instancia era la correcta relación con Dios, (b) una correcta relación
con Dios requería creer y (c) creer significa creer en algo (y no tanto
mantener una fe vaga y abstracta en que el mundo funcionaba bien o
mal), era evidente que tenían que decidir cuál debía ser el contenido de su
fe. ¿Qué es exactamente lo que uno debe creer sobre Dios con el fin de tener
una correcta relación con él? ¿Que él es el Dios supremo por encima de todos
los demás dioses? ¿Que él es el único Dios y que los demás no existen?
¿Que él creó el mundo? ¿Que nunca antes había tenido relación con el mundo?
¿Que creó el mal del mundo? ¿Que no hay ningún mal en él? ¿Que inspiró
las Escrituras judías? ¿Que una deidad menor fue la que inspiró esas
Escrituras?
¿Qué necesitaba uno creer sobre Jesús? ¿Que era un hombre? ¿Un ángel?
¿Un ser divino? ¿Era un dios? ¿Era Dios? Si Jesús es Dios y Dios es
Dios, ¿cómo podemos ser monoteístas que creen en un único Dios? Y si el
Espíritu es Dios también, ¿no tenemos entonces tres dioses? ¿Oes acaso que
Jesús es Dios Padre mismo que descendió a la tierra para la salvación del
mundo? Y si es así, ¿podemos decir que cuando Jesús oraba a Dios, estaba
hablando consigo mismo?
¿Y qué hay de la salvación que Jesús trajo al mundo? ¿Consistía ésta en
sus enseñanzas públicas, las que de ser seguidas proporcionaban el camino a
la vida eterna? ¿O residía en cambio en sus enseñanzas secretas, destinadas a
la élite espiritual y cuya adecuada comprensión era la clave para la unión con
Dios? ¿O era más bien su estilo de vida, que debe servir como modelo para sus
seguidores, quienes como él deben renunciar a todo lo que poseen para acceder
al reino? ¿O era en realidad su muerte en la cruz? ¿Y es que murió en la
cruz? ¿Por qué iba a morir en la cruz?
Las preguntas podrían haber parecido interminables, pero su importancia
era eterna. Por primera vez había comenzado a ser determinante qué creía
una persona —tan determinante que de ello dependía la vida eterna— y
los debates no tardaron en empezar. Surgieron diferentes puntos de vista. Y
todos afirmaron estar respaldados por las enseñanzas de Jesús, incluidas
opiniones tan diversas como la que afirmaba que había 365 dioses, la de que
Jesús no era realmente un ser humano y la de que su muerte había sido simplemente
una treta para engañar a los poderes cósmicos. Hoy pji^emos peb\
141
sor que es absurdo decir que Jesús y sus seguidores en la tierra enseñaban semejantes
cosas, después de todo, podemos ir y ver en los evangelios del Nuevo
Testamento que todo esto es sencillamente falso. Pero el asunto no es tan
simple, y nuestro deber es siempre plantear las preguntas en términos históricos:
¿de dónde salieron los evangelios de nuestro Nuevo Testamento y cómo
sabemos que son ellos (y no las docenas de evangelios que no fueron incluidos
en él) los que revelan la verdad sobre las enseñanzas de Jesús? ¿Qué hubiera
ocurrido si el canon hubiera terminado siendo conformado por los
evangelios de Pedro, Tomás y María Magdalena y no por Mateo, Marcos y
Lucas?
Desde el punto de vista de los historiadores resulta sorprendente que todas
las formas del cristianismo primitivo reivindicaran la autoridad de sus
opiniones remontando su linaje hasta los apóstoles de Jesús. Los escritos de
Jesús, por supuesto, nunca fueron un problema, porque hasta donde sabemos
Jesús no escribió nada. Por esta razón, la autoría apostólica se convirtió en
una cuestión de primordial importancia para los primeros cristianos. No es
de extrañar entonces que las falsificaciones abundaran en todos los grupos,
los proto-ortodoxos incluidos.
¿Qué hay de esos grupos? Hasta ahora hemos echado un vistazo a algunos
importante escritos de los primeros siglos cristianos, el Evangelio de Pedro,
el Evangelio de Tomás y, en caso de ser auténtico, el Evangelio (Secreto)
de Marcos, los Hechos de Pablo y Tecla, los Hechos de Tomás, los Hechos
de Juan, un Apocalipsis de Pedro y algunos otros libros antes perdidos y
ahora encontrados. Y habrá muchos más que tengamos que examinar a lo
largo de nuestro estudio. Sin embargo, estos documentos no son valiosos
sólo por sí mismos, sino por lo que pueden decirnos de los grupos sociales
que los produjeron, leyeron y veneraron. Porque había muchos grupos entre
los primeros cristianos, la mayoría de los cuales reconocía el significado
eterno de las verdades teológicas que defendía; pero además se trataba de
grupos que no sólo se enfrentaban a las religiones romanas que los rodeaban
o ala religión judía de la que provenían, sino que también estaban enfrentados
entre sí. Estas disputas internas sobre cuál forma de religión era «correcta
» fueron largas, duras y algunas veces violentas.
La diversidad del cristianismo primitivo ha sido uno de los fascinantes
«descubrimientos» de los estudiosos modernos, que empezaron a comprender
lo diferentes que eran estos grupos entre sí, cómo se sentían en lo «correcto
» y con qué avidez promovieron sus propios puntos de vista en contra
142
de los de los otros. Con todo, sólo un grupo resultó vencedor de estas primeras
batallas. Sin embargo, incluso este grupo no era un monolito, y dentro
del amplio consenso teológico que consiguió crear había enormes territorios
inexplorados y gigantescas áreas de penumbra doctrinal, zonas turbias en
las que las cuestiones permanecieron irresueltas hasta que, por ensayo y
error, surgieron nuevos dogmatismos y, en consecuencia, nuevas herejías que
perseguir, lo que a su vez condujo a nuevos debates y nuevas soluciones parciales.
Aquí no examinaremos los detalles de esos debates del siglo ivy posteriores;
para los lectores modernos sus matices son difíciles de apreciar e
incluso de comprender. En cambio, centraremos muestra atención en los primeros
siglos del cristianismo, cuando se discutieron algunas de las cuestiones
más importantes de la doctrina cristiana: ¿cuántos dioses hay? ¿Fue el
mundo material creado por el verdadero Dios? ¿Era Jesús humano, divino o
ambas cosas a la vez? Cuando finalmente quedaron resueltas, estas cuestiones
condujeron a los credos que todavía se recitan en las iglesias y ala versión
estándar del Nuevo Testamento que hoy leen millones de personas en
todo el mundo.
En esta segunda parte de nuestro estudio, examinaremos varios grupos
que albergaron una amplia gama de opiniones sobre estas materias, grupos
de los que tenemos noticias gracias a numerosas fuentes antiguas, incluidos
los escritos de sus adversarios cristianos que, en el mejor de los casos, consideraban
sus opiniones ofensivas y, en el peor, condenables. Los cuatro grupos
en los que centraremos nuestra atención son los siguientes: los cristianos
judíos ebionitas, los marcionistas antijudíos, algunos cristianos
gnósticos y al grupo que hemos etiquetado como proto-ortodoxo. Una vez
que hayamos descrito las distintas concepciones de estos grupos y, en menor
medida, conocido sus prácticas, podremos examinar, en la tercera parte del
libro, cómo se enfrentaron en la batalla por el predominio que conduciría a
la victoria de los autoproclamados ortodoxos y, con ello, a la práctica desaparición
del mundo cristiano de todas las demás concepciones.
143
5
EN POLOS OPUESTOS: CRISTIANOS EBIONITAS
Y CRISTIANOS MARCIONISTAS

A FIRMAR QUE UNA de las conclusiones seguras de la investigación histórica


es que Jesús era un judío puede sonar un poco trillado, algo
así como decir que una de las conclusiones seguras de la ciencia moderna
es que el papel es combustible. Sin embargo, hace menos de un siglo,
el carácter judío de Jesús era verdadero asunto de discusión entre
serios estudiosos del cristianismo primitivo. Y de hecho, aunque la
identidad judía de Jesús no ha sido negada, a lo largo de la historia de
la Iglesia cristiana ésta ha sido pasada por alto o ignorada. Sin embargo,
aunque no hay en la actualidad ningún investigador en el campo de los
estudios sobre el Nuevo Testamento que considere que el carácter judío
de Jesús puede ser materia de debate, tampoco hay nadie que piense que
se trate de un asunto sin importancia. Jesús fue un judío, y cualquier valoración
de sus palabras, obras y destino debe tener siempre en mente
este hecho.
Por supuesto, determinar qué clase de judío era es una cuestión
completamente diferente y las discusiones académicas al respecto pueden
ser largas y ásperas para los expertos y resultar un tanto complicadas
para quienes no lo son. ¿Se comprende mejor al Jesús histórico si se
le considera un rabí judío que como otros rabíes enseñaba a sus seguidores
el verdadero significado de la Ley de Moisés? ¿O como un santo
judío que, al igual que otros santos judíos, podía afirmar que tenía una
relación especial con Dios que le otorgaba poderes extraordinarios? ¿O
como un revolucionario judío que, como otros revolucionarios, promovía
una rebelión armada contra los imperialistas romanos? ¿O como un
145
radical judío que, como otros radicales, impulsó un estilo de vida opuesto
a las normas y valores de la sociedad de su época? ¿O como un mago
judío que, como otros magos, podía manipular las fuerzas de la naturaleza
de manera sorprendente? ¿O como un feminista judío que, como
otros feministas, abrazó la causa de las mujeres y defendió la necesidad
de condiciones igualitarias en su mundo? ¿O como un profeta judío
que, como otros profetas, advirtió sobre la inminente intervención de
Dios en el mundo para derrocar a las fuerzas del mal y traer un nuevo
reino en el cual no habría más sufrimiento, pecado y muerte? 3
Todas estas opciones tienen sus defensores entre estudiosos de gran
experiencia que han dedicado años de sus vidas al asunto y quienes, sin
embargo, no han podido alcanzar un acuerdo sobre algunos de los aspectos
más básicos de la vida de Jesús, con excepción del hecho de que
era judío. Éste, al menos, es un punto de partida y probablemente es suficiente
para nuestro propósito aquí. Además, hoy en día, la mayoría de
los expertos no sólo acepta que Jesús era judío sino que creció en un hogar
judío en la aldea judía de Nazaret, en la Palestina judía. Fue educado
en una cultura judía, aceptó las costumbres judías, aprendió las tradiciones
judías y observó la ley judía. Fue circuncidado, respetó el
sábado y las fiestas periódicas y, probablemente, seguía una dieta kosher
(pura). Ya adulto, inició su ministerio como predicador itinerante en la
Galilea rural, reuniendo alrededor suyo a cierto número de discípulos,
todos ellos judíos. Jesús les enseñó su concepción de la ley judia y del
Dios que consideraba a los judíos su pueblo. Muchos estudiosos estarían
de acuerdo en afirmar que es posible que algunos de estos discípulos,
incluso mientras Jesús vivía, lo consideraran el Mesías enviado por
Dios para liberar a su pueblo del opresivo poder de Roma, al que entonces
estaba sometido. Por una razón u otra, los líderes de su pueblo,
quienes detentaban el poder en Jerusalén, lo consideraron un agitador
y, cuando hacia el año 30 e. c. apareció en la capital para la celebración
de la Pascua, se las arreglaron para que fuera arrestado y entregado al
gobernador romano, que lo enjuició por sedición contra el estado y ordenó
ejecutarlo acusado de asegurar que era el rey de los judíos.
Y así, podemos decir que Jesús fue judío de principio a fin. Sus discípulos
también lo eran: nacidos y criados judíos. Sin embargo, no mucho
después de la muerte de Jesús, algunos de ellos o todos empezaron
a pensar en Jesús como en algo más que un maestro judío (o santo o re-
146
volucionario o reformador social o feminista o mago o profeta o cualquier
otra cosa que hubiera podido ser). Para ellos, Jesús había sido el
elegido para salvar el mundo, la fuente de una correcta relación con

Vous aimerez peut-être aussi